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«Manolete» Deborah invitado polifacéticos

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En el año que compartí su memoria, sus casas, sus secretos, sus manías, su<br />

último escepticismo, comprendí al adorado y envidiado personaje, admiré al orgulloso<br />

torero que fue, reconocí en él señas de identidad humana quizá desconocidas<br />

del gran público, y creí encontrar en sus silencios mucha incredulidad, una cierta<br />

melancolía, mucha ironía inteligente y una última actitud burlona de la vida y<br />

siempre la personalidad del gran tipo humano que fue Luis Miguel Dominguín,<br />

todo un número uno.<br />

Concluí un año después, escrita ya esta biografía, que Luis Miguel hizo<br />

siempre lo que le dio la real gana, privilegio solo al alcance de quien además de<br />

esa libertad tiene el criterio y el carácter para buscar siempre un objetivo. Seductor<br />

y tímido a la vez, escéptico como un veterano de guerra y tierno como un<br />

candoroso niño, Luis Miguel ha sido capaz de fascinar a hombres y mujeres, a<br />

políticos de derechas y de izquierdas, solo porque en contra de la imagen que él<br />

mismo ha cultivado, su bando ha estado siempre en el corazón y en la inteligencia.<br />

Leal a su familia y débil ante los placeres y perversiones que la vida le ofreció, Luis<br />

Miguel tuvo la ambición y estímulo para llegar a lo más alto, y cuando estuvo allí,<br />

donde la envidia y el «tiro al blanco» se ejercitan con tanta precisión como saña,<br />

desafió a todos y a todo, haciendo el triple mortal para el que no todos los grandes<br />

ídolos están preparados: convertir la antipatía y la provocación en uno de sus principales<br />

atractivos sobre las grandes masas hispánicas. Porque Luis Miguel ignoró a<br />

los puristas y a los mediocres, se codeó con los brillantes números uno como él,<br />

sedujo y se dejó seducir por las mujeres más bellas, atractivas e inteligentes y se<br />

paseó por el mundo de la mano y el halago de aristócratas, financieros, armadores<br />

griegos, reyes con y sin corona, pintores de fama mundial, extravagantes personajes<br />

de la jet-set, sin buscar solo el vano, fútil y fácilmente «influenciable» elogio del<br />

crítico taurino. Hizo de su desprecio al arribista una cualidad, y tildó al «amigo<br />

del torero» como el que solo está con este mientras es figura. Pero fuera de los<br />

ruedos compartió también su mundo con el más ronco cantaor, la más racial bailaora,<br />

el más perdido producto de la noche flamenca, simultaneando esta compañía<br />

con la de los ya citados personajes más atractivos de la gran sociedad, del cine,<br />

la aristocracia, la política, el arte.<br />

En un atardecer de primavera, cálido y tibio me reconoció con íntima grandeza<br />

y sinceridad: «No sé lo que es la envidia y si yo hubiera sido envidioso no tendría<br />

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