«Manolete» Deborah invitado polifacéticos

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perdón de Dios.» Porque Luis Miguel subió a las almenas del castillo, y llevado por un poderoso instinto de destrucción, bajó a las alcantarillas a la búsqueda de uno mismo, donde el humo de la hoguera de las vanidades impide ver quién es quién y solo se acierta a inhalar el vaho embriagador de la moderna civilización. Amó a mujeres distinguidas. Por amor perdió a sus hijos y por amor también los quiso y supo reencontrar. Por soberbia no dio un paso atrás, ni cuando el toro de la vida le embistió con certera acometida. En los toros fue el número uno de un tiempo y de una época; como le ocurrió a Juan Belmonte con «Joselito», el pueblo le asoció siempre a «Manolete», quien en el fragor de la batalla humana se fue a la gloria llevándose el halo de la tragedia y la íntima fatalidad. «En las desgracias alguien tiene que quedarse para contarlas, y en la de Manolete me he quedado yo» —me reconoció. Impresiona pensar el estímulo que para Luis Miguel suponía la bronca mirada del envidioso, el grito del provocador, la anónima y cobarde reacción de la masa. Más aún en un mundo de gente tan falta de coraje, tan complacientes con el adulador interesado, con el poderoso de la prensa. Fue lo que fue, sin que existiera la televisión, sin que el medio informativo más poderoso del siglo xx se hubiera convertido en el divulgador más contundente de los tiempos modernos. Fue el más impopular de los populares porque no se permitió la menor concesión externa a la debilidad. Después de subir al Everest de la fama y de estar a punto de zozobrar en la riada de las tentaciones, empezó a navegar en una mar más calma, con su anticlericalismo de siempre, su aire burlón, cínico y engreído, que en la intimidad era calor humano, generosidad, sentido de la libertad y de la independencia, hospitalidad y un alto grado de humanidad. En el zurrón de su vida tenía tantos éxitos, que los fracasos había que buscarlos en el contrasentido que acompaña a los grandes personajes, a los tipos que como Luis Miguel Dominguín hicieron de su vida una fuente de energía, sin arrepentimiento ni vuelta atrás. Concluido este libro, fue presentado en sociedad en el hotel Palace de Madrid el 19 de abril de 1995, el mismo día que ETA quiso asesinar en Madrid al futuro presidente del gobierno José María Aznar. Con su ironía brillante, Luis Miguel dijo a los asistentes que había leído el libro y que «su vida le había parecido bastante interesante». Alfonso Ussía, que ejerció de presentador dijo que «este señor 17

que tienen ustedes aquí delante ha sido uno de los más golfos que ha habido en España», elogio que satisfizo enormemente a Luis Miguel, capaz de encajar en público ese y otros adjetivos de idéntico sentido. Al día siguiente, entrevistado en la televisión Antena 3 por la periodista Nieves Herrero se manifestó partidario de restablecer la pena de muerte para los etarras, lo que inspiró que al día siguiente el escritor Carlos Boyero escribiera con ironía en El País que deberían nombrarle «ministro del interior». Luis Miguel volvió a su casa de Sotogrande, en Cádiz, a vivir alejado de nuevo del mundanal ruido, y solo un año después, el 8 de mayo de 1996, apareció muerto en su casa, al borde de la cama. Alrededor de las nueve de la mañana, uno de sus empleados descubrió el cadáver, precisamente minutos después de que le hubiera servido el desayuno. Algunos testimonios revelaron que Luis Miguel Dominguín sufrió un fuerte golpe en la cabeza al caer. Los primeros familiares en llegar fueron, alrededor de las 15.30 horas, su hija Paola y su sobrina Carmen Ordóñez. También se avisó inmediatamente a su hijo Miguel Bosé que se encontraba en Francia rodando la película Oui. Posteriormente fueron llegando hasta el chalé su cuñado Miguel Primo de Rivera, ex alcalde de Jerez (Cádiz) y hermano de su esposa, Rosario Primo de Rivera, y Carlos Corbacho, matador de toros retirado y empresario. A partir de ese momento y tras ser divulgada la información, la llegada de personajes a la residencia de «El Arcón» se sucedió sin interrupción y comenzaron a llegar compañeros del diestro, entre los que se encontraba el también matador de toros y cuñado Antonio Ordóñez, con el que Luis Miguel compitió en la década de los cincuenta en los ruedos, y su sobrino, el diestro Francisco Rivera Ordóñez. A continuación, acudió Belén, la otra hija del torero de Ronda. Hasta el domicilio familiar se acercó de inmediato su hermano Pepe Dominguín, que se encontraba muy emocionado, así como la ganadera Dolores Aguirre y el diestro algecireño Miguel Mateo «Miguelín», uno de los muchos toreros que compartió con él los años del retiro en su casa de Sotogrande. También se recibieron en el domicilio del torero numerosos telegramas de condolencia. La autopsia, realizada poco después en el tanatorio de San Roque confirmó que el diestro falleció a causa de una insuficiencia cardíaca. Durante los últimos años Luis Miguel se había hecho chequeos médicos periódicamente en la Clínica 18

perdón de Dios.» Porque Luis Miguel subió a las almenas del castillo, y llevado por<br />

un poderoso instinto de destrucción, bajó a las alcantarillas a la búsqueda de uno<br />

mismo, donde el humo de la hoguera de las vanidades impide ver quién es quién<br />

y solo se acierta a inhalar el vaho embriagador de la moderna civilización.<br />

Amó a mujeres distinguidas. Por amor perdió a sus hijos y por amor también<br />

los quiso y supo reencontrar. Por soberbia no dio un paso atrás, ni cuando el toro<br />

de la vida le embistió con certera acometida. En los toros fue el número uno de<br />

un tiempo y de una época; como le ocurrió a Juan Belmonte con «Joselito», el<br />

pueblo le asoció siempre a <strong>«Manolete»</strong>, quien en el fragor de la batalla humana<br />

se fue a la gloria llevándose el halo de la tragedia y la íntima fatalidad. «En las desgracias<br />

alguien tiene que quedarse para contarlas, y en la de Manolete me he quedado yo»<br />

—me reconoció.<br />

Impresiona pensar el estímulo que para Luis Miguel suponía la bronca mirada<br />

del envidioso, el grito del provocador, la anónima y cobarde reacción de la<br />

masa. Más aún en un mundo de gente tan falta de coraje, tan complacientes con<br />

el adulador interesado, con el poderoso de la prensa. Fue lo que fue, sin que existiera<br />

la televisión, sin que el medio informativo más poderoso del siglo xx se hubiera<br />

convertido en el divulgador más contundente de los tiempos modernos. Fue<br />

el más impopular de los populares porque no se permitió la menor concesión<br />

externa a la debilidad.<br />

Después de subir al Everest de la fama y de estar a punto de zozobrar en la<br />

riada de las tentaciones, empezó a navegar en una mar más calma, con su anticlericalismo<br />

de siempre, su aire burlón, cínico y engreído, que en la intimidad era<br />

calor humano, generosidad, sentido de la libertad y de la independencia, hospitalidad<br />

y un alto grado de humanidad. En el zurrón de su vida tenía tantos éxitos,<br />

que los fracasos había que buscarlos en el contrasentido que acompaña a los grandes<br />

personajes, a los tipos que como Luis Miguel Dominguín hicieron de su vida<br />

una fuente de energía, sin arrepentimiento ni vuelta atrás.<br />

Concluido este libro, fue presentado en sociedad en el hotel Palace de Madrid<br />

el 19 de abril de 1995, el mismo día que ETA quiso asesinar en Madrid al<br />

futuro presidente del gobierno José María Aznar. Con su ironía brillante, Luis<br />

Miguel dijo a los asistentes que había leído el libro y que «su vida le había parecido<br />

bastante interesante». Alfonso Ussía, que ejerció de presentador dijo que «este señor<br />

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