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AguaTinta N°22

Inmigración y Exilio - Marzo de 2017

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El destierro o deportación es un tipo de pena que un Estado puede imponer a una<br />

persona por haber cometido un delito o ser considerada un peligro. En la actualidad<br />

es una figura casi histórica, porque está vedado en muchos convenios multilaterales<br />

internacionales. Aun así, a menudo se habla de un exilio político, en la voz de los<br />

propios afectados.<br />

<strong>AguaTinta</strong> quiso conocer la mirada del que acoge, repara, del que permite a<br />

quienes son para siempre dañados con esa condena volver a reconstruirse. Françoise<br />

Visée, trabajadora social, miembro de la ONG Solidaridad Socialista de Bélgica, nos<br />

abrió las puertas de su experiencia y de su memoria para contarnos cómo se organizó<br />

la acogida de exiliados políticos chilenos en Bélgica.<br />

Algunas consideraciones previas<br />

El destierro o deportación, consiste en expulsar<br />

a alguien de un lugar o de un territorio. Fue utilizado<br />

como práctica habitual, establecida como la pena<br />

inmediatamente inferior a la pena de muerte. Desde fecha<br />

reciente, el término “exilio” designa específicamente la<br />

situación del que vive emigrado de su país por motivos<br />

políticos. Se dan entonces, en el mundo moderno,<br />

exiliados, forzados o voluntarios. La práctica de esta<br />

pena está oficialmente eliminada por la mayoría de los<br />

países. Sin embargo, bien se pueden encontrar órdenes<br />

gubernamentales de destierro o deportación de facto,<br />

aunque maquilladas.<br />

Coincidimos con Bruno Groppo en que “la geografía<br />

del exilio es también una geografía de la difusión de las<br />

ideas políticas y sociales, puesto que los exiliados fueron<br />

los vectores privilegiados de estas ideas” (1) , y en que “la<br />

migración, en cuanto experiencia traumática, podría<br />

entrar en la categoría de los así llamados traumatismos<br />

‘acumulativos’ y de ‘tensión’ con reacciones no siempre<br />

ruidosas y aparentes, pero de efectos profundos y<br />

duraderos” (2) . Se pone en riesgo la identidad, ya que<br />

se enfrenta al sujeto a miedos primarios: pierde las<br />

estructuras establecidas, hay un desacomodo de las<br />

pautas sociales, generándole sentimientos de inseguridad<br />

que incrementan el aislamiento y la natural sensación de<br />

soledad, de falta de pertenencia a un grupo. El proceso de<br />

elaboración siempre es difícil, aun cuando existan razones<br />

de peso (mejores condiciones económico-sociales, o<br />

incluso la preservación de la vida). “El que decide emigrar<br />

necesita apoyo para concretar esta decisión y hacer frente<br />

al enojo y críticas de los que se quedan, los que serán<br />

abandonados: amigos, vecinos, colegas, parientes, etc. En<br />

realidad, el mundo de personas que le rodea comienza<br />

a dividirse en función de la actitud que ha asumido ante<br />

sus planes de marcharse: los que lo aplauden y alientan<br />

e, incluso, le envidian, los que le objetan y descalifican, y<br />

los que se deprimen y angustian” (3) . La equiparación de<br />

partir y morir puede ser muy intensa, muchas veces los<br />

que se quedan se sienten traicionados y los que parten no<br />

sólo son portadores de incertidumbres y ansiedades, sino<br />

que la falta de adaptación y contención provoca ansiedad<br />

y regresiones, que en ciertas circunstancias incluso los<br />

llevan a perder –o a dejar de aprovechar– parte del bagaje<br />

de recursos con que cuentan.<br />

(1) Groppo, Bruno. Los exilios europeos en el siglo XX. Mimeo, París, 2000.<br />

(2) Grinberg, León y Grinberg, Rebeca. Psicoanálisis de la migración y del exilio. Alianza Editorial, Madrid, 1984, pág. 24.<br />

(3) Grinberg, León y Grinberg, Rebeca. Op. cit., pág. 77.<br />

t Françoise Visée en su oficina de Bruselas. Fotografía de Patricia Parga-Vega.<br />

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