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KRESLEY COLE<br />
<strong>El</strong> <strong>Beso</strong> <strong>del</strong> <strong>Rey</strong> <strong>Demonio</strong><br />
6° de la <strong>Serie</strong> <strong>Immortals</strong> <strong>After</strong> <strong>Dark</strong><br />
—Rescate, ganar dinero vendiéndote como esclava..., ¿cuál es la diferencia? —contestó otro<br />
con acento primitivo.<br />
Sabine había oído a hablar de los traficantes de esclavos, a los que Omort había dejado<br />
proliferar a cambio de un porcentaje de sus beneficios.<br />
—Ese demonio al que habéis atacado es el rey Rydstrom, y yo soy su esposa. Vendrá a<br />
buscarme, y cuando rebane vuestros asquerosos cuellos yo estaré animándolo.<br />
—¿Ata a su esposa? —preguntó otro.<br />
—Es un juego al que nos gusta jugar. No espero que alguien como tú lo entienda.<br />
<strong>El</strong> tigloth le soltó un bofetón.<br />
Sabine se tambaleó y sintió que la boca se le llenaba de sangre. Escupió al hombrecillo, y éste la<br />
abofeteó de nuevo el doble fuerte; a Sabine se le nubló la vista y se cayó al suelo. Entonces la<br />
levantó y se la echó al hombro. Estaba amaneciendo cuando el grupo inició la marcha...<br />
Horas más tarde, Sabine seguía sin tener noticias de Rydstrom ni de cualquier otro ser que<br />
pudiera ayudarla.<br />
¿Por qué no sentía aquella helada furia tan habitual en ella? ¿Dónde estaban las arcadas, los<br />
nervios? Por fin identificó lo que le estaba pasando y sintió asco de sí misma.<br />
«Confío en que Rydstrom venga a salvarme.»<br />
Con las manos atadas a la espalda, buscó su cinturón y tiró una de las campanillas hasta<br />
conseguir que cayera al suelo. Esperaba que el demonio entendiera que estaba sacrificando aquel<br />
oro para guiarlo hacia ella. Pero ¡el santurrón de Rydstrom seguro que ni se daría cuenta de su<br />
sacrificio! ¡Si le había tirado la diadema al agua como si fuera una manzana podrida!<br />
Al anochecer, Sabine estaba convencida de que toda la sangre <strong>del</strong> cuerpo se le había agolpado<br />
en la cabeza. Y también había asumido que el demonio quizá no fuera a buscarla. Antes de caer<br />
por el acantilado, estaba ya muy malherido.<br />
<strong>El</strong> miedo amenazaba con consumirla. Y ese miedo no era sólo por ella.<br />
Al atardecer, las arenas fueron convirtiéndose en rocas a medida que iban acercándose a otra<br />
montaña. Al llegar allí, los tigloths se metieron dentro, descendiendo hasta lo más profundo de<br />
una oscura mina.<br />
Por fin la soltaron y Sabine cayó sentada en medio de la oscuridad más absoluta, mientras oía<br />
cómo los hombrecillos merodeaban a su alrededor.<br />
Encendieron una hoguera, y no tardó en ver algo, y al instante deseó no haberlo hecho.<br />
Aquellas criaturas estaban cenando, arrancando huesos y carne, mirándola con renovado interés.<br />
Sabine inspeccionó la zona con la vista en busca de algo que la ayudara a escapar. Estaban en el<br />
punto neurálgico de una serie de minas, el lugar donde confluían tres de los túneles. <strong>El</strong> lugar tenía<br />
exactamente el aspecto que la hechicera se hubiera imaginado: un techo lleno de vigas con<br />
soportes por todas partes.<br />
Pero no había picos ni palas abandonados que pudiera utilizar para cortar las cuerdas. Y la<br />
espada de Rydstrom estaba fuera de su alcance, tirada entre las pertenencias que los tigloths les<br />
habían arrebatado.<br />
Cuando las criaturas terminaron de comer, el cabecilla no perdió ni un segundo y tiró de Sabine<br />
hasta colocarla debajo de él. <strong>El</strong>la no podía defenderse, pues seguía con las manos atadas.<br />
«Estoy más indefensa que cuando era pequeña.»<br />
Escaneado por CHARO – Corregido por Mara Adilén Página 154