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KRESLEY COLE<br />
<strong>El</strong> <strong>Beso</strong> <strong>del</strong> <strong>Rey</strong> <strong>Demonio</strong><br />
6° de la <strong>Serie</strong> <strong>Immortals</strong> <strong>After</strong> <strong>Dark</strong><br />
Escaneado por CHARO – Corregido por Mara Adilén Página 1
KRESLEY COLE<br />
<strong>El</strong> <strong>Beso</strong> <strong>del</strong> <strong>Rey</strong> <strong>Demonio</strong><br />
6° de la <strong>Serie</strong> <strong>Immortals</strong> <strong>After</strong> <strong>Dark</strong><br />
KRESLEY COLE<br />
<strong>El</strong> <strong>Beso</strong> <strong>del</strong> <strong>Rey</strong> <strong>Demonio</strong><br />
6° de la <strong>Serie</strong> <strong>Immortals</strong> <strong>After</strong> <strong>Dark</strong><br />
Kiss of a Demon King (2009)<br />
ARGUMENTO::<br />
Durante siglos, Rydstrom, rey derrocado de los <strong>Demonio</strong>s Salvajes, ha luchado por recuperar su<br />
corona, sin desfallecer nunca, hasta que le engañan para que se adentre en la guarida de una<br />
exquisita seductora. Si ella consigue tentarle y llevárselo a la cama, perderá todo por lo que ha<br />
luchado.<br />
Sabine la Hechicera de las Ilusiones hace mucho que aceptó su destino: seducir al rey demonio.<br />
Pero en cuanto besa al feroz guerrero, se da cuenta de que la seducción dista mucho de ser el<br />
castigo que había temido. Sin embargo, justo cuando comienzan a enamorarse, uno de los dos se<br />
verá obligado a realizar el sacrificio definitivo. ¿Renunciará Sabine a la única vida que ha conocido<br />
para salvar al demonio? ¿O renunciará el rey a su corona y a las armas para continuar con su<br />
hechicera…?<br />
SOBRE LLA AUTORA::<br />
Antigua deportista de élite y entrenadora profesional, <strong>Kresley</strong> <strong>Cole</strong><br />
vive actualmente cerca de un lago de Florida. Le encanta practicar esquí<br />
acuático y cada noche goza de una exhibición de fuegos artificiales que le<br />
asombra y fascina. Conoció a su marido Richard, en el equipo de esquí de<br />
la universidad de Alabama. Después de casarse, se dedicaron a competir<br />
profesionalmente por todo el mundo, pero se dieron cuenta que vivir<br />
durante cinco años de acá para allá y volando durante diecinueve horas<br />
a Australia un Miércoles para regresar un Viernes ya no era suficiente<br />
desafío. De modo que se mudaron a Gainesville, restauraron una antigua<br />
cabaña y se licenciaron en Magisterio por la Universidad de Florida.<br />
Con los diplomas en las manos volvieron a la misma casa cerca de Disney y consiguieron lo que<br />
ellos llaman “un trabajo serio”. Desde que se publicó su primera novela en el 2003, <strong>Cole</strong> ha estado<br />
presente en las listas de los libros más vendidos <strong>del</strong> género. Ganó varias veces el Premio Romantic<br />
Times a la mejor primera novela romántica.<br />
Mientras que Richard trabaja como analista financiero (se parece a Rain Man con los números),<br />
<strong>Kresley</strong> se pasa el día escribiendo y ejerce de “madre” de unos maravillosos labradores y dos<br />
alocados gatos.<br />
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KRESLEY COLE<br />
<strong>El</strong> <strong>Beso</strong> <strong>del</strong> <strong>Rey</strong> <strong>Demonio</strong><br />
6° de la <strong>Serie</strong> <strong>Immortals</strong> <strong>After</strong> <strong>Dark</strong><br />
PRÓLLOGO<br />
Manicomio de Gray Waters,<br />
Londres Otoño de 1872.<br />
—Siempre que tienes a un hechicero entre las piernas, tus poderes tienden a desaparecer —le<br />
dijo Sabine a su hermana mientras buscaba ansiosa por entre los rostros de los desquiciados<br />
humanos que había en las jaulas. —Es un hecho.<br />
—Tal vez en el pasado fuera así —dijo Lanthe soltando al guardia al que había dejado<br />
inconsciente al zarandearlo por el cinturón. —Pero con éste es distinto. —Ató las manos <strong>del</strong><br />
hombre a su espalda, en vez de romperle los brazos, que habría sido más rápido e igual de<br />
efectivo. Por no hablar de la cuerda que se habrían ahorrado. —¿Aún no la has encontrado?<br />
Estaban buscando a una hechicera a la que liberarían si aceptaba intercambiar sus poderes con<br />
Lanthe a cambio de su libertad.<br />
Sabine se deslizó por el oscuro pasillo.<br />
—Aquí es imposible ver nada. —Arrancó la puerta de una celda de sus bisagras y la hizo a un<br />
lado, sus tacones resonaron al entrar. Más de cerca pudo apreciar que todos los inquilinos<br />
parecían ser de lo más... mortales.<br />
Como era de esperar, los humanos se asustaron al verla. Sabine sabía el aspecto que tenía<br />
vestida con su armadura y con la cara pintada.<br />
Igual que si llevara una máscara, tenía el contorno de los ojos y la nariz pintados de negro. Su<br />
indumentaria consistía básicamente en tiras de cuero y cadenas en vez de tela normal. Llevaba un<br />
corpiño y unos guantes de malla que le cubrían el brazo entero y terminaban con una especie de<br />
garras en los dedos. Entre su pelo trenzado lucía un elaborado tocado.<br />
Era el uniforme típico de las hechiceras. De hecho, si no se ponía algo de todo eso, tenía la<br />
sensación de ir medio desnuda.<br />
Cuando Sabine salió de la siguiente celda, Lanthe ya había terminado con los nudos.<br />
—¿Ha habido suerte?<br />
Sabine arrancó la puerta de otra de las celdas y miró los pálidos rostros <strong>del</strong> interior, luego negó<br />
con la cabeza.<br />
—¿Tengo tiempo de ir a mirar en las celdas pequeñas que hay en el piso de abajo? —preguntó<br />
Lanthe.<br />
—Mientras lleguemos al portal dentro de veinte minutos, no habrá ningún problema. —<strong>El</strong><br />
portal era el camino de regreso a su hogar, en Rothkalina, y estaba a unos diez minutos de allí, en<br />
medio de los oscuros callejones de Londres.<br />
Lanthe se apartó un mechón negro como el azabache de la frente.<br />
—Vigila al guarda y asegúrate de que los internos de este piso se están calladitos.<br />
La mirada de Sabine se deslizó hacia el hombre que yacía inconsciente en el suelo, e hizo una<br />
mueca de disgusto. Tenía la habilidad de leer la mente a los humanos, incluso estando éstos<br />
desmayados, y lo que había en aquél la dejó intranquila.<br />
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—Está bien. Pero date prisa al hacer la transferencia —dijo Sabine. —O atraeremos la atención<br />
de nuestros enemigos.<br />
Lanthe la miró con sus ojos azules.<br />
—Podrían llegar en cualquier momento —dijo, y se apresuró hacia la escalera.<br />
La vida de las dos hermanas se estaba convirtiendo en un círculo vicioso: robar un nuevo poder,<br />
huir de sus enemigos, perder dicho poder a manos de un atractivo hechicero, robar un nuevo<br />
poder..., y Sabine permitía que eso continuara.<br />
Porque era culpa suya que Lanthe hubiera perdido su poder innato.<br />
—Vigilaré al guardia. De acuerdo... —farfulló Sabine cuando su hermana hubo desaparecido de<br />
su vista.<br />
Cogió al tipo por el cuello de la camisa y por el cinturón y lo lanzó frente a la puerta de entrada.<br />
Algunos de los residentes se habían puesto violentos, gritando y tirándose de los pelos. Los pocos<br />
que se habían quedado mirando la salida dieron un paso atrás.<br />
«Mantener callados a los humanos es fácil.» Caminó despacio hacia el guardia y puso un pie<br />
sobre su espalda.<br />
—Venid aquí, personitas desquiciadas. ¡Venid aquí! Y yo, hechicera con un increíble poder, os<br />
recompensaré con una historia.<br />
La curiosidad hizo que algunos se callaran, otros se acercaron muertos de miedo.<br />
—Tranquilos, mortales; si os portáis bien, si sois buenos, tal vez incluso os dé un regalo. —Los<br />
gritos disminuyeron. —Sentaos, sentaos. Sí, venid aquí <strong>del</strong>ante y sentaos. Más cerca. No, tú no,<br />
hueles a orín y a rancho. Tú, el de allí, siéntate.<br />
Cuando los tuvo a todos frente a ella, Sabine se puso en cuclillas encima de la espalda <strong>del</strong><br />
guardia. Les sonrió despacio y, dispuesta a contarles una historia, se colocó bien la falda, se ajustó<br />
el corsé y se puso la gargantilla en su lugar.<br />
—Veamos: esta noche podéis elegir entre dos cuentos. Tenéis la historia <strong>del</strong> poderoso rey<br />
demonio, con cuernos y ojos negros como la obsidiana. Hace un montón de siglos era tan bueno y<br />
sincero que terminó perdiendo su corona a manos de un malvado hechicero. O, si no, la historia<br />
de Sabine, una chica inocente a la que asesinan constantemente. —«Y que algún día será la novia<br />
<strong>del</strong> demonio...»<br />
—La... la de la chica, por favor —susurró uno de los internos, con el rostro oculto tras una mata<br />
de pelo.<br />
—Excelente elección, melenudo mortal. —Con voz dramática, empezó su relato: —La<br />
protagonista de nuestra historia es la intrépida Sabine, Reina de los Espejismos...<br />
—¿Dónde está Los espejismos? —preguntó una joven humana, dejando de mordisquearse el<br />
brazo.<br />
Genial, su público era de esos a los que les gustaba interrumpir.<br />
—No es un lugar. Una reina es como decir que es la mejor en ese tipo de poder místico.<br />
Sabine podía llegar a crear quimeras que eran imposibles de distinguir de la realidad, manipular<br />
todo aquello que pudiera verse, escucharse o imaginar. Podía colarse en el interior de la mente de<br />
un ser vivo y hacer realidad sus sueños más anhelados... o sus peores pesadillas. Nadie podía<br />
compararse con ella.<br />
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—Veamos: la increíblemente guapa e inteligente Sabine acababa de cumplir doce años y<br />
adoraba a su hermana pequeña, Melanthe, de nueve, a pesar de que ésta ya apuntaba maneras de<br />
que iba a convertirse en una fresca. Sabine quería a la pequeña Lanthe con todo su corazón desde<br />
que la niña la reclamó como su «Ai-bee» por encima de su propia madre. Las dos hermanas habían<br />
nacido en el clan de las hechiceras, una raza olvidada y cada vez más escasa. No es tan<br />
emocionante como pensáis, comparadas con los vampiros o las valquirias. —Suspiró. —En fin,<br />
prestad atención...<br />
Levantó una mano para crear un espejismo, aprovechando su propia energía, la de su alrededor<br />
y la locura de los internos, y los rayos se ¿esparramaron en la noche que llenaba el manicomio.<br />
Sopló encima de la palma de su mano y una escena se proyectó en el muro que había a su<br />
espalda. Se oyeron suspiros y algún que otro lamento.<br />
—La primera vez que la joven Sabine murió fue en una noche muy parecida a ésta, en una<br />
decrépita construcción que temblaba bajo los truenos. Pero en lugar de un manicomio infestado<br />
de ratas, era una abadía, en lo más alto de los Alpes. Era invierno.<br />
La siguiente escena mostró a Sabine y a Lanthe corriendo por una mugrienta escalera llevando<br />
sólo sus camisones y unos abrigos. Corrían con la cabeza gacha, escuchando el batir de alas que<br />
venía de fuera. Lanthe gritaba en silencio.<br />
—Sabine estaba furiosa consigo misma por no haber hecho caso a su instinto y no llevarse a<br />
Melanthe lejos de sus padres, lejos <strong>del</strong> peligro que éstos atraían con su brujería prohibida. Pero<br />
Sabine había tenido miedo, pues eran sólo dos niñas, ambas nacidas inmortales y con sendos<br />
poderes, pero niñas al fin y al cabo, lo que significaba que podían morir y resultar heridas, igual<br />
que cualquier humano. Pero, ahora, lo único que Sabine podía hacer era huir. Tenía el<br />
presentimiento de que sus padres ya estaban muertos, y sospechaba que sus asesinos andaban<br />
sueltos por la abadía. Los vrekeners habían ido a por ellos...<br />
—¿Qué es un vrekener?<br />
Sabine respiró hondo y puso los ojos en blanco. «No puedes matar a tu público, no puedes<br />
matar a tu público...»<br />
—Los clásicos demonios alados vengadores —respondió al fin. —También son una especie en<br />
extinción. Pero, desde el principio de los tiempos de la Tradición, se han encargado de exterminar<br />
a las hechiceras dondequiera que las hayan encontrado, y toda la vida han perseguido a la familia<br />
de Sabine. Y por la única razón de que los padres de la muchacha eran, en verdad, unos seres<br />
diabólicos.<br />
Sacudió la mano y cambió la escena que había estado flotando en el aire, que pasó a mostrar a<br />
dos niñas entrando a tropezones en la habitación de sus padres. Los rayos brillaban tras la ventana<br />
de dicha ilusión, e iluminaron los dos cadáveres, abrazados.<br />
Estaban sin cabeza, recién decapitados.<br />
La Sabine <strong>del</strong> espejismo se dio media vuelta y vomitó, mientras que Lanthe se desmayaba tras<br />
soltar un grito ahogado.<br />
Entonces entraron en escena los vrekeners, que salieron de entre las sombras <strong>del</strong> dormitorio,<br />
guiados por su líder, que blandía una guadaña forjada de fuego negro en vez de metal.<br />
<strong>El</strong> público pudo ver pedazos de las alas fantasmagóricas de aquellos seres, y de los dos pares de<br />
cuernos que tenían en el cráneo. Eran tan altos que la pequeña Sabine tenía que levantar la<br />
cabeza para poder mirarlos a los ojos. Excepto a uno, que apenas era un muchacho, más joven<br />
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incluso que ella. <strong>El</strong> rostro de aquel vrekener se había transfigurado al mirar a Lanthe, que seguía<br />
inconsciente en el suelo; uno de los adultos tuvo que sujetarlo para que no corriese junto a la niña.<br />
Sabine tenía claro lo que aquello significaba para las dos hermanas: los vrekeners habían ido a<br />
castigarlas.<br />
—<strong>El</strong> líder trató de convencer a Sabine de que se fueran con ellos por las buenas —contó ésta a<br />
su público. —Le dijo que él mismo se encargaría de llevarlas por el buen camino. Pero ella sabía<br />
perfectamente qué les hacían los vrekeners a las niñas <strong>del</strong> clan de las hechiceras, y era un destino<br />
mucho peor que la muerte. Así que se enfrentó a ellos.<br />
Sabine creó el último espejismo y dejó que la imagen contara el final de la historia...<br />
A la pequeña Sabine empezó a temblarle todo el cuerpo al lanzar el conjuro a sus enemigos.<br />
Hizo que los soldados vrekeners creyeran estar atrapados en una cueva, a miles de metros bajo<br />
tierra, y que les era imposible volar: su peor pesadilla.<br />
Se volvió hacia el cabecilla con las manos unidas en señal de súplica y se metió en su mente.<br />
Dentro, dio rienda suelta a los más grandes temores <strong>del</strong> líder y los desplegó frente a sus ojos,<br />
obligándolo a vivir lo que más le aterraba.<br />
Las escenas que vio el vrekener hicieron que éste cayera de rodillas y, cuando soltó la guadaña<br />
para taparse los ojos, Sabine se apropió <strong>del</strong> arma y no dudó en blandiría.<br />
La sangre caliente le salpicó el rostro cuando la cabeza <strong>del</strong> demonio alado cayó al suelo. Se secó<br />
con la manga <strong>del</strong> camisón y vio que el espejismo se estaba desvaneciendo y el resto de vrekeners<br />
volvían a ser conscientes de dónde se encontraban en realidad. Lanthe acababa de despertarse y<br />
le gritaba a la joven Sabine que tuviera cuidado.<br />
Entonces el tiempo se detuvo.<br />
O eso pareció. Los sonidos se fueron apagando, y todo pareció ralentizarse; los presentes<br />
clavaron los ojos en Sabine al ver que le sangraba la yugular y caía desplomada al suelo. Uno de los<br />
soldados la había degollado desde atrás, y el mundo entero se enrojeció.<br />
—¿Abie? —llamó Lanthe a media voz, corriendo hacia ella, arrodillándose a su lado. —No, no,<br />
no, Abie, ¡no te mueras, no te mueras, no te mueras! —<strong>El</strong> aire se calentó alrededor de ellas y todo<br />
se volvió borroso.<br />
Mientras que el poder innato de Sabine consistía en los espejismos y las ilusiones, el de Lanthe<br />
se llamaba «persuasión». Podía ordenar a cualquier ser vivo que hiciera lo que a ella le viniera en<br />
gana, pero casi nunca lo hacía, pues sus órdenes siempre terminaban convirtiéndose en auténticas<br />
tragedias.<br />
Pero cuando los soldados empezaron a rodearla, los ojos de Lanthe empezaron a brillar y a<br />
echar chispas como el metal. <strong>El</strong> terrible poder que tanto miedo le daba utilizar se cernió sobre los<br />
demonios sin piedad.<br />
«No os acerquéis... desenvainad vuestros puñales y mataos... luchad los unos contra los otros<br />
hasta morir.»<br />
La habitación rebosaba magia, y la abadía se estremeció alrededor de todos ellos. Una de las<br />
vidrieras estalló en mil pedazos. Lanthe le dijo al joven vrekener que saltara... y que no abriera las<br />
alas en ningún momento. Con mirada confusa, él obedeció, sin quejarse de los cortes que se hizo<br />
con los cristales rotos y sin gritar ni una sola vez mientras se precipitaba contra el valle.<br />
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Cuando todos estuvieron muertos, Lanthe se arrodilló de nuevo junto a Abie.<br />
—¡Vive, Abie! ¡Cúrate! —gritaba, tratando de darle órdenes.<br />
Pero era demasiado tarde. <strong>El</strong> corazón de su hermana ya no latía. Tenía la mirada perdida y<br />
vacía.<br />
—¡No me dejes! —gritó la niña, sacudiéndola cada vez más fuerte...<br />
Los muebles <strong>del</strong> dormitorio de sus padres empezaron a temblar, la cama de matrimonio se<br />
zarandeó... Otras cosas se movieron... una cabeza cayó al suelo. Luego otra.<br />
Su poder era inimaginable. Y, de algún modo, Sabine sintió que se curaba. Parpadeó y abrió los<br />
ojos viva e incluso más fuerte que antes.<br />
—Las dos hermanas salieron corriendo de su hogar hacia otro mundo, y jamás miraron atrás —<br />
siguió contando a su entregado público—. Y el único recuerdo que le quedó a Sabine de aquella<br />
horrible noche fue una cicatriz alrededor <strong>del</strong> cuello, una historia que contar y el juramento de que<br />
se vengaría <strong>del</strong> joven vrekener, que, por algún milagro, había logrado sobrevivir a la caída...<br />
Absorta en sus pensamientos, Sabine apenas se dio cuenta de que el guardia se había<br />
despertado y empezaba a moverse debajo de ella. Se agachó y le rompió el cuello antes de que se<br />
olvidara de él con la historia que estaba contando.<br />
Una mujer dio palmas de alegría.<br />
—Que Dios la bendiga, señorita —dijo otra.<br />
Para aquellas personas, ella bien podía ser una enviada <strong>del</strong> destino. No un ángel vengador, ni<br />
tampoco un buen samaritano, sino sencillamente alguien enviado por el destino, al servicio tanto<br />
<strong>del</strong> bien como <strong>del</strong> mal.<br />
Al fin y al cabo, el guardia que sustituiría al ahora muerto podría ser incluso peor que el<br />
fallecido.<br />
—¿Y cuándo murió por segunda vez? —preguntó una mujer más atrevida, que llevaba la cabeza<br />
rapada.<br />
—Estaba defendiendo a Melanthe de otro ataque de unos vrekeners cuando uno capturó a<br />
Sabine y la levantó a lo más alto <strong>del</strong> cielo para soltarla luego y lanzarla sobre el suelo adoquinado.<br />
Su hermana volvió a curarla y la arrancó de nuevo de los brazos de la muerte.<br />
Igual que si hubiera sucedido el día anterior, Sabine todavía podía oír el ruido de su cráneo al<br />
romperse.<br />
—La tercera vez fue cuando los vrekeners la lanzaron al río. La pobre chica no sabía nadar, y se<br />
ahogó...<br />
—¡Quédatelos, maldita bruja! —gritó una voz desde el piso de abajo, interrumpiendo la<br />
historia. Ah, la Reina de las Lenguas Silenciosas estaba gritándole a Lanthe.<br />
A Sabine se le puso la piel de gallina al sentir que el aire se impregnaba de poder. La hechicera<br />
encarcelada estaba entregándole sus poderes a su hermana pequeña. Ahora, Lanthe podría<br />
comunicarse telepáticamente con cualquiera, en un radio de acción razonable.<br />
—No os preocupéis —les dijo Sabine a los humanos. —¿Habéis leído alguna vez una novela de<br />
policías y ladrones? Pues eso mismo es lo que está haciendo ahora mi cómplice. Sólo que está<br />
robando... —puso voz dramática— ¡vuestras almas!<br />
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En ese instante, una de las mujeres se echó a llorar, lo que llenó a Sabine de satisfacción y le<br />
recordó por qué creía que las personas eran unas mascotas poco recomendables.<br />
—¿Y quién la mató la vez siguiente? —preguntó la señora Atrevida. —¿Los vrekeners?<br />
—No, fueron unos hechiceros que querían quedarse con su poder y la envenenaron. —Esos<br />
hechiceros adoraban el veneno, pensó con amargura. Pero luego, al recordar lo sucedido, frunció<br />
el cejo preocupada. —Eso de morir continuamente afectó mucho a la joven Sabine. Era como si<br />
fuera la constante diana de flechas forjadas con fuego. Y empezó a desear otra vida como nadie lo<br />
había deseado jamás. Siempre que notaba que estaba en peligro, una furia sin igual se apoderaba<br />
de ella y sentía la necesidad de enfrentarse a lo inevitable.<br />
Al ver que varios de los presentes abrían los ojos como platos, se dio cuenta de que su estado<br />
de ensimismamiento había creado la ilusión de una falsa niebla en el techo. A menudo creaba<br />
espejismos que reflejaban sus estados anímicos, incluso estando dormida.<br />
Borró la ilusión con un gesto de la mano y otro paciente volvió a hablar.<br />
—Señorita, ¿qué... qué le pasó a la chica después de que la envenenaran?<br />
—Lo único que querían las hermanas era sobrevivir, que las dejaran en paz y amasar una<br />
fortuna en oro dedicándose a la brujería. ¿Acaso era pedir demasiado? —Los miró a los ojos, como<br />
si esa última pregunta fuera de lo más normal.<br />
»Pero los vrekeners eran incansables —continuó— y, gracias a los hechizos de las muchachas,<br />
siempre sabían dónde encontrarlas. <strong>El</strong> peor era el soldado joven. Como aún no había alcanzado la<br />
inmortalidad cuando la hechicera lo hizo saltar al abismo, su cuerpo no se había regenerado. Había<br />
quedado mutilado, lleno de cicatrices y deformado para toda la eternidad.<br />
Hacía ya tiempo que sabían que su nombre era Thronos y que era el hijo <strong>del</strong> vrekener que<br />
Sabine había decapitado años atrás.<br />
—Al no poder utilizar la magia, las hermanas se estaban muriendo de hambre. Sabine tenía<br />
dieciséis años, edad suficiente para hacer lo que haría cualquier chica en su situación.<br />
La señora Atrevida se cruzó de brazos y apuntó:<br />
—¿Prostituirse?<br />
—No. Pesca comercial.<br />
—¿En serio?<br />
—Nooo —contestó ella. —Se hizo adivina. Lo que provocó que la condenaran a muerte por<br />
bruja.<br />
Jugó con el mechón de pelo blanco que tenía en medio de su melena pelirroja, y que ocultaba a<br />
todo el mundo mediante uno de sus espejismos.<br />
—Las brujas no siempre eran condenadas a la hoguera. Eso es una falacia. Cuando un pueblo<br />
había agotado su cuota de hogueras, las mataban en secreto, enterrándolas vivas. —Suavizó la<br />
voz. —¿Os podéis imaginar lo que sintió esa muchacha al tragar tierra? ¿Lo que sintió al notar que<br />
los pulmones se le llenaban de arena?<br />
Miró a su público absorto: tenían los ojos muy abiertos y estaban tan callados que se habría<br />
oído volar una mosca.<br />
—Las brujas humanas fallecían al cabo de poco tiempo, pero ése no fue el caso de Sabine —<br />
continuó. —<strong>El</strong>la se resistió a la dama de la guadaña tanto como le fue posible, pero era consciente<br />
de que el fin se acercaba. Y entonces oyó una voz <strong>del</strong> exterior ordenándole que sobreviviera y<br />
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saliera de la tumba. De modo que la aturdida mente de Sabine obedeció, y con las manos apartó<br />
los cadáveres que había a su alrededor, buscando desesperada la salida, tratando de acercarse un<br />
centímetro más a la superficie.<br />
—Por fin, su mano apareció por entre el barro —prosiguió Lanthe por detrás de los internos, —<br />
pálida y destrozada. Por fin, Melanthe se reunía con su hermana. Y, mientras se agachaba para<br />
ayudarla, unos relámpagos cruzaron el cielo y granizó, como si la tierra estuviera furiosa por haber<br />
dejado escapar a su última presa. Desde esa horrible noche, a Sabine no le importa nada.<br />
—Eso no es verdad —suspiró ésta. —La nada le importa muchísimo.<br />
Lanthe se quedó mirándola, con los ojos de un azul resplandeciente debido al poder que<br />
acababa de adquirir.<br />
—Muy graciosa, Sabine—le dijo, mandando las palabras directamente a la mente de su<br />
hermana.<br />
Ésta dio un respingo.<br />
—Telepatía. Genial. A ver si consigues quedártela para siempre —contestó.<br />
Dios, se sentía enormemente aliviada al ver que Lanthe tenía otro poder. Tratando de<br />
mantener a Sabine con vida, su hermana estaba agotando la persuasión con la que había nacido.<br />
Al parecer, todas aquellas muertes habían hecho que la hechicera fuera cada vez más poderosa,<br />
mientras que Lanthe se había ido debilitando, tanto en intensidad como en capacidad de<br />
recuperación.<br />
—La Reina de las Lenguas Silenciosas también tenía el don de comunicarse con los animales—le<br />
dijo Melanthe asimismo con la mente. —¡Adivina qué te voy a regalar para tu cumpleaños!<br />
—Oh, mierda. —Ese era uno de los poderes menos apreciados por las hechiceras. Los animales<br />
tenían la pega de que raras veces estaban lo bastante cerca como para poder ayudar cuando se los<br />
necesitaba. —Espero que una plaga de langostas esté por el barrio cuando nos hagan falta.<br />
»Ya hemos terminado —dijo Sabine a su público.<br />
—Espera, ¿qué pasó después de lo <strong>del</strong> entierro? —preguntó un hombre de pelo largo.<br />
—Las cosas se pusieron mucho peor —respondió ella quitándole importancia.<br />
—¿Qué puede ser mucho peor que morir? —gritó una mujer que no había parado de llorar.<br />
—Conocieron a Omort el Que no Muere —explicó la hechicera con brusquedad. —Omort era<br />
un brujo incapaz de sentir el beso de la muerte, así que le hizo mucha gracia aquella muchacha<br />
que parecía ser una experta en el tema.<br />
—Se estará preguntando dónde nos hemos metido —le dijo Lanthe mirándola a los ojos.<br />
—Sabe de sobra que no tenemos más remedio que regresar a su lado. —Omort tenía métodos<br />
suficientes para asegurarse de que no las perdía de vista. Sabine se rió con amargura. ¿De verdad<br />
había creído alguna vez que con él iban a estar a salvo?<br />
En aquel preciso instante, oyó el sonido de unas alas procedente <strong>del</strong> exterior.<br />
—Ya están aquí. —Lanthe clavó los ojos en la ventana que había en lo alto de la pared. —<br />
Tenemos que salir corriendo, atravesar los túneles que hay bajo la ciudad y buscar el portal.<br />
—No me apetece correr. —<strong>El</strong> edificio se tambaleó, o eso pareció, debido al mal humor de<br />
Sabine.<br />
—¿Y cuándo te apetece? No nos queda más remedio.<br />
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A pesar de que ambas hermanas eran casi tan rápidas como los duendes y sabían pelear sucio,<br />
los vrekeners eran demasiados como para poder detenerlos. Y ninguna de ellas poseía la magia<br />
necesaria para la batalla.<br />
Lanthe recorrió la sala con la mirada, buscando una vía de escape.<br />
—Nos atraparán aunque consigas hacernos invisibles —le dijo a Sabine.<br />
Con un giro de muñeca, ésta creó un espejismo y, de repente, ella y Lanthe tenían el mismo<br />
aspecto que el resto de internos.<br />
—Podemos hacer que los humanos salgan en tropel y, ocultas entre ellos, nos adentramos en la<br />
noche.<br />
Lanthe negó con la cabeza.<br />
—Los vrekeners nos olerán.<br />
Su hermana enarcó las cejas.<br />
—Melanthe, ¿acaso no te has dado cuenta de cómo apestan estos humanos?<br />
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<strong>El</strong> <strong>Beso</strong> <strong>del</strong> <strong>Rey</strong> <strong>Demonio</strong><br />
6° de la <strong>Serie</strong> <strong>Immortals</strong> <strong>After</strong> <strong>Dark</strong><br />
CAPÍTULLO 01<br />
Época actual<br />
Club de striptease lengua y Ranura<br />
Sur de Louisiana<br />
—¿Un baile privado, para este demonio tan sexy?<br />
Con una seca y decidida negación de cabeza, Rydstrom Woede rechazó a la hembra medio<br />
desnuda.<br />
—A un tipo como tú, yo le ofrecería mucho más que un baile —le dijo otra. —Y gratis. —Se<br />
levantó un pecho y, con la lengua, se lamió el pezón.<br />
<strong>El</strong> gesto hizo que Rydstrom enarcara una ceja, pero respondió:<br />
—No estoy interesado.<br />
Estaba siendo una de las noches más patéticas de toda su vida, allí, en medio de un club cutre<br />
de la Tradición, rodeado por strippers. Estaba en aquel lugar ridículo, sintiéndose como el peor de<br />
los hipócritas. Si el inútil de su hermano se enterase de dónde estaba, tendría que soportar sus<br />
comentarios durante toda la vida.<br />
Pero el contacto de Rydstrom había insistido en que se encontraran allí.<br />
Cuando una ninfa se deslizó tras él para darle un masaje en los hombros, Rydstrom la cogió por<br />
las manos para darle la vuelta y poder mirarla a la cara.<br />
—He dicho que no —recalcó.<br />
Aquellas hembras lo dejaban indiferente. Lo que era raro, pues estaba desesperado por<br />
acostarse con una. Seguro que a esas alturas tenía los ojos completamente negros, pues la ninfa se<br />
apartó en cuestión de segundos. «¿Voy a perder los nervios por una ninfa?» Enfadarse porque una<br />
fémina de esa especie lo hubiera tocado era igual que reñir a un perro por mover la cola al ver un<br />
hueso.<br />
Últimamente, le bastaba con una tontería para perder los estribos. <strong>El</strong> rey destronado, conocido<br />
por todos por su fría racionalidad, por su paciencia infinita con los demás, se sentía como una<br />
bomba a punto de estallar.<br />
Tenía el inexplicable presentimiento de que pronto iba a suceder algo muy, muy importante...<br />
algo trascendental.<br />
Pero dado que ese presentimiento no se basaba en nada lógico ni razonable, la frustración que<br />
sentía amenazaba con ahogarle. No comía, y no podía dormir ni una noche entera.<br />
Durante las dos últimas semanas, se había estado despertando varias veces mientras dormía,<br />
excitado, masturbándose sin ser consciente de ello, buscando desesperado a la única hembra<br />
capaz de acabar con toda aquella frustración. «Dios, necesito una mujer.»<br />
Pero no tenía tiempo para conquistar a una que valiera la pena. Un conflicto de intereses más<br />
que añadir a la lista.<br />
«Las necesidades <strong>del</strong> reino siempre se anteponen a las <strong>del</strong> rey.»<br />
En la batalla que había iniciado para recuperar la corona que le había arrebatado Omort el Que<br />
no Muere, un hechicero al que no había modo de matar, había demasiadas cosas en juego.<br />
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<strong>El</strong> <strong>Beso</strong> <strong>del</strong> <strong>Rey</strong> <strong>Demonio</strong><br />
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Rydstrom ya se había enfrentado una vez a él y, por desgracia, sabía que era indestructible.<br />
Aunque consiguió decapitarlo, fue Rydstrom quien a duras penas salió con vida de aquella<br />
confrontación, novecientos años atrás.<br />
Ahora, el monarca destronado estaba buscando el modo de dar muerte a Omort para siempre.<br />
Con la ayuda de su hermano Cadeon y los mercenarios que trabajaban para éste, Rydstrom había<br />
conseguido avanzar en su investigación. <strong>El</strong> emisario con el que iba a reunirse esa noche, un<br />
demonio de dos metros y medio llamado Pogerth, iba a proporcionarle otra pista.<br />
Venía de parte de un hechicero llamado Groot el Herrero, el medio hermano de Omort, que<br />
tenía casi tantas ganas de ver a éste muerto como Rydstrom. Groot no era mejor elemento que<br />
Omort, pero ya se sabe: «Los enemigos de mis enemigos son...».<br />
En ese preciso instante, una diablesa envuelta en piel negra y con maquillaje barato en los<br />
cuernos repasó a Rydstrom con la mirada, y él se dio la vuelta.<br />
Sentía curiosidad por las chicas malas, siempre había sido así, pero no eran su tipo... por mucho<br />
que Cade se lo echara en cara cada vez que se peleaban.<br />
Rydstrom quería encontrar a su reina, a la mujer destinada a estar con él, una diablesa virtuosa<br />
que siempre estaría a su lado y lo satisfaría en la cama.<br />
Se suponía que, para un demonio, hacer el amor con la mujer elegida por el destino para él era<br />
algo espectacular, mucho más que cualquier lío de una noche. Después de quince siglos<br />
esperando, Rydstrom estaba bastante seguro de que ya le iba tocando el turno de comprobarlo.<br />
Respiró hondo. Al parecer todavía no. «Hay demasiadas cosas en juego.» Rydstrom sabía que, si<br />
esa vez no derrotaba a su enemigo, perdería el reino y la corona para siempre.<br />
«Perderé mi hogar.» Cerró los puños con fuerza hasta notar que las cortas garras negras se<br />
clavaban en las palmas de las manos. Omort y sus esbirros habían destrozado el castillo de Tornin.<br />
<strong>El</strong> brujo se había proclamado rey y había ofrecido asilo a todos los enemigos de Rydstrom. <strong>El</strong><br />
castillo estaba ahora custodiado por zombis, muertos vivientes que habían regresado <strong>del</strong><br />
inframundo y a los que sólo se podía dar muerte matando a su creador.<br />
Por doquier se oían historias sobre las orgías, los sacrificios y los incestos que acontecían detrás<br />
de los antes sagrados muros de Tornin. Rydstrom prefería morir antes que entregar para siempre<br />
su ancestral hogar a esas criaturas tan depravadas y repugnantes, la peor raza de toda la creación.<br />
«Que Dios ayude a quien esta noche se cruce en mi camino. Soy una bomba de relojería...»<br />
Por fin llegó Pogerth, teletransportándose dentro <strong>del</strong> bar. La piel <strong>del</strong> demonio de pus parecía<br />
cera líquida y olía a podrido. La malla que llevaba debajo de la ropa le sobresalía por los puños y el<br />
cuello de la camisa. Llevaba botas de agua y, tal como dictaban las normas de educación, las iba<br />
vaciando fuera a intervalos regulares.<br />
Al sentarse frente a Rydstrom, hizo un sonido peculiar.<br />
—Mi amo y señor busca un tesoro tan raro que casi parece sacado de una fábula —empezó sin<br />
preámbulos. —A cambio, está dispuesto a entregar algo igual de fantástico. —Cambiando a la<br />
lengua demoníaca, le preguntó: —¿Qué estaría dispuesto a hacer a cambio de una arma capaz de<br />
matar al que no muere?<br />
Castillo de Tornin<br />
Reino de Rothkalina<br />
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Una cabeza cayó rodando por los escalones de <strong>del</strong>ante <strong>del</strong> trono de Omort, y Sabine se limitó a<br />
esquivarla y seguir subiendo.<br />
La cabeza en cuestión pertenecía a la oráculo trescientos cincuenta y seis, que era el número<br />
exacto de adivinas que habían trabajado en Tornin desde que Sabine se había instalado allí.<br />
<strong>El</strong> olor a sangre llenó el ambiente mientras los zombis devoraban frenéticos el cuerpo que<br />
correspondía a esa cabeza.<br />
Mientras, Omort, el medio hermano de Sabine y rey de Rothkalina, se limpiaba la sangre de las<br />
manos, lo que indicaba que había sido él quien le había arrancado la cabeza a la oráculo en un<br />
ataque de rabia, probablemente furioso por algo que ésta le había dicho.<br />
Permanecía de pie, orgulloso, en medio <strong>del</strong> dorado salón <strong>del</strong> trono. Llevaba media armadura en<br />
el hombro izquierdo y una capa espectacular en el derecho. Un puñal le colgaba de la cadera.<br />
Sobre su pálida melena brillaba una corona muy trabajada, que hacía también las funciones de<br />
casco.<br />
Se veía elegante y sofisticado, y totalmente incapaz de arrancarle la cabeza a una mujer sólo<br />
con las manos.<br />
Omort se había apropiado de muchos poderes: piroquinesis, levitación, capacidad de<br />
teletransportarse... Se los había arrebatado a sus medio hermanos antes de matarlos. Pero todavía<br />
era incapaz de ver el futuro. Y eso lo ponía furioso.<br />
—¿Tienes algo que decir, Sabine? No me dirás que te estás ablandando...<br />
<strong>El</strong>la era la única que se atrevía a plantarle cara, así que todas las criaturas de palacio se<br />
quedaron en silencio. Las estancias estaban a rebosar de las muchas facciones que constituían el<br />
Pravus, el nuevo ejército de Omort.<br />
Entre sus filas se encontraban centauros, invidia —unas féminas que eran la personificación de<br />
la discordia, —ogros, fantasmas malvados, vampiros caídos, demonios <strong>del</strong> fuego con las palmas<br />
humeantes... y más seres de los que se podían nombrar.<br />
Y casi todos querrían verla muerta.<br />
—Con los tiempos que corren, es muy difícil encontrar a alguien de fiar —suspiró Sabine, a<br />
quien le costaba mucho sentir pena por alguien. Al fin y al cabo, ella misma se había despertado<br />
más de una vez empapada en su propia sangre. —Pero es una lástima, hermanito, porque sin ella<br />
volvemos a estar a ciegas.<br />
—No te preocupes, encontraré a otra adivina en seguida.<br />
—Te deseo la mejor de las suertes. —Las adivinas no crecían en los árboles, y ya se les estaban<br />
agotando las posibilidades de encontrar a una que quisiera trabajar para ellos. —¿Y por esto me<br />
has mandado llamar? —preguntó aburrida señalando el cuerpo decapitado.<br />
Sabine esquivó con la mirada el pozo de las almas y se dedicó a estudiar otros detalles de la<br />
estancia. Su hermano la había modificado drásticamente después de arrebatársela al poderoso<br />
Rydstrom. Había sustituido el austero trono <strong>del</strong> demonio por uno de oro, que ahora estaba<br />
salpicado por la sangre de la yugular de la oráculo.<br />
«Lo ha hecho aquí...»<br />
En las paredes, Omort había mandado colgar las banderas con sus colores y tapices<br />
representando a su animal talismán: el ouroboros, una serpiente que se traga su propia cola, y que<br />
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representaba su falta de muerte. Todo lo que antes había sido sobrio era ahora barroco. Y, a pesar<br />
de todo, aquel lugar seguía sin encajar con el sofisticado Omort.<br />
Según la leyenda, el premedieval castillo de Tornin había sido creado por una mano divina para<br />
proteger el pozo, con seis robustas torres rodeándolo. A pesar de que las piedras daban un aire<br />
rudo a la fortaleza, ésta tenía un aspecto armónico. Tornin era perfectamente imperfecto.<br />
Lo mismo que su antiguo monarca, según se decía.<br />
Omort se echó la capa hacia atrás antes de sentarse.<br />
—Te he mandado llamar hace media hora.<br />
—Bueno, lo acabo de recordar. —<strong>El</strong>la y Lanthe estaban mirando un DVD en la soleada<br />
habitación de su hermana. Se pasaban por lo menos siete horas al día viendo películas. Al parecer,<br />
la televisión de pago iba a tardar mucho en llegar a la zona.<br />
Al pasar junto al centauro virre, le miró la entrepierna y le preguntó:<br />
—¿Qué tal lo llevas? —Hacia la izquierda, según veo. Tu izquierda y mi derecha.<br />
A pesar de que la furia <strong>del</strong> centauro era palpable, éste jamás se atrevería a desafiarla. Allí<br />
Sabine tenía mucho poder.<br />
<strong>El</strong>la le guiñó un ojo para recordárselo, y siguió hacia Omort.<br />
—Habría llegado antes, pero tenía que ocuparme de algo muy importante.<br />
—¿De verdad?<br />
—No. —Y eso era lo único que Sabine iba a decir sobre el asunto.<br />
Omort se quedó mirándola fascinado, los iris amarillentos de sus ojos destellando. Pero cuando<br />
ella se quitó la capa, el rey pareció despertar de su hechizo y repasó su atuendo con<br />
desaprobación: un pequeño top de tela de oro, una diminuta minifalda, guantes con garras en los<br />
dedos, y botas altas.<br />
Después de recorrerle el cuerpo con la mirada, Omort se dedicó al rostro de su hermanastra. Se<br />
había pintado unas alas en los ojos, desde los párpados hasta el nacimiento <strong>del</strong> pelo.<br />
En el pasado, el rey había intentado imponer una ley que obligara a todas las hembras a<br />
cubrirse el rostro con la tradicional máscara de seda de las hechiceras en vez de pintársela, y a ir<br />
tapadas de los pies a la cabeza.<br />
<strong>El</strong> atuendo de Sabine dejaba bien claro lo que ésta pensaba de la propuesta.<br />
—La verdad, Omort, es que sólo he venido a tomar mi «medicina».<br />
—Te la daré más tarde —respondió él sacudiendo negligentemente la mano.<br />
Qué fácil le resultaba quitarle importancia al asunto. Cómo se notaba que no era Omort quien<br />
la necesitaba para escapar de una muerte horrible.<br />
—Ahora mismo, tenemos algo más importante que discutir...<br />
Hettiah, otra media hermana <strong>del</strong> rey y eterna némesis de Sabine, llegó en ese momento, y<br />
subió los escalones hacia el trono de dos en dos y se colocó junto a Omort, lugar que le pertenecía,<br />
pues era su concubina además de pariente. Seguro que había ido corriendo hasta allí frenética, al<br />
enterarse de que la hechicera estaba en la corte, para asegurarse de que ésta no se lo robaba.<br />
Hettiah estaba muy confusa respecto a dos cosas: una, Omort se iría con Sabine si ella se lo<br />
pidiera. Dos, Sabine jamás se lo pediría.<br />
<strong>El</strong> brujo ignoró a Hettiah por completo y no apartó la vista de la hechicera ni un segundo.<br />
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—¿Qué es tan importante? —preguntó Sabine.<br />
—Mis espías llevan mucho tiempo vigilando las actividades de Groot el Herrero, así como las de<br />
sus más cercanos seguidores.<br />
Groot se había pasado la vida escondiéndose de Omort, y era uno de los dos medio hermanos<br />
<strong>del</strong> brujo que habían logrado sobrevivir fuera de Tornin.<br />
—Me he enterado de que ha mandado a un emisario para reunirse con el mismísimo Rydstrom<br />
Woede.<br />
¡Por fin algo interesante!<br />
—Rydstrom y Groot, nuestros enemigos más poderosos, aliándose. Ésas son malas noticias.<br />
—Tenemos que hacer algo. Uno de mis espías oyó cómo el emisario le prometía al demonio<br />
una espada forjada para matarme.<br />
La corte entera se quedó en silencio, incluida Sabine.<br />
Omort suspiró cansado.<br />
—Eso no es posible. No puede hacerse. —Se diría que parecía decepcionado. —¿Sabes cuantas<br />
bombas, hechizos, lanzas, dagas y venenos se suponía que podían matarme?<br />
La verdad era que Sabine había visto al brujo con una daga clavada en el corazón, sin cabeza,<br />
convertido en ceniza..., y siempre había resurgido como el ave fénix, más fuerte que antes. Su<br />
nombre mismo lo decía, el Que no Muere.<br />
—Pero Rydstrom debe de creer que sí funcionará —prosiguió. —<strong>El</strong> demonio, que es famoso por<br />
su temple y por su fría cabeza, abandonó el punto de encuentro a toda prisa y llamó a su hermano<br />
Cadeon tan pronto como entró en el coche, antes de salir zumbando hacia Nueva Orleans.<br />
—Debe de haber ido a reunirse con su hermano —dijo Sabine.<br />
Cadeon, el Hacedor de <strong>Rey</strong>es, era un mercenario sin escrúpulos, <strong>del</strong> que se rumoreaba que<br />
podía sentar a cualquier rey en su trono... excepto a su hermano. Ambos habían estado<br />
trabajando juntos durante siglos para recuperar Tornin.<br />
<strong>El</strong> actual hogar de Sabine. «Olvidadlo, demonios. No pienso volver a mudarme.»<br />
Hettiah carraspeó.<br />
—Mi señor, si la espada no puede mataros, ¿por qué os preocupáis?<br />
—Porque que alguien lo crea así es igual de peligroso —respondió Sabine con impaciencia. —<br />
Podrían considerar la espada como referencia, utilizarla como propaganda.<br />
Una pequeña revuelta había estallado ya en el campo, donde los demonios exigían que<br />
regresara su rey destronado.<br />
Seguían reclamándolo... después de nueve siglos.<br />
Sabine a menudo se preguntaba qué habría hecho Rydstrom para ganarse tal lealtad.<br />
—Es obvio que no puedo permitir que los hermanos se encuentren —prosiguió la hechicera. —<br />
Interceptaré a Rydstrom antes de que llegue a la ciudad.<br />
—¿Y después? —preguntó Omort sin inmutarse. —¿Qué harás con él?<br />
—Después mataré dos pájaros de un tiro —respondió ella. —La profecía ha empezado.<br />
Justo a tiempo para la Ascensión.<br />
Cada quinientos años tenía lugar una gran guerra entre inmortales, y estaba a punto de estallar<br />
la siguiente.<br />
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Sabine recorrió con la vista el pozo misterioso que había en el centro de la sala, repleto de<br />
restos de sacrificios, de partes ensangrentadas e irreconocibles procedentes de cuerpos de<br />
distintos seres. <strong>El</strong> futuro de la hechicera dependía de que pudiese desencadenar aquel poder. Y el<br />
demonio era la llave.<br />
Se dio la vuelta hacia Omort y vio que éste la miraba con el cejo fruncido, como si pensara que<br />
se echaría atrás y no se atrevería a acostarse con el demonio. Pero, de hecho, Sabine estaba<br />
impaciente por hacerlo y saborear por fin todo el poder que estaba a su alcance.<br />
Al fin quería algo, deseaba algo.<br />
—¿Y si el demonio se te resiste? —preguntó Hettiah.<br />
—¿Me has echado un vistazo últimamente? —la provocó Sabine, girando sobre sus talones,<br />
gesto que provocó que Omort se inclinara hacia a<strong>del</strong>ante y que Hettiah la fulminara con la mirada.<br />
Esta no era una pobre desvalida. Su poder consistía en neutralizar los poderes de los demás.<br />
Podía borrar un espejismo con la misma facilidad con que Sabine podía crearlo. Lanthe la apodaba<br />
la Corta Rollos y Tía Aburrida.<br />
—No subestimes al demonio —dijo Omort al fin. —Es uno de los seres con mayor fuerza de<br />
voluntad que he conocido nunca. No olvides que se enfrentó a mí y sigue con vida.<br />
Sabine suspiró, haciendo un esfuerzo por mantener a raya su proverbial mal humor.<br />
—Sí, pero yo tengo unas cualidades «únicas», que garantizan que puedo seducir al demonio sin<br />
ningún problema.<br />
—También tienes una pega —bufó Hettiah. —Eres el bicho raro de la Tradición.<br />
Era cierto que era única: una virgen seductora. Sabine se rió al oír el comentario de Hettiah,<br />
pero al mirar a su hermano se puso seria de golpe.<br />
—Omort, dile a tu muñequita que se calle, o le haré un bozal con sus intestinos. —Restregó las<br />
garras de uno de los guantes con los de la otra mano y el sonido resonó por toda la sala.<br />
Hettiah irguió la barbilla, pero palideció. La verdad era que Sabine le había sacado más de una<br />
víscera. Varias veces. Las guardaba dentro de tarros, en la mesilla de noche.<br />
Pero ahora la hechicera trataba de contenerse lo máximo posible, porque siempre que se<br />
peleaba con Hettiah, Omort parecía excitarse sobremanera.<br />
—Además, si el demonio consigue resistirse a esto —se pasó las manos por el cuerpo, —tengo<br />
un plan en la recámara. —<strong>El</strong>la siempre tenía un plan B.<br />
—Lo necesitarás —se burló Hettiah.<br />
Sabine le mandó un beso, el peor insulto que había entre las hechiceras, que guardaban<br />
venenos en los anillos para echarlos en las bebidas... o soplarlos a los ojos de sus enemigos.<br />
—Captúralo esta noche, y luego... ponte a ello —concluyó Omort con asco.<br />
Rydstrom no sólo era un demonio, seres a los que los hechiceros consideraban apenas un<br />
peldaño por encima de los animales, sino que, además, el rey caído era el enemigo mortal <strong>del</strong><br />
brujo.<br />
Y por fin había llegado el momento de que Sabine entregara su virginidad, al menos<br />
físicamente, y rindiese su cuerpo a una criatura. No era de extrañar que Omort se hubiera puesto<br />
furioso con la oráculo. Parte de él deseaba el poder que su hermanastra iba a adquirir. Y otra parte<br />
la deseaba como hembra; por eso le gustaban las que se parecían a ella, como la pelirroja Hettiah.<br />
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Omort se puso en pie y descendió los escalones hasta quedar frente a Sabine. Ignorando las<br />
quejas de Hettiah y la advertencia en la mirada de la propia hechicera, levantó la mano despacio<br />
para tocarle la cara.<br />
Tenía las uñas largas, sucias, fuertes y manchadas de sangre.<br />
—Cuidado, hermano, ya sabes que no me gusta que ningún hombre me toque —dijo ella<br />
cuando él le sujetó la barbilla.<br />
Cuando Sabine estaba enfadada, como sucedía en aquel momento, lo que tenía alrededor<br />
empezaba a explotar y a sacudirse como si hubiera un terremoto, y los vientos soplaban igual que<br />
en una tempestad. Al ver que todos sus súbditos salían despavoridos, Omort la soltó de mala gana.<br />
—Tengo las coordenadas de la ruta que seguirá Rydstrom —dijo a continuación. —Lanthe<br />
puede abrir un portal que vaya desde las mazmorras hasta el sitio exacto, y tú puedes detenerle<br />
allí. Será la trampa perfecta. A no ser que Lanthe ya haya perdido ese poder.<br />
Esta todavía podía abrir portales, sin embargo esa facultad se le iba debilitando con cada uno<br />
de los intentos, así que sólo podía hacerlo más o menos cada seis días. Sabine confiaba en que no<br />
lo hubiera hecho últimamente.<br />
—¿Por qué no le dices a Lanthe que venga y se lo pides tú mismo? —propuso, consiguiendo<br />
que Omort hiciera una mueca.<br />
Por algún motivo, éste siempre se había resistido a estar cerca de la joven y había decretado<br />
que las dos hermanas jamás estuvieran juntas ante su presencia.<br />
—¿Y exactamente cuánto tiempo tengo para preparar mi gran actuación? —preguntó luego<br />
Sabine.<br />
—Tienes que interceptarlo en las próximas dos horas.<br />
—Pues entonces me voy ya. —La falta de tiempo para poder organizarse la ponía furiosa. A ella<br />
le encantaba hacer previsiones, planes alternativos, prepararse para contingencias. Era mucho<br />
más divertida la preparación misma que el acto en sí. Le encantaba esbozar las posibles<br />
contingencias durante meses, pero ahora sólo tenía un par de horas.<br />
Antes de que se fuera, Omort se inclinó hacia ella y le murmuró al oído:<br />
—Si hubiera un modo de evitar que tuvieras que acostarte con ese animal, lo habría<br />
encontrado. —Lo sé, hermano.<br />
En eso sí le creía. Omort jamás la entregaría a otro por voluntad propia, porque desde la<br />
primera vez que la vio la quería para él. Una vez, le había dicho que había algo en sus ojos que no<br />
había visto antes: el oscuro conocimiento de saber lo que se siente al morir. Algo que él no sabría<br />
jamás.<br />
Posó en su hombro desnudo una mano helada, y Sabine tuvo la sensación de oírlo gemir con el<br />
contacto.<br />
—No me toques, Omort. —Soltó cada palabra, lanzando las sílabas como si fueran serpientes<br />
envenenadas, y él apartó la mano.<br />
A veces, tenía que recordarle que era igual que aquellos reptiles a los que adoraba.<br />
Sabine se volvió y le dio directamente la espalda, en vez de retroceder los tres pasos que la<br />
llevarían a la salida. Pasó junto al pozo y se atrevió a echarle un vistazo.<br />
«Pronto...»<br />
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—Confío en que no me fallarás —dijo Omort. —Rydstrom no tiene que reunirse con su<br />
hermano.<br />
—Considéralo hecho —contestó ella con convicción. ¿Tan difícil podía ser capturar a un<br />
demonio?<br />
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CAPÍTULLO 02<br />
«Un tesoro tan raro que casi parece sacado de una fábula...»<br />
Rydstrom pisó el acelerador de su McLaren y atravesó el camino desierto, los faros <strong>del</strong> coche<br />
cortando la niebla de los pantanos. La locura que hervía en su interior, aquella inexplicable<br />
tensión, había alcanzado niveles insoportables.<br />
Omort podía morir.<br />
Ciento sesenta kilómetros por hora. Ciento ochenta...<br />
Una espada forjada por Groot el Herrero.<br />
Rydstrom había esperado tanto tiempo que llegara ese momento que le costaba creer que por<br />
fin lo hubiera alcanzado. Aunque no confiaba en el demonio Pogerth, Rydstrom sí confiaba en su<br />
aliada, la valquiria Nïx, la adivina que había organizado el encuentro.<br />
Nïx le había dicho a Rydstrom que ésa sería la última oportunidad que tendría de matar a<br />
Omort. Una de dos: o lo conseguiría o sucumbiría a él para siempre.<br />
Y por fin los dioses le decían que era posible vencerlo, aunque el precio que exigía Groot a<br />
cambio de la espada era algo imposible de conseguir. O eso parecía.<br />
Doscientos veinticinco kilómetros por hora.<br />
A pesar de que ya hacía varios minutos que Rydstrom había colgado el teléfono, después de<br />
hablar con su hermano, seguía apretando la mandíbula. Cadeon, el ser en quien menos se podía<br />
confiar de todo el universo, le había informado de que ya estaba en posesión <strong>del</strong> objeto que Groot<br />
había exigido a cambio de la espada.<br />
Cade había accedido de mala gana a reunirse con Rydstrom en el lugar de siempre, al norte de<br />
Nueva Orleans, con la cosa en cuestión, pero a éste todavía le faltaba una media hora de camino;<br />
tiempo de sobra como para que su hermano se echase atrás..., si es que no lo había hecho ya.<br />
Con ese pensamiento, Rydstrom pisó el acelerador y se puso a doscientos sesenta por hora.<br />
«No voy lo bastante rápido.» Daría su mano derecha a cambio de poder teletransportarse de<br />
nuevo. Omort había bloqueado la capacidad de rastreo, o teletransportación, de Rydstrom y<br />
Cadeon. <strong>El</strong> rey demonio jamás se había sentido tan frustrado como en esos momentos. «Hay<br />
mucho en juego.»<br />
Sí, Cadeon había encontrado el objeto, pero no le hacía ninguna gracia entregárselo a él.<br />
«Huirá.» Rydstrom tenía que llegar antes de que eso pudiera pasar. Estuvo mucho rato<br />
pensando en su hermano, convencido de que Cadeon volvería a decepcionarle. Doscientos setenta<br />
y cinco...<br />
Rydstrom estaba dispuesto a morir por su pueblo. ¿Por qué Cade no?<br />
Unos ojos lo miraron por encima de los faros <strong>del</strong> coche. No pertenecían a un animal. Una<br />
mujer.<br />
Pisó el freno de golpe, dio un volantazo y perdió el control <strong>del</strong> vehículo.<br />
Los neumáticos chirriaron en mitad de la noche y el deportivo empezó a dar vueltas de<br />
campana a toda velocidad. Pero, de algún modo, Rydstrom consiguió enderezarlo.<br />
—¡Va a frenarlo! —exclamó Lanthe impresionada.<br />
Sabine levantó las manos y farfulló:<br />
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—No lo creo.<br />
Justo cuando parecía que el demonio volvía a tener el control <strong>del</strong> coche, Sabine creó un<br />
espejismo en la carretera para ocultar el contrafuerte <strong>del</strong> puente e impedir que él pudiera verlo.<br />
Rydstrom se dirigió hacia allí a toda velocidad.<br />
Sonó una explosión, se oyó el ruido <strong>del</strong> metal al estrellarse, se rompieron los cristales.<br />
Columnas de humo salieron <strong>del</strong> capó y las juntas crujieron. <strong>El</strong> precioso y brillante coche negro<br />
quedó completamente destrozado.<br />
—¿Era necesario que fuera un accidente tan bestia? —preguntó Lanthe, soplando hacia arriba<br />
para apartarse un mechón de pelo de la cara. —No creo que ahora esté de humor para una cita<br />
romántica.<br />
—Eras tú quien estaba gritándome que lo detuviera.<br />
Hacía un rato, cuando Sabine oyó el suave ronroneo <strong>del</strong> coche al acercarse, hizo invisible a su<br />
hermana y creó un espejismo con un coche averiado en la carretera, con el capó levantado.<br />
Una dama en apuros incapaz de arreglar su propio coche. Un tópico ridículo pero necesario.<br />
Al ver que Rydstrom no se detenía, levantó los brazos, pero él siguió a<strong>del</strong>ante. Negándose a<br />
que la ignorara, Sabine se mostró con su verdadero aspecto y se colocó justo <strong>del</strong>ante <strong>del</strong> coche. Y<br />
Rydstrom dio un volantazo para no atropellada.<br />
—Además, es un demonio —prosiguió. —Los demonios son muy resistentes... y sensuales.<br />
Se abrió la puerta <strong>del</strong> coche y entonces Sabine señaló:<br />
—¿Lo ves? ¿Qué te decía?<br />
Pero Rydstrom no salió <strong>del</strong> vehículo.<br />
—¿Por qué tarda tanto? —preguntó Lanthe con telepatía, mordiéndose las uñas mientras<br />
hablaba de ese modo silencioso. —¿Y si hemos atraído a los vrekeners?—A pesar de que habían<br />
pasado tantos años, esos monstruos seguían persiguiendo a las hermanas.<br />
—Todavía tenemos tiempo —respondió su hermana por el mismo medio, aunque estaba<br />
impaciente por ver al hombre al que iba a entregarse, uno de los líderes más respetados de la<br />
Tradición.<br />
Sabine había leído todo lo que se había escrito sobre Rydstrom y estaba al tanto de todos los<br />
detalles de su historia. Tenía mil quinientos años, cinco hermanos, de los que quedaban vivos un<br />
macho y dos hembras, y había sido guerrero mucho antes de heredar inesperadamente la corona<br />
de Rothkalina.<br />
También sabía el aspecto que tenía: era alto y fuerte, con el rostro lleno de cicatrices causadas<br />
por la guerra, y unos intensos ojos verdes que se volvían negros cuando el demonio sentía furia...<br />
o deseo. Al ser un demonio de la ira, tenía los cuernos pegados a la cabeza en vez de levantados<br />
hacia arriba. Uno se le había roto antes de convertirse en inmortal.<br />
«Mmm. Cuernos.» Y, si su plan salía según lo previsto, en cuestión de horas su cuerpo lo<br />
acogería en su interior.<br />
Si no, siempre podía recurrir al veneno que guardaba en su anillo. Debajo <strong>del</strong> rubí ocultaba un<br />
somnífero que Hang, la hacedora de venenos y pociones <strong>del</strong> castillo, le había preparado en el<br />
sótano. Los demonios eran muy susceptibles a ambos mejunjes.<br />
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A Sabine no le hacía ninguna gracia tener que drogar a Rydstrom, pero lo haría de ser<br />
necesario; haría cualquier cosa para llevárselo a la mazmorra que tenía preparada para él...*, una<br />
de la que no podría escapar a pesar de toda su fuerza demoníaca.<br />
La celda estaba a pocos metros de donde se encontraban.<br />
Lanthe había abierto un portal justo encima y las había hecho aparecer en la carretera. Para<br />
ocultarlo, Sabine había creado el mayor y más complicado espejismo de toda su vida, y había<br />
conseguido que la mazmorra pareciera formar parte <strong>del</strong> camino por el que circulaba el coche de<br />
Rydstrom.<br />
Después de lo que pareció toda una eternidad, el demonio salió de entre el amasijo de hierros.<br />
Sabine se dio cuenta de que, sin ser consciente de ello, hasta entonces había estado conteniendo<br />
la respiración.<br />
Allí estaba.<br />
En verdad era alto, debía de medir dos metros, y sus hombros eran anchísimos. Tenía el pelo<br />
negro como la noche. Los cuernos le nacían en lo alto de la frente y se pegaban a ambos lados de<br />
su cabeza, y, al ser <strong>del</strong> color de las conchas, pasaban casi desapercibidos. Y sí, uno tenía la punta<br />
rota.<br />
Rydstrom se tambaleó al dar los primeros pasos, pero no parecía estar malherido. No se veía<br />
sangre por ningún lado.<br />
Sabine arqueó una ceja y Lanthe le dijo con telepatía:<br />
—Tu demonio... da miedo.<br />
Iba a corregirla y a decirle: «No es mi demonio», pero la verdad era que durante un tiempo sí lo<br />
sería.<br />
—Sí, lo da.<br />
A juzgar por su aspecto, Sabine habría dicho que se trataba de un asesino a sueldo o de algún<br />
otro tipo de criminal. Cosa rara, pues se suponía que Rydstrom era la razón personificada, un líder<br />
sabio al que le gustaba resolver los conflictos dialogando y descubrir la solución de los misterios<br />
más complejos.<br />
En la Tradición, se decía que de su boca jamás había salido una mentira. Lo que debía de ser<br />
una mentira en sí misma.<br />
—¿Vas a tratar de seducirlo o lo meterás en la celda sin más?<br />
—Voy a tratar de seducirlo. Si se da cuenta de que lo estamos capturando, podría ponerse en<br />
plan demoníaco. —Se alisó el vestido azul claro con las manos.<br />
—Estás muy bien —dijo Lanthe. —Pareces muy dulce. Tos tonos pastel siempre ponen a los<br />
machos a cien.<br />
—Esos comentarios son <strong>del</strong> todo innecesarios, Lanthe.<br />
Como Sabine no quería que Rydstrom supiera que era una hechicera, se había puesto un<br />
vestido elegante pero bastante soso. Estaba convencida de que no le haría ningún mal aparentar<br />
ser recatada. Seguro que al demonio le gustaban las hembras así.<br />
De hecho, más le valía. Exceptuando el anillo, no llevaba ni una joya en todo el cuerpo. E iba sin<br />
maquillar. Se había soltado la melena, que le caía hasta la cintura, y no llevaba ningún adorno en<br />
el pelo. Todo eso a Sabine no le gustaba nada.<br />
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—¿Estás segura de querer seguir a<strong>del</strong>ante con esto? —preguntó Lanthe. —¿Estás decidida a<br />
dejar que te manosee uno de nuestros enemigos?<br />
—Completamente —respondió su hermana con la mirada fija en su presa.<br />
Un objetivo, una meta, una posibilidad se abría ante ella.<br />
<strong>El</strong> demonio retrocedió un par de pasos y se agachó para inspeccionar los desperfectos. Soltó un<br />
silbido al ver el destrozo, pero pronto apartó la mirada <strong>del</strong> coche.<br />
—¿Hay alguien ahí? —gritó. Se estaba recuperando rápidamente <strong>del</strong> choque. Tenía los<br />
hombros echados hacia atrás y la barbilla levantada, en una pose indiscutiblemente majestuosa.<br />
—¿Está herida?<br />
Sabine no respondió, sino que dejó que la voz de él la envolviera. Era agradable, con el acento<br />
británico típico de los demonios de la ira.<br />
Rydstrom se volvió hacia ella y sacó un móvil <strong>del</strong> bolsillo para mirar la pantalla.<br />
—¡Maldición! —le oyó exclamar. En aquella zona no había cobertura.<br />
<strong>El</strong> demonio llevaba una chaqueta negra encima de un fino jersey también negro, que se pegaba<br />
a su torso. Las prendas eran de corte sencillo, pero se veía a la legua que eran carísimas. Hechas a<br />
medida, por supuesto. No cualquier ropa podía quedarle bien, con aquella espalda y aquellos<br />
hombros.<br />
Tenía una cicatriz en la cara que le iba de la frente a la mejilla. Habría sido herido antes de<br />
quedar «petrificado» en su cuerpo inmortal, pues de lo contrario se le habría curado sin dejar<br />
rastro. A juzgar por su aspecto, Rydstrom debía de tener unos treinta y cuatro o treinta y cinco<br />
años cuando se convirtió en inmortal.<br />
La cicatriz le daba un aire peligroso que no encajaba con su porte ni con la ropa cara, y pasaba<br />
lo mismo con los cuernos, los colmillos y las garras negras...<br />
—Ya me acostaré yo con él —dijo Lanthe.<br />
—Dado que tú te acuestas con cualquiera, tu comentario no tiene sentido.<br />
—Estás celosa.<br />
Sí, sí lo estaba.<br />
Cuando Rydstrom levantó la vista y sus ojos se encontraron con los de Sabine, ésta vio que eran<br />
los más verdes que había visto nunca.<br />
—Vete —le dijo a su hermana. —Prepárate para cerrar el portal detrás de nosotros. Cuando lo<br />
capture, ve a Omort y dile que la misión ha sido un éxito. Dilo en voz alta, para que se enteren<br />
todos los idiotas de la corte.<br />
—Lo haré. A por él, tigresa.<br />
Una vez Lanthe se hubo ido, Sabine se concentró por completo en Rydstrom. Éste entrecerró<br />
los ojos cuando ella retocó el espejismo para que la noche tuviera un aspecto onírico. Hizo que las<br />
estrellas brillaran más, que la luna pareciera más llena. Con el cejo fruncido, el demonio se le<br />
acercó.<br />
Podía ver cómo la miraba. Su vista fue de su melena hasta el recatado vestido que, debido a la<br />
humedad de la noche, se le había pegado al cuerpo. Cuando los ojos <strong>del</strong> demonio se detuvieron en<br />
sus pezones enhiestos, lo vio pasarse la mano por la boca.<br />
«Ha llegado el momento de dirigirlo hacia el portal.» Sabine echó a andar alejándose de<br />
Rydstrom.<br />
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—¡No, espera! —dijo él. —¿Estás bien?<br />
Sabine se dio la vuelta pero siguió avanzando de espaldas hacia la trampa.<br />
—No te haré daño. —<strong>El</strong> demonio corrió a su lado. —¿Tu coche está cerca?<br />
—Necesito tu ayuda —dijo ella, fiel a su papel de damisela en apuros.<br />
—Por supuesto. ¿Vives cerca de aquí?<br />
Por fin estaban lo bastante próximos al portal.<br />
—Necesito tu ayuda —repitió Sabine, pasando detrás de lo que parecía un sauce a la orilla de<br />
un río, pero que en realidad existía sólo en el espejismo que ocultaba la mazmorra.<br />
<strong>El</strong> demonio la siguió hasta allí, y ella vio que el portal se estaba cerrando tras ellos. La trampa<br />
había funcionado, y él no se había enterado.<br />
—Tengo que ir a la ciudad —dijo Rydstrom. —Pero regresaré a ayudarte.<br />
Sin poderlo evitar, Sabine desvió la vista hacia la cicatriz de su rostro... Era la primera vez que se<br />
la veía tan de cerca.<br />
Él se dio cuenta y pareció esperar algún tipo de reacción por parte de ella.<br />
A Sabine, la cicatriz no le molestaba tanto como parecía molestarle a él, y decidió utilizar eso<br />
contra el demonio.<br />
Rydstrom no era en absoluto como lo había imaginado. Era mucho mejor. Y si se quedaba<br />
mucho más rato mirando aquellos intensos ojos verdes suyos, terminaría por olvidar quién era.<br />
Entonces se acercó a él, que, desconfiado, dio un paso atrás.<br />
—Necesito tu ayuda ahora —se apresuró a decir ella.<br />
Cogiéndole una mano entre las suyas, se la llevó a los labios y la besó, y luego la colocó encima<br />
de uno de sus pechos.<br />
Como si no fuera consciente de lo que estaba haciendo, Rydstrom gimió y se lo acarició.<br />
—Esto es lo que necesito —murmuró Sabine, arqueándose contra él.<br />
—Y los dioses saben que quiero dártelo, pero antes tengo que...<br />
—Te necesito... —Le cogió la otra mano y la colocó en la parte interna de un muslo. —Ahora.<br />
Rydstrom cerró los dedos sobre el pecho y se aferró al muslo con fuerza, como si su vida<br />
dependiera de ello. Pero, a pesar de todo, parecía decidido a irse de allí. Sabine trató de leerle la<br />
mente, pero los demonios podían bloquear dichos ataques. Sólo pudo percibir el eco de sus<br />
pensamientos, y eso porque eran muy, muy fuertes.<br />
«Hace tanto tiempo que no estoy con una mujer... no puedo... tengo responsabilidades...»<br />
¿Exactamente cuánto tiempo? ¿Y quién se creía que era para atreverse a rechazarla? ¿Por<br />
«responsabilidades»?<br />
<strong>El</strong> rechazo era de lo más intrigante.<br />
Sabine sabía que a los demonios les encantaba que les acariciaran los cuernos, que les<br />
fascinaba que sus parejas se los tocaran antes de hacer el amor. Los de Rydstrom se habían<br />
erguido y se estaban oscureciendo a medida que se excitaba, así que levantó una mano y rodeó<br />
con los dedos uno de ellos.<br />
<strong>El</strong> se estremeció de placer.<br />
—Bésame, demonio. —Tiró <strong>del</strong> cuerno hasta conseguir que inclinara la cabeza.<br />
Cuando sus labios se encontraron, Rydstrom gimió desde lo más profundo de su garganta.<br />
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«.. .Siento una conexión con ella, tal vez sea...»<br />
Sí, por fin Rydstrom comprendió lo que era ella para él y lo que eso significaba. «Ahora todo irá<br />
sobre ruedas.»<br />
<strong>El</strong> rey demonio empezó a besarla, enredando la lengua despacio con la suya. Sabine tuvo la<br />
impresión de que estaba haciendo verdaderos esfuerzos por ser <strong>del</strong>icado. Seguramente tenía<br />
miedo de asustarla. Pero cuando por su parte fue al encuentro de la lengua de él, devolviéndole la<br />
caricia, sus manos se aferraron a sus nalgas y la empujó contra su más que considerable erección.<br />
Así que lo que se decía sobre los demonios no era una exageración.<br />
Rydstrom movía las caderas en busca de las de ella, que pensó: «Esto está mucho mejor».<br />
Cuando los hombres se ponían en ese plan, perdían la capacidad de razonar.<br />
Se relajó un poco y empezó a disfrutar <strong>del</strong> beso. <strong>El</strong> demonio sabía muy bien, tenía los labios<br />
firmes y sabía cómo utilizarlos. Siguió besándola de ese modo tan demoledor y explorando su<br />
cuerpo.<br />
Pero, al excitarse, Sabine convocó el espejismo <strong>del</strong> fuego. Si él veía las llamas, descubriría su<br />
identidad. Justo cuando empezaba a preocuparse por haber reaccionado con tanta intensidad a<br />
sus besos, Rydstrom se apartó de ella.<br />
—Yo... no puedo hacer esto ahora. Tengo que reunirme con alguien. Hay mucho en juego.<br />
¿Lo decía en serio?<br />
—Hazme el amor —susurró, acercándose más a él. —Aquí. Bajo este árbol, bajo la luz de la<br />
luna. Te necesito. —Y era verdad.<br />
—No. Tengo que cumplir con mis obligaciones —contestó con voz dura y pensamientos<br />
encontrados, debatiéndose consigo mismo.<br />
«... Es tan guapa... Mi sexo ansia penetrarla... Mis cuernos... ¡No! Las necesidades <strong>del</strong> reino se<br />
anteponen siempre a las <strong>del</strong> monarca...»<br />
Se suponía que Rydstrom era paciente y cauto. Y ahora Sabine podía añadir generoso a esa lista<br />
de virtudes.<br />
<strong>El</strong> demonio dio un paso atrás y ella se quedó boquiabierta. «Va a rechazarme.» Le había<br />
ofrecido su cuerpo, le había suplicado que le hiciera el amor y la estaba rechazando.<br />
Sorprendente. Lo único que a Sabine le gustaba más que urdir un buen plan era que la<br />
sorprendieran. Rydstrom se le había resistido. .. a la compañera que el destino le había elegido.<br />
—Entonces, no me dejas elección, Rydstrom.<br />
Este frunció el cejo al oír su nombre de labios de ella, Sabine borró el espejismo. La carretera y<br />
la luna desaparecieron de forma gradual, dejando al descubierto la mazmorra infranqueable.<br />
Entonces, Rydstrom se dio la vuelta y lo comprendió todo.<br />
—Eres la hermana de Omort y Groot, Sabine, la Reina de los Espejismos.<br />
—Muy bien, demonio.<br />
La mirada de deseo desapareció de su rostro, que ahora reflejaba sólo disgusto.<br />
—Muéstrate tal como eres.<br />
—Soy así. —Se pasó las manos por los pechos hasta llegar a la cintura. —Y me alegro mucho de<br />
que mi cuerpo te guste tanto.<br />
«Aunque no lo suficiente...»<br />
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—¿Por qué me has hecho esto, Sabine? —preguntó él, sin ocultar que trataba de mantener a<br />
raya su temperamento.<br />
<strong>El</strong>la señaló la cama que había en el centro de la celda... con esposas y cadenas en el cabezal y<br />
en los pies.<br />
—¿Acaso no es evidente?<br />
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CAPÍTULLO 03<br />
—No, no es evidente. —Rydstrom desvió la mirada de la cama hacia la hechicera que tenía<br />
<strong>del</strong>ante.<br />
Un montón de pensamientos se agolparon en la mente <strong>del</strong> demonio, varias teorías que desechó<br />
al instante. «Una cama con cadenas.» Sabine no había podido seducirlo por las buenas, ¿y ahora<br />
pretendía hacerlo por las malas?<br />
Al notar que la idea le resultaba sorprendentemente erótica, dio por seguro que la hechicera lo<br />
había embrujado. Tenía que ser eso. Había visto desaparecer la carretera ante sus ojos, había visto<br />
cómo se movía el contrafuerte <strong>del</strong> puente. Aquella mujer tenía un poder inimaginable y, por algún<br />
motivo, había decidido ir a por él.<br />
Rydstrom estudió la mal iluminada estancia. Se trataba de una celda bastante grande. Una que<br />
conocía a la perfección, pues él mismo había hecho encerrar allí a sus presos cuando ocupaba el<br />
trono <strong>del</strong> castillo de Tornin,<br />
«Me ha encerrado en mi maldita prisión.»<br />
Volvió a mirarla y ella le sostuvo la mirada. Tenía unos ojos extraños, iris color ámbar rodeados<br />
por un círculo café oscuro. Se sentía incapaz de dejar de mirarlos.<br />
—Me has traído a Tornin, así que supongo que estás con Omort.<br />
—Así es —ronroneó.<br />
«Estoy en mi propia cárcel, prisionero de mi peor enemigo.»<br />
—¿Y cuándo podré verle? —preguntó entre dientes. —No le verás. No hace falta. A la única que<br />
tienes que ver es a mí.<br />
—Explícame exactamente en qué consiste tu plan —exigió, maldiciéndose por reaccionar de<br />
aquel modo ante ella.<br />
Él jamás había sentido una atracción tan fuerte hacia ninguna hembra de ninguna especie. Al<br />
besarla, se había quedado absorto de placer, e incluso había llegado a pensar que ella podría ser<br />
su reina.<br />
A Rydstrom le había preocupado lo que semejante beldad pudiera pensar de su cicatriz, igual<br />
que ser mucho más alto y fuerte que ella. Había intentado por tanto ser dulce y <strong>del</strong>icado a la hora<br />
de besarla. Y, mientras, la hechicera le había estado tendiendo una trampa.<br />
—Mi plan —empezó Sabine como quien recita una lección— consiste en quedarme<br />
embarazada de tu heredero.<br />
Rydstrom se quedó boquiabierto. Sólo de oír esas palabras se había excitado por completo, y su<br />
instinto demoníaco empezó a despertarse. Aquella mujer de pechos turgentes y dulces labios<br />
deseaba tener un hijo suyo, quería tener relaciones sexuales con él.<br />
«Me ha embrujado. Tiene que ser eso.»<br />
<strong>El</strong> demonio había pasado mucho tiempo estudiando a la familia de Omort, había leído cientos<br />
de libros sobre los medio hermanos <strong>del</strong> brujo. Éste los había matado a casi todos después de<br />
robarles sus poderes. Pero a unos pocos se los había llevado a vivir con él.<br />
«¿Qué he leído sobre esta hechicera?» Se la conocía con el acertado nombre de la Reina de los<br />
Espejismos. Rydstrom había caído víctima de uno muy logrado. A pesar de que aparentaba tener<br />
veinte y pocos años, en realidad debía de tener varios siglos.<br />
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Se decía que era incluso más malvada que Omort.<br />
—Sabine —dijo, echando mano de toda su paciencia, —hablemos de esto como seres<br />
razonables. —Razonable era <strong>del</strong> único modo en que no se sentía. —¿Qué pretendes conseguir con<br />
todo esto?<br />
—Si tengo a tu heredero, acallaré hasta al último de los rebeldes demonios de la ira.<br />
La idea de que dichos rebeldes significaran una amenaza para el poderoso Omort era<br />
alentadora. Hasta entonces, Rydstrom estaba convencido de que el sádico régimen <strong>del</strong> brujo había<br />
acabado con ellos.<br />
—Tu plan tiene dos fallos.<br />
—Explícate, demonio.<br />
—Uno, mi cuerpo no... genera semen. —Un demonio de la ira podía sentir placer durante las<br />
relaciones sexuales, pero no eyaculaba hasta que hacía el amor con su compañera. —Sólo lo hará<br />
cuando me acueste con aquella que el destino...<br />
—Soy yo —lo interrumpió ella mirándolo a los ojos, y Rydstrom se dio cuenta de que lo decía<br />
convencida.<br />
Omort tenía oráculos, más o menos similares a Nïx, a su servicio. «Quizá Sabine sepa más que<br />
yo...»<br />
Negó con la cabeza con fuerza, pero tenía la boca seca. A lo largo de mil quinientos años jamás<br />
se había sentido tan atraído por una hembra. ¿Y si era ella? ¿Y si por fin había encontrado a la<br />
reina que había estado esperando durante tanto tiempo? ¿Y si resultaba ser la hermana de<br />
Omort?<br />
—<strong>El</strong> destino no puede ser tan cruel.<br />
—Al destino todo le da igual —respondió ella enarcando una ceja.<br />
—¿Qué posibilidades hay de que mi compañera esté emparentada con mi peor enemigo?<br />
—<strong>El</strong> padre de Omort vivió durante más de mil años, y engendró cientos de hijas. —Se acercó a<br />
él con cautela. —Hace quinientos años, una oráculo le dijo a Omort que una de sus medio<br />
hermanas, la Reina de los Espejismos, sería tu mujer, y que tendría a tu heredero en tiempos de<br />
guerra. Después de escuchar la predicción, él me buscó porque sabía lo que en el futuro iba a<br />
significar para ti. Y yo me he limitado a quedarme en Tornin esperando el momento.<br />
—¿Por qué ahora? ¿Por qué lo estás haciendo ahora?<br />
—Pensaba seducirte poco a poco —le explicó, ladeando la cabeza. —Pero nos enteramos <strong>del</strong><br />
plan que habíais tramado tú y Groot, y tenía que evitar que consiguieras reunirte con tu hermano,<br />
Cadeon el Hacedor de <strong>Rey</strong>es.<br />
¿Conocía Sabine los detalles específicos de su plan? Aquella misma noche, él le había dicho a su<br />
hermano que, si Omort se enteraba de lo que estaban tramando, no se detendría ante nada para<br />
impedirlo. Rydstrom no tenía ni idea de que su enemigo tenía a aquella hechicera tan poderosa de<br />
su parte.<br />
—¿Qué sabes de mi plan?<br />
—Más de lo que crees —respondió ella. —Yo siempre sé más de lo que nadie cree que sé.<br />
¿Sabía que por fin habían dado con una arma capaz de matar a Omort? ¿Que Rydstrom había<br />
pisado a fondo el acelerador a causa de lo impaciente que estaba por reunirse con Cade y poder ir<br />
juntos a negociar con el psicópata de Groot? Seguro que sí.<br />
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A esas horas, Cadeon debía de estar ya en el punto de encuentro, preguntándose dónde diablos<br />
se habría metido su hermano mayor. <strong>El</strong> hermano que nunca llegaba tarde, el que nunca faltaba a<br />
sus deberes.<br />
—Aun en el caso de que seas mi compañera, Sabine, jamás haré el amor contigo.<br />
—Oh, sí que lo harás. —Sus labios esbozaron una sensual sonrisa y a Rydstrom se le aceleró el<br />
corazón. —Una y otra vez, hasta que me des lo que te he pedido.<br />
«Una y otra vez.» Acariciar aquel cuerpo tan suave, descubrir su pálida piel... «¡No! ¡Resiste!»<br />
—¿Cuál es el segundo fallo? —Sabine se acercó a la cama y, con <strong>del</strong>icadeza, se sentó en un<br />
extremo. Su melena pelirroja cayó hacia a<strong>del</strong>ante y su aroma envolvió al demonio. —Has<br />
conseguido despertar mi curiosidad.<br />
Rydstrom se reprendió a sí mismo por esos últimos pensamientos.<br />
—Para que mi heredero sea legítimo, tendríamos que estar casados.<br />
—Lo sé. —Pasó una de sus <strong>del</strong>icadas manos por la sábana. —Nos casaremos.<br />
Sabine hablaba <strong>del</strong> matrimonio como si fuera una nimiedad, mientras que a él todavía le daba<br />
vueltas la cabeza.<br />
Porque nunca antes se había sentido tan atraído por nadie. Y había sólo una manera de<br />
asegurarse de si ella era o no realmente su reina.<br />
—Me prestarás juramento, demonio. Y yo lo aceptaré.<br />
<strong>El</strong> juramento, las palabras que ligarían al rey de los demonios de la ira con su reina. No hacía<br />
falta ninguna ceremonia, ni testigos, bastaba con aquel pacto entre los dos para convertirse en<br />
uno solo. <strong>El</strong> tendría que reclamarla como suya y, si ella aceptaba la legitimidad de su derecho,<br />
entonces se convertiría para siempre en su reina.<br />
—Mi gente jamás reconocerá un matrimonio por la fuerza, ni ninguna unión que sea fruto de<br />
hechizos o pociones.<br />
—Rydstrom, seamos francos. Considerando cómo reaccionas solo con verme —le señaló con<br />
disimulo la erección, —¿de verdad crees que me hará falta recurrir a un hechizo?<br />
Él apretó la mandíbula, incapaz de negar lo obvio.<br />
—Supongo que cuando haya nacido nuestro hijo me matarás.<br />
«Nuestro hijo.» Él jamás había dicho esas palabras en toda su vida. Incluso Sabine ladeó la<br />
cabeza al oírlas.<br />
La hechicera sonrió con lentitud, y su sonrisa iluminó la habitación y Rydstrom se quedó sin<br />
aliento. ¿Se habría dado cuenta ella?<br />
—Bueno, no sería una hechicera demasiado malvada si no lo hiciera, ¿no te parece?<br />
—Entonces, hay una cosa que sí te puedo asegurar: jamás conseguirás que te preste juramento.<br />
—Entonces, no me acostaré contigo hasta que lo hagas.<br />
Al oír eso, Rydstrom por fin lo comprendió todo. Sabine lo atormentaría sexualmente hasta<br />
conseguir que dijera las palabras. ¿Por qué toda la sangre <strong>del</strong> cuerpo se le concentraba en la<br />
entrepierna sólo de pensarlo?<br />
Aquella criatura estaba llevándolo al borde <strong>del</strong> placer una y otra vez.<br />
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<strong>El</strong> <strong>Beso</strong> <strong>del</strong> <strong>Rey</strong> <strong>Demonio</strong><br />
6° de la <strong>Serie</strong> <strong>Immortals</strong> <strong>After</strong> <strong>Dark</strong><br />
Se imaginó la lucha de voluntades que se entablaría entre los dos, las consecuencias... Un<br />
montón de fantasías se agolparon en su mente, pensamientos que en general Rydstrom solía<br />
acallar. Secretos que hacía tiempo que ocultaba y que había negado toda la eternidad.<br />
—Todo esto es una pérdida de tiempo —dijo él, pero no pudo evitar que la voz le sonara ronca.<br />
—¿Por qué estás tan seguro de que no puedo hacerte hacer lo que quiera a cambio de recibirte<br />
en mi cuerpo?<br />
«Porque hay mucho en juego.» Rydstrom jamás había estado tan cerca de su objetivo como en<br />
aquellos momentos.<br />
Tenía que escapar de allí y encontrar a su hermano antes de que éste "hiciera algo<br />
monumentalmente equivocado. Cadeon era un mercenario que acababa de encontrar lo que<br />
había estado buscando durante toda la vida.<br />
—Antes no has conseguido alejarme de mi deber, y entonces ni siquiera sabía quién eras.<br />
«Hazte el duro, Woede.»<br />
Sabine se puso en pie y echó los hombros hacia atrás.<br />
—Todavía no has visto todas las armas con las que puedo tentarte —dijo, tirando de la cinta de<br />
su corpiño.<br />
<strong>El</strong> vestido se abrió y cayó por encima de sus pechos para deslizarse luego hacia su cintura y caer<br />
junto a sus pies.<br />
Lo único que quedaba en el exquisito cuerpo de la hechicera era una finísima tela de seda<br />
blanca que le cubría los pechos, y las braguitas más pequeñas que el demonio había visto jamás.<br />
Rydstrom entreabrió los labios y tuvo la sensación de que su erección iba a romperle los<br />
pantalones. Con los ojos resplandecientes, Sabine irguió la barbilla, consciente <strong>del</strong> efecto que<br />
estaba teniendo en él.<br />
Si aquella mujer no fuera tan malvada, sería gloriosa.<br />
«Cuando consiga escapar de aquí, me la llevaré como botín de guerra», decidió él en aquel<br />
preciso instante.<br />
Y no tendría ningún reparo en utilizarla para salir de aquella mazmorra.<br />
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CAPÍTULLO 04<br />
Lanthe se dirigía hacia la corte, absorta, escuchando su iPod.<br />
Unos meses atrás, estaba en otra dimensión, sentada en una tienda de electrónica, mirando la<br />
codiciada televisión por cable. Daban un reportaje sobre los <strong>del</strong>fines en cautividad.<br />
Cuando los animales parecían estar aletargados y aburridos, sus entrenadores metían pescado<br />
en recipientes varios, de forma que ellos debían ingeniárselas para abrirlos y acceder así al<br />
pescado.<br />
Recordó que entonces había pensado que Sabine se parecía a uno de aquellos agotados<br />
<strong>del</strong>fines, que no podían nadar libremente ni cazar por su cuenta.<br />
Su hermana había sido convertida en una asesina, pero no tenía a quién matar, una<br />
superviviente de una inexistente catástrofe. Lo que hacía de ella una bruja agotada. Lo había sido<br />
durante siglos.<br />
Pero esa noche, cuando su hermana había mirado a Rydstrom, Lanthe se dio cuenta de que<br />
había sido como si le hubiesen enseñado un recipiente, <strong>del</strong> tamaño de un demonio, lleno de<br />
pescado. Al fin...<br />
Para llegar de las mazmorras a la corte, la joven tenía que caminar al aire libre, y la noche<br />
parecía burlarse de ella, reavivando viejos temores.<br />
«¿Qué narices es eso?» Creyó oír un ruido por encima de la música.<br />
Se quedó inmóvil un instante, escuchando concentrada. Sólo silencio. «Me estoy volviendo<br />
loca.»<br />
Sus nervios se la estaban jugando; tenía que ser eso. No ayudaba que en su iPod hubiera<br />
seleccionado Don't Fear the Reaper y 24, de Jem.<br />
«<strong>El</strong> sol dorado se pone, aunque yo envejezca, no iba a ser...»<br />
Hacía semanas que estaba pensativa, temerosa de que Thronos la encontrase cuando cambiaba<br />
de dimensión. O que, Dios no lo quisiera, descubriera cómo saltar a la dimensión de Rothkalina.<br />
Cuando Sabine había creado el complicado espejismo de aquella noche, Lanthe se preguntó<br />
cómo no había llamado la atención de los vrekeners.<br />
No podía evitar estar asustada, aunque su hermana se enfadase al verla así. Había algo que la<br />
acechaba en el horizonte, y sabía que no era bueno.<br />
Una vez llegó al vestíbulo principal, se apresuró hacia la entrada de la corte. Allí, dos zombis<br />
estaban de guardia frente a los grandes portones. Al acercarse ella, abrieron sin mirarla.<br />
Odiaba tanto ir a la corte como estar fuera de allí. Al pasar junto a los miembros <strong>del</strong> Pravus,<br />
éstos susurraron a su espalda, tapándose la boca con la mano, tratándola como si fuera una<br />
forastera a pesar de ser de la misma sangre que Omort.<br />
Lanthe era una princesa <strong>del</strong> reino, y una de las seis grandes torres <strong>del</strong> castillo de Tornin era<br />
suya. Aun así, ellos la trataban igual que lo hacía su medio hermano.<br />
Las invidia, con sus salvajes cornamentas, los látigos colgando de sus cinturones y sus pezones<br />
en forma de estrella, se reían de ella. Las undines, ninfas malignas de cuerpo pintarrajeado, se<br />
burlaban en cambio abiertamente.<br />
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Los libitine, cuatro zombis alados portadores de muerte, fruncieron el cejo e inclinaron la<br />
cabeza cuando Lanthe pasó por <strong>del</strong>ante. Para divertirse, forzaban a los hombres a autocastrarse a<br />
cambio de no matados. No podían entender la necesidad de ella de tener compañía masculina.<br />
Supuso que, a la hora ganarse su respeto, no le había ayudado nada el hecho de haberse tirado<br />
al noventa y siete por ciento de los machos que allí había, excepto, claro está, a los zombis que<br />
protegían las puertas. Matemáticamente, se podía decir que Lanthe era el equivalente al putón <strong>del</strong><br />
instituto.<br />
Nunca había ido al instituto, pero había visto películas como Grease, en las que se hablaba de<br />
eso.<br />
No le había gustado ninguno de sus amantes, pero le encantaba el sexo, montones de sexo, y<br />
bueno, quizá estaba loca, pero una vez un macho le robó sus poderes en pleno orgasmo, y ella no<br />
iba a dejar que volviera a pasarle algo así.<br />
Sabine le había suplicado que no se acostara con hechiceros, pero a los vampiros sólo les<br />
interesaba su sangre, y los demonios y centauros eran considerados como animales. ¿Y el resto de<br />
criaturas? Espeluznaaaaantes.<br />
Pasó junto al enigmático vampiro Lothaire, que había servido como general en su ejército,<br />
comandando un regimiento de viciosos vampiros caídos. Conocido como el Enemigo de la<br />
Tradición, era escalofriante verlo, con su cabello albino y sus ojos, que tiraban más a rosados que a<br />
rojos, en su impasible rostro.<br />
Era uno de los pocos vampiros que conocía que estaban interesados en el sexo aparte de en la<br />
sangre. Aun así, no tenía la mínima intención de darle a Lanthe una oportunidad.<br />
Sólo había habido un hombre en toda su larga vida que la había mirado con cariño, aceptándola<br />
plenamente. Lanthe se temí tal como indicaban sus libros de autoayuda, que estuviera<br />
acostándose con un hombre tras otro buscando encontrar su mirada<br />
Al contrario de lo que Sabine creía, la noche de la muerte de s padres no había sido la primera<br />
vez que veía al joven vrekener.<br />
Pero Thronos se había convertido en su peor enemigo...<br />
Desde su trono, Omort la avistó y la fulminó con la mirada. Lanthe no sabía qué había hecho<br />
para merecerse ese desprecio, pero se había acostumbrado a ello. Sabine le dijo que era porque la<br />
temía. Después de todo, si Lanthe consiguiera recuperar sus habilidades, podría hacer que Omort<br />
perdiera la cabeza y olvidara cómo controlar sus poderes.<br />
La oráculo trescientos ocho le había dicho a la joven que «un peligroso incidente provocado»<br />
despertaría su persuasión una vez más. A pesar de que ya había pasado medio milenio desde<br />
entonces, Lanthe seguía esperando impaciente el momento.<br />
—¿Qué novedades me traes? —preguntó el brujo cuando ella llegó al pie de la escalera <strong>del</strong><br />
estrado.<br />
Como era habitual, Hettiah sonreía frívolamente a su lado, una imitación barata de Sabine.<br />
Aunque los rasgos de la concubina y de Sabine eran similares, Hettiah se veía insulsa comparada<br />
con la glamurosa y bella hechicera.<br />
Lanthe carraspeó. «Sabine se ha ido a cazar demonios y ha conseguido uno con dos cuernos.»<br />
No, demasiado displicente. En cambio dijo:<br />
—Nuestra hermana ha tenido éxito. Ha capturado al demonio.<br />
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Al oír sus palabras, los dedos de Omort se quedaron blancos de tan fuerte como clavó las garras<br />
en los reposabrazos <strong>del</strong> trono. Hettiah se percató de la reacción con tristeza.<br />
<strong>El</strong> brujo fijó la vista en la pared este de la sala, cubierta de tablillas de piedra. Eran contratos,<br />
escritos con la sangre de todos aquellos que habían hecho algún pacto oscuro, con las condiciones<br />
<strong>del</strong> mismo inscritas en la piedra para que todos pudieran leerlas.<br />
Los cuatro principales mandos <strong>del</strong> Pravus habían firmado uno, en el que se juraban lealtad el<br />
uno al otro: Omort, Lothaire, el virrey centauro y el rey de la demonarquía <strong>del</strong> fuego.<br />
Pero la mirada de Omort se había posado en la tablilla de Sabine. Era uno de los pactos<br />
llamados Santuario, que aseguraba que, mientras ella mantuviera su cuerpo «puro», ningún<br />
macho podría «deshonrarla». Durante siglos, había preservado su virginidad de cualquier relación<br />
sexual no deseada o «antinatural».<br />
Si una de las tablas se caía de la pared y se rompía, todos sabrían que alguno de los afectados<br />
había violado los términos <strong>del</strong> contrato. Omort estaba esperando ver cómo se rompía el de<br />
Sabine, la prueba de que había tenido relaciones con Rydstrom.<br />
—¿<strong>El</strong> demonio está aquí, en mi mazmorra? —preguntó ausente. —¿Desde cuándo?<br />
Lanthe se encogió de hombros.<br />
—Supongo que hará media hora.<br />
—Veo que tu hermana no lo va a tener tan fácil como pensaba —comentó Hettiah con una<br />
sonrisita.<br />
—No, eso no es cierto, Hettiah. —Todavía no había pasado nada, pero sucedería dentro de<br />
poco. —Estoy convencida de que Sabine se lo está pasando muy bien jugando con él como lo haría<br />
un gato con un pájaro con el ala rota...<br />
Rydstrom se pasó una mano temblorosa por la boca sin darse cuenta de lo que estaba<br />
haciendo.<br />
Con la mirada clavada en el cuerpo de Sabine, empezó a acercarse a ella lentamente, con pasos<br />
amenazadores. Sus ojos se ennegrecieron, pero no sabía si por deseo, rabia o ambas cosas.<br />
<strong>El</strong>la estaba convencida de que intentaría escapar, seguramente utilizándola como rehén, a<br />
menos que pudiera seducirlo para que se olvidara de ello. Todavía creía que tenía alguna<br />
posibilidad: el demonio no podía evitar que su cuerpo reaccionase al verla. <strong>El</strong> dilema se reflejaba<br />
claramente en su cara: no sabía si hacerla suya o matarla.<br />
—¿Qué esperas ganar con esto?<br />
—Ya te lo he dicho.<br />
—No, tú personalmente. Con tus sensuales miradas. ¿Por qué motivo desearías casarte con un<br />
demonio y tener un hijo con él?<br />
—Entrecerró los ojos. —¿Tiene Omort algo tuyo que te fuerce a hacer esto? ¿Tiene encerrado a<br />
algún familiar tuyo? ¿Un... amante?<br />
Sabine hubiera deseado verse forzada a hacer algo así.<br />
—No, no tiene preso a nadie a quien yo quiera. Soy yo quien estaba ansiosa por hacerlo.<br />
Y dar comienzo a la profecía.<br />
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Hacía siglos que se había dicho que la Reina de los Espejismos daría a luz al heredero <strong>del</strong><br />
destronado rey de los demonios de la ira; y ese príncipe desvelaría una fuente de inconcebible<br />
poder. Si Sabine no lo hacía, el Pravus caería ante sus enemigos.<br />
—¿Ansiosa? —repitió.<br />
Antes, el demonio había inhalado profundamente, mostrando más paciencia de la que Sabine<br />
hubiera visto nunca antes en un macho. Pero tenía la sensación de qué si la coerción desaparecía,<br />
Rydstrom dejaría de ser razonable y se le acabaría la paciencia.<br />
Podía ver cómo se estaba encerrando en sí mismo. Un músculo de su marcada mandíbula se<br />
tensó, y tenía los ojos completamente negros. En un momento de lucidez, se dio cuenta de que<br />
estaba viendo un lado de él que seguramente muy pocos habían visto antes.<br />
No sabes con lo que estás jugando —dijo en un tono muy agresivo.<br />
—Dímelo tú.<br />
—No te saldrás con la tuya.<br />
—¿No? Sólo imagínatelo, Rydstrom. Puedo darte lo que quieras. Haré realidad cualquier oscuro<br />
deseo que tengas.<br />
—¿Qué sabrás tú de mis oscuros deseos?<br />
¿Se le había tensado la voz? Una vez más, Sabine había intentado explorar su mente sin<br />
conseguirlo.<br />
<strong>El</strong> demonio se paró <strong>del</strong>ante de ella, pero no hizo ningún intento de tocarla. Estando tan cerca,<br />
se sentía muy pequeña ante su gran altura. Podía percibir el calor que desprendía su cuerpo.<br />
Sin previo aviso, Rydstrom cogió la tela que cubría sus pechos y se la arrancó. Sabine soltó un<br />
suspiro.<br />
—¿Te gustan? —preguntó con voz de femme fatale, mientras intentaba tranquilizarse.<br />
Él miró sus senos con atención, y frunció el cejo a modo de respuesta.<br />
—¿No vas a tocarme? Has esperado toda tu vida para poder acariciar a tu compañera.<br />
Justo en el momento en que ella pensó que él iba a sucumbir, el demonio la cogió por el pelo y,<br />
de un tirón, se la acercó hasta que sus miradas se encontraron.<br />
—Una pequeña muchacha como tú no debería jugar con alguien como yo —dijo con otro tirón.<br />
<strong>El</strong>la apoyó las manos en su ancho pecho. —Vas a perder y, cuando lo hagas, te haré pagar por<br />
esto.<br />
—¿Eso crees...?<br />
La interrumpió con un beso brutal. Fue muy diferente a la primera vez, en que él se había<br />
esforzado por darle placer. Ahora parecía que quisiera castigarla. Pero a Sabine le gustó la dureza<br />
ese beso. Le gustaba que no le tuviera miedo, lo que era habitual en muchos machos.<br />
Sentía que se dejaba llevar, que bajaba las defensas. Cuando la oyó gemir, pareció que también<br />
él iba a entregarse; un gruñido surgió <strong>del</strong> pecho <strong>del</strong> demonio.<br />
Rozando su torso con sus pechos desnudos, le murmuró al oído:<br />
—Rydstrom, tócame. Sabes que quieres sentirme otra vez.<br />
Con un gemido de derrota, él así lo hizo. <strong>El</strong> calor y la textura de sus manos cogieron a Sabine<br />
por sorpresa. «Las manos de un guerrero, con las palmas endurecidas de empuñar la espada.»<br />
Acariciándole los pechos, la volvió a besar, haciendo que sus lenguas jugaran entre sí.<br />
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Cuando le pellizcó un pezón con fuerza, ella soltó un grito de dolor; pero en cambio su cuerpo<br />
se inundó de placer.<br />
Menuda sorpresa.<br />
Él le pellizcó el otro pezón hasta que ambos estuvieron hinchados. Entonces pasó las palmas de<br />
las manos bien extendidas sobre ellos, moviéndolas arriba y abajo, sus callos raspando su sensible<br />
piel.<br />
Rydstrom echó la cabeza hacia atrás.<br />
—Tus ojos se están volviendo azules —dijo, con un claro tono de satisfacción masculina. —Te<br />
gusta cómo te toco.<br />
«Sí.» No se conocían, él no sabía nada de ella, pero la forma en que la tocaba rozaba la<br />
perfección.<br />
Sus pechos se hincharon y endurecieron bajo sus caricias, su sexo se humedeció. Por él. Llevaba<br />
tanto tiempo esperando aquello. Esperando al demonio. Estaba tan cerca de por fin saber lo que<br />
se sentía al tener a un hombre moviéndose dentro de ella.<br />
—Más, demonio.<br />
Rydstrom le dio la vuelta, de forma que su espalda tocara su pecho. Seguía acariciándola, y<br />
acercó su rostro al suyo; Sabine pudo notar su cálido aliento en la oreja y su enorme miembro<br />
rozando sus nalgas.<br />
Una mano de él bajó por el ombligo de ella hacia su sexo. Sus caderas se alzaron invitándolo,<br />
pero Rydstrom se detuvo al llegar a sus braguitas.<br />
—Mmm... Tócame aquí, demonio. —Empezó a temblar de anticipación cuando él continuó.<br />
Espejismos de fuego comenzaron a aparecer a su alrededor, pero ella los apagó... con dificultad.<br />
Finalmente, sus fuertes dedos se pasearon por su pequeño triángulo de tela. Rydstrom ahogó<br />
una exclamación de sorpresa al notar que debajo iba completamente depilada.<br />
—Eres tan suave... ¿Te encontraré excitada, bruja? —preguntó con voz grave.<br />
Cuando pasó los dedos por sus resbaladizos pliegues, Sabine gimió de placer. <strong>El</strong> cuerpo de él se<br />
tensó contra el suyo.<br />
—Estás preparada para mí —le susurró.<br />
La acarició y extendió su excitación por todo su clítoris. Entonces la penetró con dos dedos,<br />
describiendo lentos movimientos circulares una y otra vez. No dudaba en ningún momento, y<br />
todos sus gestos eran <strong>del</strong>iberados, de cadencia agónicamente lenta.<br />
—No me costaría mucho hacer que te corrieras en mi mano —dijo, moviendo los dedos de<br />
forma más agresiva, haciendo que ella cerrara con fuerza los ojos, conteniendo un grito. Estaba a<br />
punto, y apenas notó cómo él levantaba el brazo con que la estaba sujetando...<br />
Hasta que notó que le apretaba el cuello, asfixiándola.<br />
Le clavó las uñas en el brazo, pero Rydstrom no se inmutó.<br />
«No puedo respirar... no puedo...»<br />
—Yo también sé jugar sucio. —<strong>El</strong> demonio dejó de apretar un instante para que ella pudiera<br />
coger un poco de aire. —Llama a un guardia.<br />
—No es necesario... hay uno aquí.<br />
Una ilusión de guardia enmascarado apareció de entre las sombras con la espada levantada,<br />
apuntando al cuello <strong>del</strong> demonio. Éste la dejó ir, apartándola para poderse defender.<br />
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Una vez liberada, Sabine abrió su anillo, liberando polvo narcotizante, y se acercó sigilosamente<br />
a Rydstrom. Hizo desaparecer la ilusión y le susurró:<br />
—Detrás de ti.<br />
Cuando él se volvió, ella sopló el polvo hacia sus ojos.<br />
—Si te vas a comportar como un animal, tendré que encerrarte como a un animal.<br />
La miró lleno de odio.<br />
—¡Maldita zorra!<br />
Y se desplomó.<br />
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CAPÍTULLO 05<br />
—Ven a ver mi nueva mascota —le dijo Sabine a Lanthe cuando su hermana regresó de la corte,<br />
invitándola a que se sentara para ver cómo los sirvientes desnudaban al demonio.<br />
Allí sólo estaban los sirvientes de más confianza, esclavos inferi, cuyo nombre significa «aquel<br />
que mora en el mundo inferior». Sabine tenía docenas de varones y hembras de esa raza a su<br />
disposición.<br />
—¡De prisa! —Dio un par de palmadas. —Antes de que se despierte.<br />
Dos esclavos le quitaron a Rydstrom la chaqueta mientras otro encendía el fuego en la<br />
chimenea de la celda. Uno más sirvió un par de copas de vino para Sabine y Lanthe. La fuerza de la<br />
costumbre las hizo olfatear el líquido en busca de veneno antes de beber.<br />
—¿Se lo has contado a todos? —preguntó Sabine.<br />
—Sí —respondió su hermana. —¿De qué va todo esto? ¿Por qué todavía está vestido?<br />
Sabine le resumió lo sucedido y terminó diciendo:<br />
—Después de que tratara de estrangularme, lo he drogado.<br />
—Se supone que eres una maestra <strong>del</strong> engaño, ¿y a pesar de todo ha conseguido atraparte?<br />
—Se le da extremadamente bien besar —contestó su hermana a la defensiva.<br />
—No pareces estar demasiado enfadada.<br />
—Rydstrom ha hecho lo que yo misma habría hecho en su situación. Si quieres que te diga la<br />
verdad, estoy impresionada de que haya sido capaz de ser tan retorcido —añadió, ignorando la<br />
mirada que Lanthe le lanzó por encima <strong>del</strong> borde de la copa. —Este demonio es muy complejo —<br />
continuó. —Sospecho que tanto su mente como sus deseos son de los «complicados».<br />
—Qué va. Si casi puedo oírlo decir: «Yo rey demonio, yo querer sexo».<br />
—No, él es... diferente.<br />
—Trata de leerle la mente. Averigua qué fantasías tiene. —Lo he intentado y, típico de los<br />
demonios, tiene un montón de barricadas.<br />
—¿Se ha creído que eres su compañera? —preguntó Lanthe.<br />
—Creo que lo nota, pero que prefiere negarlo. No podrá seguir haciéndolo durante mucho más<br />
tiempo. —Lo cual era importante, pues no tenían demasiado. Las hechiceras sólo eran fértiles<br />
cada dos meses. Y ella ya estaba llegando al final de ese ciclo.<br />
—Ponedlo en la cama —les dijo a los esclavos.<br />
Esta era un colchón colocado encima de una plataforma de titanio, con esposas clavadas tanto<br />
en la cabecera como en los pies.<br />
—Tened cuidado con los cuernos al levantarlo —les recomendó, recordando que los demonios<br />
podían segregar un veneno por los extremos de dichos apéndices, capaz de paralizar a cualquier<br />
inmortal y de matar a un humano.<br />
Cuando Rydstrom estuvo tendido en la cama, Sabine señaló Sus pies.<br />
Me parece increíble que no esté dispuesto a acostarse contigo comentó Lanthe mientras los<br />
sirvientes le quitaban los zapatos al demonio.<br />
Sabine bebió un generoso trago de vino.<br />
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—Ha dicho algo sobre no sé qué obligaciones y responsabilidades.<br />
—¿Y de verdad pretende que te creas que rechaza tener relaciones con una hembra núbil y<br />
suplicante por sus «responsabilidades»? Jamás había oído tal cosa. ¿No será que con la edad estás<br />
perdiendo el toque?<br />
—Vete a la mierda, hermanita. Lo único que pasa es que tengo que incentivarlo un poco.<br />
—¿Quieres que te dé alguna pista?<br />
Ese tema siempre generaba conflictos entre las dos. Siglos atrás, cuando Sabine entendió que<br />
tardaría mucho tiempo en poder estar con un hombre, dio por hecho que Lanthe, para ser<br />
solidaria con ella, también seguiría siendo virgen. Cuando se lo dijo, su hermana pequeña tuvo un<br />
ataque de risa. Las carcajadas pudieron oírse a kilómetros.<br />
—No soy idiota. —A pesar de que conservara su virginidad intacta, Sabine había hecho un<br />
montón de cosas en la cama.<br />
—Ah, sí, Sabine, la reina de las —Lanthe hizo una pausa— caricias clandestinas.<br />
Sí, todos sus encuentros con machos habían sido a escondidas. Envidiaba a esas parejas que<br />
podían pasarse horas tumbadas en la cama. <strong>El</strong>la, sin embargo, tenía que estar pendiente de que<br />
no la descubrieran los vrekeners y de que Omort no se enterara.<br />
Cuando los inferi le quitaron el jersey al demonio, Lanthe soltó un silbido.<br />
—Vaya, no tiene ni un gramo de grasa.<br />
Sabine se acercó a la cama para verlo mejor, y su hermana siguió impaciente.<br />
<strong>El</strong> demonio parecía estar en plena forma, tenía los músculos trabajados y bien definidos, pero<br />
no demasiado. Afortunadamente, no parecía un culturista.<br />
Por encima <strong>del</strong> bíceps llevaba una esclava de oro mate. La joya estaba fija allí, como si la llevara<br />
desde hacía siglos.<br />
—Mira el tatuaje. —Sabine señaló un punto en su costado donde se veía una marca de tinta<br />
negra. —Sigue por atrás. —Lo movió para verle la espalda y descubrió el dibujo de un dragón<br />
desplegando las alas.<br />
Se decía que los Basiliscos, dragones antiguos, que vivían en una región de Rothkalina llamada<br />
el reino de Grave, eran criaturas sagradas para los demonios.<br />
Era habitual que los demonios varones se tatuaran, pero Sabine no esperaba que Rydstrom lo<br />
hubiera hecho. Le recorrió el dibujo con el dedo y el rígido músculo que había bajo la piel se<br />
flexionó con la caricia.<br />
—Se te cae la baba, Abie.<br />
—¿Y?<br />
—Y... bueno, si eres su compañera, tal vez tú también te sientas atraída por él. Tal vez puedas<br />
llegar a enamorarte —añadió, con la mirada perdida en el espacio.<br />
Lanthe era una contradicción andante: una hechicera malvada que ansiaba encontrar el amor.<br />
Sabine nunca había conocido a nadie que estuviera tan desesperado como ella por encontrarlo.<br />
Desde pequeña, su hermana lo había estado buscando con todo su ser. Leía todos los libros de<br />
autoayuda que caían en sus manos y devoraba todas las películas románticas que salían en DVD.<br />
—<strong>El</strong> único amor que soy capaz de sentir es el fraternal —respondió Sabine, —así que<br />
considérate afortunada.<br />
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Si no se había enamorado en cinco siglos, veía difícil que le sucediera entonces. Hacía tiempo<br />
que sospechaba que su capacidad<br />
Para amar a un hombre se había desvanecido en alguna de sus muertes.<br />
Además, ella jamás podría confiar en nadie que no fuera Lanthe, y, según la sabiduría popular<br />
que emanaba de los libros de su hermana, no se puede amar a alguien en quien no se confía.<br />
—Da igual, el hecho de que yo sea el amor de su vida no implica que él sea el mío. —Las<br />
hechiceras no creían en el destino, así que tampoco creían en que hubiera una persona<br />
predestinada a estar con otra.<br />
Pero bueno, Sabine tendría que tener cuidado con su prisionero. Encariñarse con él, o con su<br />
cuerpo, o con sus besos, podría hacer que todo fuera más... desagradable, cuando ya hubiera<br />
conseguido su propósito.<br />
—¿Vamos a por los pantalones? —Lanthe se frotó las manos. —Veamos si lo que dicen sobre<br />
los demonios es cierto.<br />
—Oh, sí que es cierto. De hecho, creo que incluso se quedan cortos —contestó. Se mordió el<br />
labio inferior. Rydstrom todavía estaba semierecto, y ella no sabía si quería que alguien más lo<br />
viera en ese estado. —Dejadnos solas —les dijo a sus sirvientes.<br />
Cuando éstos así lo hicieron, Sabine cogió la cintera de los pantalones de Rydstrom, pero se<br />
paró cuando ya tenía los dedos encima <strong>del</strong> botón de la bragueta.<br />
—Creo que se los dejaré puestos. Así podré quitárselos luego con un golpe de efecto.<br />
Lanthe levantó las cejas al percibir el sentido de propiedad su hermana.<br />
—¿Qué? —preguntó ésta a la defensiva. —Lo único que pasa es que no quiero que tenga frío.<br />
—Se centró en sujetar las muñecas <strong>del</strong> demonio al cabezal.<br />
—Ya —respondió Lanthe. —Te estaré observando. —Cerró las esposas que había en los pies de<br />
la cama alrededor de los tobillos <strong>del</strong> prisionero.<br />
Con Rydstrom ya inmovilizado, Sabine se acercó a su hermana y ambas se quedaron<br />
observándolo.<br />
Sus anchos hombros parecían ocupar todo el colchón, y su torso se estrechaba con elegancia<br />
hacia la cintura. <strong>El</strong> vello que le cubría los brazos, el pecho y el ombligo era negro, pero tenía<br />
destellos dorados que brillaban sobre su bronceada piel.<br />
—Es... Abie, es magnífico —suspiró Lanthe. —Tienes a tu propio demonio como esclavo sexual<br />
para hacer con él lo que te apetezca. ¡Yo también quiero uno!<br />
—Sí, pero todavía tengo que convencerlo de que acepte el papel. Y no me queda demasiado<br />
tiempo.<br />
Su hermana asintió ya más seria.<br />
—Hay una cosa que no hemos tenido en cuenta... ¿Y si resulta que Rydstrom es el único ser<br />
capaz de anteponer el deber a la lujuria? ¿Y si es capaz de mantener sus promesas pase lo que<br />
pase?<br />
—No existe tal individuo —respondió Sabine sin dudarlo.<br />
—No sé. Tal vez Rydstrom sea tan honorable, tan de los buenos, que alguien <strong>del</strong> Pravus no<br />
pueda tentarlo.<br />
—¿Estás poniendo en duda mis técnicas de seducción? —Hettiah ya la había retado<br />
públicamente en ese aspecto. —¿Qué te parece si nos apostamos algo?<br />
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—Acepto. Si no puedes seducirlo en una semana, me quedaré con la mejor de tus diademas.<br />
La diadema que a Sabine más le gustaba estaba confeccionada con un rarísimo oro azul y<br />
blanco, y tenía unas alas que le cubrían las orejas, y unas <strong>del</strong>icadas tiras doradas que caían por la<br />
frente.<br />
Sabine se la había robado a la Reina de la Providencia, junto con su habilidad para tocar objetos<br />
y conocer su historia. Era el poder innato de esa hechicera, y ambas habían luchado a muerte por<br />
él. Al final, Sabine le había regalado dicho poder a Lanthe, pues en el fondo a ella sólo le<br />
interesaba la diadema.<br />
Para ambas hermanas el oro no era algo que se tomasen a la ligera. Su madre solía acariciarles<br />
la cara con monedas de oro mientras les decía con cariño:<br />
—<strong>El</strong> oro lo es todo. ¡Es perfecto! Haceos una armadura con él para el corazón y éste nunca os<br />
sangrará.<br />
Era imposible que Sabine perdiera la apuesta. <strong>El</strong>la era la compañera destinada a Rydstrom.<br />
—Y si yo gano, tú tendrás que pasarte un año entero sin sexo. Tal vez así comprenderás mejor<br />
mi situación. —Ante la mirada incrédula de Lanthe añadió: —Sí, un año. Sabes que la diadema<br />
bien vale eso.<br />
—Está bien —contestó su hermana con cara de pocos amigos. —Acepto la apuesta.<br />
En aquel preciso instante, el cautivo farfulló algo en demoníaco, y sus labios temblaron con<br />
cada sílaba.<br />
—Vete de una vez. Quiero estar sola con él cuando se despierte —dijo Sabine.<br />
Lanthe se fue y ella se subió a la cama para sentarse junto a Rydstrom y estudiarlo más de<br />
cerca. Los cuernos la tenían fascinada, cómo se curvaban pegados a su cabeza, y lo suaves que<br />
eran a pesar de tener asperezas en la base. <strong>El</strong> espeso pelo se los cubría casi por completo. Seguro<br />
que, a diferencia de otros demonios, podía mezclarse entre los humanos.<br />
Al recordar lo mucho que le había gustado que se los tocara, Sabine los recorrió de nuevo con<br />
los dedos y Rydstrom se estremeció a pesar de seguir inconsciente.<br />
Seguidamente, los ojos de ella se detuvieron en el rostro <strong>del</strong> demonio. Era muy atractivo y tenía<br />
las facciones muy marcadas: la nariz fuerte y la mandíbula cuadrada, con aquella única y profunda<br />
cicatriz. Estaba claro que la herida había tenido que doler le mucho, y se preguntó cómo se la<br />
habría hecho.<br />
Desvió la mirada hacia abajo. Rydstrom tenía el mejor cuerpo que ella había visto en toda su<br />
vida.<br />
Siempre le habían gustado los machos de aspecto pulcro y elegante. Solía sentirse atraída por<br />
los pertenecientes al clan de los hechiceros, expertos seductores. Rydstrom en cambio no era en<br />
absoluto un conquistador de modales refinados... Era la virilidad en persona.<br />
Eso no significaba que tuviera ganas de acostarse con él. A Sabine no le gustaba que la<br />
mordieran, y era sabido que los demonios mordían a sus compañeras cuando les hacían el amor.<br />
También sabía que su aspecto físico cambiaba durante el acto sexual, que se les marcaban más las<br />
facciones, se les oscurecía la piel y les crecían los colmillos.<br />
¿Cómo sería hacer el amor con Rydstrom y presenciar su transformación demoníaca? ¿Qué<br />
haría él para conseguir que ella tuviera un orgasmo? Bebió un poco más de vino.<br />
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Sabine no había mentido al decir que quería dejarle los pantalones puestos para luego poder<br />
dar un golpe de efecto... Se moría de ganas de bajarle la cremallera con los dientes... aunque eso<br />
no significaba que quisiera verle, o, mejor dicho, ver... aquello.<br />
Dejó la copa en la mesilla de la noche y, poco a poco, empezó a desabrocharlo. Lo que vio hizo<br />
que se mordiera el labio inferior.<br />
Una gran cantidad de cicatrices recorrían todo su miembro. Aunque en aquel momento no<br />
llevaba ninguno, era evidente que había llevado piercings.<br />
Sabine había oído rumores sobre los arcaicos ritos que se celebraban en algunas demonarquías,<br />
pero creía que el clan de los demonios de la ira los había erradicado hacía muchísimo tiempo.<br />
Quizá había sido el propio Rydstrom el que había decidido prohibirlos; al fin y al cabo, era él<br />
quien estaba en posición de hacerlo.<br />
En resumen, el demonio llevaba una esclava fija en un bíceps, tenía un tatuaje y había llevado<br />
como mínimo un piercing. Al parecer, Rydstrom Woede era uno de esos individuos cuyo aspecto<br />
exterior no refleja en absoluto lo que se esconde bajo su ropa.<br />
Y, mientras Sabine le abrochaba los pantalones con cuidado, no pudo evitar sonreír.<br />
«Menuda sorpresa.»<br />
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CAPÍTULLO 06<br />
Rydstrom se despertó... fue recuperando la conciencia poco a poco. Tumbado en la penumbra,<br />
se dio cuenta de que yacía en una cama.<br />
—Sólo ha pasado media hora y ya te estás despertando —dijo la voz de Sabine. —Eres muy<br />
fuerte, demonio.<br />
Al comprender lo que estaba sucediendo, se puso furioso. «Me ha drogado.» No podía levantar<br />
los brazos ni abrir <strong>del</strong> todo los ojos. Y aunque podía sentir que ella estaba cerca, su voz parecía<br />
llegar desde la distancia.<br />
«¿No llevo camisa? ¡Qué diablos!»<br />
—Tendremos que esperar un rato para poder retomar nuestra relación «física», así que he<br />
pensado que podríamos hablar de tu encuentro con el emisario de Groot.<br />
¿Qué sabía Sabine de eso? Rydstrom trató de recordarlo, pero no podía concentrarse.<br />
—¿Que qué sé? —preguntó ella, leyéndole esa vez la mente y enfureciéndolo con ello todavía<br />
más.<br />
Sé por qué ibas a Nueva Orleans a más de doscientos por hora, y sé que estabas tan decidido a<br />
llegar allí que tuve que hacer que sufrieras un accidente para frenarte.<br />
Se suponía que esa misma noche tenía que reunirse con su hermano. Seguro que Cadeon se<br />
estaba preguntando dónde estaba. Rydstrom notó que la hechicera se sentaba en la cama junto a<br />
él y trató de abrir los ojos, pero sólo vio una silueta.<br />
—Sé que Groot ha forjado una espada y que estás convencido de que con ella puedes matar a<br />
Omort —le susurró al oído.<br />
Rydstrom se apartó y gritó furioso al notar las esposas.<br />
—¿Me has... encadenado? —La muy zorra le había esposado las muñecas y los tobillos a la<br />
cama.<br />
«La mataré muy, muy despacio.»<br />
Sabine ignoró la pregunta.<br />
—A cambio de la espada, Groot os ha exigido que le entreguéis a la Vestal, la mujer que dará a<br />
luz a un guerrero que será el mejor de los hombres o el peor de los demonios, según quién sea su<br />
padre. Pero ¿de dónde la vais a sacar?<br />
Rydstrom sintió que ella volvía a tratar de leerle la mente, pero consiguió levantar sus defensas<br />
a tiempo.<br />
—Al fin y al cabo, la Vestal sólo nace cada quinientos años.<br />
«Y Cadeon la tiene.» Por desgracia, la compañera de su hermano, la mujer de la que llevaba<br />
enamorado más de un año, era la Vestal. <strong>El</strong> pago que Omort quería a cambio de la espada era una<br />
mujer llamada Holly Ashwin.<br />
Cuando sintió que se le había aclarado la vista, buscó a Sabine y vio que estaba sentada en un<br />
lado de la cama, sonriéndole por encima <strong>del</strong> borde de una copa de vino. Respiró aliviado al<br />
comprobar que se había vestido, y luego volvió a fruncir el cejo. Llevaba una camiseta blanca tan<br />
corta y apretada que podía verle la parte inferior de los pechos. ¿Acaso no le había roto una<br />
prenda parecida?<br />
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«Me estoy volviendo loco...»<br />
—Lo que no sé es si le has dado al inútil de tu hermano suficiente información como para que<br />
inicie solo la absurda búsqueda de la Vestal.<br />
Groot había impuesto las condiciones para el intercambio; éstas consistían en una serie de<br />
puntos de encuentro donde recibirían información sobre el siguiente, hasta llegar a la guarida<br />
secreta <strong>del</strong> brujo. Durante la llamada a Cadeon, Rydstrom le había dado a éste suficiente<br />
información como para llegar al primero de esos lugares y poder seguir con la misión.<br />
—No es absurda —contestó. Pero ¿de verdad era posible que Cadeon hiciera lo correcto sin él<br />
vigilándolo?<br />
—Aunque tu hermano consiga encontrar a la Vestal y llegar a la fortaleza secreta de Groot, la<br />
espada no funcionará. Los hechiceros adoran el metal, y el Herrero sabe forjarlo y dotarlo de<br />
magia. Es muy poderoso, pero no lo suficiente como para poder matar al Que no Muere.<br />
A medida que Rydstrom iba recuperando las fuerzas, trató de soltarse.<br />
—No podrás romperlas. Están reforzadas con magia. —¡Suéltame, Sabine!<br />
—Pero si acabo de atraparte... —dijo ella haciendo pucheros.<br />
Rydstrom recorrió el lugar con la mirada, buscando una vía de escape. Sabine lo había<br />
encerrado en la celda más grande <strong>del</strong> castillo. Cuando él gobernaba en Tornin, reservaba aquella<br />
mazmorra para los presos políticos. Tenía un lavamanos, una pequeña mesilla de noche, el suelo<br />
estaba cubierto por una alfombra y había una cesta con los utensilios necesarios para encender la<br />
chimenea. Nada de aquello le servía.<br />
Él lo sabía muy bien... «Nadie escapa de las mazmorras de Tornin.»<br />
—Al parecer, ya podemos volver a centrarnos en el tema que nos ocupa. —Sabine dejó la copa<br />
en la mesilla.<br />
—¿<strong>El</strong> tema que nos ocupa? ¿Acaso no has entrado ya en razón?<br />
—No. Estoy incluso más convencida que antes. No me gusta perder, Rydstrom.<br />
Él luchó contra las esposas y le enseñó los dientes.<br />
—Pues vas a hacerlo.<br />
—Ah, así que ésta es tu famosa voluntad de hierro. Casi tan famosa como tu capacidad para<br />
analizarlo todo con calma y distinguir perfectamente entre el bien y el mal. Aunque no sé si podría<br />
considerarse que te hayas portado bien al tratar de estrangularme, ¿no crees?<br />
—Eres mi enemiga. —La tensión de antes reapareció con el doble de intensidad. —Y como tal,<br />
te mataré a la primera oportunidad que se me presente. —Pronunció cada palabra con fuerza. Su<br />
tono era letal. Pero no podía ocultarse a sí mismo que había tenido muchas ganas de seguir<br />
acariciándola, de conseguir que aquel precioso cuerpo alcanzara el orgasmo. A cada segundo que<br />
pasaba lo había deseado más y más. —¿No te molesta que te utilicen de este modo, que Omort te<br />
considere un mero instrumento?<br />
—Estás empeñado en presentarme como una víctima de Omort o como una mujer a la que le<br />
da reparo acostarse con alguien a quien no ama ni desea. Te aseguro que ninguna de las dos cosas<br />
es cierta.<br />
—Así que eres una zorra fría y sin corazón.<br />
—Y tú un engreído y miserable egoísta —respondió ella con una sonrisa—. Pero eso no significa<br />
que no pueda existir algo bonito entre los dos.<br />
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Rydstrom sacudió las piernas y trató de incorporar el torso.<br />
—Tienes que entender que no vas a salir de aquí. Es imposible. —Sabine se puso a cuatro patas<br />
encima de la cama y se acercó a él, ofreciéndole unas vistas perfectas de su escote.<br />
Advirtió que Rydstrom se quedaba embobado mirándola, y se quitó el top, que no era más que<br />
un espejismo, de repente, para ver si así el demonio terminaba sucumbiendo.<br />
Ahora, los pechos de ella estaban a escasos centímetros <strong>del</strong> torso de Rydstrom.<br />
—¿Quieres sentir mi piel sobre la tuya? —le preguntó con voz aterciopelada.<br />
Se inclinó hacia a<strong>del</strong>ante y lo rozó. Se sentía los párpados, y vio que él tenía que morderse la<br />
lengua para no gemir. Rydstrom volvió a luchar, lo que sólo sirvió para que sus cuerpos se tocaran<br />
todavía más.<br />
—Las cadenas están reforzadas con magia, igual que la puerta de la celda. Asúmelo, Rydstrom:<br />
eres mío.<br />
—Sabine, suéltame de una jodida vez...<br />
—Tranquilo, demonio. —Le puso el dedo índice sobre los labios, y lo apartó justo a tiempo de<br />
evitar que él lo mordiera. —Sé exactamente lo que vas a decir. Vas a decirme que más me vale<br />
que te suelte ahora mismo o me darás una paliza, o algo igual de violento. Y luego añadirás una<br />
amenaza sobre mi futuro. Una frase que empezará así: «Cuando salga de aquí te...».<br />
«¿Ha podido leerme el pensamiento?»<br />
—¿Lo ves, mi querido demonio? Estamos conectados. Ni siquiera tienes que decirme lo que<br />
piensas. —Le sonrió con picardía. —Es como si fuéramos la misma persona.<br />
—¿Una amenaza sobre tu futuro? —Levantó la cabeza y le enseñó los colmillos, que le habían<br />
empezado a crecer. —No me limitaré a hacerte daño, Sabine. Te mataré.<br />
«Hay demasiadas cosas en juego.»<br />
Otro fútil intento por soltarse y las esposas le cortaron la piel y las muñecas le empezaron a<br />
sangrar.<br />
Estaba atrapado, lo que significaba que no podría reunirse con su hermano. Ni hacerse con la<br />
espada.<br />
Estar tan cerca de todo lo que había deseado en la vida y no poder alcanzarlo por culpa de unas<br />
esposas que ni siquiera él podía romper...<br />
La hechicera le había hecho eso. <strong>El</strong>la era el obstáculo que se interponía en su camino. Una<br />
pequeña hembra podía mandar a paseo siglos de paciencia y preparación.<br />
—¿Qué vas a hacer, vas a matarme?<br />
Sabine le recorrió el torso con las uñas hasta llegar al ombligo, y luego enredó los dedos en el<br />
vello que allí había. Rydstrom tembló de placer.<br />
Cuando ella lo tocaba, tenía la sensación de que su piel era mil veces más sensible, y su cuerpo<br />
anhelaba hacer el amor como nunca antes. Y, a pesar de todo, Rydstrom estaba tan furioso que<br />
corría el peligro de transformarse en demonio por completo.<br />
A pesar de que la raza de demonios a la que pertenecía solía tener ataques de ira, él siempre<br />
había conseguido mantenerlos a raya. Pero ahora, con Sabine a su lado, estaba enloqueciendo,<br />
estaba a punto de perder la razón.<br />
—Sí, te mataré —contestó entre dientes. —Vosotras, las hechiceras, sois muy fáciles de<br />
destruir. Si te rodeo el cuello con las manos y aprieto lo bastante fuerte...<br />
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—Como has intentado hacer antes. ¿Sabes una cosa, demonio? Nada me pone de peor humor<br />
que intenten matarme. Llevo muy mal que me maten.<br />
¿De qué diablos estaba hablando?<br />
De rodillas entre sus piernas, Sabine se inclinó hacia a<strong>del</strong>ante y le colocó las manos en los<br />
hombros.<br />
—Además —le dijo al bajar la cabeza, —¿de verdad serías capaz de matar a la futura madre de<br />
tus hijos?<br />
—Eres una pu... —Se calló de golpe al sentir su lengua recorriéndole el torso, y el insulto murió<br />
en su garganta.<br />
Rydstrom respiró hondo y trató de mantener la calma. Había empezado a transformarse, la ira<br />
hervía dentro de él a la misma velocidad que el deseo sexual. Jamás había sentido ambas cosas<br />
juntas.<br />
«¿Qué me está pasando?»<br />
Sabine le recorrió el cuerpo a besos; su sedosa melena se deslizaba por la piel ardiente <strong>del</strong><br />
demonio, que se moría de ganas de hundir la cara en aquellos mechones. ¿Por qué no lo había<br />
hecho antes? No, tenía que matarla.<br />
Era una bomba de relojería. «Y eso que sólo hace unos minutos que he vuelto a sentirla.»<br />
<strong>El</strong>la levantó la vista para mirarlo a los ojos, pero siguió besándole el cuerpo como si lo<br />
necesitara para respirar. Entonces, deslizó las manos hacia sus pantalones.<br />
Se quedaron mirándose el uno al otro mientras Sabine le bajaba la cremallera muy despacio. <strong>El</strong><br />
suave sonido resonó en la silenciosa celda. En contra de su voluntad, Rydstrom levantó las<br />
caderas, poseído por el deseo.<br />
—Ya has notado antes lo excitada que estaba —le susurró ella, dándole otro beso. <strong>El</strong> podía<br />
sentir sus pechos rozándole la piel, deslizándose hacia abajo. —¿No te gustaría entrar dentro de<br />
mí?<br />
Justo cuando iba a tocar su erección, Rydstrom apartó las caderas.<br />
—¡Suéltame!<br />
Imágenes de todo lo que quisiera hacerle inundaron la mente <strong>del</strong> demonio. «La tumbaría sobre<br />
el suelo y le haría el amor. La poseería una y otra vez hasta que me suplicase que parase.» Más<br />
fantasías y más ira mezclándose en su mente.<br />
Sabine observaba fascinada cómo las distintas emociones atravesaban el rostro de Rydstrom,<br />
marcando las distintas fases de su proceso de transformación. Por fin, optó por apartarse.<br />
<strong>El</strong> giró sobre sí mismo, intentando alcanzar las esposas con los cuernos, casi dislocándose los<br />
brazos.<br />
—Cálmate, demonio —murmuró ella.<br />
Su voz era como un bálsamo, pero Rydstrom también se resistió a esa caricia.<br />
La hechicera rodeó con los dedos su erección, y él se sacudió sorprendido. Hacía tanto tiempo<br />
que lo único que hacía era masturbarse que la suavidad de aquella mano lo dejó sin aliento.<br />
Sabine empezó a acariciarlo a un ritmo constante, y el hecho de que él se resistiera sólo<br />
conseguía que su sexo se moviera más y más entre los dedos de ella.<br />
Rydstrom se resistió, intentó apartarse, la odió... pero la hechicera seguía acariciándolo. Las<br />
heridas que se había hecho en las muñecas y los tobillos le empezaron a sangrar.<br />
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Como si lo hubiera atravesado un rayo, el placer atravesó de repente todo su cuerpo. Un placer<br />
hasta entonces desconocido. Aturdido, bajó la vista.<br />
La punta de su miembro estaba húmeda, y Sabine estaba soplando en ella con cuidado,<br />
enfriando así la ardiente gota de semen que había aparecido allí.<br />
Su erección tembló entre los dedos de la mujer, como si buscara impaciente sus labios, y ella se<br />
quedó mirándolo fascinada. Estaba excitada, tenía la respiración entrecortada, y Rydstrom recordó<br />
lo húmeda que la había encontrado antes.<br />
—Puedo ver cómo tiemblas, demonio.<br />
Él sabía que era verdad: jamás en toda su vida había sentido un deseo como aquél.<br />
Estaba confuso, anhelaba sentir los ojos de Sabine sobre él, quería que se excitara al verlo.<br />
Quería que la hechicera lo deseara, y a la vez estaba convencido de que tenía que matarla. <strong>El</strong><br />
conflicto era cada vez mayor.<br />
<strong>El</strong>la se pasó la lengua por el labio inferior.<br />
—Me gustaría lamerte. Me apetecería darte un beso aquí, rodearte con los labios y saborearte.<br />
Rydstrom gimió al escuchar esas palabras, su pene se estremeció y segregó otra gota de semen.<br />
—Sólo tu compañera puede conseguir esto —dijo ella cuando él arqueó la espalda al sentir un<br />
increíble placer. —¿Has estado alguna vez tan cerca de terminar?<br />
«No... nunca.»<br />
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CAPÍTULLO <strong>07</strong><br />
—¿Empiezas a creerme ahora?<br />
Igual que había hecho en un par de ocasiones anteriores, el demonio fijó sus inescrutables ojos<br />
negros en los suyos sin decir nada. Sabine se dio cuenta de que hacía eso cada vez que tenía<br />
intenciones de mentir. La mayoría de la gente apartaba la mirada en esas circunstancias, pero en<br />
cambio los ojos de Rydstrom estaban allí, desafiándola.<br />
—No me puedo ni imaginar lo frustrante que tiene que ser no poder terminar —prosiguió ella<br />
acercándose más. —<strong>El</strong> sexo tiene que ser de lo más soso. Me juego lo que quieras a que te pasas<br />
horas pensando en cómo debe de ser acostarse con una hembra y poder llegar hasta el final.<br />
Al oír esas palabras, Rydstrom frunció el cejo, como si le doliera lo que estaba escuchando, y<br />
levantó las comisuras de los labios para enseñarle los colmillos.<br />
—Ahora puedes dejar de imaginártelo. Di unas pocas palabras y me sentaré encima de ti y<br />
podrás explayarte a gusto con mi cuerpo. Lo haremos tantas veces que no podrás volver a hacerlo<br />
en mucho tiempo. —Tenía muchas ganas, estaba casi tan excitada como él.<br />
Saber al fin lo que se sentía... Sabine jamás se había planteado que él pudiera negarse.<br />
La punta <strong>del</strong> miembro de él estaba ahora completamente mojada. Ambos la estaban mirando<br />
cuando ella pudo leer por fin el pensamiento <strong>del</strong> demonio, pero sólo porque él se lo estaba<br />
ordenando en silencio.<br />
«¡Acaríciame con la lengua!», resonó claramente en su mente como si fuera un trueno.<br />
—Hazlo, tassia —gimió él en voz alta.<br />
—¿Qué significa esa palabra?<br />
—Mujer perversa, porque eso es lo que eres. Haz el favor de probar lo que sólo tú has<br />
conseguido.<br />
—Quiero hacerlo —murmuró ella sincera, acercándose más y más a su erección. Sentía un<br />
cosquilleo en los pechos, que tenía completamente erguidos. —Voy a hacerlo.<br />
Sabine supo el instante exacto en que Rydstrom pudo sentir su aliento sobre su piel, porque<br />
todos los músculos <strong>del</strong> demonio se tensaron con expectación.<br />
—Préstame juramento, Rydstrom. Conviérteme en tu reina.<br />
—Más abajo... ¡rodéame con los labios!<br />
«¡Va a hacerlo otra vez! ¡Va a rechazarme de nuevo!»<br />
—Tu juramento —repitió con frialdad, apartándose. —Dámelo o me iré.<br />
—¡Jamás lo conseguirás!<br />
Y Sabine lo soltó y se levantó.<br />
—¡No puedes vencer... sólo conseguirás hacernos perder el tiempo!<br />
—¡Termina lo que has empezado! —gritó él levantando las manos tanto como podía.<br />
—¡Son sólo unas palabras! —Creó el espejismo <strong>del</strong> vestido que llevaba antes y se lo puso. —Tal<br />
vez la próxima vez.<br />
Rydstrom empezó a hablar entonces en su lengua demoníaca, pero no hacía falta conocer el<br />
idioma para saber que la estaba insultando. No importaba. Sabine dio media vuelta y se dirigió<br />
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hacia la puerta, dejándolo con los talones hincados en la cama, sacudiendo su poderosa erección<br />
en el aire.<br />
Fuera la estaba esperando su ayudante, lista para obedecer sus órdenes.<br />
—Inferi —se limitó a decir Sabine. A todas las llamaba Inferi.<br />
A pesar de que todavía estaba nerviosa por el encuentro con su prisionero, trató de aparentar<br />
calma al impartir las instrucciones pertinentes.<br />
Ordenó que volvieran a sedarlo, y que luego lo bañaran y prepararan para la noche. Después de<br />
eso, tenían que sujetarlo a la cama con un grillete alrededor <strong>del</strong> cuello; y también volver a<br />
esposarle muñecas y tobillos... sólo por si acaso.<br />
Sabine estaba convencida de que, si lo excitaba lo suficiente, incluso una «zorra» como ella<br />
podría llegar a parecerle la mismísima reina de Saba.<br />
Perdida en sus pensamientos, abandonó las mazmorras y se dirigió hacia su torre, donde se<br />
dispuso a subir los seis pisos de escalera. Sabía que tenía que estar alerta, pues Omort la había<br />
sorprendido infinidad de veces de camino a sus aposentos, pero no podía quitarse de la cabeza la<br />
imagen <strong>del</strong> cuerpo de Rydstrom.<br />
Nunca se había planteado la posibilidad de que él la afectara de ese modo. La habían educado<br />
para que se creyera superior a los demonios, y siempre había considerado a esa especie como un<br />
mero instrumento para ganar más poder.<br />
Pero, pese a la detestable tendencia de Rydstrom a hacer siempre el bien y que era su mortal<br />
enemigo, se sentía atraída por él. <strong>El</strong> rey demonio era completamente distinto a todos los machos<br />
con quienes se relacionaba, y la intrigaba.<br />
¿Cómo se había hecho la cicatriz de la cara? ¿Y las que tenía en el pene? Ahora que casi lo había<br />
visto desnudo <strong>del</strong> todo, era imposible que consiguiera olvidar aquel torso y sus largos y fuertes<br />
brazos. Había observado fascinada su erección...<br />
Sabine suspiró. Tendría que concertar una cita con su NAP, su novio a pilas, para aquella misma<br />
noche.<br />
Cruzó el umbral de su habitación y cerró la puerta a su espalda. Una vez dentro, se relajó un<br />
poco y desvaneció el espejismo <strong>del</strong> vestido que llevaba puesto. Estaba cansada, pero al fin había<br />
llegado a casa después de un arduo día de trabajo.<br />
Se plantó frente al espejo y se miró. Su carrera lo era todo para ella.<br />
«Planes y estrategias.» Sabine era famosa gracias a ellos, y ahora mismo estaba en medio de<br />
uno complicadísimo.<br />
Sólo ella, Omort y Lanthe conocían el verdadero propósito que se escondía tras la captura de<br />
Rydstrom. No necesitaban un heredero <strong>del</strong> demonio para controlar a los rebeldes, sino para abrir<br />
el misterioso Pozo de las Almas que había en el centro <strong>del</strong> castillo de Tornin. Sabine no sabía qué<br />
se suponía que tenía que hacer el futuro príncipe para desencadenar el poder <strong>del</strong> Pozo, sólo sabía<br />
que era el único que podía hacerlo.<br />
Lo que Omort no sabía era que Sabine se encargaría de que su hijo llevara a cabo tal tarea sólo<br />
para ella. Se proponía usurpar de manos <strong>del</strong> mismísimo Omort el control <strong>del</strong> Pravus.<br />
Tenía planeado hacerse con el reino de Rothkalina y convertirse en su reina.<br />
Al capturar al demonio, había adquirido el instrumento para conseguirlo; ahora, lo único que<br />
tenía que hacer era convencerlo de que se acostara con ella.<br />
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Rydstrom nunca habría imaginado que pudiera sentir tal dolor. Su pene lo estaba matando.<br />
Trató de ignorar la presión que sentía en su interior, de ignorar las esposas que lo apresaban, pero<br />
éstas se le clavaban en la piel.<br />
Todo era tan indigno que sentía como si un ácido lo estuviera quemando por dentro.<br />
Tenía la mente hecha un lío, y no podía parar de hacerse preguntas. ¿Iba Sabine a volver<br />
aquella misma noche? ¿Hasta cuándo lo retendría encadenado? ¿Qué más había descubierto<br />
sobre el pacto hecho con Groot? ¿Tenía previsto tenerlo prisionero durante mucho tiempo?<br />
Tenía que escapar de allí... pero ¿cómo? «Nadie escapa de las mazmorras de Tornin.» Utilizaría<br />
a la hechicera como rehén. A no ser que consiguiera convencerla de que traicionara a Omort. ¿De<br />
verdad le era leal a su medio hermano?<br />
Las ventajas de contar con alguien tan poderoso como Sabine entre sus aliados serían<br />
inmensas.<br />
Trató de recordar lo que sabía sobre el clan de las hechiceras en general. Sabía que eran muy<br />
avariciosas, y unas hedonistas a las que les encantaba dedicar el día a sus placeres y a pensar en el<br />
oro. Pero también recordó que eran muy reservadas y paranoicas, que desconfiaban de los<br />
desconocidos que aparecían sin más a las puertas de sus casas. La mayoría solía vivir en los lugares<br />
más inhóspitos de la Tierra.<br />
Sin embargo, no eran de por sí una raza malvada. «Sólo lo dices porque la deseas.» Tal vez,<br />
pero el hecho seguía siendo el mismo. En estos momentos, era la única alternativa que le parecía<br />
viable.<br />
Todavía le costaba hacerse a la idea de que ella pudiera ser su compañera, pero la Ascensión<br />
solía crear muchas parejas, originar nuevas familias. Y él había deseado en secreto encontrar la<br />
suya durante la que se estaba acercando. A lo largo de los años, había fantaseado infinidad de<br />
veces sobre su compañera, preguntándose si tendría una risa sensual o la piel suave. O un cuerpo<br />
en el que perderse.<br />
Rydstrom trató de pensar en si físicamente cambiaría alguna cosa de Sabine. Tenía la piel<br />
perfecta, las mejillas sonrosadas. Su melena brillaba como el fuego. No tenía ningún defecto.<br />
Al excitarse, los ojos de la hechicera habían pasado de su color habitual a un resplandeciente<br />
azul metálico...: eso sí que no podía fingirlo. Como tampoco podía fingir la reacción de su cuerpo.<br />
Estaba húmeda, ni rastro de vello cubría aquellos otros sensuales labios. Rydstrom se clavó las<br />
uñas en las palmas de las manos.<br />
Después de las últimas semanas, aquello era como echar más leña al fuego. Tenía demasiados<br />
conflictos en su interior. Su mente no podía trabajar así, y punto. Normalmente, a la hora de<br />
tomar una decisión, Rydstrom dibujaba diagramas en forma de árbol con todas las opciones y las<br />
consecuencias más probables de cada una de ellas. <strong>El</strong> era un ser racional, y le gustaba tener las<br />
cosas claras. Necesitaba tener las cosas claras.<br />
Y ahora las pocas que lo estaban parecían nefastas. Había regresado a su hogar, pero como<br />
prisionero. Existía la posibilidad de que hubiera encontrado a su reina, pero ésta era una arpía<br />
amoral y sanguinaria. Hasta que pudiera escapar de allí, su destino y el de todo su pueblo estaba<br />
en manos de Cadeon... y su hermano no tenía un pulso demasiado firme.<br />
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En especial, teniendo en cuenta que había encontrado a la mujer a la que un día, borracho,<br />
había llamado «la luz de mi vida».<br />
Rydstrom estaba con Cadeon la primera vez que éste vio a Holly Ashwin, y notó que una<br />
energía especial circulaba entre, ellos. Pero Cade no había podido acercarse a ella y tratar de<br />
conquistarla porque estaba convencido de que Holly era humana.<br />
Ahora, su hermano sabía que Holly era en realidad una valquiria, y ya nada se interponía entre<br />
los dos.<br />
¿Cómo podía Rydstrom confiar en que Cadeon no sólo abandonara a la «luz de su vida», sino<br />
que también la entregara a Groot, un asesino psicópata que tenía intención de violarla y dejarla<br />
embarazada?<br />
La última vez que el reino había necesitado al joven demonio, éste había dado la espalda, tanto<br />
a él como a su familia. ¿Por qué iba a ser distinto esta vez?<br />
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CAPÍTULLO 08<br />
Cuando Sabine se despertó, descubrió que su cama estaba bajo la lluvia, en medio de un campo<br />
lleno de barro en el que, muchos años atrás, había sido enterrada viva.<br />
Parpadeó un instante y se dio cuenta de que se trataba de una escena absurda creada durante<br />
el sueño. Cuando soñaba o cuando estaba en medio de una pesadilla, solía generar ilusiones a su<br />
alrededor. Sin darse cuenta, se pasó los dedos por la cicatriz <strong>del</strong> cuello, y la ilusión se desvaneció y<br />
todo volvió a la normalidad.<br />
Se suponía que, antaño, en esa habitación de la torre estaban los aposentos privados de<br />
Rydstrom. Se encontraba en la torre oeste, la más cercana al agua, y tenía unos grandes<br />
ventanales que Sabine mantenía abiertos para dejar entrar la brisa <strong>del</strong> océano. Había redecorado<br />
la estancia con banderolas escarlata y negras que ondeaban al viento.<br />
Sabía que no tenía sentido intentar volverse a dormir, ya que a duras penas lo había conseguido<br />
la primera vez.<br />
—No has soñado con tu prisionero —dijo una voz desde las sombras.<br />
Se incorporó de un salto, apoyándose en la cabecera de la cama al ver los ojos amarillos de<br />
Omort brillar en la oscuridad.<br />
Después de cubrirse con un ligero camisón que era sólo un espejismo, iluminó la habitación con<br />
una potente luz.<br />
Por eso era por lo que no podía dormir de noche. Porque, durante el sueño, Omort podía atarle<br />
las muñecas a la espalda y, con ese simple movimiento, evitar que pudiera usar su habilidad de<br />
generar ilusiones... que era su única defensa.<br />
—Has cruzado la raya al entrar en mi habitación, hermano.<br />
—¿Acaso no era simplemente una formalidad? ¿Una que podremos eliminar dentro de poco?<br />
Le estaba enviando señales mentales como si fuera un sonar, pero ella había aprendido a<br />
bloquearlas. Omort solía ordenarle a la gente que le dejaran explorar sus mentes, pero nunca se lo<br />
pedía a Sabine, como si en el fondo no quisiera saber lo que realmente pensaba de él.<br />
—¿Qué quieres decir con eso?<br />
—Que ahora que has capturado a Rydstrom, estamos un paso más cerca de... lo inevitable.<br />
«¿Durante cuánto más tiempo podré mantenerlo alejado?» Que hubiera entrado así en su<br />
habitación era muy mala señal. Una vez que ella entregase su virginidad al demonio y naciera la<br />
criatura, ya no habría ningún pacto Santuario que la protegiera. Nunca habría imaginado que<br />
Omort estuviese esperando como un buitre, menos aún teniendo a Hettiah.<br />
Cuando se acercó a su cama, Sabine se esforzó por mantener la compostura, aunque le costó.<br />
—¿Qué quieres?<br />
—Tu tablilla sigue intacta en la pared <strong>del</strong> este. ¿Tienes algún problema con tu prisionero?<br />
—Tiene tanta determinación y entereza como me dijiste. —Quizá debería ir a verlo...<br />
—¡No! Eso no es posible. No es necesario que le recordemos nuestra conexión —dijo, y<br />
preguntó al instante: —¿Y cómo va la búsqueda de la oráculo? —Habían entrado en un círculo<br />
vicioso, y las adivinas que encontraban eran cada vez más y más débiles. Todas terminaban<br />
cometiendo algún error y entonces eran ejecutadas. Después, una oráculo todavía más débil<br />
reemplazaba a la anterior. —¿Has encontrado a alguna con talento?<br />
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Él le lanzó una mirada haciéndole saber que aceptaba a regañadientes el cambio de tema.<br />
—He seleccionado a una, y he enviado a demonios de fuego para que la recojan.<br />
«La recojan.» La oráculo trescientos cincuenta y seis había sido voluntaria en vez de una<br />
«adquisición» de Omort. Algunas mujeres se atrevían a presentarse para el puesto, convencidas<br />
de que serían más inteligentes, mejores y menos prescindibles. Y nunca lo eran.<br />
—Es de vital importancia que tengamos a una con capacidad cuanto antes —dijo ella, midiendo<br />
sus palabras. Tenía que ir con cuidado con ese tema, que ponía especialmente furioso a su<br />
hermano.<br />
Una vez, Omort robó el poder de ver el futuro de una oráculo, pero no tenía talento suficiente<br />
para interpretar las visiones que recibía. Se llegó a obsesionar con ello, pero acabó forzándose a<br />
renunciar a poseer tal habilidad.<br />
—Y así será —dijo ausente, mientras se paseaba por la habitación, inspeccionando sus cosas,<br />
parándose a coger un libro aquí y allí. Había cientos, amontonados por todos los rincones. La<br />
mayor parte eran historias <strong>del</strong> reino, de Rydstrom. Lo había estado estudiando durante años. —No<br />
sabía que estuvieses tan instruida sobre mi enemigo.<br />
—Me lo tomo en serio; es mi oportunidad de conseguir poder para el Pravus.<br />
—Sí, yo también lo he estudiado mucho. <strong>El</strong> demonio me fascina desde hace mucho tiempo. —<br />
De forma poco cuidadosa, abrió uno de los tomos más antiguos, y después lo echó a un lado. —<br />
¿Se cree que eres su compañera?<br />
—Eso creo.<br />
Omort sonrió, mostrando sus impecables dientes blancos, pero la sonrisa no alcanzó el resto de<br />
su semblante.<br />
—Qué decepcionado debe de sentirse. —Se sentó en la cama, a su lado.<br />
«Cálmate... cálmate... distráelo.»<br />
—¿Qué pasó la noche en que te enfrentaste a él —preguntó, —cuando el reino cayó? He leído<br />
lo que cuentan los libros, pero los detalles son un poco confusos.<br />
—Hice un pacto con el rey de la Horda, Demestriu. Este arremetió contra Rydstrom, agotando a<br />
sus tropas, y entonces lanzó un ataque sorpresa. Fue cuando conquisté Tornin. <strong>El</strong> castillo estaba<br />
desprotegido, porque el heredero de Rydstrom, Cadeon, hizo caso omiso <strong>del</strong> llamamiento para<br />
defender el castillo.<br />
—¿Y por qué hizo tal cosa? —Había oído decir que el mercenario Cadeon no le tenía miedo a<br />
nada.<br />
—¿Y quién puede entender a los demonios? Me alegra saber que Rydstrom culpa a su hermano<br />
de haber dado la espalda a su reino. Lo que el demonio no sabe es que yo conocía perfectamente<br />
la importancia de que Cadeon estuviera o no en el castillo, e hice que quinientos zombis le<br />
preparasen una emboscada. Si el príncipe hubiera obedecido la orden de su hermano, él y su<br />
guardia habrían sido despedazados.<br />
«Interesante.»<br />
—Así que te enfrentaste personalmente a Rydstrom.<br />
—Es el único ser con el que he luchado que sigue con vida. En vez de quemarlo y convertirlo en<br />
ceniza, luché con honor, enfrentándome a él en un duelo con espadas en una de sus fortalezas.<br />
Me decapitó. <strong>El</strong> golpe fue fuerte y habría sido mortal para cualquier otro, pero no para mí.<br />
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Entonces utilizó toda su fuerza para derribar el techo, y quedé atrapado dentro, lo que le permitió<br />
escapar.<br />
La mano de Omort se iba acercando al tobillo de ella.<br />
—Sabine, ¿puedo confiar en ti?<br />
—No tanto como en Hettiah. ¿No deberías estar con ella ahora?<br />
—Hettiah no entiende las cosas tan bien como tú. Y, por mucho que yo lo desee, está muy lejos<br />
de ser como tú. Una tenue sombra de tu luz.<br />
—¿Has venido a mi habitación a contarme algo que es evidente para todos?<br />
La atracción que su hermano sentía hacia ella no se debía sólo a su belleza. <strong>El</strong>la creía que Omort<br />
anhelaba la muerte en secreto, y por eso la deseaba a ella, alguien que la conocía muy bien.<br />
Cuando le tocó el tobillo con la yema de un dedo, los ojos <strong>del</strong> brujo se cerraron y se le hizo la<br />
boca agua. Conteniendo un escalofrío, Sabine se levantó de un salto y cruzó la habitación hacia el<br />
balcón que daba al mar.<br />
Aquel lugar siempre la tranquilizaba, como si fuese un bálsamo para su mente. En sus muchas<br />
noches de insomnio, se quedaba allí de pie, contemplando el océano.<br />
Omort se le acercó por detrás, sin tocarla, pero manteniéndose demasiado cerca. <strong>El</strong> cuerpo de<br />
él estaba frío y era tan insensible como un muerto.<br />
Rydstrom en cambio desprendía un atrayente calor.<br />
—Deberías irte, hermano. Mañana tengo un día complicado. Debo estar en la mejor forma<br />
posible para conseguir doblegar la firme voluntad de Rydstrom.<br />
—Estoy encantado de ver que has dejado de subestimarle.<br />
Cuando notó su frío aliento en el cuello, se volvió y se dirigió al mueble bar. Se sirvió una copa<br />
de vino dulce y la tendió hacia Omort.<br />
—Hermano, sé amable y envenéname.<br />
Cada mes, el brujo les daba a ella y Lanthe un poderoso veneno, morsus. Su principal<br />
característica era que no causaba ningún dolor al ingerirlo, sólo al dejar de tomarlo.<br />
No tener el veneno suponía un dolor tan horroroso que Lanthe y ella se consideraban<br />
«condenadas» a buscarlo siempre. Sin un antídoto, el dolor que su carencia les provocaría sería<br />
tan grande que incluso podrían morir a causa de ello.<br />
Su dependencia <strong>del</strong> morsus era tal que no podían ni imaginar escapar de Omort y rebelarse<br />
contra él. Ese era el principal motivo de que permanecieran a su lado.<br />
<strong>El</strong> brujo suspiró exasperado e hizo rotar el pesado anillo de su dedo índice. Sabine fijó la mirada<br />
en la joya y vio cómo Omort la abría y destapaba el veneno. Significaba tanto para ella... Era su<br />
fuente de vida, lo que la obligaba a ser obediente.<br />
<strong>El</strong> anillo le decía además cuándo su hermano mentía, pues, en esos casos, éste le daba vueltas<br />
sin querer.<br />
Cuando vertió los gránulos negros en su vino, se oyó un silbido y unos hilillos de humo<br />
emanaron de la copa. Pero, una vez mezclado, era incoloro e insípido para cualquiera que no<br />
estuviera entrenado para detectarlo.<br />
Mucho tiempo atrás, Omort empezó a echarles a Lanthe y a ella morsus en el vino: antes de<br />
que aprendieran a identificar los venenos por el olor o el gusto, y mucho antes de que aprendieran<br />
a crear uno propio para contrarrestarlo.<br />
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Sabine levantó la copa con indiferencia.<br />
—Salud. —Y la vació de un trago. —Ahora, necesito dormir un poco. Recuerda, Omort, hago<br />
esto por nosotros. Y sé que quieres que triunfemos.<br />
—Muy bien, Sabine. —Con una última mirada lujuriosa, salió de la habitación, no sin antes<br />
murmurar: —Ya queda poco.<br />
Sola de nuevo, volvió al balcón. Contemplando el agitado mar, inspiró hondo el aire salado y<br />
meditó sobre su situación.<br />
Complots y más complots. Quería Tornin para ella y Lanthe. Después de la siguiente noche,<br />
temía que Omort la forzara a rendirse antes de que tuviera ninguna oportunidad.<br />
Sintió un escalofrío. Su hermano había tenido la desfachatez de presentarse en su habitación,<br />
trayendo consigo el frío y la desgracia que lo envolvían como si fuera una capa. Estaba hecha un<br />
lío, confusa.<br />
Por primera vez, la mirada de Sabine no estaba fija en el mar. Miró hacia el sur, hacia la torre de<br />
la mazmorra.<br />
<strong>El</strong> demonio era una fuerza de la naturaleza tal que se imaginaba dejándose llevar por él. Sin<br />
quererlo, se encontró caminando en esa dirección; su corazón latía buscando... algo.<br />
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CAPÍTULLO 09<br />
Sin decir una palabra, Sabine se metió en la cama con el demonio.<br />
A pesar de que notó cómo se ponía tenso, se tumbó de espaldas detrás de él, sin tocarlo, pero<br />
lo bastante cerca como para sentir el calor que emanaba de su cuerpo.<br />
Durante un buen rato, estuvieron tumbados uno al lado d otro, en silencio, como si hubieran<br />
pactado una incómoda tregua. Ambos miraban al techo, así que Sabine decidió hacerlo<br />
desaparecer para así ver el cielo estrellado.<br />
<strong>El</strong> demonio se puso aún más tenso.<br />
—Tienes mucho poder —dijo con voz ronca.<br />
<strong>El</strong> eco de sus palabras resonó en la oscuridad.<br />
—Sí, así es.<br />
—¿Es un espejismo o realmente has hecho desaparecer el techo?<br />
—Mi vanidad me dice que estás impresionado y que sientes curiosidad. Mi experiencia me dice<br />
que sólo te interesa conocer mi fortaleza y mi debilidad para así poder matarme.<br />
—Te perdonaré la vida si me sueltas ahora —dijo. —Me lo has hecho pasar mal, pero todavía<br />
no has hecho nada irreversible.<br />
—Dame tiempo, demonio. —¿Cómo era posible que el cuerpo de Rydstrom emanara tanto<br />
calor? Era increíble lo relajada que empezaba a sentirse. —Contestando a tu pregunta: todo son<br />
espejismos. Ópticos y auditivos.<br />
—¿Puedes hacer que los demás tengan sensaciones?<br />
—No tengo poder sobre ese tipo de ilusiones... todavía. Lo que es una pena, porque podría<br />
llegar a diezmar a todo un ejército sólo imaginándome flechas. Pero puedo hacer que los demás<br />
sientan cosas, que es lo mismo.<br />
—¿Cosas como qué?<br />
—Puedo hacer que veas la peor de tus pesadillas o tus sueños más codiciados. Y puedo<br />
controlarlos.<br />
—¿Posees otras habilidades?<br />
—Docenas —mintió. La única otra que tenía era el regalo de cumpleaños de Lanthe de hacía<br />
muchos años: la capacidad de comunicarse con los animales y de hipnotizarlos. —Tengo muchas<br />
otras.<br />
Rydstrom parecía habérselo creído. Finalmente, le preguntó:<br />
—¿Te has parado a pensar en lo que intentas hacer? ¿Te has planteado lo que tiene que ser<br />
parir y cuidar a un bebé demonio?<br />
Para ser sincera no, no había pensado demasiado en ello. No se permitía el lujo de imaginarse<br />
embarazada, dando a luz y cuidando de un príncipe demonio. Si alguna vez se encontraba<br />
preguntándose cómo sería su hijo, se forzaba a pensar en otra cosa.<br />
Ya estaba todo escrito y la trama bien urdida. <strong>El</strong> resto sólo eran detalles.<br />
Pero la visita de Omort empezó a hacer que se replantease el tema.<br />
Contestó a su pregunta con otra:<br />
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—¿Cómo sabes que no tengo ya una docena de pequeños demonios correteando por ahí?<br />
—¿Los tienes?<br />
—No, no tengo descendencia.<br />
—¿Y si das a luz a una hembra? <strong>El</strong> reino de Rothkalina es patriarcal.<br />
—Ni me lo recuerdes. En el reino de los hechiceros, en cambio, las mujeres pueden heredar la<br />
corona. Morgana es la actual emperatriz de todos nosotros. —Sabine se puso de lado, y él hizo lo<br />
mismo, con los brazos a la espalda, encadenados.<br />
—La gente no aceptaría a una hembra aquí. Me pregunto si viviré lo suficiente como para que<br />
eso se vuelva a dar. —Un mechón de cabello le cayó sobre la frente, pero con las manos<br />
esposadas no podía apartárselo de los ojos.<br />
—Estoy predestinada a concebir y a dar a luz a un hijo sano que será tu heredero.<br />
—Un hijo —¿le había temblado la voz?— al que no veré si te sales con la tuya. Al que no podré<br />
enseñar ni proteger.<br />
Sabine se quedó en silencio. Contrariamente a lo que se decía, no disfrutaba haciendo sufrir a<br />
aquellos que no le habían hecho nada malo. Pero ella no mandaba... todavía... y no podía cambiar<br />
lo que estaba escrito. Para que Lanthe y ella pudieran estar por fin a salvo, tenía que derrotar a un<br />
demonio. Al demonio que tenía al lado.<br />
Rydstrom era un daño colateral inevitable.<br />
—Espera... Si ya sabes que vas a tener a un niño sano, entonces me podrás asesinar en cuanto<br />
sepas que estás embarazada.<br />
Sabine camufló su expresión con una ilusión, para que él no pudiera ver cómo apartaba la<br />
mirada.<br />
—No dejaré atrás a mi hijo para que lo criéis aquí, entre odio y sangre. He oído los rumores de<br />
la depravación que hay en Tornin. Sacrificios y otras perversiones. En mi hogar.<br />
—Omort disfruta con esos sacrificios.<br />
<strong>El</strong> demonio se quedó boquiabierto.<br />
—¿Te estás oyendo? Estás tan acostumbrada a ello que no te das cuenta de lo enfermizo que<br />
es tu mundo.<br />
Sabine entrecerró los ojos. «Que no me estremezca, no quiere decir que no lo vea.»<br />
<strong>El</strong>la sabía de sobra lo enfermizo que era todo aquello. Por eso estaba tan decidida a irse de allí.<br />
—Nunca tendrás mi juramento, hechicera.<br />
—No descansaré hasta conseguirlo.<br />
—¿Me vas a mantener encadenado para siempre? Sé mejor que nadie que es imposible<br />
escapar de esta celda.<br />
—No es por motivos de seguridad por lo que te mantengo inmóvil. Hagamos lo que hagamos<br />
juntos, tú solo nunca podrás terminar lo que empecemos, así que al final estarás desesperado. —<br />
Cuando Sabine le deslizó un dedo por el pecho, los músculos <strong>del</strong> torso de él se contrajeron a modo<br />
de respuesta. —Pero se me ocurre que, si te mantienes tan firme sobre el hecho de no querer<br />
tener a tu descendencia aquí, es que aceptas que soy tu compañera.<br />
—¿Has pensado alguna vez en lo que eso habría sido para ti si no hubieras recurrido a la<br />
fuerza?<br />
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—¿Te refieres a si nos hubiéramos conocido en otras circunstancias? ¿Habrías sido bueno<br />
conmigo? ¿Habrías confiado en mí? —Parecía que se estuviera divirtiendo. —Si no me hubieran<br />
llamado para capturarte esa noche, habría pensado en buscarme un trabajo de camarera en tu<br />
restaurante favorito. Me habría convertido en la adorable y desdichada Lorean, que llevaría<br />
vestidos con motivos de flores y sólo necesitaría un empujoncito para salir de ese pozo, o un<br />
marido que la salvase. —Sonrió. —Tenía previsto servirte tarta y dejarte mirar mi escote.<br />
—Si te hubiera conocido en otras circunstancias, sí, seguramente habrías dado con un<br />
compañero honorable que te sería siempre fiel y bueno contigo.<br />
—He oído decir que nunca mientes.<br />
—Lo dices como si no te lo creyeras.<br />
—Porque no me lo creo. Nunca he conocido a alguien que no usara la verdad según le<br />
conviniera, torciéndola o cambiándola a su voluntad.<br />
—Pues yo no lo hago.<br />
—Entonces, dime, ¿soy todo lo que esperabas físicamente?<br />
La miró desafiante y silencioso antes de responder:<br />
—No lo eres moralmente. No esperaba tener nada que ver con una de las mujeres más<br />
malvadas de la Tradición.<br />
Las palabras que antes le había dicho Omort resonaban en su cabeza: «Qué decepcionado debe<br />
de sentirse el demonio...».<br />
—¿Una de las más malvadas? ¿No la más malvada? —replicó. —Bueno, no está tan mal. Es<br />
interesante: yo nunca me he considerado malvada. Sólo porque de vez en cuando robe alguna<br />
cosa...<br />
Al ver que él fruncía el cejo, añadió:<br />
—O haya matado a alguien que se cruza en mi camino cuando voy a robar.<br />
—¿Y por qué tienes que robar? Sabine parpadeó.<br />
—¿Y cómo, si no, puedo conseguir oro? ¿Buscando trabajo?<br />
—Quizá no necesites tener oro.<br />
—Imposible. Hay que tenerlo.<br />
«<strong>El</strong> oro es la vida...»<br />
—Eres más odiada de lo que te imaginas.<br />
—¿Tú me odias? —preguntó.<br />
—Todavía no, pero creo que va a ser inevitable.<br />
Rió con suavidad.<br />
—Odiarme es como odiar a una espada afilada porque te ha cortado. Está hecha para eso.<br />
—Una espada se puede volver a forjar, darle una nueva forma.<br />
—Sólo después de que se rompa. Imagínate qué dificultoso sería si no para el fuego de la forja y<br />
el martillo, tanto como la primera vez que la forjaron. ¿Por qué repetir todo eso?<br />
—Para hacerlo bien esa vez.<br />
<strong>El</strong>la hizo caso omiso <strong>del</strong> comentario.<br />
—Esta noche, cuando te estaba acariciando, me has llamado tassia. ¿Hay un equivalente<br />
masculino de la palabra?<br />
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—¿No lo sabes? ¿No hablas demoníaco? —preguntó él incrédulo.<br />
—Se considera un insulto aprender esa lengua, y está prohibido hablarla en el castillo. Además,<br />
ya domino cinco lenguas. Cinco es mi límite; la pizarra está llena.<br />
—¿Así que no me entendías cuando te estaba maldiciendo?<br />
—Nada de nada. Pero me has llamado suficientes veces zorra y malvada como para poder<br />
deducir...<br />
Las campanas de la torre <strong>del</strong> castillo empezaron a tocar, resonando en la distancia.<br />
—¿Ahora suenan tres minutos pasada la medianoche? —preguntó disgustado. —¿Por qué tres<br />
minutos? ¿Significa eso que tienes un malévolo dios al que adorar? ¿Uno que se muere de ganas<br />
de recibir sacrificios de sangre?<br />
—¿Quieres que sea una ferviente seguidora de la razón, como tú?<br />
—Podría ser peor.<br />
—¿Quieres saber un secreto, Rydstrom? —dijo. —Yo adoro las ilusiones.<br />
—¿Y qué significa eso?<br />
Sabine alargó la mano y le apartó el pelo que le caía por la frente.<br />
—La ilusión es el tímido amante de la realidad, que la anima cuando está deprimida. Con su<br />
experiencia de tantos años, la ilusión es astuta, y a la vez olvidadiza de su conocimiento. Eso es lo<br />
que es sagrado para mí.<br />
—¿Te ves a ti misma como una ilusión?<br />
Sabine le sonrió.<br />
—¿Quieres ser mi realidad? —Cuando sus penetrantes ojos verdes se fijaron en sus labios,<br />
añadió: —¿Estás soñando con nuestro beso, demonio? Eso espero, porque yo no dejo de pensar<br />
en él. Me gustó la forma en que me besaste.<br />
—¿Y por qué has venido aquí esta noche? —preguntó con los ojos entrecerrados.<br />
«Para olvidar la repugnancia que Omort me ha hecho sentir.»<br />
—Para avisarte. La próxima vez que venga, no mostraré ningún tipo de piedad. —No podía, ya<br />
que con cada día que pasaba disminuían sus probabilidades de quedarse embarazada.<br />
Las hechiceras no eran una especie demasiado fértil comparada con otras de la Tradición.<br />
<strong>El</strong> demonio escrutaba atento su cara, como si tratara de hurgar bajo la máscara de sus<br />
ilusiones.<br />
—Sabine, no creo que seas tan mala como aparentas.<br />
—Conmigo nada es lo que parece. Siempre es mucho, mucho peor.<br />
—No. No creo que realmente quieras hacernos todo eso ni a mí ni a mi gente.<br />
—¿Hacer qué cosas? ¿Luchar por el poder? ¿Capturar a un demonio? —Al no responder<br />
Rydstrom, su tono se hizo más frío: —Crees que me puedes cambiar, ¿verdad? Convertirme en<br />
alguien bueno, incluso rehabilitarme.<br />
—En mis circunstancias, tengo que creer eso. Puedes aprender a ver las cosas de otra forma. Yo<br />
te puedo enseñar a...<br />
Al levantarse, pareció que la habitación se desmoronaba con su furia. Encima de ellos, en la<br />
ilusión de cielo, caía una lluvia de estrellas.<br />
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—Corté la cabeza <strong>del</strong> primer macho que intentó hacer que yo fuera buena. —Al llegar a la<br />
puerta, añadió: —En esa época, sólo tenía doce años.<br />
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CAPÍTULLO 10<br />
Cuando Rydstrom detectó el sensual aroma de Sabine cerró los ojos un instante, y luego se<br />
maldijo por ser tan débil.<br />
¿Qué tenía planeado hacerle esa noche? Los sirvientes de la hechicera lo habían desnudado y<br />
atado a la cama, y lo único que le cubría la mitad inferior <strong>del</strong> cuerpo era una sábana.<br />
Hacía dos días que no la veía. Las horas habían ido pasando con extrema lentitud, haciendo que<br />
la celda le pareciera cada vez más pequeña, y las esposas que tenía en las muñecas y los tobillos le<br />
habían causado profundas laceraciones que no dejaban de sangrar.<br />
Todos los demonios de la ira habían oído historias sobre ciertos demonios que se<br />
transformaban y nunca podían recuperar el control de sí mismos. Esos seres completamente<br />
demoniacos vivían como animales... un futuro espeluznante para alguien como Rydstrom. Para<br />
controlar la ira, los de su raza solían masturbarse varias veces al día, pero Sabine le había negado<br />
incluso eso.<br />
La hechicera le había preguntado si la odiaba, y en ese momento la respuesta había sido no,<br />
pero la semilla estaba allí y, con cada día que lo mantenía encerrado en aquella celda, iba<br />
creciendo.<br />
—Estás enfadado por cómo te he tratado —dijo ella, altiva, al entrar en la estancia y colocarse<br />
detrás de la cama. —Pero tengo intención de compensarte.<br />
«Volverá a atormentarme. Volverá a seducirme.» <strong>El</strong> odio creciente que sentía iba a la par que el<br />
deseo. Al ver que se excitaba por debajo de la sábana maldijo su propio cuerpo.<br />
¿Por qué diablos había tardado tantos días en volver? Rydstrom no tenía ni idea de cuándo<br />
Sabine iba a aparecer, o si lo haría.<br />
—¿No quieres saber qué es lo que tengo pensado? —Colocó una mano en el cabezal. —Tal<br />
como te dije, hoy traigo todo un arsenal.<br />
Rydstrom sintió algo frío y metálico contra la piel y, al abrir los ojos, vio que ella le había<br />
colocado las manos en el torso. Sabine llevaba unos guantes hasta los codos que en las puntas de<br />
los dedos tenían unas pequeñas y afiladas garras de plata.<br />
«¿Guantes?» Rydstrom se puso nervioso.<br />
—Voy a usar todos mis recursos de seducción para conquistarte. ¿Ni siquiera piensas mirarme?<br />
Para poder hacerlo tendría que echar la cabeza hacia atrás y Rydstrom se negaba a que ella<br />
advirtiera las ganas que tenía de verla.<br />
«No mires... no hagas nada de lo que te pida.»<br />
Sabine empezó a acariciarle los músculos <strong>del</strong> pecho y el demonio se puso tenso, pero ella sabía<br />
exactamente cómo tocarlo con aquellas garras sin hacerle daño.<br />
—La otra noche, mientras estaba tumbada en la cama, me di cuenta de que el hecho de que tú<br />
te negaras a sentir placer no implicaba que yo también tuviera que hacerlo.<br />
¿Estaba tratando de decirle que se había acostado con otro? ¿Era eso lo que había estado<br />
haciendo durante aquellos dos días? Al demonio le crecieron los colmillos.<br />
—Así que pensé en ti... —le susurró ella al oído— mientras me masturbaba.<br />
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Rydstrom ni siquiera pudo tratar de controlar la rabia y el alivio que sintió antes de que la<br />
hechicera volviera a hablar.<br />
—¿Quieres ver lo que me imaginé?<br />
Sin apartarse de él, levantó las manos y se las colocó <strong>del</strong>ante de la cara. <strong>El</strong> aire de encima de<br />
ellas se calentó y en el muro de la celda empezó a aparecer un espejismo, igual que si fuera una<br />
película.<br />
Rydstrom se quedó boquiabierto al ver lo que la hechicera había conjurado. Podía verla<br />
desnuda, a cuatro patas, y él estaba detrás de ella sujetándola por la cintura y haciéndole el amor.<br />
Empezaron a pesarle los párpados y apretó con fuerza la mandíbula. Le resultaba imposible<br />
dejar de mirar la escena y con cada latido de su corazón se excitaba más y más. <strong>El</strong> odio que sentía<br />
hacia Sabine empezaba a diluirse en el incontrolable deseo de estar con ella.<br />
«Si pudiera tocarme, aliviar un poco la presión, entonces tal vez pudiese pensar...»<br />
Imaginarse a sí mismo haciéndole el amor era una cosa; verlo, otra muy distinta. Cuando<br />
Rydstrom contempló en el espejismo cómo deslizaba su erección dentro de Sabine, fue incapaz de<br />
evitar que se le escapara un gemido.<br />
—No sabes con qué estás jugando. Perderé el control. Podría llegar a matarte.<br />
—¿Quieres ver en qué estaba pensando cuando llegué al orgasmo? —le preguntó ella,<br />
ignorando sus palabras.<br />
La idea de que se masturbara hasta alcanzar el clímax...<br />
De repente, el espejismo cambió y mostró a la hechicera de rodillas frente al demonio. <strong>El</strong> tenía<br />
una mano enredada en su melena, y le inclinaba la cabeza para que ella pudiera rodear su<br />
erección con la boca. En la imagen, Rydstrom movía las caderas para introducirse más en sus<br />
labios, y era evidente que él también estaba a punto de llegar al orgasmo, con la cabeza<br />
completamente echada hacia atrás. ¿Sabine había estado imaginando eso?<br />
<strong>El</strong>la se paseó despacio hasta colocarse entre él y el espejismo, que seguía avanzando. Rydstrom<br />
se quedó sin aliento, y el tiempo pareció detenerse.<br />
—¿Sabine? —Iba vestida con el traje típico de las hechiceras, el mismo que las antiguas brujas<br />
llevaban siglos atrás. En la cabeza tenía una preciosa diadema de oro y plata que bien podría haber<br />
sido la corona de una reina, y la melena suelta le caía alrededor <strong>del</strong> rostro.<br />
Se había pintado la zona de alrededor de los ojos con lápiz negro, causando la impresión de que<br />
llevaba un antifaz que resaltaba el ámbar de sus iris, y tenía los labios de color rojo sangre. <strong>El</strong> corsé<br />
metálico apenas le cubría los pechos. Debajo <strong>del</strong> mismo, una minifalda de malla casi transparente<br />
hecha de oro se pegaba a sus muslos.<br />
A Rydstrom siempre le había parecido que el traje típico de las hechiceras podía ser<br />
increíblemente erótico, pero jamás lo había visto en la mujer adecuada.<br />
Hasta entonces, pensó soltando una maldición. «Niégalo cuanto quieras...»<br />
La Tradición permitía que se vistieran así porque eran uno de los clanes más débiles de entre<br />
todas las especies. No tenían garras, así que se las ponían postizas. Eran muy vulnerables, de modo<br />
que se cubrían el torso y la cabeza con metal. Y las máscaras que se pintaban desconcertaban a<br />
sus enemigos.<br />
Si antes de esa noche ya le parecía irresistible...<br />
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Sabine era su fantasía hecha realidad, allí de pie, ante él y <strong>del</strong>ante de un espejismo en el que se<br />
la veía besándolo <strong>del</strong> modo más íntimo posible.<br />
«Es mía.» La hechicera se dio la vuelta despacio para que también pudiera verla de espaldas. Al<br />
observar aquel precioso trasero cubierto por la minifalda, Rydstrom se dio cuenta de que estaba<br />
perdido.<br />
—He decidido que deberíamos conocernos un poquito mejor —dijo ella, mirándolo de nuevo.<br />
—Quizá no quieres casarte conmigo porque todavía no sabes lo fascinante que es mi personalidad.<br />
—Desvaneció el espejismo a su espalda.<br />
—Fascinante personalidad —repitió como un tonto.<br />
Ahora ella quería hablar, cuando él tenía que hacer verdaderos esfuerzos por no levantar las<br />
caderas y rozar su erección con la sábana.<br />
—Siento curiosidad, demonio: ¿qué te gusta hacer en la cama?<br />
Rydstrom llevaba toda la vida tratando de averiguarlo. Sabía que le gustaba verla vestida así. Le<br />
hacía fantasear todas las horas que se pasaría desvistiéndola, quitándole aquella ropa tan<br />
atrevida. Lo complicado que sería desabrochar cada pieza... el rato que tardaría, las expectativas.<br />
Deshacer los lazos <strong>del</strong> corsé ya de por sí sería complicadísimo...<br />
—Se rumorea que te gustan las chicas buenas, las mujeres virtuosas.<br />
—Quiero una buena reina para mi gente —contestó tras pensarlo un poco.<br />
—Pero no es lo que necesitas en la cama.<br />
—¿Y cómo lo sabes?<br />
—Por el modo en que me devoras con la mirada, y por la tienda de campaña que hay en la<br />
sábana. ¿Sabes qué pienso? Que, en lo más profundo de tu ser, siempre has querido a una chica<br />
mala. <strong>El</strong> destino lo sabía y por eso me ha elegido a mí. Creo que te has estado acostando con<br />
chicas buenas, aburridas, sacrificándote por la causa sólo porque es lo que te dijeron que tenías<br />
que hacer.<br />
—No tienes ni idea de lo que estás hablando.<br />
—Lo sé todo sobre ti, Rydstrom. Te he estudiado durante años, he devorado todas tus<br />
biografías autorizadas, incluso las más antiguas. Y a lo largo de los últimos dos días he repasado<br />
todos los artículos sobre la historia de tu familia, sobre ti. He tratado de conciliar todo lo que se ha<br />
escrito con lo que he visto directamente.<br />
A Rydstrom empezó a sudarle la frente. ¿Cuántas cosas habría descubierto sobre él?<br />
—Por ejemplo, he leído que te acostaste con tu primera hembra, que realizaste esa primera<br />
tentativa para ver si era tu reina, a los trece años, y con la segunda al día siguiente. Y creo que es<br />
verdad.<br />
Lo era. Para un príncipe demonio encontrar a su compañera era de vital importancia. Rydstrom<br />
se había acostado con una hembra tras otra en un intento desesperado por dar con ella. Durante<br />
su primer siglo de vida se había acostado con más que a lo largo de los catorce siguientes.<br />
—Todas eran mayores que tú —prosiguió ella, —unas auténticas «damas», o lo que es lo<br />
mismo, unas ignorantes en la cama. ¿Te sonreían con timidez? ¿Fingían que no tenías una<br />
erección entre las piernas? —le preguntó, señalándosela con un dedo. —¿La trataban con<br />
<strong>del</strong>icadeza?<br />
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«Sí a todo.» <strong>El</strong> odiaba que fueran tan <strong>del</strong>icadas. Rydstrom quería acostarse con una hembra<br />
durante toda una noche y que su cuerpo lo recordara al día siguiente. De joven, tenía un amigo<br />
que de vez en cuando aparecía con la espalda llena de arañazos de una de sus conquistas, y él lo<br />
envidiaba profundamente.<br />
—Tiene que haber sido muy raro eso de acostarse con una desconocida tras otra. Han sido<br />
tantas, y eras demasiado joven para soportar tanta presión. Y encima llevarte una decepción tras<br />
otra.<br />
Sus compañeras de cama siempre estaban muy nerviosas, todas y cada una de ellas confiaban<br />
en ser la elegida, soñaban con convertirse en su reina. <strong>El</strong> sexo había terminado por ser una carga, y<br />
sus encuentros sexuales eran cada vez más embarazosos.<br />
«Siento haberlo despeinado. Me gusta lo que me hace, mi señor.»<br />
—Hice lo que tenía que hacer por el reino —contestó él entre dientes. Su hermano mayor,<br />
Nylson, y su padre habían encontrado a sus respectivas compañeras en reinos vecinos. —Todos<br />
creíamos que terminaría por encontrar a mi hembra...<br />
—Y que sería una diablesa virtuosa y desprendida como tú —terminó la frase, enfadada. —Y en<br />
vez de eso, vas y la encuentras quince siglos más tarde y resulto ser yo, una hechicera violenta,<br />
mentirosa y ladrona.<br />
—Eso todavía está por ver.<br />
<strong>El</strong>la lo miró con cara de satisfacción.<br />
—Te has acostado con muchas. ¿Las complaciste a todas?<br />
«Ni mucho menos.»<br />
—Nunca he recibido ninguna queja —respondió sincero, porque ninguna se habría atrevido a<br />
quejarse.<br />
Y ése era el problema. Durante toda su vida, las hembras lo habían tratado como si en la cama<br />
siguiera siendo el rey. Y, aunque pudiera sonar bien, eso a él no lo estimulaba.<br />
—Pero nunca has estado con una hechicera. —Se sentó a su lado. —En general, somos más<br />
exigentes que las diablesas.<br />
—¿Crees que sólo me he acostado con hembras de mi especie?<br />
Así era, pues estaba convencido de que la reina de los demonios de la ira iba a ser una de ellos.<br />
Rydstrom jamás se había planteado que su pareja pudiera ser una hechicera. «Pero quizá no lo<br />
sea.» No lo sabría con certeza hasta que hiciera el amor con ella.<br />
«Niégalo cuanto quieras...»<br />
Sabine le pasó las garras de los guantes por el estómago, y los músculos de esa zona se<br />
contrajeron bajo la caricia.<br />
—Eres un hombre muy viril y dominante, y además eres rey. Tal vez preferirías que yo fuera<br />
más... dócil.<br />
«Ni hablar.» Él quería a una hembra agresiva, fuerte, incluso egoísta en la cama. Se había<br />
hartado para toda la eternidad de las <strong>del</strong>icadas.<br />
<strong>El</strong>la apartó la sábana y acarició su miembro con suavidad, pero arañándolo un poquito.<br />
Rydstrom tuvo que cerrar los ojos.<br />
—Es una lástima, porque yo no soy nada dócil. Ni lo sueñes.<br />
«Me alegro. Es mi reina. Ya no puedo negarlo... Tengo que protegerla, incluso de mí mismo.»<br />
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—Sabine, si me transformo perderé el control. Mi instinto demoníaco tomará el mando, y si de<br />
verdad eres todo lo que el demonio que hay en mí desea y necesita... que los dioses te ayuden.<br />
¿Es eso lo que quieres?<br />
—Eso es lo que quiero.<br />
—No iré con cuidado... de eso también puedes estar segura.<br />
—Tal vez no quiera que vayas con cuidado, demonio. Tal vez encajemos mejor de lo que crees.<br />
—Se golpeó la barbilla con una garra. —A ver si lo he entendido: ¿te excita pensar en acostarte<br />
con una chica mala y hacer el amor como un salvaje, pero no quieres que ella sea sumisa?<br />
—Deja de poner palabras en mi boca. —Jamás podría explicárselo, en realidad ni él mismo lo<br />
entendía.<br />
A pesar de que se moría de ganas de hacerla suya y dominarla en la cama, odiaba la idea de que<br />
ella se estuviera quieta e impasible. Quería que Sabine también lo deseara, que respondiera con la<br />
misma intensidad. Ansiaba enfrentarse a su hechicera, en la cama y fuera de ella.<br />
Pero definitivamente quería dominarla. Quería saber que, al llegar la noche, él sería el<br />
vencedor, y quería oírla suplicar a su oído con voz aterciopelada que le diera placer. O, si de<br />
verdad era afortunado, que le arañara la espalda entre más súplicas y besos.<br />
Estaba tan excitado que incluso tembló y ella lo miró intrigada.<br />
—¿En qué estás pensando, que te has puesto así? —Levantó las palmas de las manos hacia él.<br />
—Déjame entrar en tu mente. Deja que vea tus fantasías.<br />
—¿Por qué diablos iba a hacer eso?<br />
—Podríamos verlas juntos. Sabes que si me dejaras entrar haría realidad todos tus sueños.<br />
Rodeó su erección con los dedos enguantados y consiguió que Rydstrom se quedara sin aliento.<br />
—¿Todavía no estás convencido? Está bien: pídeme algo, lo que sea, dentro de lo razonable,<br />
claro, y yo te lo daré a cambio de que me dejes leerte la mente. Seguro que hay algo que quieras<br />
de mí, ¿no?<br />
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CAPÍTULLO 11<br />
—¿Lo que quiera? —Entrecerró los ojos, los iris casi negros, con fogonazos intermitentes de<br />
color verde jade.<br />
—Sí.<br />
«Dios, tiene los ojos más bonitos que he visto nunca», pensó Sabine.<br />
—Lo que quieras, sólo tienes que pedírmelo. —A un rey tan poderoso debía de costarle mucho<br />
tener que pedir nada.<br />
—Ya, eso lo dices porque crees que así te saldrás con la tuya.<br />
<strong>El</strong>la soltó su miembro y Rydstrom tuvo que morderse los labios para no gemir.<br />
—Si me dejaras leerte la mente, podría llegar a conocerte mejor y saber cómo seducirte. —«Y<br />
tú también podrías llegar a conocerte mejor, porque la verdad es que creo que no tienes ni idea de<br />
lo que de verdad te gusta». —Está bien, pídeme dos cosas.<br />
—No quiero nada tanto como para correr el riesgo. Al leerme la mente podrías averiguar<br />
mucho más que mis fantasías sexuales.<br />
—Rydstrom, si quisiera saber todas esas otras cosas me bastaría con drogarte con el suero de la<br />
verdad e interrogarte. Además, lo que quiero no es exactamente leerte la mente. Digamos que me<br />
gustaría darme un paseo por ella. Y te mostraría todo lo que encontrase.<br />
—Si te dejara, y no digo que vaya a hacerlo, te pediría a cambio pasar una noche contigo sin<br />
estar encadenado. Y también poder moverme libremente por la celda cuando tú no estuvieras. E ir<br />
vestido.<br />
—¿Y si estando libre y a solas trataras de masturbarte?<br />
—Te juro que no lo haré. —Volvió a caerle aquel rebelde mechón de pelo sobre la frente.<br />
—¿Tú nunca rompes un juramento?<br />
—No, Sabine. Nunca.<br />
—Está bien, demonio. —Levantó las manos.<br />
—¡No! No creía que...<br />
—¿Que fuera a aceptar tos condiciones? Pues lo he hecho. Vas a tener una sensación extraña.<br />
Relájate. Me han dicho que, aunque se percibe, no es desagradable. Lo notarás cuando entre en tu<br />
mente.<br />
La hechicera empezó a deslizarse dentro <strong>del</strong> pensamiento de Rydstrom.<br />
—¡He dicho que no!<br />
—Demasiado tarde. —Se volvió hacia un lado y sopló sobre una de sus palmas.<br />
En la pared apareció un espejismo, sacado directamente de la mente <strong>del</strong> demonio... En él,<br />
Rydstrom estaba en aquella misma celda con ella, pero sin las esposas, y le estaba quitando los<br />
guantes con toda lentitud. Cuando hubo terminado, Sabine estaba temblando.<br />
—¿Quieres hacerme temblar?<br />
<strong>El</strong> demonio no dijo nada, sino que se limitó a seguir mirando cómo en el espejismo le<br />
desabrochaba el corsé pero le dejaba puesto el tanga. Y también el collar, aunque en su fantasía<br />
parecía más bien una gargantilla.<br />
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La escena cambió y se vio a Sabine de cara a la pared, con las manos esposadas y fijas en un<br />
gancho que había encima de su cabeza.<br />
—¿Quieres atarme?<br />
Apartó los ojos <strong>del</strong> espejismo y miró al Rydstrom de verdad, estaba fascinado observando la<br />
imagen, pero lo mejor de todo era que parecía sorprenderle lo que veía, como si de verdad jamás<br />
se hubiera atrevido a reconocer, ni siquiera ante sí mismo, que deseaba esas cosas. Estaba más<br />
excitado que nunca, su pene completamente erecto.<br />
<strong>El</strong>la volvió a rodear su miembro con los dedos, recorriéndolo desde la base hasta la punta,<br />
mientras la Sabine <strong>del</strong> espejismo se movía inquieta.<br />
—¿Se supone que quieres que trate de escapar de ti? —Al verlo negar con la cabeza, añadió: —<br />
Entonces ¿qué?<br />
Tenía intención de acariciarlo hasta hacerlo estremecer de placer, pero al ver que no<br />
contestaba se detuvo.<br />
—Quiero pasarme horas excitándote sin dejarte llegar al final —respondió él al fin. Tenía los<br />
cuernos completamente levantados, los músculos tensos y empapados de sudor le brillaban a la<br />
luz <strong>del</strong> fuego. —Se supone que estás desesperada por tocarme, por tener un orgasmo... se supone<br />
que no puedes pensar en otra cosa.<br />
En su fantasía, él le recorría el cuerpo con las manos, acariciándole y pellizcándole los pechos<br />
desnudos. Después, le separaba las piernas y tiraba <strong>del</strong> tanga hasta cogerle las nalgas y<br />
apretárselas. Cuando Rydstrom vio que su otro yo deslizaba un dedo en el interior de Sabine desde<br />
atrás, tanto el uno como la otra soltaron un gemido de placer.<br />
—Así que eso es lo que te gusta, demonio —murmuró ella, sintiéndose halagada en secreto. De<br />
todas las fantasías que alguien podría tener —tríos, acostarse con machos y hembras a la vez,<br />
fetiches, o incluso vicios varios, —los sueños <strong>del</strong> demonio se centraban en ella. Sólo en ella.<br />
A Sabine también le sorprendió ver lo erótica que le parecía esa imagen. La idea de que uno de<br />
sus enemigos la atara debería ponerla furiosa... y no excitarla. En el pasado, siempre había tenido<br />
relaciones con hechiceros, potencialmente sus enemigos, pues podían querer robarle su precioso<br />
poder. Mostrar ante ellos cualquier debilidad habría sido peligroso, y lo de relajarse en su<br />
presencia ni siquiera se lo planteaba. Si alguno de ellos le decía que le tenía miedo, y lo habían<br />
hecho varios, Sabine nunca hacía nada para disuadirlos.<br />
En las fantasías de Rydstrom éste no la temía. <strong>El</strong> demonio se comportaba como si ella le<br />
perteneciera, lo que le parecía extrañamente excitante. Con alguien así no tendría que plantearse<br />
si podía o no relajarse: él se limitaría a exigírselo.<br />
En el espejismo, Rydstrom seguía acariciándola despacio con un dedo mientras enredaba la<br />
otra mano en su melena para inclinarle la cabeza y poder besarle la nuca. Le murmuraba al oído<br />
cuánto la deseaba, y le acariciaba la piel con la mejilla, sin dejar de decirle lo preciosa que era...<br />
—¿Alguna vez has atado a una hembra? —preguntó ella sin aliento.<br />
Al ver que él no respondía, sacudió un poco el espejismo, amenazando con hacerlo<br />
desaparecer.<br />
—Nunca —farfulló el demonio.<br />
—Pero quieres hacerlo. Necesitas hacerlo.<br />
Rydstrom arqueó la espalda tanto como se lo permitieron las esposas y le acarició el brazo con<br />
los cuernos.<br />
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—Necesito atarte a ti, tassia —gimió como si no pudiera evitarlo.<br />
<strong>El</strong> deseo que había en su voz... Sabine tragó saliva y se tumbó a su lado.<br />
En el espejismo de la pared, el demonio se colocó frente a ella para poder mirarla y se arrodilló<br />
entre sus piernas. Después de quitarle el tanga, le levantó una pierna para colocarla encima de su<br />
hombro y poder besarla.<br />
—¿En tu fantasía me besas ahí?<br />
Rydstrom giró la cabeza para poder susurrarle al oído:<br />
—Hasta que te tiemblan los muslos y me dejas la lengua mojada.<br />
Sabine soltó un gemido y la escena cambió de nuevo, mostrándolo ahora a él lamiéndola con<br />
desesperación entre las piernas. Después se apartaba para echarle el aliento, y ella gritaba de<br />
placer y arqueaba las caderas sin ningún pudor.<br />
Pero en la fantasía se negaba a dejarla alcanzar el clímax.<br />
Incapaz de seguir soportándolo, Sabine tomó el control y convirtió la imagen en lo que ella<br />
había soñado. En el nuevo espejismo, la hechicera conseguía soltarse y cogía al demonio por los<br />
cuernos, obligándolo a hundir la cabeza de nuevo entre sus piernas para que volviera a lamerla<br />
hasta hacerla llegar al orgasmo.<br />
Tumbado en la cama, el Rydstrom de verdad gritó y empujó la erección entre los dedos de<br />
Sabine, buscando el ansiado final. Fuera lo que fuese lo que hubiera hecho, había dado en el clavo:<br />
había descubierto lo que de verdad deseaba su demonio.<br />
—¡Ayúdame, tassial ¡Déjame terminar!<br />
—Hazme tuya, demonio. Conviérteme en tu esposa y haré todo lo que quieras. Te daré todo lo<br />
que necesites y sentirás más placer <strong>del</strong> que nunca has imaginado.<br />
Deslizó la otra mano hacia abajo y le acarició los testículos, consiguiendo que Rydstrom gimiera<br />
de agonía.<br />
«Mi reino está en juego.» Y a pesar de todo tenía que hacer esfuerzos para recordarse por qué<br />
no podía estar con ella. «Es mía. Me conformaría con besarla.»<br />
—¿Cómo puedo saber que no me has drogado para que me sienta atraído hacia ti? Todo eso de<br />
que eres mi compañera podría ser simplemente un engaño.<br />
Sabine dejó de acariciarlo y se puso de rodillas, luego se inclinó hacia a<strong>del</strong>ante, hasta que sólo<br />
unos centímetros separaban s rostros.<br />
—Mírame a los ojos, Rydstrom. Mírame de verdad. Sabes que soy yo.<br />
Dios, los ojos de la hechicera eran preciosos y tenía los labios húmedos.<br />
—¿Sigues negando que soy tuya?<br />
—No puedo saberlo... sin probarlo.<br />
—Esa respuesta te ha ido genial para salir <strong>del</strong> paso y no tener que negarlo. —Sabine desvió la<br />
mirada hacia los labios de Rydstrom e, inconscientemente, se pasó la lengua por los suyos.<br />
—Voy a besarte. Y si me muerdes, demonio, te cortaré a tu querido amiguito y se lo daré de<br />
comer a los zombis.<br />
Aquella mujer no tenía pelos en la lengua, ella jamás diría algo tan insípido como «Me gusta lo<br />
que me hace, mi señor». Jamás.<br />
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<strong>El</strong> <strong>Beso</strong> <strong>del</strong> <strong>Rey</strong> <strong>Demonio</strong><br />
6° de la <strong>Serie</strong> <strong>Immortals</strong> <strong>After</strong> <strong>Dark</strong><br />
Pero, para descolocarlo todavía más, lo besó con ternura, seduciéndolo hasta que la cabeza le<br />
daba vueltas de la maravillosa sensación que estaba teniendo.<br />
«Ah, dioses, es mi compañera.»<br />
Cuando Sabine se apartó, tenía los ojos de un brillante azul metálico.<br />
—He podido oír tu pensamiento con toda claridad. Sabes que soy yo. Has aceptado que es a mí<br />
a quien has estado esperando todos estos años.<br />
Había vuelto a leerle la mente.<br />
—¿Y tú? —soltó él. —¿También me has estado «esperando» a mí?<br />
—¿Confías en que yo sea virgen, cuando tú te has cepillado a todas las hembras <strong>del</strong> reino? —<br />
preguntó furiosa.<br />
—¿Con cuántos has estado antes de mí?<br />
—Tengo quinientos años. Usa la imaginación ¿Te importa? ¿Te molesta pensar que otro haya<br />
podido tocarme, saborearme, penetrarme?<br />
Rydstrom sintió que le temblaba la mandíbula en la que tenía la cicatriz y ella lo vio. —¡Oh, sí<br />
que te molesta! —¡Termina lo que has empezado!<br />
Sabine rodeó de nuevo con los dedos su erección y volvió a acariciarlo.<br />
—Dilo, demonio, di tu juramento y haré todo lo que me pidas. ¿Cuántas veces crees que<br />
podemos hacer el amor en nuestra noche de bodas? ¿Diez? Hay tantas posturas que podemos<br />
probar...<br />
<strong>El</strong> apretó los dientes para evitar que se le escapara el juramento que tan tentado estaba de<br />
pronunciar. La presión a la que estaba sometida su fuerza de voluntad era casi insoportable.<br />
¿Podía seguir negando aquello con lo que tanto había soñado? Incluso antes de conocerla, llevaba<br />
semanas sintiéndose ansioso. La tensión era palpable en el aire.<br />
—Y claro, también podríamos explorar tu fetichismo con las cuerdas.<br />
—¡Yo no tengo ningún fetiche!<br />
—¿Por qué lo niegas? O mejor dicho: ¿por qué me niegas a mí? ¿Qué clase de persona es capaz<br />
de resistirse a esto?<br />
—Yo —respondió él con la barbilla en alto. —Mucha gente confía en que seré capaz de<br />
sacrificarme por el bien común.<br />
—¿Por qué? ¿De qué le sirve a nadie que sigas negándote a estar conmigo?<br />
—Si te presto juramento, estaré firmando mi sentencia de muerte.<br />
—¿Y si te prometiera no matarte? Podrías seguir vivo siendo mi esclavo.<br />
—Creo que prefiero morir.<br />
—Entonces, la única alternativa que me dejas es hacer que desees tanto que ya nada te<br />
importe lo más mínimo.<br />
—Me gusta cómo me tocas, Sabine —dijo él, tratando de recuperar el aliento a pesar de que<br />
ella seguía acariciándolo. —Joder, me gusta mucho. Pero no tanto.<br />
La hechicera entrecerró los ojos. La celda pareció sacudirse de nuevo y un viento que apareció<br />
de la nada le alborotó la melena.<br />
—Si es así, no lo echarás de menos cuando deje de hacerlo. Mira que eres terco, demonio.<br />
Apartó la mano y se levantó de la cama.<br />
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—Haré esto cada noche hasta conseguir que te vuelvas loco de deseo. ¡Quizá tengas una<br />
voluntad de hierro, pero la mía fue forjada a fuego! Descubrirás que tiene poder suficiente para<br />
doblegar la tuya.<br />
—¡No te atrevas a dejarme así! —Rydstrom soltó la maldición más cruel que conocía y juró<br />
vengarse de ella. A cada segundo que pasaba la odiaba más y más. Sabine iba a dejarlo allí,<br />
agonizando de dolor, a punto de estallar, sintiendo el semen por primera vez circular en su<br />
interior, clavándose las uñas en las palmas de las manos para tratar de calmarse. —¡Vuelve aquí y<br />
termina lo que has empezado!<br />
—Puedo jugar a esto una y otra vez. De hecho, creo que empieza a gustarme.<br />
Que los dioses lo ayudaran, a él también.<br />
O le gustaría cuando intercambiaran los papeles.<br />
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CAPÍTULLO 12<br />
—Todavía tienes cara de virgen —dijo Lanthe cuando se reunió con su hermana en el piso de<br />
arriba.<br />
Sabine odiaba esa palabra. Odiaba que nunca se aplicara a los machos y odiaba no poder<br />
solucionar el tema por sus propios medios.<br />
—Sí, Lanthe, sigo siendo pura.<br />
—¿<strong>El</strong> segundo round tampoco ha ido bien?<br />
Por primera vez desde que era jovencita, Sabine estaba completamente descolocada.<br />
—Me he pasado años, toda la vida, de hecho, esperando este momento para conseguir así algo<br />
de poder. —Nunca había querido ninguna otra cosa, nunca había esperado nada. «Lo único que<br />
quiero es...» Por fin había llegado el momento de entrar en acción, y no podía hacerlo. —Jamás se<br />
me ocurrió pensar que pudiera resistírseme.<br />
Se estremeció al recordar aquellos ojos verdes mirándola con deseo. Y, a pesar de todo, el<br />
demonio había seguido rechazándola. Rydstrom no sólo se había resistido a una hembra: se había<br />
resistido a la suya.<br />
—¿Y si no soy su compañera? ¿Y si la profecía está equivocada? —Las oráculos no solían<br />
cometer errores, pero podrían haber interpretado mal las palabras. —No lo entiendo. Sé que soy<br />
extremadamente atractiva...<br />
—Y modesta.<br />
—No estoy presumiendo, es la verdad. Y soy su compañera, así que, en teoría, se da por hecho<br />
que se siente atraído por mí. O debería.<br />
Los demonios se pasaban toda la vida buscando a su media naranja, pero Rydstrom no lo había<br />
hecho. Desde que le arrebataron el trono de Tornin había centrado todos sus esfuerzos en<br />
recuperar su corona.<br />
Más calmada, Sabine analizó todo lo que había descubierto. Para darle al demonio lo que de<br />
verdad necesitaba, tendría que entregarle el control de su encuentro, o fingir que lo hacía.<br />
La hechicera aparentaba ser una mujer muy fuerte, que siempre se salía con la suya y jamás<br />
mostraba alguna debilidad. Pero en ocasiones se había preguntado cómo sería confiar en alguien,<br />
rendirse a él y dejarle llevar el timón.<br />
Si confiara en Rydstrom..., si él demostrara que lo merecía. «<strong>El</strong> demonio nunca trataría de<br />
arrebatarme mis poderes...»<br />
—Sabía que era complejo. —Pero jamás se había imaginado hasta qué punto. —<strong>El</strong> calmado y<br />
siempre correcto monarca tiene un lado oscuro. —Y era obvio que llevaba siglos negándoselo a sí<br />
mismo.<br />
—¡Cuéntamelo! —le pidió Lanthe abriendo los ojos como platos.<br />
—Quiere mandar en la cama, pero no quiere que yo haga todo lo que pida sin más. Quiere<br />
ganárselo. —Suena excitante.<br />
«Lo es.» Dios, el demonio era adictivo...<br />
—En la mazmorra, ¿te has sentido atraída por él? —Cuando su hermana frunció el cejo, Lanthe<br />
añadió: —Dime una cosa: si las circunstancias fueran distintas y fuerais dos personas normales y<br />
estuvierais en otro tiempo y lugar, ¿te gustaría volver a verle?<br />
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«Rydstrom quiere besarme la nuca y decirme que soy preciosa...»<br />
—Nosotras siempre hemos creído que los demonios son poco más que animales.<br />
—Eso no es lo que te he preguntado.<br />
—Yo... tal vez —farfulló.<br />
—¡Oh, Sabine! —A Lanthe se le iluminó la cara. —Es maravilloso. Podrías llegar a enamorarte<br />
de él.<br />
—¡Tú y tas chorradas sobre el amor! ¿Sabes qué es lo único que quiero? Vivir. Y enamorarme<br />
podría costarme la vida, me distraería y haría que todo fuera más complicado. Además, no somos<br />
dos personas normales que están en otro lugar.<br />
Pero, a pesar de todo, miró de reojo hacia la celda y sintió... algo.<br />
Cuando volvió a mirar hacia a<strong>del</strong>ante vio que su hermana se había quedado absorta, con la<br />
mirada perdida.<br />
—Te daré un diamante si me dices en qué estás pensando —propuso Sabine. —En Thronos, ¿a<br />
que sí?<br />
—¿Qué? —exclamó Lanthe.<br />
—Te preocupa que encuentre el modo de llegar hasta aquí. No puede, Melanthe. Y aunque<br />
pudiera, ya no somos aquellas dos niñas pequeñas y asustadas. Ahora le colgaríamos de los<br />
mismísimos.<br />
—Sí, de los mismísimos —repitió Lanthe con un tono de voz algo extraño.<br />
—¿Qué te parece si vamos a mirar algún DVD de los tuyos?<br />
La joven tenía una amplia colección de películas. Una vez al mes, abría un portal directamente a<br />
una tienda donde las vendían y ordenaba a sus inferi que fueran a la sección de novedades.<br />
—Podemos ver una de terror y beber cada vez que la rubia se caiga de bruces.<br />
—Buena idea —contestó ella sin demasiado entusiasmo.<br />
—Será genial. Nos emborracharemos y la liaremos.<br />
De repente, a Sabine se le erizó el vello. Estupendo, Lanthe había conseguido asustarla. Levantó<br />
la vista, pero no vio a ningún vrekener en el cielo.<br />
Pero lo que sí vio fue a Lothaire en lo alto de la muralla, con la levita flotando a su alrededor en<br />
medio de la brisa, y la melena albina contra el rostro. <strong>El</strong> general de los vampiros caídos <strong>del</strong> Pravus<br />
las estaba vigilando.<br />
Lothaire era uno de los individuos más complicados Sabine había conocido en toda su vida.<br />
Tenía los ojos de color rosa, no llenos de sangre, pero tampoco vacíos <strong>del</strong> todo. Se consideraba<br />
uno de los caídos, aunque había conseguido resistir la tentación de llevar a cabo los asesinatos que<br />
habrían terminado por lanzarlo <strong>del</strong> todo hacia el abismo.<br />
Siempre que Sabine se hacía invisible y vagaba a sus anchas por el castillo, se lo encontraba<br />
espiando a los demás, con una mirada astuta y analítica.<br />
<strong>El</strong> hecho de que se interesara por ella y Lanthe no augura nada bueno.<br />
Sin dejar de mirarlas ni un segundo, el vampiro se desvaneció.<br />
«Mis pensamientos son cada vez más oscuros...»<br />
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Rydstrom se sacudió y casi se ahogó con el grillete que le habían puesto alrededor <strong>del</strong> cuello.<br />
«Cada hora que pasa son más y más tenebrosos.»<br />
Esa noche también había conseguido resistirse a la hechicera a pesar de que ella le había<br />
mostrado en un espejismo sus fantasías. Pero el dolor se estaba volviendo insoportable. Ansiaba<br />
hundirse dentro de ella, lo ansiaba tanto que era casi incapaz de razonar. Incapaz de pensar con<br />
claridad.<br />
Tenía que huir de allí. «Síguele la corriente. Hazle creer que te ha seducido y que vas a hacer<br />
todo lo que te pida.» Era una jugada peligrosa, pues parte de él temía que eso pudiera convertirse<br />
en realidad. Se moría de ganas de estar con Sabine, daría cualquier cosa por poder hacerle el<br />
amor.<br />
Excepto su reino.<br />
Días atrás, anhelaba escapar de aquella mazmorra para poder ir en busca de Cadeon e<br />
intercambiar a la Vestal por la espada de Groot. Ahora, lo único que quería era vengarse de la<br />
hechicera.<br />
Se imaginaba las mil y una maneras en que le haría pagar todo lo que le había hecho.<br />
Conseguiría que le suplicara que la poseyera. La encadenaría y la atormentaría hasta que le pidiera<br />
más.<br />
Los espejismos que le había mostrado esa noche lo habían escandalizado en más de un sentido.<br />
Le había hecho falta ver esas imágenes tan claras y explícitas para asumir que eso era lo que le<br />
gustaba sexualmente.<br />
Aceptar eso implicaba que también tenía que aceptar que se había pasado toda la vida, al<br />
menos a partir de su decimotercer cumpleaños, haciendo meras tentativas. Había escogido con<br />
esmero a todas y cada una de las hembras con las que se había acostado. Pero esos encuentros<br />
sexuales habían sido un simple proceso de eliminación para tratar de encontrar a su compañera, o<br />
mejor dicho, para descartar a todas las diablesas que no lo eran.<br />
Había vivido una noche insatisfactoria y sin sentido tras otra. Ya de entrada daba por hecho que<br />
no serviría para nada, y la verdad que sentía un gran alivio al terminar.<br />
Con Sabine, lo único que quería era pasarse días enteros con ella en la cama.<br />
«Puedo negado hasta cansarme.» Él jamás había deseado a una hembra ni una milésima parte<br />
de lo que la deseaba a ella.<br />
A pesar de que lo que había sucedido con la hechicera era exactamente lo contrario de lo que él<br />
deseaba —tendría que ser ella la que estuviera atada a la cama y no él, —ninguna de sus<br />
experiencias en la vida real había sido nunca tan erótica.<br />
Y pronto la tendría en sus manos. Sabine le había prometido que la siguiente vez que fuera a<br />
verlo le dejaría estar en la celda sin esposas. Y ahora que estaba más acostumbrado a los<br />
espejismos, Rydstrom podía predecirlos, resistirlos, y así capturarla.<br />
Una vez estuviera lejos <strong>del</strong> castillo, se la llevaría hacia el interior <strong>del</strong> bosque que rodeaba Tornin<br />
y se quedarían escondidos allí durante un tiempo, ya que, para conseguir llegar hasta su hermano<br />
Cadeon, Rydstrom tenía que encontrar el modo de pasar a otra dimensión.<br />
Que Omort controlaba todas las teletransportaciones que tenían lugar en Rothkalina era un<br />
hecho conocido por todos. Pero como apenas llegaban nuevos seres a aquel plano, el brujo había<br />
ido perdiendo interés en los que se iban.<br />
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Rydstrom había oído rumores acerca de un portal secreto que utilizaban los contrabandistas en<br />
el reino de Grave, la zona más peligrosa de Rothkalina. Si conseguían llegar hasta allí, podrían<br />
escapar. Se decía que Omort se debilitaba si se alejaba <strong>del</strong> Pozo de las Almas, por lo que era<br />
seguro que no los perseguiría él en persona. Y Rydstrom podía encargarse perfectamente de<br />
quienquiera que el brujo mandara tras ellos.<br />
Pero cada vez que empezaba a pensar en lo que haría la noche de la huida, lo que más temía<br />
era a sí mismo, a sus fantasías, porque no se veía capturando a Sabine y escapando, sino<br />
tumbándola en la cama y haciéndole el amor con todas las fuerzas que quedaran en el cuerpo.<br />
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CAPÍTULLO 13<br />
—Mi demonio está enfadado conmigo —le dijo Sabine la noche siguiente. —Ya me suponía que<br />
ibas a ponerte furioso al ver que no cumplía mi promesa. —En vez de liberarlo, había ordenado<br />
que volvieran a encadenarlo a la cama.<br />
Era evidente que Rydstrom estaba al límite, al borde de la ira... ya no tenía los ojos verdes, sino<br />
completamente negros, pero eso no impedía que siguiera excitándose debajo de las sábanas.<br />
Qué menos. A ella, de tantas ganas como tenía de verlo, se le había puesto la piel de gallina<br />
sólo con bajar los escalones que conducían a la celda.<br />
Ahora estaba allí tumbado, con el torso descubierto, tirando de las esposas, y Sabine aprovechó<br />
para recorrerle con la mirada los brazos y los anchos hombros. Sus ojos resiguieron cada músculo<br />
de su pecho y su estómago. Se olvidó incluso de respirar al contemplar el sendero de vello que<br />
descendía desde el ombligo hasta el extremo de la sábana, una sábana que continuaba<br />
levantándose cada vez más.<br />
<strong>El</strong> demonio era en verdad magnífico.<br />
—Me lo prometiste, hechicera.<br />
Sabine trató de concentrarse.<br />
—¿Eso hice? —preguntó despreocupada. —En serio, debes saber que no puedes confiar en<br />
alguien como yo. No es culpa mía que seas tan crédulo.<br />
Él la fulminó con la mirada y le crecieron los colmillos, amenazadores. Teniendo en cuenta<br />
cuáles eran sus respectivos papeles, ¿cómo era posible que fuera Rydstrom el que parecía más<br />
peligroso, el que estaba al mando?<br />
—Ha estado mal por mi parte no cumplir con lo prometido. Creo que deberías castigarme. —<br />
Esbozó una sonrisa. —¿Acaso a los demonios como tú no os van esas cosas?<br />
Cuando se sentó en la cama, Rydstrom se echó hacia a<strong>del</strong>ante tirando de las cadenas al<br />
máximo.<br />
—Y te castigaré, Sabine. —Se acercó a su oído y le susurró: —Cuando salga de aquí, lo primero<br />
que haré será tumbarte sobre mis rodillas. Te azotaré ese trasero tan bonito que tienes hasta que<br />
sienta que te arde la piel bajo las palmas de mis manos. Luego te encadenaré a mi cama y te juro<br />
que conseguiré que me supliques que te haga el amor.<br />
—Entonces tendré que asegurarme de que no salgas de aquí.<br />
—No te servirá de nada. Tarde o temprano conseguiré escapar. Me has drogado. Me has<br />
torturado con tu cuerpo una y otra vez. Me has retenido aquí en contra de mi voluntad. Te<br />
castigaré por todo eso. Y tu condena será pasar por todo lo que me has hecho pasar a mí.<br />
—No puedo liberarte, Rydstrom. Sé que planeas utilizarme para salir de aquí. No tengo ni la<br />
más mínima intención de quitarte las esposas esta noche, y tampoco voy a dejar que me captures.<br />
—Al ver que él seguía enseñándole los colmillos, añadió: —Dime que no has planeado escapar y te<br />
dejo suelto.<br />
Él la retó con la mirada, como hacía siempre, y no lo negó. A pesar de que Sabine quería<br />
convencerse de que tal sinceridad era un signo de debilidad, él no parecía en absoluto débil, sino<br />
parecía tenerlo todo bajo control. Se lo veía viril y peligroso.<br />
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—Rydstrom, ¿crees que me gusta retenerte aquí encadenado y tener que utilizarte? —Lo vio<br />
fruncir el cejo, y continuó:<br />
—Está bien, me gusta un poquito. Pero preferiría hacerte el amor como una mujer normal. O al<br />
menos tanto como fuera posible, teniendo en cuenta tus fetiches.<br />
—¡Yo no tengo ningún fetiche!<br />
<strong>El</strong>la sacudió una mano y creó un espejismo que hizo que la celda pareciera su habitación, con la<br />
brisa entrando por los ventanales y las banderolas rojas y blancas ondeando fuera.<br />
—Es mi habitación —observó él, confuso.<br />
—Nuestra habitación. Llevo años durmiendo en esos aposentos, esperándote.<br />
Rydstrom apartó la mirada de la escena y optó por recorrer el cuerpo de Sabine con los ojos.<br />
Iba vestida casi igual que el día anterior, excepto que los lazos parecían incluso más<br />
complicados que los de entonces. <strong>El</strong> corsé estaba hecho de oro y plata, dibujaba unos complejos<br />
círculos en los pechos para luego cerrarse en el cuello. Llevaba los ojos pintados de color lila<br />
oscuro, casi negro.<br />
—Otra vez me estás devorando con los ojos. ¿Te gustaría verme <strong>del</strong> todo? —le preguntó. —<br />
Podría hacerte un striptease.<br />
Tardó largo rato en responder, pero al final el demonio asintió como si no pudiera evitarlo.<br />
Sabine empezó con los guantes largos que llevaba, desrizándoselos por los brazos hasta<br />
dejarlos caer en el suelo, a su espalda. Tardó muchos minutos en desabrochar el corsé, y,<br />
mientras, los ojos de Rydstrom se mantuvieron fijos en sus dedos. A cada segundo que pasaba,<br />
parecía excitarse más y más.<br />
—¿Te has puesto ese corsé por mí? —le preguntó con la respiración entrecortada.<br />
—Sí, quería gustarte.<br />
—Más despacio —le ordenó con voz ronca cuando ella empezó a quitarse la falda. Sus ojos<br />
estaban casi en llamas, y su expresión era puro deseo. Parecía no ser consciente de que estaba<br />
moviendo sutilmente las caderas.<br />
Sabine se deslizó la falda hasta los tobillos y luego la apartó de una patada, quedándose sólo<br />
con el tanga de seda negra y las medias.<br />
—Ahora eso —dijo él, señalándole el tanga con la barbilla.<br />
<strong>El</strong>la se agachó y lo enroscó hacia abajo, atormentándolo hasta límites insospechados.<br />
Cuando se apartó de la ropa interior, tirada en el suelo, con un movimiento bastante elegante,<br />
oyó cómo Rydstrom gemía.<br />
—Basta.<br />
Ya sólo llevaba la diadema, el collar y las medias.<br />
—Date la vuelta.<br />
Sabine lo hizo.<br />
—¿Acaso no te parece que éste sea el cuerpo de una reina, Rydstrom? Vamos, demonio.<br />
Reconoce que te gusto. —Volvió a mirarlo. «Ojos hambrientos y un rostro peligroso.» Un<br />
escalofrío la recorrió entera.<br />
¿Cómo podía excitarla tanto que la mirara así?<br />
Sabine le sostuvo la mirada y se acercó a él con calma.<br />
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—Si cooperas conmigo, te recorreré el cuerpo a besos, desde esos cuernos tan eróticos hasta<br />
los dedos de los pies. —Se sentó a horcajadas encima de él, y cuando Rydstrom empujó las<br />
caderas hacia arriba, ella lo sujetó por los cuernos para detenerlo. —A eso no se le llama cooperar,<br />
cariño. —Se inclinó hacia a<strong>del</strong>ante y con la mejilla acarició la satinada superficie de uno de ellos.<br />
Con un gemido, él giró la cara y trató de atraparle un pecho con los labios. Consiguió alcanzarla<br />
con los dientes y Sabine se asustó. <strong>El</strong> demonio podía morderla...<br />
En vez de eso, Rydstrom besó y lamió su seno, recorriéndolo con la lengua hasta hacerla<br />
suspirar de placer. Como recompensa ella le pasó la lengua por un cuerno. Su impresionante<br />
cuerpo e estremeció, sacudiendo las cadenas.<br />
Cuando él gimió contra su pecho, Sabine tuvo que cerrar los ojos. Espejismos de llamas y fuego<br />
empezaron a aparecer en el perímetro de la celda, e iban a más con cada una de las caricias de la<br />
boca de él en su pezón.<br />
Sonrió, y dejó que el fuego ardiera.<br />
Sabine se apartó y depositó un <strong>del</strong>icado beso en una oreja <strong>del</strong> demonio.<br />
—Sería una buena amante. —Con una mano le acariciaba el torso desnudo. —Te lo daría todo.<br />
En aquel instante, Rydstrom no tenía ninguna duda de que fuera verdad.<br />
—No te entiendo. La última vez que estuviste aquí estabas distante, decidida, como si tuvieras<br />
que ir a la guerra. Y ahora esto...<br />
<strong>El</strong>la ya no lo tocaba como si fuera un desconocido. Por el contrario, sus caricias eran cariñosas,<br />
tiernas... como él siempre había imaginado que serían las de su compañera.<br />
—¿Sigues negando que soy yo? —Había algo de inseguridad en su voz.<br />
—No, ya no lo niego. —Rydstrom parpadeó para aclararse la vista —Sabine, hay fuego en...<br />
—Es sólo un espejismo —le susurró al oído. —Es algo inconsciente. Cuando estoy muy excitada,<br />
aparecen llamas.<br />
¿Muy excitada? <strong>El</strong> fuego se iba avivando. Al comprender que Sabine lo necesitaba con tanta<br />
desesperación como él a ella, el instinto de satisfacerla se reveló en su interior.<br />
Aquella seducción era demasiado poderosa, como si ella hubiera recurrido a la magia. <strong>El</strong> fuego,<br />
el hecho de que estuviera tan húmeda al tocarla...<br />
—Me has hechizado.<br />
—No, no lo he hecho. Lo único que pasa es que te deseo.<br />
Aunque con esas palabras trataba de tranquilizarlo, Rydstrom se inquietó todavía más y<br />
empezó a transformarse.<br />
—Acéptame como tuya. Hazme el amor. —Le cogió el rostro entre las manos y le dio un beso<br />
igual de tierno y sensual que el de la última vez que lo vio. Cuando lo besaba así, la resistencia de<br />
él se desvanecía.<br />
Pasados unos minutos, interrumpió el beso y se inclinó hacia a<strong>del</strong>ante para recorrerle el cuerpo<br />
con la boca, y su resplandeciente melena le acarició la piel. Le temblaron los pechos, sus pezones<br />
rozaron el torso de él. Lo había llevado al límite con sus caricias, y ahora se estaba deslizando hacia<br />
abajo con un propósito inconfundible.<br />
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Cuando Sabine rozó su miembro con la mejilla, Rydstrom echó la cabeza hacia atrás, para<br />
levantarla segundos después.<br />
—Típicamente masculino —susurró ella; —os gusta mirar. De acuerdo, mira... —Le recorrió la<br />
punta con la lengua hasta hacerlo gritar.<br />
—<strong>Demonio</strong>, me encanta tu sabor...<br />
Él la miró incrédulo.<br />
—Tassia, rodéame con tus labios.<br />
<strong>El</strong>la tomó la base de su pene con los dedos y le atrapó la punta con la boca.<br />
—Mmm —gimió ella, y la vibración recorrió todo el miembro de Rydstrom.<br />
—¡Del todo!<br />
Lo hizo. Mientras seguía acariciándolo con los dedos lo excitaba, con la boca sin piedad, con el<br />
único objetivo de darle placer.<br />
Cuando él la vio deslizar la mano que tenía libre hacia su propio sexo, no pudo evitar gemir<br />
desde lo más profundo de su ser. La hechicera no era ninguna mártir, esperaba recibir tanto placer<br />
corno el que estaba dando. «Perfecta.»<br />
—¿Te... gusta? —le preguntó Rydstrom con la voz entrecortada. —¿Estás excitada?<br />
Como respuesta, Sabine levantó la mano con la que se había acariciado y la acercó a los labios<br />
de él. Al darse cuenta de que quería que lo comprobara por sí mismo, se excitó todavía más y se<br />
abalanzó en busca de sus dedos. Los atrapó entre los labios y los saboreó, los recorrió con la<br />
lengua una y otra vez, y sintió que estaba a punto de estallar por primera vez.<br />
La noche empezó a difuminarse. Nunca había estado tan al límite de transformarse totalmente<br />
en demonio estando con una hembra. La necesidad de hacerle el amor lo consumía por dentro.<br />
Soltó los dedos de ella al arquear la espalda. «Estoy tan cerca...»<br />
Sabine le clavó las uñas en el torso, marcándole el cuerpo con total abandono, haciéndolo<br />
enloquecer.<br />
—¡Tengo... tengo que hacerte el amor! —gimió Rydstrom, sacudiendo las esposas que le<br />
inmovilizaban los brazos y moviendo las caderas para hundirse más en los labios de ella.<br />
Sabine se detuvo y se apartó.<br />
—¡No! —gritó él.<br />
<strong>El</strong>la mantuvo su mirada azul metálico, resplandeciente en medio de su maquillaje, fija en la de<br />
él y apretó la erección, todavía húmeda de sus labios, entre sus dedos.<br />
—Préstame juramento, demonio —le dijo con la respiración entrecortada. —Haré que pierdas<br />
el conocimiento de tanto placer como te daré.<br />
<strong>El</strong> dolor era insoportable...<br />
—Rydstrom, te deseo. ¿Se te ha ocurrido pensar que quizá y también te necesite?<br />
«¿Me necesita?»<br />
—Sabine... —Se interrumpió al oír unos gritos proceden de la torre principal. —¿Qué ha sido<br />
eso?<br />
—Nada, no ha sido nada... —Alguien aporreó la puerta de la celda.<br />
—No hagas caso, demonio —insistió ella. —¿Qué ibas a decirme?<br />
—¡Abie! —gritó una voz de mujer desde fuera. —¡Rápido!<br />
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Sabine suspiró frustrada y apoyó la frente en la erección Rydstrom, apretándola contra el<br />
estómago <strong>del</strong> demonio.<br />
—¡Termina! —gimió él. —¡Necesito que llegues hasta el final!<br />
<strong>El</strong>la se incorporó un poco y se tumbó completamente encima de él. Ambos trataron de<br />
recuperar el aliento; Sabine no podía dejar de temblar, y el demonio se estremeció de los pies a la<br />
cabeza.<br />
Pero incluso en medio de aquella agonía, Rydstrom se dio cuenta de lo bien que encajaban, de<br />
lo mucho que le gustaba tenerla allí.<br />
«Es mía.» Necesitaba abrazarla; tan fuerte que no pudiera escapar.<br />
—¡Déjame entrar! —gritó la mujer de fuera. —No pienso irme de aquí hasta hablar contigo.<br />
Sabine suspiró y le dio un beso en el pecho.<br />
—Tienes un corazón tan fuerte... —murmuró impresionada, y al levantar la cabeza lo miró a los<br />
ojos. —Me pregunto si podría latir por los dos.<br />
—Si creyera que iba a tenerte siempre así conmigo, no dudaría en entregártelo —susurró él<br />
emocionado.<br />
<strong>El</strong>la se quedó boquiabierta. Se oyó otro grito procedente <strong>del</strong> castillo<br />
—¡Abie! ¡Si no sales ahora mismo abriré un portal y apareceré en medio de la celda!<br />
Sabine apartó la vista y, cuando volvió a mirarlo, Rydstrom vio en sus ojos algo que no había<br />
visto antes. Durante un segundo, la hechicera pareció... asustada. <strong>El</strong> espejismo de las llamas se<br />
desvaneció al instante.<br />
Él era perfectamente consciente de lo peligrosos que eran los seres que habitaban aquel lugar.<br />
<strong>El</strong> miedo que sintió por la hechicera consiguió apagar la lujuria que todavía sentía. «Mi mujer.» Su<br />
instinto le decía que tenía que protegerla, aunque, de todas aquellas criaturas, ella era una de las<br />
peores... y Rydstrom haría bien en recordarlo.<br />
A lo largo de toda su vida de demonio, su instinto jamás había entrado en contradicción con su<br />
mente; en cambio, ahora estaba dividido por dentro, y esa dicotomía empezaba a pasarle factura.<br />
—¿Estás en peligro?<br />
—¿Qué harías si te dijera que sí? —Sabine le sonrió, pero la sonrisa no se reflejó en sus ojos. —<br />
¿Me mantendrías a salvo?<br />
—Sí —respondió él sin dudarlo. —Suéltame, Sabine, y te protegeré con mi vida.<br />
—¿Por qué? ¿Porque soy tu mujer?<br />
—Porque nací para protegerte.<br />
—Me tengo que ir.<br />
—Entonces, bésame —dijo. Las palabras escaparon de sus labios antes que pudiera evitarlo.<br />
<strong>El</strong>la le cogió la cara con sus <strong>del</strong>icadas manos y se inclinó hacia a<strong>del</strong>ante y lo besó... de otro<br />
modo. Rydstrom entreabrió los ojos y vio que Sabine mantenía los suyos cerrados con fuerza, y<br />
que tenía las cejas juntas. Como si estuviera desesperada por perderse dentro de aquel beso.<br />
Él no tardó en hacerlo, y volvió a cerrar los párpados. Se perdió en los labios de la hechicera,<br />
que parecían incapaces de dejar de temblar, en lo maravilloso que era saber que su mujer le<br />
necesitaba.<br />
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CAPÍTULLO 14<br />
—¡Estaba a punto de prestarme juramento, Lanthe! —De tanto como la había afectado estar<br />
con Rydstrom, Sabine apenas había atinado a vestirse. —Así que más te vale que esto sea peor<br />
que la llegada <strong>del</strong> Apocalipsis...<br />
—Pues casi lo es. Digamos que nos están atacando.<br />
—¿En sentido figurado o literal?<br />
—Todavía nada por el momento —contestó Lanthe. —Pero puede que ya hayan empezado, con<br />
el rato que he tardado al bajar hasta las mazmorras. Sea como sea, Omort te ha mandado llamar;<br />
supongo que no quieres que venga él en persona a buscarte.<br />
Sabine se volvió hacia una de sus inferi.<br />
—Tú, ven aquí. —Le había prometido al demonio que podría moverse libremente por la celda y<br />
podría vestirse. Y se sentía suficientemente culpable como para permitirle que se pusiera unos<br />
pantalones y pudiera caminar tranquilo un rato.<br />
Cuando la sirvienta se fue a hacer lo que le habían ordenado, ambas hermanas se apresuraron<br />
hacia la corte.<br />
Tus ojos todavía brillan, Abie. Quizá quieras camuflar eso antes de ver a Omort.<br />
Sabine colocó un espejismo sobre su cara. Ha estado... bien con Rydstrom. No me lo esperaba.<br />
«Un amante demonio con los ojos como la noche, que me mira como si no existiera nadie más<br />
en el mundo.»<br />
—¿No te estarás enamorando de él?<br />
—¿Crees que habría alguna pareja más destinada al fracaso que la nuestra? Es ridículo incluso<br />
pensarlo. —«Con su voz ronca... y el sabor de su suave piel». —Es que es demasiado... demasiado<br />
bueno.<br />
—Creo que eso te intriga —dijo Lanthe. —Es tan fuerte como tú, y no le puedes derrotar.<br />
—¿Podemos hablar de eso más tarde? ¿Quizá después de que me cuentes qué está pasando<br />
aquí?<br />
—Las patrullas <strong>del</strong> Pravus están volviendo con informes de revueltas cada vez mayores, tanto<br />
en número de participantes como en intensidad. Algunos de los demonios de la ira han llegado<br />
incluso a atacar a las patrullas.<br />
—Nunca habían hecho eso.<br />
—Saben que tenemos cautivo a su rey. Y evidentemente saben que Cadeon ha emprendido la<br />
búsqueda de la espada. Tal como has dicho, esto sólo es el principio.<br />
—¿Va a peor?<br />
—¡Pues claro que sí! También he oído que Omort ha enviado a cuatro demonios de fuego a<br />
buscar no sólo a una adivina, sino la más poderosa que existe actualmente.<br />
—Nïx —dijo Sabine.<br />
Se rumoreaba que la conocida valkiria, la oráculo llamada Nïx la Que Todo lo Sabe o Nïx la<br />
Despampanante, tenía más de tres mil años y estaba completamente loca.<br />
Pero sus profecías, cuando se dignaba hacerlas, eran siempre acertadas.<br />
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—Pero al parecer ella está esquivando a los demonios de fuego —añadió Lanthe. —¡Oh! Casi lo<br />
olvidaba: hemos oído que los vampiros están concentrándose en el bosque de alrededor castillo,<br />
para tomar Tornin.<br />
—¿Los de Lothaire? —¿Por ese motivo los había observado a todos a conciencia, porque<br />
planeaba alguna traición?<br />
—No creemos que sean los suyos. La tablilla de su pacto sigue intacta.<br />
Cuando llegaron a las grandes puertas dobles de la corte, un grupo pasó junto a las hermanas,<br />
riéndose por lo bajo, en dirección al interior.<br />
—¿Qué demonios está pasando?<br />
—Saben que no has sido capaz de seducir al demonio.<br />
Casi se murió de vergüenza.<br />
—<strong>El</strong> pacto... —Todo el mundo tenía ante los ojos la prueba que confirmaba que seguía siendo<br />
virgen.<br />
Todo el mundo debía de estar esperando que se rompiera la tablilla. Los hechiceros con los que<br />
había tenido algún tipo de relación sexual, los que nunca pudieron convencerla de que renunciara<br />
a su virginidad, estarían disfrutando al ver que tampoco había podido darle su virtud a aquel por<br />
quien la había estado conservando todo ese tiempo.<br />
—Se hacen apuestas —murmuró Lanthe.<br />
—¿Apuestas? ¿Y cómo van?<br />
—No quieras saberlo. Pero si pudieras asegurarme el resultado, ganaríamos una fortuna.<br />
Todo el mundo en el castillo sabía que estaba fallando en sus propósitos. Y estaba a punto de<br />
entrar en la corte, una despiadada jungla de puñaladas por la espalda y traiciones. No sólo su ego<br />
saldría perjudicado, en caso de que no consiguiera el tan preciado poder que ansiaba el Pravus: su<br />
vida correría peligro.<br />
Sabine oyó más risitas. Hettiah y su grupo de estúpidas amigas hechiceras pasaron a su lado<br />
entrando en la sala <strong>del</strong> trono. Sus miradas burlonas le sirvieron a Sabine como aviso de aquello a<br />
lo que tendría que enfrentarse.<br />
«Cara de perdedora, vida de perdedora.» Ésa era ella. Pero no había sobrevivido a todo lo que<br />
le había pasado para morir ahora que estaba a punto de conseguir algo importante.<br />
—Voy a tener que pelearme ahí dentro si me retan.<br />
A pesar de que ni ella ni Lanthe tenían hechizos de batalla ambas se habían convertido en<br />
buenas luchadoras. En el campo de batalla, Sabine utilizaba sus espejismos para hacerse invisible<br />
pudiendo así colocarse detrás de sus enemigos y decapitarlos tranquilamente.<br />
No era una manera de combatir muy valiente, pero sólo los estúpidos aprecian más la valentía<br />
que la vida.<br />
—Ya sé que tendrás que hacerlo —dijo Lanthe con tranquilidad. —Y yo no podré estar contigo.<br />
—¡Eh, no te preocupes! —Sabine levantó las manos enguantadas. —Me acabo de afilar las<br />
garras. —Se frotó los guantes el uno contra el otro; el suave tintineo era agradable a sus dos...<br />
Sin previo aviso, Lothaire apareció <strong>del</strong>ante de ellas y las escudriñó, bajando la mirada desde su<br />
gran altura.<br />
Sabine levantó las manos hacia él, dispuesta a convertir en realidad las pesadillas <strong>del</strong> vampiro.<br />
—He oído que tus amigos tienen previsto hacernos una visita—dijo.<br />
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—Me voy antes de que me vuelvas loco, hechicera —contestó él con un acento muy marcado.<br />
Algunos decían que era de Dacia y que había sido un auténtico transilvano.<br />
Sabine apretó los labios, pero bajó las manos. Él no la había amenazado, así que se suponía que<br />
no debía atacarlo. Técnicamente, el vampiro formaba parte <strong>del</strong> nuevo Pravus. Uno de los círculo<br />
de confianza de Omort. Su sangre estaba en una de tablillas que colgaban de la pared este.<br />
—Y para que quede claro —añadió Lothaire, —yo no tengo amigo. Y mis soldados están abajo,<br />
en el patio.<br />
—Entonces, ¿quién merodea por nuestro bosque? —preguntó Sabine.<br />
—Una de las facciones que se segregaron de la Horda cuando el viejo rey vampiro murió. Mis<br />
espías me han dicho que tienen previsto atacar mañana por la noche.<br />
Tornin estaba protegido por un foso místico, así que los vampiros no podrían llegar adentro <strong>del</strong><br />
castillo. O, como mínimo, tardarían un tiempo en poder hacerlo.<br />
—¿Y qué quieren?<br />
—<strong>El</strong> Pozo.<br />
<strong>El</strong> Pozo de las Almas. Todos los ejércitos de la Tradición habían tratado de hacerse con él en<br />
alguna ocasión, porque todas y cada una de las especies tenían varias leyendas acerca <strong>del</strong> poder<br />
que poseía.<br />
Los licántropos creían que les curaría la locura que acompañaba el proceso de transformación<br />
en hombres lobo. Los vampiros, que les permitiría caminar a la luz <strong>del</strong> sol y que podrían<br />
transformar a mujeres humanas en vampiros convirtiéndolas así en potenciales Novias. La Casa de<br />
las Brujas creía que les daría las habilidades de las cinco castas juntas.<br />
La verdad era que Sabine no tenía ni idea de para qué demonios servía el Pozo. Incluso Omort<br />
juraba no saberlo. Lo único que tenían claro era que su poder sería inimaginable y que sólo podría<br />
descubrirlo el hijo de Sabine.<br />
—¿Y quién dirige a los vampiros? —preguntó Lanthe.<br />
—No tienen ningún líder, porque nunca aceptarían a un plebeyo como yo —contestó Lothaire.<br />
De todos era sabido que los vampiros sólo seguían a los desates directos de la realeza.<br />
—Pero aun así, diriges a los que se han unido al Pravus.<br />
—Quizá les haya dicho que el Pozo resucitará al viejo rey de la Horda en cuanto el Pravus gane.<br />
Taimado vampiro. Un motivo más para que Sabine mantuviese la mala opinión que tenía de él.<br />
—¿Y qué hay de Kristoff? —le preguntó entonces.<br />
Kristoff era el sobrino <strong>del</strong> viejo rey y, puesto que era de linaje real, le correspondería ser el<br />
líder, no un bebedor de sangre viva.<br />
Lothaire negó con la cabeza.<br />
—Saben que les haría acatar sus normas, y ellos hace tiempo que no se rigen por normas, y<br />
ahora no les sería fácil hacerlo. Además, les gusta el sabor de la carne humana. —¿Se acababa de<br />
pasar la lengua por un colmillo en busca de sangre? —Los que se han juntado son una mera<br />
fracción <strong>del</strong> ejército. Las próximas dos noches llegarán más. Muchos de ellos conocen bien estas<br />
tierras, de cuando lucharon con el poderoso rey demonio, mucho tiempo atrás.<br />
Todo el mundo conocía las historias de Rydstrom, que, cabalgando con su terrorífico casco<br />
negro, expulsó a la Horda de Tornin. Sus batallas eran legendarias.<br />
—Tal vez podrías persuadirlos para que se fueran.<br />
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—¿En serio?<br />
—¡Sabine! —gritó Omort desde dentro. Tenía los ojos vidriosos y, cuando la vio en la puerta, se<br />
puso en pie. Entonces vio su hermana detrás de ella. —¡Melanthe, vete! —ordenó. —Vuelve a tu<br />
torre.<br />
—Algún día... —dijo ésta telepáticamente. —Buena suerte.<br />
Cuando Sabine entró y se dirigió al trono, todos los ojos se posaron en ella. Al haberla visto<br />
hablando con Lothaire, algunos sospecharon que ambos tenían una alianza secreta.<br />
—Tomo nota, hechicera —murmuró el vampiro.<br />
Cuando llegó al estrado, su hermano estaba jugando con el anillo que contenía el veneno.<br />
Sabine daría cualquier cosa por tener el antídoto de su morsus. Cada veneno era especial y, como<br />
Omort había sido entrenado por la Bruja <strong>del</strong> Inframundo, sólo ella podía encontrar una cura para<br />
Sabine.<br />
Pero la Bruja había hecho un pacto y jurado que nunca entregaría el antídoto...<br />
—Cadeon el Hacedor de <strong>Rey</strong>es continúa buscando la espada —dijo Omort.<br />
—Sí, hermano —asintió Sabine en tono tan tranquilizador como pudo, —pero puede tardar<br />
años en encontrar a la Vestal.<br />
—¡Cadeon ya la tiene!<br />
Sabine abrió la boca, sorprendida.<br />
—¿Me estás diciendo que la Vestal está de camino hacia Groot? —Con un hombre como ése,<br />
cualquier hembra daría a luz al peor de los seres. <strong>El</strong> mundo no podría soportar otro Omort. —<br />
Envía a demonios de fuego para que la asesinen —añadió fríamente.<br />
—¿No crees que ya lo he hecho? —gritó su hermano, salpicando saliva.<br />
A Sabine no le gustaba Omort. Antes, cuando Rydstrom había visto que ella iba a dejarlo a<br />
medias, había inspirado hondo y se había tranquilizado. ¿Quién era más poderoso: el tranquilo rey<br />
demonio al que mantenía encadenado, o el loco hechicero que podía destrozar el mundo pero era<br />
incapaz de mantener el orden en un castillo?<br />
Omort cogió una copa y la estrelló contra la pared, haciéndola añicos.<br />
—Esos demonios continúan fastidiándonos.<br />
—Tendremos que pensar en otra alternativa —dijo Sabine. —yo misma si es necesario. Y nunca<br />
te he fallado.<br />
—¡Me estás fallando ahora! ¡Has ido una y otra vez a la celda <strong>del</strong> demonio! —Clavó el puño en<br />
el reposabrazos <strong>del</strong> tronco. Llevamos días esperando algún tipo de progreso; ¿por qué no puedes<br />
persuadirlo para que lo haga?<br />
—¿Acaso tengo un límite de tiempo para mi tarea?<br />
—Hemos oído que cuando vas allí no haces nada más hablar con él —intervino Hettiah.<br />
—Tu mascota está lloriqueando otra vez, Omort. ¡Hazla callar!<br />
—¡Creo que no estás comprometida con esta causa! —dijo su hermano bruscamente. —Quizá<br />
tenga que dejar de darte morsus para que tengas una motivación.<br />
Sabine entrecerró los ojos. Se oyó un murmullo en la sala.<br />
—Sigue amenazándome así y no te gustará lo que conseguirás.<br />
—¿Te atreves...?<br />
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Cuatro demonios de fuego aparecieron de repente frente estrado, junto a ella. Todos se<br />
quedaron sorprendidos y en silencio.<br />
Los cuatro demonios habían sido golpeados, estaban ensangrentados y no tenían manos.<br />
Clavada en el cuello de uno de ellos había una nota doblada con una N estampada en un sello de<br />
cera negro.<br />
Nïx. La valkiria los había enviado de vuelta con las manos cercenadas, quitándoles con ello todo<br />
su poder.<br />
Airado, Omort bajó los escalones, arrancó la nota y rompió el sello. Mientras leía, una vena se<br />
le iba hinchando en la frente.<br />
—¡Maldita puta! ¡Conocerá mi cólera y aprenderá a temerla! —gritó, estrujando la nota y<br />
lanzándola al suelo. —¡Iré a por yo mismo! —Al instante, levantó las manos y convirtió a los cuatro<br />
demonios en cenizas.<br />
Rodeando los restos carbonizados, Sabine recogió la nota, y estiró el papel para leer:<br />
Querida gatita:<br />
¿Esto es todo lo que sabes hacer? ¿Por qué no te pones tus pantaloncitos de chica<br />
mayor y vienes personalmente a por mí? A no ser que temas que Nïxanator te patee el<br />
culo.<br />
Por cierto, has capturado a uno de nuestros líderes más respetados. Lo queremos de<br />
vuelta. Sobre todo ahora que sabemos que Sabine no es capaz de doblegarlo.<br />
Escrito por<br />
Nïx la Que Todo lo Sabe, Adivina Sin Par, General <strong>del</strong> Nuevo Ejército de Vertas.<br />
Sabine soltó un silbido, sorprendida. La valkiria estaba loca de remate.<br />
Entonces frunció el cejo. «¿No es capaz de doblegarlo?» Otra vez, ¿es que había un límite de<br />
tiempo? ¿Les estaban vacilando?<br />
¿Y qué era ese Ejército de Vertas? Había oído rumores de que Nïx estaba juntando diferentes<br />
facciones: los licántropos, los Abstemios, los nobles duendes, la Casa de las Brujas, una mezcla de<br />
demonarquías, y mucho más. ¿Se habrían aliado todos?<br />
Quizá estaba utilizando aquella carta para conducir a Omort a una trampa. Sabine sabía que el<br />
otro bando tenía prisiones místicas, islas enteras de las que no se podía escapar. ¿Podrían capturar<br />
al Que no Muere?<br />
Sabine se quedó mirando fijamente la carta; su cabeza iba a mil por hora.<br />
—¡Traedme al demonio de la ira! —ordenó Omort. —Le enviaré los brazos de Rydstrom de<br />
vuelta a la valkiria.<br />
—¡No! —gritó Sabine, sobresaltada. Omort lo descuartizaría.<br />
Rydstrom regeneraría los miembros, pero el dolor sería.... —No vas a...<br />
Un golpe le volvió la cara y la hizo sangrar por la boca, manchando el mármol.<br />
¿Hettiah la había atacado? Aquella furia fría la había golpeado. Entonces notó la bilis, la náusea,<br />
que sólo podía asociarse con violencia. «Autoconservación. Supervivencia.»<br />
Un velo rojo cubrió su vista; Sabine seguía sangrando cuando las amigas de Hettiah la rodearon.<br />
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CAPÍTULLO 15<br />
Rydstrom estaba furioso consigo mismo. Sabine había rodeado su miembro con los labios y él<br />
había estado a punto de renegar de todo. Sí, era lo mejor que le habían hecho jamás, pero aun así.<br />
Negó con la cabeza. No era sólo lo que le había hecho, sino cómo. La hechicera había<br />
convertido en realidad todos sus sueños. Y cuando en la celda se prendió fuego, y ella le dejó ver<br />
la intensidad de sus sentimientos...<br />
¿Qué clase de individuo no se sentiría tentado a hacer lo que fuera por estar con ella?<br />
Había estado tan cerca... Rydstrom había estado a punto de sucumbir. Si se rendía, corría el<br />
riesgo de dejarla embarazada, y luego, ¿qué pasaría si no podía escapar antes de que ella lo<br />
matara?<br />
Su hijo crecería con Sabine y Omort, y lo utilizarían como una pieza más de su macabro juego.<br />
Ninguno de ellos sabría cómo cuidar de un bebé demonio, claro que eso tampoco les importaría<br />
demasiado. Rydstrom jamás podría permitir que un hijo suyo Pasara por aquel infierno.<br />
Sabine quería que le prestara juramento, pero él no pensaba hacerlo.<br />
Para que un rey demonio de la ira pudiera casarse, tenía que prestar juramento y decir las<br />
siguientes palabras: «Reclamo el honor de protegerte y de tenerte a mi lado. Eres mía, mía para<br />
acariciarte, mía para cuidarte, mía para amarte. Gobernarás junto a mí y juntos crearemos nuestra<br />
dinastía. Acepta mi juramento, y así se hará, ahora y para toda la eternidad».<br />
Si la hembra en cuestión lo aceptaba, entonces estaban casados para siempre. Pero Rydstrom<br />
no podía entregar su vida a nadie bajo coacción. Lo haría cuando estuviera listo.<br />
Y cuando ella lo mereciera.<br />
Oyó unas pisadas y supo que no eran las de Sabine. Los esclavos ya habían estado allí, lo habían<br />
soltado y le habían dado la ropa...<br />
Un grupo de cinco vampiros se materializó en mitad de la celda. Uno era Lothaire, el Enemigo<br />
de lo Antiguo. Era un general de la Horda, pero Rydstrom jamás se había enfrentado a sus tropas.<br />
—¿Qué quieres? —preguntó el demonio.<br />
Lo atacaron como si fueran un único soldado. No importaba cuánto se resistiera, Rydstrom no<br />
podía contenerlos sólo con sus cuernos y sus colmillos, y no pudo evitar que volvieran a esposarle<br />
las muñecas y los tobillos.<br />
Entonces, los vampiros lo teletransportaron con ellos a la corte de Tornin y lo que vio allí le hizo<br />
sentir arcadas.<br />
<strong>El</strong> Pozo, el poder más puro <strong>del</strong> universo, estaba lleno de partes de cuerpos desgarrados. Los<br />
seres más malvados de la Tradición estaban reunidos a su alrededor, docenas de razas distintas:<br />
los neoptera, insectos alados con cierto aspecto humano, los alquimistas, hombres eternamente<br />
viejos, con desaliñada barbas de color verde, los cerunnos, serpientes con cabezas de carnero...<br />
«En mi hogar.»<br />
Omort estaba sentado en un trono de oro, con cara de sentirse muy satisfecho de sí mismo.<br />
Cuando Rydstrom se abalanzó hacia a<strong>del</strong>ante mostrándole los colmillos, los vampiros lo<br />
retuvieron. «No puedo soltarme...»<br />
—Bienvenido a mi corte, demonio. <strong>El</strong> poderoso Rydstrom no parece tan poderoso ahora.<br />
—¡Lucha conmigo, jodido cobarde!<br />
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Omort se dirigió hacia él, pero de repente se detuvo y centró su atención en el centro de la<br />
estancia, como si no hubiera podido evitar volver la cabeza en esa dirección.<br />
Rydstrom se quedó sin aliento. ¡Sabine! Estaba rodeada por varias mujeres y le sangraba el<br />
labio. Todos los instintos protectores <strong>del</strong> demonio salieron a la luz.<br />
Trató de soltarse de los vampiros con todas sus fuerzas, hasta que Lothaire le dio un puñetazo<br />
en un riñón.<br />
—Tranquilo, demonio —murmuró con acento.<br />
—Hettiah se cargará todos los espejismos de Sabine —dijo uno de los esbirros <strong>del</strong> vampiro. —<br />
Me apuesto veinte soberanos.<br />
—Eres un idiota, pero es tu dinero —suspiró Lothaire. —Sabine la machacará. Esa chica tiene<br />
tanta ira que quema como el queroseno.<br />
En verdad, los ojos de la hechicera parecían echar chispas.<br />
—¿Qué significa todo esto? —exigió saber Rydstrom.<br />
—Es sólo una pelea de chicas. Hettiah, la que se parece un poco a Sabine, y sus amigas, tratan<br />
de matar a tu mujer. Se han tomado el que haya fracasado contigo como un signo de debilidad. —<br />
En voz baja, Lothaire añadió: —La estás matando, demonio.<br />
—¡Suéltame y deja que vaya a defenderla!<br />
—Sigue mirando.<br />
Eran demasiadas. La hechicera no podría quitarse de encima a las doce. Una trató de apuñalarla<br />
por la espalda.<br />
—¡Sabine!<br />
<strong>El</strong>la se agachó a la velocidad <strong>del</strong> rayo y desenfundó su puñal para cortarle los pies a su atacante.<br />
Cuando la otra hubo caído al suelo, Sabine le quitó el cuchillo, levantó una bota y le dio una patada<br />
en la cara y la dejó inconsciente con un golpe de tacón.<br />
En seguida se dio media vuelta y, antes de que pudiera ocultarlo, Rydstrom vio que la<br />
sorprendía verlo allí. Sus miradas se encontraron. Los ojos de Sabine le mandaron una silenciosa<br />
advertencia: no debía hacer nada para ayudarla.<br />
En ese instante, la hechicera hizo desaparecer su cuerpo y lo transformó en cientos de<br />
murciélagos. Hettiah levantó las manos para tratar de eliminar el espejismo, pero ya era tarde.<br />
Cuando Sabine volvió a ser visible, tenía las garras enredadas en la melena de la joven.<br />
Sujetándola con una mano, echó la otra atrás, cerró el puño enguantado y le rompió la nariz. <strong>El</strong><br />
hueso crujió y la sangre empezó a brotar entre los gritos de Hettiah.<br />
Sabine siguió sujetándola, doblándose para esquivar los puños de su media hermana. Entonces<br />
levantó la palma de la otra mano frente al resto de oponentes, igual que había hecho con<br />
Rydstrom para leerle la mente.<br />
Las otras gritaron asustadas y empezaron a arañarse los ojos. ¿Les estaría mostrando sus<br />
peores pesadillas?<br />
Mientras, Sabine se dio media vuelta y le dio una patada a Hettiah en la mandíbula. <strong>El</strong> cuerpo<br />
de ésta saltó por los aires, y enredado entre los dedos de la hechicera quedó un mechón de pelo.<br />
Lo lanzó sobre el cuerpo inconsciente de Hettiah y luego volvió a hacerse invisible.<br />
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<strong>El</strong> <strong>Beso</strong> <strong>del</strong> <strong>Rey</strong> <strong>Demonio</strong><br />
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Las pocas contrincantes que todavía seguían en pie trataron de verla sin conseguirlo. De<br />
repente, a una se le desgarró el cuello. Otra recibió una puñalada en la cabeza y cayó de rodillas<br />
antes de desplomarse.<br />
Cuando todas estuvieron muertas, Sabine se dejó ver. Rydstrom se quedó mirándola atónito,<br />
igual que el resto de la corte, excepto Lothaire, que estaba ocupado recogiendo sus ganancias.<br />
Sabine estaba toda ella salpicada de sangre, tenía la respiración entrecortada y no paraba de<br />
sonreír. Hasta que vio a Omort, con aquellos ojos amarillentos llenos de ira, dirigiéndose hacia<br />
Rydstrom.<br />
<strong>El</strong> demonio gritó con todas sus fuerzas y tiró de los vampiros que lo estaban sujetando. <strong>El</strong> brujo<br />
se rió y, con un leve movimiento de muñeca, lo mandó contra la pared y lo sujetó por el cuello.<br />
Lothaire y sus vampiros se transportaron fuera de allí sin inmutarse.<br />
—¿Nïx está tratando de capturarme? —preguntó Omort apretando el cuello de Rydstrom. —<br />
¡Dime cuáles son los puntos débiles de la adivina!<br />
¿Qué diablos habría hecho Nïx ahora? Apretó los clientes al sentir cómo se fracturaban algunos<br />
huesos de su cuello. No podía defenderse.<br />
—¡Respóndeme, demonio!<br />
La presión se aflojó un poco.<br />
—¡Pelea conmigo! —La presión volvió a aumentar. Se le nubló la visión y empezó a ver puntos<br />
negros.<br />
—¿Qué estás haciendo? —gritó Sabine abriéndose paso entre la multitud.<br />
Parecía una furia en pleno acceso de ira, con el rostro y el pelo cubiertos de sangre. Los ojos le<br />
brillaban igual que metal azul. Rydstrom la miró.<br />
«Tengo que mantenerme vivo... seguir con vida.»<br />
—Estoy interrogando a mi prisionero —respondió Omort de espaldas. —Antes de arrancarle los<br />
brazos.<br />
Apretó un poco más y rompió la columna vertebral <strong>del</strong> demonio.<br />
«No siento nada por debajo <strong>del</strong> cuello.» <strong>El</strong> brujo tenía intenciones de seguir apretando hasta<br />
separarle la cabeza <strong>del</strong> resto d cuerpo.<br />
«Así es como voy a morir.» Sintió que la piel empezaba a desgarrársele, e imágenes de tiempos<br />
pasados pasaron ante sus ojos. No tenía esposa, ni hijos. Su único legado era... su fracaso.<br />
—¡Suéltalo ahora mismo!<br />
Omort miró a Sabine. Tras unos segundos, Rydstrom se desplomó en el suelo.<br />
Estaba paralizado, no podía moverse. A medida que su visión iba aclarándose, se dio cuenta de<br />
que el lugar parecía azotado por un huracán. <strong>El</strong> pelo de Sabine volaba frenético alrededor de su<br />
cabeza.<br />
Las criaturas que había allí huyeron para ponerse a cubierto.<br />
—Es «mi» prisionero, hermano. Y está bajo «mi» protección —A pesar de que era muy pequeña<br />
comparada con Omort, miró a los ojos a éste sin ningún temor. —No quiero que le hagas daño.<br />
<strong>El</strong> brujo dio un par de pasos hacia ella y la fascinación que sentía se hizo evidente en su rostro.<br />
«¿Omort la desea? ¿Como mujer?»<br />
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—Vete de aquí —le ordenó Sabine, evitando mirar a Rydstrom. Y, por increíble que pareciera, el<br />
brujo se dio media vuelta para irse.<br />
Siempre se habían oído rumores acerca de que Omort quería a una de sus hermanas de una<br />
manera nada fraternal. «<strong>El</strong>la no. No, por favor, que no sea ella.»<br />
Pero no podía negar el manifiesto deseo que el brujo sentía por Sabine.<br />
Mientras trataba de recuperar la respiración, Rydstrom se rió con amargura: se estaba<br />
volviendo loco. «Es mi palacio, mi hogar, mi mujer. Todo está mal, todo está trastocado.»<br />
—Eso tiene que doler —dijo entonces con voz ronca. —Saber que un demonio poseerá algo<br />
tuyo... saber que ella siempre me preferirá a mí.<br />
Sabine abrió los ojos como platos. Omort dio media vuelta. Con un movimiento de muñeca,<br />
golpeó a Rydstrom en el pecho con una fuerza invisible y lo desgarró de lado a lado.<br />
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CAPÍTULLO 16<br />
Rydstrom no tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado consciente. Abrió los ojos un poco.<br />
¿Estaba en la cama de la celda?<br />
Un dolor como nunca había sentido lo atravesó, pero sólo por encima <strong>del</strong> cuello, por debajo...<br />
no podía sentir nada.<br />
—Traed a la Bruja —ordenó Sabine a alguien a quien él no veía. —¡Rápido!<br />
No sabía cuánto rato después, una anciana entró en la celda cargada con un montón de vendas<br />
y un saco de arpillera lleno hasta los topes. Se sentó en la cama, junto a él, y sacó un ungüento con<br />
un intenso olor a hierbas con el que cubrió las heridas de Rydstrom. Este no notó nada.<br />
Mientras la mujer seguía trabajando, él mantuvo los ojos entrecerrados para que no se dieran<br />
cuenta de que se había despertado y se quedó observando a Sabine.<br />
—¿Cuánto tardará en empezar a curarse? —preguntó ésta.<br />
—Dos días —respondió la anciana. —Hasta entonces, no podrás conseguir su semilla.<br />
A Sabine no pareció sorprenderle su temeridad.<br />
Otra mujer entró en la celda.<br />
—¡<strong>El</strong> castillo está totalmente revolucionado! He oído que le has gritado a Omort. —Tenía el<br />
pelo negro y se mordía las uñas como una histérica. Se parecía un poco a Sabine. «¿Otra<br />
hermana?». —Maldita sea, Abie, ¿es que quieres terminar como la última oráculo? —Desvió la<br />
vista hacia la cama. —¡Oh, tu demonio! No me extraña que te pusieras hecha una fiera.<br />
—Danos una cura, Bruja. Sé que puedes hacerlo —suplicó entonces Sabine.<br />
—Firmé mi pacto hace tiempo. —La mujer empezó a deshacer unas vendas. —Si lo rompo,<br />
moriré y a ti te darían otro mejunje.<br />
—¿Qué tengo que hacer para que me la des? —preguntó la hechicera en voz baja.<br />
—Uno de los que han establecido el pacto tiene que liberar al otro. O morir.<br />
—Tiene que haber otro modo.<br />
—Ni lo sueñes —farfulló la mujer. —Los sueños pertenecen al inconsciente.<br />
—Yo hago planes. Y los planes pertenecen a la vigilia.<br />
Ambas se quedaron mirándose la una a la otra. ¿Qué estaba pasando allí? Rydstrom parpadeó<br />
y, durante una milésima de segundo, la anciana arrugada tuvo el aspecto de una joven elfa de pelo<br />
castaño. «Pero ¿qué diablos...?» Sabine no pareció notar nada.<br />
Un sonido ahogado escapó de la garganta de Rydstrom y puso fin al instante de tensión. Sabine<br />
corrió a su lado.<br />
—No te mires, demonio. —<strong>El</strong>la, con su furia, había impedido que lo matasen. Por el momento.<br />
Pero ¿acaso no se daba cuenta de que Omort regresaría, de que iría de nuevo tras él y volvería a<br />
atacarlo como el cobarde que era?<br />
Sabine le leyó la mente sin ninguna dificultad.<br />
—Te mantendré a salvo. Esto no volverá a suceder. —Le acarició la frente con ternura, pero<br />
luego se detuvo y apartó la mano de golpe. Miró a ambos lados para asegurarse de que nadie la<br />
hubiera visto. —Duérmete, demonio.<br />
Rydstrom no pudo mantener los ojos abiertos durante más tiempo.<br />
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«No me leas la mente —pensó, —no me leas...»<br />
—No lo haré —respondió ella como si él hubiera llegado a pronunciar esas palabras.<br />
«¡Dame tu palabra!»<br />
—Te la doy —murmuró. —Y ahora duérmete, demonio. Y sueña. Sueña con lo que más<br />
necesitas en esta vida.<br />
Rydstrom cerró los ojos. Y soñó.<br />
Estaba sentado en una silla, junto al fuego, mirando a su mujer, que seguía dormida en la cama.<br />
Las llamas iluminaban su rostro mientras soñaba plácidamente. Su amado hijo dormía en una cuna<br />
en la misma habitación.<br />
Fuera, se estaba formando una tormenta, el viento acotaba el castillo; dentro, ellos estaban a<br />
salvo. Rydstrom cuidaba de ellos, los protegía. Nunca nada le había hecho sentir tan bien.<br />
Su hijo debía de tener hambre, así que Rydstrom se acercó a la cuna. La cogió en brazos con<br />
cuidado y lo llevó hasta donde estaba su madre. Sabine, medio dormida, cogió al bebé en brazos y<br />
murmuró el nombre de Rydstrom.<br />
Mi familia...<br />
Abrió los ojos de golpe. «Eso es lo que más necesito. Y ella es la clave para conseguirlo...»<br />
De repente, lo asaltó el dolor, lo sacudía a cada bocanada aire que tomaba. «Vuelvo a sentir la<br />
columna vertebral.» ¿Cuánto tiempo había estado inconsciente?<br />
En aquel instante Sabine entró en la celda. Llevaba un corsé de metal distinto al de la otra vez, y<br />
se había pintado los ojos azul oscuro. ¿Cuántos días habían transcurrido?<br />
—No puedo quedarme demasiado rato, sólo he venido a ver no está mi colosalmente estúpido<br />
demonio.<br />
Rydstrom vio que volvía a ser la Sabine de siempre, la cariñosa y afectuosa había desaparecido.<br />
—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? —preguntó, haciendo un esfuerzo. Estaba tumbado<br />
en la cama, con un único tobillo esposado. Los brazos los tenía libres, aunque no podía moverlos.<br />
—Un día. Tu cuerpo está sanando muy rápido. La espina dorsal y el cuello ya se han<br />
recuperado, igual que tus destrozados pulmones, si ya puedes volver a hablar.<br />
Él desvió la vista hacia el vendaje que le cubría el torso.<br />
—Las heridas de la piel todavía no han cicatrizado —le explicó ella—; pero lo harán pronto.<br />
Tuviste suerte de no salir peor parado. ¿Por qué diablos tuviste que provocar a Omort de ese<br />
modo?<br />
—Porque me sentí bien al hacerlo... Llevaba mucho tiempo esperando.<br />
—Si yo no hubiera estado allí, habrías muerto.<br />
<strong>El</strong> poder y la astucia de Sabine eran indescriptibles. Era tan poderosa como Omort, incluso más,<br />
teniendo en cuenta que el brujo la deseaba.<br />
Pero ¿sentía ella lo mismo por su hermano? ¿Se habían acostado? Cosas más repugnantes<br />
habían sucedido entre los miembros de ese clan. Tal vez por eso Sabine se había aliado con Omort.<br />
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¿O quizá lo había hecho porque no podía matarlo? Si el brujo no fuera el Que no Muere,<br />
¿podría ella llegar a derrotarlo? Tal eso era precisamente lo que estaba tramando. ¿Y si Rydstrom<br />
lograba convencerla de que la espada podía funcionar? ¿Le mostraría Sabine sus cartas?<br />
«Es la reina <strong>del</strong> ajedrez, espera el momento oportuno para tacar.»<br />
Él podría ayudarla. ¿Qué iba a perder?<br />
Sabine se cruzó de brazos por encima <strong>del</strong> corsé de metal.<br />
—Supongo que no tienes intención de darme las gracias por haberte salvado la vida. Eres un<br />
desagradecido, además de completo estúpido.<br />
Rydstrom jamás había estado tan seguro de que iba a morir, ella le había salvado. Pero...<br />
—Para empezar... ¡es culpa tuya y de tas espejismos que esté aquí! —Una punzada de dolor lo<br />
dejó sin aliento.<br />
—Es por mí por lo que Omort te ha perdonado la vida durante todos estos años. ¿No te pareció<br />
raro que no volviera a tratar de matarte?<br />
Sí, se lo había preguntado muchas veces, en especial después de instalarse en Nueva Orleans y<br />
pasar meses y meses en el mismo lugar. Le gustaba vivir allí. Al menos hasta que pudiera recuperar<br />
su reino. Hasta que pudiera recuperar Tornin y limpiarlo de todos aquellos parásitos. Al recordar<br />
todo lo que había visto noche anterior, cerró los ojos.<br />
—¿Te acuestas con Omort?<br />
—No me acuesto con él ni con nadie. Se supone que tengo que dar a luz a un heredero, y no<br />
quiero que nadie cuestione su paternidad.<br />
No había negado que se hubiera acostado alguna vez con el brujo, pero Rydstrom estaba<br />
convencido de que no lo había hecho. O tal vez, sencillamente, se negaba a creerlo... porque eso<br />
eliminaría de su futuro para siempre.<br />
—¿Por qué luchaste contra Hettiah? —preguntó. Ahora cada palabra le costaba un poco menos<br />
de pronunciar.<br />
—<strong>El</strong>la me atacó. Lleva siglos tratando de encontrar el modo de vengarse de mí.<br />
—¿Por qué?<br />
—Seguramente porque me hice un collar con sus intestinos y se lo enseñé a toda la corte. Y<br />
porque le he arrancado un par de órganos en un par de ocasiones. Y quizá porque los tengo<br />
metidos en jarras en la mesilla de noche.<br />
—¿Tú...? No es verdad. —«¿Y el vampiro me dijo que yo la estaba matando?»<br />
—Sí, sí lo es. Creo que ha perdido el apéndice y el bazo. —Se puso de pie y se acercó a la mesa,<br />
en la que había dispuesta la comida —Y hablando de esas cosas, ¿no tienes hambre?<br />
Él miró despectivamente la bandeja, llena de fruta y verdura, ni un pedazo de carne por ningún<br />
lado.<br />
—Mira, hechicera, si de verdad quieres que me cure... ¿por qué me das a comer hierbas?<br />
En toda la semana, no le habían dado ni un poco de carne ni brebaje demoníaco, una potente<br />
bebida fermentada. Las hechiceras bebían vinos asquerosamente dulces y licores, y se atrevían a<br />
decir que el brebaje demoniaco era un «mejunje repugnante». Rydstrom no podía soportar ni el<br />
olor de las azucaradas bebidas que a ellas les gustaban.<br />
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—Siempre me olvido de que mi demonio es carnívoro. —Dejó la bandeja de nuevo encima de la<br />
mesa. —Veamos, te ayudaré a ponerte cómodo. —Sacudió la mano y de repente la celda tuvo el<br />
mismo aspecto que la habitación de Rydstrom cuando éste habitaba en el castillo.<br />
Peto esta vez Sabine añadió una tormenta marina en el exterior ¿Cómo podía haberlo sabido...?<br />
—Me leíste la mente, ¿no es así?<br />
—Sí, —dijo ella. <strong>El</strong> tono fue despreocupado, a pesar de que sus ojos decían todo lo contrario.<br />
Rydstrom empezaba a sospechar que la hechicera utilizaba espejismos para ocultar sus<br />
verdaderas expresiones. En el futuro, no le miraría la cara, sino que se concentraría en las manos,<br />
en si tensaba los hombros.<br />
—¿Sueles romper tus promesas a menudo?<br />
—Constantemente —contestó Sabine. —Me atrevería a decir que casi siempre.<br />
Que no hubiera cumplido su palabra estaba mal, pero que le diera completamente igual era<br />
mucho peor.<br />
—¿No te preocupa que todo el mundo te considere una mentirosa?<br />
—No es culpa mía que la verdad y yo no nos conozcamos. Nunca nos han presentado como es<br />
debido.<br />
—¿Y qué descubriste cuando estuviste hurgando en mi cabeza?<br />
Sabine parecía alerta, como si estuviera escuchando algo proveniente <strong>del</strong> exterior. No parecía<br />
estar nerviosa, pero empezó a caminar de un lado al otro de la celda.<br />
—Solías quedarte dormido escuchando el sonido <strong>del</strong> mar y las tormentas, y has echado mucho<br />
de menos la habitación que tenías en la torre. Tienes una relación complicada con tu hermano, y<br />
eso te preocupa muchísimo. Le echas la culpa de haber perdido tu reino.<br />
Todo el mundo creía que Rydstrom culpaba a Cadeon por la pérdida <strong>del</strong> reino. Y en parte era<br />
verdad... ¿Se suponía que tenía que parecerle bien lo que su hermano había hecho? Cadeon era<br />
además un mentiroso, un tramposo, y hacía la guerra por dinero. Su vida carecía de sentido.<br />
«¿Y la tuya no...?»<br />
—Tienes dos hermanas —prosiguió Sabine, —Mia y Zoë, con las que apenas te relacionas. Viven su<br />
propia vida, y a menudo te preguntas si deberías involucrarlas más en tu proyecto. Te avergüenzas<br />
de ti mismo por sentir envidia de un amigo tuyo que al final ha encontrado a su alma gemela. Un<br />
licántropo. Creo que llanta ¿Bowen MacRieve?<br />
Rydstrom la miró a los ojos, a pesar de que lo incomodaba todo lo que ella había visto. Sí, tenía<br />
envidia de Bowen, y consideraba ese sentimiento una mezquindad. Si fuera una buena persona se<br />
alegraría de que su amigo fuera feliz.<br />
Pero Rydstrom era uno de los más viejos de la Tradición, y a lo largo de su larguísima vida había<br />
visto cómo uno tras otro de sus amigos habían ido encontrando a sus respectivas parejas.<br />
Todos y cada uno de ellos habían experimentado algo con lo que él sólo podía soñar... algo tan<br />
vital que todos habían empezado a sentir lástima por él.<br />
<strong>El</strong> demonio era realmente estoico, pero Sabine sabía que estaba afectado por todo lo que ella<br />
había averiguado.<br />
—¿Algo más, hechicera?<br />
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—Muchas cosas.<br />
Rydstrom era un ser muy solitario. Tenía amigos, pero estaba demasiado obsesionado con su<br />
misión como para disfrutar de ellos. No aprobaba la conducta de su hermano menor, ni a la panda<br />
de mercenarios que trabajaban para él, así que con Cadeon solo pasaba el tiempo mínimo y<br />
necesario.<br />
Sabine también sabía que no lo había arrancado de brazos de alguna amante.<br />
—Básicamente —dijo, —vi que te sientes... solo.<br />
Y era esa soledad lo que la atraía, lo que la tenía intrigada y que se sintiera todavía más<br />
frustrada. La noche anterior, sólo de imaginar el dolor que sentiría Rydstrom si le arrancaban un<br />
brazo, un sentimiento desconocido la consumió con tanta fuerza que ni siquiera oyó a Hettiah<br />
acercándosele por la espada.<br />
Los sentimientos hacían que la gente cometiera estupideces hacían vulnerable.<br />
Y peor aún, Sabine había sentido vergüenza de que Rydstrom viera el castillo de ese modo.<br />
Jamás podría olvidar su cara de asco al ver cómo estaba el que había sido su hogar. Por algún<br />
motivo no quería que pensara que ella también vivía de esa manera, que era como ellos.<br />
«Que no haga nada no quiere decir que me guste lo que está pasando.»<br />
—¡No tenías derecho a meterte en mi cabeza! —Se tumbó de lado sobre la cama y apretó los<br />
labios para reprimir el dolor. —Y luego me hiciste soñar…<br />
—¿Que te hice soñar, Rydstrom? —Eso no lo había visto en su mente. —Te dije que soñaras<br />
con lo que más necesitaras. Me refería a que soñaras con que te curabas. ¿Acaso tu mente te<br />
mostró otras cosas?<br />
—No es asunto tuyo —contestó él con rostro inescrutable.<br />
Sabine lo dejó estar. Por el momento.<br />
—También he visto que quieres que me pase a tu bando. Eso sí que sería toda una proeza. Deja<br />
que te diga una cosa: es muy poco probable que me una a ti para enfrentarme al brujo poderoso<br />
que ha existido jamás.<br />
—He visto tu capacidad, Sabine. Eres más poderosa que él.<br />
—No alientes mi ya considerable vanidad, demonio. —Se miró las uñas. —No te servirá de<br />
nada.<br />
—Únete a mí y busca asilo entre nosotros.<br />
—¿Asilo? ¿Dónde? ¿En tu castillo? Oh, perdona, lo había olvidado, tú no tienes castillo. Al<br />
menos con Omort estoy a salvo de los de tu clan.<br />
—Forma parte de mi clan y nadie volverá a hacerte daño nunca más.<br />
Sabine se sentó en los pies de la cama.<br />
—Ésa es la diferencia entre tú y yo. Yo nunca trataré de convertirte. ¿Crees que me gusta que<br />
no sepas mentir y que aprecies cosas tan absurdas como el valor? Por supuesto que no. Pero no<br />
trataré de convencerte de que dejes de ser así. ¿Por qué la gente corno tú siempre quiere hacer<br />
cambiar a la gente como yo? —Eso era lo que más odiaba: no las ideas en sí mismas, sino que se<br />
intentara imponerlas a los demás.<br />
—Porque vivimos más tranquilos y felices. Sabemos lo que es la lealtad, la fi<strong>del</strong>idad, el honor...<br />
—Esas cosas están sobrevaloradas. Todos esos sentimientos consisten en negarse algo, a uno<br />
mismo o a los demás.<br />
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—Siguiendo ese razonamiento, ¿cómo explicas entonces tu lealtad hacia Omort? ¿Te has<br />
sentido tentada de aliarte con sus enemigos?<br />
—Jamás —mintió ella. Se sentía constantemente tentada de traicionarlo. Y mucho más ahora<br />
que su hermano empezaba a desmoronarse bajo la presión de los rebeldes, con los vampiros listos<br />
para atacar el castillo al anochecer, y las amenazas de aquella loca valquiria.<br />
Y el hecho de que Sabine pudiera acostarse con el demonio...<br />
Pero, a decir verdad, ella podría haberle sido leal a Omort. Todavía recordaba la primera vez<br />
que lo vio. Cuando fue a buscarla parecía tan caballeroso..., y las salvó a ella y a Lanthe <strong>del</strong> ataque<br />
de unos humanos ignorantes. Se las llevó a vivir a aquella pensión, en la que no había ni humanos<br />
ni vrekeners, y ambas hermanas estuvieron por fin a salvo, protegidas por los muros de Tornin.<br />
Hasta que, un día, Omort le puso una mano en el muslo.<br />
Evidentemente, ni Lanthe ni ella creían que fuera su medio hermano sólo porque él se lo<br />
hubiera dicho. Pero las dos sabían que su madre, <strong>El</strong>isabet, había cometido un grave pecado,<br />
haciendo que su noble familia de hechiceros la repudiara. Ese pecado la hizo sentir tan indigna<br />
que, al parecer, el padre de Lanthe y Sabine se le antojó en su momento un buen partido.<br />
Omort les contó que <strong>El</strong>isabet había sido la Vestal de su tiempo y que había dado a luz al peor de<br />
los seres: a él.<br />
—<strong>El</strong> brujo no podrá derrotar a la alianza que Nïx está formando —dijo Rydstrom,<br />
interrumpiendo los pensamientos de la hechicera. —Él solo no.<br />
—Ah, sí, el Ejército de Vertas. Así es como Nïx lo ha llamado.<br />
—¿Has hablado con ella?<br />
—No, digamos que mantenemos cierta correspondencia. Y deja que te diga que está como una<br />
cabra. ¿A quién se le ocurre confiarle un ejército a una lunática?<br />
—En su locura hay cierta lógica —se limitó a responder él; pero a juzgar por el tono, se diría que<br />
respetaba a la valquiria.<br />
Por suerte, Sabine no quería ganarse su respeto, así que no sintió celos de Nïx. Si quisiera,<br />
Rydstrom la respetaría, en cualquier momento... si ella quisiera.<br />
—Además, Omort no está solo, demonio. Ya has visto a los miembros de su ejército. —Gente<br />
que moriría si el brujo no lograba recuperar pronto el control. —Esta Ascensión será de las buenas.<br />
—¿Y no te preocupa que cuando llegue tú y yo estemos en bandos opuestos?<br />
—Lo dices como si ahora no lo estuviéramos.<br />
—Tal vez, pero no lo estaremos mucho más.<br />
—Entonces deduzco que piensas unirte al Pravus, porque desde luego yo tengo previsto estar<br />
en el bando de los ganadores —Pero a pesar de sus palabras, por primera vez no estaba tan<br />
segura. Omort estaba demostrando ser un completo inútil a la hora de defenderlos de las<br />
amenazas que los acechaban. Sin él a la cabeza, los rumores y la inestabilidad no tardarían en<br />
extenderse por todo el ejército. En algunas facciones pequeñas ya habían empezado a romperse<br />
varios pactos.<br />
Esa noche, tan pronto como se pusiera el sol, Sabine y Lanthe tendrían que jugarse la vida en el<br />
campo de batalla sólo porque Omort no había sabido estar a la altura.<br />
—<strong>Demonio</strong>, tienes que entender que Omort es imposible de matar. No hay modo de<br />
derrotarle.<br />
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—¿Y si lo hubiera?<br />
—Sigues confiando en la espada de Groot. —Lo miró con indulgencia. —Es una fábula,<br />
Rydstrom. Aun en el caso de que funcionara y tú estuvieras libre, jamás podrías acercarte lo<br />
suficiente a Omort como para utilizarla.<br />
—Funcionará. Nïx me ha jurado que sí. Y ella nunca se equivoca.<br />
—Debe de haberse equivocado... —Sabine se interrumpió al oír un grito procedente <strong>del</strong><br />
exterior. No tardaron en seguirlo los cascos de unos caballos y el resonar de las botas de los<br />
soldados.<br />
«Se ha puesto el sol.» Los vampiros los estaban atacando.<br />
Me tengo que ir. No regresaré durante un tiempo.<br />
—¿Por qué? ¿Adónde vas?<br />
«A tratar de restaurar la poca cordura que le queda a mi hermano Y si no tengo suerte...»<br />
—Al campo de batalla.<br />
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CAPÍTULLO 17<br />
—¿Omort sigue catatónico?—le preguntó Lanthe por telepatía mientras esquivaba la flecha<br />
extraviada de un centauro.<br />
Sabine descargó su larga espada en el cuello de un vampiro desde atrás, haciéndole un corte<br />
limpio.<br />
—No, catatónico no. Sólo cada vez más loco. —Con sus botas d puntera metálica dio un<br />
puntapié para apartar la cabeza cortada <strong>del</strong> vampiro. —<strong>El</strong> ojos vidriosos, sudoroso Omort, reclama<br />
sacrificios.<br />
Hacía unas pocas horas, Sabine había ido de nuevo a la torre de Omort, un lugar que odiaba,<br />
para implorarle que diezmara el ejército que iba a atacarlos. Se lo encontró sentado en su cama,<br />
recibiendo los mimos de Hettiah, que todavía se estaba curando de sus heridas, y exigiendo otro<br />
sacrificio.<br />
—¡Alguien joven! —gritó el brujo.<br />
—No podemos ganar sin Omort—dijo Lanthe. —Terminarán por encontrarnos. Sólo tienen que<br />
seguir la estela de cuerpos sin cabeza que vamos dejando atrás.<br />
Lo de ser invisible tenía sus ventajas.<br />
—Tienes razón.<br />
Los zombis eran luchadores bastante decentes, pero no pensaban. En cambio, los libitine que<br />
merodeaban por el cielo nocturno, y eran excelentes asesinos, jugaban con sus víctimas.<br />
Los centauros llevaban flechas envenenadas, pero estaban en desventaja ante los vampiros,<br />
con su capacidad de teletransportarse, porque eran blancos y muy grandes; varios vampiros<br />
podían lanzarse sobre la espalda de un centauro, hasta tirarlo al suelo desangrándolo desde el<br />
principio.<br />
Unos pocos vampiros de Lothaire estaban cavando una zanja. Sabine espió a éste desde el<br />
campo de batalla, y vio cómo atacaba a otros de su especie, descuartizándolos con una salvaje<br />
sonrisa en la cara; era la primera vez que lo veía sonreír. Llevaba el cabello trenzado y parecía una<br />
fiera, con las trenzas todas ensangrentadas.<br />
Sabine ladeó la cabeza. Era tan alto como el demonio, pero no tan musculoso. «¿Por qué estoy<br />
pensando en el demonio ahora?»<br />
Dio una estocada hacia a<strong>del</strong>ante atravesando a un vampiro. Una vez se deshizo de él, vio cómo<br />
Lanthe acababa con una de esas sanguijuelas, atravesándola con la espada.<br />
Normalmente, la joven era una persona pensativa y considerada, pero en combate era<br />
imparable. Más de una docena de veces Sabine había querido gritar: «¡Esa es mi hermana!».<br />
—¡Sabine!—gritó Lanthe de golpe. —¿Cómo es que los vampiros nos están mirando?<br />
Miró a su alrededor. Eran... ¿visibles? Movió rápidamente la mano para conjurar otra ilusión,<br />
pero fue en vano.<br />
Sólo había una persona que pudiese contrarrestar su poder de esa manera.<br />
—Hettiah. —Las había hecho visibles. —¿Puedes crear un portal? —le preguntó Sabine a su<br />
hermana mientras ambas se colocaban espalda contra espalda, haciendo girar las espadas<br />
levantadas, en busca de una salida.<br />
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—Ya lo he intentado, pero no lo consigo —contestó Lanthe.<br />
Estaban rodeadas, y los vampiros estaban cada vez más cerca.<br />
—Me parece que estamos acabadas.<br />
—Me parece que tienes razón.<br />
Ahora estaban ambas sin poderes, dos pequeñas hechiceras en medio de la Horda. Sabine<br />
buscó a Lothaire en la distancia pero no lo vio...<br />
Un chupasangres se lanzó contra ella con los colmillos preparados, raspándole la piel antes de<br />
que lo hiciese la armadura de Sabine. Ésta se agachó y se lo quitó de encima con un puñetazo.<br />
Pero había más que estaban avanzando.<br />
Centenares más.<br />
Inesperadamente, en una situación como aquélla, se encontró preguntándose qué sentiría el<br />
demonio al saber que había muerto. ¿Guardaría luto por su compañera?<br />
Lanthe gritó:<br />
—¡Abie!<br />
<strong>El</strong>la la oyó a pesar <strong>del</strong> clamor de la batalla, <strong>del</strong> ruido de los cascos, de los silbidos de los arcos y<br />
los mandobles de las espadas.<br />
«Más cerca...» ¿Qué le podía decir a su hermana? ¿Cómo podía protegerla?<br />
<strong>El</strong> fin estaba cerca... los vampiros se acercaban... casi las tenían... y de repente, los atacantes se<br />
convirtieron en... ceniza que se esparció por encima de sus botas.<br />
Había un poderoso poder en el aire. Sabine se volvió instintivamente hacia el castillo. Omort<br />
estaba de pie en la muralla, con la boca abierta, ojos de loco y las palmas de las manos levantadas.<br />
Los había liquidado a todos.<br />
Lo mismo que todos los guerreros <strong>del</strong> Pravus que todavía se guían en pie, se quedó mirando al<br />
brujo en estado de shock.<br />
De golpe, se hizo el silencio en el devastado y sangriento campo de batalla. <strong>El</strong> viento le<br />
alborotaba a Sabine el pelo alrededor de la cara, y podía oír el susurro de la brisa en los árboles<br />
cercanos. Los pájaros nocturnos cantaban en la lejanía.<br />
Las cenizas se esparcieron...<br />
Omort lanzó una mortífera mirada a Hettiah y ésta cayó de rodillas, llorando.<br />
Lanthe se acercó a su hermana.<br />
—¿Y ése es el ser con el que quieres que nos enfrentemos?<br />
Sabine le había dicho que iba al campo de batalla.<br />
Rydstrom quería evitar que se enfrentase a quienes querían matarla y también quería evitar<br />
que la hechicera liquidara a su propia gente. Había supuesto que se habían enterado de que él<br />
estaba cautivo y se habían rebelado.<br />
«Está allí fuera, desprotegida.» Tiró fuerte de las esposas, con frustración; los músculos de su<br />
torso, que todavía se estaban recuperando, se quejaron. Ahora que podía levantarse de la cama,<br />
habían vuelto a encadenarle las manos a la espalda. Aunque la piel <strong>del</strong> pecho ya se le había<br />
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regenerado, como cualquier nueva cicatriz le seguía doliendo cada vez que se levantaba o se<br />
movía de golpe. Caminó por la habitación, deseando que Sabine volviera.<br />
«No puedo hacerla cambiar. No puedo hacer que diferencie lo bueno de lo malo. Una vez haya<br />
escapado...»<br />
Hablaba consigo mismo de imposibles, porque quería a su compañera de una forma que iba<br />
más allá de la razón. Recordó el sueño que había tenido. La paz perfecta. Deseaba a Sabine más<br />
que nunca. Quería estar con la Sabine de la noche anterior, la que le había hecho hervir la sangre.<br />
«Es mía. Para lo bueno o para lo malo, es mi compañera.»<br />
«No te mueras... no lo hagas...»<br />
Cuando percibió su olor, cerró los ojos un instante. Unos segundos después, la vio entrar en la<br />
habitación y plantarse frente a él. Estaba sin aliento, su pecho subía y bajaba. Llevaba puesto un<br />
casco puntiagudo unido a un collar metálico, y unos guantes largos con unas garras metálicas tan<br />
afiladas como cuchillas.<br />
Tenía los ojos azules y con las pupilas dilatadas, y sangraba por una comisura de los labios.<br />
¿Había ido directo a él después de la batalla? Rydstrom entrecerró los ojos. «Sabine estaba<br />
temblando.» Él conocía perfectamente la mirada <strong>del</strong> soldado que ha estado a punto de morir. «Y<br />
ha venido directo a mí.»<br />
Cuando la sangre le llegó a la barbilla, Sabine se la secó con el antebrazo.<br />
«Tan preciosa. Tan letal. Mía.» En un abrir y cerrar de ojos, tuvo una erección. «¡No! ¿Cómo voy<br />
a desearla cuando acaba de venir de una batalla contra mi propia gente?»<br />
Pero, de hecho, si la hechicera había ido corriendo a verlo, tampoco pasaba nada porque<br />
Rydstrom tuviera también ganas de estar con ella. Sabine le cogió la cara con las manos y se puso<br />
de puntillas para besarlo. Sus labios eran suaves y temblaban bajo los suyos.<br />
Estaba tan desesperado por volverla a ver sana y salva que se lo demostró con un apasionado<br />
beso de alivio. La hizo suya con su lengua, besándola de una forma salvaje, hasta que ella le clavó<br />
las garras en los hombros. Con un gemido de dolor, Rydstrom se apartó.<br />
—¿Qué ha pasado esta noche?<br />
—Me ha ido por los pelos —contestó Sabine jadeando. Se quitó primero un guante y después el<br />
otro, y los lanzó al suelo.<br />
—Tenía miedo de que murieras.<br />
Se desabrochó la armadura por el costado.<br />
—Ha habido un momento en que estaba segura de que eso iba a pasar —dijo, dejando caer la<br />
armadura.<br />
Justo en el momento en que Rydstrom notó sus pezones duros restregándose contra él, ella<br />
empezó a bajar la mano por cuerpo.<br />
—Desencadéname, Sabine. —Estaba deseando que tocara su miembro.<br />
—No puedo.<br />
—Déjame protegerte.<br />
—Bésame primero, ya hablaremos después...<br />
Se estremeció cuando ella metió la mano dentro de sus pantalones y rozó con los dedos la<br />
húmeda cabeza. Rodeó su erección y con la yema <strong>del</strong> pulgar le acarició la punta, con unos<br />
excitantes movimientos circulares.<br />
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«Ya es suficiente.» Inspiró gimiendo contra sus labios, y se volvió a concentrar en el beso. La iba<br />
a poseer de una forma u otra.<br />
Sus respiraciones se volvieron frenéticas. Rydstrom apenas se dio cuenta de las ilusiones de<br />
fuego que se formaban en la celda.<br />
Con la mano que le quedaba libre, Sabine le desabrochó los pantalones y los empujó para que<br />
cayeran hasta sus tobillos.<br />
Lo cogió por el pene y lo condujo a la cama.<br />
Se seguían besando como si sus vidas dependiesen de ello mientras se acercaban al colchón.<br />
Con las muñecas esposadas, Rydstrom no podía mantener el equilibrio, pero en el último instante<br />
se movió de tal forma que consiguió evitar caer encima de ella.<br />
Entre besos, se acomodaron hasta que Sabine quedó debajo, tendida de espaldas en la cama.<br />
Haciendo caso omiso <strong>del</strong> dolor, se puso de rodillas. Una vez más se sentía frustrado. No podía<br />
subirle la falda, no le podía romper las bragas, no la podía acariciar.<br />
—Quítate la falda.<br />
Aturdida, ella se desanudó el lateral de la falda y dejó que ésta cayera.<br />
—Ahora eso. —Señaló con la cabeza el tanga negro.<br />
Sabine se lo bajó hasta los tobillos y luego, de una patada, apartó quedándose sólo con el casco<br />
y el collar puestos. Tenía los párpados cerrados y la sombra de ojos azul metálico que llevaba<br />
brillaba.<br />
—Abre las piernas —susurró.<br />
Mientras ella lo hacía, a Rydstrom le pareció oírla gemir, sonido ahogado surgió de la garganta<br />
<strong>del</strong> demonio al ver sus rizos pelirrojos y la brillante piel.<br />
—Tócate. Déjame verte mientras...<br />
Sabine obedeció al instante y sus <strong>del</strong>icados dedos empezaron a tocar su sexo. Él respiró hondo.<br />
«Lo hace con destreza. Sin dudarlo.» Por primera vez en su vida, iba a tener a la hembra que<br />
secretamente siempre había deseado.<br />
Estaba maravillosa debajo de él, con el cabello esparcido por la cama, las llamas reflejándose en<br />
sus ojos y su cuerpo estremecido mientras se masturbaba.<br />
—Dame tu palabra, demonio. Me convertirás en tu reina.<br />
«¿Reina de la gente a la que ha matado?» Pero entonces Rydstrom le vio dos regueros de<br />
sangre que corrían paralelos de cuello al pecho.<br />
—¿Qué es eso?<br />
<strong>El</strong>la movió la mano y los hizo desaparecer cubriéndolos con una ilusión.<br />
—Un vampiro ha intentado morderme, pero mi armadura lo ha parado justo a tiempo.<br />
—¿Por qué un vampiro?<br />
Con un bufido, Sabine apartó la mano de su sexo y se incorporó, apoyándose en los codos y<br />
retirando de un soplo un mechón que le había caído sobre los ojos.<br />
—Estamos en guerra, no intentarán matarme a besos.<br />
«¿No ha estado matando a mi gente?»<br />
—¿Estáis en guerra con los vampiros?<br />
—Con alguno de ellos. ¿Qué pensabas?<br />
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—Yo... ¿No vienes de luchar con los demonios de la ira?<br />
<strong>El</strong>la había arriesgado su vida contra un enemigo común.<br />
—¿Qué? Creías que...<br />
—Sabine, dame un minuto, por favor. —«Déjame pensar...» —No debes luchar contra ellos<br />
nunca más.<br />
—No puedes evitarlo. Me encanta cargarme chupasangres.<br />
—Eso lo comparto. Pero son enemigos muy mortíferos. Quédate en el castillo.<br />
—Sólo habría un motivo para que evitase enfrentarme a ellos: que estuviera embarazada.<br />
Los vampiros habían matado a su padre y a su hermano. Para Rydstrom sería una maldición si<br />
también mataran a su reina. «La única manera de salvarla es dejándola embarazada.» Lo que<br />
significaba que tendría que casarse con ella, a no ser que ganara aquella batalla entre ellos. Haría<br />
que se volviera loca de placer y lo aceptara sin tener que prestar ningún juramento.<br />
—¿Y qué motivos tendría para perseguir a demonios de la ira? —preguntó entonces Sabine con<br />
desdén. —Eso es como cazar ovejas...<br />
—¿Te quieres callar? —soltó Rydstrom. —Me estoy planteando pronunciar el juramento.<br />
<strong>El</strong>la parpadeó.<br />
—¡Oh!—Esbozó una lenta sonrisa, y transformó los pinchos de su casco en <strong>del</strong>icadas hojas<br />
doradas cuyos tallos se enredaban en su pelo.<br />
—Lo haré en cuanto me liberes de las esposas.<br />
—Te liberaré cuando lo hayas hecho.<br />
Rydstrom se inclinó un poco hasta que su miembro se posó sobre el sexo de Sabine, carne con<br />
carne. <strong>El</strong> de ella estaba caliente, preparado para él. <strong>El</strong> de él latía con fuerza. Pero cuando intentó<br />
penetrarla, su pene se deslizó de los húmedos labios. —¡Rydstrom! —gritó.<br />
Él lo intentó otra vez, pero seguía sin acertar.<br />
—¡Ahhh! —<strong>El</strong> sudor le cubría la frente debido a su desesperación por introducirse en su<br />
interior. —Necesito las manos, querida.<br />
—¡Préstame juramento!<br />
—Deja que te penetre y lo haré —dijo entre dientes.<br />
Con la otra mano, Sabine cogió su miembro, pero en vez de introducirlo en ella lo paseó por su<br />
húmedo sexo. Rydstrom se estremeció.<br />
—Cásate conmigo, demonio —susurró mirándolo con sus ojos de pesados párpados. Él sintió<br />
como si pudiera perderse dentro de ellos. —Te necesito. Te necesito entero. ¿No notas cuánto te<br />
necesito?<br />
—Dentro de ti, tassia. ¡Necesito estar dentro...! —gritó cuando con la punta <strong>del</strong> miembro notó<br />
por un momento lo apretada que estaba. Desesperado por hundirse en su calor, movió las caderas<br />
hacia a<strong>del</strong>ante, pero Sabine seguía sujetándolo firmemente, manteniéndolo apartado. Él soltó un<br />
gruñido de dolor. —Maldita seas, hechicera. Eres mía; y quiero lo que es mío.<br />
—Entonces, tómame. Y nota cómo llego al orgasmo por ti. Di las palabras.<br />
«Protégela de la batalla como puedas.» <strong>El</strong>la le había enseñado las reglas <strong>del</strong> juego, y ahora él se<br />
disponía a ganar. La haría suya. Pero lo haría a su manera.<br />
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—Sabine, necesito hacerte el amor. —Intentó mover las caderas una vez más para penetrarla,<br />
pero ella se lo impidió haciendo que resbalara en su sexo. —Mírame cuando te haga el juramento.<br />
Cuando la hechicera lo miró a los ojos, Rydstrom pronunció en duro demoníaco:<br />
—Nunca me casaré contigo, Sabine. No hasta que confiemos plenamente el uno en el otro. Y<br />
juro que me vengaré de lo que me has hecho. —Al acabar, añadió en la lengua común: —<br />
¿Aceptas?<br />
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CAPÍTULLO 18<br />
La mirada <strong>del</strong> demonio era tan firme, tan irresistible, que el corazón de Sabine latió<br />
emocionado.<br />
—Sí, Rydstrom. Acepto. Pero ¿cómo sé que me has prestado juramento?<br />
—Porque yo nunca miento.<br />
<strong>El</strong>la se quedó mirándolo largo rato, hasta que él dijo con voz entrecortada:<br />
—He esperado mil quinientos años a que llegara este momento. No me hagas sufrir más.<br />
Sabine tragó saliva y guió la punta de su erección hasta la entrada de su cuerpo.<br />
—Más —farfulló él con apenas un susurro. —¡Ahora! —Su sudorosos músculos se tensaron y se<br />
le agudizaron las facciones.<br />
<strong>El</strong>la se estremeció y deslizó su pene un poco más adentro. —Eres... demasiado grande. —<br />
Notaba cómo la iba abriendo.<br />
—Entonces tengo que conseguir que estés más húmeda. Arquéate hacia mí.<br />
Sabine le hizo caso. Fascinada, miró hacia abajo y observó cómo él le recorría los pechos con los<br />
labios.<br />
—Bésame, Rydstrom.<br />
Al oír sus palabras, el demonio tembló de placer. —Esto va a acabar... antes de que comience.<br />
Por fin consiguió recorrerle un pecho con la lengua. Cuando sus labios hambrientos se cerraron<br />
sobre el otro, Sabine le acunó su cabeza entre las manos, estrechándolo contra sí a la vez que se le<br />
escapaba un gemido de placer.<br />
<strong>El</strong>la deslizó la mano que tenía libre hacia el clítoris y pronto el rígido sexo <strong>del</strong> demonio que<br />
tenía en su interior empezó a serle necesario, incluso vital, como si fuera a morirse si él no estaba<br />
dentro de ella.<br />
Rydstrom dejó de besarla.<br />
—Más adentro, tassia. —<strong>El</strong> trató de mover las caderas, pero Sabine se echó hacia atrás. —¡No!<br />
Necesito penetrarte más. —Ni siquiera se había deslizado hasta la mitad en su interior.<br />
<strong>El</strong>la vio que los músculos <strong>del</strong> pecho de Rydstrom, que seguían sin cicatrizar, estaban temblando.<br />
No estaba lo bastante recuperado como para moverse hacia a<strong>del</strong>ante sin apoyar las manos, y<br />
tampoco podía balancear demasiado las caderas. Era obvio que no podía poseerla como<br />
necesitaba hacerlo.<br />
—Lo estoy... intentando —dijo Sabine. —Pero soy demasiado pequeña para ti.<br />
—Levanta las caderas.<br />
—Eres demasiado grande. Dame un segundo para que me acostumbre. —Además, en aquella<br />
postura, ella estaba a punto de alcanzar el orgasmo. —Sólo un segundo...<br />
—No puedo. —Rydstrom se detuvo y frunció el cejo. —Estoy perdiendo el control. —Empezó a<br />
retirarse.<br />
—Pero ¡si estoy a punto!<br />
—No quiero hacerte daño...<br />
Sabine le clavó las uñas en las nalgas.<br />
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Él gimió de placer y arqueó la espalda.<br />
—¡No hagas eso! ¡No lo hagas! volvió a hacerlo clavándoselas con más fuerza. Fue como si<br />
alguien hubiera encendido una mecha en el interior <strong>del</strong> demonio, igual que cuando se espolea a<br />
un caballo, y empezó su proceso de transformación: se le oscureció la piel, que brilló a la luz de las<br />
llamas. Verlo en aquel estado desconcertó a Sabine y la excitó todavía más. Mucho más.<br />
Por todos los dioses, se moría de ganas de recorrer con la lengua cada centímetro de su piel. <strong>El</strong><br />
tono de voz de Rydstrom también era distinto, e incluso había cambiado su porte. Le habían<br />
crecido los colmillos, y tenía la mirada fija en una parte <strong>del</strong> cuello de ella, justo donde la garganta<br />
se unía con el hombro.<br />
Quería morderla, marcarla como suya para toda la eternidad. Y Sabine estaba dispuesta a llegar<br />
hasta el final...<br />
—¡Oh! —exclamó ella entre jadeos— Estoy a punto de... —Las llamas se avivaron a su<br />
alrededor y la hechicera arqueó la espalda, levantando los pechos.<br />
En aquel preciso instante, Rydstrom experimentó la inconfundible sensación <strong>del</strong> interior de ella<br />
envolviéndolo. Su cuerpo se adaptaba al suyo como un guante.<br />
—¡Sabine! —Iba a eyacular en su interior. «Por fin.» Sintió una emoción indescriptible al saber<br />
que finalmente iba a derramarse dentro de su mujer, que por fin podría darle parte de sí mismo a<br />
su compañera. —Necesito... marcarte. —«La he esperado durante tanto tiempo...»<br />
—¿Vas a ponerte más demoníaco? —preguntó ella algo asustada.<br />
—Levántate...<br />
—¡No! <strong>Demonio</strong>, no lo hagas. ¡Me resistiré a ti si me muerdes!<br />
—¿No? —preguntó él. ¿Sabine le había dicho que no? Rydstrom apenas podía oírla..., el<br />
proceso de transformación estaba demasiado avanzado. —Entonces, ¡tendrás que aceptarme<br />
todo!<br />
Después de días de tormento, estaba a punto de estallar.<br />
Su instinto demoníaco tomó el control de su cuerpo. «Necesito estar dentro de ella. Dejar mi<br />
semilla en lo más profundo de su ser.» Rydstrom apoyó la frente en el frío cabezal de la cama y<br />
consiguió así el apoyo necesario para poder mover las caderas. En esa postura, empezó a<br />
arremeter sin control, hundiéndose en Sabine.<br />
«Es tan estrecha... ¿Demasiado estrecha?» Creyó oírla gritar cuando la poseyó por completo.<br />
Pero lo que predominaba eran los latidos de su propio corazón retumbándole en los oídos. ¿<strong>El</strong>la<br />
estaba tratando de apartarlo? ¿Le estaba diciendo que parara?<br />
«Es virgen.»<br />
<strong>El</strong> pensamiento se desvaneció tan pronto como la presión que sentía en su sexo se hizo<br />
insoportable. Sabine le clavó las uñas en los hombros... y a él le encantó.<br />
Rydstrom soltó un grito brutal al sentir que eyaculaba por primera vez en toda su vida.<br />
«<strong>El</strong> calor, la fuerza.»<br />
—¡Por todos los dioses, Sabine! —Notó cómo las primeras gotas de semen salían de su cuerpo<br />
para entrar en el de ella, y puso los ojos en blanco.<br />
Fuera de sí, movió las caderas una y otra vez hasta asegurarse e que ya no quedaba nada<br />
dentro de él. Abrió los ojos justo a tiempo de ver cómo Sabine echaba la cabeza hacia atrás para<br />
golpearle en la nariz.<br />
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—¿Qué pasa? —gritó Rydstrom.<br />
—¿He esperado quinientos años para esto? —La hechicera salió de debajo de él, y el espejismo<br />
con que se había cubierto el rostro desapareció durante unos segundos.<br />
Estaba llorando.<br />
Rydstrom inspiró hondo para tratar de recuperar el control.<br />
—¿Eras... virgen? —Maldición, él la había avisado de podía ponerse en plan demoníaco, porque<br />
sabía que incluso una mujer con experiencia podía hacerle daño... pero eso —No quería hacerte<br />
daño, Sabine. ¿Por qué me has hecho creer que tenías experiencia cuando en realidad eras pura?<br />
Fuera lo que fuese lo que había dicho, la había cagado.<br />
—¡Tengo experiencia y no soy pura! —<strong>El</strong>la se hizo invisible y Rydstrom sintió que le daba una<br />
bofetada. Le había hecho daño y ahora su fiera hechicera se lo hacía a él.<br />
Cuando Sabine se hubo ido, Rydstrom bajó la vista hasta su todavía erecto pene, e hizo una<br />
mueca de dolor al ver allí la sangre mezclada con el semen. La muestra inequívoca <strong>del</strong> dolor de ella<br />
y <strong>del</strong> placer de él... que había sido mucho más espectacular de lo que se hubiese atrevido a soñar<br />
nunca.<br />
Pero no podía dejar de sentirse culpable por haberle hecho daño.<br />
Y tampoco porque el juramento pronunciado hubiese sido de venganza.<br />
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CAPÍTULLO 19<br />
—¿Tan bueno ha sido? —le preguntó Lanthe a Sabine cuando la encontró sentada en la cama,<br />
con el albornoz puesto y el rostro oculto entre las manos.<br />
A pesar de que la chimenea estaba encendida, su hermana estaba temblando.<br />
—¿Por qué me atreví a pensar que podría ser distinto? Ha sido horrible. Si tuviera que decirlo<br />
ahora mismo, diría que no quiero volver a hacerlo nunca más.<br />
—Lo único que ha pasado es que tu demonio es muy grande, y que era tu primera vez.<br />
—Tal vez los demonios y las hechiceras no estén hechos para estar juntos. Tal vez los hombres<br />
de esa raza sean demasiado grandes para nosotras.<br />
—Seguramente, lo que ha pasado es que el pobre ha perdido el control al hacerte suya. Lo que<br />
quiero decir es que, bueno, digamos que llevabas días excitándolo y...<br />
—Sí, y ha terminado por decepcionarme a lo bestia. Lanthe, quería morderme con sus enormes<br />
colmillos. —Y cuando le había dicho que no, Rydstrom se había hundido en ella con todas fuerzas.<br />
Se estremeció sólo de recordarlo. —Deberías haber visto ¡Es un demonio de verdad!<br />
—No me puedo creer que porque te haya ido mal yo ahora me tenga que pasar trescientos<br />
sesenta y cuatro días sin sexo. Eso me enseñará a no hacer apuestas contigo.<br />
Sabine ni siquiera sonrió. Su hermana suspiró y se sentó en la cama, a su lado, para pasarle un<br />
brazo por los hombros.<br />
—Mira, creo que nos han hecho daño tantas veces, que incluso cuando alguien nos hiere sin<br />
querer somos incapaces de ver que es así.<br />
—¿De verdad crees eso?<br />
—Sí. Creo... creo que no todo el mundo quiere aprovecharse de nosotras. —Al ver que Sabine<br />
soltaba un bufido sarcástico y que seguía con la cara oculta entre las manos, Lanthe añadió: —Está<br />
bien, reconozco que, a lo largo de los últimos quinientos años, todas las criaturas con las que nos<br />
hemos topado han querido fastidiarnos de algún modo. Pero no sé, tal vez el demonio sea de<br />
verdad honorable. ¿Y si es uno entre un millón? ¿Y si estuviese dispuesto a deshacer el daño que<br />
te ha hecho?<br />
Sabine levantó la vista.<br />
—¿Uno entre un millón?<br />
Si Rydstrom fuera así, entonces tal vez ella no se había comportado <strong>del</strong> todo bien. Él la había<br />
advertido sobre lo que pasaría en caso de que perdiera el control. Pero bueno, ¿cómo se suponía<br />
que iba a saberlo? ¡Sabine nunca había estado con un demonio!<br />
—No sabía que yo era virgen —confesó.<br />
—Oh, Abie, no.<br />
«Tal vez no debería haberle dado aquel golpe en la nariz quizá tampoco debería haberlo<br />
abofeteado, o...»<br />
—Y he dejado instrucciones para que lo castiguen. —Su famoso mal genio la había hecho actuar<br />
precipitadamente. —He dicho que lo bañen. Del todo. Tal vez todavía esté a tiempo de...<br />
La puerta de la habitación se abrió de golpe.<br />
—Déjanos solos —le dijo Omort a Lanthe al entrar. —¡Ya!<br />
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La joven no tuvo más remedio que salir de allí pitando, aunque miró a su hermana con cara de<br />
lástima antes de abandonarla.<br />
Sabine se sentó erguida, temerosa de estar cerca de Omort después <strong>del</strong> enfrentamiento que<br />
habían tenido antes.<br />
Él empezó a pasear por la habitación, de un lado a otro, con la capa ondeando a su espalda.<br />
—La tablilla de tu pacto... se ha roto. —La miró a los ojos con el cejo fruncido. —Tenía miedo de<br />
que te gustara. De que te gustara estar con él.<br />
—¿Tengo cara de que me haya gustado?<br />
—Siento que hayas tenido que pasar por eso. No tendrás que volver a hacerlo.<br />
—No sabemos si me ha dejado embarazada —contestó ella impaciente.<br />
—¿<strong>El</strong> demonio ha eyaculado? —Después de verla asentir, continuó. —Entonces otra puede<br />
procrear con él.<br />
Al ser la compañera que el destino había elegido para Rydstrom, Sabine era la única que podía<br />
hacer que el demonio produjera semen por primera vez. Pero una vez se rompía el bloqueo, no<br />
había ningún impedimento para que pudiera dejar embarazadas a otras hembras.<br />
—No volverás con él —dijo Omort. —Cuando se haya recuperado de las heridas, Lanthe o<br />
Hettiah ocuparán tu lugar.<br />
—Hettiah ni siquiera debería seguir con vida. Casi consigue que nos maten a ambas.<br />
—La he castigado por ello.<br />
—¿Y por qué querría Hettiah acostarse con el demonio? Ahora él puede dejarla embarazada, es<br />
verdad, pero... <strong>El</strong> heredero tiene que ser hijo mío. Yo soy la reina de Rydstrom. —Decir eso en voz<br />
alta la impresionó. «Soy la legítima reina de este castillo. Y él es mi... marido.»<br />
Omort apartó la vista.<br />
—Basta con que el niño sea de su sangre.<br />
—Los demonios de la ira no reconocerán a ningún descendiente <strong>del</strong> rey excepto a su legítimo<br />
heredero.<br />
—Quizá... te explicara mal lo de la profecía. <strong>El</strong> bebé sólo tiene que ser hijo de Rydstrom.<br />
«¿Que se lo había explicado mal?»<br />
—¿Qué se supone que tendría que hacer exactamente para desbloquear el Pozo de las Almas?<br />
Omort se quedó mirándola con sus espeluznantes ojos amarillos.<br />
—Quiero confiar en ti. Necesito confiar en ti. Todas las horas que has pasado lejos de mí han<br />
sido una agonía.<br />
—Dices que quieres que gobernemos juntos, pero no me cuentas nada.<br />
—No quería que te sintieras presionada —contestó el brujo tocándose el anillo. «Me está<br />
mintiendo». —La verdad es que el hijo de Rydstrom tendrá que ser sacrificado.<br />
—¿Qué has dicho?<br />
—<strong>El</strong> primer hijo de Rydstrom tendrá que ser entregado al Pozo.<br />
—¿Quieres decir que tendrás que lanzarlo adentro? —Sabine se colocó un espejismo en la cara<br />
mientras con la mirada buscaba dónde vomitar por si no lograba contenerse.<br />
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A ella no le hacía especial gracia tener un hijo, el único motivo por el que estaba haciendo<br />
aquello era para adquirir el poder, pero ni muerta iba a permitir que le hicieran daño a su bebé.<br />
Tanto si era <strong>del</strong> demonio como si no.<br />
—Por eso no te lo dije. No creía que pudieras entenderlo. Tú no eres tan... fuerte como<br />
aparentas.<br />
«Ni tan mala.» Omort estaba analizando su reacción. Si su hermana se quedaba embarazada en<br />
medio de aquella debacle y se encariñaba con el bebé, él no tendría ningún problema en castigarla<br />
y matar a su hijo. Cualquier muestra de apego hacia el pequeño sería interpretada como una<br />
debilidad.<br />
—¿Y qué te hace pensar que Hettiah lo tendrá más fácil que yo a la hora de seducirlo?<br />
Sabine ni siquiera se molestó en mencionar a Lanthe. <strong>El</strong>la jamás le haría tal cosa.<br />
—Le daremos a Rydstrom un afrodisíaco.<br />
«Por encima de mi cadáver.»<br />
—Según tú, el heredero no tiene por qué ser legítimo.<br />
—Exactamente. Sabine, deja que te lea la mente.<br />
—Jamás, Omort. Yo misma te diré lo que estoy pensando. No me importa lo más mínimo lo que<br />
tenga que hacer para conseguir el poder <strong>del</strong> Pozo —mintió, mirándolo a los ojos con decisión. —<br />
Pero me pone furiosa que no confiaras en mí y me lo contaras todo desde el principio. ¿Por qué?<br />
—Todo pende de un hilo.<br />
—Cuéntamelo.<br />
Omort volvió a pasear.<br />
—Cadeon se ha puesto al mando de los demonios. Tiene a la Vestal y ha resultado ser<br />
irreductible. Al principio no me preocupaba lo más mínimo; al fin y al cabo, ese demonio siempre<br />
había fallado en todos sus intentos por redimirse. Pero al parecer ahora está teniendo éxito, y la<br />
propia Vestal le está ayudando a llegar hasta Groot, aunque eso implique la sentencia de muerte<br />
para ella...<br />
—Rydstrom ha dicho que Nïx le ha asegurado que esa espada puede matarte. ¿Es cierto?<br />
Omort se tocó el anillo de nuevo, a pesar de que la miró directamente a los ojos.<br />
—No. Por supuesto que no. La adivina no es infalible.<br />
«¡Está mintiendo! Respira... respira...»<br />
—No me estás contando toda la verdad. Omort bajó la vista al suelo.<br />
—Es... posible. —Eso explicaría que últimamente lo hubiera visto tan alterado. —Necesito<br />
confiar en ti. ¿Puedo hacerlo?<br />
«Ni hablar.»<br />
—Por supuesto, hermano.<br />
«¡Omort puede morir!»<br />
—Éste es uno de los motivos por los que estoy buscando a Nïx —le dijo. —Para interrogarla<br />
sobre la espada.<br />
Para ocultar su nerviosismo, Sabine se hizo la ofendida.<br />
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—¿Por eso no me lo contaste? ¿Por eso me ocultaste información de vital importancia? No<br />
podemos permitirnos este tipo de vulnerabilidad, en especial ahora. Y mucho menos si crees que<br />
Cadeon puede llegar a terminar la misión con éxito.<br />
<strong>El</strong> inútil hermano de Rydstrom estaba a punto de hacerse con la espada que podía dar muerte<br />
al Que no Muere. ¿Cómo podía usar esa información? ¿Cómo podía explotar esa nueva debilidad<br />
de Omort?<br />
—Debería haber confiado en ti. —<strong>El</strong> brujo se detuvo frente a Sabine y levantó la mano para<br />
tocarle la cara. —Te amo —murmuró.<br />
<strong>El</strong>la se apartó de golpe, tensa.<br />
—Tú no me amas. ¡Tú ni siquiera sabes lo que es el amor! Y lo que era peor: no estaba segura<br />
de que ella misma lo supiera.<br />
Si Omort se estaba acostando con una de sus hermanas, no era con Sabine.<br />
<strong>El</strong>la era virgen antes de acostarse con él. Después de tantos años, nadie la había tocado.<br />
«¿Y si la he dejado embarazada?» Rydstrom miró el techo de celda que ya se sabía de memoria.<br />
Era muy posible que la hechicera hubiera concebido.<br />
«Que haya concebido a mi hijo.» Se dio cuenta de que deseaba que fuera verdad, aunque eso<br />
significara acelerar su sentencia de muerte. Si Sabine estaba embarazada, él ya no les serviría de<br />
nada. Ahora, más que nunca, tenía que escapar. «Tengo que levarme a mi mujer y a mi hijo, y ya<br />
regresaré después a por mi reino…»<br />
Necesitaba ver a Sabine. Le había hecho daño, y quería tener la oportunidad de compensarla<br />
por ello. Pero no sólo se sentía mal por el dolor físico que le había causado. Aunque le hubiese<br />
hecho el amor, ella no era su esposa y él no había completado el ritual de marcarla como suya.<br />
Tenía que morderla y satisfacer así su instinto demoníaco.<br />
Rydstrom se tensó al oír unos pasos descendiendo la escalera que conducía a las mazmorras.<br />
Segundos más tarde, tres hombres enormes entraron en la celda; estaba claro que eran esclavos<br />
inferi. <strong>El</strong> demonio recordó lo furiosa que estaba Sabine al irse...: ¿les habría ordenado que le<br />
dieran una paliza?<br />
<strong>El</strong> más alto le quitó las esposas, lo que significaba que podía escapar. Se quedó quieto, a la<br />
espera <strong>del</strong> momento preciso. Tres inferi no podrían nunca derrotar a un demonio...<br />
Le lanzaron polvo a los ojos. «Por todos los dioses, maldición...» Esta vez Rydstrom no se quedó<br />
inconsciente sino que lo vio todo.<br />
Pero no podía moverse.<br />
Había algo en la mirada de aquellos hombres al contemplar su torso desnudo. Cuando por fin<br />
identificó qué era, el corazón se le paralizó.<br />
«Lujuria.»<br />
Lo metieron en la ducha y le quitaron los pantalones, y él podía mover ni un músculo para<br />
defenderse. Mientras lo lavaban el demonio era impotente para hacer nada que no fuera mirar el<br />
techo de la celda y sentir cómo el odio le hacía hervir la sangre.<br />
Sabine era la culpable. <strong>El</strong>la les había ordenado que le hicieran eso, consciente de lo mucho que<br />
él lo iba a detestar.<br />
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Cuando huyera de allí, la humillaría <strong>del</strong>ante de miles de demonios, les dejaría que hicieran con<br />
la hechicera lo que quisieran. Tan pronto como esa idea le cruzó por la mente, la ira estalló en su<br />
interior, y su sentimiento de posesión lo quemó por dentro...<br />
Se zambulló en esa ira, regodeándose en ella, y se juró de nuevo llevar a cabo la más cruel de<br />
las venganzas. Le haría pagar p todo lo que le había hecho.<br />
«No descansaré hasta conseguirlo.»<br />
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CAPÍTULLO 20<br />
—¿No pudiste anular lo <strong>del</strong> baño?—le preguntó Lanthe telepáticamente, aprovechando para<br />
beber al mismo tiempo.<br />
—Pues no —contestó Sabine, probándose otro mo<strong>del</strong>ito <strong>del</strong>ante <strong>del</strong> enorme espejo de su<br />
habitación, arreglándose para ir a ver al demonio. —Y fue... muy mal.<br />
—Cuéntamelo.<br />
—Se le pasó el efecto <strong>del</strong> polvo de los inferi, y Rydstrom los atacó con sus cuernos venenosos.<br />
<strong>El</strong> trío no tenía intención de ir más allá <strong>del</strong> baño, pero el demonio había enloquecido y los había<br />
atacado como un animal.<br />
—Paralizó a uno de mis pobres inferi antes de que consiguieran retenerlo —prosiguió Sabine<br />
eligiendo otro corsé de la nueva colección que habían creado para ella. —En fin, yo ya sabía que<br />
no iba a gustarle que tres hombres lo tocaran..., por eso ordené que lo hiñeran. Vero ¿reaccionar<br />
de ese modo? A mí, el hecho de que tres mujeres pudieran bañarme no Me parece tan mal.<br />
—¿Y vas a volver a verle cuando tan sólo han pasado tres noches?<br />
—No tengo elección. —Por desgracia, Sabine no estaba embaraza. La Bruja podía adivinar ese<br />
tipo de cosas en cuestión de días, así que esa misma mañana Sabine había descendido a las<br />
entrañas <strong>del</strong> castillo para consultar a la vieja huraña. Se rumoreaba que antaño había sido joven y<br />
bella y que había sucumbido víctima de una maldición.<br />
Sabine no se lo creía.<br />
<strong>El</strong> laboratorio que la Bruja tenía en el sótano era sórdido y espeluznante, con todos aquellos<br />
animales descuartizados. Luego Sabine tuvo que bañarse dos veces para poder quitarse el olor a<br />
bicho muerto.<br />
La mujer le cogió un poco de sangre y le dio la mala noticia, pues la hechicera estaba llegando al<br />
final de sus días fértiles.<br />
Por curiosidad, y sólo por curiosidad, le preguntó a la anciana si Rydstrom correría algún riesgo<br />
de envenenarse con el morsus si la mordía en el cuello. La Bruja la miró con sus viejos ojos opacos.<br />
—No, a no ser que tú sufrieras una intoxicación <strong>del</strong> veneno. Así que no tienes ninguna excusa<br />
para negarle algo que necesita hacer. La única causa es tu propio egoísmo —añadió, poniendo de<br />
manifiesto su habitual insolencia. —Tú te has quedado con su semilla y no le has dado nada a<br />
cambio...<br />
—Esta noche tengo que volver a entrar en materia —le dijo Sabine a Lanthe con la mente.<br />
Hettiah no iba a estar fuera de combate para siempre. —Debo concebir para evitar que Hettiah<br />
tenga que quedarse embarazada de mi marido.<br />
—Eso suena horrible. —Su hermana hizo una mueca de pesar.<br />
—¡Porque lo es! Pero antes tendrá que matarme. Y tú sabes que yo no bromeo con esas cosas.<br />
—¿Has vuelto a pensar en la espada de Groot?<br />
Después de que Sabine le contara a Lanthe lo <strong>del</strong> arma, ambas hermanas se habían quedado<br />
inquietas, ansiosas por entrar en acción, por hacer algo, lo que fuera.<br />
Posibilidades y consecuencias. Acciones y reacciones. A pesar de que, normalmente, a Sabine se<br />
le ocurrían los planes en seguida, éste le estaba costando.<br />
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Además, la intervención de Omort para salvarlas de los vampiros también les pesaba.<br />
—Creo que voy a seguir a<strong>del</strong>ante con mi plan con el demonio. —Sabine había llegado a la<br />
conclusión de que lo de la espada era demando inconcreto como para tramar todo un plan<br />
basándose en ella<br />
—Creía que ibas a renegar <strong>del</strong> sexo.<br />
—Voy a darle una segunda oportunidad —contestó su hermana mientras se ponía un corsé de<br />
metal con las copas de los pechos en forma de garras. Conociendo a Rydstrom como lo conocía,<br />
seguro que le gustaba, y además se ataba con cintas de piel en ambos lados.<br />
—<strong>El</strong> demonio empieza a gustarte, ¿a que sí? ¿Puedes mirarme a los ojos y decirme que no<br />
sientes nada por él?<br />
—Lanthe, tú mejor que nadie sabes que puedo mirarte a los ojos y mentirte a la cara —le<br />
replicó ella. —Vero no lo haré. La verdad es que siento algo por él.<br />
La mente de Sabine estaba repleta de pensamientos sobre Rydstrom. Ansiaba sentir el calor<br />
que emanaba de su cuerpo, añoraba el aroma que desprendía. Se había pasado las noches<br />
tumbada en su cama, mirando al techo, con la brisa marina colándose por las ventanas, y<br />
preguntándose cómo sería estar allí con él. ¿Sería Rydstrom capaz de acariciarla con <strong>del</strong>icadeza?<br />
—No puedo dejar de pensar en el demonio como en mi marido. Es una tontería que las<br />
palabras me afecten tanto, pero me siento posesiva hacia él.<br />
La verdad es que no parece importarte demasiado tener que volver a acostarte con Rydstrom.<br />
—Pensándolo mejor, me di cuenta de que no todo había sido tan horrible.<br />
Lo que le había hecho antes de hacerle daño había sido increíble. Sabine quería volver a sentir<br />
aquella emoción; a decir verdad, estaba ansiosa. <strong>El</strong>la era una hedonista, una hechicera que<br />
anhelaba Placer. Y el demonio podía dárselo. La noche anterior, se había despertado en mitad de<br />
un sueño en el que Rydstrom se metía en la cama con ella, con aquella mirada resuelta fija en su<br />
persona, y las esposas colgando de muñecas.<br />
—¿Y el tal Cadeon todavía sigue a<strong>del</strong>ante con su misión?—preguntó Lanthe.<br />
Sabine sacudió la cabeza para centrarse.<br />
—Por lo que sé, tiene que pasar por cuatro puntos de encuentro, y él y la Vestal ya van por el<br />
tercero. —Se puso una diadema nueva por encima de las trenzas, y se la ató en la nuca. —Pero aun<br />
en el caso de que consiga la espada, nunca estará lo bastante cerca de Omort como para poder<br />
utilizarla.<br />
—Nosotras sí. Si tuvieras la oportunidad, ¿serías capaz de matarlo?<br />
Sabine se quedó completamente inmóvil unos segundos.<br />
—En un abrir y cerrar de ojos. —Se puso el par de medias más finas que tenía y se las sujetó a<br />
los muslos con unos ligueros de piel. Luego, se cubrió gran parte de las piernas con unas botas<br />
hasta la rodilla con altos tacones de acero.<br />
—¿Sigues sin plantearte la posibilidad de aliarnos con los demonios de la ira?<br />
Sabine negó con la cabeza.<br />
—Omort nos mataría antes de que tuviéramos la más mínima posibilidad de hacerlo. No<br />
podemos olvidar el poder que tiene. —Por encima de la cortísima minifalda se puso un cinturón <strong>del</strong><br />
que colgaban una docena de borlas de oro azul. —Además, si nos uniéramos al final tendríamos<br />
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que matarlos. —Al ver que Lanthe enarcaba las cejas, su hermana se lo explicó: —Nos<br />
quedaríamos sin castillo. Y ya sabes lo mal que se me da compartir.<br />
—¿Y no podrías hacer una excepción con tu marido?<br />
Esa palabra otra vez. Sabine dudó unos instantes, peto respondió:<br />
—Piensa en lo que Rydstrom nos pediría a cambio: obediencia, que acatáramos sus leyes. Sí,<br />
sería mucho mejor que lo que tenemos ahora, pero no tan bueno como si tú y yo estuviéramos al<br />
mando.<br />
—Eso es verdad. —Lanthe se levantó para irse a su habitación. —Trata de obtener algo de<br />
información esta noche. Tal vez los demonios tengan su propio plan.<br />
—Veré lo que puedo hacer. —Después de que su hermana se fuera Sabine terminó de vestirse y<br />
empezó a maquillarse. Se difuminó pintura negra y gris alrededor de los ojos, con sombras que se<br />
extendían hasta las sienes.<br />
Se miró al espejo. ¿Estaba lo bastante atractiva como para convencer a Rydstrom de que dejara<br />
de estar enfadado con ella? <strong>El</strong> espejo le dijo que sí.<br />
Pero de repente un pensamiento atravesó su mente. En realidad fue más un impulso. Uno que<br />
descartó en seguida. Se rió nerviosa, y miró a ambos lados de la habitación.<br />
Durante unos segundos, había estado tentada de... decirle al demonio que lo lamentaba.<br />
A pesar de que estaba furioso con ella, Rydstrom quería que Sabine fuera a verlo.<br />
Estar separado de aquel modo no era natural, iba en contra de todos sus instintos demoníacos.<br />
Se moría de ganas de marcarla, de oler su propio aroma en su piel. Necesitaba recorrerle el cuerpo<br />
con los cuernos.<br />
Abrió y cerró los puños. «Maldita sea, ¿cuándo volverá?»<br />
Alguien se materializó en la celda: Lothaire. «Tengo que matarlo.»<br />
—No me mires como si quisieras arrancarme la yugular —dijo el vampiro con su marcado<br />
acento. —Puedo ayudarte a escapar. —con una mano sujetaba una llave y en la otra una mochila.<br />
—Tu libertad. Y provisiones. Puedo teletransportarte hasta el reino de Grave, pero me es<br />
imposible llevarte a otra dimensión.<br />
—¿Por qué ibas tú a ayudarme? —quiso saber Rydstrom, preguntándose a qué jugaba el<br />
vampiro.<br />
—Quiero algo de ti. Tienes que hacerme un juramento. —¿Un juramento de qué?<br />
—Cuando te pida algo en el futuro —contestó el otro— lo que sea, tendrás que concedérmelo.<br />
—Déjame en paz.<br />
—Piénsalo. Por lo que veo, no tienes demasiadas opciones.<br />
Ninguna. Y tal como estaban las cosas, a Rydstrom no se ocurría nada que pudiera pedirle<br />
Lothaire que fuera peor que lo que perdería si se quedaba allí: su mujer, su hijo, su reino y, tarde o<br />
temprano, su propia vida.<br />
—¿Por qué has decidido ayudarme justamente ahora?<br />
—Porque, en este preciso instante, Hettiah, la hermana de Sabine, está bajando hasta aquí a la<br />
pata coja para drogarte con afrodisíaco. Y no puedo permitir que eso suceda.<br />
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—¿Se lo ha ordenado Sabine?<br />
—Estoy convencido de que no.<br />
—Lo que me estás pidiendo es demasiado vago, vampiro, resistiré a la hermana y a sus<br />
pociones...<br />
—No si estás inconsciente.<br />
—¿Hettiah puede dejarme inconsciente? —Al ver que Lothaire asentía, Rydstrom farfulló: —<br />
Aun en el caso de que consiguiéramos escapar, luego nos encontrarían antes de que pudiéramos<br />
salir de esta dimensión.<br />
—¿Pudiéramos?<br />
—Sabine. No voy a irme de aquí sin ella. <strong>El</strong> vampiro negó con la cabeza.<br />
—Regresa después a buscarla... Si te la llevas ahora nos descubrirán y Omort jamás dejará que<br />
Sabine se vaya.<br />
—A donde yo vaya, ella vendrá conmigo. Así será hasta el día en que me muera.<br />
Lothaire lo miró a los ojos y, al comprender lo que sucedía, asintió.<br />
—Tienes un par de días hasta que el brujo consiga cerrar todos los portales ilegales <strong>del</strong> reino. Al<br />
fin y al cabo, yo soy el jefe de seguridad. Cuidado, Hettiah se acerca.<br />
La idea de que aquella mujer quisiera drogarlo y abusar de él mientras estuviera inconsciente<br />
hacía que a Rydstrom le dieran arcadas.<br />
—Haz tu promesa, demonio. Sé muchas cosas sobre este reino. Y sé muchas cosas sobre tu<br />
futura prisionera. Como, por ejemplo, cómo dejarla sin poderes.<br />
En esa ocasión, Rydstrom ni siquiera dudó.<br />
—Te lo prometo. Cuéntamelo.<br />
Lothaire casi sonrió, aunque en él la mueca resultó perversa.<br />
—Sabine no puede conjurar ningún espejismo con las manos atadas a la espalda. —<strong>El</strong> vampiro<br />
empezó a abrir las esposas de Rydstrom. —Su habitación está en la torre oeste.<br />
—Lo sé —respondió él con el corazón latiéndole frenético en el pecho.<br />
Lothaire lo cogió por la muñeca y los teletransportó a ambos hasta la habitación de la<br />
hechicera.<br />
Sabine se estaba mirando en el espejo, la criatura más bella que Rydstrom hubiera visto jamás.<br />
«Mía.»<br />
—Hola, princesa.<br />
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CAPÍTULLO 21<br />
Sabine se quedó sin aliento al ver al demonio reflejado en el espejo de su habitación. ¿Y<br />
Lothaire estaba con él? ¿<strong>El</strong> vampiro se había aliado con Rydstrom? ¡<strong>El</strong> muy traidor!<br />
Levantó las manos para hacerse invisible, pero el demonio se abalanzó sobre ella y, con una<br />
mano, le sujetó las muñecas a la espalda. ¿Sabía él que eso le impediría conjurar ningún<br />
espejismo? Consiguió gritar una vez antes de que le tapara la boca con la otra mano.<br />
¿Bastaría con aquel grito para llamar la atención de los guardias?<br />
Mientras Rydstrom le ataba las muñecas con una cuerda muy larga, Lothaire se acercó para<br />
ayudarlo. La hechicera se resistió a ambos, pero el vampiro le puso una mordaza.<br />
Aunque no podía hablar, farfulló como pudo que lo consideraba una rata traidora. <strong>El</strong> se limitó a<br />
encogerse de hombros.<br />
En el castillo se dio la alarma y empezaron a oírse gritos. Segundos más tarde, unos guardias<br />
entraron en la habitación con las espadas en alto; iban rodeados de zombis, hechiceros y vampiros<br />
caídos. Los últimos saludaron a Lothaire y se teletransportaron a otra parte.<br />
Rydstrom colocó a Sabine a su espalda, tirándola sin querer al suelo, y luego fue a enfrentarse<br />
con al menos diez de los guardias. Los prominentes cuernos se le estaban alargando, y la piel se le<br />
estaba oscureciendo a medida que su furia aumentaba. Sus músculos pincharon y flexionaron ante<br />
la mirada atónita de Sabine.<br />
Observó fascinada cómo se lanzaba sobre los guardias, hipando con uñas y dientes. <strong>El</strong> tatuaje<br />
<strong>del</strong> dragón que tenía en la espalda pareció cobrar vida, ondulándose con cada uno de sus<br />
movimientos.<br />
Lothaire, como si nada, se sentó junto a ella en el suelo, levantó una rodilla y apoyó la bota en<br />
la pared.<br />
—Podríamos rastrear hacia otra parte sin más —le dijo, —pero creo que será mejor que<br />
esperemos a que se desahogue un poco. Y además tengo hambre.<br />
Sabine volvió a maldecirlo bajo la mordaza, pero la atención <strong>del</strong> vampiro estaba fija en la pelea.<br />
Rydstrom estaba descuartizando a los soldados con tanta ferocidad que incluso la hechicera<br />
estaba sorprendida. «Es mi marido.»<br />
<strong>El</strong> propio Lothaire enarcó una ceja y miró <strong>del</strong> demonio a Sabine, y vuelta a empezar,<br />
atribuyéndole a ella el salvaje comportamiento de él.<br />
—Es bueno saberlo —murmuró el vampiro para sí.<br />
Dos guardias que pertenecían al clan de los hechiceros retaron a Lothaire. Éste se levantó <strong>del</strong><br />
suelo y peleó contra ellos, disfrutando de la pelea, esquivando con facilidad las espadas de los<br />
otros dos gracias a su capacidad de teletransportarse.<br />
Mató a uno, y luego cogió el cuerpo casi inerte <strong>del</strong> segundo y le mordió en el cuello. Las rubias<br />
cejas <strong>del</strong> vampiro se juntaron placer. Entre él y la brutalidad <strong>del</strong> demonio, Sabine estaba<br />
horrorizada y a la vez fascinada.<br />
Sacudió la cabeza y trató de ponerse en pie para escapar. Casi consiguió llegar a la puerta, pero<br />
Rydstrom estaba peleando con zombis, y el tercero decidió ir tras ella.<br />
Con el rabillo <strong>del</strong> ojo, ella vio la empuñadura de una espada acercándose a su cabeza.<br />
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Cuando Sabine gritó de dolor, el demonio rugió de furia, luego... nada.<br />
La mente de Rydstrom estaba a oscuras, toda su parte racional había enmudecido y su instinto<br />
demoníaco había tomado el control.<br />
«Tengo que coger a mi mujer..., escapar de aquí.»<br />
Más soldados subieron gritando la escalera.<br />
—¡Teletranspórtanos fuera de aquí, vampiro! —le pidió a Lothaire con Sabine al hombro.<br />
<strong>El</strong> vampiro soltó al guardia <strong>del</strong> que había estado bebiendo y volvió a coger al demonio por la<br />
muñeca.<br />
—Sujétala fuerte.<br />
Tras un instante de oscuridad, Rydstrom vio las montañas en la distancia. La luna brillaba sobre<br />
la arena de la llanura. <strong>El</strong> vampiro los había llevado hasta el reino de Grave.<br />
Rydstrom era libre... y Sabine estaba con él. La bajó de su hombro y la cogió en brazos. Parecía<br />
muy inocente, pero sólo era en apariencia. Volvería a atormentarlo una y otra vez.<br />
<strong>El</strong> demonio tenía la mente hecha un lío, llena de confusión y odio, y el cuerpo repleto de<br />
agresividad y furia.<br />
«Mi mujer.» Tan pálida y perfecta. «Puedo hacer lo que plazca con ella.»<br />
Se agachó y dejó el cuerpo inconsciente de Sabine sobre la arena, y luego le inspeccionó la<br />
cabeza. Le estaba saliendo un chichón, pero no era nada que su inmortalidad no pudiera sanar en<br />
poco tiempo.<br />
—Dame un cuchillo —dijo con voz ronca mientras soltaba cuerda con la que la había atado.<br />
Cuando Lothaire le pasó una daga, Rydstrom cortó un poco de la cuerda y la ató a otra tira.<br />
Al terminar, el vampiro le dio una túnica negra y una mochila.<br />
—Hay una cantimplora con agua y provisiones para acampar durante unos días. —Se<br />
desabrochó el cinturón en el que llevaba la espada. —Y aquí tienes un arma para defenderte de<br />
los animales —añadió, como si eso le hiciera gracia.<br />
Rydstrom se puso la túnica y se ató la espada a la cintura.<br />
—Como mucho, tienes una semana para localizar el portal. Ve en dirección al oeste y no<br />
tardarás en encontrarte con demonios de la ira, refugiados que sabrán guiarte.<br />
—¿Qué vas a pedirme a cambio? —Rydstrom volvió a coger a Sabine en brazos.<br />
La pálida mirada <strong>del</strong> vampiro estaba fija en la de él.<br />
—Algo que me compense por haber roto el pacto que tenía con Omort.<br />
—¿Cuándo?<br />
—Cuando llegue el momento. La semana que viene, o dentro de una década. Tal vez en el<br />
próximo milenio.<br />
—Sigues siendo mi enemigo —le advirtió Rydstrom. —Podría limitarme a darte caza y matarte.<br />
—Y no espero menos de ti. Eres un rey honesto, pero también eres implacable. Y ahora vete.<br />
No tienes tiempo que perder.<br />
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Cuando Sabine se despertó, la luna aún no se había puesto.<br />
Lo primero que le dio la bienvenida fue un enorme dolor de cabeza, y dado que el demonio la<br />
llevaba sobre el hombro, a cada paso que éste daba, dicho dolor iba en aumento. Seguía con las<br />
manos atadas a la espalda. Lo que significaba...<br />
«No tengo poderes.»<br />
Levantó un poco la vista y, por entre las trenzas, pudo ver estaban en una parte distinta de<br />
Rothkalina, lejos <strong>del</strong> castillo, el mar y los verdes prados. Lo que la rodeaba era una llanura<br />
desolada. Sólo había una región que no estuviera repleta de verdes bosques, la que llevaba el<br />
nombre de reino de Grave.<br />
«Donde lo salvaje es...»<br />
Estaba en territorio peligroso con un loco, Lanthe debía de estar muerta de preocupación, y<br />
Sabine no tenía ni una gota de morsus... Si no conseguía regresar al castillo, a Omort, estaría<br />
perdida para siempre.<br />
¡Todo aquello por culpa <strong>del</strong> traidor de Lothaire! Y el muy cabrón los había teletransportado al<br />
reino de Grave. ¡Le clavaría una estaca con sus propias manos!<br />
Sabine podía imaginarse perfectamente cómo se estaría tomando Omort esa traición... y a<br />
quién se lo debía de estar haciendo pagar. Estaba convencida de que Lanthe estaba a salvo pero<br />
confiaba en que su hermana pudiera proteger también a sus inferi.<br />
Poco a poco, con cada zancada que daba el demonio en perjuicio de la cabeza de ella, la llanura<br />
iba dando paso a un bosque fósil. La luz de la luna proyectaba sombras en el suelo. Seres invisibles<br />
se escurrían entre el polvo.<br />
Pero lo peor era que Sabine llevaba la falda levantada hasta la cintura, dejando a la vista su<br />
trasero, apenas cubierto por un tanga. La mano con que Rydstrom la sujetaba se dedicaba ahora a<br />
acariciar sus curvas; el demonio había empezado a masajearla.<br />
«¿Qué me está haciendo?» Sabine no quería volver a tener relaciones sexuales con él, en<br />
especial estando él en aquel estado tan alterado. Para empezar, su plan se había ido al traste. Y<br />
además, todavía estaba dolorida de la última vez. Cuando decidió que iba a volver a la celda para<br />
acostarse con él de nuevo, Sabine tenía toda la intención de ponerse al mando <strong>del</strong> encuentro.<br />
Rydstrom se detuvo de golpe y la depositó en el suelo. Bajo la menguante luna, sus ojos<br />
enloquecidos la miraron expectantes; tenía los labios levantados, mostrándole los colmillos.<br />
<strong>El</strong> demonio calmado y razonable había desaparecido.<br />
Al parecer, Sabine había despertado a la fiera, y ahora se había convertido en su prisionera.<br />
«No por mucho tiempo.»<br />
—Rydstrom —susurró.<br />
—¿Qué?<br />
<strong>El</strong>la volvió a susurrar su nombre, pero en voz más baja. Cuando él se le acercó, le golpeó la nariz<br />
con la frente y luego trató de darle un puntapié con las botas de acero entre las piernas.<br />
Él la cogió por el tobillo y la tumbó en el suelo. En cuestión de segundos, Rydstrom se colocó<br />
encima de ella.<br />
—Eres un mal bicho. —Hundió el rostro en su melena y aspiró hondo. —Una mujer traicionera.<br />
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Cuando empezó a besarle el cuello con desesperación, Sabine miró hacia el cielo... la estaba<br />
besando como si la hubiera echado de menos. Lo mismo que su soledad, ese anhelo tuvo el efecto<br />
de atraerla hacia él.<br />
—Pero no lo serás por mucho tiempo.<br />
<strong>El</strong> demonio estaba completamente excitado y, cuando se movió contra Sabine, una inesperada<br />
oleada de placer sacudió el cuerpo de la hechicera. Se estaba perdiendo en aquellos besos, el<br />
deseo de Rydstrom había avivado el suyo.<br />
«Un momento... ¿Qué ha querido decir con eso de "No por mucho tiempo"?» ¿<strong>El</strong> demonio<br />
tenía la intención de que se pasara a su bando, de hacerla cambiar?<br />
«¡Y dale con lo de hacerme cambiar!»<br />
<strong>El</strong> se apoderó de su boca, devorándola con la suya. Para no sucumbir al frenesí de su beso,<br />
Sabine le mordió el labio inferior.<br />
Rydstrom soltó una maldición y se puso en pie de un salto Cogiéndola por la cintura, la llevó<br />
hasta una roca bastante plana. Al llegar allí, tomó asiento y la tumbó a ella sobre su regazo.<br />
—¿Qué estás haciendo? —Con las manos atadas a la espalda no podía hacer nada para<br />
detenerle.<br />
—Voy a cumplir con una de mis promesas.<br />
Aun antes de que comprendiera de qué estaba hablando, él le levantó la falda hasta la cintura.<br />
—¡Rydstrom, espera un momento! —Se movió nerviosa al sentir que le bajaba el tanga hasta<br />
los tobillos.<br />
La palma de él cayó sobre una de las nalgas con un sonoro cachete. Le escoció, pero sonó peor<br />
de lo que fue en realidad.<br />
¿Aquélla era su venganza? ¿Le molestaría que se quedara dormida?<br />
—¿Es eso todo lo que tienes, demonio? ¿Quieres castigarme o se trata de otra muestra de<br />
afecto? Estoy confusa...<br />
¡Zas! Al recibir ese segundo cachete se quedó sin aliento, y se movió sobre el regazo de él. <strong>El</strong><br />
siguiente fue seguido de una pequeña punzada de dolor, y el otro. Mientras, con la otra mano, le<br />
masajeaba el muslo. Castigarla estaba excitando a Rydstrom, y se le había acelerado la respiración.<br />
Y algo empezó a sucederle asimismo a Sabine. Para su sorpresa, ella también se sentía cada vez<br />
más excitada. ¿Qué tenía aquel demonio que la hacía sentir así? ¿Habría alguna vez en que ella no<br />
lo deseara? Como por ejemplo en aquel mismo momento, cuando le estaba dando cachetes en el<br />
trasero, a meros segundos que aquello se convirtiera en una azotaina.<br />
Sabine se sentía enormemente atraída por él, era el macho más fuerte había conocido. Nunca<br />
podría olvidar su imagen luchando contra aquellos guardias... lo fiero que le había parecido. Con el<br />
siguiente cachete, el grito que escapó de la garganta de Sabine se transformó en gemido de placer,<br />
dejándola atónita incluso a ella misma. Rydstrom no supo qué hacer.<br />
Era una auténtica hedonista capaz de gozar en cualquier circunstancia. Allí estaba ella, en<br />
medio de un reino salvaje, cautiva de un demonio que estaba azotándole el trasero... y los<br />
espejismos de las llamas ya estaban iluminando la noche. «Qué sorpresa», pensó Sabine, con una<br />
leve sonrisa. Se movió sobre el regazo de Rydstrom y deslizó una rodilla, separando así las piernas.<br />
<strong>El</strong> demonio se quedó inmóvil y su mano se paralizó en el aire. Lo único que Sabine podía oír era su<br />
respiración entrecortada.<br />
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De repente, un desgarrador gemido escapó de la garganta <strong>del</strong> demonio cuando éste miró entre<br />
sus piernas.<br />
—Necesito tocarte...<br />
Sabine asintió. Al primer contacto, ella se sobresaltó, luego gimió de placer al sentir que él<br />
deslizaba un dedo en su interior. «¿Se ha desabrochado la bragueta?» Sabine notaba cómo<br />
Rydstrom había empezado a acariciarse por debajo de ella mientras su dedo entraba y salía<br />
ansioso de su cuerpo.<br />
—Estás tan excitada... —dijo él emocionado. —Hechicera, me vuelves... loco...<br />
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CAPÍTULLO 22<br />
Rydstrom estaba hundido hasta el cuello en las arenas movedizas <strong>del</strong> raciocinio y el instinto,<br />
donde nada tenía sentido. Estaba perdiendo el control por culpa de Sabine y no podría disfrutarlo<br />
más.<br />
Había huido con su hechicera. Por fin. Sólo de pensar que ahora ella era su prisionera, su<br />
posesión, le daban ganas de gritar de júbilo.<br />
Con el pelo que le caía por la espalda y el corpiño de metal que ceñía su cuerpo, parecía tan<br />
mala como su actitud demostraba, recibiendo azotes y levantando el trasero pidiendo más. Y<br />
ahora veía que necesitaba llegar al orgasmo, desesperadamente. Los espejismos de fuego estaban<br />
descontrolados.<br />
«Esto es el éxtasis.»<br />
Introdujo un segundo dedo dentro de su hambrienta vagina.<br />
—Tan apretada. Caliente. —<strong>El</strong> cuerpo de ella estaba aprisionando los dedos de Rydstrom. —Y<br />
ya no eres virgen.<br />
Con la otra mano, se cogió el pene subiendo y bajando el puño, hasta que tembló a punto de<br />
alcanzar el final. Retiró despacio los dedos <strong>del</strong> interior de Sabine, sólo el tiempo suficiente para<br />
darle la vuelta y poder verle la cara.<br />
No había vergüenza ni miedo en la mirada de la hechicera. Con los ojos medio cerrados, se<br />
tumbó sobre las rodillas <strong>del</strong> demonio y levantó las caderas, permitiendo así que él pudiera tocarla<br />
con total libertad. «Tan preciosa... y feroz. Mía.»<br />
Rydstrom tenía aquella sensación, todavía poco habitual, de presión en el interior de su<br />
erección, la sensible punta rozando las nalgas de Sabine. «Un placer tan extremo resulta<br />
doloroso.»<br />
Sus músculos se tensaron, su cuerpo estaba preparado para alcanzar el orgasmo. Puso los ojos<br />
en blanco y eyaculó contra el trasero de Sabine. <strong>El</strong> clímax siguió y siguió sin que él pudiera dejar de<br />
gritar de placer, salpicando con fuerza una y otra vez, moviendo descontrolado las caderas debajo<br />
de ella.<br />
Sabine jadeó y gimió suavemente. Ese sonido provocó en él una última explosión que fue a<br />
parar entre las piernas separadas de ella. Incluso en esa postura, se retorcía, gimiendo, a punto de<br />
tener un orgasmo...<br />
Pero al instante Rydstrom apartó la mano, se abrochó los pantalones e incorporó a la<br />
hechicera.<br />
Mientras Sabine parpadeaba atónita, él arrancó un trozo de la parte inferior de su túnica para<br />
limpiar el rastro que había dejado en el cuerpo de ella.<br />
—¿Qué estás haciendo?<br />
—Ya he acabado. —«No me provoques... no me hagas enfurecer». —Me debes tres noches.<br />
Tres noches en las que sabrás por lo que yo he tenido que pasar. Entonces estaremos en paz.<br />
Mientras la limpiaba, ella se le enfrentó.<br />
—¡Te voy a matar por esto!<br />
A la luz de la luna, pudo verle el trasero bien rojo. «¿Le habré pegado muy fuerte?»<br />
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—¡Muy fuerte, desgraciado! —contestó Sabine leyéndole la mente.<br />
—¡Sal de mi cabeza! —Lanzó el trozo de tela, y le subió el tanga con tanta fuerza que la hizo<br />
ponerse de puntillas.<br />
—¿O qué? ¿Me darás unos azotes? ¿Sueles pegar a las mujeres?<br />
—Nunca. —Ni una sola vez en quince siglos.<br />
—Ah, claro, eres el rey Rydstrom el Bueno. Pues no parece tan bueno ahora.<br />
—No serías capaz de reconocer nada bueno ni aunque estuviera dándote azotes sin parar. —<br />
Tiró de su falda hacia abajo tan fuerte que la prenda se rasgó.<br />
—¿Te estoy convirtiendo en malo, demonio? ¿Derribando esa maravillosa fachada?<br />
—Podría haber sido mucho peor. —La cogió por el brazo y la hizo avanzar, prosiguiendo el<br />
camino. —No tendría que ser así, pero fuiste tú la que empezó todo esto. ¿Te acuerdas de cuando<br />
te pedí que me dejaras libre? ¿Te acuerdas de mi dolor cuando estaba tumbado en aquella jodida<br />
cama, con la herida de mi pecho abierta y la columna vertebral rota? Me he pasado días atrapado<br />
en esa maldita mazmorra... ¡por tu culpa!<br />
Como si no hubiese oído lo que él acababa de decir, fijó la mirada en sus cuernos.<br />
—¿Vas a seguir echándomelo en cara toda la vida?<br />
Le soltó el brazo. Aquella mujer lo confundía continuamente. «Por todos los dioses, me tiene<br />
hecho un lío.» Continuó caminando, sin volverse mientras hablaba en la oscuridad.<br />
—Sígueme. Si no lo haces, te comerán viva aquí fuera.<br />
—¿Adonde me llevas? —preguntó ella, obedeciendo. —¿Que me harás, aparte de convertirme<br />
en tu fetiche?<br />
Rydstrom se paró y le cogió la cabeza con las manos, levantándosela para que sus ojos se<br />
encontraran.<br />
—Mujer, ¿por qué me provocas? —Entrecerró los ojos. —Te burlas de mí porque te gusta<br />
cuando pierdo el control.<br />
<strong>El</strong>la apartó la mirada un segundo.<br />
—En absoluto. ¿Cómo se supone que debo actuar con alguien que me ha hecho prisionera? ¿De<br />
manera complaciente?<br />
—Si tuvieras un poco de sentido común, evitarías provocarme. —Dio por finalizada la<br />
conversación y se volvió para continuar el camino. <strong>El</strong> fuerte sol estaba a punto de salir, y el terreno<br />
se iba a volver todavía más difícil.<br />
A cada rato, Sabine le preguntaba adonde la llevaba y cuánto tiempo tardarían.<br />
Se quejaba de la intensidad <strong>del</strong> sol, <strong>del</strong> paso que llevaban y <strong>del</strong> racionamiento que imponía él<br />
de la menguante reserva de agua que tenían.<br />
Aparte de mojarle los labios de vez en cuando con un trago de la cantimplora, Rydstrom la<br />
ignoraba por completo, con la mente hecha un lío. Una parte de él se sentía triunfante. Estaba<br />
libre, y tenía a Sabine cautiva. Había empezado su venganza y había sido recompensado<br />
enormemente, eyaculando con tanta fuerza que las piernas se le habían debilitado.<br />
Otra parte de él, en cambio, se sentía culpable por tratarla de ese modo. Sin embargo, cada vez<br />
que el sentimiento de culpa lo acechaba, se recordaba a sí mismo lo que ella le había hecho pasar.<br />
La humillación de aquellos hombres bañándolo... <strong>El</strong> mero hecho de recordar eso le hizo volverse<br />
hacia la hechicera con los labios retraídos a causa de los colmillos.<br />
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<strong>El</strong> comportamiento de Sabine le daba carta blanca para hacer con ella lo que quisiera.<br />
Pero ¿cuánto tiempo podría seguir sin reclamarla? Si no lo había hecho todavía era porque no<br />
quería dejarla embarazada. Quería tener su hijo, pero todavía no, no cuando todavía había tanto<br />
peligro. No cuando sabía que Sabine correría hacia Omort a la primera oportunidad.<br />
Cuando empezaron a subir una empinada pendiente, ella tropezó. Cayó de bruces y se dio con<br />
la frente contra el suelo. Escupiendo arena, espetó:<br />
—¡Llevo demasiado tiempo así! O me sueltas, o no podré continuar subiendo. Como mínimo,<br />
libérame una mano. Necesito las dos para poder crear ilusiones. Rydstrom, no puedo seguir así.<br />
<strong>El</strong> la cogió <strong>del</strong> corpiño y tiró de ella hacia arriba para levantarla.<br />
—¡Omort vendrá a por mí! Nunca te saldrás con la tuya.<br />
—Una palabra más y te pongo una mordaza.<br />
Sin hacer caso de su advertencia, Sabine continuó:<br />
—Y Lothaire será convertido en cenizas... —Se paró cuando lo vio desgarrar un trozo <strong>del</strong> bajo<br />
de su camisa. —¡Rydstrom! Estaré callada...<br />
Le pasó el trozo de tela alrededor de la cabeza, colocándole la mordaza bien apretada.<br />
—Ya lo sé...<br />
Durante una hora la tuvo amordazada mientras seguían avanzando. Podía notar su mirada<br />
clavada en su nuca, pero no quería seguir oyendo más quejas o demandas.<br />
Finalmente, se volvió para mirarla. Se había quedado bastante atrás. Estaba quemada por el<br />
sol, tenía las rodillas ensangrentadas y algún corte en las piernas. <strong>El</strong> trasero todavía le debía de<br />
arder.<br />
Deseaba sentir satisfacción al ver su sufrimiento, pero no era así. Iba en contra de su instinto.<br />
«Maldita hechicera. Me tiene tan confundido...» Le lanzó una torva mirada por encima <strong>del</strong><br />
hombro.<br />
<strong>El</strong>la se incorporó y asumió su expresión altiva, entonces volvió a tropezar. A pesar de que<br />
Rydstrom podría continuar con aquel ritmo durante días, decidió parar por la noche por ella.<br />
Cuando encontró un lago de agua fresca en el paso protegido de un cañón, dejó caer su mochila<br />
cerca de la orilla y se agachó para desempaquetar su contenido: una pequeña botella de vino, pan,<br />
pollo, queso, un cuchillo, un pedernal y unos sacos de dormir.<br />
Aliviada, Sabine se dejó caer de rodillas y se tumbó sobre una cadera.<br />
Después de encender el fuego, Rydstrom se comió su ración de comida y a continuación se<br />
inclinó hacia ella para quitarle la mordaza.<br />
Tragó saliva repetidas veces.<br />
—¿Es tan dulce como habías pensado? —preguntó luego. —¿Tu venganza?<br />
—Lo será. Sólo hemos empezado, princesa. Te haré exactamente lo mismo que me hiciste tú a<br />
mí. Tres noches viniste a mi celda y me atormentaste...<br />
—No fueron tres noches. No sabes lo que iba a hacerte la noche que te hirieron. Si no me<br />
hubieran hecho llamar desde la corte, te habrías enterado.<br />
—¿Y no lo habías hecho todavía? —Le dio a beber un poco de agua de la cantimplora.<br />
Cuando le acercó el pollo a la boca, Sabine apartó la cara.<br />
—Ya sabes que no como carne.<br />
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—Y tú sabías que yo sí.<br />
—No voy a comerla.<br />
—Pues te quedarás con hambre. —Se acabó él la comida, y preparó los sacos de dormir debajo<br />
de un árbol sin hojas que había cerca <strong>del</strong> fuego que había encendido.<br />
—Necesito que me dejes las manos libres para poderme lavar. —Sabine se volvió dándole la<br />
espalda. —Creo que todavía estoy pringada de lo de antes.<br />
Con la barbilla, él le señaló el lago.<br />
—Ahí tienes agua.<br />
—¿Y qué esperas que haga con las manos atadas?<br />
—Pídeme que te bañe.<br />
Sólo de ver la mirada que le dirigió, él se quitó la espada y se desnudó. A continuación, se<br />
zambulló en el agua desde un saliente. Estaba fresca, cosa que ayudó a aliviar el dolor en su<br />
maltrecho cuerpo.<br />
Salió a la superficie a tiempo de ver cómo Sabine pisaba con cuidado las resbaladizas rocas que<br />
había en el borde de otro saliente, unos metros por encima de aquel desde el que él se había<br />
tirado. Justo en el momento en que iba a señalarle una orilla de arena por la que podía entrar en<br />
el agua, la vio resbalar y caer rodando dentro <strong>del</strong> agua. Al instante, desapareció.<br />
«Tiene las manos atadas a la espalda, el metal que lleva la hundirá.»<br />
Muerto de miedo, se zambulló tras ella.<br />
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CAPÍTULLO 23<br />
—¿Qué piensas hacer para encontrar a mi hermana? —le exigió saber Lanthe a Omort. La<br />
preocupación que sentía por Sabine le había dado el valor necesario para enfrentarse con aquel<br />
monstruo.<br />
<strong>El</strong> brujo ni siquiera parecía ya un hombre: ahora era la ira personificada. Hettiah estaba<br />
arrodillada junto al trono, con la cabeza gacha y sin dejar de temblar, como si tuviera frío.<br />
A lo largo de las últimas horas, Omort había matado repetidas veces: inferi, zombis, incluso a<br />
varios demonios de la ira a los que había mandado secuestrar de sus hogares.<br />
Pero nada podía calmarlo. Los cadáveres se iban amontonando alrededor <strong>del</strong> Pozo de las<br />
Almas, ojos sin vida y extremidades entrelazadas sobre un río de sangre. <strong>El</strong> hedor y las moscas<br />
eran ya insoportables.<br />
—Tienes que mandar a los demonios <strong>del</strong> fuego tras ella. <strong>El</strong>los pueden teletransportarse...<br />
—¿Crees que no lo he pensado? —gritó Omort. —Rydstrom se la habrá llevado al reino de<br />
Grave, allí hay varios portales para ir a la otra dimensión. ¡Y ninguno de los demonios <strong>del</strong> fuego o<br />
de los vampiros que están aquí ha estado antes en esa zona!<br />
Los demonios y los vampiros sólo podían rastrear a lugares en los que ya hubieran estado.<br />
Lanthe no sabía si Omort estaba al tanto de un pequeño detalle, pero el hecho de que los<br />
vampiros pudieran teletransportarse o no al reino de Grave era irrelevante: ninguno de ellos era<br />
ya su aliado.<br />
La tablilla <strong>del</strong> pacto entre las facciones vampíricas y los hechiceros se había roto y, cuando la<br />
legión de Lothaire se desvaneció se hizo evidente quién había traicionado a Omort... y a Sabine. <strong>El</strong><br />
rey de los demonios <strong>del</strong> fuego seguía estando a su lado, pero ¿por cuánto tiempo?<br />
A decir verdad, a Lanthe no le preocupaba que Rydstrom pudiera hacerle daño a su hermana.<br />
De hecho, estaba convencida de que, al contrario, la protegería con su propia vida. Lo que sí la<br />
preocupaba era la falta de morsus.<br />
—Omort, si no la encontramos a tiempo, ¿cuándo empezará a hacerle efecto el veneno? —<br />
preguntó.<br />
—Una semana antes de lo que ella cree —respondió el bruto riéndose sin humor.<br />
—¿Le mentiste sobre eso? —preguntó Lanthe furiosa.<br />
—No tiene importancia —dijo él. —Tú abrirás un portal hacia el reino de Grave y esta misma<br />
noche los zombis peinarán la zona hasta encontrarla.<br />
La joven tragó saliva.<br />
—Yo... no puedo abrir un portal.<br />
Cuando Omort ordenó que le trajeran a los inferi de Sabine para torturarlos y matarlos, Lanthe<br />
había tomado una decisión arriesgada y había abierto un portal para salvar a los sirvientes que<br />
estaban bajo la protección de ella y de su hermana. Creía de verdad que Sabine estaba más segura<br />
en las manos <strong>del</strong> demonio que en Tornin. Y ellas dos se habían prometido que si alguna vez le<br />
sucedía algo malo a una, la otra se encargaría de proteger a los inferi.<br />
—¿Qué has dicho? —preguntó Omort con sus ojos amarillentos rebosantes de confusión.<br />
—Que no podré abrir un portal hasta dentro de varios días. —Cuando él se puso en pie y se<br />
abalanzó hacia ella, Lanthe lo esquivó.<br />
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—. Si me haces daño, nunca conseguirás que Sabine regrese.<br />
—O podría quedarme con tu poder. —Levantó las manos y un siniestro calor emanó de ellas. —<br />
Y descuartizar tu cuerpo...<br />
Sabine se sacudió nerviosa y tosió mientras el demonio la arrastraba hasta la orilla.<br />
—¡Te has tomado tu tiempo! —La hechicera pensó que iba a ahogarse otra vez, estaba<br />
convencida de ello, hasta que notó las manos de Rydstrom sujetándola.<br />
—¡Me he lanzado detrás de ti en seguida! —Mirando la diadema de Sabine como si fuera la<br />
culpable de todo, cogió la joya y se la desabrochó.<br />
—¡No! —gritó ella.<br />
Pero él la lanzó por encima de su hombro hacia el campamento. Después le quitó el collar y lo<br />
arrojó hacia allí también. A continuación se agachó junto a los tobillos de Sabine. Antes de que<br />
ésta pudiera reaccionar, Rydstrom le levantó un pie y la tumbó en la arena para quitarle las botas.<br />
—¡Para, demonio! —Era inútil que se peleara con él, pero aun así lo intentó. Trató de darle<br />
patadas, apuntando al torso todavía herido <strong>del</strong> demonio, y consiguió acertar un par de veces.<br />
Él ni siquiera se inmutó y le quitó las botas de todos modos.<br />
—Eres mi cautiva. Mi responsabilidad. Me aseguraré de que estés limpia.<br />
Después de la azotaina, Sabine se percató de que Rydstrom se había calmado, de que su mirada<br />
furiosa se había apaciguado... aunque no había desaparecido <strong>del</strong> todo. Y en aquel preciso instante<br />
regresó en toda su plenitud. Incluso su voz estaba alterada; el modo en el que hablaba y se movía<br />
no eran para nada majestuosos. Antes, el demonio estaba rígido y distante. Ahora sus<br />
movimientos eran fluidos.<br />
—Y supongo que yo no tengo ni voz ni voto, ¿no? —preguntó, mirándolo.<br />
Rydstrom negó con la cabeza, despacio, con toda su atención fija en el corsé. Se puso en pie y la<br />
levantó. Concentrado, con frente arrugada, Rydstrom empezó a aflojar los complicados nudos de<br />
los costados, peleándose con los cordones de piel.<br />
Se estaba excitando otra vez, su erección volvía a ser prominente. Sus movimientos se<br />
volvieron cada vez más lentos, como si disfrutara con aquella tarea y no quisiera que terminara.<br />
Cuando le quitó la prenda, su mirada quedó fija en los pecho de ella, en el errático subir y bajar<br />
de su caja torácica. De repente, pareció como si se reconviniera a sí mismo y, acto seguido, se<br />
concentró en deslizarle la falda por las piernas.<br />
—¡Basta! —Sabine se movió contra él, resistiéndose con todo su cuerpo, pero Rydstrom la<br />
rodeó por la cintura y la inmovilizó.<br />
Le dio un cachete en el trasero, todavía resentido de antes, y le lanzó una advertencia con los<br />
ojos. Advertencia a la que ella decidió hacer caso.<br />
—Estate quieta. —Rydstrom le quitó entonces las medias y los empapados ligueros y lo lanzó<br />
todo a la pila.<br />
Una vez la hubo desnudado <strong>del</strong> todo, se concentró en deshacerle las trenzas. Parecía furioso,<br />
pero lo hizo con toda <strong>del</strong>icadeza.<br />
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Al terminar, la llevó hasta el lago y dejó que el agua la cubriera hasta las rodillas. Después, le<br />
colocó las manos sobre los hombros y la empujó hacia abajo hasta conseguir que se arrodillara y<br />
que su rostro quedara frente a su erección.<br />
Justo cuando Sabine pensaba que iba a obligarla a besarlo allí, él se arrodilló <strong>del</strong>ante de ella.<br />
Primero le quitó el polvo y la arena, y luego se concentró en investigar el cuerpo que tanto lo<br />
atormentaba. Le recorrió las clavículas con sus grandes manos demoníacas, siguiendo cada<br />
movimiento con los ojos, y luego con los labios. Cuando desvió la vista hacia sus pechos, ella supo<br />
qué sería lo siguiente. Rydstrom deslizó las manos por encima de ellos, y luego se los besó con<br />
absoluta <strong>del</strong>icadeza, un mero roce de sus labios.<br />
De algún modo, estaba siendo <strong>del</strong>icado con ella; esas caricias estaban fuera de lugar. No<br />
encajaban en absoluto con la ira que Sabine podía sentir hirviendo en el interior <strong>del</strong> demonio. La<br />
tocaba con... ternura. La estaba consolando. Pero ¿la estaba consolando por lo que le había hecho<br />
o por lo que le iba a hacer?<br />
Rydstrom le echó algo de agua sobre el pecho, y luego la lamió, capturando las gotas con la<br />
lengua. Con los dientes le recorrió los pezones hasta dejárselos dolorosamente enhiestos, y luego<br />
se apartó para contemplarlos. Tenía la mirada fija en ellos, como si estuviera fascinado con aquella<br />
parte <strong>del</strong> cuerpo de Sabine.<br />
<strong>El</strong>la maldijo a su propio cuerpo por responder de nuevo a sus caricias. Sin embargo, seguía<br />
insatisfecha de su anterior encuentro inacabado, y por todas las noches que se había pasado<br />
soñando con Rydstrom antes de que él la secuestrara. Empezaron a pesarle los párpados, su<br />
rencor y su miedo se desvanecieron. Él le besó el lóbulo de la oreja antes de murmurar: —He<br />
esperado muchísimo tiempo para encontrar a mi compañera. Me he pasado quince siglos sin ella.<br />
—Le acarició el cuello con los cuernos con mucha ternura. —Sin ti. Ya no puedo esperar más.<br />
La cogió por los hombros y le dio media vuelta para poder besarle la espalda mojada.<br />
—Todavía te gusta que te toque —dijo con voz ronca al notar que ella se estremecía. Le<br />
recorrió la columna vertebral con las uñas de una mano hasta llegar a las nalgas. —Siempre te<br />
gustará.<br />
Cuando volvió a darle media vuelta, sus besos y caricias la habían sumido en una neblina de<br />
deseo. Y cuando él le deslizó mano entre las piernas, Sabine apoyó la cabeza en el poderoso torso<br />
y buscó ansiosa sus dedos.<br />
«Estoy en las nubes... haz lo que quieras...»<br />
Ya no le importaba nada. Pero entonces, Rydstrom levan una mano y le acarició el rostro.<br />
Sabine se tensó y se apartó furiosa.<br />
—Nunca me toques la cara, demonio —dijo en tono amenazante.<br />
Nueve de cada diez machos que habían acercado una mano su rostro lo habían hecho para<br />
pegarle o matarla. Al menos así había sido en sus quinientos años de vida.<br />
—Haré lo que me apetezca contigo.<br />
La cogió por la mandíbula y, al sentir que temblaba, Sabine lo maldijo por ser testigo de aquella<br />
muestra de debilidad.<br />
—No tienes derecho...<br />
—Tú me diste derecho a hacer lo que quisiera tratándome como lo hiciste.<br />
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Rydstrom le acarició el cuello con la otra mano. Cuando lo vio fruncir el cejo al notar la cicatriz,<br />
que seguía siendo invisible, Sabine forcejeó para soltarse, pero Rydstrom la sujetó con más fuerza.<br />
<strong>El</strong>la sabía que los espejismos no tardarían en desvanecerse. Pronto el demonio vería su mechón de<br />
pelo blanco y la cicatriz <strong>del</strong> cuello. Nunca se hubiera imaginado que llegaría a estar en una posición<br />
tan vulnerable frente a él.<br />
—¿Pretendes que nos acostemos? —le preguntó, en un intento desesperado por distraerlo. —<br />
Porque ya te dije...<br />
—No.<br />
—... y fue una debacle... ¿Qué has dicho?<br />
—Te ofreceré el mismo trato que tú me ofreciste. Antes de que te haga el amor tendrás que<br />
prometerme algo. Algo que sé que jamás me prometerías por voluntad propia.<br />
Rydstrom estaba buscando el modo de vengarse por haberle arrancado el juramento<br />
matrimonial.<br />
—Me dirás: «Te suplico que me hagas tuya. Necesito que seas mi amo y señor y te entrego mi<br />
voluntad». Cuando me prometas eso, tendrás tu recompensa.<br />
—Entonces... no la tendré jamás.<br />
—Te juro que no te haré el amor hasta que me digas esas palabras. Y no dejaré que tengas un<br />
orgasmo hasta que me supliques, o hasta que hayan pasado tus tres noches.<br />
—Si no vas a exigirme que tenga relaciones contigo, ¿me retienes a tu lado sólo para vengarte?<br />
<strong>El</strong> se quedó mirándola con unos ojos oscuros como la noche.<br />
—Y porque yo siempre cuido de lo que me pertenece. —Le sujetó la nuca con las manos y le<br />
acarició los pómulos con los pulgares; luego se inclinó hacia a<strong>del</strong>ante para besarla.<br />
<strong>El</strong> último beso que se habían dado había sido frenético, enloquecedor. Como una droga. Pero<br />
esta vez Rydstrom le lamió el labio inferior con ternura antes de atraparlo entre sus dientes.<br />
Cuando por fin cubrió sus labios, deslizó la lengua en su interior, retándola a ir a su encuentro.<br />
Sabine no tardó en hacerlo, y lo saboreó hasta hacerlo gemir de placer. La erección de<br />
Rydstrom se apretaba contra el ombligo de ella, que empezó a mover las caderas para ir a su<br />
encuentro. Arqueó la espalda y pegó los pechos contra su cálido torso.<br />
Pero él se apartó, dejándola con la respiración entrecortada.<br />
Sabine todavía estaba tratando de recuperar el control, aún mareada por sus besos, cuando el<br />
demonio la cogió en brazos y la sacó <strong>del</strong> agua.<br />
—¿Qué estás haciendo?<br />
Sin decir ni una palabra, la llevó debajo de un árbol y la depositó allí, todavía mojada, con el<br />
agua chorreándole por el cuerpo.<br />
Entonces soltó la cuerda que le ataba las muñecas, pero sólo para atarla luego al tronco.<br />
—Espera... ¡No, demonio! —No sirvió de nada: Rydstrom le levantó las manos por encima de la<br />
cabeza y la ató.<br />
A continuación, se arrodilló <strong>del</strong>ante de ella.<br />
—Abre las piernas.<br />
—Vete al infierno.<br />
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Con las palmas sobre sus muslos, Rydstrom le fue separando las piernas y se quedó mirándola<br />
durante largo rato.<br />
Sabine quería apartar la vista, pero le resultó imposible alejar los ojos de aquella expresión tan<br />
intensa, de su cicatriz iluminada por el fuego.<br />
—¿Sabes las ganas que tengo de saborearte? —Él se pasó la lengua por los labios y a ella casi se<br />
le escapó un gemido. —Se me está haciendo la boca agua —prosiguió emocionado. —Eres<br />
preciosa. —Su voz volvía a sonar rara.<br />
Rydstrom se agachó y le acarició el vello con la nariz, consiguiendo que Sabine gritara de placer.<br />
Luego rozó su atormentado sexo con la boca, y soltó el aliento encima de él.<br />
<strong>El</strong>la levantó las rodillas para atraerlo más cerca.<br />
—¡Rydstrom! ¡Ah, por todos los dioses... hazlo!<br />
—¿Que haga qué? —Le separó los labios con los pulgares.<br />
—Saboréame... bésame —susurró.<br />
Cuando su lengua se hundió en su interior, él gimió con tanta fuerza que Sabine lo sintió por<br />
todo su ser. <strong>El</strong>la también gimió con abandono.<br />
Sin dejar de besarla en aquella parte tan íntima, Rydstrom la poseyó con la lengua,<br />
saboreándola hasta lo más profundo, hasta saciarse. La exploraba con los labios, con los dedos...<br />
nada era sagrado.<br />
A Sabine nunca la habían besado así.<br />
—Tu sabor... me vuelve loco —dijo emocionado, lamiéndole el clítoris. Su lengua recorrió la<br />
zona una y otra vez, sin piedad, hasta que ella no pudo dejar de ondularse bajo sus besos. «Estoy<br />
tan cerca... tan cerca.»<br />
Vio entonces que él había empezado a masturbarse con una mano, la esclava de oro que<br />
llevaba en el bíceps brillaba con cada movimiento. A cada una de las sabias caricias de su lengua,<br />
la tensión <strong>del</strong> brazo iba en aumento.<br />
Rydstrom estaba desesperado por tenerla. Los fuertes músculos de su cuerpo se tensaron al<br />
alcanzar el orgasmo y gimió pegado al sexo de ella, segundos antes de que su semen salpicara la<br />
cadera de Sabine.<br />
—Está tan caliente —susurró ella fascinada, al borde también <strong>del</strong> orgasmo.<br />
Pero cuando por fin Rydstrom pareció calmarse, levantó la cabeza y se apartó. Sabine se quedó<br />
mirándolo, y se dio cuenta de que él estaba contento de que lo hubiera visto alcanzar el placer,<br />
que incluso le excitaba la idea.<br />
Con un suspiro de satisfacción, el demonio se tumbó de espaldas. <strong>El</strong>la observó fascinada cómo<br />
su pene seguía latiendo por encima de su duro estómago. Deseándolo como lo deseaba, movió las<br />
caderas buscándolo con descaro.<br />
¿En serio se había planteado la posibilidad de renegar <strong>del</strong> sexo? Ahora estaba desesperada por<br />
volver a intentarlo.<br />
—Más vale que nos centremos en el tema que nos ocupa —dijo Rydstrom tan pronto como<br />
consiguió recuperar el aliento repitiendo las palabras que ella le dijo la noche en que lo capturó. —<br />
Puedo pasarme toda la noche haciendo esto. De hecho creo que lo haré...<br />
—¡Sí! —exclamó Sabine, y él volvió a devorarla de nuevo. —Más —gimió ella, perdiendo la<br />
cabeza.<br />
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Pero justo cuando estaba a punto de alcanzar el orgasmo Rydstrom se apartó.<br />
—¡No, no, no! —Pataleó. —¡Estás haciendo... que... tenga ganas... de matarte! —dijo con la voz<br />
entrecortada.<br />
—Ya —contestó él, recorriéndole despacio todo el cuerpo con el dorso de los dedos, haciéndola<br />
estremecer. En el preciso instante en que la respiración de Sabine parecía calmarse, dijo— Separa<br />
más las piernas.<br />
Apretando los dientes, ella levantó la vista hacia las ramas q había por encima de la cabeza, y<br />
obedeció.<br />
Hora tras hora, Rydstrom la mantuvo al borde <strong>del</strong> abismo. Él tuvo dos orgasmos más, pero<br />
luego empezó a controlarse, decidido a aguantar más que ella.<br />
Él nunca había visto a ninguna hembra en ese estado. Sabine sacudía la cabeza de un lado a<br />
otro, su melena pelirroja, que se había secado, estaba extendida por encima <strong>del</strong> saco de dormir.<br />
Tenía los pezones excitados y arqueaba la espalda.<br />
Espejismos de llamas ardían a su alrededor.<br />
No permitirle alcanzar el orgasmo era una especie de castigo también para él... Iba en contra de<br />
todos sus instintos demoníacos no satisfacer a su compañera. Pero la reacción de la hechicera lo<br />
excitaba muchísimo.<br />
Y a pesar de todo, ella todavía no se había rendido. A pesar de él se moría de ganas de hacerle<br />
el amor, de poseer sin tregua aquel pálido cuerpo, estaban inmersos en una batalla de voluntades<br />
Y él nunca perdía esa clase de enfrentamientos...<br />
Cuando la luna empezó a ponerse, Sabine apenas podía respirar y tenía todo el cuerpo<br />
empapado de sudor, los pechos doloridos e irritados.<br />
Él estaba tumbado a su lado, y ella lo miró a los ojos.<br />
—A… abrázame, demonio —le susurró. —Yo haré el resto.<br />
La imagen que conjuraron esas palabras hizo que Rydstrom tuviera ganas de rugir. Abrazarla y<br />
que ella moviera las caderas para que ambos sexos se rozaran... hasta sentirla estremecerse entre<br />
sus brazos presa <strong>del</strong> placer...<br />
Agachó la cabeza y le recorrió un pecho con la lengua.<br />
—Suplícamelo, cariño —le susurró. —Y te juro que haré que tengas un orgasmo tan<br />
espectacular que verás las estrellas.<br />
—¡Jamás! —Sabine negó con la cabeza y gritó. —¡Tú no lo entiendes...!<br />
—¿Ah, no? —preguntó él, sentándose.<br />
Con los brazos todavía atados, Sabine se desplomó a un lado, con todo el cuerpo temblando y<br />
pegando las rodillas a su pecho. <strong>El</strong> se quedó mirándola mientras se quedaba dormida de<br />
cansancio.<br />
Todavía era de noche cuando se despertó. Estaba sola sobre el saco de dormir, y no tenía ni<br />
idea de cuánto tiempo había estado inconsciente. Inspeccionó su cuerpo y se quedó atónita.<br />
¿Rydstrom la había desatado <strong>del</strong> árbol y la había lavado?<br />
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Al alzar la cabeza, lo vio desnudo, recostado contra una roca, con un brazo apoyado en una<br />
rodilla que tenía levantada. La estaba mirando con expresión inescrutable. A pesar de que su<br />
pecto seguía siendo demoníaco, sus ojos obsidianos no parecían ya tan frenéticos.<br />
Sabine jamás podría olvidar la posesividad que había visto en la mirada <strong>del</strong> demonio aquella<br />
noche. Se le puso la piel de gallina al recordar lo satisfecho que se había sentido consigo mismo<br />
después de que ella lo observara estallar de placer.<br />
Rydstrom se puso en pie, un ejemplar magnífico de virilidad un cuerpo hecho para el sexo.<br />
Pertenecía a aquellos parajes; igual que un animal salvaje, era un ser mitológico, un ser sacado de<br />
una leyenda.<br />
Y era su marido.<br />
Cuando llegó junto a ella, el cuerpo de Sabine volvía a estar inquieto, pero estaba demasiado<br />
cansada como para plantearse tener un orgasmo. <strong>El</strong> demonio la rodeó con los brazos, acercándola<br />
a él.<br />
Sabine se tensó ante ese gesto hasta entonces desconocido, comprendió que quería que<br />
durmieran juntos. En aquella p tura.<br />
Cuando Rydstrom le acarició el rostro con el suyo, los párpados de Sabine empezaron a<br />
cerrarse. Su cuerpo era sorprendentemente cálido. <strong>El</strong> demonio le besó el cuello, la oreja. Sus<br />
caricias eran tiernas de nuevo. Era como si se arrepintiera de haberle hecho daño, a pesar de ser él<br />
mismo quien le había infligido el castigo. Por todos los dioses, ¡no dejaba de confundirla!<br />
Aunque no le soltó las manos, Sabine corría el riesgo de proyectar espejismos estando dormida,<br />
sin darse cuenta. En ese preciso instante, habría dado su mejor diadema a cambio de una poción<br />
para poder mantenerse despierta. La idea de que Rydstrom pudiera ver sus más profundos<br />
pensamientos, sus recuerdos.<br />
Le preocupaba qué pensaría su demonio <strong>del</strong> pasado de su esposa si ella se atreviera a<br />
contárselo. No quería que la juzgara, mucho peor, que sintiera lástima. Su madre solía decir: «Que<br />
los dioses me lo den todo, excepto la compasión de un buen hombre».<br />
Sí, Sabine estaba ansiosa, pero tenía los músculos doloridos, y era tan agradable sentir el<br />
cuerpo de él pegado al suyo... Cálido, fuerte..., seguro.<br />
«No sueñes... no sueñes...»<br />
A Sabine se le cayó de nuevo la cabeza, y luego se quedó profundamente dormida.<br />
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CAPÍTULLO 24<br />
—Caliéntalo, acarícialo, siéntelo y cuídalo. Amásalo, envuelve ámalo y bésalo...<br />
Rydstrom se despertó de golpe al oír el extraño cántico feérico.<br />
Miró a Sabine, pero ésta seguía dormida, con los ojos temblándole bajo los párpados. No tuvo<br />
más remedio que alejarse de ella e ir en busca de ese sonido.<br />
—<strong>El</strong> oro es vida... es la perfección —decía la voz de mujer, una risa siguió a aquella afirmación.<br />
Cuando Rydstrom creyó haber llegado al lugar <strong>del</strong> que provenía la voz, miró a ambos lados.<br />
«Aquí no hay nadie.» ¿Era una trampa? ¿Lo habían engañado para que se alejara de su mujer?<br />
Corrió de regreso hacia Sabine.<br />
Estaba dormida en la misma postura en que la había dejado con sus largas pestañas<br />
acariciándole las mejillas. Respiró aliviado y se tumbó a su lado. Al bajar la vista para mirarla, se<br />
dio cuenta de que la ira y la lujuria se habían diluido lo suficiente como para que fuera capaz de<br />
razonar de nuevo. Pero no consiguió llegar a ninguna conclusión en lo que atañía a la hechicera y a<br />
los confusos sentimientos que tenía hacia ella.<br />
La noche pasada, su naturaleza demoníaca había exigido venganza, una represalia para aplacar<br />
su ira. Pero, al final, él mis había sufrido al causar dolor a su compañera.<br />
Rydstrom no sabía qué pensar sobre Sabine, ni sobre sí mismo. Y, a decir verdad, estaba<br />
planteándose romper el juramento de venganza. <strong>El</strong> que había prestado estando en aquella<br />
mazmorra, y había evitado que sucumbiera irremediablemente a la ira.<br />
Estaba en una situación sin salida. Si la atormentaba durante dos noches más, no sería mejor<br />
que ella. Pero si no lo hacía, estada rompiendo la promesa que se había hecho a sí mismo, y<br />
entonces tampoco sería mejor que su hechicera.<br />
Tal vez debería aceptar la teoría de Sabine de que ella sólo lo había torturado dos noches... Sí, si<br />
hacía eso, sólo le quedaría una.<br />
Fijó la vista en la larga melena pelirroja de la hechicera. Entre los rizos rojizos había un mechón<br />
blanco que él no había visto antes. Lo cogió y lo deslizó entre el pulgar y el índice. <strong>El</strong>la se lo había<br />
ocultado... ¿por qué?<br />
Soltó el mechón cuando le descubrió una cicatriz en el cuello. Se lo rodeaba entero. Entreabrió<br />
los labios al comprender qué significaba. La cogió por los hombros y la incorporó para poder<br />
inspeccionarla.<br />
—¿Qué? —Sabine parpadeó bajo los primeros rayos <strong>del</strong> sol. —¿Qué he hecho ahora?<br />
—¿Qué es esta cicatriz? ¿Es de alguna operación? —le preguntó él, rogando que así fuera. —<br />
¡Respóndeme!<br />
<strong>El</strong>la cerró los ojos unos segundos, como si se sintiera avergonzada.<br />
Sí—, Rydstrom, es de una operación.<br />
—¡Otra vez me estás mintiendo!<br />
—No, no te estoy mintiendo —respondió completamente seria. Fue una operación en contra<br />
de mi voluntad, una mediante la que pretendían cortarme la cabeza.<br />
—Eras muy joven entonces —prosiguió con la boca seca. —¿Cuántos años tenías?<br />
—¿Qué importancia tiene...?<br />
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—¿Cuántos? —gritó, y su voz resonó por las montañas de alrededores.<br />
—Doce, demonio. —Lo miró a los ojos. —Tenía doce años el día en que un soldado de un<br />
ejército «de los buenos» me cortó cuello de cuajo.<br />
—Cuéntamelo.<br />
—<strong>El</strong> clan de los vrekeners mató a mis padres. Cuando me en frente a ellos, trataron de hacer lo<br />
mismo conmigo. Y antes de que digas nada... sí, tenía que enfrentarme a ellos. No tienes idea de lo<br />
que les hacen a los niños de nuestra especie.<br />
—Los vrekeners os habrían adoptado —contestó Rydstrom sacudiendo la cabeza. —Os habrían<br />
dado un hogar.<br />
—Nos separan de nuestros hermanos o hermanas para que así les sea más fácil convertirnos. A<br />
las niñas de mi especie les lavan el cerebro para que sean como ellos... más dulces, más<br />
comedidas, completamente opuestas a nuestra naturaleza. ¡Nos lavan el cerebro para que<br />
pensemos como vosotros!<br />
—¿Cómo es posible que sobrevivieras a una herida de ese calibre?<br />
—No tiene importancia. Lo único importante es que lo hice.<br />
—¡Dímelo!<br />
<strong>El</strong>la trató de soltarse, pero Rydstrom la retuvo con fuerza.<br />
—Mi hermana, Lanthe, tenía la capacidad de dar órdenes místicas. Yo estaba muerta, mi<br />
corazón había dejado de latir, y la sangre ya no circulaba por mis venas, pero de algún modo ella<br />
consiguió ordenarme que volviera a vivir y que me curara.<br />
—¿Por eso te salió el mechón blanco?<br />
<strong>El</strong>la apartó la vista.<br />
—No quiero seguir hablando de eso. —Volvió a tratar de soltarse. —No entiendo a qué viene<br />
tanto alboroto. —Cuando él se quedó mirándola desconcertado, ella hizo una mueca de<br />
desagrado. —<strong>Demonio</strong>, ¿en serio crees que ésa fue la única vez que alguien me asesinó?<br />
Por mucho que insistiera, ella jamás le contaría la historia de sus muertes. Él no merecía<br />
saberlo. No lo entendería, no como era debido, porque estaba condicionado para pensar de<br />
manera diferente a la suya.<br />
Sabine levantó la vista para mirarlo y, fuera lo que fuese lo que Rydstrom vio en sus ojos, hizo<br />
que la soltara.<br />
<strong>El</strong> demonio se pasó la mano por los labios. Volvía a tener un aspecto casi normal, pero a punto<br />
de volver a transformarse.<br />
—Tenemos que seguir —murmuró.<br />
«Seguir. Alejarse de Tornin, <strong>del</strong> morsus, de mi hermana. Empezar otro día interminable.»<br />
Sabine tenía los brazos dormidos, y agujetas desde los hombros hasta las muñecas cada vez que<br />
abría y cerraba los puños. Le dolían los pechos, y el deseo insatisfecho de la noche anterior volvió<br />
a golpearla con fuerza como una enfermedad desconocida.<br />
Por lo menos había dormido cinco horas. ¡Eso no le había pasado desde que era niña! Lo que<br />
significaba que durante todas esas horas había sido vulnerable, que su seguridad había estado por<br />
completo en manos de Rydstrom.<br />
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Sabine odiaba esa sensación.<br />
—Esta mañana me ha parecido oír a una mujer cantando —le dijo él mientras apagaba la<br />
hoguera. —Pero he ido a investigar y no he encontrado a nadie.<br />
—Yo no he oído nada. —Sabine había estado soñando, pero no recordaba qué. Al menos, el<br />
demonio no había visto el sueño en cuestión.<br />
—Hoy tenemos que acelerar el paso.<br />
Ante su mirada horrorizada, Rydstrom cogió la espada cortó los altos tacones de las botas.<br />
—¿No crees que ha llegado el momento de que me pongas al tanto de nuestra situación?<br />
—Voy a llevarte a mi casa de Louisiana. —La levantó y la puso en pie. Estaba frente a él<br />
completamente desnuda, pero él no U tocó y se limitó a apretar la mandíbula.<br />
Con movimientos torpes, le puso la falda.<br />
—Tenemos que encontrar a los refugiados que van a pasar a la otra dimensión.<br />
—Omort puede detectar a todo el que entra y sale.<br />
—Esta vez no.<br />
—Vas a llevarme a uno de esos portales ilegales, ¿no es así? ¿Tenemos que caminar mucho?<br />
—Unos días más.<br />
—Él nos encontrará antes de que consigamos llegar —dijo, haciendo que Rydstrom apretase el<br />
músculo de su mandíbula con cicatriz.<br />
Después de ponerle el corsé de metal y las botas sin tacones, Sabine le preguntó:<br />
—¿Y mi ropa interior y las medias?<br />
—No vas a llevar nada de eso mientras estés conmigo.<br />
—Si no vas a soltarme —dijo ella, —más te vale ir a por mi collar y mi diadema.<br />
—¿Más me vale?<br />
—No quería decir eso.<br />
—Ni lo sueñes, princesa.<br />
—¡Tienes que buscarlos!<br />
Rydstrom se acercó a donde estaban los objetos y los cogió con una mano.<br />
—¿Por qué son tan jodidamente importantes? ¡Casi te ahogas por culpa suya! —Se dio la vuelta<br />
y los lanzó al agua.<br />
—¡No! —gritó Sabine, pero ya era demasiado tarde. Habían desaparecido.<br />
Se quedo sin aliento.<br />
«<strong>El</strong> oro es la vida…» La suave superficie <strong>del</strong> agua había borrado sus joyas de la faz de la Tierra,<br />
como si nunca hubieran existido Le tembló el labio inferior y no pudo hacer nada para ocultarlo ni<br />
emocional ni místicamente.<br />
—Vamos —dijo él, algo incómodo.<br />
Rydstrom la cogió por el brazo y ella miró atrás.<br />
—No puedo creer que hayas hecho eso. —Perder oro era una cosa, pero tirarlo... Era<br />
incomprensible. —Nada justifica lo que acabas de hacer. Nada.<br />
—Aquí no sirve de nada.<br />
—¡Que no sirve de nada! ¿Serás bruto? ¡Esas joyas me protegían la cabeza y el cuello!<br />
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—¡Entonces tendrás que fiarte de mí para que te proteja!<br />
Continuó tirando de ella, y Sabine lo siguió en un silencio sepulcral...<br />
Después de eso, transcurrieron unas horas en las que no sucedió nada. <strong>El</strong>la se encontraba<br />
constantemente con los verdes ojos <strong>del</strong> demonio observándola. A cada segundo que pasaba,<br />
Rydstrom era más atento y considerado; la ayudaba a atravesar los reinos más rocosos, la cogía de<br />
la mano para que no se cayera. Pero seguía sin desatarla.<br />
Y cada vez que trataba de convencerlo de que lo hiciera, él amenazaba con ponerle una<br />
mordaza. Sabine se preguntó si lo decía en serio, porque era evidente que se moría de ganas de<br />
hablar con ella… pero sólo de un tema en concreto. No dejaba de preguntarle cuántas veces había<br />
muerto.<br />
—¿Y a ti qué te importa? —le espetó. —¿Me tratarás mejor si sabes todas las cosas horribles<br />
que me sucedieron cuando era pequeña?<br />
—Yo... no lo sé. ¿Quieres que sienta compasión por ti?<br />
—No me merezco tu compasión —contestó, como si no tuviera la más mínima importancia.<br />
Y aunque la frase podía sonar algo cursi, Sabine la dijo como si fuera una de las verdades de la<br />
vida. Porque lo era.<br />
—¿Y tu mechón blanco? He oído decir que eso sucede cuando alguien pasa mucho miedo, o<br />
recibe una fuerte impresión ¿Qué te pasó, Sabine? ¿Te hizo daño Omort?<br />
—<strong>El</strong> nunca me ha hecho daño. —«Físicamente.»<br />
—¿Le sigues siendo leal?<br />
No podía contarle al demonio tantas cosas como quería, ni como necesitaba. No podía decirle<br />
lo mucho que odiaba a su medio hermano, ni cuan de acuerdo estaba con él acerca de que debía<br />
morir. Cualquier cosa que le dijera sería un arma en manos <strong>del</strong> brujo cuando los capturaran.<br />
Omort conseguiría leerle la mente al demonio y entonces descubriría que Sabine lo había<br />
traicionado.<br />
—Nos ha protegido a Lanthe y a mí durante muchos años —esquivó la pregunta. —Y, además,<br />
¿por qué debería serte leal a ti y no a él? Tú me has hecho prisionera, y me has puesto en peligro<br />
al alejarme <strong>del</strong> reino, trayéndome a este lugar salvaje. Al menos, Omort sabe apreciarme. Seguro<br />
que vendrá a buscarme.<br />
—Estoy impaciente.<br />
—Hablando de lealtades: ¿por qué iba Lothaire a traicionar a Omort por ti? ¿Habéis estado<br />
juntos durante todo este tiempo?<br />
—<strong>El</strong> vampiro quiere algo que yo puedo darle, y negocié con él para que me liberara.<br />
—¿Acaso fue él quien nos trasladó aquí? —Al ver que Rydstrom asentía, continuó: —¿Qué<br />
motivo podía tener para haber visitado con anterioridad el reino de Grave?<br />
Rydstrom se encogió de hombros.<br />
—Me dijo que sabía mucho acerca de este sitio.<br />
—¿Ah, sí? Entonces podría habernos dejado más cerca <strong>del</strong> portal en vez de obligarnos a ir de<br />
excursión por este maldito lugar.<br />
—Los portales se mueven constantemente. Hazte a la idea de que tienes que caminar,<br />
hechicera.<br />
Cuando Sabine volvió a tropezar, exclamó:<br />
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—¡Vamos, demonio!<br />
—A no ser que me digas que existe otro modo de dejarte sin poderes, seguirás con las manos<br />
atadas.<br />
—¿Y si te jurara no utilizar mis poderes?<br />
—¿Tú, jurar algo? —Rydstrom se rió con crueldad. —Romperías el juramento en menos de dos<br />
segundos.<br />
—Me dijiste que habría paridad entre lo que yo te hice y lo que tú me harías, pero, que yo<br />
recuerde, jamás te torturé. Nunca te hice daño físico, y ahora tú me estás matando.<br />
—Estando bajo «tu protección» —hizo el signo de comillas con los dedos —me rompieron la<br />
espina dorsal y me desgarraron d pecho.<br />
—Eso no fue culpa mía, yo te salvé la vida. —Se le iluminó el rostro al recordar una cosa. —Lo<br />
que más furioso te puso fue que te bañaran aquellos hombres, ¿me equivoco? ¡Pensaba que te<br />
gustaría!<br />
—No, tú no pensaste tal cosa.<br />
—Está bien —reconoció Sabine al instante, —era mentira. Pero no Sabía que lo odiarías tanto.<br />
—Al ver que él entrecerraba los ojos rectificó: —Sí, sí, eso también es mentira.<br />
—¿Cómo te sentirías tú si les ordenara a tres mujeres que te dieran un baño?<br />
La hechicera levantó una ceja.<br />
—Muy afortunada. Y, de hecho, siguiendo con tu norma de paridad, deberías hacerlo. Pero<br />
tendrían que ser tres mujeres guapísimas, porque yo te mandé a mis tres mejores inferi, y te<br />
aseguro que los tres se ofrecieron voluntarios. Créeme.<br />
—Ese es exactamente el motivo por el que no voy a hacerte tal cosa —soltó él enfadado. —Si<br />
para ti no es ningún castigo entonces no es equiparable a lo que me hiciste a mí. —Aceleró el<br />
paso.<br />
—¿Y en qué consiste exactamente esa paridad tuya? —preguntó Sabine tratando de seguirlo.<br />
—No lo acabo de tener claro.<br />
Rydstrom se detuvo y ella casi chocó con él. Inclinó la cabeza para mirarla y responderle:<br />
—Tendrás que pasar una noche más resistiéndote a mis caricias. Voy a hacerte estremecer de<br />
deseo y no pararé hasta que me supliques que te haga el amor. Después de eso, no volveré a<br />
tocarte hasta que me digas: «Te suplico que me hagas taya. Necesito que seas mi amo y señor y te<br />
entrego mi voluntad». Y, Sabine, puedo esperar tanto tiempo como sea necesario. Tienes que<br />
saber que si entablas una guerra de voluntades contra mí, saldrás siempre perdedora.<br />
—¿Tanto tiempo como sea necesario? ¿Durante cuánto piensas retenerme exactamente?<br />
¿Cuándo vas a soltarme?<br />
Él la miró de un modo extraño, entre posesivo y agresivo, y los ojos le pasaron <strong>del</strong> verde al<br />
negro más oscuro.<br />
—Nunca.<br />
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CAPÍTULLO 25<br />
A lo largo <strong>del</strong> día, el paisaje se fue transformando gradualmente. Los matorrales se hicieron<br />
cada vez más espesos, enredándose en sus pies al avanzar, y el bosque cada vez más tupido de<br />
árboles que el viento fustigaba continuamente. Los ríos habían cavado la meseta, formando a lado<br />
y lado precipicios que ofrecían vistas espectaculares.<br />
Sabine y Rydstrom continuaron su ascensión, cruzando riachuelos poco profundos uno tras<br />
otro.<br />
<strong>El</strong>la miraba cada zarza, el fuerte sol que caía sobre su cabeza, y al demonio cada vez que éste la<br />
ayudaba a beber de la cantimplora.<br />
Rydstrom no podía evitar pensar en lo que había sabido esa mañana. ¿Dónde estaba él hacía<br />
quinientos años, cuando Sabine estaba desprotegida y estaba siendo torturada?<br />
Si hubiera dejado su persecución de la corona y, en vez de eso, la hubiese buscado a ella, podría<br />
haberle ahorrado todo ese sufrimiento. «Mi mujer, degollada de esa manera cuando era sólo una<br />
niña.»<br />
¿Había pasado miedo? ¿Sabía lo que le iba a ocurrir?<br />
Había dicho que ésa no fue la última vez que la habían matado y, sobre eso, Rydstrom sabía<br />
que Sabine le había dicho la verdad. Entonces, ¿cuántas muertes había tenido que sufrir? ¿De qué<br />
otras formas había muerto? ¿Qué edad tenía cada vez?<br />
No era de extrañar que tuviera tan poca consideración por la vida.<br />
Esa mañana le había gritado, sacudiéndola para conseguir se lo dijera. Y algo había pasado.<br />
Sabine cambió totalmente de porte, sus ojos perdieron intensidad. Su arrogancia desapareció.<br />
Tal como ya había imaginado, antes, cada vez que la hechicera se sentía incómoda, se<br />
camuflaba bajo un espejismo que expresaba diversión o condescendencia. Pero ahora no tenía<br />
manera de crear ilusiones. Y Sabine estaba tan acostumbrada a esconderse místicamente tras<br />
ellas, que ya no se acordaba de cómo era mostrar sus verdaderos sentimientos.<br />
Aquella mañana la furiosa y sarcástica Sabine había empezado también a ruborizarse. Cada vez<br />
que pillaba a Rydstrom mirándole el mechón de pelo blanco o el cuello, sus mejillas adquirían un<br />
color rosado. Actuaba como si ahora él conociese una debilidad que ella se había esforzado mucho<br />
por mantener oculta.<br />
La hechicera se convirtió para él en un libro abierto. Y lo que podía leer allí lo trastornaba<br />
enormemente.<br />
Sabine le había preguntado si conocer su pasado había apaciguado su enfado <strong>del</strong> que él ya casi<br />
se había olvidado, como si hecho de estar tan confundido lo hubiera sobrepasado. A cada<br />
momento lo dejaba perplejo. Como si fuera el rompecabezas más complicado con que se hubiese<br />
encontrado jamás.<br />
Esta situación le recordaba cuando Bowen, su amigo licántropo, había intentado ganarse a la<br />
bella bruja Mariketa. Su relación había empezado mal, cuando él la encerró en una tumba de<br />
incubi y tardó semanas en rescatarla.<br />
Rydstrom todavía se acordaba de lo perplejo que se sintió cuando vio a su amigo comportarse<br />
de ese modo tan confuso y agresivo. En aquel entonces había sido un completo engreído, y le<br />
aconsejó a Bowen que se calmara y tratara de razonar. <strong>El</strong> licántropo le contestó que se lo pasaría<br />
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en grande cuando el demonio encontrara a su compañera. «Hará que tus cuernos se pongan<br />
erectos cada vez que pase por tu lado.» Bowen estaba impaciente porque esa hembra apareciera<br />
y alterara al imperturbable Rydstrom.<br />
«¿De verdad he sido alguna vez imperturbable?» Parecía haber transcurrido mucho tiempo<br />
desde entonces. «Ahora entiendo por lo que tuvo que pasar Bowen.»<br />
Pero, al final, el licántropo usó la cabeza para averiguar cómo ganarse a la bruja. Una vez<br />
casado, Bowen le dijo a Rydstrom:<br />
—He aprendido una lección: con tu pareja, no hagas nada irrevocable. Hay líneas que nunca se<br />
deben cruzar con ella, porque una vez traspasadas no hay vuelta atrás. Y para un inmortal,<br />
«nunca» es una putada.<br />
«No hagas nada irrevocable.» Pero manteniendo a Sabine atada, Rydstrom se estaba ganando<br />
su odio. Mientras se tomaba la venganza, ¿estaría haciendo algo que ella nunca le perdonaría? Ya<br />
no importaba lo que estaba bien o mal, o lo que era justo, sino lo que la hechicera creyera que<br />
era...<br />
Mientras la ayudaba a atravesar otro riachuelo, ella dijo: ¿Por qué tienes tantas ganas de<br />
recuperar este reino?<br />
Nadie antes le había preguntado eso tan abiertamente. Unas semanas atrás, la valkiria Nïx le<br />
había planteado:<br />
—¿Y qué preferirías tener, tu reino o tu mujer?<br />
Esa noche había pensado en ello muchas veces. Él había contestado que su reino, una decisión<br />
fácil en aquel momento.<br />
—Es mi derecho de nacimiento —contestó al fin.<br />
Pero no siempre lo había sido. Rydstrom no había sido criado como heredero de Rothkalina. Y<br />
como segundo hijo de un rey inmortal, no había por qué pensar que algún día sería el líder.<br />
Sin embargo, el destino tenía otros planes, y el demonio se vio obligado a cambiar los suyos.<br />
—Quiero ver a mi pueblo próspero otra vez.<br />
—¿Por qué?<br />
—Porque soy su rey. Su bienestar es mi responsabilidad.<br />
—Como mínimo eres sincero y no dices memeces como que los quiero como si fueran mis hijos.<br />
Rydstrom temía que quizá no amaba lo suficiente a su gente. A veces se sentía resentido con<br />
ellos por verse atrapado en una batalla sin fin para recuperar un reino que nunca tendría que<br />
haber sido suyo.<br />
Su hermano mayor, Nylson, y su padre, el gran rey, habían ido a luchar contra la Horda. No se<br />
había respetado la costumbre de mantener separados al rey y a su heredero en tiempos de guerra,<br />
y ambos murieron. Dejaron a Rydstrom como desconcertado joven líder.<br />
Después de eso, éste se había esforzado por mantener a su hermano Cadeon, su propio<br />
sucesor, alejado de cualquier posible mal, encargando su educación a otra familia en cuanto fue lo<br />
bastante mayor. Y así había sido durante novecientos años...<br />
—Y también quiero recuperar mi hogar —añadió. —Que vuelva a ser tan glorioso como antes.<br />
—«Y limpiarlo a fondo.»<br />
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Nunca se había sentido tan cómodo como lo había estado en Tornin tanto tiempo atrás.<br />
Siempre le venían a la cabeza los recuerdos de su familia allí, de Mia y Zoë jugando al escondite<br />
con Cadeon, cuando éste apenas era un crío, y sus risas resonando por los enormes salones.<br />
Pero cuando Cade se hizo mayor, ignoró la llamada de su hermano para que volviera al castillo<br />
y lo protegiera de sus enemigos. Escogió quedarse con su familia adoptiva. Y Tornin cayó…<br />
Si Rydstrom recuperaba el reino, quizá pudiese suavizar parte de la tensión que había entre él y<br />
sus hermanos.<br />
—¿Crees que mereces este reino? —preguntó Sabine<br />
—Es mío por ley.<br />
—Y el fin justifica los medios —contestó. —Sea como sea, ¿crees que eras tan buen rey que lo<br />
correcto sería que el reino volviera a ser tuyo?<br />
—Creo que sí lo era. —Claro que sólo había reinado unos pocos años.<br />
—Has dejado Rothkalina atascada en el pasado. Ningún avance incluso para el tiempo en que<br />
se encuentra. Sin carreteras, sin fronteras, sin portales permanentes que la conecten con otras<br />
regiones.<br />
—¡No tuve tiempo! Estuve en guerra con la Horda desde el primer día de mi reinado. —Aquel<br />
día en que la corona le había pesado tanto sobre la cabeza. —Y olvidas que la mayoría de mi<br />
especie puede teletransportarse. Cada especie modifica su entorno según sus necesidades. No<br />
había ninguna necesidad de volar montañas para construir carreteras.<br />
—Si mantienes el reino sin arterias, sólo los que se puedan teletransportar prosperarán.<br />
Supongo que ahora que no puedes rastrear, tú mismo lo echas de menos.<br />
—Por culpa de Omort —espetó.<br />
En el pasado, Rydstrom se había podido teletransportar sin ningún esfuerzo desde Rothkalina a<br />
otras dimensiones o civilizaciones. Ahora se encontraba en su propio reino, atravesando Grave... a<br />
pie. Un motivo más para acabar con el brujo. Con su muerte, Rydstrom y Cade recuperarían su<br />
capacidad.<br />
—¿Y qué pasa con los que no son demonios y quieren hacer de Rothkalina su hogar?<br />
Difícilmente será atractivo para ellos venirse a vivir aquí —continuó Sabine.<br />
—¿Como las hechiceras?<br />
—Quizá. —Levantó la barbilla. —Somos muy apañadas.<br />
—Ya. En Rothkalina hay escasez de bebedores de vino y traficantes de esclavos.<br />
<strong>El</strong>la ignoró el comentario sarcástico.<br />
—No creo que quisieran venir aquí. Somos gente alegre y los demonios de la ira son pesados y<br />
chapados a la antigua.<br />
—Entonces, ¿cuál es tu excusa para querer quedarte?<br />
—Aquí no hay vrekeners ni tampoco humanos. Incluso una maligna hechicera como yo necesita<br />
un lugar seguro al que poder llamar hogar.<br />
«Si me aceptaras, te daría uno...»<br />
—No es que Tornin sea el mejor de los castillos —continuó Sabine. —¿No será que en realidad<br />
quieres volver allí por el poder <strong>del</strong> Pozo?<br />
Rydstrom se puso tenso.<br />
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—¿Sabes cuál es ese poder? —Se lo preguntó porque la verdad era que él no lo sabía.<br />
—Quizá sí. Pero no te preocupes, que no lo contaré. Me gusta dejar libre la imaginación de<br />
cada uno. Algunos piensan que es una prisión mística, una base de poder, que concede deseos.<br />
Oh, y que resucita a los muertos. ¿Qué sabes tú?<br />
—Sé que la raza de demonios a la que pertenezco fue creada exclusivamente para proteger ese<br />
Pozo. Tornin se construyó para resguardarlo. Es mi deber protegerlos a ambos.<br />
—Y tú siempre cumples con tus deberes. ¿No se vuelve aburrido en algún momento? Creo que<br />
por eso te sientes atraído por mí, porque he desmontado tu vida tranquila, racional y ordenada.<br />
Me atrevo a decir que has sentido más excitación conmigo en la última semana que en los últimos<br />
siglos.<br />
Ahí acertó de lleno.<br />
—Y yo creo que nunca he conocido a nadie tan egocéntrico como tú.<br />
—¿Egocéntrica? Quizá segura de mí misma. ¿Tendría que sumisa? ¿Te gustaría más si fuera así?<br />
—No. Nunca he querido una hembra sumisa como compañera. Siempre he querido a una<br />
reina...<br />
—Pues ahora nenes una.<br />
Siguieron en silencio mientras el terreno se volvía cada vez as abrupto, permitiendo que<br />
Rydstrom reflexionara sobre lo que ella le había dicho. A pesar de su historia, la realidad era que<br />
tenía a Sabine.<br />
La compañera a la que llevaba tanto tiempo deseando encontrar.<br />
Sabine volvía a rezagarse. Afortunadamente, la maleza se abría un poco más a<strong>del</strong>ante,<br />
dejándoles ver un maravilloso paisaje. <strong>El</strong> sol caía sobre un estanque verde y transparente,<br />
alimentado por docenas de cascadas.<br />
—¿Tenemos que cruzar toda esa agua? —Se frotó la frente con el hombro para evitar que el<br />
sudor le cayera en los ojos. —No puedo nadar. Ni siquiera con las manos desatadas.<br />
<strong>El</strong> abrió la cantimplora y la ayudó a beber. A continuación, tomó un buen trago.<br />
—Todas las criaturas de la Tradición saben nadar. Es un instinto.<br />
Sabine sonrió amargamente. No sabes cuan falso es lo que acabas de decir.<br />
—¿Te has ahogado alguna vez?<br />
—No sé nadar. Nunca he aprendido. No soy una mujer de aire libre.<br />
—¿Te... has... ahogado? —repitió la pregunta.<br />
—Más... de... una... vez —contestó ella con los ojos cada vez mas azules de rabia.<br />
Obviamente, se trataba de un tema sensible para la hechicera.<br />
—Estoy cansado de esto, Sabine. Dime cómo eres, cuéntame tu historia. ¿Se supone que tengo<br />
que pasarme todo el día preguntándome si te has ahogado o no? ¿O por qué no te gusta te<br />
toquen la cara...?<br />
—¡Lo siento, pero no me apetece charlar ahora! ¡Estoy sin aliento y necesito descansar!<br />
Rydstrom negó con la cabeza.<br />
—Debemos continuar...<br />
—¡Tenemos que parar! Me estoy haciendo daño. Mis brazos llevan veinticuatro horas<br />
dormidos. ¿Y cuándo fue la última vez que llevaste una pieza de metal sobre la piel desnuda? Hay<br />
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una razón por la que este pecho es precioso: no hace senderismo por caminos escarpados. Aquí<br />
me entra arena y me araña los pechos. ¡Ya los tenía de por sí demasiado sensibles después de que<br />
te hayas pasado toda la noche besándolos y lamiéndolos!<br />
A la mente de Rydstrom acudió el recuerdo de la noche anterior, y se le escapó un gemido.<br />
Durante todo el día había es rememorando con placer todo lo que le había hecho, y ya estaba<br />
planeando lo que le haría esa noche.<br />
«¿Lo más excitante de los últimos siglos?» Sí, tenía razón.<br />
—<strong>Demonio</strong>, ¿me estás oyendo? Esto no es justo. Yo no dejé que sufrieras dolor o que te<br />
hicieras daño.<br />
—Eres inmortal. Estarás curada cuando se ponga el sol…<br />
—¡Mira mis pechos! Están irritados y doloridos. ¡Oh! ¡Y apuesto a que tengo la cara todavía<br />
más quemada!<br />
Lo estaba. Le habían aparecido pecas en el puente de la nariz lo que le confería un aspecto<br />
menos malicioso. «Maldita sea.» Su cuerpo era tan frágil..., no era como el de otras hembras de la<br />
Tradición. Una valkiria o una furia se estarían riendo de una travesía por un terreno como aquél.<br />
—¿Quieres que lo solucione? —Le desabrochó el corsé; quitó y lo dejó caer al suelo.<br />
Si había esperado que ella se quejara, se había equivocado: al contrario, suspiró, flexionando la<br />
espalda y haciendo movimientos circulares con el cuello.<br />
En efecto, tenía los pechos irritados. Sus pezones quedaron ante de sus ojos, y a él se le hizo la<br />
boca agua pensando en lamérselos y besárselos...<br />
—¡Oh, ni se te ocurra, demonio!<br />
—¿Te atreves a estar enfadada conmigo? —¿Enfadada por su deseo? ¿Por la misma necesidad<br />
que encendía su fuego?<br />
<strong>El</strong>la lo miró furiosa, desnuda de cintura para arriba, con la melena suelta refulgiendo al sol.<br />
—¡Sí, me atrevo! —Y le dio un puntapié en la espinilla con la punta metálica de la bota.<br />
—Haz eso otra vez, hechicera, y no te gustará el resultado —dijo él apretando los dientes.<br />
—Estoy empezando a pensar que tendría que haber ordenado un par de duchas más con los<br />
chicos.<br />
Rydstrom abrió mucho los ojos, y seguidamente los entrecerró.<br />
—Estás deseando más azotes, ¿verdad? Pues sigue así y los tendrás.<br />
—Te gustaría, ¿verdad? Creo que el motivo por el que no me quieres liberar es porque<br />
entonces perderías tu furia, y no me podrías tratar como a tu esclava sexual cada noche. Es bueno<br />
para ti; no puedes soportar la idea de dejarlo estar.<br />
—Quizá tengas razón. —Le puso una mano en la nuca.<br />
—¡Por supuesto que la tengo! —Tenía los ojos azules y la respiración jadeante. Estaba tan<br />
jodidamente sexy..., incluso demasiado.<br />
Él la apretó contra su pecho. ¿Se había puesto de puntillas?<br />
Y entonces se volvieron a besar de una forma salvaje y loca. Como la noche en que él la<br />
reclamó. Besar su temblorosa boca era una locura, una adicción. Soltaba aquellos pequeños y<br />
jadeos ahogados... Podría estar besándola toda la vida.<br />
<strong>El</strong>la arqueó la espalda, y Rydstrom levantó la mano para posarla en sus maltratados pechos...<br />
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Entonces el estómago de Sabine se quejó. Con un fuerte sonido.<br />
Él dejó de besarla y apoyó la frente contra la suya, mientras recuperaban el aliento.<br />
—Pararemos aquí para pasar la noche, querida. —Se quitó túnica y se la colocó <strong>del</strong>ante, atando<br />
luego las mangas detrás su cuerpo, para así cubrirla. —Me parece que me toca ir de caza para mi<br />
mujer.<br />
<strong>El</strong>la lo miró.<br />
—No necesito que caces, demonio, me basta con que vayas a recoger fruta.<br />
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CAPÍTULLO 26<br />
—Suéltalo, Sabine! —gritó Rydstrom desde abajo.<br />
Había instalado el campamento en un promontorio, donde había dejado a la hechicera sentada<br />
cerca de la hoguera, con los brazos atados a la espalda después de ponerle la túnica que él llevaba<br />
antes. Satisfecho de tenerla allí, se había ido a cazar a un pobre animal que ahora llevaba en la<br />
mano.<br />
<strong>El</strong> demonio no le quitaba ojo de encima, pero terminó por alejarse lo suficiente como para que<br />
Sabine pudiera poner en marcha su plan.<br />
—¡Suelta... el... vino! —Corrió hacia allí. —¡Suéltalo de una puta vez!<br />
A modo de respuesta, ella cogió el pellejo con la boca, apretó los labios y lo levantó, vaciando<br />
todo su contenido en su garganta.<br />
¡Joder, Sabine! —gritó él mientras seguía corriendo.<br />
Cuando llegó al campamento, la hechicera soltó el pellejo con la respiración entrecortada y fijó<br />
la mirada en él.<br />
<strong>El</strong> torso desnudo <strong>del</strong> demonio subía y bajaba, y gotas de sudor resbalaban por el cuello. Los<br />
ojos de ella siguieron una de las gotas, que se deslizaba por los surcos de los musculosos<br />
abdominales. «Es magnífica»<br />
Entonces frunció el cejo al ver que sujetaba un pequeño animal de una especie indeterminada.<br />
Dejando a un lado ese detalle, aquella era una de las escenas más sexys que Sabine había visto<br />
jamás.<br />
—¿Sabes lo que me ha costado quitar el tapón? —le preguntó, volviéndose para disimular un<br />
pequeño eructo. —¿No crees que me merezco una recompensa? Además, no puedo enfrentarme<br />
a la siguiente prueba e iniciarme en el ritual de abusar de un pobre animal sin haber tomado vino.<br />
Rydstrom se sentó en el lado opuesto <strong>del</strong> fuego y atravesó la pobre criatura con un palo.<br />
Una vez él hubo colocado el pequeño cuerpo sobre las llamas Sabine se paró a analizar la<br />
escena. Habían acampado en la parte más alta <strong>del</strong> saliente de un precipicio. Debajo de ellos, las<br />
cascadas se precipitaban en un estanque de un verde muy oscuro, el mismo color de los ojos <strong>del</strong><br />
demonio. Más acantilados rodeaban el agua por los otros tres lados, y, cuando soplaba viento,<br />
flores blancas bailaban en los remolinos que se formaban en el aire.<br />
Unos minutos más tarde, el olor a carne asada era penetrante. Después <strong>del</strong> arduo día de viaje,<br />
Sabine se moría de hambre, y el olor no era tan malo como había imaginado. De hecho, le abrió...<br />
el apetito.<br />
—Huele bien, ¿verdad, hechicera?<br />
—No lo comeré —contestó, levantando la nariz.<br />
—Sólo míralo.<br />
Sin poderlo evitar, se fijó en el asado. Al hacerlo, se le hizo la boca agua. Era tan suculento, y al<br />
gotear su grasa sobre las llamas el fuego crepitó. «No, soy más refinada que eso. ¡Yo no como<br />
animales!»<br />
—Sabes de sobra que mi raza no consume carne.<br />
—Lo harás ahora.<br />
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—¿Ahora? ¿Ahora que tú estás al mando?<br />
La mirada de él se posó en el vientre de ella.<br />
—Oooh, entiendo. Ahora que crees que quizá lleve a tu hijo en mi interior. ¿Me vas a obligar a<br />
comer?<br />
—No es culpa mía que nos encontremos en esta tesitura. Recuérdalo —<strong>El</strong> tono de voz de<br />
Rydstrom hizo que Sabine levantara las cejas. —Si te has salido con la tuya y resulta que estás<br />
embarazada de un demonio, tienes que comer carne para alimentarlo.<br />
—¿No crees que me puede sentar mal comer algo que nunca he comido, algo que me da<br />
náuseas? Quizá, antes de haberme secuestrado deberías haber averiguado cómo tenerme<br />
contenta.<br />
Cuando el estómago de Sabine volvió a rugir, Rydstrom se levantó y cogió la bolsa vacía.<br />
—No te muevas, princesa. Volveré con algo que te dignes a comer.<br />
Al cabo de un rato, volvió con la bolsa llena y vació el contenido sobre la manta. <strong>El</strong>la arqueó una<br />
ceja al ver la selección de frutos rojos.<br />
—Alguien intentando envenenarme. Qué... novedad. —No son venenosas. —Rydstrom cogió<br />
algunas y se las metió en la boca.<br />
—No para los demonios, pero son tóxicas para mí. No somos de la misma especie.<br />
—Lo dices como si fuéramos de planetas distintos. Y no somos tan diferentes.<br />
—¿No? —La mirada de Sabine se posó en los cuernos de él. Rydstrom se pasó una mano por<br />
uno de ellos, y se ruborizó. Era extraño: parecía que estuviera provocándolo, pero no haciéndolo<br />
enfadar.<br />
Sabine negó con la cabeza al ver una sucia raíz entre las frutas.<br />
—¿Es eso corteza? —Con una risa, añadió: —Por todos los dioses, ¡me has traído corteza para<br />
roer!<br />
—¿Y como se supone que debo saber lo que comes? Has rechazado la buena comida...<br />
—Ese animal no es comida. Las hechiceras somos demasiado refinadas para comer otros seres<br />
vivos.<br />
—Te preocupas más de los animales que de otras personas.<br />
—¿Lo ves? Esa es la razón: las vacas no intentan robar poderes y las gallinas muy pocas veces<br />
intentan asesinarme. ¿Y por qué es así? Pues no lo sé. Es así, punto.<br />
—¿Hay algo de todo esto que puedas comer?<br />
—Esas moras no son venenosas.<br />
—Cuando Sabine las señaló con la cabeza, él fue a lavarlas con agua de la cantimplora, y al<br />
volver se sentó a su lado.<br />
Se las fue dando en la boca, y ella se tomó su tiempo. No quedaba más remedio que tener<br />
paciencia, ya que no tenía intención de dejar que comiera por sí misma.<br />
Pero al demonio no parecía importarle que cogiera una mora cada vez. De hecho, incluso<br />
parecía disfrutar con ello.<br />
—Mi nueva mascota es herbívora —dijo sonriendo con voz ronca.<br />
Desconcertada al verlo sonreír, Sabine miró a su alrededor.<br />
—Aquí arriba hace más frío. ¿Por qué hemos tenido que su tanto?<br />
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—Porque la mayor parte de las criaturas no lo hacen.<br />
—No tendrías que preocuparte de eso si me liberaras. Yo puedo hablar con los animales.<br />
—Ah, ya.<br />
—<strong>Demonio</strong>, te digo la verdad. Puedo hablarles, y ellos me entienden.<br />
—Sea como sea, no vas a necesitar esa habilidad. Yo te protegeré de cualquier amenaza.<br />
—Amenazas. —A medida que se adentraban en el reino de Grave, le había visto inspeccionar<br />
pisadas en el barro, no apartar la mano de la empuñadura de la espada. —¡Qué bien! Estamos en<br />
peligro. Me has traído al lugar más peligroso <strong>del</strong> reino, hogar de las RDTE y cosas similares, y me<br />
atas las manos para que no me pueda defender.<br />
—¿Ratas De Tamaño Enorme? No creo que existan.<br />
Se quedó boquiabierta. Rydstrom había citado un trozo de La princesa prometida.<br />
—No te sorprendas tanto —dijo, algo ofendido. —En el aquelarre de las brujas ponen esa<br />
película las veinticuatro horas <strong>del</strong> día todos los días de la semana. Y las brujas brindan cada vez<br />
que oyen «Mi querido Westley» o algo así. Sería imposible que no me hubiera fijado.<br />
—¿Vas a menudo al aquelarre, a visitar a las brujas?<br />
Sabine podía imaginarse a esas pequeñas mercenarias de la magia tirándole los tejos al enorme<br />
rey demonio. A la hechicera no le gustaban las brujas, desconfiaba de ellas.<br />
—Suenas condescendiente. ¿No estáis las hechiceras y las brujas emparentadas?<br />
—Muy de lejos. —A pesar de que tenían antepasados comunes, ambas sentían especial<br />
predilección por la rebeldía y algunos de sus poderes eran intercambiables (y robables), las<br />
hechiceras pertenecían a una cultura única, muy distinta a la de las brujas, que adoraban la Tierra.<br />
—Bueno, contesta a mi pregunta.<br />
—Me he pasado por ahí algunas veces —dijo. —Como habrás podido averiguar al hurgar en mi<br />
cabeza, mi buen amigo Bowen está casado con Mariketa la Esperada.<br />
Sabine había oído hablar de ella, como la mayoría de la gente de la Tradición. Era la bruja más<br />
poderosa, tenía tanto talento con los espejos que la llamaban la Reina de los Reflejos.<br />
Robarle los poderes sería un golpe maestro. Pero atacar a una bruja poderosa o a todo un<br />
grupo de brujas era muy peligroso. Una bruja podía robar el poder de una hechicera... si la<br />
mataba.<br />
—Ah, sí. Me acuerdo de haber visto a Bowen. Es ese <strong>del</strong> que tienes celos.<br />
—Yo no tengo celos de él; envidiaba que hubiera encontrado a su compañera.<br />
—Pero ahora tú también la has encontrado.<br />
—Sí, por fin.<br />
—Y aun así, ¿no la soltarás?<br />
—Se iría corriendo a la primera oportunidad. Posiblemente llevándose a mi hijo con ella. Ambos<br />
son demasiado valiosos para mí como para arriesgarme a perderlos.<br />
«¿Debería decirle que no estoy embarazada?» Todavía se enfadaría más. Y ésa era la primera<br />
vez que lo notaba relajado desde que se habían conocido. Incluso aquella primera noche, antes de<br />
que supiera siquiera quién era ella, estaba tenso.<br />
Decidió mantener el secreto. Las hechiceras no tenían fama de cautelosas porque sí.<br />
Cuando se inclinó y le besó el puente de la nariz, ella preguntó:<br />
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—¿A qué ha venido eso?<br />
—Tus pecas han desaparecido. Te he dicho que estarías completamente recuperada en cuanto<br />
se pusiera el sol. —Deslizó una rápida mirada por sus senos.<br />
Estaba ciertamente curada, y el sol se estaba poniendo, dando por finalizado un día más. Sabine<br />
se quedó mirando el horizonte. Eso significaba que le quedaba un día menos antes de que sintiera<br />
el efecto <strong>del</strong> morsus.<br />
Aunque todavía le quedaban dos semanas de margen, la preocupación la empezaba a acosar.<br />
Contrariamente a lo que le había dicho al demonio, no creía que Omort fuera ir a salvarla. La<br />
fuga de Rydstrom habría dejado muy tocado al Pravus, poniendo en riesgo las alianzas que se<br />
habían establecido. Aparte, claro está, de la traición de Lothaire.<br />
Las distintas facciones <strong>del</strong> ejército estaban desperdigadas y pocas podrían ir tras ella. Si los<br />
demonios <strong>del</strong> fuego y los vampiros no podían rastrear hasta allí, dado que nunca habían ido a<br />
donde estaban, entonces Lanthe era la única que podía sacarla <strong>del</strong> reino de Grave.<br />
Pero, tal como Sabine había podido apreciar los últimos dos días, era un reino inmenso. Las<br />
posibilidades de que su hermana abriera un portal en las cercanías eran realmente mínimas.<br />
¿Y si Rydstrom se llevaba a Sabine a otra dimensión...?<br />
Estaba demasiado acongojada como para pensar en explicarle al demonio los motivos por los<br />
que estaba en peligro. Pero sí podía explicarle lo <strong>del</strong> morsus.<br />
«Por cierto, voy a tener que dar media vuelta y volver con Omort, tu más odiado enemigo,<br />
porque he sido envenenada. ¿Por quién? Oh, por el propio Omort. Y cuando encuentre la manera<br />
de volver con mi hermano, le pediré que me dé todavía más veneno. ¿Que si tengo pruebas de mi<br />
envenenamiento? ¿Signos externos? Mmm, no, ninguno. No hasta que tenga un ataque y empiece<br />
a vomitar sangre. Y no tendré ninguna señal externa hasta que certifiquen mi defunción. Entonces<br />
podrás ver una X de color rojo en alguna parte de mi cuerpo. Pero llegado ese momento, ya será<br />
demasiado tarde.»<br />
<strong>El</strong> no la creería, y a ella no se le ocurría de qué manera podría convencerlo de que decía la<br />
verdad. Quizá el hecho de haber roto sistemáticamente todas las promesas que le hizo al principio<br />
no había sido muy acertado.<br />
«Pero ¿cómo diablos podría haber sabido que tenía que cumplirlas?»<br />
Lo único que se le ocurría era firmar un pacto entre los dos sobre una tablilla de arcilla. Pero<br />
dudaba mucho que hubiera un horno de secado o de cocina en las inmediaciones <strong>del</strong> reino de<br />
Grave.<br />
Exactamente ¿cuán poco confiaba el demonio en ella? Hizo una intentona de comprobarlo...<br />
—Rydstrom, si te contase una cosa que te pareciera de locos, pero te pidiera que me creyeras,<br />
¿podrías...?<br />
—No.<br />
—No quieres ni pensártelo.<br />
—No.<br />
—¿Qué tendría que hacer para que me creyeras? ¿Un juramento? ¿Algún tipo de promesa?<br />
—Ya llegará el momento en que confíe en ti, Sabine. Pero sólo con el tiempo.<br />
«Tiempo que no tengo.»<br />
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Aunque algún día pudiera llegar a convencerlo, ella no disponía de demasiados. Su única<br />
esperanza era persuadirlo de que la desatara, escapar e intentar localizar a Lanthe. Si las hermanas<br />
se acercaban lo suficiente la una a la otra, podían comunicarse telepáticamente.<br />
Lo que era una suerte, pues Sabine tenía un pésimo sentido de la orientación. Igual que Lanthe,<br />
recordó frunciendo el cejo.<br />
Intentó borrar ese detalle de su cabeza. Ya se les ocurriría algo.<br />
Así que el primer paso era convencer a Rydstrom de que la dejara libre. Eso no tenía que ser un<br />
problema. Sabine era una hechicera. Podía seducirlo y conseguir lo que quisiera de él.<br />
<strong>El</strong> escenario estaba preparado: las estrellas brillaban intermitentemente y la luna con<br />
intensidad. <strong>El</strong> agua que había debajo reflejaba la luz de la luna, formando destellos de color<br />
esmera<br />
«Sí, puedo ser seductora.» Si se ponía en plan encantador, el demonio sería incapaz de<br />
razonar…<br />
Cuando él terminó de comer, y de chuparse los dedos de forma exagerada, lo recogió todo.<br />
Sabine esperó un poco y lo distrajo hablando de la noche y <strong>del</strong> tiempo, y entonces dijo:<br />
—Rydstrom, me duelen los brazos. —Flexionó los puños para dar más dramatismo a la<br />
representación. —Hace mucho rato que los tengo dormidos.<br />
Cuando él levantó la vista, ella intentó leerle la mente, pero el demonio la mantuvo firmemente<br />
bloqueada.<br />
—Te propongo un trato —dijo él: —si contestas todas las preguntas que te haga, te soltaré los<br />
brazos una hora.<br />
Sabine evitó sonreír. «Bueno, ha sido más fácil de lo que había previsto.»<br />
—Trato hecho, demonio.<br />
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CAPÍTULLO 27<br />
—¡Esto no formaba parte <strong>del</strong> trato! —Se tensó al ver que Rydstrom se metía en el estanque. —<br />
¡No has dicho nada <strong>del</strong> agua!<br />
A pesar de que el demonio tenía una mano en su trasero para sujetarla, Sabine le rodeó la<br />
cintura con las piernas y se aferró a él. ¡Por todos los dioses! sus cuerpos encajaban igual que si<br />
estuvieran hechos a medida.<br />
Rydstrom se dirigió a una roca que había visto desde lejos. Estaba situada en medio <strong>del</strong> lago,<br />
como si fuera una isla, y rodeada por una profunda corriente.<br />
—No te desataré las manos en ningún otro sitio. Aquí no podrás usar tus espejismos para<br />
escapar de mí... a no ser que quieras regresar tú sólita nadando.<br />
—¡Nadando! ¡Ya te he dicho que no sé nadar! ¡No me gustan las aguas profundas!<br />
—Por eso mismo. —Antes, cuando le contó cuáles eran sus intenciones, Sabine trató de<br />
resistirse mientras él iba desnudándola. No sirvió de nada. Rydstrom tenía un plan, e iba a seguirlo<br />
al pie de la letra.<br />
Esa misma mañana, el demonio se había dado cuenta de que para ganarse el cariño de la<br />
hechicera tenía que cambiar de táctica.<br />
Mientras estuvo de caza, recordó de nuevo su sueño. Y también que él mismo le había dicho a<br />
Bowen que para conquistar a su bruja utilizara la cabeza. Rydstrom no podía hacer menos por<br />
Sabine. Descubriría el modo de que las cosas funcionaran entre ellos dos.<br />
Pero si quería dar con el mejor modo de conquistar a Sabine, primero tenía que entenderla. Y<br />
para conseguir eso, tenía que ganarse su confianza.<br />
La hechicera era un misterio... todo un reto para alguien como él, a quien le encantaba<br />
resolverlos. Y estaba decidido a hacerlo.<br />
Cuando se hubieron adentrado en el lago tanto que el agua cubrió el pecho de Rydstrom,<br />
Sabine gritó asustada.<br />
—¡Vuelve atrás, vuelve atrás! ¿Y si resbalas? —Se movió nerviosa.<br />
—No resbalaré, cariño. Mira, ya hemos llegado.<br />
<strong>El</strong> estanque volvía a ser allí poco profundo. Alcanzaron la isla y él la dejó de pie en el fondo, con<br />
el agua cubriéndola sólo hasta las rodillas.<br />
Sabine miró a su alrededor.<br />
—No tienes ni idea <strong>del</strong> pánico que me da todo esto.<br />
«Seguramente tanto como el que sentí yo al ver mi corte en el estado en que está.»<br />
—Siéntate aquí. —Le señaló una roca larga y plana.<br />
Cuando ella lo hizo de mala gana, él se le sentó detrás y le soltó la tira que unía las esposas de<br />
cuerda que le había puesto en las muñecas. La dejó a un lado, a mano.<br />
Sabine en seguida levantó los brazos por encima de su cabeza para estirarlos, y los movió de un<br />
lado al otro. Se rascó por debajo de la cuerda que seguía rodeándole las muñecas.<br />
—Esa se queda.<br />
—¿Qué? ¡Me pica mucho!<br />
—Se queda.<br />
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Él vio cómo se mordía la lengua para no decirle lo que pensaba.<br />
—Como desees —fue la frase que finalmente salió de los labios de la hechicera.<br />
Para recompensarla por su cooperación, Rydstrom empezó masajearle los hombros. <strong>El</strong>la gimió<br />
y echó la cabeza hacia a<strong>del</strong>ante, haciendo que su melena le cayera a ambos lados <strong>del</strong> cuello. Al<br />
quedarle la nuca al descubierto, él no pudo evitar besársela.<br />
A Sabine se le aceleró la respiración y se le puso la piel de gallina.<br />
Rydstrom le masajeó los brazos, empezando por la parte superior y terminando por las puntas<br />
de los dedos.<br />
—¿Mejor?<br />
—Mmm. Oh, sí, mucho mejor.<br />
—Entonces, ha llegado el momento de las preguntas.<br />
—Pregunta.<br />
—¿Cuántas veces has muerto?<br />
Rydstrom la sintió tensarse bajo sus manos, pero respondió de todos modos.<br />
—Decenas.<br />
—¿Cómo... cómo es?<br />
—Es el sentimiento más horrible y desgarrador que pueda imaginar.<br />
—Cuéntame cómo fue una de las veces.<br />
—Un vrekener me levantó por encima de los edificios <strong>del</strong> pueblo y luego me lanzó al vacío.<br />
Estaba tumbada sobre la calle adoquinada, con el cráneo roto —le explicó, con un tono de voz<br />
distan te. —Puedes sentir cómo la sangre se va escurriendo de tu cuerpo. Sin ella, el cuerpo se<br />
enfría, pero si se encharca alrededor, es como tener una manta encima, al menos durante unos<br />
instantes.<br />
Él no podía soportar escuchar aquello: Sabine se había sentido agradecida de que la sangre se<br />
hubiera encharcado a su alrededor…<br />
—Rydstrom —murmuró ella.<br />
Estaba apretando tanto con las manos que le estaba haciendo daño.<br />
Aflojó la presión.<br />
—¿Por qué querían perjudicarte así?<br />
—Porque yo maté a su líder. Los vrekeners fueron los responsables de muchas de mis muertes.<br />
Incluida una de las veces en que me ahogué.<br />
—¿Una de las...? —Rydstrom sacudió la cabeza. —Cuando lleguemos a la otra dimensión iré a<br />
buscarlos y les informaré de que tú y tu hermana estáis bajo mi protección. Cualquier atentado<br />
contra alguna de vosotras será interpretado como un acto de guerra contra mi pueblo.<br />
Sabine se dio la vuelta para quedar de rodillas frente a él, y apoyó una mano en su muslo.<br />
—¿Harías eso por mí?<br />
—Tú eres mi mujer... jamás permitiré que nadie te haga daño. —Le acarició el rostro y ella casi<br />
no se movió. —Y dado que tu hermana te ayudó a mantenerte con vida, estoy en deuda con ella.<br />
¿Es la morena que estaba en la celda después de que me hirieran?<br />
—Sí, se llama Melanthe. Seguro que está preocupada por mí.<br />
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—Si entre los refugiados encontramos a algún mensajero, podríamos mandarle algo para que<br />
supiera que estás bien.<br />
<strong>El</strong>la lo miró confusa, y luego sonrió... Una sonrisa de verdad que a Rydstrom le llegó al corazón.<br />
—Sería imposible que fueras más hermosa —dijo, con el pecho henchido de sentimientos.<br />
—Lo sé —suspiró ella, consiguiendo que él esbozara una sonrisa. Y luego añadió: —Tú tampoco<br />
estás nada mal, creo que eres macho más guapo que he visto nunca.<br />
—¿Por qué siempre tienes que mentirme? —se quejó él resignado.<br />
—Está bien, no eres el más guapo. Pero estás en el top ten. Tal vez incluso entre los tres<br />
primeros.<br />
—Me conformo con estar en el pódium.<br />
—Me encanta tu cuerpo. Eres extremadamente atractivo.<br />
Empezó a tocarlo como si lo estuviera viendo por primera vez, recorriéndole el torso con las<br />
manos. Y luego los hombros y el cuello.<br />
Le besó la cicatriz de la cara y le preguntó.<br />
—¿Cómo te la hiciste?<br />
—En una lucha de espadas. De joven era una bestia. Así fue también como me rompí el cuerno.<br />
—¿No has sido siempre tan calmado y serio como ahora? —Al ver que él negaba con la cabeza,<br />
añadió. —¿Y el tatuaje?<br />
—Formó parte de mi rito de iniciación, ser marcado con el dibujo de la bestia.<br />
—¿Y las cicatrices que tienes... ahí abajo? —Le recorrió el pene con el dorso de los dedos.<br />
Sus caricias le estaban haciendo arder la sangre, pero Rydstrom se esforzó por mantener la<br />
calma. Tenía un plan, y se lo estaba jugando todo para conquistar para siempre a aquella mujer.<br />
—Eso era otra parte <strong>del</strong> ritual —respondió con voz ronca Todos los demonios tenían que<br />
superarlo al llegar a una cierta edad. Hasta que yo lo prohibí.<br />
—¿Por qué lo hiciste?<br />
—Porque duele muchísimo.<br />
—Yo podría haberte curado a besos. —Sonrió. Definitivamente el vino le estaba haciendo<br />
efecto.<br />
—Creo que mi pequeña hechicera está borracha. —Así sería fácil encontrar las piezas <strong>del</strong><br />
rompecabezas que más necesitaba, como por ejemplo: —¿Cómo es que eras virgen?<br />
—Me estaba reservando para ti —contestó ella al instante, pero a él se le daba cada vez mejor<br />
detectar cuándo le mentía.<br />
—No, no es verdad.<br />
—Reclamé derecho de Santuario sobre mi cuerpo —explicó, quitándole importancia al hecho<br />
de que la hubiera pillado mintiendo —Es un pacto que todos los hechiceros están obligados a<br />
respetar; mientras yo me mantuviera virgen, nadie podía obligarme a mantener relaciones<br />
sexuales con él.<br />
—¿Como por ejemplo Omort? —soltó él, con los cuernos casi erguidos de ira.<br />
—No quiero hablar de él esta noche. Y los motivos por los que lo hice son cosa mía. —Sabine<br />
desvió la vista hacia los cuernos y le acarició uno con los dedos. —¿Qué sientes cuando te pones<br />
en plan demoníaco?<br />
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<strong>El</strong> accedió a dejar el tema de la virginidad.<br />
—No me gusta nada.<br />
—¿Por qué? Tu cuerpo es entonces mucho más fuerte...<br />
—Y se separa completamente de mi cerebro. Es como si funcionara sólo por instinto, como un<br />
animal salvaje. No puedo pensar. No puedo razonar. Los pensamientos son sólo al azar. —Se frotó<br />
la mandíbula. —Puedo oír tan fuerte el latido de mi corazón que me es imposible seguir una<br />
conversación, aunque se esté produciendo <strong>del</strong>ante de mis narices. Y al mismo tiempo oigo el crujir<br />
de una hoja a medio kilómetro de distancia. Nada tiene sentido. Y eso es muy difícil para mí.<br />
—Porque eres esclavo de la razón.<br />
—Exacto. Tú misma podrías estar diciéndome algo perfectamente lógico, pero si fuera en<br />
contra de mi instinto, mi cerebro lo descartaría de inmediato. —Se golpeó la frente para enfatizar<br />
lo que estaba diciendo. —Y, Sabine, al parecer tú tienes un don para mantenerme en el abismo. Y<br />
te aseguro que es un lugar muy incomodo.<br />
—¿Qué tengo yo de especial?<br />
—Te hice el amor, pero no te marqué como mía. Lo que significa que todavía no me<br />
perteneces. <strong>El</strong> demonio que hay dentro de mí no está satisfecho.<br />
—¿Qué tendrías que hacer para marcarme?<br />
—Si llegara a transformarme <strong>del</strong> todo, lo que es poco usual en los demonios de mi especie, te<br />
haría el amor y hundiría mis colmillos en tu cuello; tú te quedarías algo aturdida.<br />
—¿Algo aturdida?<br />
—Hay quien dice que es para que la hembra no se mueva mientras el demonio se vacía en su<br />
interior.<br />
—Oh —dijo ella con la voz entrecortada. —Y si me hicieras eso, ¿entonces tú tendrías menos<br />
tendencia a ser poco razonable?<br />
—Ayudaría. Pero la verdad es que sigo sin notar ningún vínculo especial de ti hacia mí. A pesar<br />
de lo mucho que me gustaría que sintieras algo, sé que no es así.<br />
—¿Y si te dijera que he decidido quedarme contigo? —Le dio uno de aquellos besos tan tiernos<br />
que lo hacían enloquecer de deseo, pero Rydstrom se obligó a apartarse.<br />
Él sabía perfectamente qué estaba haciendo. «Reducirlo al estado en que no podía razonar.»<br />
Para así hacerle hacer lo que quisiera. Pero lo que Sabine no esperaba era que él anticipara aquella<br />
jugada por su parte.<br />
Ni que le gustara.<br />
—<strong>El</strong> rey Rydstrom, siempre alejado de todo y de todos ella con voz suave, —pero no de mí. He<br />
decidido que quiero quedarme a tu lado.<br />
—¿Ah, sí? ¿Y por qué?<br />
—Porque mi solitario demonio me necesita. Y porque eres mi marido<br />
Él se tensó un poco. No era su marido. «Pero lo seré.»<br />
—Eso sólo lo dices para que te suelte las manos.<br />
—Sí, reconozco que quiero que me desates. —Cogió una mano <strong>del</strong> demonio y le acarició la<br />
palma con la mejilla. —Pero eso no significa que lo que estoy diciendo no sea verdad.<br />
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Sus palabras le hicieron recordar aquel sueño en el que compartían sus vidas, cama, e hijo. Si<br />
estaba embarazada y escapaba...<br />
Rydstrom no quería reconocérselo ni siquiera a sí mismo, pero parte de los motivos por los que<br />
la mantenía atada era porque había empezado a creer que quizá pudiera haber un futuro para los<br />
dos. «Otro conflicto más.» Y sabía que no podía dejarla con las manos atadas a la espalda para<br />
siempre.<br />
—Quiero quedarme contigo —repitió Sabine, sus labios a escasos centímetros de los suyos.<br />
Estaba mintiendo. Rydstrom lo sabía. Y a pesar de todo le gustaba oírlo.<br />
—Dilo otra vez.<br />
—Quiero quedarme contigo.<br />
—Otra vez.<br />
—No quiero separarme de ti. Llévame a tu hogar, a la casa en la que vives en la otra dimensión.<br />
No trataré de escapar. Deseo estar a tu lado.<br />
Se quedó mirándola a los ojos. Necesitaba confiar en ella, pero no podía. Todavía no.<br />
—Te he traído aquí por otro motivo —dijo el demonio.<br />
—¿¡Cuál? —preguntó Sabine relajada, mirándolo. Si fuera una de esas hembras a las que les<br />
gustaba suspirar, en ese momento lo habría hecho.<br />
Rydstrom tenía el pelo alborotado, los ojos verdes fijos en cara, y su piel húmeda brillaba a la<br />
luz de la luna. «Es espectacular.»<br />
Y no dejaba de sorprenderla. Que le hubiera prometido protegerla no sólo a ella, sino también<br />
a Lanthe la había impresionado muchísimo. Sabine estaba convencida de que, si fuera necesario,<br />
el demonio se jugaría la vida para cumplir aquella promesa.<br />
Por desgracia, Rydstrom no podía salvarla <strong>del</strong> morsus. Solo dos personas en todo el universo<br />
podían hacerlo...<br />
—Tienes que aprender a nadar —dijo él.<br />
—¿Qué? ¡Ni hablar! Me da pánico. Aunque ésta es el agua más tranquila que he visto nunca.<br />
—Entonces es ideal para que aprendas. —La cogió en brazos y se metió más adentro.<br />
—¡Rydstrom, no!<br />
—Confía en mí, Sabine. Lo único que quiero es que te acostumbres a ella. A flotar.<br />
Tal vez si se comportaba como si confiara en él, él haría lo mismo por cortesía.<br />
—¿Qué quieres que haga?<br />
—Levanta las manos. —A pesar de que estaba tensa a causa <strong>del</strong> miedo, consiguió colocarla en<br />
posición con facilidad. Sabine no tardó en estar tumbada de espaldas sobre las palmas de<br />
Rydstrom. —Relájate... confía en mí.<br />
—No puedo.<br />
—Sí puedes, ya lo estás haciendo.<br />
—¿Estoy... flotando?<br />
—Yo no te sujeto, lo único que hago es evitar que te desplaces. Eso es, respira despacio. Buena<br />
chica. —La voz <strong>del</strong> demonio tranquilizadora, sus manos igual que un ancla. —Relájate.<br />
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<strong>El</strong> peculiar silencio acuático la rodeó. Por encima de ella, las flores bailaban a la luz de la luna. <strong>El</strong><br />
pelo le hacía cosquillas en los hombros Él siguió acariciándole la espalda, y Sabine no tardó en<br />
relajarse.<br />
Cerró los párpados. «Cuánta paz. Perfecto...»<br />
Cuando abrió los ojos, descubrió a Rydstrom mirándola fijamente. Un sentimiento de<br />
propiedad brillaba en sus ojos y la dejó sin aliento.<br />
—Estoy desnuda, a tu merced, ¿y tú me estás mirando la cara?<br />
—Estoy tratando de averiguar cómo funciona tu mente. Si lo consigo, entonces esto... —con los<br />
dedos le recorrió los pechos y descendió hacia el ombligo— será mío para siempre y podré<br />
disfrutarlo cuanto me plazca.<br />
—¿De verdad crees eso?<br />
—Tengo que creerlo, Sabine. —Al notar que ella se estremecía, dijo: —Tenemos que regresar.<br />
—Después de dejarla en un banco de arena, la ayudó a ponerse en pie, y luego fue a por la cuerda<br />
que había dejado encima de la roca.<br />
—¿Qué estás haciendo? ¿Vas a volver a atarme?<br />
—Por supuesto. —Le cogió las muñecas.<br />
—¿Por qué? Creía que habíamos llegado a un acuerdo. —Él no cedió, a pesar de que ella se<br />
resistió. —¡Rydstrom! ¿Hasta cuándo vas a tenerme así?<br />
—Hasta que sepa que no huirás.<br />
—Eres tan tozudo como una mula, no estás siendo razonable.<br />
—Estoy siendo precavido.<br />
Sabine no se podía creer que su plan no hubiera funcionado.<br />
—¡Y no me mires de ese modo! —le ordenó. —Oh, sí, ya lo que pretendes. ¡Si me atormentas<br />
una noche más, te juro que te odiaré!<br />
Rydstrom asintió con los ojos entrecerrados.<br />
—Sé lo que se siente al querer odiar a alguien, lo que es regodearse en ese odio. Lo único que<br />
me ayudó a superar mi propia ira fue la promesa de que conseguiría vengarme. ¿No se te ha<br />
ocurrido pensar que quizá sea capaz de ser tierno contigo porque he conseguido aplacar mi furia<br />
de otro modo?<br />
—¡Todo esto ha sido una farsa!<br />
—¡Pues claro que sí! —Rydstrom se rió sin humor. —Ser perfectamente consciente de que me<br />
la estabas jugando...<br />
—¡No, me refiero a ti! Me has engañado para que confiara en ti, pero ¡tú no estás dispuesto a<br />
hacer lo mismo!<br />
—¿Confiar en ti? Qué rápido olvidas todo lo que me hiciste. Al impedir que pudiera reunirme<br />
con mi hermano, quizá te hayas cargado la única oportunidad que tenía de recuperar Tornin, mi<br />
hogar. Juré vengarme de ti, Sabine. Lo necesito. ¡Necesito que entregues a mí!<br />
Cuando la cogió en brazos para sacarla <strong>del</strong> agua y se la acercó al pecho, ella empezó a darle<br />
patadas y a sacudirse, pero el abrazo de él era como una celda de acero.<br />
—<strong>Demonio</strong>, no. ¡No me atormentes más!<br />
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Él no le hizo caso y la llevó hasta la orilla. Una vez allí, ascendió hasta el campamento y se<br />
dirigió bajo el árbol, donde tenía intención de hacerle «cosas» durante toda la noche.<br />
Al llegar, Rydstrom la deslizó por encima de su cuerpo desnudo. La cogió por la parte superior<br />
de los brazos y la mantuvo quieta para besarle el cuello.<br />
Sabine lo esquivó y echó la cabeza hacia atrás.<br />
—<strong>Demonio</strong>... no hagas que me sienta débil…<br />
—Tú me haces sentir débil. —Contra su piel, dijo emocionado. —Ríndete a mí, y juntos<br />
podemos poner punto final a este tormento, Sabine. Te deseo tanto... —<strong>El</strong>la podía sentir su<br />
erección presionándole el estómago.<br />
—No tanto como para romper tu juramento.<br />
—Un día te alegrarás de estar con alguien capaz de mantener su palabra. Me hiciste pasar por<br />
unas noches insoportables. Ahora tú recibirás lo mismo. Me lo juré a mí mismo...<br />
—Ahórrate la explicación... a ti te gusta hacerme esto. ¡Me mantienes las manos atadas porque<br />
te excita!<br />
—Ya te he explicado que no puedo correr el riesgo de perderte.<br />
—¡Me estás haciendo pagar haber pasado quince siglos insatisfecho!<br />
—Tal vez haya parte de verdad en lo que dices. Me gusta tenerte a mi merced. Me muero de<br />
ganas de hacerte enloquecer de deseo, igual que anoche. ¿Sabes lo que siento cada vez que veo<br />
que los ojos se te ponen azules de lujuria... y que es por mí? ¿Sabes lo que me hace sentir ver<br />
todos esos fuegos ardiendo a nuestro alrededor?<br />
Le acarició la cara con la suya, inhalando su perfume.<br />
—Jamás había sentido nada como esto, y quiero más —gimió cerca de su oído. —Tú eres mi<br />
obsesión, Sabine. He oído decir que todos tenemos una obsesión en la vida. Y tú eres la mía.<br />
—¡Suéltame!<br />
—Ríndete a mí...<br />
—Si no me desatas —dijo ella apretando los dientes, —te odiaré. ¡Te prometo que te mataré!<br />
Él la tumbó sobre la manta.<br />
—Ah, pero mi preciosa cautiva nunca cumple sus promesas.<br />
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<strong>El</strong> <strong>Beso</strong> <strong>del</strong> <strong>Rey</strong> <strong>Demonio</strong><br />
6° de la <strong>Serie</strong> <strong>Immortals</strong> <strong>After</strong> <strong>Dark</strong><br />
CAPÍTULLO 28<br />
—¿Te gustaría que tuviéramos un hijo? —preguntó Rydstrom entre sus brazos, a punto de<br />
dormirse en la fría noche. Deslizó una mano bajo la túnica hasta hacerla descansar sobre el terso<br />
estómago de Sabine. —<strong>Demonio</strong> o no.<br />
—Sí, siempre que no fuera un miserable traidor como su padre —murmuró ella soñolienta<br />
antes de quedarse dormida <strong>del</strong> todo.<br />
«Miserable traidor.» ¿Y si con su comportamiento Rydstrom estaba matando lo que podría<br />
llegar a existir entre los dos? «No hagas nada que no tenga remedio.» Y esa noche ella le había<br />
dicho que lo odiaba...<br />
A lo largo de las horas que se había pasado atormentándola, manteniéndola a las puertas <strong>del</strong><br />
orgasmo, la hechicera en ningún momento se había dado por vencida.<br />
A pesar de que Sabine había perdido la cabeza, su cuerpo había enloquecido. Había arqueado<br />
las caderas, tratando de tentarlo a que fuera él quien rompiera su juramento. Nunca nada lo había<br />
excitado tanto como acariciar su precioso sexo, ansioso por ser poseído.<br />
Pero ahora las dos noches habían llegado a su fin. Al día siguiente conseguiría que se le<br />
entregara por completo y volvería hacerle el amor. Y por fin podría recuperar el control sobre<br />
mismo. Tenía que conseguirlo.<br />
Confuso y lleno de dudas, terminó por quedarse dormido. Al amanecer, abrió los ojos y se<br />
encontró en medio de un espejismo. Sabine conjuraba quimeras mientras dormía. ¿Eran aquéllos<br />
los sueños de la hechicera?<br />
—Caliéntalo, acarícialo, siéntelo, y cuídalo. Amásalo, envuélvelo, ámalo y bésalo... —cantaba<br />
una mujer mientras se deslizaba unas cadenas de oro por una mejilla. Era la misma voz de mujer<br />
que había oído la noche anterior... y ahora podía verla.<br />
Llevaba una máscara de seda sobre unos hostiles ojos azules. La diadema que lucía en el pelo se<br />
extendía más allá de su cabeza causando el efecto de un par de alas, repletas de zafiros. Una<br />
melena negro azabache colgaba detrás <strong>del</strong> adorno.<br />
—<strong>El</strong> oro es la vida. Es la perfección. Existe únicamente para nosotras. —Dejó las cadenas dentro<br />
de un cofre que había en su vestidor, y luego enterró las manos en montones de monedas,<br />
dejando que cayeran entre sus dedos.<br />
Cuando dio media vuelta hacia el espejo, Rydstrom vio que había también dos niñas reflejadas<br />
en él, una pelirroja y la otra morena. Eran Sabine y Melanthe, ambas miraban a la mujer con<br />
completa fascinación. Seguramente era su madre, y era obvio que estaba loca...<br />
—Haceos una armadura con él para rodear vuestro corazón, y el oro jamás os dejará morir.<br />
Ponéoslo en el pelo, en la cara y en la piel, y no existirá hombre al que no podáis vencer. Una<br />
hechicera jamás roba el oro suficiente; los que se resisten —adoptó Una expresión impasible—<br />
tienen que morir.<br />
Las hechiceras adoraban el oro, le había dicho Sabine, y Rydstrom había pensado que era sólo<br />
una excusa para justificar su avaricia, pero esa creencia, en el caso de ella, parecía ir más allá. Al<br />
recordar su cara cuando él le tiró la diadema al agua... Rydstrom se pasó una mano por los labios.<br />
«Le compraré una nueva. Le compraré miles...»<br />
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Los ojos de Sabine se movieron frenéticos debajo de los párpados, y débiles gritos surgieron de<br />
su garganta. Rydstrom le tocó el hombro para despertarla, pero retiró la mano al ver aparecer otro<br />
espejismo.<br />
Era una noche borrascosa, y Sabine estaba de pie frente a una fosa, junto con un montón de<br />
mujeres alineadas a ambos lados de la misma. Aparentaba tener apenas catorce o quince años.<br />
Un hombre vestido con una túnica negra estaba <strong>del</strong>ante de ellas, flanqueado por otros<br />
hombres y blandiendo unas horcas en las manos. En latín le exigía a Sabine que renegara de su vil<br />
comportamiento.<br />
Esbozando aquella sonrisa que Rydstrom había llegado a conocer tan bien, ella le escupió en la<br />
cara. <strong>El</strong> la abofeteó y la lanzó a la fosa... a su tumba.<br />
«Por todos los dioses.» Los seguidores <strong>del</strong> hombre empujaron entonces a las otras mujeres con<br />
las horcas, matándolas y lanzándolas a la fosa, y todas fueron cayendo encima de Sabine. Paladas<br />
de tierra siguieron el mismo camino, y pronto el peso la estaba aplastando. La hechicera no podía<br />
respirar...<br />
Pasó una eternidad antes de que una tenue voz la llamara desde la superficie. Su hermana.<br />
—¡Levántate, Abie! ¡Sal de allí y cúrate!<br />
Rydstrom sintió arcadas al ver a la niña abriéndose paso entre los cadáveres, escalando a ciegas<br />
hacia la voz hasta que por fin Melanthe consiguió sacarla de aquella tumba.<br />
No era de extrañar que Sabine fuera tan dura. Rydstrom sólo se había fijado en lo traicionera<br />
que era, y nunca se había planteado que quizá ella misma pudiera haber sido una víctima.<br />
De no ser tan dura... estaría muerta. Y entonces no tu a su lado en aquel momento. ¿Era<br />
legítimo que la criticara por haber hecho lo que tenía que hacer para seguir con vida y poder llegar<br />
a estar con él?<br />
«No. Ya no.»<br />
En el espejismo, empezó a llover y Sabine cayó de rodillas al suelo y vomitó toda la tierra que<br />
había tragado. Su hermana se arrodilló a su lado y le acarició la espalda. La lluvia se llevó parte de<br />
la suciedad que Sabine tenía en el pelo. Melanthe cogió entre sus dedos el mechón de pelo blanco<br />
que le había salido a Abie y se echó a llorar...<br />
Rydstrom abrió y cerró los puños al sentir una furia demoledora crecer en su interior. Tenía que<br />
luchar por Sabine, tenía que defender a aquella niña que había llegado a convertirse en su mujer.<br />
«Daría cualquier cosa por retroceder en el tiempo y evitar que le sucedieran todas esas<br />
desgracias.»<br />
De repente, en la realidad, un sonido irreconocible llegó a sus oídos. Aspiró el aire de la noche y<br />
detectó un olor desconocido no muy lejos. Oyó pasos acercándose, pero al inspeccionar la zona lo<br />
único que vio fue la pesadilla de la hechicera.<br />
—¡Sabine! —La sacudió. —¡Despierta!<br />
Debido a su espejismo, Rydstrom no podía ver lo que sucedía a su alrededor.<br />
—Sabine, maldita sea, despierta...<br />
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Sabine se despertó al oír el golpe de una maza de combate contra la cabeza de Rydstrom.<br />
<strong>El</strong> demonio salió volando por los aires, con la sangre brotando a borbotones de la herida. Al<br />
menos había siete tigloths armados atacándolos. Eran unos hombrecillos grotescos, mitad<br />
humanos, mitad bestias, con prominentes colmillos en los maxilares menores y piel de reptil.<br />
Sabine trató de llegar a donde estaba Rydstrom, pero uno de los asaltantes la lanzó al otro lado<br />
<strong>del</strong> prado. Mareada y tumba, en el suelo, se frotó los ojos con el hombro y parpadeó repetidas<br />
veces. Estaba absolutamente indefensa, no podía recurrir a sus espejismos para protegerse. No<br />
podía ayudar al demonio.<br />
¡Él todavía estaba inconsciente!<br />
—Nos llevamos a la mujer —le dijo uno cuando trató de incorporarse.<br />
—No mientras me quede un soplo de vida. —Rydstrom consiguió llegar hasta donde estaba<br />
Sabine. —Ponte detrás de mí.<br />
<strong>El</strong>la se tambaleó al levantarse y caminó insegura hacia él. No consiguió alcanzarlo antes de que<br />
los tigloths se abalanzaran sobre él.<br />
Mientras esquivaba los golpes de las mazas que éstos blandían como armas de combate, los<br />
hombrecillos fueron empujándolo hacia el acantilado. Un golpe alcanzó a Rydstrom en el brazo,<br />
rompiéndoselo. La afilada punta de otro le desgarró el muslo.<br />
Cuando su pierna cedió y él cayó de rodillas, el suelo <strong>del</strong> acantilado empezó a desmoronarse.<br />
Justo antes de que se produjera el desprendimiento, Rydstrom la miró a los ojos.<br />
—Iré a buscarte.<br />
Y desapareció en medio de un montón de polvo.<br />
—¡Rydstrom! —gritó ella, corriendo hacia el acantilado. «¡Oh, Dios! ¡Está demasiado oscuro...<br />
no puedo verle!»<br />
Sabine se recordó a sí misma que Rydstrom era un demonio formidable, y no un hechicero<br />
cualquiera. Podía sobrevivir a aquella caída y mucho más.<br />
Entonces se dio media vuelta y se enfrentó a los tigloths.<br />
—¿Por qué nos habéis atacado? ¿Habéis venido a buscarme? —Tal vez Omort hubiera ofrecido<br />
un rescate.<br />
—Es nuestra tierra. Habéis entrado sin permiso —contestó mientras rebuscaba en la mochila<br />
de Rydstrom y robaba todo lo que encontraba, incluida la espada. Era el más alto, lo que<br />
significaba que debía de ser el líder. —A ti te venderemos como esclava.<br />
«¿Esclava?» Los tigloths no sabían que era una hechicera; no les había mostrado su poder y no<br />
iba vestida como tal. Tampoco llevaba ninguna joya, y las campanillas azules de su cinturón no<br />
parecían de oro.<br />
«¿Les digo que soy princesa <strong>del</strong> reino de Omort o que soy la esposa <strong>del</strong> rey demonio?»<br />
Más valía que se le ocurriera algo pronto. Los tigloths no sólo eran traficantes de esclavos,<br />
también coleccionaban partes <strong>del</strong> cuerpo de sus enemigos como trofeos, que clavaban en los<br />
repugnantes chalecos que llevaban. Dedos y cueros cabelludos los adornaban. Uno de los<br />
hombrecillos lo llevaba completamente lleno de orejas, y estaba mirando las de Sabine con mucho<br />
interés.<br />
—Soy la hermana de Omort de Rothkalina. Y la ley dicta que pidáis un rescate por mí.<br />
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—Rescate, ganar dinero vendiéndote como esclava..., ¿cuál es la diferencia? —contestó otro<br />
con acento primitivo.<br />
Sabine había oído a hablar de los traficantes de esclavos, a los que Omort había dejado<br />
proliferar a cambio de un porcentaje de sus beneficios.<br />
—Ese demonio al que habéis atacado es el rey Rydstrom, y yo soy su esposa. Vendrá a<br />
buscarme, y cuando rebane vuestros asquerosos cuellos yo estaré animándolo.<br />
—¿Ata a su esposa? —preguntó otro.<br />
—Es un juego al que nos gusta jugar. No espero que alguien como tú lo entienda.<br />
<strong>El</strong> tigloth le soltó un bofetón.<br />
Sabine se tambaleó y sintió que la boca se le llenaba de sangre. Escupió al hombrecillo, y éste la<br />
abofeteó de nuevo el doble fuerte; a Sabine se le nubló la vista y se cayó al suelo. Entonces la<br />
levantó y se la echó al hombro. Estaba amaneciendo cuando el grupo inició la marcha...<br />
Horas más tarde, Sabine seguía sin tener noticias de Rydstrom ni de cualquier otro ser que<br />
pudiera ayudarla.<br />
¿Por qué no sentía aquella helada furia tan habitual en ella? ¿Dónde estaban las arcadas, los<br />
nervios? Por fin identificó lo que le estaba pasando y sintió asco de sí misma.<br />
«Confío en que Rydstrom venga a salvarme.»<br />
Con las manos atadas a la espalda, buscó su cinturón y tiró una de las campanillas hasta<br />
conseguir que cayera al suelo. Esperaba que el demonio entendiera que estaba sacrificando aquel<br />
oro para guiarlo hacia ella. Pero ¡el santurrón de Rydstrom seguro que ni se daría cuenta de su<br />
sacrificio! ¡Si le había tirado la diadema al agua como si fuera una manzana podrida!<br />
Al anochecer, Sabine estaba convencida de que toda la sangre <strong>del</strong> cuerpo se le había agolpado<br />
en la cabeza. Y también había asumido que el demonio quizá no fuera a buscarla. Antes de caer<br />
por el acantilado, estaba ya muy malherido.<br />
<strong>El</strong> miedo amenazaba con consumirla. Y ese miedo no era sólo por ella.<br />
Al atardecer, las arenas fueron convirtiéndose en rocas a medida que iban acercándose a otra<br />
montaña. Al llegar allí, los tigloths se metieron dentro, descendiendo hasta lo más profundo de<br />
una oscura mina.<br />
Por fin la soltaron y Sabine cayó sentada en medio de la oscuridad más absoluta, mientras oía<br />
cómo los hombrecillos merodeaban a su alrededor.<br />
Encendieron una hoguera, y no tardó en ver algo, y al instante deseó no haberlo hecho.<br />
Aquellas criaturas estaban cenando, arrancando huesos y carne, mirándola con renovado interés.<br />
Sabine inspeccionó la zona con la vista en busca de algo que la ayudara a escapar. Estaban en el<br />
punto neurálgico de una serie de minas, el lugar donde confluían tres de los túneles. <strong>El</strong> lugar tenía<br />
exactamente el aspecto que la hechicera se hubiera imaginado: un techo lleno de vigas con<br />
soportes por todas partes.<br />
Pero no había picos ni palas abandonados que pudiera utilizar para cortar las cuerdas. Y la<br />
espada de Rydstrom estaba fuera de su alcance, tirada entre las pertenencias que los tigloths les<br />
habían arrebatado.<br />
Cuando las criaturas terminaron de comer, el cabecilla no perdió ni un segundo y tiró de Sabine<br />
hasta colocarla debajo de él. <strong>El</strong>la no podía defenderse, pues seguía con las manos atadas.<br />
«Estoy más indefensa que cuando era pequeña.»<br />
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Un reguero de saliva colgaba de la comisura <strong>del</strong> deforme labio <strong>del</strong> tigloth, que se inclinó hacia<br />
su rostro para lamerla al mismo tiempo que le desgarraba la túnica en dos...<br />
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CAPÍTULLO 29<br />
Rydstrom recuperó el conocimiento de golpe y luchó frenético para quitarse de encima las<br />
rocas que lo habían cubierto con el desprendimiento. Cuando por fin consiguió moverse y se puso<br />
en pie, cada movimiento era pura agonía.<br />
Luchando contra el mareo que sentía como consecuencia <strong>del</strong> golpe en la cabeza, olfateó la<br />
noche en busca de Sabine al mismo tiempo que hacía inventario de las heridas de su cuerpo: tenía<br />
desgarrados los músculos de una pierna, varias costillas y una clavícula rotas. Un brazo fracturado.<br />
Y seguramente el cráneo partido...<br />
Detectó la esencia de la hechicera procedente <strong>del</strong> sur.<br />
Salió disparado en esa dirección, apoyándose más en la pierna buena e ignorando el dolor, pues<br />
iba en busca de lo que más importaba en la vida. Corrió durante kilómetros, ansioso por llegar<br />
hasta Sabine.<br />
No sabía si los tigloths habían sido enviados por Omort para que llevaran a la hechicera de<br />
regreso al castillo, no sabía si estaba dispuesta a seguirlos por voluntad propia. Pero el modo en<br />
que había gritado su nombre al verlo caer por el precipicio…<br />
Empezó a encontrar campanillas de oro en cada orilla que suponía habían cruzado los tigloths, y<br />
en cada riachuelo seco que atravesaban.<br />
Cuando Rydstrom se dio cuenta de que Sabine quería que la encontrara se emocionó<br />
enormemente, pero esa emoción pronto fue reemplazada por el miedo. Si aquellas criaturas no<br />
habían ido a buscarla para cobrar un rescate, entonces nada les impedía abusar de ella.<br />
La estaban llevando hacia la cordillera, probablemente a una de las minas que todavía<br />
quedaban ocultas en las montañas. <strong>El</strong> hábitat natural de aquella raza.<br />
Se secó el sudor y la sangre que le caían por los ojos y consiguió incrementar la velocidad. A<br />
base de fuerza de voluntad, sus músculos obedecieron y Rydstrom no tardó en llegar a la entrada<br />
de la mina. Penetró en ella sin dilación y descendió hasta las entrañas de la montaña.<br />
De repente, un grito de Sabine irrumpió en la oscuridad. A él se le paró el corazón y corrió hacia<br />
aquel desgarrador sonido...<br />
Con furia, Sabine dio un cabezazo al tigloth que tenía encima. Éste la abofeteó y a ella los ojos<br />
se le llenaron de lágrimas mientras trataba de recuperar el aliento.<br />
En ese momento vio a Rydstrom deslizándose entre las sombras. ¡Estaba vivo!<br />
A medida que el demonio iba acercándose, los cuernos le iban creciendo. Al llegar junto a la<br />
hoguera, recuperó sigilosamente su espada.<br />
Cuando el cabecilla de los tigloths volvió a manosear a Sabine para acercársela de nuevo, ésta<br />
le dijo entre dientes:<br />
—Tigloth, vas a hacerme una pregunta, y perderás la cabeza antes de oír la respuesta.<br />
—¿De qué estás hablando? —gritó la criatura.<br />
<strong>El</strong>la se limitó a sonreír al ver que Rydstrom blandía su espada.<br />
—Has secuestrado a la mujer <strong>del</strong> demonio equivocado —le dijo a la cabeza decapitada, al<br />
tiempo que se alejaba <strong>del</strong> repugnante resto <strong>del</strong> cuerpo.<br />
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Ante la muerte de su líder el resto clamaron furiosos. Rydstrom se colocó <strong>del</strong>ante de Sabine<br />
para protegerla.<br />
—¡Retroceded!<br />
Cuando los tigloths atacaron, levantando sus mazas, el demonio recurrió a la espada y a sus<br />
propias garras para defenderse. Uno trató de golpearlo por la espalda, pero él echó la cabeza hacia<br />
atrás y lo hirió con sus cuernos venenosos.<br />
Aguantó golpes que habrían derribado un árbol, y consiguió mantenerse en pie. Aunque estaba<br />
herido, era demasiado fuerte para ellos. Sabine observó fascinada cómo el incansable y astuto<br />
demonio luchaba, iluminado por el fuego, oculto entre las sombras de la mina.<br />
«Es mi marido.» ¡Por todos los dioses!, era un ser increíble. «Está luchando por mí.» Nadie,<br />
exceptuando a Lanthe, había hecho jamás algo así. Nunca, sin importar lo mucho que ella lo<br />
hubiera necesitado...<br />
Un tigloth mandó el enorme cuerpo de Rydstrom contra de las vigas que aguantaban el techo y<br />
la madera crujió a su alrededor. Con las manos atadas, Sabine no conseguiría salir de allí tiempo.<br />
Cuando la viga empezó a astillarse, ella llamó al demonio.<br />
Con un alarido de guerra, éste la cogió por la cintura y la sacó de allí justo antes de que el techo<br />
de la mina se derrumbara. Empezaron a caer rocas a diestro y siniestro, y entre ellas, también<br />
restos de los tigloths.<br />
«Sólo veo polvo.» Volvía a estar indefensa, en pleno ataque de tos y con la única alternativa de<br />
esperar. ¿Rydstrom habría conseguido salir?<br />
Esperó... un latido, otro. «Maldición, estúpido demonio, ¡no te mueras! ¡No te mueras!...»<br />
Rydstrom se abrió paso entre la polvareda. Estaba sangrando profusamente por una docena de<br />
heridas y le costaba respirar. Con el cejo fruncido de preocupación, cayó de rodillas frente a<br />
Sabine. Todavía estaba en pleno estado demoníaco, y parecía incapaz de dejar de mirarla a los<br />
ojos.<br />
Sabine se sentía muy aliviada de que estuviera vivo, y la gratitud que sentía porque hubiera ido<br />
a salvarla amenazaba con sobrepasarla.<br />
Entonces se acordó de que ella era una de las hechiceras más poderosas que existían.<br />
Aquella damisela en apuros podría haber dejado fuera de combate a aquellos energúmenos en<br />
cuestión de segundos si su marido no le hubiera atado las manos a la espada, dejándola así<br />
indefensa.<br />
Rydstrom la abrazó con tanta fuerza que Sabine casi gritó. Sintió en su propio cuerpo el<br />
doloroso sonido que salía <strong>del</strong> pecho de Rydstrom, mitad gemido, mitad sollozo.<br />
A salvo... segura... ¿furiosa? Sabine trató en vano de resistirse sin dejar de maldecirlo. <strong>El</strong> no dijo<br />
nada, sino que se limitó a abrazarla con fuerza, con el rostro de ella contra el torso, reteniéndola<br />
allí con sus poderosos brazos.<br />
Lo que más le molestaba a Sabine era que todo aquello podría haberse evitado. Manteniéndole<br />
las manos atadas, Rydstrom la había dejado indefensa.<br />
Pero ¿qué era lo que la ponía más furiosa? ¿Que su propia vida hubiera estado en peligro... o<br />
que lo hubiera estado la de él?<br />
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<strong>El</strong> demonio por fin se apartó y le recorrió el cuerpo con la vista en busca de heridas. Sus ojos se<br />
oscurecían a cada morado que descubrían. Cuando le levantó la falda, lo vio tragar despacio,<br />
temeroso de lo que pudiera encontrar.<br />
—No me han violado. Aunque no gracias a ti.<br />
<strong>El</strong> respiró hondo, luchando por mantener el control, y sus facciones demoníacas retrocedieron.<br />
Cuando le secó la sangre <strong>del</strong> labio, ella hizo una mueca dolor.<br />
—Sabine, estoy aquí...<br />
—Me han golpeado. Bien atada, como un presente para utilizado a su conveniencia.<br />
<strong>El</strong> demonio arrancó un trozo de la desgarrada túnica y la utilizó para cubrirle los pechos,<br />
después fue en busca de sus pertenencias. Sólo se alejó de ella lo necesario para recoger sus<br />
botas.<br />
—Si tenían intención de venderte como esclava, no tiene sentido que te golpearan, a no ser<br />
que los hicieras enfadar.<br />
—Sí, los provoqué. Y se supone que eso les daba derecho a abofetearme, ¿no es así?<br />
<strong>El</strong> regresó con las botas y se las puso.<br />
—¿Por qué los provocaste?<br />
—Porque eso me hizo sentirme bien —le respondió sin mirarlo, repitiendo lo que le había<br />
contestado el propio Rydstrom cuando ella le preguntó por qué había retado a Omort.<br />
—Quizá vengan más. —La ayudó a ponerse en pie. —Tenemos que salir de aquí.<br />
—¿No vas a soltarme? —Por su tono de voz era evidente que estaba algo histérica.<br />
—Estás enfadada porque te has encontrado en una posición vulnerable. Debería haberme<br />
mantenido más vigilante.<br />
—Maldita sea, Rydstrom, ¿incluso después de lo que ha pasado, no piensas desatarme las<br />
manos? ¡Estaba indefensa! Sí, me has salvado, pero eras tú el culpable de que estuviera en esa<br />
situación. Igual que cuando yo te salvé de Omort después de llevarte a Tornin. ¿Estás contento,<br />
demonio? Tú y tu paridad podéis sentiros satisfechos.<br />
—¿Contento? —soltó él. —Si te hubiera pasado algo… Maldita sea, tendré más cuidado. No<br />
dormiré.<br />
—Los tigloths no son las únicas amenazas que hay aquí fuera —dijo ella. —Hay bestias<br />
legendarias. Y, como bien sabes, podría ahogarme.<br />
—También sé que podrías huir de mí a la primera oportunidad que se te presentase —Al ver<br />
que ella negaba con la cabeza, Rydstrom dijo: —¡No tengo ninguna duda! Cada vez que me has<br />
dicho que querías quedarte conmigo has mentido. Ahora no tengo tiempo para esto. No voy a<br />
cambiar de opinión, y debemos salir de estas minas antes de que vengan a buscarnos.<br />
Su tono no admitía réplica, y, cuando la cogió por el brazo para sacarla de allí, Sabine le dejó<br />
que lo hiciera.<br />
Siguieron a<strong>del</strong>ante, avanzando a trompicones por el turbio túnel durante lo que parecieron ser<br />
kilómetros antes de conseguir salir a la superficie.<br />
Un nuevo paisaje les dio la bienvenida. Unos altos montes arenosos se levantaban <strong>del</strong>ante de<br />
unas colinas cubiertas de árboles. <strong>El</strong> sol de la tarde se cernía sobre ellos, y había ráfagas de viento.<br />
Más tierra, más caídas, más sufrimiento.<br />
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«Basta.» Sabine tiró <strong>del</strong> brazo hasta conseguir que Rydstrom la soltara. Ni en el mejor de los<br />
casos podría considerarse que ella hiera paciente... y ahora había llegado a su límite.<br />
Se detuvo.<br />
—Vamos, sigue. Estamos cerca. Puedo sentirlo.<br />
—Basta, demonio.<br />
—¿Qué?<br />
Sabine se sentó y se llevó las rodillas al pecho.<br />
—Tengo quemaduras por culpa <strong>del</strong> sol, estoy llena de morados y me muero de hambre. Me has<br />
atormentado sexualmente durante dos días. Una mina se ha derrumbado a mí alrededor sin que<br />
yo llevara nada de metal que me protegiera la cabeza, el cuello o el pecho. ¡Y no puedo moverme!<br />
¡Y, para colmo, me han secuestrado unos monstruos que pretendían venderme como esclava!<br />
«Y durante unos instantes, temí más por la vida <strong>del</strong> demonio que por la mía.» ¿Qué le estaba<br />
pasando?<br />
—No pienso dar un paso más hasta que me sueltes.<br />
—Sabine, métetelo en la cabeza: no pienso soltarte. ¡No pienso permitir que te alejes de mí,<br />
aunque sólo sea porque podrías estar embarazada de mi hijo! —¿Había echado los hombros hacia<br />
atrás como si se sintiera orgulloso de ello?<br />
—Es imposible.<br />
—Sí, ya sé que estuvimos juntos sólo una vez, pero podrías.<br />
—No hay ningún hijo... ¡No estoy embarazada!<br />
—¿Cómo lo sabes?<br />
—Lo supe pocos días después —contestó ella. —La Bruja pudo confirmarlo en seguida.<br />
—¿Y me dejaste creer que podías estar encinta? ¡Me mentiste!<br />
—¿Y por qué no iba a dejar que lo creyeras? ¡No tenía ni idea de qué pretendías hacer<br />
conmigo!<br />
—Cada día que pasa me das un motivo más para que no confíe en ti.<br />
—¿Sabes qué?, será mejor que me dejes las manos atadas, porque si me suelto te aseguro que<br />
me desquitaré. No puedo más. Si quieres seguir a<strong>del</strong>ante, tendrás que llevarme en brazos, porque<br />
yo no pienso moverme.<br />
—¿Crees que no lo haré? —Rydstrom la puso en pie<br />
—¡Estoy harta de ti! —le gritó ella. —¡Estoy harta de que me trates así! Y pensar que estaba<br />
preocupada... —Se mordió la lengua.<br />
—¿Y pensar que estabas qué? Ah, hechicera, ¿estabas preocupada por mí? —le preguntó él en<br />
tono de burla. Pero luego entrecerró los ojos y escrutó su rostro con detenimiento. —Estabas<br />
preocupada por mí.<br />
—¡Ja! Lo único que me preocupaba era mi propio pellejo —replicó Sabine, pero no le sostuvo la<br />
mirada. «Maldita sea, sabe que le estoy mintiendo.» Le dio una patada. —¡Suéltame ahora mismo!<br />
Rydstrom hundió los dedos en su melena y le echó la cabeza hacia atrás. Ambos se quedaron<br />
sin aliento. <strong>El</strong>la tenía la mirada fija en sus labios, y no pudo evitar recorrerse los suyos con la<br />
lengua. Vio que el demonio tenía también los ojos clavados en su boca.<br />
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Estaban a punto de besarse con aquel frenesí típico de ellos. Otra vez. Y Sabine no sabía si sería<br />
lo bastante fuerte como para resistirse...<br />
—¡Hola! —gritó una voz desde la distancia. —¿Hay alguien ahí?<br />
Los refugiados los habían encontrado.<br />
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<strong>El</strong> <strong>Beso</strong> <strong>del</strong> <strong>Rey</strong> <strong>Demonio</strong><br />
6° de la <strong>Serie</strong> <strong>Immortals</strong> <strong>After</strong> <strong>Dark</strong><br />
CAPÍTULLO 30<br />
Había demonios de la ira por todas partes.<br />
Al atardecer, Sabine y Rydstrom siguieron a un par de guardas <strong>del</strong> campamento, hacia una<br />
colina que precedía la mar de tiendas de campaña que ocupaban el llano.<br />
Cuando los encontraron, lo primero que quisieron saber era qué hacían fuera de los límites <strong>del</strong><br />
campamento, pues esa zona estaba llena de «bestias salvajes».<br />
Rydstrom se había limitado a ordenarles que lo llevaran ante el demonio que estuviera al<br />
mando. Iba sin camisa y todavía tenía sangre seca en el torso, pero en apariencia se lo veía<br />
estable, aunque no calmado.<br />
En aquel preciso instante, Sabine y él se adentraban con los guardas en el campamento,<br />
esquivando lo que debían de ser cientos de demonios. La hechicera los miraba con fijeza, y ellos le<br />
devolvieron la mirada. Se oían cuchicheos a su alrededor, y las hembras comentaban atónitas su<br />
escaso atuendo. Las diablesas de aquella especie iban siempre muy tapadas, con faldas<br />
innecesariamente largas y camisas abrochadas hasta el cuello.<br />
Una hechicera menos valiente que Sabine se habría sentido incómoda al tener que pasearse<br />
por allí con sólo un retal de tela tapándole los pechos, una microfalda y un montón de arena, no<br />
mencionar que seguía con las manos atadas a la espalda. Pero ella miró a su alrededor con cara de<br />
aburrimiento.<br />
Si algún demonio le recorría el cuerpo con mirada lasciva, notaba cómo la mano con la que<br />
Rydstrom la sujetaba apretaba con más fuerza, y sus cuernos ya habían empezado a levantársele.<br />
Sabine estudió el lugar y suspiró exasperada. «Tornin es un castillo medieval, éste es un reino<br />
medieval con gente medieval.» ¿Por qué la sorprendía pues que aquel lugar pareciera sacado de<br />
feria de la época?<br />
<strong>El</strong> «alojamiento» consistía en una serie de tiendas de campaña con elaborados bastidores que<br />
colgaban de la parte superior estandartes que ondeaban al viento. Sabine reconoció los colores de<br />
varias familias de nobles. Allí había demonios de todo el reino.<br />
Los guardas los llevaron hasta un pabellón de dimensiones considerables. Dentro había<br />
reunidos unos demonios muy bien vestidos que sin duda pertenecían a la nobleza.<br />
—¿Qué estabais haciendo fuera de los límites <strong>del</strong> campamento? —repitió a Rydstrom la<br />
pregunta uno de ellos. —A todos se os ha informado de los peligros de este lugar.<br />
—No formamos parte de esta colonia. Venimos de fuera.<br />
—Bueno, pues aquí no cabe nadie más —contestó el mismo de antes. —Apenas podemos<br />
suministrar alimentos a todos los que han venido.<br />
—Pues más os vale hacerme sitio. Soy Rydstrom, vuestro rey. Después <strong>del</strong> alboroto inicial, se<br />
hizo el silencio.<br />
—¡Hace siglos que Rydstrom no viene a esta dimensión!<br />
—Pero la cicatriz...<br />
Se rumorea que fue capturado por una hechicera.<br />
—¿Una hechicera? —intervino Sabine. —Mejor di la hechicera...<br />
—Soy vuestro rey —los interrumpió Rydstrom. —Y me estoy hartando de esto.<br />
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—Es cierto —dijo una diablesa desde atrás. —Es él.<br />
Se acercó a ellos. Era atractiva, tenía una larga melena castaña y unos brillantes cuernos<br />
pequeños. Y ah, claro, iba vestida con tonos pastel. Sabine la apuntó en su lista negra.<br />
Rydstrom entrecerró los ojos al mirarla.<br />
—¿Te conozco?<br />
La pregunta pareció sorprenderla.<br />
—Yo... sí, sí me conocéis. Soy Durinda. Era una de las damas de compañía de una de vuestras<br />
hermanas en Tornin. —Un pequeño demonio, de más o menos unos seis años de edad, sacó la<br />
cabeza por entre las faldas de Durinda. —Y éste es Puck. —Le atusó el rubio pelo. —Es el hijo de<br />
mi mejor amiga.<br />
A Puck le faltaba un colmillo de leche y se quedó embobado mirando a Sabine. Lo que pareció<br />
molestar a Durinda, porque le dijo al pequeño que se fuera inmediatamente.<br />
La hechicera se había convertido en el centro de atención. Con todas las miradas fijas en ella,<br />
Rydstrom volvió a hablar:<br />
—Mi prisionera, Sabine, <strong>del</strong> castillo de Tornin.<br />
Todos se quedaron boquiabiertos y la sala volvió a alborotarse<br />
—¿La hermana de Omort?<br />
—¿La Reina de los Espejismos?<br />
—¡Nos matará mientras durmamos!<br />
<strong>El</strong>la levantó la barbilla y miró a Rydstrom.<br />
—¿Así que ahora sólo soy tu prisionera? ¿Por qué no me has presentado como tú...?<br />
—Silencio.<br />
Él le apretó el brazo con tanta fuerza que Sabine hizo una mueca de dolor y decidió quedarse<br />
callada. De momento.<br />
Rydstrom se dirigió entonces al demonio que parecía estar mando.<br />
—¿Es aquí donde se abrirán los portales hacia la otra dimensión?<br />
—Sí, mi señor —respondió él. —Dentro de cuatro días.<br />
Sabine se dio cuenta de que Durinda parecía haberse quedado hipnotizada mirando el<br />
musculoso torso de Rydstrom. Había algo en la mirada de aquella diablesa que hizo que Sabine se<br />
acercara a él; en verdad, se le pegó tanto que Rydstrom la miró extrañado.<br />
Tal vez ella no terminara quedándose con su marido, pero por el momento le pertenecía, y a<br />
ella jamás le había gustado compartir.<br />
—Estoy segura de que estáis cansado <strong>del</strong> viaje, mi señor —dijo Durinda. —Podéis quedaros en<br />
mi tienda, y ya encontraremos algún lugar para... ella.<br />
—<strong>El</strong>la se queda conmigo —decretó él.<br />
—Por... por supuesto. —Durinda palideció al escuchar su tono de voz.<br />
—Durinda —dijo Sabine, —gracias por tu hospitalidad.<br />
«Qué menos.»<br />
A pesar de que los hombros de la diablesa se tensaron, los guió hasta su tienda. La lona era de<br />
color azul cielo con rayas grises, y había unas telas decorativas a ambos lados de la entrada. En<br />
conjunto la tienda era muy llamativa, y denotaba riqueza.<br />
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<strong>El</strong> interior se había decorado con los mismos colores. En una esquina había un camastro gris,<br />
con una preciosa colcha azul. Del techo colgaban farolillos de papel estampados a juego.<br />
Si Sabine tuviera una tienda sería granate, con atrevidos remaches dorados. «De oro de verdad.<br />
Lo que me merezco.»<br />
—Eso es todo, Durinda —dijo entonces la hechicera en el tono más distante de que fue capaz.<br />
La diablesa se fue indignada.<br />
Tan pronto como se cerró la cortina que hacía las veces de puerta, Rydstrom dijo:<br />
—¿Era necesario que te comportaras así?<br />
—Sí —contestó ella mirándolo. —Realmente sí.<br />
«¡Esa arpía le estaba tirando los tejos a mi marido!»<br />
—Nos hace un favor al dejarnos dormir aquí.<br />
—No es verdad. Eres su rey, lo que significa que esta tienda todo lo que haya en este<br />
campamento y en este maldito reino es tuyo. Y dado que yo soy tu reina, mío también. ¿Por qué<br />
iba agradecerle a nadie algo que ya es mío?<br />
Cuando Rydstrom empezó a apagar las velas de los farolillos ella volvió a hablar.<br />
—¿Y por qué no les has dicho que estamos casados?<br />
Después de todo lo que habían pasado, ¿él ni siquiera la reconocía públicamente como a su<br />
reina? Sabine no pudo evitar recordar una cosa que le había dicho Omort: «Qué decepcionado<br />
debe de sentirse el demonio al saber que...».<br />
¿Rydstrom se avergonzaba de que ella fuera su compañera?<br />
—La gente lo sabrá tarde o temprano. Más te vale admitir que estamos casados.<br />
—Sabine, ambos estamos heridos y exhaustos —dijo él, cogiéndola de la mano para tumbarla<br />
en la cama. —Ya hablaremos mañana.<br />
<strong>El</strong>la se sentía desconcertada en más de un sentido. Hacía menos de cuatro horas que habían<br />
llegado allí y tal vez pudiesen pasarse sin la escenita. Pero tenía todo el derecho <strong>del</strong> mundo a<br />
seguir enfadada por cómo la había tratado durante su cautiverio.<br />
«Maldita sea, ¿se avergüenza de mí?»<br />
A lo largo de las dos últimas noches en que habían dormido juntos, Sabine se había dado cuenta<br />
de dos cosas: cuando Rydstrom la abrazaba, la sujetaba como si fuera su tesoro más preciado. Y<br />
siempre que él hacía eso, ella se quedaba profundamente dormida.<br />
Esa noche aceptó gustosa el ritual. <strong>El</strong> calor que emanaba <strong>del</strong> cuerpo <strong>del</strong> demonio era casi<br />
palpable, como si la acariciara en la oscuridad. <strong>El</strong> mundo no tardaría en desvanecerse...<br />
Sabine se despertó en mitad de la noche, parpadeó varias veces y vio que Rydstrom estaba<br />
mirándola. Se lo veía tan cansado...<br />
—No más pesadillas, mi amor.<br />
¿Habría visto alguno de sus sueños? No recordaba qué había soñado...<br />
Él le besó el pelo.<br />
—Ahora estás a salvo. —Deslizó una mano hasta su cara y la acarició muy, muy despacio. La<br />
caricia que depositó en su mejilla fue la más suave que le hubiesen hecho jamás. Era como si<br />
Rydstrom estuviera tratando de dar con el modo de no asustarla.<br />
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<strong>El</strong> último pensamiento que cruzó la mente de Sabine antes de dormirse de nuevo fue: «Si no<br />
voy con cuidado, podría acostumbrarme a estar casada con un demonio...»<br />
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CAPÍTULLO 31<br />
—Retro-Amish. Qué... bonito —dijo Sabine cuando Rydstrom le llevó ropa al día siguiente.<br />
<strong>El</strong> estaba encantado de ver que el cuerpo de Sabine se había curado completamente durante la<br />
noche.<br />
<strong>El</strong>la se acababa de despertar, pero él ya se había bañado en unas aguas termales cercanas, se<br />
había puesto ropa nueva y se había reunido con el portavoz de los nobles, que se morían de ganas<br />
de cederle el gobierno —y los problemas— <strong>del</strong> campamento.<br />
La curiosidad acerca de Sabine había ido en aumento. «¿Era concubina <strong>del</strong> rey o su prisionera, o<br />
ambas cosas a la vez?» Rydstrom no comentaba nada al respecto, lo único que hizo fue ordenar<br />
que, aunque siguiera atada, se le mostrara el máximo respeto, y todo el mundo tenía que<br />
obedecer esa orden.<br />
Sabine asintió al ver la ropa.<br />
—Déjame adivinar: ¿es de Durinda?<br />
—Sí, cortesía suya.<br />
La diablesa le había enseñado el campamento a Rydstrom, seguidos en todo momento por el<br />
pequeño Puck. Éste era un huérfano que Durinda confiaba poder acoger en el futuro. A pesar que<br />
era obvio que conocía perfectamente a Rydstrom, éste no se acordaba dónde la había visto antes.<br />
Pero era bastante amigable y el chico le recordaba a Cadeon cuando tenía esa edad. «Tiene la<br />
misma edad que tenía mi hermano cuando lo envié a vivir <strong>del</strong> castillo.»<br />
Durinda, y otros muchos, se dieron cuenta de la poca ropa llevabas ayer por la noche. Aquí se<br />
lleva un estilo más conservador.<br />
Desde la noche anterior, todo el campamento se había enterado de quiénes eran los recién<br />
llegados. La gente no se sentía cómoda al saber que había una hechicera entre ellos, aunque<br />
miraran a Rydstrom con... esperanza. Pensaban que éste mejoraría sus condiciones de vida.<br />
Sobre los hombros de él pesaba una enorme responsabilidad. Mirara donde mirase había cosas<br />
por hacer. Y había escasez de comida. Toda la caza de los alrededores se había agotado, y los<br />
cazadores tenían que ir cada vez más lejos, cosa que podía suponer poner su vida en peligro.<br />
Rydstrom deseaba contar con alguien con quien hablar de esos asuntos. Deseaba que ese<br />
alguien pudiera ser Sabine. Pero, hasta el momento, ellos sólo habían tenido una conversación<br />
seria.<br />
—¿Un estilo más conservador, Rydstrom? ¿No querrás decir carca?<br />
—Llámalo como quieras.<br />
—No pareces tan enfadado como ayer por la noche —observo. —¿No estás molesto por lo <strong>del</strong><br />
bebé, porque no esté embarazada?<br />
<strong>El</strong> había estado reflexionando sobre ese tema toda la noche. Al principio, pensaba que Sabine<br />
se había preocupado por él. Ahora tenía la teoría de que había querido ver y oír cosas en las<br />
palabras de la hechicera que en realidad no estaban allí. Pero deseaba que ella también quisiera<br />
estar con él, que sintiera algo por él.<br />
—No, no me enfadé por lo <strong>del</strong> embarazo, sino por el engaño. Ahora me alegro de que no lo<br />
estés.<br />
—¿Ah, sí? —preguntó incrédula.<br />
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—Sé muy poco de niños o de cómo se forma una familia pero estoy convencido de que los<br />
padres no tienen que odiarse.<br />
—Rydstrom, yo no te odio.<br />
—Eso no es lo que dijiste.<br />
—Ayer estaba furiosa. Mira, me merezca o no lo que he vivido estos dos últimos días, han sido<br />
muy difíciles para mí. Y tu mujer no tiene un carácter templado ni en las mejores circunstancias.<br />
<strong>El</strong> frunció el cejo, y dijo ausente:<br />
—Quizá un baño de agua caliente sería de agradecer —prosiguió ella, que parecía de lo más<br />
razonable.<br />
Y Rydstrom se detestó a sí mismo porque lo primero que pensó fue: «¿Qué debe de estar<br />
tramando?».<br />
—¿Volantes? Tu venganza es demoníaca y odiosa, Rydstrom.<br />
Cuando Sabine terminó de bañarse, él la vistió con una ancha falda larga hasta los tobillos y una<br />
blusa de manga larga con — estremeció al verlo— esas cosas que volaban.<br />
Un simple corsé y enaguas le sirvieron de ropa interior, mientras unas suaves zapatillas le<br />
cubrían los pies.<br />
—¿Y cómo se supone que voy a dar una patada con estas cosas? —dijo, mirándose las zapatillas<br />
con el cejo fruncido.<br />
—Es que no vas a dar ninguna.<br />
—¿Has visto alguna vez fotos de gatos vestidos por humanos? Pues así de ridícula me siento yo<br />
ahora.<br />
—Bien. Así te bajará un poco el ego —contestó, mientras la acompañaba de vuelta a la tienda.<br />
—Lo dudo. Lo tengo demasiado fuerte, demonio. ¿Así que crees que las mujeres deberían ir<br />
vestidas de esta forma? Eres viejo carcamal.<br />
Creo que las mujeres deben vestirse como les plazca. Dentro de unos límites razonables.<br />
Iba a replicar a ese último comentario cuando se dio cuenta de que la gente dejaba de hacer lo<br />
que estuviera haciendo para escupir en el suelo a su paso.<br />
—Menuda popularidad tengo aquí. Resulta un poco incómodo ver tanta adoración.<br />
—No puedo culparlos por lo que sienten.<br />
—¿Qué?<br />
—Están entre los más duramente tratados por Omort, de ahí su determinación en arriesgar el<br />
reino de Grave para liberarse de su yugo.<br />
—¿Y me odian a mí por lo que ha hecho Omort? ¿Has oído de algún caso en el que yo haya<br />
hecho daño a esta gente?<br />
—No, pero tampoco he oído de ninguno en que los hayas ayudado.<br />
—Pues claro que no. Yo nunca ayudaré a nadie, a no ser que tenga algo que me interese.<br />
Porque tengo un cerebro en la cabeza. <strong>Demonio</strong>, esperas cosas de mí que yo simplemente no<br />
puedo darte. Y deseas ver en mí cosas que no soy. Yo siempre mentiré, haré trampas y robaré...<br />
—Y matarás a todo aquel que defienda su oro.<br />
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—Has visto mis sueños.<br />
—Así es. Y vi a tu madre. Y cómo te enterraban.<br />
<strong>El</strong>la tragó saliva. «No tengas lástima de mí. Ni te atrevas.»<br />
—Eres fuerte, Sabine. Si pudieras atenuar tu fuerza con...<br />
—¿Con qué? ¿Con compasión? ¿Amabilidad? ¿Piedad?<br />
—¿Por qué no?<br />
—Rydstrom, no sabría por dónde empezar... —Se apartó un poco al pasar junto a Durinda.<br />
La preciosa diablesa sonreía a su rey. <strong>El</strong> la saludó.<br />
A Sabine no le gustó en absoluto ese intercambio. Tenía q reconocer que estaba celosa. Había<br />
experimentado ese sentimiento ya antes de conocer a Rydstrom, pero había sido por cosas<br />
objetos que otros tenían y ella no.<br />
Ahora se sentía como si Durinda le hubiera echado mano a oro. Se preguntaba qué pensaría<br />
«su oro» de ello, así que levan la mirada hacia su marido.<br />
—¿Crees que es posible desear a otra después de encontrar tu compañera?<br />
—Depende de lo mucho que uno la quiera.<br />
—Entonces, es buena señal que tú estés obsesionado conmigo.<br />
—¿Por qué? ¿Te preocupa que pueda desear a otra?<br />
Pudo evitar responder a la pregunta porque en ese instante inició una pelea entre chicos cerca<br />
de ellos.<br />
Durinda se apresuró a separar a Puck de la refriega. Se estaba peleando con otros mucho<br />
mayores que él, cosa que mereció por un instante la atención de Sabine. Era muy guapo para ser<br />
un demonio.<br />
Seguramente se habrían metido con su nombre.<br />
—¿A qué padres se les ocurre ponerle a su hijo un nombre que se preste tanto a mofarse de él?<br />
—A unos muertos —contestó rápidamente Rydstrom. Ambos están muertos, Sabine. Además,<br />
el niño tiene problemas porque es huérfano y todavía no ha sido acogido por ninguna familia.<br />
—¿Qué pasa con Durinda? ¿Por qué no es ella su nueva madre?<br />
—Porque no está... casada.<br />
—<strong>El</strong> demonio acaba de hacer su primer chiste. —¿Lo decía en serio? —Es imposible que hayas<br />
dicho eso.<br />
Se pasó la mano por la nuca.<br />
Cuando Durinda le habló a Puck en demoniaco, Sabine preguntó:<br />
—¿Qué le está diciendo?<br />
—Que esa pelea no arreglará nada.<br />
—¿Estás... de broma? —Antes de que Rydstrom pudiera detenerla, Sabine gritó: —¡No le hagas<br />
caso, chico! ¡Las peleas lo solucionan todo! ¡Sólo tienes que asegurarte de ganarlas!<br />
—¡Ya es suficiente! <strong>El</strong> chico no te entiende como los otros. Se crió en un pueblecito de<br />
campesinos y sólo habla demoníaco.<br />
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—Estarás de acuerdo con lo que le he dicho sobre las peleas, ¿no es así? ¡Este mundo se ha<br />
vuelto loco! Dime que no le enseñarás a nuestro hijo a no pelear, porque eso sería suficiente<br />
motivo para romper el compromiso.<br />
Se acercó a ella, mirándola desde arriba.<br />
—No sabía que siguiéramos en negociaciones —dijo con voz grave.<br />
«<strong>Demonio</strong> sexy.» Tragó saliva y se preguntó si llegaría el día en que no se emocionara tanto<br />
cada vez que él se le acercaba. A continuación se reprendió a sí misma.<br />
—Nuestras negociaciones se encallaron antes de que decidieras obligarme a hacer este jodido<br />
viaje en el tiempo —le contestó.<br />
Los proyectiles salieron de la nada. Sabine bajó la cabeza buscando protegerse. Se miró la fea<br />
blusa, que se había vuelto todavía más fea.<br />
Algunos chicos le habían lanzado tomates podridos, que estallaron contra su pecho. Los miró<br />
incrédula. Si eso hubiera pasado en otro momento de su vida, alguien estaría a punto de morir.<br />
Apretando los dientes, le dijo a Rydstrom:<br />
—¡Desátame ahora mismo! —Las uñas se le estaban clavando en las palmas, haciéndole<br />
sangre.<br />
Lanzó una amenazadora mirada hacia donde estaban los jóvenes demonios y los padres<br />
aparecieron al instante presentando sus más sinceras disculpas.<br />
Rydstrom les dijo:<br />
—Volveré para solucionar este asunto. —Y se dirigió con ella hacia la tienda.<br />
—¿Eso es todo lo que vas a hacer? ¡No es suficiente, Rydstrom! —Se zarandeó contra él. —<br />
¡Desátame las jodidas manos!<br />
—¿Para qué? ¿Para que puedas matar a algún chico confuso?<br />
—No, sólo haré que tengan pesadillas el resto de sus vidas —Por cómo la gente la estaba<br />
mirando, supo que debía de tener los ojos de un azul rabioso.<br />
Una vez llegaron a la tienda, él la dejó sobre el colchón que había en un extremo. Se quedó<br />
atónita al ver que, mientras habían estado fuera, alguien había clavado una estaca en el suelo.<br />
Atada a ella había un trozo de cuerda.<br />
«No. <strong>El</strong> demonio no se va atrever a...»<br />
Rydstrom cogió una toalla <strong>del</strong> mueble donde se guardaba la ropa de cama, y la hundió en un<br />
cuenco de agua. A continuación, le quitó la camisa y le pasó la toalla por el cuerpo para limpiarle<br />
los restos de tomate, y luego volvió a vestirla con otra horrenda blusa.<br />
—¿Y cómo castigarás a esos pequeños gamberros?<br />
—Les voy a decir a sus padres que me has pedido que sea indulgente con ellos.<br />
—Vaya, qué astuto. Ya estás trabajando para mejorar la imagen que tienen de mí. Lástima que<br />
sea una mentira. Y el buen rey Rydstrom nunca miente.<br />
—Cuando haya salido de esta tienda, no será una mentira.<br />
—¡Nunca!<br />
—Entonces no podrás enviarle una nota a tu hermana, aunque haya encontrado a alguien<br />
convencido de que podrá hacérsela llegar a Tornin.<br />
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—¿De verdad? Oh, perfecto. <strong>Rey</strong> Rydstrom, ¿serás por favor Indulgente con los pobres,<br />
equivocados pequeños que han lanzado verduras podridas sobre mí?<br />
—Estaré encantado de hacerles llegar ese mensaje. —¿Estaba girando la larga cuerda clavada<br />
en la estaca?<br />
—¡Ni se te ocurra!<br />
Cuando él se agachó para atarle el tobillo, ella intentó darle una patada con las inútiles<br />
zapatillas que llevaba puestas. Pero Rydstrom le cogió la pierna, manteniéndose inmóvil mientras<br />
hacía los nudos. Cuando finalizó esa tarea, se dirigió a la salida.<br />
—¿Adonde crees que vas? ¡No me puedes dejar así!<br />
Él se detuvo con una mano en la cortina y miró a la hechicera.<br />
—Siempre buscas problemas cuando sales. Tengo mucho que hacer y no puedo estar<br />
vigilándote en todo momento.<br />
—Pues entonces suéltame.<br />
—No vas a tener esa suerte. —Le señaló el tobillo. —Tienes cuerda suficiente para llegar hasta<br />
el guarda de fuera.<br />
—¿Guarda? —gritó. —¿Crees que puedo escapar...? —Se le apagó la voz. —Una vez más me<br />
dejas indefensa.<br />
—<strong>El</strong> guarda no permitirá que te pase nada.<br />
—¿Y mientras qué haré yo?<br />
—Estar aquí sentada. Reflexionar sobre por qué a la gente le apetece tirarte cosas.<br />
Mientras él se agachaba para salir de la tienda, Sabine le gritó:<br />
—¿Me dejas atada como un perro? ¡Pues entonces será mejor te acuerdes de que esta zorra<br />
muerde!<br />
Rydstrom se fue.<br />
Pasó una hora antes de que se volviera a abrir la cortina de la tienda. Para su sorpresa, era el<br />
niño, Puck.<br />
—¿Qué quieres? —le espetó, y cerciorándose de que no llevaba vegetales consigo. —¿Vienes a<br />
lanzarme tomates?<br />
Una vez dentro, el pequeño se sacó una navaja <strong>del</strong> bolsillo. «Excelente.» Iba a pincharla un crío<br />
que apenas había dejado los pañales.<br />
Entonces lo vio sacar un trozo de madera <strong>del</strong> otro bolsillo Se sentó en el suelo a su lado y<br />
empezó a tallar la madera.<br />
«Oh».<br />
—¿Puedes hacerme una estaca para clavarla en un ojo? ¿Para Rydstrom? —Puck frunció el cejo<br />
al no entender sus palabras— O, mejor aún, podrías utilizar la navaja para cortarme estas<br />
ataduras.<br />
<strong>El</strong> pequeño sonrió sin saber de qué le estaba hablando.<br />
A Sabine no le gustaban los niños, y después de intentar repetidamente hacerle saber a aquél lo<br />
que debía hacer para ayudarla en su intento de fuga y no conseguirlo, su presencia empezó a serle<br />
molesta.<br />
—Tú... Vete.<br />
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Él ni se inmutó.<br />
Con un tono exageradamente alto, dijo:<br />
—¡Ya me has enseñado lo buen tallador de madera que eres! Ahora vete de aquí de una<br />
maldita vez. Tengo cosas importantes en las que pensar. Nada de nada.<br />
—¡Oh, ya lo pillo! Representas el papel <strong>del</strong> buen huérfano. Intentas gustarme, así quizá tengas<br />
alguna posibilidad de que te adopte, ya que yo sí estoy casada. Por supuesto, tienes un gusto<br />
maravilloso, pequeño demonio. ¡Ay! Pero has cometido un pequeño error. Yo no tengo instinto<br />
maternal.<br />
Puck se limitó a ladear la cabeza. Entonces tendió la mano como si quisiera darle algo.<br />
A la hechicera le gustaba recibir regalos.<br />
—¿Qué es? Déjame ver. —Puso los ojos en blanco. —Lo siento, estoy atada aquí y no puedo<br />
moverme... No puedo alargar la mano.<br />
Él dejó algo sobre su rodilla; algo pequeño y de color blanco. Sabine se había dado cuenta de<br />
que le faltaba el colmillo inferior. ¡Ahora ya sabía dónde estaba!<br />
Y, obviamente, llevaba muchísimo tiempo guardándolo.<br />
—Oh, esto no está bien. —Puso cara de disgusto, y no sólo porque le repugnase. —¿No sabes<br />
que puedes conseguir oro por ese colmillo? ¿Qué diablos te pasa?<br />
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CAPÍTULLO 32<br />
Rydstrom jamás se habría imaginado que pudiera hacerlo tan feliz ver celosa a la hechicera.<br />
Sabine tenía celos de Durinda. Y a lo largo de los dos últimos días había dado repetidas muestras<br />
de ello.<br />
Quizá fuera señal de que empezaba a sentir algo por él, cosa que él sólo se había atrevido a<br />
soñar.<br />
<strong>El</strong> rompecabezas de Sabine era cada vez más complejo.<br />
Era verdad que Rydstrom se pasaba gran parte <strong>del</strong> día con la diablesa, pues ésta le estaba<br />
ayudando a organizar las cosas para cruzar el portal hacia la otra dimensión. Los grupos se habían<br />
formado según los diferentes destinos. La mayoría querían ir a ciudades afines a la Tradición,<br />
como por ejemplo Nueva York o Savannah. Si uno estaba dispuesto a pagar un poco más, podía<br />
darle al encargado <strong>del</strong> portal las coordenadas exactas.<br />
Trasladar a tantos individuos de golpe no estaba exento de dificultad. Si de repente aparecían<br />
mil demonios en medio de Savannah, alguien terminaría por darse cuenta.<br />
Mientras trabajaba con su gente preparándolos para el nuevo mundo, se avergonzó de haberse<br />
sentido resentido con ellos, de haber maldecido su responsabilidad. Rydstrom descubrió que su<br />
pueblo era honrado, muy trabajador y práctico.<br />
Durinda le fue de inestimable ayuda en la preparación de todo, y Rydstrom disfrutaba de su<br />
compañía. Ambos compartían parte de un mismo pasado y podían hablar sobre los buenos<br />
tiempos de Tornin. Al demonio le gustaba conversar con ella sobre el castillo, recordar sus<br />
momentos de gloria, e intentar borrar de su mente lo que había presenciado tan sólo unos pocos<br />
días atrás.<br />
También hablaban de Mia, Zoë y Cadeon. Durinda le dijo que uno de los motivos por los que<br />
era tan protectora con Puck era porque le recordaba muchísimo a Cadeon a su edad. A Rydstrom<br />
también.<br />
Éste recordaba que su hermano había sido un niño desgarbado. Cuando le salieron los cuernos<br />
se puso frenético, y le picaban tanto que se frotaba contra todo lo que encontraba, incluso con las<br />
paredes <strong>del</strong> castillo. Iba dejando arañazos por todas partes, todos a un metro de altura, más o<br />
menos.<br />
Rydstrom jamás hubiera creído posible que algún día echaría de menos a Cadeon, pero así era.<br />
A lo largo de los siglos, habían peleado juntos contra muchísimos adversarios, y a menudo el uno<br />
contra el otro. Antes de conocer a Sabine, Cade era el único capaz de ponerlo furioso. Rydstrom se<br />
rió. Seguro que cuando la hechicera y Cadeon se conocieran, se llevarían muy bien.<br />
Pero a pesar de tener una relación tirante, los dos hermanos casi nunca se separaban. Iban<br />
tanto juntos que en la Tradición casi todo el mundo se refería a ellos como «los Woede». Cadeon<br />
vivía en la casa que Rydstrom tenía junto a la piscina de su mansión.<br />
<strong>El</strong> demonio acababa de enterarse de que muchos se habían sumado a los rebeldes alentados<br />
por el éxito de Cadeon en la búsqueda de la espada. Estaba muy orgulloso de su hermano.<br />
Sorprendido, pero orgulloso...<br />
Rydstrom y Durinda tenían otra cosa en común: ella iba a viajar a la otra dimensión para<br />
casarse de mala gana con un demonio al que, de momento, se negaba a reconocer como su<br />
compañero.<br />
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—Él está convencido de que estamos destinados a estar juntos —le dijo. —Pero yo no lo veo<br />
tan claro. No tenemos absolutamente nada en común. No creo que haya dos personas en el<br />
mundo que hagan peor pareja que nosotros.<br />
Durinda no sabía de lo que estaba hablando.<br />
Rydstrom y Sabine eran polos completamente opuestos, él no tenía ninguna duda de que ella<br />
era su compañera. A pesar de que se moría de ganas de volver a hacerle el amor a su hechicera, y<br />
de que estaba ansioso por marcarla, iba a ir despacio. Primero estaba decidido a ganarse su<br />
confianza. A conquistarla para el resto de la eternidad.<br />
Cada día que pasaba allí, Sabine no podía evitar encariñarse más y más con el demonio.<br />
En aquel mismo instante, estaba mirándolo prepararse para salir, y se dio cuenta de que no<br />
había empezado a considerarlo en serio como su posible compañero hasta que él escapó de sus<br />
cadenas. Sabine sentía mucho respeto por el poder, se sentía atraída por éste, y, mientras fue su<br />
prisionero, Rydstrom había estado indefenso. Ahora emanaba de él tanta autoridad, tanta fuerza,<br />
que la gente lo seguía dijera lo que dijese.<br />
Y a pesar de que ahora estaba rodeado de su pueblo, Sabine tenía la sensación de que seguía<br />
sintiéndose solo. «<strong>El</strong> demonio, siempre alejado de todos.»<br />
Por desgracia, la creciente atracción que Sabine sentía no era correspondida.<br />
Rydstrom pasaba cada vez más tiempo con Durinda, y dejaba a Puck con ella para hacerla<br />
enfadar. Debía de considerar que el pequeño demonio estaría a salvo de su mala influencia gracias<br />
a que todavía no entendía la lengua común. Y Sabine aún no había encontrado el modo de<br />
quitarse de encima al diablillo. Éste entraba tímidamente en la tienda, y cada día le llevaba un<br />
regalo. Un día fue una libélula muerta, otro, una piedra. Rydstrom seguía acompañando a Sabine a<br />
las aguas termales cada mañana. Cuando pasaban por <strong>del</strong>ante de Durinda y los suyos, la diablesa<br />
se comportaba de un modo muy familiar con el demonio, y a Sabine eso la ponía frenética.<br />
De noche, él seguía abrazándola al irse a dormir. Dado que ahora dormía cinco o seis horas<br />
cada noche, Sabine tenía muchas pesadillas. Siempre que se despertaba, Rydstrom estaba allí,<br />
acariciándole el pelo con ternura.<br />
La noche anterior, le había dicho con voz ronca:<br />
—Tranquila, cariño, estoy aquí.<br />
Se le ponía la piel de gallina cada vez que se acordaba.<br />
Pero Rydstrom no había vuelto a intentar nada sexual, a pesar de que ella había notado su<br />
erección contra la espalda. Esa abstinencia voluntaria por parte <strong>del</strong> demonio la tenía muy confusa,<br />
y habría dado cualquier cosa por poder hablar con su hermana y preguntarle qué podía estarle<br />
pasando a su marido. Lanthe era la gurú <strong>del</strong> amor. Seguro que ella sabría decirle a qué estaba<br />
jugando Rydstrom.<br />
¡Por todos los dioses!, la echaba muchísimo de menos. Nunca habían pasado tanto tiempo<br />
separadas. Rydstrom había cumplido su promesa y había dejado que le mandara un mensaje a<br />
Lanthe.<br />
La segunda noche después de llegar al campamento, había aparecido en la tienda con un trozo<br />
de papel y una pluma. Pero si había creído que ésa sería su oportunidad de escapar, se había<br />
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llevado un gran chasco. Rydstrom le soltó sólo una mano y le sujetó la otra a la espalda, Y se<br />
quedó a su lado, mirando por encima <strong>del</strong> hombro, durante todo el rato.<br />
—Limítate a decirle que te llevo a la otra dimensión dijo. —<strong>El</strong> mensaje no llegará a Tornin hasta<br />
que nosotros nos hayamos ido.<br />
—Sabrá que nos dirigimos a Nueva Orleans, y Omort mandará allí a sus asesinos.<br />
—Sí —se limitó a responder él.<br />
Cuando Sabine terminó la carta, Rydstrom volvió a atarle la mano.<br />
—He estado tentada de darte un abrazo —le dijo al apartarse, —pero claro, abrazar a alguien<br />
sin brazos es algo complicado así que en vez de eso he pensado que podría hacerte un favor. Voy a<br />
ayudarte a hacer las paces con tu hermano.<br />
—Cadeon y yo no tenemos remedio. Además, te he dejado escribir para agradecerte que no<br />
siguieras a<strong>del</strong>ante con tu idea de castigar a los niños. ¿Por qué tendrías que hacerme un favor a<br />
cambio de eso? No me gustaría que nuestra relación funcionara así.<br />
—¿Por qué no?<br />
—Porque tú y yo... tú y yo estamos juntos.<br />
<strong>El</strong>la se quedó pensativa. «Estamos juntos.» ¿Y qué significaba eso exactamente? Sabine tenía<br />
cero experiencia en lo que se refería a las relaciones personales.<br />
—Oh, bueno, no tiene importancia —dijo entonces despreocupada. —Sólo iba a contarte una<br />
cosa que quizá haría que sintieras menos resentimiento hacia Cadeon.<br />
—Está bien —contestó él algo incómodo, —dímelo.<br />
—Tornin habría caído, independientemente de lo que hubiera hecho él.<br />
—Lo único que tenía que hacer mi hermano era obedecer órdenes, ir al castillo y quedarse allí<br />
hasta que yo regresara <strong>del</strong> combate con los vampiros. En vez de eso, me dio la espalda y prefirió<br />
quedarse con su familia adoptiva. Sé que no lo entenderás, pero era muy importante que hubiera<br />
alguien de sangre real en el castillo.<br />
—Oh, sí que lo entiendo... quien controla Tornin controla todo el reino. Y Omort también lo<br />
cree así. Por eso tenía a quinientos soldados esperando a Cadeon para asesinarlo.<br />
Rydstrom se tensó de golpe.<br />
—¿Qué has dicho?<br />
—Da igual la cantidad de guardas que hubieras mandado para protegerlo. Aunque tu hermano<br />
no hubiera ignorado tus órdenes, jamás habría conseguido llegar al castillo con vida.<br />
—¿Cómo sé que me estás diciendo la verdad?<br />
—¿Por qué iba a mentirte sobre eso?<br />
Después de esa conversación, Rydstrom salió de la tienda como si lo hubieran retado a un<br />
duelo...<br />
Y en el momento actual se disponía a abandonarla de nuevo. Llevaba una túnica verde que<br />
hacía juego con sus preciosos ojos. La lana se pegaba a sus hombros y marcaba su bien definido<br />
torso, mientras llevaba el pelo negro tan despeinado como siempre.<br />
Si Sabine fuera propensa a suspirar, no dudaría en hacerlo.<br />
—¿Adónde vas ahora? —le preguntó.<br />
—A cazar.<br />
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—Ah. ¿Con quién? ¿Con Durinda?<br />
Parecía una esposa despechada. Sólo le faltaba un cigarrillo colgando <strong>del</strong> labio inferior y un<br />
renacuajo pegado a la cadera.<br />
<strong>El</strong> se ciñó la espada a la cintura.<br />
—Así es.<br />
—¿Me estás diciendo que a las mujeres les está permitido montar a caballo? —preguntó ella<br />
con fingida sorpresa. —¿Y también pueden llevar armas? ¿O las echarán <strong>del</strong> Clan <strong>del</strong> Oso<br />
Cavernario? —Al ver que él no picaba el anzuelo, le preguntó: —¿Qué tiene de interesante esa<br />
diablesa?<br />
—Me gusta que se preocupe más de los demás que de ella misma —contestó Rydstrom. —<br />
Admiro que sea tan noble y virtuosa.<br />
Sabine soltó un bufido.<br />
—Yo también puedo ser virtuosa si me lo propongo.<br />
—¡Tú ni siquiera sabes lo que quiere decir esa palabra! respondió él, escéptico.<br />
—Por supuesto que sí. Quiere decir que tengo que ponerme ropa interior blanca.<br />
Rydstrom levantó la vista al cielo pidiendo paciencia.<br />
—Mira —dijo, —me gusta hablar con ella. Eso es todo. Es agradable poder charlar con alguien<br />
sin discutir.<br />
—Ya, te gusta charlar con ella. —Se acercó de rodillas hasta donde estaba Rydstrom. —Estoy<br />
segura de que si sigues charlando con ella te olvidarás de todo lo que te hice con los labios. —<br />
Levantó la vista para mirarlo. —Las charlas suelen ser un preludio excelente para el sexo oral.<br />
Seguro que dentro de poco te habrás olvidado <strong>del</strong> calor que desprende mi boca, de lo hambrienta<br />
que estaba de ti. —Se pasó la lengua por el labio inferior.<br />
Rydstrom tragó saliva y se excitó visiblemente.<br />
—Por supuesto que no me olvidaré. Pienso en ello constantemente. Pero también es muy<br />
agradable poder estar tranquilo con alguien, compartir cosas. Si pudiera tener todo eso contigo.<br />
—¿Compartir cosas? —Sabine entrecerró los ojos. —¡Te has acostado con ella!<br />
—¡Por supuesto que no! ¿Por qué dices eso?<br />
—Por el modo en que te mira. Y por el modo en que me mira a mí.<br />
—¿Qué es lo que más te molesta de todo esto? ¿<strong>El</strong> cariño que empiezas a sentir por Puck o que<br />
a mí me guste pasar tiempo con otra hembra? —Al salir de la tienda, añadió: —Volveré al<br />
anochecer.<br />
Genial. Había conseguido que se fuera de allí enfadado y excitado. Y encima iba a ver a otra.<br />
Sabine no tenía otra cosa que hacer que pasarse las horas mirando el techo de la tienda y<br />
pensar en su situación. ¿Qué haría si pudiera huir? Las leyendas acerca de las bestias que<br />
habitaban el reino de Grave, y teniendo en cuenta su reciente encuentro con los tigloths, le daban<br />
suficiente motivo para no querer irse de allí. Pero no podía evitar preguntarse si podía haber algo<br />
peor que enfrentarse a la falta de morsus.<br />
Si llegase a Tornin sin estar embarazada <strong>del</strong> demonio, Omort se abalanzaría sobre ella en un<br />
abrir y cerrar de ojos. Sería incluso capaz de negarle la dosis de morsus hasta que se hubiera<br />
acostado con él.<br />
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Sí, ése era otro motivo de peso para no querer separarse <strong>del</strong> demonio... aunque en absoluto se<br />
estaba encariñando. Y tampoco soñaba con que la besara cada vez que ella, sin querer, claro está,<br />
le miraba los labios.<br />
Pasó otra hora hasta que Puck entró en la tienda. Le traía otro regalo.<br />
—Una lagartija. Justo lo que siempre había querido.<br />
Cuando el bicho saltó de la mano <strong>del</strong> pequeño demonio al pelo de Sabine, ésta gritó y sacudió<br />
la cabeza con fuerza hasta conseguir que el bicho saliera de allí.<br />
Puck se rió, y no fue esa risa estúpida que Sabine había oído antes en algunos niños; esa que<br />
hacía que se preguntara por qué alguien querría hacerles cosquillas y aguantar aquel ruido tan<br />
molesto.<br />
No, el pequeño demonio tenía una risa de verdad, daban ganas de sonreír. Corrió tras la<br />
lagartija, mirando cada dos segundos a Sabine por encima <strong>del</strong> hombro, como si quisiera asegurarle<br />
que iba a recuperar su regalo.<br />
<strong>El</strong>la frunció el cejo. «Es el único <strong>del</strong> campamento que es bueno conmigo.»<br />
En Tornin, sus inferi siempre le hacían la pelota. En la corte todo el mundo perseguía siempre<br />
algo.<br />
«Aquí todo el mundo me odia abiertamente.» Por suerte, eso a ella no le molestaba. En<br />
absoluto.<br />
—¡Eh!, tú, siéntate. Me estás mareando. —Puck se detuvo indeciso, pero Sabine señaló el suelo<br />
con la barbilla. —Siéntate —Cuando lo hizo, añadió: —Si vas a ser mi único amigo en este maldito<br />
lugar, necesito que empieces a trabajar para mí. Y lo de cortarte la pierna lo dije en broma.<br />
«No me entiende.» <strong>El</strong> pronunció un par de tímidas palabras en demoníaco, o en galimatías,<br />
como lo llamaba ella.<br />
—Bla, bla, bla. Niño demonio, no sé hablar tu idioma. Te diré más, no quiero aprenderlo y que<br />
me contamine el cerebro. Así que no te queda más remedio que aprender mi lengua. Primera<br />
lección: me llamo «sa-bine», siempre dicen que soy «gua-pa» y «ma-jes-tu-o-sa».<br />
—A... bie —dijo Puck.<br />
<strong>El</strong>la se quedó helada. «Ha dicho mi nombre igual que lo dice Lanthe. La hermana a la que echo<br />
de menos como el aire que respiro.»<br />
—¡No vuelvas a llamarme así!<br />
Él abrió los ojos como platos. Genial, ahora iba a perder único que la distraía.<br />
—Ja, ja. Sabine estaba de broma.<br />
<strong>El</strong> pequeño ladeó la cabeza y ella temió que se fuera.<br />
Pero no lo hizo, y la hechicera frunció el cejo al darse cuenta de que de verdad había temido<br />
que lo hiciera.<br />
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CAPÍTULLO 33<br />
—¡Dioses! ¡Los va a matar! —gritó alguien unas horas más tarde. Fuera lo que fuese lo que<br />
estaba atacando a los demonios, Sabine le deseó toda la suerte <strong>del</strong> mundo. Estaba dando vueltas a<br />
las palabras que Rydstrom le había dicho: «...que me guste pasar tiempo con otra hembra...».<br />
Bastardo.<br />
<strong>El</strong> demonio había salido con Durinda hacía horas, y ya hacía rato que Puck se había ido a cenar.<br />
<strong>El</strong> sol se había puesto, la noche estaba cayendo y Rydstrom todavía no había vuelto. La luna<br />
estaría preciosa esa noche. Incluso romántica.<br />
—¡Que alguien los ayude!<br />
Sabine resopló irritada y se las apañó para ponerse de pie. Entonces, consiguió apartar la<br />
cortina con la cabeza para salir de la tienda. <strong>El</strong>la también quería disfrutar <strong>del</strong> espectáculo...<br />
Se quedó boquiabierta. Un dragón rojizo estaba persiguiendo a los demonios por doquier,<br />
levantando las tiendas en el aire. Su enorme cola batía contra el suelo mientras rugía. <strong>El</strong> sonido<br />
retumbaba en los oídos y agitaba la noche.<br />
<strong>El</strong> guarda de Sabine no estaba, se había unido a otros, que parecían estarse planteando atacar<br />
al animal.<br />
<strong>El</strong> dragón acorraló a un grupo de demonios en un recoveco <strong>del</strong> cañón, a punto de abalanzarse<br />
sobre ellos, proyectando su bífida lengua en el aire.<br />
Cuando hubiera acabado con ellos, Sabine sería para él presa fácil, atada a una estacada y ¡sin<br />
ningún guarda que la protegiera! Y mientras, Rydstrom haciendo de Romeo con aquella mosquita<br />
muerta.<br />
Pudo ver a una noble, una diablesa <strong>del</strong> grupo de Durinda que muy nerviosa, iba corriendo<br />
arriba y abajo, hablando consigo misma.<br />
—¡Eh, lady diablesa! —la llamó Sabine. —Si me desatas, puedo salvaros a todos con mis<br />
poderes.<br />
La otra se detuvo, dudando y frotándose las manos.<br />
«Frotándose las manos y caminando —pensó Sabine disgustada. —Acciones repetitivas: es el<br />
momento de pasar a la acción ¿no lo veis?»<br />
—¿Quieres que mueran?<br />
—Los machos están defendiendo a las mujeres y a los niños. —<strong>Demonio</strong>s con antorchas<br />
estaban preparados para atacar a la bestia. —<strong>El</strong>los nos salvarán...<br />
—Gracias. Creo que me acaba de venir una arcada —«¡Esta sociedad realmente necesita ser<br />
reescrita por completo!». —Las antorchas de esos chicos sólo le harán cosquillas. Así que<br />
desátame...<br />
—Si te desato, el rey Rydstrom se pondrá furioso.<br />
—Bueno, él no está aquí, ¿verdad?<br />
—Tienes la cabeza en otra parte —le dijo Durinda.<br />
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Después de una fructífera caza, cabalgaban de vuelta a un ritmo más lento que agradecían los<br />
exhaustos caballos.<br />
—Lo siento —dijo Rydstrom. —Tengo mucho en que pensar. —No podía olvidar en cómo<br />
Sabine lo había mirado, con aquellos ojos color ámbar. Divertida, mofándose de él…<br />
Otra más de sus facetas.<br />
Conocer a la hechicera no era fácil: había piezas que no encajaban.<br />
Por ejemplo, era una despiadada asesina y, por otro lado, se había hecho amiga —a su<br />
manera— de un niño demonio que no tenía amigos. Era tan fría y dura que guardaba el bazo de<br />
una mujer en una jarra, pero cuando dormía había empezado acercarse a Rydstrom confiada y a<br />
apoyar la cabeza en su pecho.<br />
Él había visto que ella necesitaba a alguien que pudiera calmarla cuando tenía una de sus<br />
pesadillas, y por todos los dioses que él iba a ser esa persona.<br />
—Estás pensando todo el rato en la hechicera.<br />
—Además de en otras cosas. —Sus preocupaciones no sólo se centraban en Sabine. Si lo que<br />
ésta le había contado de Cadeon era cierto, y suponía que debía de serlo, quería decir que tendría<br />
que replantearse nueve siglos de disputas.<br />
Y ahora su hermano hacía que se sintiera orgulloso, con su búsqueda de la espada. Pero<br />
¿realmente podría entregar a Holly, su compañera, a Groot? Si llegaba a hacerlo, Cadeon odiaría a<br />
Rydstrom para siempre.<br />
—Está claro que Sabine es algo más que una concubina para ti—dijo Durinda.<br />
<strong>El</strong> no lo negó.<br />
—Es mi compañera.<br />
—¿Llevaste a cabo... la tentativa con ella?<br />
Rydstrom asintió secamente, pero no le gustó su tono.<br />
—He querido, y deseado, a alguien mucho mejor para ti —dijo Durinda vacilante. —De hecho,<br />
no se me ocurre qué podría ser peor.<br />
A él tampoco se le ocurría. Nunca había conocido a nadie tan absorbente como la hechicera.<br />
Mentía, robaba, hacía trampas y mataba. Exceptuando a Puck, ningún demonio la soportaba.<br />
«Y sigo enamorado de ella.» No podía evitarlo: cada vez le sonreía cuando la tranquilizaba tras<br />
una pesadilla, o mostraba su inteligente sentido <strong>del</strong> humor, sus sentimientos hacia ella hacían más<br />
fuertes.<br />
—Es como si no tuviera alternativa.<br />
—¿Y por qué la mantienes atada?<br />
—Porque huiría de mí a la primera oportunidad.<br />
Aunque Sabine se sintiera cada vez más atraída por él e intentara confiar en Rydstrom de algún<br />
modo, pertenecía a un mundo muy diferente; uno en el que se la premiaba por sus vicios. Un<br />
mundo al que él tenía claro que no quería que volviera.<br />
—No puedes tenerla atada todo el tiempo —observó Durinda.<br />
—Espero que cuando salgamos de esta dimensión pueda ganarme su afecto. —«Si eso aún es<br />
posible.» Tenía que serlo.<br />
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—No me puedo creer que con todas las diablesas con las que probaste no hayas podido<br />
encontrar a una de nuestra especie.<br />
—No pasó. Y no fue porque no lo intentara. —Rió sin humor. —Alégrate de no haber sido tú<br />
una de ellas.<br />
Durinda hizo una pausa y luego dijo:<br />
—Rydstrom, sí... lo fui.<br />
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CAPÍTULLO 34<br />
—¿Los puedes salvar? —le preguntó a Sabine la diablesa que se frotaba las manos.<br />
Al asentir ella, la otra no dudó ni un instante y le soltó las manos y el tobillo.<br />
La hechicera se masajeó las muñecas con una sonrisa. «¡Idiota!» Al instante, se arrancó la<br />
estúpida blusa, pero se dejó el corsé, y con sus poderes hizo que pareciera una armadura metálica.<br />
Creó un casco y un collar moviendo las manos en el aire por encima de su cabeza, y con ayuda de<br />
espejismos se pintó la cara y se trenzó el pelo.<br />
—¡Sabine, tienes que darte prisa!<br />
—¿Que tengo que hacer qué? —Se enfrentó a la diablesa. —¡No vuelvas a llamarme por mi<br />
nombre nunca más! Soy la reina de Rydstrom; soy tu reina. Estamos casados, tanto si él quiere<br />
admitirlo como si no. —Salió en dirección opuesta al follón, diciendo por encima <strong>del</strong> hombro: —<br />
Que os vaya bien con eso.<br />
La diablesa corrió detrás de ella con los ojos llenos de lágrimas.<br />
—Pe… pero tú me has dicho...<br />
—¿Realmente crees que es cosa mía salvarle la vida a gente lo bastante estúpida como para<br />
quedarse encerrada en un sitio así con un dragón? Sí, soy egoísta, pero ¿quién soy yo para cambiar<br />
el curso de la selección natural? —Aquélla no era su guerra…<br />
—¡Ai-bee! —Una voz infantil se oyó en la lejanía.<br />
Se quedó de piedra. Puck era uno de los que se habían quedado atrapados. <strong>El</strong> pequeño punk<br />
acababa de llamarla por su nombre.<br />
Lo que significaba que el pequeño demonio le dejaba sólo dos opciones: una, despreciarse a sí<br />
misma por ir a salvar a una cría de demonio; y dos, tener muy mal día si el pequeño moría. Tomó<br />
aire. Tal vez sería mucho peor tener un mal día.<br />
Se volvió en dirección al caos y murmuró para sí:<br />
—No me puedo creer que esté haciendo esto.<br />
La diablesa que la había soltado se llevó las manos al pecho.<br />
—Oh, ¡gracias!<br />
A modo de respuesta, Sabine se abalanzó sobre ella y chasqueó la lengua.<br />
—No estoy haciendo esto para ganarme tu agradecimiento. —Y la soltó para ir tras el dragón.<br />
«Soy una idiota, una completa idiota.»<br />
Sabine tenía en efecto la habilidad de hablar con los animales. Pero ¿qué pasaría si el enorme<br />
dragón no tenía ganas de hablar con ella?<br />
—No... me acordaba —le dijo Rydstrom a Durinda. «Y sigo sin hacerlo.» Sabine lo había<br />
sospechado desde el principio, y él en todo momento lo había negado. Lo que significaba que sin<br />
querer, le había mentido.<br />
—Bueno, esto es realmente violento —comentó la diablesa, y miró hacia a<strong>del</strong>ante. —Fue hace<br />
muchos siglos y entiendo que habido... muchas.<br />
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¿Con su amistad, había intentado Durinda revivir un affaire? Él había dado por sentado que<br />
sólo procuraba ser amable y ayudarlo a familiarizarse con el campamento. Que le gustaba<br />
recordar viejos tiempos.<br />
—De hecho, ya te digo, fue hace mucho tiempo.<br />
Siguieron cabalgando en silencio; pero, cuando llegaron a la de la colina que había sobre el<br />
campamento, vieron una escena indescriptible.<br />
Con la indumentaria típica de una hechicera, Sabine apartaba a la gente de su camino, mientras<br />
se dirigía a donde estaba el dragón. La bestia se disponía a arremeter contra el grupo que tenía<br />
arrinconado, entre los que se encontraba Puck.<br />
Blandiendo la espada, Rydstrom galopó hacia allá. Nunca llegaría a tiempo.<br />
Cuando Sabine estuvo cerca de la bestia, le gritó para llamar su atención. <strong>El</strong> corazón de<br />
Rydstrom se detuvo cuando el dragón se volvió hacia ella.<br />
—¡No! —gritó el demonio. —¡Apártate!<br />
La bestia siseó, sacando su lengua bífida. A pesar de ello, la hechicera se mantuvo de pie ante<br />
ella, con la cabeza bien alta, los hombros echados hacia atrás y las palmas levantadas. <strong>El</strong> calor que<br />
desprendían sus manos creaba una especie de neblina a su alrededor.<br />
Cuando el dragón movió las garras, Sabine saltó y esquivó la cola con la que el basilisco intentó<br />
golpearla.<br />
—¡Eh! ¡Ha ido por un pelo! ¡Para de una vez!<br />
<strong>El</strong> dejó de mover la cola, aparentemente confuso.<br />
Rydstrom bajó de su caballo a toda prisa. A medida que se acercaba a donde estaban, podía oír<br />
a Sabine hablando con el dragón Le había dicho que podía hablar con los animales. ¿Lograría<br />
convencerlo de que se fuera?<br />
—Eso está mejor. En realidad no quieres comerme —murmuró. —A pesar de que soy la más<br />
tierna, también soy la más venenosa. —Rió para sí misma. —No te enfades con nosotros,<br />
grandulón. —Con cautela, le acarició las brillantes escamas. <strong>El</strong> dragón se estremeció, pero dejó<br />
que volviera a acariciarlo —¡No sabíamos que éste era tu hogar. —La bestia soltó humo por el<br />
morro.<br />
Sabine miró a Rydstrom, con los ojos brillantes bajo la máscara de maquillaje.<br />
—¿Crees que podría comerme de un bocado?<br />
—¡Apártate de él! —gritó el demonio.<br />
—¿Para que puedas matarlo?<br />
—¡Para protegerte, sí! —Rydstrom odiaba la idea de matar uno de aquellos animales, pero<br />
estaba dispuesto a hacerlo si necesario.<br />
—Lo tengo controlado. Por suerte, una persona de aquí ha sido lo bastante sensata como para<br />
liberarme... en contra de tu órdenes.<br />
¿Realmente tenía al animal bajo control?<br />
Rydstrom temía que ella estuviera en peligro, pero en cambio Sabine parecía estar pasándolo...<br />
bien. <strong>El</strong> demonio hizo ademán con la cabeza para que los que estaban acorralados se fueran<br />
retirando. <strong>El</strong> dragón se tensó.<br />
—Sigue hablándole —le murmuró a la hechicera mientras ayudaba a Puck y a otro pequeño a<br />
que se alejaran. Casi todos habían escapado.<br />
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—Ha llegado la hora de las confesiones, dragón —con Sabine. —Una noche <strong>del</strong> verano pasado<br />
en que mi hermana Lanthe y yo estábamos muy aburridas, estuvimos muy, pero que muy a punto<br />
de mandar a todas las criaturas <strong>del</strong> reino de Graves a través de un portal a un sitio llamado Times<br />
Square. Pero al final nos dimos cuenta de que eso sólo nos haría gracia a nosotras dos.<br />
A la bestia empezaban a pesarle los párpados, como, como si estuviera hipnotizada. Cuando<br />
todo el mundo estuvo a salvo, Rydstrom bajó la espada.<br />
Al ser liberada, en vez de escapar la hechicera había ido voluntariamente hacia el dragón para<br />
salvar a otros. Le había dicho que nunca se le ocurriría ayudar a nadie si ella no sacaba un<br />
provecho, y sin embargo lo había hecho...<br />
—Cwena —murmuró orgulloso, con el pecho henchido. «Pequeña reina.»<br />
Verla con el dragón era la cosa más memorable que Rydstrom había presenciado nunca. Parecía<br />
imposible no quedar cautivado por ella.<br />
«Eso lo tenemos en común, dragón.»<br />
—¿Permitirías que nos quedáramos aquí una o dos noches más? —le preguntó Sabine al<br />
animal.<br />
A modo de respuesta, la criatura exhaló aire caliente sobre ella, y después hizo girar su enorme<br />
cuerpo y desapareció en la noche.<br />
La gente estalló de júbilo. De repente, Puck corrió hacia Sabine con el ímpetu propio de los<br />
niños.<br />
<strong>El</strong>la sin embargo no se arrodilló ni abrió los brazos para recibirlo, sino que lo cogió por el<br />
cinturón y se lo llevó como si de un accesorio se tratara, reprendiéndolo por no huir de cosas que<br />
tenían colmillos mayores que su propio cuerpo. <strong>El</strong> pequeño no podía parecer más feliz.<br />
La gente se acercaba a la hechicera para expresarle su gratitud.<br />
<strong>El</strong>la los saludaba con la mano que tenía libre, murmurando:<br />
—Sí, sí. Agradecédmelo con oro.<br />
Incluso Durinda le dio las gracias al recoger a Puck.<br />
Cuando Sabine se acercó a Rydstrom, éste la miró en silencio.<br />
—Si se te vuelve a ocurrir atarme las manos —dijo ella, —haré que mi gran amigo vuelva a<br />
bajar por aquí, y abandonará la dieta restrictiva que le acabo de imponer. —Y se fue de allí,<br />
ignorándolo.<br />
Un día, Sabine le había dicho: «<strong>Demonio</strong> solitario. Me necesitas mucho».<br />
Rydstrom temía que estuviera en lo cierto.<br />
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CAPÍTULLO 35<br />
Hacía dos días que su mujer estaba en libertad y el campamento entero estaba revolucionado.<br />
La que antes había sido una odiada hechicera ahora no cometía error alguno a ojos de sus<br />
súbditos..., y ella se estaba aprovechando de ello al máximo.<br />
Cuando un grupo de jóvenes diablesas le preguntaron qué nombre le pondría a un caballo,<br />
Sabine les respondió:<br />
—Me gusta cómo suena Fellatio.<br />
Cuando Rydstrom fue a buscarla para pedirle explicaciones, lo único que le dijo fue:<br />
—¿Sabes lo maravilloso que es oír a una de esas diablesas suspirar: «Me encanta mi Fellatio»?<br />
¡Hay cosas que ni el oro puede comprar! —Ante la mirada atónita de él, añadió: —Esa chica tiene<br />
diecinueve años. Si a esa edad no sabe lo que significa esa palabra, entonces tiene un problema<br />
más grave que el de tener un caballo con un nombre raro. Tú te burlaste de mí porque preferí<br />
seguir siendo una ignorante con respecto a vuestro idioma, una lengua que mi especie considera<br />
burda. Pero ¿acaso no es lo mismo que hacen las hembras de tu reino con el sexo?<br />
Rydstrom abrió la boca y luego la volvió a cerrar, incapaz de rebatir ese razonamiento.<br />
Y para colmo, a Sabine le encantaba dictar leyes. Una decretaba que los vinateros tenían que<br />
hacer vino dulce para ella. Otra, que el herrero tenía que forjarle una corona y una coraza cuanto<br />
antes. Otra, que el cocinero tenía que preparar platos vegetarianos.<br />
Puck la seguía a todas partes. Por suerte, no la entendía cuando ella le decía cosas como:<br />
«¿Todavía está detrás de mí? ¿Por qué no dejas de seguirme?». O «Me estás mirando otra vez, ¿a<br />
que sí? Puedo sentir tus pequeños ojos sobre mí».<br />
Aunque se comportaba como si no le hiciera ninguna gracia que Puck la acompañara, Rydstrom<br />
la había pillado un día sentada en un banco, dando golpecitos a su lado para que el pequeño<br />
demonio fuera a sentarse allí. Y también la había visto apartándole un mechón de pelo que le<br />
había caído sobre la frente.<br />
En ambas ocasiones, Sabine pareció sorprenderse a sí misma y las dos veces miró a su<br />
alrededor sintiéndose culpable, como si ser amable fuera algo inapropiado. En su viejo mundo<br />
quizá lo fuera.<br />
Y en lo que se refería a Rydstrom, el demonio no podía pasar suficiente tiempo con ella, pues la<br />
hechicera lo evitaba.<br />
Había exigido tener su propia tienda, negándose a compartir la de él. La noche <strong>del</strong> ataque <strong>del</strong><br />
basilisco, Rydstrom fue a buscarla para darle las gracias por haber salvado a su gente, y para<br />
decirle que quería que siguiera durmiendo con él.<br />
—Mis súbditos me han proporcionado un nuevo alojamiento —contestó ella. —Y ahora, si no te<br />
importa, he tenido un día agotador salvando a todos esos refugiados. Ya sabes, al fin y al cabo soy<br />
su reina, aunque tú hayas permitido que crean que soy una esclava sexual.<br />
—Ya no.<br />
—Sí. Lo he deducido cuando han empezado a traerme regalos y a jurarme obediencia. Me<br />
adoran. Acuñarán monedas con mi cara. Ya están en ello.<br />
Sabine seguía en sus trece. Rydstrom lo permitía porque, al menos seguía allí. Si se quedaba,<br />
pensó, tal vez llegarían a tener un futuro.<br />
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¿Hacía Rydstrom esfuerzos por tratar de verla? Sí, cada maldito minuto que podía. Aquella<br />
misma tarde había ido a buscarla, pero no la encontró en las aguas termales, ni tampoco en<br />
aquella colina en la que tanto le gustaba sentarse.<br />
Pero, desde allí, el demonio la vio jugando a los dados en el campamento, haciendo apuestas<br />
con un grupo. Cuando se sentó para observarla, se clavó algo. ¿Una escama de dragón? Miró a su<br />
alrededor y encontró algunas más. ¿Sabine había estado sentada allí con el dragón?<br />
Se pasó la mano por el costado, por encima <strong>del</strong> tatuaje. Durante todos aquellos años Rydstrom<br />
había llevado la imagen de la bestia grabada en su espalda, y ni una sola vez se había imaginado<br />
que una hechicera los conquistaría a ambos.<br />
En aquel preciso instante, la oyó reírse en medio de la partida de dados; seguro que había dicho<br />
algo escandaloso. Pero sus compañeros de juego siempre creían que lo decía en broma. Los<br />
demonios estaban fascinados con su belleza y su aire misterioso, con los espejismos de oro que<br />
ella lucía en el cuerpo, y con el arreado maquillaje que se ponía alrededor de los ojos.<br />
Todos pensaban que era una reina muy alegre, pero que era mejor no hacerla enfadar.<br />
Dado que Sabine podía hacer que los dados tuvieran el aspecto que deseara, seguro que los<br />
estaba desplumando. Rydstrom sospechaba que podía estar almacenando sus ganancias en un<br />
lugar secreto.<br />
Oyó a alguien acercándose... Durinda. Después de la confesión de ella, apenas habían<br />
intercambiado un par de palabras, así Rydstrom se puso tenso.<br />
—Ahora la adoran —dijo la diablesa, sentándose a su lado. —Es sorprendente. Sigue tratando a<br />
los niños como si fueran mascotas, y los llama «bichos». —Imitó la voz de Sabine,<br />
condescendiente y sin sentido <strong>del</strong> humor, y prosiguió: —<strong>El</strong> bicho huele mal... Si el bicho quiere<br />
darme los ahorros de toda su familia ¿quién eres tú para decir lo contrario?<br />
Antes de que Rydstrom pudiera defender a su compañera Durinda continuó:<br />
—Pero la verdad es que se está comportando como una reina. Una reina poco ortodoxa, lo<br />
reconozco, pero reina al fin y al cabo.<br />
—¿De verdad crees eso?<br />
<strong>El</strong>la asintió.<br />
—Podía haber escapado, y eligió quedarse y proteger a esta gente. Les ha dicho a las chicas, a<br />
las mismas que dejó tan confusas con lo <strong>del</strong> nombre <strong>del</strong> caballo, que les dará clases de... biología.<br />
Es cierto que ha pedido oro a cambio, pero se podría considerar como una especie de impuesto<br />
para servicios públicos. Si tuviera la autoridad necesaria, seguro que podría promover un profundo<br />
cambio social.<br />
Rydstrom recordó lo que Sabine le había dicho sobre la ignorancia de las hembras de su pueblo,<br />
sobre el eterno estado medieval en el que parecía vivir Rothkalina, sobre la falta de<br />
infraestructuras.<br />
—Y tiene razón acerca de lo de luchar —prosiguió Durinda. —Luchar puede resolver problemas.<br />
Vivíamos en una soledad tan benévola que nadie llegó a ser tan fuerte como podría haberlo sido.<br />
Y, cuando nos derrotaron, nos quedamos indefensos ante siglos y siglos de tiranía. —Lo miró a los<br />
ojos. —¿Crees q Sabine se quedaría de brazos cruzados si supiera que su reino es vulnerable?<br />
Jamás. Rydstrom no podía pedir una reina más feroz.<br />
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—¿Sabes? Todo esto me ha animado —continuó la diablesa. Si dos personas tan distintas como<br />
tú y ella estáis destinados a estar juntos, entonces tal vez el demonio con el que voy a casarme sea<br />
realmente mi compañero. Me siento optimista.<br />
Eso alivió muchísimo a Rydstrom y empezó a relajarse.<br />
—¿Crees que tu nuevo marido te dejará quedarte con Puck?<br />
—Eso espero. Si no, tu reina se ha ofrecido a quedarse con él.<br />
—¿Qué? —preguntó enarcando las cejas.<br />
—Me dijo, y cito textualmente: «Me quedaré con ese niño demonio». Cuando le recordé que<br />
Puck no era su mascota, levantó la vista y respondió: «Eso es lo que estoy tratando de remediar».<br />
Rydstrom notó que se le escapaba una sonrisa.<br />
—Y, lo que es más raro, Puck encontró un pedacito de oro debajo de su almohada, a cambio <strong>del</strong><br />
diente que se le había caído.<br />
Sospecho que Sabine se hizo invisible y entró en nuestra tienda, aunque ella negó con<br />
vehemencia que hubiera tenido nada que ver y me llamó un montón de cosas que no me atrevo a<br />
repetir.<br />
Puck está loco de contento.<br />
Rydstrom ya había aceptado para sí mismo que necesitaba a la hechicera. Pero no se había<br />
atrevido a soñar con que su reino la acogiera de ese modo.<br />
Tal vez Sabine fuera exactamente lo que Rothkalina necesitaba. <strong>El</strong> destino había dado en el<br />
clavo.<br />
Sólo había dos problemas. Uno, ella no era en realidad su reina. Y cuando descubriera que le<br />
había mentido seguro que no se sentiría demasiado inclinada a perdonarlo. Dos, Rydstrom tenía<br />
intención de degollar a su hermano tan pronto como le fuera posible.<br />
Se había planteado la posibilidad de hablar con Sabine sobre Omort, sobre el futuro, y sobre el<br />
hecho de que pronto estallaría una guerra; según sus estimaciones, en primavera a más tardar.<br />
Pero al final había decidido que sería mejor ir primero a Nueva Orleans, a su hogar, antes de<br />
que ella pudiera huir.<br />
—También he venido a decirte que los guardianes <strong>del</strong> portal llegarán a partir de mañana —<br />
añadió Durinda. —Traen noticias frescas. Al parecer, toda la Tradición está revolucionada con las<br />
aventuras de tu hermano y la espada de Groot el Herrero. Nuestro Cadeon ha salido victorioso.<br />
—¿Se sabe cómo lo ha conseguido?<br />
—Todavía no —respondió ella negando con la cabeza.<br />
Dos semanas atrás, a Rydstrom el cómo no le hubiera importado nada. Ahora tenía miedo de<br />
que su hermano hubiera sacrificado a su compañera por él.<br />
Había llegado a pedirle no sólo que la traicionara, sino que se la entregara a un loco que<br />
pretendía violarla y dejarla embarazada... y, al parecer, Cadeon lo había hecho por el bien <strong>del</strong><br />
reino.<br />
Rydstrom se quedó hipnotizado mirando a Sabine.<br />
«Si lo ha hecho, entonces Cade es mucho más fuerte que yo.»<br />
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Sabine tenía que tomar una decisión cuanto antes.<br />
Había estado las dos últimas noches sentada en la colina, pasando el rato con el dragón,<br />
mirando a sus súbditos mientras dormían y espiando la silueta de Rydstrom en su tienda,<br />
paseando de un lado al otro, esperando a que ella regresara.<br />
Pero los portales iban a abrirse al mediodía. Apenas le quedaban unas horas y todavía no había<br />
decidido si quería irse con él.<br />
Desvió la vista y vio a su marido ayudando a su gente. Se lo veía muy majestuoso. Sabine<br />
debatió consigo misma que camino le convenía más tomar. Ahora era libre y podría escapar con<br />
facilidad. Pero seguían preocupándola las mismas cosas que cuando atravesaban el reino de<br />
Grave, y lo de Omort también seguía siendo cierto.<br />
Y, además, al cabo de un día estaría en casa de su Rydstrom, en su vida. A juzgar por lo que<br />
había oído, Cadeon estaba a punto de hacerse con la espada. Tal vez la propia Sabine pudiera<br />
hacerse con la espada. Lanthe recibiría su mensaje e iría a buscarla a Luisiana, y ambas<br />
conseguirían escapar antes de que el morsus le hiciera efecto en los siguientes doce días. Y al fin<br />
las dos tendrían su propio reino.<br />
¿O quizá deberían unirse a Rydstrom? Sabine le había dicho a éste que ella siempre estaba <strong>del</strong><br />
lado de los vencedores, y al parecer ahora las tornas estaban cambiando. <strong>El</strong> demonio tenía todo el<br />
aspecto de ser el rey guerrero capaz de derrotar a Omort. Si los demonios de la ira llegaban a<br />
hacerse con la espada, la balanza se inclinaría definitivamente en su favor.<br />
Pero si se aliaba con Rydstrom, tendría que enfrentarse a algo mucho más serio que una mera<br />
guerra. <strong>El</strong> demonio quería que ella... sintiera algo por él.<br />
Quería tener un futuro con ella... quería todo su futuro. Y eso de la eternidad a Sabine le daba<br />
mucho miedo. Ni siquiera había tenido una cita normal en toda su vida, jamás había visto al mismo<br />
macho dos veces seguidas, ¿y se suponía que tenía que prometerle la eternidad a un demonio al<br />
que sólo hacía unas semanas que conocía?<br />
A decir verdad, había momentos en los que estaba tentada de aceptar su ofrecimiento. Ahora,<br />
cada vez que recordaba aquellas noches en las que él le había recorrido el cuerpo con las manos y<br />
los labios, llevándola al límite una y otra vez, ya no se enfadaba... sino que se excitaba. Se moría de<br />
ganas de que la tocara, incluso las dos últimas noches se había despertado sola, buscando<br />
soñolienta su cálido torso. «¿Por qué no probar a ver en qué consiste lo que el demonio me está<br />
ofreciendo?»<br />
¿Qué podía hacer? ¿Cuál debía de ser el plan?<br />
En aquel preciso instante, se dio cuenta de que Rydstrom la había descubierto. Y como si<br />
presintiera que se estaba planteando la posibilidad de huir, la siguió con la mirada durante toda la<br />
mañana, interrogándola con los ojos.<br />
A modo de respuesta, ella le hizo un gesto de muy mala educación con un solo dedo. Él sonrió.<br />
«Oh, Dios mío.» Sabine nunca le había visto sonreír, y tenía una sonrisa maravillosa. Desvió la<br />
vista y se miró el pecho ¿Qué había sido aquello? Vaya, al parecer sí sentía algo por él.<br />
Rydstrom se dirigió hacia ella, y Sabine tuvo que reconocer que no le molestó nada que lo<br />
hiciera. Cuando llegó a lo alto de la colina, se sentó a su lado.<br />
—Se está acercando la hora de partir —dijo. —Nunca te lo h preguntado formalmente, pero<br />
¿quieres venir conmigo a mi hogar, a nuestro hogar, de Luisiana?<br />
—¿Tienes oro allí? —le preguntó ella.<br />
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—No, pero podría conseguirlo.<br />
—¿Eres rico?<br />
—En esa dimensión, si eres inmortal tienes que ser muy idiota para no ser rico.<br />
—¿Tu casa es grande y bonita?<br />
—Nuestra casa es de ensueño. Es una mansión que se construyó hace siglos, y está situada en<br />
un barrio famoso por sus jardines. Siempre me he sentido muy orgulloso de ella, es una de a casas<br />
más caras y envidiadas de la ciudad. —Parecía impaciente por enseñársela.<br />
—No estás acostumbrado a pedir nada —observó Sabine ¿Te ha costado pedirme que me vaya<br />
contigo?<br />
Él negó con la cabeza.<br />
—Tal vez me habría costado si no tuviera tantísimas ganas de tenerte a mi lado.<br />
<strong>El</strong>la había oído decir que Cadeon era el seductor de los dos hermanos, pero la hechicera estaba<br />
convencida de que las torpes confesiones de Rydstrom eran mucho más intensas y tenían mucho<br />
más significado que ninguna de las frases hechas de cualquier ligón.<br />
—¿Por qué tienes tantísimas ganas? ¿Porque el destino me eligió para ti?<br />
—No, porque sé que entre tú y yo puede haber algo más.<br />
Sabine lo miró a los ojos y vio en ellos sinceridad... y pasión. <strong>El</strong> demonio la deseaba, y quería<br />
que ella viera cuánto. Fue incapaz de apartar la vista.<br />
—Si vienes conmigo, no te arrepentirás.<br />
Y si ella no daba una oportunidad a lo que pudiera llegar a existir entre los dos, tal vez<br />
terminaría lamentándolo por toda la dichosa eternidad.<br />
—Está bien, iré contigo —dijo al fin. —Pero quiero poner un par de condiciones. —Cuando él<br />
movió la mano de aquella manera tan regia, ella continuó: —Basta de paridad. A partir de ahora,<br />
empezamos de nuevo como iguales.<br />
—De acuerdo. Lo único que me importa es que empecemos. Y sólo puedo prometerte seis días.<br />
Después tendremos que negociar.<br />
—¿Por qué sólo seis días?<br />
—<strong>El</strong> seis es mi número preferido —mintió.<br />
—No, no lo es.<br />
—Tienes razón. Pero ésas son mis condiciones.<br />
—Yo también quiero poner un par de condiciones —dijo Rydstrom después de meditarlo un<br />
rato. —Tienes que ser sincera conmigo.<br />
—Lo seré tanto como pueda.<br />
—Sabine...<br />
—Mira, esto es una gran concesión viniendo de alguien como yo.<br />
<strong>El</strong> suspiró.<br />
—Tienes que darle una verdadera oportunidad a lo nuestro ¿Crees que podrás hacerlo, cwena?<br />
—Le acarició el pómulo con el pulgar.<br />
Sabine frunció el cejo al ver que Rydstrom sonreía. No había apartado la cara.<br />
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CAPÍTULLO 36<br />
Nueva Orleans, Luisiana.<br />
—¿Tenemos que caminar? —murmuró Sabine, exhausta por el atropellado viaje entre las dos<br />
dimensiones.<br />
Las coordinadas que Rydstrom le había dado al operario <strong>del</strong> portal no habían sido <strong>del</strong> todo<br />
exactas.<br />
—No queda lejos. Seis casas más abajo.<br />
Sabía que él estaba nervioso porque deseaba que le gustara la casa. Se dio cuenta de que<br />
estaban en un barrio muy elegante, pero estaba demasiado cansada, y muerta de frío, como para<br />
ser más expresiva.<br />
<strong>El</strong> portal que acababan de atravesar era como una tartana espacial. Comparado con él, los<br />
portales de Lanthe eran obras maestras. No era de extrañar que su hermana sólo pudiera crear<br />
uno de vez en cuando.<br />
—¿Estás triste por lo de Puck? —le preguntó Rydstrom.<br />
—Sólo estoy cansada.<br />
A decir verdad, le gustaría ver otra vez al pequeño terrorista. Puck se había echado a llorar<br />
gritando su nombre. Lo que no debería haber extrañado a nadie. Ni a ella.<br />
—Arriba esos ánimos, niño demonio —le había dicho Sabine, haciéndole una torpe caricia en la<br />
cabeza. Y luego le dio una nota que había mandado traducir a demoníaco. Cuando Puck la leyó,<br />
levantó la vista y, completamente serio, asintió.<br />
—¿Qué ponía en la nota? —le preguntó Rydstrom. —Decía que si era lo bastante malo lo<br />
mandarían a vivir conmigo.<br />
<strong>El</strong> la miró de aquel modo tan suyo: una mezcla entre perplejo y sorprendido. Sabine estaba<br />
convencida de que aquella mirada, sólo la utilizaba con ella. Era como decirle: «Estás de broma<br />
¿no? En serio, dime que estás de broma».<br />
—Ya hemos llegado —dijo él al llegar frente a una finca con un altísimo portón de madera,<br />
rodeada de muros de piedra cubiertos de enredaderas.<br />
Parecía opulenta pero elegante al mismo tiempo. Hacía tanta humedad que el aroma de las<br />
gardenias impregnaba el aire.<br />
—¿Es muy grande?<br />
—Tiene unos seis mil metros cuadrados, más o menos. —Al llegar a la entrada, le dijo con<br />
sinceridad: —Quiero que te guste estar aquí.<br />
—Estoy convencida de que, si el interior se parece al exterior, me encantará. —«Estoy tan<br />
casada...» Sintió un escalofrío.<br />
Rydstrom le dio la mano al abrir la puerta. De repente, un olor a cerveza y a humo de puro los<br />
golpeó a ambos. Sabine se tapó la boca con la mano que tenía libre.<br />
—¿Qué diablos significa esto? —farfulló Rydstrom al dirigirse hacia el interior.<br />
En el salón, montones de revistas Playgirl, empapadas de cerveza, cubrían los carísimos<br />
muebles. Tetrabriks de bebidas preparadas estaban esparcidos por todo el suelo y, en medio de u<br />
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charco de helado, había dos barriles de cerveza vacíos, justo encima de unas <strong>del</strong>icadas alfombras<br />
orientales.<br />
Siguió la mirada de Rydstrom. Encima de ellos, había una espectacular lámpara de oro con<br />
colgantes de cristal y complicadísimos brazos. Y de uno de ellos colgaba... un tanga.<br />
<strong>El</strong> demonio se iba poniendo furioso por momentos.<br />
—Esto parece la casa de Cadeon.<br />
A Sabine no le importaba el aspecto que tuviera. Lo único que quería era encontrar una cama...<br />
que no oliera como aquel salón.<br />
—Quizá haya sido Rök —dijo él, ausente, mientras observaba el destrozo.<br />
—¿Quién es Rök?<br />
—<strong>El</strong> compañero de piso de Cadeon.<br />
Oyeron unas risas procedentes de fuera y Rydstrom corrió hacia allá, arrastrando a Sabine<br />
hasta la terraza que dominaba unos cuidadísimos jardines con una piscina enorme, que ahora<br />
estaba repleta de hembras despampanantes. Todas iban en bikini. O algo así. Y jugaban a guerra<br />
de topless.<br />
—¿Tus amigas han venido a hacerte una visita?<br />
—No conozco ni a la mitad. Diría que son valquirias y brujas.<br />
«¿Brujas?» En circunstancias normales, Sabine se habría puesto en guardia ante un grupo como<br />
aquél, pero aquellas féminas estaban todas en el agua. Por la fuerza de la costumbre, echó un<br />
vistazo a sus poderes, pero no encontró ninguno que le compensara el no dormir.<br />
Sin embargo, la atención de Rydstrom estaba centrada en una hembra en concreto, una belleza<br />
menuda acostada en una tumbona, fumando un habano y hablando por el móvil.<br />
Llevaba un bikini rojo, tacones y una camiseta que decía: «Tacones altos... bikinis pequeños».<br />
Tenía el cabello negro y brillante.<br />
—No, no vamos a pagar por él —la oyó decir Sabine. —Porque lo habéis mandado a la casa<br />
equivocada. <strong>El</strong> chaval le ha hecho un striptease a la abuelita viuda de la casa de al lado. Por lo que<br />
sabemos, la señora tiene intención de quedarse con el chico y con la linterna de plástico que<br />
llevaba. —Otra pausa. —¿Acaso cree que soy médico? ¿Cómo quiere que lo sepa? ¿Hola? ¿Hola?<br />
—¿Quién es ésa? —le preguntó Sabine al demonio.<br />
—Voy a matarla —contestó él entre dientes. Antes de que Sabine pudiera preguntárselo de<br />
nuevo, la hembra lo vio.<br />
—¡<strong>Demonio</strong>! ¡Has vuelto! —Lanzó el habano a la piscina y corrió hacia ellos. —Y te has traído a<br />
una hechicera malvada al equipo de los buenos. ¡Sabía que podía confiar en ti!<br />
Se colocó las gafas de sol encima de la cabeza y dejó al descubierto unas orejas puntiagudas... y<br />
unos vacíos ojos dorados. Sabine sintió que de ella emanaba un gran poder.<br />
—Hola, soy Nïx —dijo la valquiria saludándola. —La Que Todo lo Sabe, la Adivina de las<br />
Estrellas. —Le tendió la mano.<br />
La hechicera levantó la suya, lista para entrar en combate.<br />
—Rydstrom, ¿qué diablos es todo esto? —preguntó. —Sabes que somos enemigas.<br />
—Nïx no te hará nada. Te lo prometo.<br />
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—¿Ah, no? —preguntó la valquiria completamente en serio. Pero luego sonrió y mostró sus<br />
pequeños colmillos. —¡Hoy no estoy de humor para matar a la compañera <strong>del</strong> rey demonio!<br />
—¿Matarme? —se burló ella. —Puedo hacer que veas cosas que te derretirían la mente.<br />
—¿Otra vez? —suspiró la otra sin inmutarse por la amenaza.<br />
Sabine entró en la mente de la valquiria sin ningún problema, pero salió asustada en cuestión<br />
de segundos. «Caos. <strong>El</strong> caos más absoluto.»<br />
—¡Bienvenida a mi mundo! —dijo Nïx guiñándole un ojo de manera exagerada. —Escucha una<br />
cosa, hechicera: quiero que pases a nuestro bando, así que lo mejor será que no discutamos. Y no<br />
hablemos de ya sabes quién. Incluso te haré un regalo, premonición. —Miró al cielo un instante y<br />
luego volvió a mirarla a ella. —Tu hermana recibirá a tu mensajero alado dentro de dos horas.<br />
Aunque la carta estará cubierta de caca de paloma, podrá leerla sin problemas.<br />
¡Sabía lo <strong>del</strong> mensaje!<br />
—¿Está Lanthe muy preocupada? ¿Está a salvo?<br />
—Está a salvo —contestó Nïx. —En este preciso instante, está a salvo. Estoy hablando <strong>del</strong><br />
presente, tal vez no sea así en el futuro. ¿Si está preocupada? Tiene el presentimiento de que<br />
estás a salvo con el demonio, está convencida de que Rydstrom jamás te hará daño.<br />
Sabine experimentó tal alivio que casi se sintió en deuda con la valquiria.<br />
—¡Vaya! Vosotras las hechiceras siempre lleváis ropa de lo más chula —dijo Nïx entonces. —¡Y<br />
qué maquillaje! —Le pasó el dedo índice por debajo de los ojos y la mejilla.<br />
—Yo creía que eras más... corpulenta —le dijo Sabine para devolverle el cumplido.<br />
—Nïx —intervino Rydstrom, interponiéndose entre las dos, —¿te importaría contarme qué<br />
es...?<br />
—¡Hechimonio! —exclamó de repente la valquiria. —¡Claro, eso es!<br />
—¿De qué estás hablando? —preguntó él, como si estuviera acostumbrado a interrupciones de<br />
ese tipo.<br />
—Así es como deberíamos llamar al hijo de una hechicera y Un demonio —contestó Nïx con<br />
una sonrisa.<br />
Sabine miró a Rydstrom con recelo, pero éste se limitó a encogerse de hombros.<br />
—Sí, Nïx, suena bien, pero por ahora me conformo con saber que está pasando aquí.<br />
—Nos enteramos de que ibais a pasar unos días fuera —dijo ella. —Me estoy refiriendo a ti, a<br />
Cadeon y a Rök. En Val Hall no hay piscina y tampoco en la Casa de las Brujas. —Señaló con un<br />
pulgar la piscina que quedaba a su espalda. —Así que decidimos instalarnos aquí.<br />
—¡Pues ya podéis desinstalaros ahora mismo! Y más os vale dejarme la casa como los chorros<br />
<strong>del</strong> oro.<br />
La valquiria le hizo un saludo militar, y luego chasqueó los de dos hacia un par de brujas que<br />
estaban despatarradas en unas tumbonas allí cerca.<br />
—Vosotras dos, poned en marcha el hechizo de limpieza.<br />
—Pero Nïxie —se quejó una, —si casi estoy borracha.<br />
—¡Hazlo, o colgaré las fotos en internet! —contestó ella con los ojos muy abiertos.<br />
—¡Maldita seas, valquiria! —exclamó la bruja, levantando un puño hacia el cielo. —¡Tú y tus<br />
armas digitales!<br />
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Nïx se dio media vuelta y se dirigió al resto de invitadas.<br />
—La fiesta ha terminado, el rey demonio ha vuelto a su guarida. Quiero decir hogar. ¡<strong>El</strong> rey<br />
demonio ha vuelto a su hogar!<br />
Todas se quejaron, pero salieron con torpeza de la piscina. Una exuberante morena pasó junto<br />
a Rydstrom con los pechos al aire.<br />
—Hola, grandullón —se insinuó. —¿Te acuerdas de mí? Carrow, la mejor amiga de Mariketa. —<br />
Deslizó un dedo por el torso <strong>del</strong> demonio al despedirse de él.<br />
<strong>El</strong> único motivo por el que Sabine dejó que Carrow siguiera con vida fue porque Rydstrom no le<br />
hizo ni caso.<br />
Tan pronto como las brujas <strong>del</strong> equipo de limpieza se pusieron a recitar sus hechizos, las rodeó<br />
una nube de poder. Los canticos flotaron por toda la casa.<br />
<strong>El</strong> suelo quedó inmaculado y la basura desapareció. Terminaron en cuestión de minutos.<br />
—Bueno, ya está todo listo —dijo Nïx volviéndose de nuevo hacia Sabine. —Nena, pareces<br />
agotada. Deberías ir a descansar.<br />
—Sí, te acompañaré a nuestra habitación. —<strong>El</strong> demonio le colocó una mano en la espalda. —<br />
Nïx, ahora vuelvo —dijo por encima <strong>del</strong> hombro mientras la guiaba a ella hacia adentro.<br />
Ahora que el hedor había desaparecido y que la casa estaba ordenada, Sabine pudo apreciar<br />
otros detalles de la mansión. Como por ejemplo los trabajados paneles de madera y los<br />
espectaculares techos. Había ventiladores moviéndose despacio por encima de sus cabezas. <strong>El</strong><br />
demonio tenía muy buen gusto.<br />
—Ésta es nuestra habitación —dijo Rydstrom al llegar a una espaciosa estancia <strong>del</strong> piso de<br />
arriba.<br />
Era enorme. Tenía incluso una pequeña sala de estar y una terraza que daba a la piscina. La<br />
cama era inmensa, y ella la miró ansiosa. Cuando se sentó en el borde y se quitó las botas, el<br />
demonio se acercó a una cajonera y cogió una camiseta.<br />
—Toma, puedes ponértela para...<br />
Pero, cuando se dio la vuelta, la hechicera ya se había desnudado y metido bajo las sábanas.<br />
—Sabine no necesitaba todo este jaleo —le dijo Rydstrom a Nïx al regresar al salón. —Ni yo<br />
tampoco. —Se pasó una mano por un cuerno.<br />
Atravesar el portal había sido agotador y, aunque estaba convencido de que la hechicera jamás<br />
lo reconocería, estaba seguro que la emotiva despedida de Puck la había afectado. Cuando<br />
sucedió, ella se había limitado a decir: «Todo esto es... incómodo. <strong>El</strong> niño demonio me incomoda».<br />
—¡Sucio Rydstrom, has dejado agotada a tu hechicera! —La valquiria estaba tan loca como de<br />
costumbre. —<strong>El</strong>la no es como tus recatadas diablesas, ¿sabes?<br />
—Ya lo sé. —y por todos los dioses que se alegraba muchísimo de que fuera así. —Maldita sea,<br />
Nïx, algunas de tus invitadas todavía están en la piscina.<br />
—Yo me encargo. —Se dirigió a ellas y gritó: —Eh, brujas, ¿habéis visto a esa pelirroja que<br />
estaba aquí antes con esa ropa tan chula?<br />
—¿La que iba vestida como una hechicera? —preguntó una.<br />
—No me importaría acostarme con ella —dijo otra.<br />
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—Pues bien, es una hechicera. Es Sabine, la Reina de los Espejismos.<br />
Esa frase consiguió que salieran corriendo.<br />
—¡La muy zorra nos robará los poderes! —gritó una.<br />
—¡Nos volverá locas! —exclamó otra.<br />
—¿Dónde está mi cachimba?<br />
—Me temo que la presentación de Sabine en sociedad estará llena de momentos como éste —<br />
dijo Nïx con un suspiro de resignación.<br />
—¿Está a salvo en esta casa? ¿Cuándo atacará Omort?<br />
—Bueno, a decir verdad, no sólo invadimos tu casa por motivos egoístas... Las brujas han hecho<br />
un hechizo de protección alrededor. Creo que tenía algo que ver con un agente de la condicional y<br />
Carrow. —Se encogió de hombros. —En fin, eso ahora da igual. Nadie, excepto los habitantes de la<br />
casa, puede entrar en la finca sin previa invitación.<br />
Él había pensado poner algunas trampas, pero eso era mucho mejor.<br />
—¿Hasta cuándo durará el hechizo?<br />
—Hasta que tú canceles la tarjeta de crédito que encontré uno de los cajones de tu escritorio.<br />
Rydstrom respiró hondo e hizo acopio de paciencia.<br />
—También he hechizado tu arsenal para que nadie pueda robártelo. Ya sabes, así el armario<br />
está listo para cuando guardes en él la espada de Groot.<br />
<strong>El</strong> demonio tenía en su despacho un armario de cemento en el que guardaba las armas.<br />
Siempre lo dejaba cerrado, pero era vidente que no era invulnerable.<br />
—Entonces, mi hermano viene hacia aquí. ¿Está bien?<br />
—Sí, sí, no me des más las gracias, Rydstrom. Ya sé que mi ayuda no tiene precio, y te<br />
agradezco que quieras ponerle mi nombre a tu primogénita. En respuesta a tu pregunta, sí,<br />
Cadeon está bien. Corrió un grave peligro para hacerse con la espada. —Se dio unos golpecitos en<br />
la barbilla con los dedos. —Y también estrelló tu Veyron de un millón de dólares.<br />
—¿Que ha hecho qué? —<strong>El</strong> coche era la niña de sus ojos.<br />
Sólo había trescientos en el mundo, y les había prohibido expresamente a Cadeon y a Rök que<br />
lo tocaran.<br />
—A decir verdad, fue Holly, mi sobrina, la que lo estrelló. Lo que, claro está, la convirtió en una<br />
heroína entre las valquirias <strong>del</strong> mundo entero. ¿Destrozar el carísimo coche <strong>del</strong> rey demonio?<br />
Nunca más tendrá que pagar en un bar...<br />
—Vamos por partes: ¿por qué dejaste que Holly se fuera con Cadeon?<br />
—¿Porque soy así de mala?<br />
—¿Mi hermano... se la entregó a Groot?<br />
—Sí. Cadeon eligió a su hermanito antes que a su chica. Pero Holly, mi pequeña guerrera,<br />
consiguió salvarse sola. No pongas esa cara de pasmarote. Es mi sobrina. —Se atusó el pelo. —Y al<br />
final Cade se cargó a Groot.<br />
—Así que ahora Cadeon y Holly están juntos.<br />
—La entregó a un psicópata asesino. Digamos que Holly no está especialmente contenta con él.<br />
Pero no te preocupes, aflojará una vez que se entere de que Cadeon siempre tuvo intención de<br />
regresar y salvarla.<br />
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Rydstrom se sintió muy aliviado al oír eso, pero sus propias circunstancias hacían que todavía<br />
estuviera tenso. «Tengo seis días para conquistar a Sabine.» Había conseguido llevarla a su casa, y<br />
ahora estaba acostada en su cama. Estaba convencido de que esa noche lo aceptaría.<br />
Y estaba muy nervioso. «Quiero hacer el amor con ella quiero esforzarme, quiero que le guste.»<br />
—Vas a hacerlo bien, tigre. Relájate.<br />
Rydstrom odiaba que Nïx pudiera leerle la mente con tanta facilidad.<br />
—¿Me lo dices como adivina?<br />
<strong>El</strong>la negó con la cabeza.<br />
—Te lo digo como alguien que ha vivido más de tres mil años. Bueno, me tengo que ir pitando.<br />
—Ven a verme si te enteras de algo más sobre Cadeon.<br />
—De acuerdo. Así lo haré. —Ya de espaldas, murmuró: —Se está formando una tormenta. Una<br />
muy mala. Más te vale estar preparado.<br />
Él levantó la cabeza. No se veía ni una sola nube en el cielo.<br />
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CAPÍTULLO 37<br />
—¡Despierta de una vez!<br />
Sabine se levantó de un salto, parpadeando y mirando a su alrededor.<br />
—¿Hay alguien aquí? —murmuró, al no ver a nadie en la lujosa habitación.<br />
¿Cuánto tiempo había estado durmiendo? Ya estaba completamente oscuro fuera.<br />
—¿Ya estás despierta? —dijo una voz, poniendo palabras en la mente de Sabine.<br />
—¿Lanthe?<br />
—¡Ah, por todos los dioses, Abie, te he buscado por toda la ciudad!<br />
Sabine echó las piernas hacia un lado de la alta cama.<br />
—¿Estás... aquí?<br />
—Recibí tu mensaje en Tornin y he abierto un portal aquí. He estado escaneando este lugar<br />
hora tras hora hasta encontrarte.<br />
—Los vrekeners.<br />
—Están por doquier. Pero ¡tienes que volver a por tu dosis ahora!¿Dónde más?<br />
—Con el demonio. En su casa —«En nuestra casa.»<br />
—¿Puedes escapar de él?<br />
—Las cosas han cambiado entre nosotros —admitió Sabine. —Hemos llegado a una entente<br />
cordial.<br />
—¡Bien! Te abriré otro portal dentro de seis días y puedes volver entonces. Pero ahora, ¡tienes<br />
que venir conmigo!<br />
—¿Qué ha pasado?<br />
—Omort mintió: el morsus te atacará una semana antes de lo que pensabas.<br />
—¿Que ha hecho qué?—¡Maldito bastardo! Cuando se enfrentase a él le haría revivir sus<br />
peores pesadillas, le enseñaría escenas que no podría soportar.<br />
—Es verdad. Me lo ha confesado personalmente. Abie, Tornin está hecho un caos. Los vampiros<br />
se han fugado. Los demonios <strong>del</strong> fuego se han escondido. Y Omort casi coge mis poderes y me<br />
mata.<br />
—Entonces ¡no puedes volver allí!<br />
—Lo convencí de que tú nunca lo aceptarías si me hiciera daño. Omort sigue pensando que<br />
vosotros dos os casaréis. Ahora, sal de la casa y sigue mi voz hasta el portal. No podemos perder ni<br />
un minuto.<br />
—No puedo dejar a Rydstrom sin decirle nada —contestó ella.<br />
—¿Estás de coña? Aunque espero que os funcione lo de los niños, ahora no es el momento<br />
adecuado para empezar a confiar en él.<br />
Cuando Sabine oyó abrirse la puerta, rápidamente se hizo invisible y dejó una ilusión de sí<br />
misma durmiendo profundamente.<br />
Rydstrom la miró dormir con una expresión inconfundible de orgullo. <strong>El</strong>la intentó leerle la<br />
mente... sólo un poquito.<br />
—Mi mujer... en mi cama. Por fin...<br />
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Entonces, su expresión cambió una vez más, y aquella línea entre sus cejas se hizo más<br />
profunda.<br />
—Oh, dioses, Lanthe. Rydstrom está viendo una ilusión de mí, y parece que está... enamorado.<br />
—¿Has podido ver su mirada? —Su hermana sonaba melancólica. —¿Dibujaban sus cejas ese<br />
sentimiento?<br />
—Sí. Y cuando ha salido de la habitación, se ha tocado un poco el pecho.<br />
—¿Como si le doliera?<br />
—¡Eso sólo lo había visto en la televisión! —dijo Sabine. —Tengo que decírselo; tengo que<br />
explicárselo todo.<br />
—¿Para que haga exactamente qué?—preguntó Lanthe. —Y mientras tú le informas de que vas<br />
a ir a un lugar al que él nunca dejaría que fueras yo serviré de carnaza para los vrekeners.<br />
Era verdad; si le explicaba a Rydstrom lo <strong>del</strong> veneno, éste no la dejaría volver con Omort. Y si le<br />
dijera que moriría si no conseguía cruzar el portal, él insistiría en que encontraría ayuda para ella<br />
allí. Pero no había nadie en esa dimensión que pudiera evitar que el morsus la atacara.<br />
Aun sabiendo eso, Sabine se mordió el labio, dudando sobre lo que debía hacer.<br />
—Salir a escondidas de su casa está tan mal...<br />
—No cabe duda de que estás completamente enamorada, ¡porque te estás volviendo estúpida!<br />
No es razonable ni siquiera considerarlo. Puedes volver dentro de pocos días.<br />
—Podría escribirle una ca...<br />
—Abie, acabo de oír unas alas.<br />
Sabine se puso de pie en un segundo.<br />
—¡Voy en seguida!<br />
Se puso las botas y cogió la ropa. Dejó el espejismo en la cama manteniéndose invisible, salió<br />
de la habitación. Oyó a Rydstrom caminar por la casa y evitó encontrárselo saliendo por la puerta<br />
de atrás. Mientras se afanaba en dejar la propiedad, en la oscuridad de la noche se vistió a toda<br />
prisa con el top y la falda.<br />
<strong>El</strong> demonio la seguiría en cuanto descubriera que no estaba. Sólo pedía poder llegar al portal de<br />
su hermana antes que él.<br />
—¿Lanthe?<br />
—Sabine, sigue mi voz. Estoy en un parque, en no sé dónde.<br />
Las calles parecían todas iguales, como un laberinto. Comenzó a llover, suave al principio, pero<br />
luego más fuerte. Al rato, los relámpagos empezaron a atravesar el cielo, los truenos a retumbar y<br />
el agua a caer como si la lanzaran con cubos.<br />
—¿Lanthe?<br />
—Estoy aquí. Qué asco de tiempo.<br />
Sabine vio un parque en la distancia.<br />
—Háblame.<br />
—Estás cerca.<br />
—Veo un... —Dio un traspié cuando oyó al demonio rugir su nombre; el sonido pareció el de un<br />
cañón al dispararse.<br />
Había iniciado su búsqueda. Y sonaba enloquecido.<br />
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—¡Lanthe, viene a por mí! —Sin respuesta. —¿Lanthe? ¿Dónde estás?<br />
Cuando su hermana contestó, su voz sonaba más lejana.<br />
—He tenido que desviarme un poco.<br />
—¿Te estás alejando de mí? ¿Qué estás haciendo?<br />
La voz de Abie era apenas un susurro.<br />
—En estos momentos estoy escapando de unos monstruos alados. ¿Y tú?<br />
—Escapándome de un furioso demonio de más de dos metros...<br />
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CAPÍTULLO 38<br />
Cuando Rydstrom volvió a subir para ver cómo estaba Sabine y fue a acariciarle el pelo, no<br />
encontró más que un espejismo. Se lo quedó mirando un rato, incrédulo.<br />
«Me la ha jugado.» Obviamente, la hechicera no había tenido ninguna intención de quedarse.<br />
Otra mentira. Lo había... abandonado.<br />
«¿Por qué?» Salió de la casa hecho una furia, gritando su nombre a los cuatro vientos. «¿Dónde<br />
está?» Olió su perfume a varios kilómetros.<br />
Se lanzó tras ella, siguiendo sus huellas, siguiendo su instinto. Corría por las calles mojadas, con<br />
una furia que crecía en su interior paso tras paso. La frenética necesidad que tenía de marcarla lo<br />
consumía.<br />
«No lleva mi marca... No estamos casados.»<br />
La vio acercándose a un pequeño parque, sorteando los charcos. Echó un vistazo a través de la<br />
lluvia. En la distancia, vio un área Con una estela de aire difusa: un portal. Y Sabine iba directa al<br />
mismo.<br />
«No puedo perderla.» Movió los brazos para ganar velocidad hasta que estuvo a unos pasos de<br />
ella. Entonces, abalanzándose, la cogió por las caderas y la tumbó en la embarrada hierba.<br />
—¡Me dijiste que querías quedarte conmigo! —Con la respiración entrecortada, Rydstrom la<br />
volvió de cara a él. —Conseguiste que te creyera. ¡Y ahora corrías ansiosa para volver con Omort!<br />
—No... Sí... ¡Rydstrom, tienes que escucharme! —Parpadeó. La lluvia le caía directamente en la<br />
cara.<br />
<strong>El</strong> demonio la cogió y la arrastró debajo de él, cubriéndola clavándole sin darse cuenta las<br />
garras en los muslos.<br />
—¿Por qué? ¡Cada palabra que sale de tu boca es una mentira! ¿Cuántas veces voy a permitir<br />
que me decepciones?<br />
¿Pensaba que podía escapar de él? La hechicera mentirosa pagaría por aquello.<br />
Los ojos de Rydstrom brillaban en la oscuridad como crueles obsidianas. La lluvia caía con tanta<br />
fuerza que dolía, Sabine nunca había visto una lluvia como aquélla. Apenas podía abrir los ojos,<br />
con la fuerza <strong>del</strong> agua, ni podía oírse a sí misma.<br />
—Tenía planeado ser bueno contigo —dijo él entre dientes. —Hacerte el amor. Pero ya se ha<br />
acabado.<br />
Cuando lo vio desabrocharse el cinturón, sus ojos se abrieron como platos.<br />
—¡No! —gritó Sabine clavándole las uñas en la cara y en el pecho.<br />
Él gruñó furioso, y entonces le cogió las muñecas, atándoselas a la espalda con el cuero.<br />
—¡Rydstrom, no! ¡Ha pasado algo! <strong>Demonio</strong>, escúchame. M hermana está aquí...<br />
—¡Tu hermana no está aquí, está en Tornin! ¡En mi castillo! ¡Mi hogar! —Sus cuernos estaban<br />
enhiestos y oscuros. —¡No quiero escuchar más mentiras tuyas!<br />
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—Por favor, Lanthe está en peligro... —Las palabras se le atragantaron al intentar explicárselo,<br />
mientras se concentraba en escuchar la voz de Lanthe o algún aleteo. —¡Hay vrekeners por<br />
doquier!<br />
Rydstrom la acabó de atar y volvió a darle la vuelta para tenerla de cara. «No me está<br />
escuchando.»<br />
—¡Tengo que ayudarla! —insistió, intentándolo otra vez, pero no servía para nada: el demonio<br />
no escuchaba, no razonaba. «Le he destrozado.» Él, que había sido tan racional, tan razonable —Si<br />
le pasa algo... —Tenía el corazón a punto de estallar <strong>del</strong> miedo que sentía por Lanthe. Ese miedo<br />
se convirtió en furia y después en náuseas. —¡No tienes derecho alguno a retenerme! —gritó —<br />
¡No tienes derecho a atacarme ni a lanzarme contra el barro!<br />
—Has mentido... y pagarás por ello.<br />
—¡Sal de encima de mí, animal! ¡Tienes que soltarme, ya!<br />
—Nunca, Sabine. Nunca. —La levantó, se la echó al hombro e inició el camino de vuelta a casa.<br />
—¡No! —gritó ella cuando Rydstrom la alejó <strong>del</strong> portal, de Lanthe. —No me lleves de vuelta. —<br />
Aunque la lluvia había empezado a remitir, seguía sin oír a su hermana.<br />
—Se quedará conmigo sea como sea. —Rydstrom murmuraba para sí. —Encadenada a la cama<br />
si es necesario. <strong>El</strong> demonio que hay en mí quedará satisfecho esta noche...<br />
<strong>El</strong>la miró hacia atrás por encima <strong>del</strong> hombro, estremeciéndose ¿Dónde estaba Lanthe? Sabine<br />
tenía que volver con ella, tenía que escapar de Rydstrom.<br />
Cuando el vendaval amainó, intentó una vez más contarle lo de Lanthe. Pero era como hablar<br />
con la pared. No la escuchaba. Ni cuando llegaron a la casa, ni cuando él la desnudó. Ni cuando<br />
salió afuera en busca de unas cadenas con que sujetarla a la cama.<br />
«Sólo hay un modo de lidiar con una mujer así.»<br />
Rydstrom apenas oía lo que ella le estaba diciendo. No necesitaba escuchar más mentiras de<br />
Sabine. «Sólo debo marcarla »<br />
Estaba tumbada en la cama, con la melena pelirroja esparcida a su alrededor, su pálido cuerpo<br />
expuesto y temblando. Él se quitó los pantalones y se colocó encima de ella.<br />
Sabine abrió mucho los ojos.<br />
—¡Tienes que dejarme ir! —gritó. —Tengo que volver.<br />
«No hagas nada irrevocable...» Pero tenía que hacerlo, de todos modos, no estaba dispuesta a<br />
quedarse. «Tengo que marcarla como mía.»<br />
<strong>El</strong> demonio se arrodilló entre sus piernas.<br />
—Iba a hacerte el amor despacio —le dijo, colocando las manos a ambos lados de su cara<br />
mientras la miraba. Su erección vibraba contra el caliente sexo de la hechicera.<br />
«Contrólate. ¡Te vuelve loco! Me tiene hecho un lío...»<br />
—¡No me hagas esto, demonio! —Levantó los ojos: tenía una mirada suplicante.<br />
—Dijiste que te quedarías. Y yo te creí.<br />
—Rydstrom, tengo que ayudar a Lanthe, mi hermana. Si no vuelvo, la matarán. Confía en que<br />
volveré a ti, lo haré.<br />
—¿Creías que lo nuestro acabaría si volvías con Omort? Yo iría a buscarte. —Acariciándola con<br />
el pene, le susurró al oído: —Cwena, si no estamos juntos es porque aún no he encontrado e<br />
modo de derribar tas defensas.<br />
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—Si hacemos esto, ¿me dejarás ir? —preguntó desesperada. —Si es así, tómame, hazme tuya,<br />
haz lo que tengas que hacer, pero déjame ir.<br />
—Tienes que llevar mi marca.<br />
—Entonces, ¡sí! ¡Hazlo!<br />
—Sabes lo que tienes que decir, ¿verdad, hechicera?<br />
—¿Quieres que te lo suplique? ¡Lo haré! Te suplico que...<br />
—¡No! —Le tapó la boca con la mano.<br />
No quería que las cosas fueran así entre los dos. No quería que lo hiciera a la fuerza. Cuando<br />
ella se calló, apartó la mano.<br />
—Esto… esto es lo que querías, ¿no? —preguntó Sabine.<br />
—Sí... ¡no! —Se incorporó y se sentó en el extremo de la cama, frotándose la frente. «Piensa un<br />
poco.»<br />
—Entonces, ¿qué? —gritó ella, retorciéndose en sus cadenas.<br />
Rydstrom se levantó y empezó a caminar por la habitación. «Piensa...»<br />
—¿Qué quieres que haga, demonio? ¿Qué quieres?<br />
—¡No lo sé! —gritó él, dando un puñetazo en la pared. —Quiero que sientas algo por mí. —<br />
Volvió a acercarse a Sabine y le cogió la nuca con la mano. —¡Porque yo siento como si me<br />
estuvieras arrancando el maldito corazón <strong>del</strong> pecho!<br />
—Siento algo por ti, demonio. Tómame, márcame como tuya. Para siempre.<br />
«Las palabras con las que tanto he soñado.» No podía descifrar lo que ocultaban, no podía<br />
prever qué tramaba la hechicera esa vez. Su suave lengua le decía exactamente lo que él quería<br />
oír, Sabine intentaba calmar así a la bestia que él llevaba dentro. Pero después tienes que<br />
soltarme. ¡Volveré a ti!<br />
«No puedo pensar... Nada irrevocable...» Se levantó una vez más y se metió en el cuarto de<br />
baño. Una vez allí, apoyó la frente y los puños contra la pared, clavándose las uñas, para ver si así<br />
se calmaba y recuperaba el control...<br />
Oyó el inconfundible sonido <strong>del</strong> viejo todoterreno de Cadeon en el camino de entrada. De un<br />
salto, se puso unos vaqueros y salió al encuentro de su hermano antes de que éste pudiera entrar<br />
en la casa.<br />
Cuando Rydstrom abrió la puerta de golpe todavía pensando en Sabine, apenas notó que<br />
Cadeon parecía... cansado.<br />
—¿Rydstrom? —preguntó su hermano, sorprendido.<br />
Él sólo podía imaginarse el aspecto que tendría. No llevaba camisa ni zapatos, y se estaba<br />
abrochando los botones de los vaqueros. La mirada de Cadeon se fijó en su apretada mandíbula,<br />
sus tensos músculos y los pequeños arañazos que tenía en el pecho y una mejilla.<br />
—¿Me vas a hacer esperar aquí fuera? Abre de una vez.<br />
Rydstrom miró al interior de la casa. La hechicera había estado a punto de arrebatarle su sueño,<br />
y él podría haber llegado a odiarla por ello.<br />
—Tío, me preocupas. Déjame entrar y cuéntame qué ha pasado. Lo último que oí es que Sabine<br />
te había capturado.<br />
Al no contestar Rydstrom, Cadeon prosiguió:<br />
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—Te llevaron a Tornin, ¿verdad? ¿Tuviste que luchar con Omort para escapar?<br />
Su hermano finalmente negó con la cabeza.<br />
—Entonces, ¿cómo saliste de allí? Nadie escapa de Tornin.<br />
—Guardaba un as en la manga —contestó él con voz dura. «¿Qué tendré que hacer para que<br />
ella quiera quedarse?»<br />
—Parece que te pase algo. ¿Estás bien?<br />
—Lo estaré. —Rydstrom miró por encima <strong>del</strong> hombro una vez más. —Dentro de poco.<br />
—Tengo la espada. —Cadeon se la ofreció. —También he matado a Groot.<br />
Su hermano aceptó el arma sin prestarle apenas atención. «Ha huido de mí después de<br />
hacerme creer que quería estar conmigo.»<br />
Cadeon, perplejo, dijo lentamente:<br />
—Ésta es la espada que vencerá a Omort.<br />
—Iremos a la guerra en primavera. Estate preparado.<br />
—¿Eso es todo lo que vas a decir? ¿Tanto esfuerzo para tan mezquino agradecimiento? Ni<br />
siquiera me has dado una palmadita en la espalda. —Cadeon fue subiendo el tono a medida que<br />
decía cada una de las palabras. —Si supieras por lo que he tenido que pasar para conseguir esta<br />
maldita cosa, lo que ha tenido que soportar mi mujer... Oh, y para que conste, tu Veyron ya no<br />
existe y no vas a volver a verlo en tu puto garaje.<br />
—¿Hay alguien ahí? —Sabine empezó a gritar. —¡Oh, por todos los dioses, que alguien me<br />
ayude! —Tiró de las cadenas. —¡Estoy encadenada en contra de mi voluntad!<br />
—¿Es ésa la hechicera? —preguntó Cadeon sorprendido. —¿<strong>El</strong>la era el as que guardabas en la<br />
manga?<br />
—¡Por favor, ayúdeme!<br />
Rydstrom miró a su hermano con dureza, esperando su reacción.<br />
Adoptando un tono más calmado, Cadeon dijo:<br />
—Entonces, ¿tienes a una malvada hechicera encadenada a tu cama?<br />
Rydstrom sabía lo que pensaba su hermano.<br />
—Es mía —contestó entre dientes. —Haré con ella lo que me dé la puta gana. Y no será nada<br />
que no me hayan hecho ya a mí, —añadió, recordando las humillaciones por las que ella lo había<br />
hecho pasar.<br />
<strong>El</strong> recuerdo era todavía peor, porque Rydstrom había intentado ser bueno con Sabine, incluso<br />
se había planteado perdonarla por como lo había tratado. Apretó los puños.<br />
—Eh, eh, no te enfades conmigo. A cada uno lo suyo, ¿vale? —dijo Cadeon, que no dejaba de<br />
mirarlo con atención.<br />
—Cuando haya acabado con ella, me pondré en contacto contigo.<br />
Mientras cerraba la puerta, oyó a medias cómo Cadeon murmuraba:<br />
—Vaya, eso significa que ya no soy el hermano malo.<br />
Antes de guardar la espada en la armería, Rydstrom la llevó a la habitación para enseñársela a<br />
Sabine.<br />
—Esta es la espada que matará a Omort.<br />
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<strong>El</strong> arma brillaba, y los ojos de ella siguieron los movimientos que él hacía para comprobar el<br />
temple de la espada describiendo un movimiento circular a su alrededor.<br />
—Dentro de poco, volveré a Tornin a por su cabeza. ¿Te gustaría eso? ¿Cómo te hace sentir la<br />
idea de la muerte de tu hermano?<br />
—Como si oyera el parte <strong>del</strong> tiempo que va a hacer en otra ciudad.<br />
—Casi desearía que le fueras leal a Omort.<br />
—¿Es que no lo entiendes? Nunca te acercarás lo suficiente a él como para poder utilizar esa<br />
arma. Apenas sale de Tornin. Tiene guardias y trampas místicas que lo rodean en todo momento.<br />
¡Maldita sea, Rydstrom! —Le sangraban las muñecas. —¡Suéltame!<br />
Él le dio la espalda y salió de la habitación. De camino a su despacho, se detuvo a observar la<br />
espada, la más especial de todas las que había tenido en su vida. Era como si fuera una extensión<br />
de su brazo.<br />
Aquello era lo que tanto había deseado, y apenas había dedicado tiempo a contemplarla. Su<br />
hermano había arriesgado la vida para obtenerla, y Rydstrom ni siquiera se lo había agradecido<br />
Hacía unos minutos, Cadeon lo había mirado como si se hubiera vuelto loco.<br />
«Creo que sí que me he vuelto loco.»<br />
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CAPÍTULLO 39<br />
—¿Abie?<br />
Sabine suspiró aliviada.<br />
—¿Lanthe, dónde estás?<br />
—Estoy esquivando unos pájaros realmente enormes —la oyó contestar. —¿Qué te ha pasado?<br />
—<strong>El</strong> demonio me ha atrapado y me ha encadenado a su cama.<br />
—¿Que ha hecho qué? Tan pronto como me quite de encima a estos pelmazos, iré a machacar a<br />
tu rey.<br />
—¿Qué vas a hacer? ¿<strong>El</strong>evarlo de un portal a otro hasta matarlo? —preguntó Sabine. —<br />
¿Puedes esquivar a los vrekeners un poco más? Espera, creo que está subiendo... ¡No te vayas!<br />
Rydstrom regresó junto a Sabine y se quedó mirándola con aquellos increíbles ojos negros<br />
llenos de dolor y confusión. Levantó una mano, pero en vez de tocarla empezó a soltar las<br />
cadenas.<br />
<strong>El</strong>la contuvo la respiración. ¿Iba a dejar que se fuera?<br />
—¿Sabes qué fue lo que vi aquel día en que me dijiste que soñara con lo que más necesitara?<br />
—dijo emocionado al liberarle los tobillos. —Soñé contigo y con nuestro hijo. Éramos tan dichosos,<br />
Sabine... Yo había logrado hacerte feliz, y era capaz de protegerte. <strong>El</strong> sentimiento era<br />
indescriptible.<br />
—Lanthe, me está soltando... ¡aguanta un poco más!<br />
—Pero ahora sé que eso no sucederá jamás —prosiguió él.<br />
Cuando terminó de soltarla, Sabine se puso en pie de un salto y se apartó, pero Rydstrom se<br />
limitó a quedarse sentado en la cama. Se lo veía agotado, tenía una mejilla marcada por las uñas<br />
de ella.<br />
—¿Lanthe, sigues ahí?<br />
Sabine cogió la camiseta que él le había ofrecido al entrar por primera vez en la habitación y se<br />
la pasó por la cabeza.<br />
—Mira, Rydstrom —dijo al llegar a la puerta, —regresaré dentro de seis días. Te lo prometo.<br />
—No, no regresarás y ya no puedo más, Sabine.<br />
<strong>El</strong>la se dio media vuelta.<br />
—Rydstrom, no...<br />
—Yo no soy así. Tú consigues sacar lo peor de mí. —Se sujetaba la cabeza entre las manos.<br />
Era el gesto de quienes estaban destrozados, o se daban cuenta de que habían perdido para<br />
siempre algo o alguien muy querido. Rydstrom se había dado por vencido, y Sabine quería pedirle<br />
que no lo hiciera. Quería incluso darle motivos para que no lo hiciera. Pero Lanthe estaba allí<br />
fuera, sola, indefensa.<br />
—Lo único que conseguiremos será hacernos más daño el uno al otro. No quiero que regreses<br />
—dijo él despacio pero con voz firme.<br />
—<strong>Demonio</strong>, espera...<br />
—No vuelvas —añadió, mirándola a los ojos.<br />
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Cuando Sabine notó que el labio inferior le empezaba a temblar, se hizo invisible. Miró a<br />
Rydstrom por última vez y salió de la habitación.<br />
—Abie, ¿estás ahí? ¿Qué ha pasado?<br />
—Acaba de romper conmigo.<br />
—¿Qué? ¡Bueno, no le necesitas para nada!<br />
—Ah, por todos los dioses, Lanthe. Creo que sí le necesito.<br />
Lanthe, casi sin aliento, corrió un poco y se perdió todavía más. Tanto ella como Sabine carecían<br />
totalmente de sentido de la orientación. Aquellas zapatillas que colgaban de un cable eléctrico ya<br />
las había visto un par de veces.<br />
Cada dos segundos, giraba la cabeza para ver si los vrekeners todavía la seguían, pero estaba<br />
convencida de que los había despistado.<br />
Como mínimo eran dos docenas. Y cuando Lanthe los vio allí agazapados, en las ramas de aquel<br />
viejo roble, creyó distinguir el rostro de Thronos entre ellos...<br />
—Acabo de salir de la casa —dijo Sabine.<br />
Lanthe se sintió tan aliviada que casi tropezó.<br />
—Pues vámonos de aquí de una vez. He despistado a los vrekeners, así que lo único que<br />
tenemos que hacer es encontrar el camino de regreso al portal. ¿Te acuerdas de dónde estaba el<br />
parque?<br />
—¿Estás de broma?<br />
—¿Tú qué crees? —Los distintos callejones por los que iba pasando eran todos iguales.<br />
Atravesó a toda velocidad uno, donde salía vapor <strong>del</strong> húmedo suelo, y luego dio marcha atrás y<br />
optó por otro.<br />
—¡Espera! Creo que lo veo. —Lanthe corrió hacia un descampado que había más a<strong>del</strong>ante y que<br />
tenía toda la pinta de ser el parque —¡Lo he encontrado!—<strong>El</strong> portal estaba a menos de cincuenta<br />
metros de ella. —Sigue mi... —Se interrumpió. Se le erizó el vello y levantó asustada la mirada.<br />
Había vrekeners por todas partes: colgando de las ramas de los árboles, rodeándola por el<br />
suelo. Habían utilizado el portal como señuelo para atraparla.<br />
—¡Por todos los dioses, es una trampa! Nos estaban esperando. Me han utilizado para traerte<br />
hasta aquí.<br />
Si Rydstrom no la hubiera detenido, a esas horas los vrekeners ya la habrían capturado.<br />
—Abie, no vengas. ¡Este lugar está infestado!<br />
—¡Estoy de camino!<br />
Lanthe volvió a ver a Thronos. Llevaba el abrigo negro d siempre y allí, agachado sobre una<br />
rama, parecía el mismísimo diablo. Él le sonrió, tensando las cicatrices que tenía en el rostro y<br />
luego saltó al suelo sin ningún esfuerzo.<br />
<strong>El</strong> muy capullo creía que la había atrapado.<br />
¿Se suponía que un peligroso acontecimiento iba a despertar de nuevo el poder de persuasión<br />
de Melanthe? No se le ocurría nada más peligroso que la situación en que se hallaba. No perdía<br />
nada por intentarlo.<br />
Thronos dio la señal con la mano y, en un abrir y cerrar de ojos, todos los vrekeners se<br />
abalanzaron sobre ella. Lanthe tomó aire y corrió hacia el portal.<br />
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Algunos la sobrevolaron, y consiguió esquivarlos, otros la perseguían a pie.<br />
—¡Dejadme en paz! —gritó. ¿Su poder había empezado ya a despertarse?<br />
Sin detenerse ni un segundo, miró por encima <strong>del</strong> hombro. Los vrekeners que iban a pie se<br />
habían detenido. Todos excepto Thronos, que parecía estar apretando los dientes con fuerza,<br />
tratando de no cumplir su orden.<br />
Siguió cojeando hacia ella con expresión malévola y sus hostiles alas desplegadas. Cada vez<br />
estaba más cerca...<br />
¿Debería tratar de ponerse en contacto con Sabine? O quizá debería alejar de allí a los<br />
vrekeners para que su hermana pudiera utilizar el portal.<br />
Uno a uno los demonios fueron desobedeciendo la orden de Lanthe y volvieron a perseguirla.<br />
Presa <strong>del</strong> pánico, corrió más de prisa, atravesó el portal y aterrizó en medio de su habitación en el<br />
castillo de Tornin.<br />
Thronos, que iba pisándole los talones, justo antes de que cruzara la cogió por el tobillo. Lanthe<br />
le dio una patada, acertándole en la boca.<br />
—Apártate —le ordenó.<br />
La lucha de Thronos consigo mismo fue más que evidente, pero el vrekener terminó por dar un<br />
paso atrás.<br />
—Lanthe, ¿dónde estás?—le preguntó Sabine.<br />
—En el portal.<br />
—¡Ciérralo!.<br />
—¿Y qué harás tú?<br />
—¡Puedo aguantar seis días más! —gritó su hermana. —Pero si te capturan, ya no tendré<br />
ninguna posibilidad.<br />
—Pero...<br />
—¡Tienes que hacerlo!<br />
—¡Volveré a por ti! —Apretando los dientes, cerró el portal y soldó la brecha que había creado<br />
en el universo. Los bordes eran como una herida en la piel humana, que se iban cerrando poco a<br />
poco al sanar. —¡Aguanta hasta que yo vuelva, Abie!<br />
Justo antes de que ella sellara los bordes, Thronos logró meter una bota. Miró a Lanthe con sus<br />
ojos plateados y abrió las alas.<br />
<strong>El</strong>la le sonrió maléfica. La herida <strong>del</strong> portal se estaba cerrando, nada conseguiría evitarlo. Oyó el<br />
grito <strong>del</strong> vrekener cuando los bordes le cortaron el pie, y luego Lanthe cayó desplomada sobre el<br />
suelo de su habitación. «Tengo que encontrar al vampiro, —pensó mientras trataba de recuperar<br />
el aliento, —a alguien que pueda teletransportarme hasta Sabine.» Pero todos los habían<br />
abandonado...<br />
Fue levantándose por etapas. Primero colocó la cabeza entre las rodillas e inspiró hondo. Alzó<br />
la vista y se quedó mirando la bota de Thronos. Por culpa de él, Sabine se había quedado atrás en<br />
esa otra dimensión.<br />
—¡Estoy harta de vosotros, cabrones! —le gritó Lanthe al pie. —¡Llevamos quinientos años así!<br />
—Lo lanzó al otro extremo de la habitación.<br />
—Te has atrevido a regresar sin ella —dijo Omort, que estaba en la puerta y tuvo que esquivar<br />
el pie <strong>del</strong> vrekener.<br />
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Sabine notó que el aire se había calmado y supo que su hermana se había ido, lo que significaba<br />
que estaba sola en aquella dimensión. Lanthe había cruzado el portal. Seguramente estaba ya a<br />
salvo.<br />
«Pero yo estoy bien jodida.» Tenía que esperar seis días a que fueran a rescatarla. ¿Aguantaría<br />
tanto? ¡Maldito Omort y sus mentiras!<br />
No tenía ni idea de dónde podía encontrar un vampiro y pedirle que la llevara de nuevo al<br />
castillo. No tenía ni idea de dónde podía alojarse esos días. Podía crear dinero con un espejismo e<br />
ir a un hotel, pero los vrekeners detectarían la magia y la encontrarían en cuestión de segundos.<br />
«¿Por qué me siento tan abatida? He estado en circunstancias mucho peores.»<br />
Tal vez estuviera así porque sabía que pronto iba a morir.<br />
¡No! Se negaba a creer eso. Había oído decir que el morsus atacaba en episodios intercalados.<br />
La primera oleada de dolor seguro que podría resistirla. ¡Ja! A lo mejor incluso conseguiría<br />
desengancharse <strong>del</strong> veneno y podría mandar a Omort a la mierda.<br />
Abrió los ojos como platos. «¡Puedo vencer la adicción!». La gente se moría de dolor porque no<br />
conocía la agonía como Sabine. «He muerto docenas de veces. Seguro que esta vez no es<br />
distinto.»<br />
Tomada esa decisión, estaba incluso ansiosa por sentir los primeros efectos <strong>del</strong> veneno.<br />
«Si eso es así, ¿por qué todavía estoy tan triste?» «Echo de menos al demonio.» Sabine había<br />
tenido a su alcance algo maravilloso y sólo empezaba a valorarlo ahora que lo había perdido. Las<br />
probabilidades de que volviera a encontrar a alguien como él —un rey atractivo, que le apartaba el<br />
pelo para poder besarle la nuca, que era considerado y justo, excepto cuando se ponía en plan<br />
demoníaco, cosa que provocaba ella al tratar de escapar, y que además fuera su marido eran<br />
realmente escasas.<br />
Quería al demonio. «Pero él ya no me quiere a mí. Y todo es culpa mía. Y eso duele.»<br />
Notó que el labio inferior le empezaba a temblar de nuevo. ¡No! Sólo lloraban las hembras<br />
débiles que se daban por vencidas.<br />
Pero a pesar de todo, sintió cómo las lágrimas le resbalaban por las mejillas, y fue una<br />
sensación tan extraña que no supo cómo reaccionar.<br />
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CAPÍTULLO 40<br />
—¿Qué he hecho? —Rydstrom se reprendió a sí mismo con amargura. —He dejado que se<br />
vaya.<br />
En ese momento había creído que no tenía otra alternativa. Su propio comportamiento lo había<br />
horrorizado. Había estado a punto de poseerla a la fuerza en aquel parque, en medio de la lluvia, y<br />
le había vuelto a suceder en la cama.<br />
Ahora que se había calmado lo suficiente como para poder pensar, estaba convencido de que<br />
ella le había dicho la verdad cuando le prometió que regresaría al cabo de seis días. Era posible<br />
que la hechicera quisiera que su relación fuera más allá.<br />
Si Sabine conseguía sacar lo peor de él, entonces tendría que esforzarse por convertirse en<br />
mejor persona. Nadie se esforzaría tanto como él para lograrlo. Rydstrom estaba incluso dispuesto<br />
a ir más allá, y a preguntarle a Sabine qué creía ella que debería hacer; iba a ser completamente<br />
sincero: «No me interesa una vida en la que tú no estés —le diría. —Me vuelves loco. Daría<br />
cualquier cosa a cambio de que sintieras algo por mí».<br />
Y exigiría que ella hiciera lo mismo.<br />
Pero antes tenía que encontrarla.<br />
Con ese pensamiento, se puso en marcha. «Quizá haya cruzado el portal.» Aunque tenía el<br />
presentimiento de que no, pues todavía podía sentir su presencia…<br />
La encontró en la manzana siguiente a la de su casa, en la acera.<br />
Al acercarse, vio que se estaba secando los ojos con el antebrazo.<br />
¿Su hechicera estaba llorando?<br />
—¿Qué estás haciendo aquí fuera, cwena? —A lo largo de la última semana, a Rydstrom le<br />
había gustado ver que Sabine se preocupaba por él, y lo había hecho muy feliz verla celosa. ¿Lo<br />
convertía en mala persona que quisiera que llorara por él?<br />
<strong>El</strong>la levantó la vista y lo miró. Le temblaba el labio inferior, y no creó ningún espejismo para<br />
ocultarlo, permitiendo que el demonio la descubriera en ese estado.<br />
—No... No tengo adonde ir. —Volvió a pasarse la manga por los ojos. —Lanthe se ha ido, y yo...<br />
no puedo ir con ella hasta dentro de seis días. Estoy en una ciudad extraña, en un mundo que me<br />
es desconocido, y hay vrekeners por todas partes.<br />
Ni siquiera había mencionado lo que había pasado entre ellos dos...<br />
—¡Y tú has roto conmigo! —gritó entonces, y las lágrimas le cayeron a mayor velocidad. —¿Se<br />
supone que tengo que estar contenta de que me hayas dejado?<br />
—Ven a casa, Sabine.<br />
—¡No! Tú me has dicho que no regresara. —Sorbió por la nariz —No quieres que esté en tu<br />
casa.<br />
<strong>El</strong> la cogió en brazos.<br />
—¿Por qué no te callas de una vez? —Con la mano que tenía libre, le secó las lágrimas. —Sólo<br />
he tardado diez minutos en salir tras de ti.<br />
—Me alegro de que lo hayas hecho —dijo ella, escondiendo rostro en el hombro <strong>del</strong> demonio.<br />
Rydstrom tragó saliva: jamás se habría imaginado que terminaría así la noche.<br />
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—Tú y yo tenemos que resolver muchas cosas, pero primero tienes que darte una ducha y<br />
entrar en calor. Después ya hablar hablaremos de lo que vamos a hacer.<br />
—¿Podemos... podemos tomarnos una copa de vino?<br />
—Del más dulce que encuentre.<br />
—¿Todavía me quieres?<br />
Rydstrom apoyó la frente en la suya.<br />
—Siempre te querré.<br />
—<strong>Demonio</strong>, comprendo por qué antes has pensado lo peor, sé que te he dado motivos de<br />
sobra para no fiarte de mí. pero también sé que tienes que estar dispuesto a confiar.<br />
—Hechicera, sé razonable...<br />
—Espera, lo único que te pido es que me escuches. Se me ocurrido una idea para que sepas<br />
cuándo te estoy engañando. Algo que hacemos los malos de la película para asegurarnos de que<br />
no nos mentimos entre nosotros. Y quiero hacerlo por ti, demonio.<br />
No tenía ni idea de qué le estaba hablando, pero le encantaba la idea de que estuviera<br />
dispuesta a hacer algo por él.<br />
—Lo único que necesito es un poco de arcilla, unas alcayatas y un poquito de tu sangre.<br />
—¿Cómo sabré si esto de las tablillas de los pactos funciona? —le preguntó Rydstrom mientras<br />
clavaba las alcayatas en pared.<br />
—He hecho tablillas de sobra para que podamos hacer unas cuantas pruebas —contestó ella,<br />
mirándole la espalda mientras trataba de pasar un trozo de cor<strong>del</strong> por el agujero de la tercera<br />
tablilla.<br />
Los músculos, el tatuaje, la piel... Dios, el demonio era espectacular.<br />
Rydstrom se dio la vuelta de golpe y la pilló mirándolo. Sabine se encogió de hombros y le dijo<br />
que no había podido evitar quedarse embobada. Y era verdad.<br />
—¿Ya has terminado? —le preguntó él con la voz algo ronca.<br />
—¿Qué? Sí.<br />
Tenía tres tablillas de arcilla recién horneadas listas para probar. Se las pasó con cuidado.<br />
Era obvio que el demonio tenía sus dudas acerca de todo aquello, pero le seguía la corriente,<br />
ansioso por que funcionara.<br />
Antes, cuando regresaron a la casa, Rydstrom la había dejado sola en la ducha mientras él iba a<br />
buscar arcilla o barro por los alrededores. Se reunieron en la cocina un rato después, y ella se<br />
había puesto una de las camisetas <strong>del</strong> demonio. Éste se había duchado en el piso de abajo y se<br />
había puesto unos vaqueros limpios... y nada más.<br />
La cocina de la casa era ultramoderna, aunque, a decir verdad, Sabine apenas sabía cómo<br />
funcionaban las antiguas, pero consiguió encontrar un cuenco en el que mezclar la sangre de<br />
ambos con la arcilla.<br />
—Tu sangre es lo que te vincula al hechizo —le explicó ella mientras le hacía un pequeño corte<br />
en el brazo. —Mi sangre actúa de catalizador, la pila que hace que esto funcione.<br />
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Después, aplanó la masa de arcilla y la colocó en tres platos Pequeños utilizando un punzón<br />
para hielo como lápiz. En la primera tablilla, escribió: «Jamás desearé a Rydstrom». En la segunda:<br />
"Jamás besaré a Rydstrom». Y en la tercera: «Jamás mentiré a Rydstrom».<br />
<strong>El</strong> demonio colgó las tres tablillas en la pared y Sabine dio un salto para sentarse en el mármol<br />
de la cocina.<br />
—¡Ha llegado la hora de los pactos! Sagrada incluso entre los más malvados.<br />
La hechicera había estado bebiendo un poco <strong>del</strong> mejor vino dulce de la bodega de Rydstrom<br />
mientras trabajaba. <strong>El</strong> se apoyó en el mármol y se cruzó de brazos, observando todos sus<br />
movimientos.<br />
La tensión sexual que había entre ambos era palpable.<br />
Durante el rato que tuvieron que esperar a que las tablillas se secaran, Sabine sugirió que<br />
hicieran algo para entretenerse, pero Rydstrom se negó, prefiriendo mantener la calma mientras<br />
solucionaban algunos de sus problemas.<br />
—¿Qué tenemos que hacer ahora? —le preguntó, acercándose a donde estaba ella.<br />
—¿Estás listo para la primera prueba? De acuerdo, entonces hazme el favor de desabrocharte<br />
los pantalones y dejarme echar un vistazo.<br />
—¡Sabine! Está bien. —Se desabrochó los botones y se abrió la bragueta.<br />
Al verlo le pareció tan sexy que se mordió el labio inferior, ansiosa por acariciarlo, por recorrer<br />
toda aquella piel con los labios...<br />
La primera tablilla se rompió en mil pedazos y cayó al suelo.<br />
Rydstrom abrió los ojos, sorprendido, mientras se abrochaba de nuevo.<br />
—Bésame —le dijo el demonio, acercándose.<br />
<strong>El</strong>la lo besó en los labios, pequeños y <strong>del</strong>iciosos besos. Peto cuando la segunda tablilla cayó<br />
fulminada, él se apartó.<br />
—Está funcionando.<br />
—Estás casado con una hechicera, demonio. Sé lo que hago.<br />
Él se dio la vuelta de golpe y fue a inspeccionar las tablillas, —Ahora puedes preguntarme lo<br />
que quieras y yo tendré que decirte la verdad. Pero antes de que empieces, me gustaría<br />
preguntarte una cosa. —<strong>El</strong> demonio movió la mano de aquel modo tan magnánimo. —Si te<br />
hubiera dicho que tenía que regresar a Tornin por una cuestión de vida o muerte, pero que<br />
después volvería a tu lado, ¿me habrías dejado ir al castillo sin ti?<br />
—No. Tú y yo no nos separamos, Sabine. —Y para demostrárselo caminó hacia el mármol de la<br />
cocina y se colocó frente a ella, deslizando los muslos entre sus piernas. —He tardado mil<br />
quinientos años en encontrarte, así que por ninguna razón estoy dispuesto a alejarme de ti.<br />
—Entiendo. —<strong>El</strong>la ya sabía que él iba a decirle algo por el estilo, pero la vehemencia <strong>del</strong><br />
demonio le recordó que tenía que andarse con cuidado.<br />
No importaba lo mucho que quisiera confiar plenamente en Rydstrom: no podía hacerlo. Tal<br />
como Lanthe había predicho, el demonio no iba a permitirle regresar al castillo para que<br />
renovaran su dosis de veneno, así que al cabo de seis días tendría que irse sola.<br />
—Pregunta.<br />
—¿Adonde ibas esta noche? ¿Y por qué has huido de mí?<br />
«Ten cuidado.»<br />
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<strong>El</strong> <strong>Beso</strong> <strong>del</strong> <strong>Rey</strong> <strong>Demonio</strong><br />
6° de la <strong>Serie</strong> <strong>Immortals</strong> <strong>After</strong> <strong>Dark</strong><br />
—Mi hermana ha abierto un portal para venir a buscarme. <strong>El</strong>la y yo podemos comunicarnos<br />
telepáticamente si estamos lo bastante cerca la una de la otra, y Lanthe me ha despertado. Le he<br />
explicado que no quería irme sin decirte nada, aunque sólo fuera por unos días, que tú y yo<br />
habíamos llegado a un acuerdo. Que estábamos juntos.<br />
Al oír esa frase, Rydstrom desvió la vista hacia la tablilla, convencido de que iba a romperse, a<br />
pesar de lo mucho que deseaba que no fuera así.<br />
Un sentimiento desconocido floreció en el interior de la hechicera. «<strong>Demonio</strong> solitario.<br />
Desesperado por abandonar la soledad…»<br />
—Sigue —le azuzó él, ansioso, tras asegurarse de que la tablilla seguía intacta.<br />
—Los portales de Lanthe requieren de mucho poder, así que no ha tardado en atraer a los<br />
vrekeners. Mi hermana me ha dicho entonces que estaba en peligro. Rydstrom, ella no tiene<br />
ningún poder que le permita defenderse. No puede enfrentarse a los vrekeners, así que he salido<br />
de la casa y he ido a ayudarla.<br />
—¿Tenías intención de regresar a mi lado?<br />
—Sí.<br />
<strong>El</strong> demonio apoyó las manos en el mármol, a ambos lados de los muslos de Sabine, como si se<br />
hubiera quedado aturdido con todas esas revelaciones. De repente, entrecerró los ojos.<br />
—¿Estás tramando algo con Omort? ¿Confabulando contra mí?<br />
—No.<br />
—¿No estás de parte de tu hermano?<br />
—No. Estoy de mi parte y de la de mi hermana.<br />
<strong>El</strong> trató de asimilar toda aquella información.<br />
—¿Es posible que quieras tener un futuro conmigo?<br />
Sabine dudó unos segundos. «¿Lo quiero?»<br />
—Sí... —respondió al fin, mirando de reojo la tablilla, y, al ver que ésta seguía intacta, lo miró a<br />
él con cara de satisfacción—Rydstrom, si algún día quisiera estar con alguien, sería contigo. Lo<br />
único que pasa es que no sé si soy lo que de verdad necesitas. Yo no... yo no soy como tú.<br />
—¿Sabes una cosa, Sabine? Tenías razón al decir que siempre he llevado una vida muy<br />
ordenada. Antes de conocerte, todo lo que me rodeaba era lógico y razonable. En cambio, tú<br />
desafías a la razón. Me gusta lo astuta que eres, y tu desvergonzado sentido humor. Me gusta que<br />
no sea de sentido común, me gusta sentirme tan atraído hacia ti... Me gusta sentirme así a pesar<br />
de todo.<br />
Como respuesta a esa sentida declaración, ella lo miró a los ojos.<br />
—Rydstrom... estás muy sexy en vaqueros.<br />
Él tardó unos segundos en recuperarse de la impresión.<br />
—Lo sé —contestó al fin, tratando de disimular una sonrisa—. ¿Eso es lo único que vas a<br />
decirme? ¿No me merezco nada más?<br />
<strong>El</strong>la volvió a ponerse seria.<br />
—Me gusta que la gente te respete tanto. Me gusta tu torso cálido y fuerte, y me gusta<br />
dormirme pegada a ti. Y me ha emocionado mucho que esta noche hayas salido a buscarme.<br />
—¿Te quedarás conmigo?<br />
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—Por ahora, sólo puedo prometerte seis días.<br />
—¿Otra vez lo de los seis días?<br />
—Lanthe sólo puede crear un portal cada seis días.<br />
—Ah. Ahora lo entiendo. ¿Tienes intención de dejarme cuando ella regrese?<br />
—Estoy tratando de hacerte promesas que pueda cumplir. Por ahora, puedo prometerte seis<br />
días. Después de eso, tal vez el futuro no me pertenezca. Podríamos volver a hacer esto el último<br />
día.<br />
Rydstrom la miró como si quisiera preguntarle algo más sobre ese tema, pero terminó por<br />
dejarlo.<br />
—¿Por qué no me dijiste que empezabas a sentir algo por mí? Me has tenido completamente a<br />
ciegas.<br />
—No estaba segura. ¿Y cómo se suponía que iba yo a saber que debía decírtelo? Nunca he<br />
tenido una relación con nadie, y tampoco puede decirse que en Tornin tú fueras confesándome<br />
tus sentimientos a diario. —Le rodeó el cuello con los brazos. —también me has tenido<br />
completamente a ciegas.<br />
—Todavía hay muchas cosas que no me estás contando.<br />
—Así es. Pero confío más en ti que en nadie que haya conocido do jamás, excepto Lanthe. ¿No<br />
podemos ir paso a paso? —<strong>El</strong> aroma que desprendía el cuerpo <strong>del</strong> demonio la estaba derritiendo,<br />
y se fue acercando a él. —Tal vez pudieras conformarte con saber que antes no tenía intención de<br />
abandonarte y que tampoco voy a querer hacerlo en el futuro —le sugirió, cuando escasos<br />
milímetros separaban sus labios.<br />
—¿Quieres que te haga el amor? —le preguntó él emocionado.<br />
—Ahora mismo es lo que más deseo en el mundo.<br />
La última tablilla siguió intacta.<br />
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CAPÍTULLO 41<br />
<strong>El</strong> demonio la cogió en brazos y corrió hacia su habitación. Subió los escalones de dos en dos,<br />
respirando bocanadas de aire junto a su cuello.<br />
Al llegar, la depositó en la cama y le quitó la camiseta. La hechicera estaba convencida de que<br />
Rydstrom estaría frenético por estar con ella, sin embargo, él ralentizó sus movimientos.<br />
—Tengo que calmarme un poco. —Se inclinó hacia ella para besarla, sujetándola por la nuca de<br />
un modo muy posesivo. —Quiero saborear el momento.<br />
Posó los labios encima de los suyos y deslizó la lengua hacia el interior de la boca de Sabine,<br />
moviéndola de un modo increíblemente sensual, convirtiendo el beso en algo más. Algo más<br />
profundo.<br />
«Quiere hacerme suya. Toda suya.»<br />
Cuando Rydstrom dejó de besarla, sus ojos negros recorrieron cada curva, como si le estuviera<br />
haciendo el amor por primera vez.<br />
A esas alturas, ella ya estaba temblando, ansiosa de las caricias <strong>del</strong> demonio. Rydstrom por fin<br />
deslizó las manos por sus caderas, su ombligo, sus pechos. Sin prisa, exploró hasta el último<br />
centímetro de su piel.<br />
—Eres tan suave... —le susurró al oído.<br />
Cuando le acarició los pezones con los dedos, atormentándolos para luego mimarlos,<br />
espejismos de llamas se encendieron a su alrededor.<br />
—Rydstrom —murmuró Sabine. —Te necesito.<br />
Tras un leve asentimiento de cabeza, se quitó los vaqueros y se tumbó desnudo a su lado.<br />
—Tengo que asegurarme de que estás lista.<br />
Tenía los músculos tensos y los ojos completamente negros pero su aspecto era de algún modo<br />
distinto al de las anteriores ocasiones. No parecía fuera de sí y en su mirada ardía la<br />
determinación.<br />
Su demonio parecía estar totalmente decidido a conseguir lo que quería.<br />
Le separó entonces las piernas con cuidado, y ella las dejó caer a modo de invitación. Acto<br />
seguido, atormentó aquellos labios con dedos astutos, acariciándolos sensualmente, antes de<br />
deslizar un dedo en su interior. <strong>El</strong>la gimió al sentir que lo retiraba y repetía el movimiento con dos.<br />
La maravillosa sensación iba en aumento.<br />
Rydstrom tomó su sexo con la mano, presionando el clítoris con la palma y deslizando los dedos<br />
hasta lo más profundo.<br />
—¡<strong>Demonio</strong>, por favor!<br />
—Ten un orgasmo por mí. —Marcó cada palabra con un movimiento de los dedos.<br />
<strong>El</strong> anhelo iba a más, creció… creció… y creció hasta que Sabine por fin se derrumbó.<br />
Las llamas ardieron con fuerza cuando la hechicera alcanzó el orgasmo, el azul de sus ojos<br />
reflejó la luz que desprendían los espejismos. Rydstrom sentía su piel húmeda y caliente bajo los<br />
dedos mientras el cuerpo de ella los devoraba hambriento, haciéndolo temblar ansioso.<br />
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Pero tenía que ir despacio. Tenía que asegurarse de que a Sabine aquello le gustara tanto que<br />
no pudiera vivir sin él. Y, por el modo en que lo había mirado antes, Rydstrom estaba convencido<br />
de poder conseguirlo.<br />
Cuando el cuerpo de Sabine experimentó el último espasmo, el demonio se arrodilló entre sus<br />
piernas y acarició su sexo con la punta de su miembro. Lo colocó en la entrada, y se detuvo.<br />
—Relájate, cwena. Iré poco a poco.<br />
<strong>El</strong>la asintió con la cabeza.<br />
Inclinado sobre ella, Rydstrom apoyó los codos a ambos lados de su cabeza. Recurriendo a toda<br />
su fuerza de voluntad, se deslizó muy despacio hacia el estrecho interior de la hechicera, sin dejar<br />
de mirarla a los ojos todo el rato. Sabine se quedó sin aliento, pero tampoco apartó la mirada ni un<br />
segundo.<br />
Al llegar al final, la emoción por estar por fin dentro de su mujer embargó al demonio.<br />
—¿Te he hecho daño?<br />
—No, Rydstrom.<br />
Esperó a que se acostumbrara a tenerlo en su interior, quieto, sudando por el esfuerzo que<br />
estaba haciendo por no moverse y sintiendo cómo el cuerpo de ella lo envolvía. Tenía que<br />
conseguir aguantar un poco más, pero empezaba a estar ansioso por llegar al final.<br />
—Esta vez es distinto, es tan perfecto...<br />
—¿Puedo moverme? —gimió él cuando Sabine empezó a balancear las caderas.<br />
—Sí, estoy lista... necesito más.<br />
Rydstrom se incorporó sobre los brazos. Tenía la frente empapada de sudor, y algunas gotas<br />
caían sobre los pechos de ella, que arqueó la espalda de placer.<br />
<strong>El</strong> no pudo evitar empujar con todas sus fuerzas para <strong>del</strong>eitarse en la humedad que lo envolvía.<br />
Sabine gimió cuando el demonio se retiró por primera vez, y gritó satisfecha cuando volvió<br />
penetrarla.<br />
«La presión... el calor que emana de ella.»<br />
—Tengo que entrar más. —Rydstrom levantó un poco las caderas, profundizando las<br />
embestidas. —¡Tan caliente!<br />
—¡Rydstrom... sí! —Sabine volvía a estar cerca <strong>del</strong> orgasmo.<br />
<strong>El</strong> podía sentir cómo el pequeño cuerpo de la hechicera empezaba a estremecerse y los muslos<br />
se apretaban y relajaban alrededor de sus caderas.<br />
Otro movimiento exquisito consiguió que él se estremeciera de los pies a la cabeza. Cuando<br />
volvió a retroceder, el interior de Sabine apretó la erección <strong>del</strong> demonio como si no quisiera que<br />
no se fuera jamás de allí.<br />
De nuevo, él volvió a hundirse en su cuerpo, desesperado por llegar hasta lo más profundo de<br />
su ser. Se movió ansioso, deseando estar más adentro, necesitando poseerla por completo...<br />
Cuando Rydstrom le hizo el amor por primera vez, le dolió. Él era tan grande y Sabine tan<br />
estrecha... Pero esa vez era distinto, no había dolor... sólo placer.<br />
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Estaba tumbado encima de ella, tratando de estar lo más cerca posible, apenas había un<br />
centímetro de piel de uno que no estuviera en contacto con la <strong>del</strong> otro. Él le cogió los brazos y se<br />
los colocó por encima de la cabeza, cubriéndolos luego con los suyos y entrelazando los dedos con<br />
los de ella.<br />
Rydstrom tenía el torso empapado de sudor y le atormentaba los pechos con él. Meciéndose de<br />
ese modo, iba a volverla loca: Sabine se sentía bombardeada a sensaciones. No podía dejar de<br />
temblar de lo maravilloso que era todo lo que le e haciendo.<br />
Otro espectacular movimiento de caderas, más palabras susurradas al oído.<br />
—Es imposible que alguien pudiera darme más placer...<br />
En esa postura, ella notaba una fricción maravillosa en su sexo, y Rydstrom la incrementaba con<br />
cada embestida. Se arqueó bajo él.<br />
—Te necesito, demonio.<br />
Él apretó los dedos que tenía entrelazados con los suyos.<br />
—Dilo otra vez.<br />
—Te necesito.<br />
Rydstrom levantó la cabeza y fijó sus ojos negros en el cuello de Sabine.<br />
—Entrégate a mí.<br />
¡Ah, por todos los dioses, iba a morderla! Sabine sabía que iba a suceder, y su cuerpo parecía ir<br />
directo hacia el orgasmo que él había ido convocando con cada uno de sus <strong>del</strong>iberados<br />
movimientos.<br />
Con los brazos alrededor de la cabeza de ella, Rydstrom le besó el cuello, le recorrió la piel con<br />
la lengua. La sedujo.<br />
—He esperado tanto tiempo... —Y en ese instante la mordió, hundió los colmillos en la piel de<br />
la hechicera.<br />
Sabine se quedó quieta debajo de él, incapaz de hacer nada excepto llegar al orgasmo y<br />
provocar el suyo, mientras Rydstrom la marcaba.<br />
<strong>El</strong> clímax la sacudió con cegadoras oleadas, y gritó de placer. Su Sexo se apretaba contra la<br />
erección <strong>del</strong> demonio una y otra vez exigiéndolo todo.<br />
Rydstrom gimió y se movió con más fuerza, con más intensidad hasta lo más profundo. Por fin<br />
dejó de morderla y, antes de levantar la cabeza, pasó la lengua por las pequeñas heridas.<br />
—Ahora sí que eres mía —dijo con voz ronca.<br />
Bajó las manos entrelazadas de ambos, y hundió a Sabine en el colchón, moviéndose de nuevo<br />
entre sus muslos, lanzándola al precipicio de otro orgasmo.<br />
—¡Rydstrom, no pares! —gritó ella, moviendo la cabeza de un lado a otro al mismo ritmo que<br />
las caderas de él. Más... más… cerca... más.<br />
Y entonces el clímax la sacudió de nuevo, con tanta intensidad que no pudo evitar gritar,<br />
arquear la espalda, pegar su cuerpo <strong>del</strong> demonio.<br />
—¡Sabine! Voy a... voy a estallar...<br />
Tenía los músculos tensos, temblorosos <strong>del</strong> esfuerzo, y de repente se quedó inmóvil, su<br />
miembro contrayéndose en su interior. La miró a los ojos, su cuerpo a punto de partirse a causa de<br />
la presión que había llegado a resistir.<br />
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—Mi Sabine.<br />
Y echó la cabeza hacia atrás y gritó. Con el cuello y el torso inmóviles, movió las caderas<br />
vaciándose en ella con tanta fuerza que Sabine pudo sentir cómo el semen se deslizaba dentro de<br />
ella... una y otra vez.<br />
Cuando Rydstrom hubo terminado, se derrumbó sobre su cuerpo. Sabine notaba cómo latía su<br />
corazón.<br />
Mientras trataba de recuperar la respiración, el demonio besándola en el cuello, en la herida<br />
que le había hecho, y a ella le encantó.<br />
—Cwena ha merecido la pena esperar mil quinientos años para encontrarte.<br />
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CAPÍTULLO 42<br />
—Diría algo bonito —empezó a decir Sabine cuando vio la maltrecha cabaña, —como «seguro<br />
que es bonita por dentro», pero entonces la última tablilla se rompería.<br />
—Me pediste que tuviéramos una cita en una taberna de la Tradición —contestó él,<br />
regalándole una sonrisa. Aunque cada vez le sonreía más a menudo, todavía la dejaba atontada al<br />
hacerlo. —Pues bien, tenemos una cita, y aquí está la taberna.<br />
<strong>El</strong>la había querido que fueran a cenar en lo que iba a ser, en realidad, su primera cita. Al fin y al<br />
cabo, se habían pasado los últimos cuatro días dentro de la casa, sobre todo en la cama. Pero<br />
Sabine también tenía segundas intenciones...<br />
—Esta noche está a reventar —comentó Rydstrom al pasear su nuevo deportivo por el<br />
aparcamiento intentando encontrar un sitio libre.<br />
<strong>El</strong> lugar estaba fuera de la ciudad, en medio de una ciénaga: ¿cómo podía haber tanta gente<br />
allí?<br />
Cuando por fin pudo aparcar, ella dijo:<br />
Sigo pensando que tendrías que haberme dejado conducir.<br />
—Ni lo sueñes —contestó él, saliendo <strong>del</strong> coche. Cuando se despertó a la mañana siguiente de<br />
hacer el amor, el demonio tenía una sorpresa para ella. Había comprado un coche nuevo para<br />
cada uno. Pero ante el impresionante descapotable rojo, lo único que la hechicera pudo hacer fue<br />
quedarse perpleja.<br />
—No sé conducir.<br />
—Yo te enseñaré —dijo él confiado.<br />
Pero al final de la lección decretó que Sabine era la conductora más agresiva y peligrosa con la<br />
que se había encontrado jamás.<br />
Después de eso, Rydstrom se encargó de que varios comerciantes de la Tradición fueran a la<br />
casa para ofrecerle a la hechicera las ropas y las joyas más selectas, así como cualquier cosa que<br />
pudiera necesitar.<br />
—¿Estás intentando comprar mi cariño? —le preguntó ella.<br />
—¿Funciona? —replicó él.<br />
En aquel instante, Rydstrom le abría la puerta <strong>del</strong> coche y el húmedo aire de la noche inundó<br />
sus sentidos, junto con el sonido de música y de risas estridentes.<br />
¡Por todos los dioses, qué guapo estaba! Llevaba unos vaqueros oscuros y una sencilla camisa<br />
negra con un cinturón y unas botas de piel muy cara. Su aspecto decía «Tengo dinero y poder y<br />
además soy consciente de ello».<br />
Una vez estuvo fuera <strong>del</strong> coche, Rydstrom se inclinó y la besó en los labios.<br />
—¿Estás segura de que no quieres volver a la cama? —Su lujurioso demonio parecía insaciable.<br />
De hecho, ambos lo eran.<br />
Rydstrom era tan fascinante... Le encantaba que ella le recorriera la cara a besos para<br />
demostrarle sus sentimientos, y se estremecía al instante cuando le pasaba las uñas por la espalda<br />
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de arriba abajo. Esa misma mañana se lo había encontrado ante espejo, inspeccionando los<br />
arañazos.<br />
—<strong>El</strong> resultado de un trabajo bien hecho —comentó orgulloso, dedicándole una sexy sonrisa<br />
que consiguió que a ella se le pusiera la piel de gallina.<br />
Habría estado más que contenta de volver a la cama. Pero la noche anterior tuvo un ligero<br />
malestar. No exactamente un dolor, pero sí una sensación fuera de lugar para un inmortal. La vieja<br />
Sabine, la que sobrevivía a todo, había regresado. A pesar de que cada vez estaba más convencida<br />
de que acabaría venciendo al morsus, por si acaso tenía preparado un plan B.<br />
Esa noche iría en busca de un vampiro que pudiera teletransportarla de vuelta a Rothkalina.<br />
Sólo por si las cosas se torcían...<br />
—Esta noche estás espectacular —susurró él. —Te lo habría dicho antes, pero me has dejado<br />
sin palabras.<br />
—Estaba convencida de que no te gustaría mi mo<strong>del</strong>ito.<br />
Sabine llevaba la melena tan salvaje como de costumbre, pero en ella sólo lucía una sencilla<br />
diadema, y en honor de Rydstrom había hecho un esfuerzo para que su sombra de ojos azul<br />
marino fuera más conservadora y sólo le llegara a las sienes. Sin embargo, la falda era corta, las<br />
botas altas, y el top consistía en una simple cinta hecha de varios tipos de metal, que se mantenían<br />
en su sitio mediante unas cadenas sujetas a una gargantilla, dos por <strong>del</strong>ante y dos por detrás.<br />
—Me niego a que me vuelvas a llamar viejo carcamal. —Mientras la repasaba con la mirada, le<br />
cogió las manos y le separó los brazos a cada lado. —¿Estaré celoso si otros hombres te ven así?<br />
Sin lugar a dudas. Mis cuernos se pondrán bien tiesos a las primeras de cambio. Pero también me<br />
siento orgulloso.<br />
La abrazó con fuerza y la acercó a él. Su calor y su olor hicieron que Sabine levantara la mirada<br />
para contemplarlo.<br />
La gente lleva tanto tiempo teniéndome lástima por haber pasado tantos siglos sin encontrar a<br />
mi compañera, que ahora quiero presumir de ti. Y quiero que sepan que tú siempre has estado<br />
destinada a estar conmigo, que sólo era cuestión de tiempo.<br />
Durante los últimos cuatro días, cada vez que Rydstrom decía cosas como ésa en aquel tono tan<br />
brusco y con aquella mirada tan penetrante, Sabine tenía miedo de que fuera demasiado<br />
maravilloso, demasiado guapo, bueno y considerado con ella.<br />
Ese tiempo con Rydstrom había sido maravilloso. Pero, para ser sincera, tenía que decir que no<br />
todo había sido perfecto. Para empezar, había insistido en que aprendiera a nadar, enseñándole<br />
en su lujosa piscina. A pesar de que iba mejorando, se pasaba más tiempo pegada a él, con los<br />
brazos alrededor de su cuello, que nadando.<br />
Y el demonio seguía bebiendo cerveza demoníaca, comiendo bistecs y chupando unas<br />
pequeñas criaturas llamadas cangrejos. Pero se aseguraba de que ella tuviera vegetales para<br />
comer y vino dulce para beber. Incluso había llevado una botella consigo en el coche para esa<br />
noche, por si no encontraba ninguna bebida que le gustara.<br />
Sabine centró su atención en la destartalada taberna. Un estropeado letrero con luces de neón<br />
seguía brillando, pero era ilegible.<br />
—¿Y cómo se llama este sitio? —Estaba situado sobre el agua, rodeado de cipreses, y parecía<br />
que se tuviera que derrumbar si soplaba un viento un poco fuerte. Una precaria pasarela conducía<br />
adentro. —¿<strong>El</strong> Cardo Sediento o algo así?<br />
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—Todo el mundo lo llama Erol. Escucha: si algo va mal una vez dentro, quédate detrás de mí.<br />
Prométemelo.<br />
Era excesivamente protector.<br />
—No te puedo prometer eso; si no, encontraremos el suelo de tu cocina lleno de arcilla.<br />
—De nuestra cocina.<br />
—<strong>Demonio</strong>, si algo va mal dentro, no necesitaré que te preocupes por mí. Necesitaré que me<br />
ayudes a protegernos.<br />
Ese comentario lo descolocó. Sabine dio media vuelta y recorrió despacio la pasarela, dejándolo<br />
desconcertado. <strong>El</strong> gran Rydstrom tendría que empezar a aprender algunos trucos nuevos si quería<br />
seguir con ella.<br />
Cuando la vio caminar de puntillas para que las botas con tacón de aguja no se le quedaran<br />
enganchadas entre las tablas, le preguntó:<br />
—¿Por qué no llevas zapatos planos y haces que parezcan botas?<br />
—Porque llevándolas me siento sexy.<br />
—¿Y te haría sentir sexy que te llevara en brazos ahora?<br />
—Me las puedo apañar, <strong>Rey</strong> Encantador —dijo. —Si está tan lleno, ¿crees que habrá alguien a<br />
quien conozcas? Quizá una de las miles de diablesas con las que te has acostado, como Durinda —<br />
dijo, provocándolo.<br />
Cuando él no contestó, Sabine lo miró a los ojos.<br />
—Sólo bromeaba, ya sé que no estuviste con ella. Espera, ¿por qué pareces tan culpable? —<br />
¿Por qué Rydstrom tenía aquella expresión de culpabilidad al oírla nombrar a la diablesa. De golpe,<br />
sintió que le faltaba el aire. —No habrás... en el campamento. .. ¿no estarías con ella...?<br />
—¡Por todos los dioses, no! Pero te dije que no me había acostado con Durinda. Y, al parecer,<br />
hace un milenio, más o menos, sí lo hice.<br />
Sabine se sintió aliviada al instante, entonces añadió:<br />
—Pero me dijiste que no lo habías hecho.<br />
Rydstrom se tocó la nuca con la mano.<br />
—Yo... me había olvidado.<br />
—¿Te lo tuvo que recordar ella? —Cuando él asintió, Sabine se echó a reír a carcajadas.<br />
—No tiene gracia —replicó molesto. —Fue muy incómodo —añadió, como si estuviera<br />
haciendo esfuerzos para disimular una sonrisa.<br />
—¡Hubiera pagado por oír esa conversación! —dijo Sabine sin dejar de reír.<br />
—Pensaba que te enfadarías.<br />
Después de otra sonrisa, contestó:<br />
—No por las cosas graciosas. ¡Eh, tengo una idea! Quizá podríamos confeccionar una base de<br />
datos con todas las hembras con las que te has acostado, y así podrías ponerlas al día...<br />
—¿Eso crees, listilla? —La abrazó. —Lo único que me importa es el último registro.<br />
Continuó por la pasarela, con ella riéndose a su lado.<br />
En la puerta de entrada, hizo que Sabine se quedara a su lado. Al entrar, Rydstrom llevaba una<br />
mano en la cadera de ella y los hombros bien erguidos, con la arrogancia de un rey. A Sabine le<br />
encantaba.<br />
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<strong>El</strong> interior estaba poco iluminado y abarrotado. En un rincón había una vieja máquina de discos<br />
funcionando. En la pared posterior, unas calaveras enmarcaban un espejo, con luces navideñas en<br />
los huecos de los ojos.<br />
<strong>El</strong> lugar tenía su encanto.<br />
Pasaron junto a la barra, donde estaban sentados un par de gemelos increíblemente atractivos.<br />
Sabine supuso que eran licántropos, y al oírlos hablar con un fuerte acento escocés supo que había<br />
acertado.<br />
—¡Maldición, Rydstrom!, ¿de dónde la has sacado? —preguntó uno, acercándole un taburete<br />
con el pie. —Y va vestida como una hechicera de las de antes. —Silbó para dar más énfasis a sus<br />
palabras.<br />
—¿Tiene una hermana? —añadió el otro. <strong>El</strong> demonio los saludó con un movimiento de cabeza.<br />
—Sabine, éstos son Uilleam y Munro, soldados licántropos —se los presentó.<br />
—Sí, a decir verdad tengo una hermana —les informó Sabine rápidamente. —Os encantaría, y a<br />
ella también le gustaríais...<br />
Pero Rydstrom la apartó antes de que pudiera acabar la frase, continuando hasta la parte de<br />
atrás, donde había la única mesa libre. Unas estridentes chicas estaban sentadas al lado, jugando a<br />
los dados. Todas parecían borrachas, bien por culpa de la bebida o por hechizos con alcohol.<br />
—Más brujas —murmuró Rydstrom.<br />
Sabine volvió a curiosear para ver qué poderes tenían. Y, una vez más, no encontró nada por lo<br />
que valiera la pena molestarse. Sin embargo, una de ellas no era bruja, sino que tenía orejas<br />
puntiagudas y piel brillante.<br />
—Regin la Radiante —dijo Rydstrom, señalándola con la cabeza. —La cómplice habitual de las<br />
travesuras de Nïx.<br />
Una vez llegaron a la mesa y él le retiró la silla para que se sentara, fue obvio que no le hacía<br />
ninguna gracia dejarla allí para ir en busca de las bebidas.<br />
—Vete, demonio, estaré bien.<br />
<strong>El</strong> se inclinó y le dijo al oído:<br />
—No le digas a nadie tu nombre completo o el título de hechicera que tienes, y todo irá bien.<br />
Cuando Rydstrom la dejó, Sabine se fijó en cuántas hembras suspiraban al pasar él por su lado,<br />
aunque el demonio parecía no darse cuenta.<br />
Al llegar a la barra, se volvió hacia ella para comprobar que estaba bien, vigilándola con sus<br />
verdes ojos.<br />
«¿<strong>El</strong> equipo de los malos se había marcado un tanto? No, el tanto es para el equipo de Sabine.»<br />
Era tan increíblemente masculino... Una dinamo en la cama, en el sofá o en la parte poco<br />
profunda de la piscina. Y además se portaba bien con ella.<br />
Sabine se había esforzado por ser buena con él la mayor parte <strong>del</strong> tiempo, pero los viejos<br />
hábitos costaban mucho de erradicar. Siempre que Rydstrom abría la armería para contemplar la<br />
espada, la hechicera se hacía invisible.<br />
Y ahora sabía la combinación...<br />
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<strong>El</strong> <strong>Beso</strong> <strong>del</strong> <strong>Rey</strong> <strong>Demonio</strong><br />
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«Esto podría ponerse peliagudo.» Rydstrom había llevado Sabine al bar porque tarde o<br />
temprano tendría que acostumbrarse a vivir en sociedad. Y la gente de la Tradición también<br />
tendría que acostumbrarse a verla por allí.<br />
Pero aquél no era el único motivo. Erol era el sitio perfecto para conseguir información. Y el<br />
demonio quería saber por dónde de andaba Lothaire.<br />
Cuando le contó a Sabine los términos <strong>del</strong> pacto que había hecho con el vampiro, ella, con toda<br />
la razón, se empezó a preocupar. Lothaire le podía pedir cualquier cosa. En cualquier momento.<br />
—¿Y si quiere a tu primogénito? ¡Tenemos que matar al vampiro!<br />
—Nuestro primogénito. Y yo me encargaré de ello...<br />
En la barra, Rydstrom les pidió información a un demonio de tormenta que tenía al lado y al<br />
camarero, pero sólo con oír el nombre <strong>del</strong> Enemigo de lo Antiguo ambos negaron con la cabeza.<br />
Mientras esperaba las bebidas, el demonio volvió a mirar a Sabine. Estaba sentada con una<br />
gracia innata, inspeccionan sala con sus ojos color ámbar.<br />
«Es tan jodidamente preciosa...» Y por supuesto, no era el único que pensaba así. Los hombres<br />
giraban la cabeza para poderla mirar. Tal como había previsto, tenía los cuernos encendidos.<br />
Incluso fulminó con la mirada a alguno de esos capullos, haciéndoles saber que la chica era suya.<br />
Pero ¿lo era? Según Sabine, sólo les quedaban dos días, entonces volverían a hacer lo de las<br />
tablillas <strong>del</strong> pacto. Rydstrom no la había presionado sobre el tema, porque suponía que,<br />
manteniéndola allí, conseguiría que ella quisiera quedarse. Hacía todo lo que se le ocurría, pero<br />
seguía teniendo la sensación de que la hechicera se le escapaba de las manos...<br />
Cuando el camarero le sirvió el vino que había pedido para Sabine y su propia cerveza, Regin<br />
gritó desde el otro lado <strong>del</strong> local:<br />
—¡Oye, demonio!, ¿quién es esa fulana?<br />
Rydstrom suspiró, y se volvió hacia la mesa de las brujas. Vio que algunas de ellas habían estado<br />
en la fiesta de la piscina. Debieron de reconocer a la hechicera, porque se apresuraron a cerrarle la<br />
boca a Regin.<br />
A pesar de que le susurraron al oído, la valquiria respondió gritando:<br />
—¿Sabine? ¿Quién diablos es? Para mí sigue siendo una fulana. Cuando ella se volvió<br />
lentamente para mirarla, Rydstrom se dio prisa en acercarse, dejando las bebidas en la primera<br />
mesa que encontró por el camino.<br />
—No soy una fulana. Soy la Reina de los Espejismos —respondió la hechicera amenazante, con<br />
las palmas preparadas.<br />
«Maldición.»<br />
¿La hermana de Omort? Regin se puso en pie de golpe y la silla se cayó. Unos relámpagos<br />
estallaron en el exterior, y la valkiria sacó dos pequeñas espadas que llevaba en unas fundas a la<br />
espalda. ¿Os gustaron los demonios de fuego mancos que Nïxie y yo os enviamos de vuelta?<br />
¿Leísteis su nota?<br />
Al oír el nombre de Omort, los presentes empezaron a entender a quién había llevado<br />
Rydstrom al local. Éste oía murmullo y susurros sobre la hechicera, y la gente comenzó a<br />
apelotonarse para salir.<br />
Cuando los licántropos alcanzaron la salida, uno de ellos llamó al demonio.<br />
—¡Joder, Rydstrom, esa potra todavía no ha sido domada!<br />
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<strong>El</strong> otro añadió:<br />
—¡Hablando de salir y conocer a gente nueva...!<br />
Rydstrom se colocó entre Sabine y Regin.<br />
—Valkiria, ella es mía. Nïx no querría que te pelearas con Sabine. —Porque la hechicera la<br />
destrozaría. Regin frunció el cejo, confusa.<br />
—Entonces debe de ser la hechicera que Nïx me ha dicho específicamente que dejara en paz<br />
esta noche. —Se encogió de hombros, volviendo a guardar las espadas en las fundas con un<br />
movimiento. Su ira había desaparecido tan rápido como había empezado, y desvió su atención de<br />
Sabine a Rydstrom. —¡Oye! ¿Adónde se ha ido todo el mundo? ¡Dan Rocky Horror Picture Show en<br />
el cine! —Y salió disparada hacia la puerta, con sus amigas detrás.<br />
En pocos minutos, toda la gente de la taberna, incluido el camarero, había desaparecido.<br />
Sabine miró el lugar, ahora vacío, con una indescifrable expresión.<br />
Detrás de ella, el demonio la abrazó y le tocó la barbilla con los dedos cariñosamente.<br />
—Cariño, lo siento. Es cuestión de tiempo.<br />
—¿Bromeas? Me siento halagada. —Cuando él la miró dubitativo, ella dijo: —Rydstrom, no<br />
olvides que he sido criada considerando igual el miedo que el respeto. Toda esta gente acaba<br />
demostrar un enorme respeto hacia mí.<br />
A él no pareció convencerlo el comentario, por lo que añadió:<br />
—Yo no he venido aquí para hacer amigos. Así que, dime, ¿sigue siendo esto una cita?<br />
—Por supuesto.<br />
—¿Y seguimos en una taberna de la Tradición?<br />
—Eso es.<br />
Se dirigió entonces a la barra y saltó detrás. —Dime pues, ¿qué vas a tomar? —preguntó con<br />
una amplia sonrisa. —Invita la casa.<br />
De vuelta a casa conducían en un agradable silencio, ambos perdidos en sus pensamientos.<br />
Rydstrom le había contado que a los demonios les gustaban los coches bonitos, les fascinaban,<br />
y ahora Sabine entendía por qué. <strong>El</strong> olor a piel nueva la rodeaba, los asientos eran cálidos, y las<br />
luces <strong>del</strong> salpicadero iluminaban el hermoso rostro de Rydstrom.<br />
Y éste conducía con mucha seguridad. Era bueno al volante, y lo sabía. Por todos los dioses, era<br />
muy excitante ver a un macho que conducía tan bien, aunque antes sólo los hubiera visto llevando<br />
caballos y carruajes.<br />
Cada vez que encontraba un semáforo en rojo, levantaba la mano que hasta entonces llevaba<br />
en el cambio de marchas y la ponía sobre la rodilla de ella, como si no pudiera soportar no tocarla<br />
durante unos instantes.<br />
Saber que se dirigían a su casa y que harían el amor toda la noche consiguió que Sabine se<br />
olvidara momentáneamente de todas sus preocupaciones. Notaba la fuerza que emanaba <strong>del</strong><br />
demonio, que era palpable y reconfortante. Había prometido protegerla, y se lo había prometido<br />
porque de verdad quería hacerlo.<br />
Después de hacer el amor, le contaría lo <strong>del</strong> veneno…<br />
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—Estabas preciosa esta noche —dijo, con voz profunda.<br />
—Tú tampoco estabas mal.<br />
—¿He quedado entre los tres primeros?<br />
—<strong>Demonio</strong>, te habría dado la medalla oro. Me he sentido muy orgullosa de ir de tu brazo. Al<br />
menos mientras ha habido gente. —Cuando se quedaron con la taberna para ellos solos Rydstrom<br />
aprovechó para enseñarle a jugar al billar. —Y lo he pasado bien.<br />
Él le sonrió.<br />
—¿A pesar de no haber dejado un reguero de cadáveres a nuestro paso?<br />
—Quizá se me esté pegando algo de ti —replicó ella como si nada, mirando los labios y los<br />
intensos ojos verdes de Rydstrom. Sabine volvía a tener aquella sensación, y fue tan intensa que,<br />
al comprender lo que significaba, sintió como si le hubieran dado un puñetazo.<br />
«Creo que estoy enamorada <strong>del</strong> demonio.»<br />
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CAPÍTULLO 43<br />
Esa misma noche, un poco más tarde, Rydstrom estaba sentado en su despacho, con la mirada<br />
fija en una copa de cerveza demoníaca. Había dejado a Sabine durmiendo, después de hacerle el<br />
amor más veces de las que lograba recordar.<br />
<strong>El</strong>la le había dicho que quería contarle una cosa, pero al final había terminado por quedarse<br />
dormida. Vio que estaba pálida, y le preocupó haberla dejado exhausta.<br />
A veces, cuando la hechicera le clavaba las uñas en la espalda mientras él le hacía el amor, se<br />
olvidaba de que ella no tenía la fuerza de una diablesa.<br />
Rydstrom tenía la sensación de estar utilizando el sexo para lograr que Sabine sintiera algo por<br />
él, quizá porque todo lo demás le estaba fallando. Aunque la hechicera parecía realmente feliz a su<br />
lado, él percibía su impaciencia. Y sólo faltaban dos días para que su hermana regresara a buscarla.<br />
Rydstrom necesitaba que Nïx lo aconsejara, pero a lo largo de los últimos días le había sido<br />
imposible localizarla. Tenía al fin la espada, y se suponía que tenía que estar concentrado,<br />
planeando el ataque. Pero era como si no pudiera hacer nada hasta que hubiera resuelto las cosas<br />
con Sabine... hasta que no se hubiera casado con ella y la hubiera convertido en su reina. Lo que<br />
significaba que había llegado el momento de confesarle la verdad...<br />
Agobiado por las dudas, se sentó y empezó a beber como solía hacer su hermano... muy a pesar<br />
<strong>del</strong> propio Rydstrom.<br />
Como si ahora eso tuviera alguna importancia. Había sido tan duro con Cadeon..., ¿y para qué?<br />
La puerta de la casa se abrió. «Hablando <strong>del</strong> rey de Roma.»<br />
Segundos más tarde, su hermano entró en el despacho.<br />
—Sigues estando hecho una mierda, pero al menos tienes mejor aspecto que la última vez.<br />
A pesar de que la relación entre los dos siempre había sido tirante, ahora todo podía ser<br />
distinto. <strong>El</strong> pasado no había sido en realidad tal como ellos siempre habían creído, y Cadeon se<br />
había redimido a sí mismo.<br />
Cuando Cadeon se tumbó en el sofá que había <strong>del</strong>ante <strong>del</strong> que ocupaba Rydstrom, éste levantó<br />
la botella para invitarlo.<br />
—Sólo un poco.<br />
Después de que le sirviera dos dedos en una copa, Cadeon cogió la bebida, respiró hondo y dio<br />
un sorbo.<br />
—Me diste un susto de muerte el otro día.<br />
«Yo también me asusté muchísimo.»<br />
—He tratado de ponerme en contacto contigo varias veces desde entonces —dijo Rydstrom.<br />
—He estado desaparecido —se limitó a decir Cade. —Pero esta noche he decidido interrumpir<br />
mi misión de vigilancia y pasarme a hacerte una visita. —Se quedó observando el rostro de su<br />
hermano durante un rato. —Creo que aquí es donde se supone que tengo que preguntarte si<br />
quieres hablar <strong>del</strong> tema.<br />
—Tal vez después de otra botella —contestó Rydstrom tras reírse con amargura.<br />
—¿Cuándo empezaste a beber cerveza demoníaca? —Preguntó Cadeon.<br />
—¿Cuándo lo dejaste tú?<br />
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—Ya no bebo. Ahora soy un hombre responsable, ¿no te ha enterado? Me han cazado y bien<br />
cazado.<br />
Rydstrom levantó la copa.<br />
—Felicidades, hermano —le dijo, aliviado porque él y su mujer hubieran solucionado sus<br />
problemas.<br />
—Por eso no te cogí el teléfono. He pasado estos días con mi princesa en la casa nueva que le<br />
he comprado. Nïx me dijo que no podía seguir viviendo con Rök en «mi pisito de soltero junto a la<br />
piscina», no si quería tener a Holly.<br />
Rök era un demonio de humo, el segundo de a bordo de Cadeon, y un gran soldado, excepto<br />
por el hecho de que desaparecía constantemente.<br />
—¿Dónde está Rök? No le he visto por aquí.<br />
—Me dijo en plan enigmático que tal vez yo no fuera el único que sentara la cabeza, y luego se<br />
esfumó. No le he visto desde entonces.<br />
A Rydstrom le encantaría ver al ligón de Rök domesticado.<br />
—Quiero presentarte a Holly oficialmente —dijo entonces Cadeon. —Así que se me ha ocurrido<br />
pasar y ver si te apetecía tener compañía. Pero me da la impresión de que tienes muchas cosas<br />
que resolver tú solo.<br />
«No me digas.»<br />
—¿Por qué no me cuentas lo que pasó mientras yo... mientras yo no estaba?<br />
—Está bien.<br />
Con su entusiasmo habitual, Cadeon le contó todo lo que le había pasado hasta llegar al<br />
escondite secreto de Groot; le explico lo de los puntos de encuentro, y le habló de todas las veces<br />
que habían escapado por los pelos. De los enfrentamientos contra zombis y demonios <strong>del</strong> fuego.<br />
Pero cuando empezó a hablarle de su reciente esposa, su activo cambió radicalmente. La copa<br />
de bebida quedó olvidada en la mesa.<br />
—Tú y yo sabíamos ya que era muy lista, pero ¿quién me iba a decir lo sexy que podía llegar a<br />
ser una matemática?<br />
—¿Cómo conseguiste la espada?<br />
—Tuve que entregarle Holly a Groot. Pensé que te sentirías orgulloso de mí por haber sido<br />
capaz de hacer tal sacrificio por primera vez en mi vida. Pensé en ti, en el reino y en nuestra gente.<br />
A pesar de todo, estaba decidido a regresar para salvarla, pero el muy bastardo me tendió una<br />
trampa...<br />
Después de que su hermano le contara todo lo que había pasado, Rydstrom no podía ni<br />
imaginarse lo doloroso que le tenía que haber resultado sostener la mirada de la mujer a la que<br />
había llegado a amar tanto y que, en aquellos instantes, debió de sentirse traicionada por él.<br />
Aunque Cadeon había tenido la intención de ir a salvarla, Rydstrom no podía asegurar que él<br />
hubiera sido capaz de entregar a Sabine.<br />
Cadeon le había dicho que, llegado el momento, Holly se había echado a llorar.<br />
«Mi hermano es mucho más fuerte que yo.» Le resultó muy difícil asumir la verdad, pero<br />
Rydstrom necesitaba tanto a la hechicera que sólo de pensar que pudiera estar un día sin verla le<br />
crecían los colmillos.<br />
—¿Holly te ha perdonado?<br />
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—Casi. Más o menos. Pero todavía me lo echa en cara cuando se encuentra mal. Me lo tomo<br />
como parte <strong>del</strong> trabajo de marido.<br />
—¿Se encuentra mal? Me dijiste que ya era <strong>del</strong> todo inmortal.<br />
—Sí, pero a veces vomita, porque, bueno, la verdad es que… Joder, Rydstrom, está<br />
embarazada.<br />
—¿Vas a ser padre? —Que los dioses protegieran al mundo. —¿Voy a ser tío?<br />
—Sí, bueno, se quedó embarazada a la primera. Nïx me llama Cadeon, «donde pone el ojo pone<br />
la bala».<br />
—Nïx siempre ha sido muy sutil. —Un mes atrás, la idea de que su hermano hubiera dejado<br />
embarazada a la Vestal lo habría inquietado mucho. Ahora estaba absolutamente convencido de<br />
que Holly daría a luz al mejor de los guerreros.<br />
—Por eso estoy solo esta noche, porque Nïx y Holly han ido a comprar espadas para bebés, o<br />
algo por el estilo. —Se rascó la cabeza. —La verdad es que espero que lo dijeran en broma, pero<br />
con las valquirias uno nunca puede estar seguro, ¿no crees?<br />
—¿Cómo te sientes al saber que vas a tener un hijo?<br />
—Al principio me puse muy contento, porque creía que eso significaba que Holly tenía que<br />
perdonarme. Pensé que había conseguido meter un aliado dentro de ella, que me ayudaría a<br />
conseguir su perdón —explicó Cadeon con un razonamiento típico de un mercenario. —Luego me<br />
inquieté un poco. Si ella considera que yo la vuelvo loca, imagínate lo que harán unos pequeños<br />
Cadeon corriendo de acá para allá.<br />
—Yo tuve experiencia de primera mano con uno. Y fue más que suficiente.<br />
Se hizo un incómodo silencio. Rydstrom cogió la copa y farfulló algo con los labios pegados al<br />
borde.<br />
—Asegúrate de poner protectores en las paredes.<br />
—¿Qué has dicho?<br />
—Nada. —Rydstrom negó con la cabeza.<br />
—No, vamos, dímelo —insistió su hermano.<br />
—Cuando eras pequeño y te salieron los cuernos, te picaban tanto que los ibas restregando por<br />
todas las paredes que encontrabas. A Nylson y a mí nos daba un ataque de risa cada vez que<br />
veíamos un desconchón. Todos estaban a la altura de un metro. No dejábamos que nadie los<br />
tapara. —Rydstrom sonrió, hasta que se dio cuenta de la cara con que lo miraba Cadeon. —¿Por<br />
miras así?<br />
—Estás hablando de mí, y es como... es como si sintieras cariño.<br />
Rydstrom pensó que no tenía nada que perder y decidió arriesgarse.<br />
—Mandarte lejos casi acabó conmigo.<br />
—Ya —se burló su hermano, —por eso me visitabas tan menudo.<br />
¿Tanto resentimiento sentía hacia él?<br />
—Iba a verte siempre que podía. Al principio, como mínimo una vez a la semana. —Ante la<br />
mirada incrédula de Cadeon, añadió: —Iba allí para cuidarte, para asegurarme de que tuvieras<br />
todo lo que necesitabas, pero me mantenía alejado de ti porque Mia y Zoë me dijeron que era lo<br />
mejor, ya que así te integrarías antes en tu nueva familia.<br />
—¿Y qué te hubiera parecido no mandarme a ninguna parte para empezar?<br />
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—¿Después de que Nylson y nuestro padre hubieran sido brutalmente asesinados? ¿Sólo por<br />
haber desafiado las costumbre demoníacas? Cuando eras pequeño, yo empezaba a ejercer como<br />
rey. Acababa de perder a mi hermano mayor, que era además mi mejor amigo. Y también a mi<br />
padre. ¿Crees que iba a ponerte a ti también en peligro? No podía ni soportar la idea de pensar<br />
que alguien pudiera hacerte daño. Estuve tentado de cogerte a ti y nuestras hermanas y<br />
marcharme con vosotros para empezar una nueva vida en otra parte.<br />
Cadeon se quedó boquiabierto.<br />
—¿Te planteaste renunciar a la corona?<br />
—Si hubiera habido un sustituto adecuado, sí. Y, bueno, de dos modos, años después terminé<br />
por perder el reino en manos de un psicópata asesino. Solía preguntarme si había luchado lo<br />
suficiente, si me había rendido con demasiada facilidad. <strong>El</strong> sentimiento de culpabilidad era<br />
implacable, es implacable.<br />
—Pero la corona lo era todo para ti. Por eso me has odiado durante todos estos años.<br />
—Yo nunca te he odiado. Y la corona no ha tenido nada que ver con cómo te he tratado. —Al<br />
ver que el otro enarcaba las cejas, Rydstrom rectificó: —Está bien, pero sólo en parte. Estaba<br />
enfadado contigo por el modo en que vivías la vida. Eras un egoísta y nunca nada ni nadie te<br />
importaba lo más mínimo. —Sabía que Cadeon no iba a discutírselo. —Sabine me contó que si<br />
hubieras regresado a Tornin habrías muerto. Omort tenía a quinientos soldados esperándote.<br />
—¿La hechicera te ha contado eso?<br />
—Me dijo que quería ayudarme a limar asperezas entre tú y yo.<br />
—Es todo un detalle, viniendo de una bruja malvada.<br />
—Mide tus palabras, hermanito, esa mujer se convertirá en tu reina.<br />
Justo cuando Rydstrom creía que ya iban a volver a las viejas beligerantes costumbres, Cadeon<br />
levantó las manos.<br />
—Tienes razón. Lo siento. Pero no te olvides de que ella fue uno de los motivos por los que<br />
entregué a Holly a Groot. Pensé que, si conseguía la espada, podría ir a Tornin a salvarte. Me<br />
carcomía por dentro pensar que estabas preso en esa celda. Nïx me dijo que la hechicera iba a...<br />
utilizarte.<br />
«Y lo había hecho.»<br />
—Te la has terminado —comentó Cadeon, señalando la botella vacía con la barbilla, —y eso es<br />
algo que no creí llegar a ver jamás. Así que, ¿estás listo para contarme lo que te ha pasado?<br />
Rydstrom soltó el aire que estaba reteniendo en los pulmones y luego le contó a Cadeon toda la<br />
historia, exceptuando la parte <strong>del</strong> falso juramento.<br />
—En lo que se refiere a ella —terminó la confesión—... estoy haciendo tantos progresos como<br />
me gustaría. Y sólo me quedan dos días.<br />
—Mira, sé que soy la última persona a la que pedirías consejo pero esto <strong>del</strong> amor no puede<br />
forzarse. No puedes hacer que ella te ame.<br />
—Entonces, ¿qué harías tú?<br />
—Ya sabes, ten detalles. Cómprale cosas. Piensa en lo que verdad le gusta, en lo que la hace<br />
feliz, y dáselo. Ya verás cómo la conquistarás. Y si con eso no basta, siempre podrías cortarte los<br />
cuernos. Las chicas suelen agradecerlo.<br />
Rydstrom levantó la vista y vio que, efectivamente, Cadeon se había cortado los suyos.<br />
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—¿Por qué diablos hiciste algo así?<br />
—Holly quería tener una vida normal, así que traté de darle el máximo de normalidad posible.<br />
Pero por suerte me ha prohibido que vuelva a tocar mis «preciosos y atractivos cuernos». Y luego<br />
me dijo todo lo que iba a hacerles cuando me volvieran a crecer. Por todos los dioses, hermano,<br />
esa valquiria me tiene loco. —De repente, Cadeon se quedó pensativo. —Un momento, ¿has dicho<br />
que Sabine iba a convertirse en mi reina? ¿Y qué diablos es ahora?<br />
«Una mujer engañada.»<br />
Una tormenta se estaba formando en el exterior de la casa otra en el interior.<br />
Rydstrom iba a confesarle a Sabine que el juramento que había prestado había sido una farsa.<br />
Con el corazón en un puño subió la escalera que conducía a su habitación, y dejó a Cadeon a solas<br />
para que se terminara su copa.<br />
Con todo lo que Rydstrom se había esforzado para ganarse la confianza de la hechicera, ahora<br />
iba a destruirla de un solo golpe, pero no tenía alternativa. Cada vez que ella lo llamaba «mi<br />
marido», él sentía una punzada en el corazón.<br />
Se sentó a su lado en la cama.<br />
—Sabine, tengo que confesarte una cosa.<br />
<strong>El</strong>la no respondió, no se volvió hacia él, pero tensó los hombros, indicándole con ello que<br />
estaba despierta.<br />
—Lo único que te pido es que trates de entenderme. ¿Crees que podrás hacerlo?<br />
Ninguna respuesta. Le puso una mano en el hombro y la volvió hacia él para mirarla. Sabine<br />
abrió los ojos.<br />
Los tenía llenos de sangre.<br />
—¿Qué es esto? Hechicera, ¿qué está pasando?<br />
—Ya... está aquí —arrastró cada palabra. Tenía la piel como la cera.<br />
Rydstrom la cogió en brazos, el corazón de Sabine latía a mil por hora.<br />
Cuando empezaron a sangrarle la nariz y las orejas, el dolor más intenso que hubiera sentido<br />
jamás desgarró a Rydstrom.<br />
—Por todos los dioses, ¿qué te está pasando? ¡Dímelo, cwena!<br />
—Veneno —farfulló ella.<br />
—¿De qué estás hablando? ¿Cómo? ¿Quién te ha hecho esto?<br />
A ella le dolía tanto la espalda que se sujetó a la camisa de Rydstrom con todas sus fuerzas. Al<br />
venirle un acceso de tos le manchó la camisa de sangre.<br />
«Tengo que conseguir ayuda...»<br />
—¡Cadeon! —gritó Rydstrom.<br />
Su hermano subió la escalera a toda velocidad y entró en la habitación espada en mano.<br />
—¿Qué diablos es esto?<br />
—Sabine está enferma. ¿Dónde está Nïx?<br />
—Iré a buscarla.<br />
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—Hazlo, y reúnete conmigo en el aquelarre de las brujas.<br />
—¡Nooo! —gritó ella, moviéndose nerviosa entre los brazos de Rydstrom. —No... aquelarre.<br />
—Tranquila, cariño, nos quedaremos aquí. Tranquila... —Se dirigió a Cadeon y le dijo: —Trae a<br />
Nïx aquí. Si no puedes encontrarla, entonces ve a por Mariketa la Esperada. O a por la duende<br />
Tera. <strong>El</strong>la sabe de venenos.<br />
Cadeon salió de ahí sin despedirse siquiera. Rydstrom oyó cómo se cerraba la puerta de la casa<br />
y, acto seguido, el todoterreno de su hermano se puso en marcha.<br />
Colocó una mano en la mejilla de la hechicera y la retiró confuso al notar que una punzada de<br />
dolor le atravesaba todo el cuerpo. Había sido como tocar una llama, la única diferencia era que<br />
tanto el camisón de ella como las sábanas estaban helados.<br />
—Aguanta, Sabine, hazlo por mí. En seguida vendrá alguien a ayudarnos.<br />
<strong>El</strong> dolor la estaba desgarrando por dentro, retorciéndole los músculos. <strong>El</strong> amargo sabor a<br />
sangre le inundaba la garganta. «Es como si miles de espadas me estuvieran cortando las venas, y<br />
clavándose en mi corazón al mismo tiempo.»<br />
Rydstrom seguía preguntándole qué le pasaba, mirando horrorizado toda aquella sangre,<br />
acunándola en sus brazos.<br />
<strong>El</strong>la gimió de angustia y cerró los ojos. Se había equivocado. No tenía ninguna posibilidad de<br />
sobrevivir a aquello. Había sido tan estúpida, tan arrogante al creer que podría superarlo...<br />
Y ahora estaba pagando las consecuencias. «A no ser que Rydstrom sea capaz de hacer lo que<br />
se debe hacer.»<br />
Se enroscó sobre sí misma al notar que la sacudía otra oleada de aquel dolor atroz. Su mente<br />
estaba saturada de visiones de sí misma tomándose el veneno. Sí, vaciaba vaso tras vaso... se<br />
colocaba los amargos gránulos negros sobre la lengua y se los tragaba enteros.<br />
Ah, ¡por todos los dioses! Podría envenenar a Rydstrom sin querer a través de la piel, de la<br />
sangre. «Tengo que advertírselo.»<br />
—No... no me toques.<br />
—Sabine, tengo que llevarte a que te vea alguien.<br />
<strong>El</strong>la negó con la cabeza con vehemencia.<br />
—Nadie de aquí... me puede ayudar.<br />
Le sobrevino otro acceso de dolor. Una agonía sobrenatural... indescriptible.<br />
Sabine abrió los ojos al notar que el frenético latido de su corazón se detenía.<br />
Sus miradas se encontraron.<br />
—¿Cwena?—dijo Rydstrom sobrecogido, —tu... corazón.<br />
«Punto final.» Su mente quedó en blanco. Los párpados se le cerraron.<br />
<strong>El</strong> desgarrador grito <strong>del</strong> demonio retumbó en la habitación.<br />
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CAPÍTULLO 44<br />
«Se le ha parado el jodido corazón... casi se muere.»<br />
Rydstrom jamás olvidaría lo que sintió cuando volvió a oír el primer débil latido <strong>del</strong> obstinado<br />
corazón de la hechicera, luchando por seguir a<strong>del</strong>ante.<br />
Se sentó con la espalda apoyada en la cabecera de la cama, sujetándola en sus brazos,<br />
meciéndola mientras ambos sudaban de dolor.<br />
—Estoy contigo, amor. Estoy contigo —le murmuró cuando ella gimió.<br />
Cada vez que la tocaba, Rydstrom sentía cómo el sufrimiento emanaba de su piel, así que<br />
continuamente le acariciaba la frente y la cara con la palma de la mano, con la esperanza de<br />
aliviarla.<br />
Había tormenta, y los rayos caían alrededor de la casa, cada trueno resonaba en los cristales.<br />
Con el destello de cada relámpago, la cara de Sabine parecía todavía más mortalmente pálida.<br />
Media hora antes, cuando Cadeon entró con Nïx en el dormitorio, la mirada de la valkiria se<br />
clavó en el rostro <strong>del</strong> demonio, como si tratara de evaluar su cordura. Sus cuernos estaban<br />
enhiestos, y sabía que tenía los ojos negros, pero seguía aguantando.<br />
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó. —Lo único que Cadeon me ha dicho es: ¿has deseado<br />
alguna vez asistir a una escena de <strong>El</strong> Exorcista en persona?<br />
—Está enferma —contestó Rydstrom. —Me ha dicho que era por un veneno. Tú sabes de<br />
venenos. Dime qué debo hacer<br />
En la oscuridad de la habitación, una procesión de leves espejismos empezaron a aparecer,<br />
mientras la hechicera farfullaba.<br />
Nïx se acercó a la cama e inclinó la cabeza.<br />
—Tiene los labios azules. —Cogió el brazo de Sabine y lo levantó.<br />
Al inspeccionar la pálida piel, vio una irregular herida roja, como una quemadura. Seguía por<br />
todo el brazo hasta la palma, donde formaba una X.<br />
La valquiria soltó el brazo de golpe y se restregó la mano en los pantalones.<br />
—Ha sido condenada.<br />
—¿Condenada? ¿De qué mierda estás hablando?<br />
—Esto es morsus, el veneno más cruel, porque causa un dolor horroroso cuando se deja de<br />
tomar. Seguro que Sabine tomaba una dosis con frecuencia para mantenerlo a raya.<br />
—Ah, por todos los dioses, ella trató de volver a Omort hace días. Y yo... no la dejé.<br />
—Entonces él es quien le ha hecho esto. Tiene sentido que lo utilizara para tenerla controlada<br />
todos estos años.<br />
—¿Y qué le pasará?<br />
—¿Le has tocado la piel? ¿Has sentido ese dolor? —Al ver asentir al demonio, dijo: —Pues has<br />
percibido un uno por ciento de lo que ella está sintiendo en estos momentos. Se supone que no<br />
hay peor agonía. Es como si te hubieras escaldado, y te estuvieran apuñalando a la vez, mientras<br />
te arrancan la piel con pinzas. <strong>Demonio</strong>, esto irá mil veces a peor. <strong>El</strong> dolor será tan grande que<br />
seguramente su cuerpo entrará en un estado de shock tan intenso que su corazón se parará.<br />
—¡Ya lo ha hecho! —Inhaló profundamente, intentando calmarse. —¿Qué puedo hacer?<br />
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KRESLEY COLE<br />
<strong>El</strong> <strong>Beso</strong> <strong>del</strong> <strong>Rey</strong> <strong>Demonio</strong><br />
6° de la <strong>Serie</strong> <strong>Immortals</strong> <strong>After</strong> <strong>Dark</strong><br />
Nïx negó con la cabeza apenada.<br />
—No puedes hacer absolutamente nada. La única persona que puede salvarla es la que en su<br />
día la envenenó. Rydstrom, tienes que prepararte. Sabine tendrá un ataque al corazón tras otro<br />
hasta que...<br />
—¡No! No, alguien tiene que poder ayudarla —la interrumpió él con la voz rota. —Tera,<br />
Mariketa...<br />
—Sólo te confirmarán lo que te he dicho yo.<br />
—¿Y qué hay de la hermana de Sabine? ¡<strong>El</strong>la la ha salvado antes!<br />
—Ah, Melanthe, la potencial Reina de la Persuasión. Curar otra persona es uno de los procesos<br />
más difíciles de llevar a cabo. Y su poder es débil, sólo se manifiesta impredeciblemente, cuando<br />
tiene ataques de pánico.<br />
Rydstrom apoyó la frente contra la de Sabine, desesperado por sacarle aquel dolor de dentro.<br />
—Tiene que haber algo que yo pueda hacer. —Levantó la mirada hacia la valkiria, sin<br />
avergonzarse de estarle suplicando —Nïx, por favor...<br />
—Sí, hay algo que debes hacer, Rydstrom, si es que ella te importa algo —dijo. —Tienes que<br />
matarla.<br />
Entre febriles oleadas de agonía, Sabine oyó que el demonio le hablaba.<br />
Con una voz profunda, le suplicaba:<br />
—Cwena, no te des por vencida —le rogaba. —¿Qué voy a hacer sin ti? ¡No me puedes dejar<br />
así! Te seguiré hasta la maldita tumba, Sabine.<br />
Cuando ella tuvo el siguiente acceso, él rugió con todo su dolor y su confusión, estrechándola<br />
con fuerza, hasta que sus gritos remitieron...<br />
A veces, Sabine oía otras voces. Cadeon estaba a menudo por allí. Dos mujeres llegaron y se<br />
fueron.<br />
Ahora percibía al demonio sentado a su lado en la cama, tocándole el pelo. Pero otra oleada<br />
empezaba a formarse..., a acercarse. .. Y cada una era peor que la anterior.<br />
—Rydstrom...<br />
—Estoy aquí, Sabine. —Le besó la palma de la mano, y le acarició el rostro con el suyo. —Estoy<br />
aquí mismo.<br />
—Mátame —le suplicó mientras el dolor residual le abrasaba todo el cuerpo. —Por favor...<br />
—¡Nunca! —contestó él con unos frenéticos e intensos ojos completamente negros.<br />
—Dices que... que te importo —susurró. —Pero si fuera así... lo harías.<br />
—¡Tú no sólo me importas, maldita sea! Estoy enamorado de ti, Sabine. Te amo. Me dijiste que<br />
te necesitaba. Y te necesito —confesó desesperado. —Lo admito sin tapujos. —Le cogió la cara<br />
entre las manos y apretó los dientes por el propio dolor <strong>del</strong> contacto. —Lucharemos contra esto<br />
juntos.<br />
—¿Me... amas? —<strong>El</strong>la ya lo sabía; lo había sentido cada minuto que había estado con él. Pero<br />
oírselo decir...<br />
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—Ah, por todos los dioses, cwena. Tienes mi corazón. Todo lo mío es tuyo. Sólo cúrate. No<br />
sientas más dolor.<br />
—Entonces, déjame irme. —Húmedos mechones rodeaban la pálida cara de la hechicera. —Por<br />
favor..., te lo estoy suplicando...<br />
<strong>El</strong> no podía escuchar esas palabras. No podía ni imaginar el dolor que tenía que sentir para<br />
llegar a decirlas...<br />
Volvió a tener un acceso. Arqueó la espalda y le salió más sangre por una comisura de la boca<br />
mientras gritaba de dolor una y otra vez. Nïx y Cadeon entraron justo cuando el cuerpo de Sabine<br />
se desplomaba sin vida.<br />
Tenía los ojos abiertos, pero miraban al vacío.<br />
—No respira, demonio —dijo Nïx. —Se ha ido.<br />
—¡No! —bramó él, cogiendo a Sabine por los hombros y sacudiéndola.<br />
—¡Rydstrom! —Cadeon le cogió el brazo. —Se ha ido, hermano. <strong>El</strong>la quiere que la dejes partir.<br />
—¡Nunca! —Continuó sacudiéndola. —¡Vuelve a mí, hechicera!<br />
Los ojos de ella se movieron, sus músculos visiblemente doloridos.<br />
«Vive.»<br />
—No... más no —balbuceó Sabine, desesperada al darse cuenta de que no había muerto. Le<br />
lanzó a Rydstrom una mirada sintiéndose traicionada y seguidamente cayó inconsciente en sus<br />
brazos.<br />
—Sólo la has salvado hasta que vuelva a tener otra recaída —dijo Nïx. —<strong>Demonio</strong>, la próxima<br />
vez, tienes que dejar que se vaya.<br />
«No, ni hablar.»<br />
—No habrá próxima vez. —Entrecerró los ojos mirando a la valkiria. —Sabías que esto iba a<br />
pasar. Lo sabías hace muchos días, cuando me preguntaste que si tuviera que escoger, qué<br />
escogería: mi reino o mi reina. Y lo preguntaste por un motivo. Tengo que sacrificar uno para<br />
salvar al otro.<br />
—Entonces contestaste «mi reino» sin vacilar ni un instante. Me hizo gracia.<br />
—Un momento, un momento —dijo Cadeon. —¿De qué carajo estáis hablando?<br />
Rydstrom le preguntó a Nïx:<br />
—¿Cómo puedo llegar a Tornin esta misma noche?<br />
—Uh... ya me he encargado de eso.<br />
—Si ya lo has visto todo, dime: ¿Sabine vivirá?<br />
Nïx miró al techo, y luego volvió a mirarlo a él.<br />
—No sé nada de ella. Pero sería mejor que hablaras con tu sucesor y le explicaras lo que está a<br />
punto de suceder.<br />
Rydstrom asintió, aceptando la muerte... o algo peor.<br />
—¡Sí, eso, dime qué diablos está pasando! —intervino Cadeon.<br />
—Voy a ir a buscar a Omort, a por el antídoto. Es probable que esta vez el brujo consiga<br />
matarme. Cade, tú eres mi heredero. Nïx dijo que ésta era mi última oportunidad para reclamar el<br />
trono, pero ella nunca dijo que tú no tuvieras posibilidades de hacerlo.<br />
—¿Qué... dices? —gritó Cadeon. —¡Ni hablar! ¡De ninguna de las maneras!<br />
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—Es lo que va a pasar —contestó Rydstrom. —No te lo estaba preguntando: te estaba<br />
informando.<br />
—Bien, entonces, convirtamos esta desgracia en una oportunidad —dijo Cadeon, intentando<br />
controlar su genio. —No puedes entrar allí sin un plan de ataque.<br />
—Me dijiste que Groot derribó tus bloqueos mentales como si los golpeara con una maza.<br />
Omort solicitará que deje abierta la mente para explorarme. Debo estar totalmente libre de<br />
cualquier conspiración, o pondré en riesgo a Sabine.<br />
Su hermano se pasó las manos por la cara.<br />
—Si lo haces así, te estarás suicidando.<br />
—Lo sé. Pero si así puedo salvarla de este dolor... —«Entonces mi vida habrá valido la pena.»<br />
—¡Nïx! Dile a Rydstrom que eso es una misión suicida.<br />
La valquiria suspiró.<br />
—Si quiere convertirse en mártir, ¿quiénes somos nosotros para impedírselo?<br />
—¡No dejaré que lo hagas!<br />
—Ya está hecho —lo interrumpió Rydstrom. —Nïx, dime cómo puedo llegar a Tornin.<br />
—Tu medio de transporte hacia allí está ya de camino a Nueva Orleans. Y viene muy cabreada.<br />
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CAPÍTULLO 45<br />
—¿Cómo te va con Mike Rowe? —preguntó una voz femenina.<br />
Sabine iba recuperando gradualmente la conciencia, presa de nuevas oleadas de dolor, en la<br />
angustiosa pausa entre el recuerdo de la agonía y la anticipación de la misma.<br />
—¿Mike Rowe? ¿De quién estás hablando, Holly? —respondió otra voz asimismo femenina.<br />
«¿Es Nïx la que hablando? Sí. ¿Qué está haciendo en mi sueño? ¿O estoy despierta?»<br />
—¿<strong>El</strong> actor? —preguntó Holly lentamente. —<strong>El</strong> de Dirty Jobs. ¿<strong>El</strong> que puso una orden de<br />
alejamiento contra ti?<br />
Una pausa, y entonces Nïx dijo:<br />
—¡Ah! Sí, bueno, Mikey y yo rompimos después de que consiguiera que tonteara conmigo.<br />
—¿La semana después de que yo te viera?<br />
—Sí, la última noche, si no recuerdo mal —dijo la valquiria. —Era bastante ágil para ser un<br />
humano, y muy tentador. Pero me tuve que olvidar <strong>del</strong> número de teléfono que me dio.<br />
Como si no lo pudiera evitar, Holly preguntó:<br />
—¿Y cómo es eso?<br />
Porque me acordé de que soy un putón.<br />
Sabine parpadeó al ver la escena y miró disimuladamente a Nïx que estaba sentada en una de<br />
las sillas de la habitación. Sabine miró la camiseta de la valkiria. Decía: «NACIDA PARA FLORECER,<br />
FLORECER PARA MORIR - G. S.».<br />
La otra mujer, la tal Holly, llevaba gafas y parecía remilgada. Y, por lo que le parecía estaba...<br />
¿doblando ropa?<br />
—Además —prosiguió Nïx, —tenía que romper con Mikey porque dejó la ciudad.<br />
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Holly, doblando y redoblando la misma toalla. —<br />
¿Todavía no me he instalado en este mundo, y tú ya te vas... otra vez?<br />
—Cadeon te puede enseñar lo que quieras ver.<br />
—¿Adonde tienes que ir que es tan importante como para que me dejes aquí tirada?<br />
—La tía Nïx se coge unas vacaciones. Me dirijo a Budapest, a investigar a esa banda de<br />
guerreros inmortales —explicó. —Los llaman los Señores <strong>del</strong> Inframundo. Si eso no te da ganas de<br />
echar un polvo... —Gruñó y levantó las garras. —Sea como sea, se supone que son muy sexys.<br />
—Y cuando dices investigar, te refieres realmente a tirártelos.<br />
La valquiria hizo un sonido burlón.<br />
—Holly, ¿de qué otra manera se puede investigar a un hombre? En serio.<br />
Esta hizo un sonido con la boca antes de hablar, pero Nïx se a<strong>del</strong>antó.<br />
—Entre nosotras: si pueden con lo que Nïxanator les va a dar, quizá no me marche nunca de<br />
allí... —Su mirada perdida se fijó en la cama, y los ojos se le abrieron como platos. —Esta<br />
despierta.<br />
Se acercó al lecho con Holly detrás.<br />
—¿Te acuerdas de mí? ¿Nïx la Que Todo lo Sabe? Ésta es mi sobrina, Holly. —Señaló a la guapa<br />
rubia, que le hizo un leve saludo. —Es la mujer de Cadeon.<br />
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La valquiria le acercó un vaso de agua a los labios, pero Sabine se volvió para soltar con<br />
dificultad unas palabras:<br />
—¿Dónde... está... Rydstrom?<br />
—Finalmente hemos conseguido que se fuera de tu lado. Nosotras te vigilaremos esta noche.<br />
Rydstrom, Cadeon y miles de demonios han salido a buscar a tu hermana, para así poder colarse<br />
en su portal. —Rió de sopetón. —Lo siento, ésta no es una situación graciosa, pero lo de «colarse<br />
en su portal» suena un poco obsceno.<br />
Holly puso los ojos en blanco.<br />
—Traerá a Lanthe aquí —continuó Nïx. —Y entonces tiene intención de llevarte con Omort y<br />
suplicar el antídoto.<br />
<strong>El</strong> corazón de Sabine hizo un amago de pararse... pero esa vez de emoción.<br />
—¡No puede... seguir con eso!<br />
Nïx dijo:<br />
—Ha decidido sacrificarse por ti.<br />
—Omort lo matará esta vez... Le leerá la mente... descubrirá cualquier plan que tenga para<br />
atacarlo...<br />
—No habrá ningún plan —respondió Nïx, tranquila. —<strong>El</strong> demonio considera que es un viaje sólo<br />
de ida, hechicera.<br />
Sabine negó con la cabeza rotundamente.<br />
—¡No puedes... dejar que... haga eso!<br />
—Intenta parar a un demonio de más de dos metros que está desesperadamente enamorado.<br />
—Nïx —murmuró Holly. —Sabine necesita sábanas limpias. Estas están sucias de toda la<br />
sangre... sangre... —Se tapó la boca con una mano, con la cara cada vez más pálida.<br />
—¿Vuelves a tener ganas de vomitar? —le preguntó su tía. Cuando Holly salió corriendo de la<br />
habitación, gritó: —¡Por todos los dioses! ¡Qué manera de robarle protagonismo a Sabine! —Y<br />
dirigiéndose a la hechicera, dijo: —Ahora mismo vuelvo. Grita si necesitas algo. —Cuando la<br />
valquiria llegó a la puerta, Sabine la oyó murmurar: —Colarse en su portal. Esto lo pongo en una<br />
camiseta.<br />
Se tumbó temblando y aturdida. Rydstrom había planeado sacrificarlo todo por ella.<br />
Se le ocurrió una idea, una conspiración. ¿Funcionaría? Tenía poco tiempo antes de que le<br />
llegara otro ataque... ¿Le quedaba suficientes fuerzas?<br />
Las encontraría porque, si él estaba dispuesto a salvarla, ella iba a protegerlo. O, como mínimo,<br />
darle los medios para que se protegiera.<br />
Apretando los dientes, se dejó caer de la cama, desplomándose en la tupida alfombra. Podía oír<br />
a Holly vomitando en el baño de invitados y a Nïx echándole agua por la cabeza. A Sabine no le<br />
quedaban fuerzas para ocultarse tras un espejismo, pero mientras las oyera, todo estaría<br />
despejado.<br />
Se arrastró por el suelo, clavando a veces las uñas para pode tirar de sí misma. Cuando por fin<br />
llegó al pasillo, éste le pareció interminable, y la distancia hasta el despacho, imposible.<br />
«Estoy tan débil...» Pero se armó de coraje y sobrellevó el dolor. Un codo <strong>del</strong>ante <strong>del</strong> otro, las<br />
piernas inútiles detrás de ella.<br />
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Escuchando en todo momento a la valkiria, arrastrándose, arrastrándose. Sólo el amor que<br />
sentía por el demonio le permitía continuar.<br />
Escupió saliva, ahogó un espasmo de tos, se movió otro metro. Sólo unos cuantos más hasta<br />
llegar a la puerta de su estudio... y, finalmente, estuvo dentro.<br />
¡Se acercó a la armería! Con mucho esfuerzo, levantó la cabeza para mirar el candado de<br />
combinación que tenía que alcanzar. Desde donde estaba, en el suelo, le parecía tan lejos como la<br />
luna.<br />
«¡Rydstrom morirá si no haces esto!»<br />
Con esa idea en mente, se tambaleó hasta ponerse de rodillas, y luego se levantó insegura<br />
hasta quedar en pie. «Tengo que llegar.» Estuvo a punto de desplomarse. «No puedo... no puedo<br />
hacerlo.»<br />
Una sombra apareció por detrás de ella. Giró la cabeza y maldijo al destino por haber permitido<br />
que Nïx la descubriera.<br />
—¿Necesitas algo, hechicera? ¿Mmm? —Llevaba unas sábanas sobre el hombro y estaba<br />
jugueteando con algo que tenía en el bolsillo. ¿Un arma? —¿Quizá deseas un paracetamol?<br />
Sabine tenía ganas de llorar.<br />
—¿Qué... qué... quieres? —«¡Había estado tan cerca!» Justo en ese momento se oyó la puerta<br />
principal abrirse y la valquiria dijo:<br />
—Rydstrom ha vuelto con tu hermana.<br />
¿Ya había regresado?<br />
—Nïx... yo... necesito...<br />
—Y está a punto de encontrarte fuera de la cama...<br />
—¡Sabine! —La voz de Rydstrom retumbó por toda la casa.<br />
<strong>El</strong>la estaba a punto de tener otro ataque y casi se desmayó en el suelo, aturdida.<br />
—¿Quieres la espada, hechicera? ¿Es eso lo que has venido a buscar?<br />
Sin fuerzas, Sabine asintió débilmente a modo de respuesta.<br />
La valquiria se sacó una jeringa gigante <strong>del</strong> bolsillo, y la sostuvo apuntando hacia arriba,<br />
mientras Sabine la miraba sorprendida. Nïx parpadeó un par de veces, como si no supiera de<br />
dónde había salido aquello.<br />
Se rascó la cabeza con la mano que tenía libre.<br />
—¡Ah! —Sonrió, con la cara iluminada al recordar. —Ya sabía yo que esta noche había venido<br />
aquí para hacer algo: o bien te clavaba esto en el corazón o jugaba a la Wii un rato. ¡Y me he<br />
dejado la Wii!<br />
Entonces se encogió de hombros... y hundió la jeringa en el corazón de la hechicera.<br />
Con mirada enloquecida, Sabine inspiró, desesperada por coger aire, agarrándose a la jeringa<br />
que tenía clavada en el pecho, mirando cómo Nïx trataba de descubrir la combinación <strong>del</strong> armario<br />
en el que Rydstrom guardaba las armas.<br />
—La adrenalina te mantendrá consciente durante unos minutos, pero no demasiados.<br />
Justo cuando el cuerpo de Sabine empezaba a recuperar un poco de energía, la valquiria abrió<br />
la armería y silbó al ver la espada.<br />
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CAPÍTULLO 46<br />
<strong>El</strong> pánico se apoderó de Rydstrom al entrar en la habitación y empezó a llamar a Sabine a<br />
gritos.<br />
—¿Has perdido a mi hermana? —preguntó Lanthe furiosa, siguiéndolo.<br />
<strong>El</strong> volvió a respirar cuando vio a Nïx en lo alto de la escalera, con Sabine en brazos. La valquiria<br />
lo miró sorprendida.<br />
—¿Qué pasa? ¿Es que acaso la hechicera no puede ir ni a retocarse el maquillaje?<br />
Rydstrom estaba a punto de arrancar a Sabine de sus brazos cuando ésta lo detuvo.<br />
—Ve con cuidado, demonio. Le duele mucho. No la aprietes demasiado.<br />
Él asintió y la cogió con mucha <strong>del</strong>icadeza, casi acunándola. Sabine lo miró a los ojos.<br />
—Rydstrom, por favor, no...<br />
—Basta ya de quejas —la interrumpió Nïx. —Él quiere cogerte en brazos. Considérate<br />
afortunada, hechicera.<br />
—¡Ah, por todos los dioses, Abie! —Lanthe corrió a su lado. Sabine levantó una mano para<br />
acariciar a su hermana, pero enseguida la apartó, para no correr el riesgo de pasarle el veneno.<br />
—Lanthe... quédate conmigo... no hagas caso de Omort.<br />
La joven negó con la cabeza.<br />
Él me obligará a irme.<br />
—Tú puedes ser... muy... persuasiva.<br />
Por algún motivo, Lanthe abrió los ojos como platos pero Rydstrom no tuvo tiempo de analizar<br />
su reacción, pues Sabine estaba a punto de sufrir otro ataque. Notó cómo se tensaba e sus brazos<br />
y cerraba los ojos con fuerza.<br />
—Lanthe, no tenemos tiempo que perder —dijo el demonio. Habían perdido varias horas<br />
buscándola, antes de encontrarla merodeando por las calles, esperando a Sabine. —Partimos<br />
hacia el portal ahora mismo.<br />
En la puerta principal, Cadeon lo estaba esperando con Holly a su lado. Rydstrom sólo había<br />
coincidido una vez con ella, y le tranquilizó ver que ella lo miraba con preocupación y cariño en la<br />
mirada.<br />
Cadeon dio unos pasos para bloquearles la salida.<br />
—Deja que la hermana de la hechicera se la lleve. No hay ningún motivo por el que tú tengas<br />
que correr tal riesgo.<br />
—No pienso separarme de Sabine —respondió él.<br />
—Mis hombres se reunirán aquí conmigo dentro de unos minutos. Iremos tras de ti.<br />
De repente, Rydstrom se dio cuenta de que quizá, después aquello, no volvería a ver a su<br />
hermano.<br />
—No, Cade. La misión de esta noche no es ésa —le dijo muy serio. —Tú puedes retomar la<br />
lucha en el futuro.<br />
—Todo esto podría ser una trampa; la hechicera puede hacer que la gente vea cosas. Te está<br />
capturando para entregarte Omort. ¡Otra vez!<br />
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—¡Se está muriendo! —gritó Lanthe. —¿No hueles la sangre?<br />
Cadeon no le hizo ni caso.<br />
—Rydstrom, dame la combinación de la armería. ¡Utilizare la espada esta misma noche! —Ante<br />
la firme expresión de su hermano, dijo: —Entonces llévatela tú. Escón<strong>del</strong>a…<br />
—No funcionará —intervino Nïx, impaciente. —Omort sabrá si Rydstrom le está ocultando algo.<br />
—Tiene que haber otro modo. —Cadeon negó con la cabeza, abatido.<br />
—Ponte en mi lugar —dijo Rydstrom. —Imagínate que fuera Holly la que estuviera a punto de<br />
morir con esta agonía.<br />
Al oír eso, su hermano apretó la mandíbula, soltó una maldición y se hizo a un lado, golpeando<br />
la pared con el antebrazo de tan frustrado como se sentía.<br />
—Serás un gran rey —le dijo Rydstrom antes de salir.<br />
Cade lo miró con lágrimas en los ojos.<br />
—¡No quiero ser el rey, joder! Y no quiero perderte justo ahora que las cosas... justo cuando ya<br />
no me odias.<br />
—Nunca te he odiado —insistió Rydstrom, emocionado. —Te quiero, hermano. Y me siento<br />
muy orgulloso de ver en qué te has convertido.<br />
Con Sabine en brazos y Lanthe pegada a sus talones, Rydstrom salió <strong>del</strong> portal y apareció en<br />
mitad de la corte de Tornin.<br />
De inmediato vio a Omort sentado en el trono.<br />
—¿De qué va todo esto, Melanthe? —preguntó el brujo.<br />
<strong>El</strong> castillo estaba casi vacío y todavía más repugnante que la vez anterior. Los cadáveres se<br />
amontonaban por todas partes, el hedor y las moscas eran insoportables. Los zombis seguían<br />
vigilando las murallas.<br />
Rydstrom se obligó a no fijarse en nada de todo aquello; sólo le importaba una cosa. Sin<br />
titubear un segundo se dirigió hacia el estrado. Sabine se movió nerviosa, y apretó los dedos a<br />
causa <strong>del</strong> dolor.<br />
Omort lo detuvo con un movimiento de la mano, inmovilizándolo donde estaba.<br />
—¿<strong>El</strong> demonio ha venido a verme? —Sonrió. Tenía los ojos de un loco maníaco. Se dirigió a<br />
Lanthe: —¡Tú vete de aquí! ¡Ahora mismo!<br />
—¡Hermano, mírala! —suplicó Lanthe. —Se está muriendo ¡No puedo dejarla así! ¡Por favor!<br />
—Ya se le ha parado el corazón —dijo Rydstrom. —Morirá en cuestión de minutos...<br />
Desde el trono, Omort se inclinó hacia <strong>del</strong>ante.<br />
—¡Abre tu mente, demonio! ¡Hazlo ya!<br />
Rydstrom lo hizo, deseando que el hechicero viera la verdad… que lo único que quería era que<br />
Sabine se curara.<br />
—Me han dicho que tienes el antídoto que puede sanarla. Eso es lo único que busco.<br />
—¿De verdad no tienes ningún otro plan? Sé que no me engañas. Lo único que quieres es que<br />
tu mujer se ponga bien porque estás enamorado de ella. —Se rió con amargura. —No podría<br />
haber encontrado mejor castigo para ti, amar a Sabine sólo te ha traído desgracias.<br />
—Si la quieres, tienes que ayudarla...<br />
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—Un momento... hay algo más en tu mente. Sabine, abre los ojos. —Tras unos instantes, la<br />
hechicera parpadeó y obedeció. —Te ha traicionado el único que juró que jamás lo haría. <strong>El</strong><br />
demonio te ha engañado. No estáis casados. Te mintió con lo <strong>del</strong> juramento. En vez de jurar que te<br />
protegería, juró que te haría daño.<br />
<strong>El</strong>la, con lágrimas de sangre en los ojos, levantó la vista y miro a Rydstrom.<br />
—Por tu aspecto, hermanita, se diría que ha cumplido su promesa —añadió el brujo.<br />
Rydstrom no lo estaba negando.<br />
«¡No! ¡No! <strong>El</strong>la quería ser su esposa... y ¿no lo era? ¿<strong>El</strong> demonio le había mentido? ¡Céntrate,<br />
Sabine!»<br />
Más tarde ya se enfrentaría a la tristeza, en aquel momento tenía que seguir a<strong>del</strong>ante con su<br />
plan. Cuando se le pasara el efecto de la inyección no podría seguir aguantando el dolor por<br />
mucho tiempo.<br />
Sabía que ese ataque sería el último...<br />
Omort siguió hablando.<br />
—La verdad es que el hecho de que hayas traicionado a Sabine es de lo más apropiado,<br />
demonio; al fin y al cabo, ella tenía intención de matar a tu hijo. A su propio hijo. ¿No es así,<br />
hermana? <strong>El</strong>la y yo teníamos planeado entregárselo al Pozo y así desencadenar su poder. Por eso<br />
se esforzó tanto en seducirte.<br />
—No te creo —contestó Rydstrom. —Y jamás podrás convencerme de nada de lo que estás<br />
diciendo.<br />
—Omort, podemos dejar esto para más tarde —intervino Lanthe. —¡Sabine necesita el morsus<br />
ahora mismo!<br />
—¡Se lo daré cuando el demonio esté muerto y tú te largues de aquí! Vete antes de que te<br />
mate.<br />
<strong>El</strong>la dejó de llorar y lo miró gélida.<br />
—No —dijo.<br />
—¿Qué has dicho? —Cada una de las palabras <strong>del</strong> brujo destilaba malicia.<br />
—He dicho que... no... hagas... brujería.<br />
Al oír la orden de Lanthe, Sabine suplicó en silencio que funcionara. Todo dependía de eso.<br />
Se quedó tan sorprendida como Omort al ver que éste levantaba las manos para castigar a<br />
Lanthe sin que nada saliera de sus palmas.<br />
Rydstrom se tensó con ella en brazos.<br />
—¿Qué es esto? —gritó Omort con una vena latiéndole en la frente. Los ojos se le oscurecieron<br />
hasta adquirir un color amarino metálico y se encaminó furioso hacia su hermana. —¡Arderás Por<br />
esto, Melanthe!<br />
—No te acerques más a mí.<br />
<strong>El</strong> se detuvo de golpe y se quedó atónito, mirándola.<br />
—¡Guardas! —gritó, para que acudieran los estúpidos zombis. Éstos se fueron acercando<br />
despacio, y los rodearon con las espadas en alto.<br />
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Lanthe se dirigió a ellos con voz firme diciéndoles:<br />
—Pelead unos contra otros, y no contra nosotros.<br />
Cuando los zombis empezaron a hacerlo, Lanthe corrió hacia las puertas de la corte y las<br />
atrancó para ganar tiempo.<br />
«Ésa es mi hermana», pensó Sabine.<br />
—¡No! —gritó Omort. —¡<strong>Demonio</strong>s! —llamó entonces.<br />
—¡No les pidas que vengan! —dijo Lanthe, y Omort se calló al instante.<br />
Pero Sabine notó que con esa orden, el poder de su hermana había vuelto a agotarse.<br />
Rydstrom se quedó de piedra cuando la hechicera le susurró<br />
—Tengo algo para ti, demonio. —Y se apartó las sábanas con que la había envuelto Nïx,<br />
enseñándole la espada que llevaba pegada al cuerpo.<br />
Sabine recordó la escena con la valquiria:<br />
—¿Por qué haces esto? ¿Por tu ejército o por Rydstrom? —le había preguntado mientras<br />
estaban solas.<br />
—Tal vez lo esté haciendo por ti —le respondió Nïx.<br />
—Sabine —farfulló Rydstrom. —Yo, no... ¿no estás enferma?<br />
—Sí, pero Nïx me ha puesto una inyección para... para que tuviera las fuerzas necesarias para<br />
darte esto. Pero se me está pasando el efecto. Tienes que usarlo para matar a Omort.<br />
—¿Y quién te dará el antídoto?<br />
—La Bruja... ella me ayudará... pero sólo si él muere. No nos queda mucho tiempo, Rydstrom.<br />
Los poderes de Lanthe son débiles... Hettiah puede entrar y anular sus órdenes.<br />
—Entonces, si lucho con Omort te estaré poniendo en peligro. No tenemos tiempo suficiente.<br />
—Puedes hacerlo. Tienes que hacerlo. Destrúyele para siempre. Es tu derecho...<br />
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CAPÍTULLO 47<br />
«¿Todo esto ha sido un montaje?»<br />
Sabine se lo había advertido en repetidas ocasiones. «Yo siempre tengo un plan —decía. —<br />
Conmigo, nada es lo que parece.»<br />
Por fin tenía la oportunidad de matar a Omort, y mientras cogía la espada que ella le ofrecía, lo<br />
único en lo que podía pensar era en si ella habría fingido sus sentimientos hacia él.<br />
No. Conocía a aquella mujer y, en lo más profundo de su alma sabía que ella también lo amaba.<br />
—Sabine...<br />
—Primero mátale... ya hablaremos más tarde. Por favor. Rydstrom asintió y luego se volvió<br />
hacia Lanthe. —Ven, coge a Sabine.<br />
Melanthe corrió hacia allí y cogió a su hermana en brazos. —Si has recuperado tus poderes,<br />
entonces cúrala —le dijo Rydstrom.<br />
—Estoy seca, demonio. No me queda ni una gota. No puedo ayudarla, no podré detener a los<br />
demonios <strong>del</strong> fuego si consiguen derribar la puerta, y tampoco podré inmovilizar a Omort para<br />
que puedas decapitarle. Le he prohibido que usara brujería, pero todavía puede luchar contra ti.<br />
Rydstrom cogió la espada y la levantó dispuesto a matar al hechicero. Los amarillentos ojos de<br />
éste se desorbitaron al ver el arma.<br />
—¿Cómo has conseguido entrar eso aquí? ¿Sabine? —Durante unos segundos pareció<br />
desolado, pero pronto recuperó su mirada de loco. —La has obligado a hacerlo —le dijo a<br />
Rydstrom. —<strong>El</strong>la jamás me traicionaría por voluntad propia.<br />
Y desenvainó una espada con una hoja mística de fuego concentrado.<br />
—¡Incluso sin mi brujería puedo cortarte la cabeza! Estoy ansioso por enfrentarme a ti de<br />
nuevo, y esta vez lucharé por ella.<br />
«Y yo también.»<br />
—En cualquier otra circunstancia, me encantaría ir matándote poco a poco y saborear cada<br />
segundo de tu muerte —contestó el demonio avanzando hacia él. —Pero por mucho que haya<br />
anhelado este momento, ahora no tengo tiempo. —Jamás se habría imaginado que no se<br />
enfrentaría a Omort, para recuperar su corona, sino para salvar la vida de la mujer que amaba.<br />
Ambos contrincantes empezaron a describir círculos el uno frente al otro. <strong>El</strong> brujo fue el<br />
primero en atacar, pero Rydstrom se defendió sin problemas y su espada hizo que la <strong>del</strong> hechicero<br />
echara chispas.<br />
—Es cierto que mi hermano Groot ha forjado esa espada —dijo Omort. —La mía suele partirlas<br />
todas en dos. —Se abalanzó de nuevo sobre él a una velocidad sobrehumana.<br />
Rydstrom bloqueó de nuevo el ataque. Omort era sorprendentemente bueno, igual que lo<br />
había sido mil años atrás. Era rápido, y sus ojos no anticipaban sus movimientos. <strong>El</strong> hechicero no<br />
dejaba entrever nada.<br />
De nuevo, empezaron a moverse en círculos, buscando los puntos débiles <strong>del</strong> otro. Omort saltó<br />
hacia a<strong>del</strong>ante con la esperanza de apuñalar al demonio por la espalda, pero éste giró sobre sí<br />
mismo y detuvo el golpe con la espalda.<br />
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<strong>El</strong> brujo era ágil y tenía una buena técnica, pero Rydstrom también. Y era más fuerte y rápido<br />
que Omort.<br />
Cuando su espada volvió a chocar con la de Omort, el demonio empujó con todo el peso de su<br />
cuerpo hasta conseguir que el pulso <strong>del</strong> hechicero temblara, y poder darle entonces un golpe<br />
certero.<br />
Sus espadas se encontraron una y otra vez. Hasta que Rydstrom hizo un amago que cogió al<br />
brujo completamente desprevenido y le asestó un golpe especialmente acertado. Omort se<br />
tambaleó, y su cuerpo empezó a debilitarse.<br />
Justo cuando se disponía a darle el golpe de gracia, el hechicero se quitó la capa y se la lanzó<br />
encima de la cabeza.<br />
Con la visión tapada, Rydstrom dio un salto hacia atrás, apartándose la tela a tiempo de<br />
esquivar el que habría sido el peor ataque de Omort. La hoja de fuego le desgarró la camisa y le<br />
hizo un corte en el pecho.<br />
<strong>El</strong> brujo iba a atravesarlo con la espada al mismo tiempo que Rydstrom recuperaba la visión. <strong>El</strong><br />
demonio se cambió el arma de mano y se dio media vuelta, y luego giró y atacó con la espada en<br />
alto.<br />
Acertó. La cabeza de Omort rodó por el suelo. <strong>El</strong> resto <strong>del</strong> cuerpo cayó primero de rodillas y<br />
luego se desplomó.<br />
«Tengo que ir con Sabine.» Pero no podía a cometer el mismo error que la última vez que se<br />
había enfrentado a aquella bestia, y se obligó a esperar unos segundos.<br />
Aquellos instantes le parecieron más largos que los novecientos años que había tenido que<br />
esperar hasta llegar allí.<br />
<strong>El</strong> hechicero no se regeneró. <strong>El</strong> muro <strong>del</strong> que colgaban todas las tablillas de los pactos se<br />
desplomó. Con la muerte de su amo y señor, los zombis empezaron a caer fulminados por todos<br />
lados.<br />
Rydstrom apretó la empuñadura de la espada para darle gracias y corrió hacia Sabine. <strong>El</strong> arma<br />
había cumplido con destino.<br />
—Ya no es el Que no Muere —murmuró Lanthe.<br />
De repente, las puertas <strong>del</strong> castillo empezaron a temblar bajo el ataque de los demonios <strong>del</strong><br />
fuego, que querían entrar. Rydstrom se detuvo y se dio media vuelta, preparándose de nuevo para<br />
la batalla.<br />
—¿Sigues sin poder hacer nada por Sabine? —le preguntó a Lanthe de espaldas.<br />
—Nada, pero si salimos de aquí con vida podemos ir a buscar la Bruja...<br />
Las puertas echaron humo y luego empezaron a arder. Los soldados <strong>del</strong> ejército <strong>del</strong> Pravus que<br />
quedaban, casi todos demonios <strong>del</strong> fuego, no tardaron en entrar. La marea de guerreros se detuvo<br />
al ver a Omort el Que no Muere, decapitado frente a su trono.<br />
Todos gritaron a una que querían hacerse con el castillo. Rodearon a Rydstrom y levantaron las<br />
palmas para mostrarle las llamas que allí ardían. Si lo atacaban a la vez con el fuego, podrían<br />
matarlo. «Son demasiados.»<br />
Oyó cómo Sabine volvía a gritar de dolor.<br />
La atención de los demonios <strong>del</strong> fuego ya no se centraba en Rydstrom, sino en algo que éste<br />
tenía a su espalda.<br />
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—¿Necesitas ayuda? —oyó preguntar a Cadeon.<br />
Cuando se dio la vuelta, se encontró con su hermano y todo su ejército de mercenarios, con<br />
aspecto de estar sedientos de sangre.<br />
Entonces, Rydstrom se dio cuenta de que, al morir Omort, Cadeon habían recuperado la<br />
habilidad de teletransportarse, y había guiado a sus hombres hasta ahí.<br />
Los mercenarios atacaron en el mismo instante en que Sabine volvía a gritar. Rydstrom corrió<br />
hacia ella, derribando a todo el que se interpuso en su camino. Cuando llegó a su lado, se colgó la<br />
espada <strong>del</strong> cinturón y la cogió en brazos. Había perdido la conciencia.<br />
—¡Tenemos que encontrar a la Bruja! —gritó Lanthe. —Es la única que puede curarla.<br />
<strong>El</strong> sujetó a Sabine con todas sus fuerzas y cruzó el salón <strong>del</strong> trono corriendo.<br />
—¡Cadeon! —gritó a su espalda. —¡Voy a buscar a alguien que pueda ayudarla!<br />
—¡Yo me encargo de esto! —contestó su hermano mientras atravesaba a otro de sus<br />
contrincantes. —¡Tengo experiencia con estos bastardos! Y esta noche me apetece derramar<br />
sangre de demonios <strong>del</strong> fuego.<br />
Lanthe iba justo detrás de Rydstrom, y ambos estaban a punto de alcanzar la puerta.<br />
—<strong>Demonio</strong>, ve hacia el sótano...<br />
Pero algo la interrumpió de repente. Rydstrom se dio media vuelta y la vio caer al suelo.<br />
Hettiah, con los ojos completamente rojos, la había derribado impidiendo que llegara a la<br />
puerta.<br />
—¡Tú y tu hermana pagaréis por esto!<br />
Lanthe cogió la espada de uno de los zombis que había muertos por allí.<br />
—¡<strong>Demonio</strong>, llévate a Sabine! ¡Vamos!<br />
<strong>El</strong> no lo dudó y bajó la escalera a toda velocidad, antes de recordar que él también podía<br />
teletransportarse. Llevó a Sabin hasta las entrañas <strong>del</strong> castillo, pero había habitaciones por todas<br />
partes, y todas conectaban con multitud de pasadizos.<br />
—¡Bruja! —gritó, dando una vuelta sobre sí mismo. —¿Dónde diablos estás?<br />
—Aquí —contestó ella.<br />
Rydstrom siguió el sonido de la voz hasta dar con una habitación que era exactamente como él<br />
habría imaginado que sería un laboratorio de pociones. Encima de las mesas había animales<br />
disecados, líquidos fermentándose, calderos en ebullición. Alas de murciélagos y patas de rana<br />
colgaban <strong>del</strong> techo.<br />
La Bruja, sin embargo, no era en absoluto como había esperado. En vez de una vieja arrugada,<br />
tenía frente a él una bonita elfa de melena castaña. La hembra que había creído ver en aquella<br />
ocasión.<br />
Y estaba haciendo las maletas.<br />
—Sálvala... —le rogó entonces con voz ronca. —Tienes que salvarla.<br />
—¿Y por qué tendría que hacerlo? —preguntó ella sin levantar la vista.<br />
—Porque he derrotado a Omort. Y creo que su muerte te ha liberado.<br />
—Bueno, en eso tienes razón. —Lo miró a los ojos. —Me he pasado quinientos años esperando<br />
a que se rompiera la maldición. Tumba a Sabine sobre la mesa. —Buscó dentro de una caja fuerte<br />
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y sacó dos cofres de madera. Abrió el primero, dentro <strong>del</strong> que había un vial lleno de un líquido<br />
negro.<br />
Cuando la Bruja le ofreció el antídoto, Rydstrom lo aceptó e incorporó un poco a Sabine para<br />
poder dárselo. Pero antes miró de nuevo a la elfa.<br />
—¿Me juras que esto la curará?<br />
—¿Del morsus? Sí, lo juro. Pero no puedo hacer nada con su carácter.<br />
Él enarcó una ceja a modo de advertencia, y acto seguido vació el contenido <strong>del</strong> vial entre los<br />
labios de la hechicera. Esperó... Nada...<br />
—¿Por qué no le hace efecto? —preguntó.<br />
La Bruja negó con la cabeza sin saber muy bien qué pasaba.<br />
—Debería haber funcionado. Tal vez sea demasiado tarde.<br />
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CAPÍTULLO 48<br />
—¿Se le están sonrosando las mejillas? ¿Se está curando?<br />
Sabine oyó la voz llena de preocupación de Rydstrom y fue despertándose poco a poco.<br />
—Sí.<br />
¿Aquélla era la Bruja?<br />
—Típico de la hechicera, hacernos sufrir hasta el último momento.<br />
Cuando Sabine murmuró el nombre <strong>del</strong> demonio, éste suspiró aliviado.<br />
—Por todos los dioses, cwena. Estoy aquí.<br />
Abrió los ojos y vio el fiero rostro de él mirándola con ternura. Rydstrom le acarició la mejilla<br />
con el dorso de los dedos.<br />
—Os dejaré solos —farfulló la Bruja.<br />
—Espera —dijo Sabine. ¿Quién era aquella mujer que tenía la misma voz que la Bruja? ¿Era<br />
ella? —¿Dónde está la cura de Lanthe?<br />
—He dejado su vial encima de la mesa, al lado de los testículos de rinoceronte.<br />
—Oh.<br />
«Libres.»<br />
Por fin eran libres de Omort. Del veneno que él les había inoculado. Y al parecer la Bruja<br />
también lo era.<br />
—¿Por qué eres... distinta?<br />
—Omort me despojó de mi poder de adivinar el futuro y me condenó a vivir en este agujero<br />
con aspecto de anciana. Y todo porque le dije que algún día se enamoraría de una hechicera.<br />
Sabine, tu hermano no fue a buscarte para atraer al demonio: lo hizo porque a su modo te quería.<br />
Pero tan pronto como te vi tuve una visión, y supe que tú y el rey demonio os casaríais y tendríais<br />
un hijo que abriría el Pozo de las Almas.<br />
—Pero no <strong>del</strong> modo en que él me la contó, ¿no es así? —preguntó Sabine preocupada.<br />
—Ni mucho menos. Omort utilizó esa profecía, la retorció hasta que él mismo empezó a creerse<br />
sus propias mentiras. Y ahora, si me disculpáis, tengo que ir a buscar un portal. Llego quinientos<br />
años tarde a una cita.<br />
—Espera...<br />
—En el piso de arriba todavía están luchando, hechicera —dijo, y desapareció de la habitación.<br />
—¡Llévame con mi hermana! —le pidió Sabine a Rydstrom.<br />
Él los teletransportó al instante, pero Lanthe ya había derrotado a Hettiah y le estaba dando<br />
patadas a su cuerpo sin vida.<br />
—¡Me he pasado siglos aguantando tus putadas! ¡Día tras día!<br />
«Ésa es mi hermana.»<br />
Sabine vio que Rydstrom miraba a Cadeon, que luchaba encarnizadamente. Era obvio que el<br />
demonio quería estar con ella, y al mismo tiempo necesitaba ir a ayudar a su hermano.<br />
—Tengo que echarle una mano a Cade.<br />
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—Ah, no, eso sí que no, demonio. —Con un furioso movimiento de muñeca, hizo que todos los<br />
mercenarios fueran invisibles a los ojos de los demonios <strong>del</strong> fuego. —Tenemos que hablar.<br />
—¡Esto es genial! —exclamó Cadeon.<br />
Después de unos minutos observando a su hermano pasándoselo en grande y a Lanthe<br />
desquitándose, Rydstrom dijo: —Creo que lo tienen controlado.<br />
Envainó la espada y se teletransportó junto con la hechicera hasta la habitación que ella había<br />
ocupado en el castillo, la que tenía una terraza que daba al mar.<br />
—No te habrás creído lo que Omort ha dicho sobre el Pozo de las Almas ni lo <strong>del</strong> sacrificio,<br />
¿verdad? —le preguntó Sabine después de que él se asegurara de que ella estaba bien. —Ni que<br />
yo formaba parte de todo ese plan...<br />
—Por supuesto que no. Igual que tampoco creo que tuvieras todo esto planeado desde el<br />
principio. Lo que ha sucedido entre nosotros a lo largo de la última semana ha sido real.<br />
—¿Como nuestro matrimonio?<br />
La expresión de Sabine era inescrutable, pero los ojos le brillaban cada vez más. Rydstrom era<br />
incapaz de prever cómo reaccionaría a lo de su engaño, no tenía ni idea...<br />
Estaba tan cerca de lo que siempre había soñado...<br />
—¿Lo que Omort ha dicho al respecto es mentira?<br />
<strong>El</strong> demonio se pasó la mano por los labios.<br />
—Yo... cwena.<br />
—No puedes contestar, ¿no es así? Yo no soy tu reina. ¿Qué me juraste aquella noche? ¿Qué<br />
me dijiste con tanta solemnidad?<br />
—Que me vengaría de ti.<br />
<strong>El</strong>la frunció las cejas, y el labio inferior le empezó a temblar. A Rydstrom se le rompió el<br />
corazón.<br />
—Por todos los dioses, Sabine.<br />
<strong>El</strong>la estaba destrozada. Y tenía motivos para estarlo. Mira que portarse como si se hubiera<br />
casado con ella...<br />
—<strong>Demonio</strong>, me siento... —tragó saliva y negó con la cabeza— tan orgullosa de ti... —Los ojos se<br />
le llenaron de lágrimas. —Es la primera vez que consigues colarme una mentira.<br />
Él se quedó boquiabierto.<br />
—¿No estás... no estás...? —La cogió en brazos y la abrazó.<br />
—Bueno, al principio sí que me he puesto furiosa. Pero, por suerte para ti, no soy idiota.<br />
Cuando veo que alguien está dispuesto a sacrificar su vida por mí, tiendo a perdonarlo.<br />
—Lo haría gustoso, Sabine. Siempre.<br />
—Sí, bueno, y la verdad es que también me he dado cuenta de que puedo echártelo en cara<br />
durante toda la eternidad. ¡Imagínate qué ventaja tendré siempre que tengamos que negociar<br />
algo, demonio! —Puso voz de falsete y le explicó lo que quería decir con eso: —¿Qué es eso de no<br />
querer institucionalizar el Día de la Minifalda? ¿Acaso no te acuerdas de que me engañaste sobre<br />
nuestro matrimonio?<br />
<strong>El</strong> la cogió por la nuca.<br />
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—Hazlo, échamelo en cara durante el resto de nuestros días. Haz que me aburra de oírlo. Lo<br />
único que me importa es que te quedes conmigo.<br />
—Al parecer, no tengo elección, y, totalmente sin querer, me he enamorado de ti. Te amo.<br />
La línea que Rydstrom tenía en la frente se le marcó todavía más.<br />
—Yo también te amo, hechicera. Y quiero solucionar lo de nuestro matrimonio ahora mismo.<br />
Sabine le cogió la cara con las manos.<br />
—Me alegro, porque necesito tener autoridad para hacer algunos cambios por aquí. Ah, y esta<br />
vez dímelo en un idioma que entienda.<br />
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EPÍLLOGO<br />
Dos meses más tarde<br />
Nuevo Tornin, reino de Rothkalina.<br />
—¡Ha sido como quitarle un caramelo a un niño! —exclamó Sabine, colgándose la bolsa con el<br />
botín al hombro.<br />
—¡Igual que pescar en un barril! —respondió Lanthe.<br />
<strong>El</strong>la y su hermana no se habían dado cuenta de que Rydstrom estaba sentado plácidamente en<br />
su trono, a pesar de que la corte estaba vacía. Lanthe había abierto allí un portal, en el único lugar<br />
donde se suponía que ese día no iba a haber nadie. Pero Rydstrom había terminado antes de lo<br />
previsto y había ido allí para relajarse un rato, y para disfrutar de las nuevas instalaciones antes de<br />
que su esposa regresara de «ir de compras».<br />
—¿Lo habéis pasado bien? —preguntó, y su voz resonó en la sala.<br />
Las dos se quedaron petrificadas, y, despacio, giraron la cabeza hacia él.<br />
—Espero que hayáis pagado todo lo que habéis comprado.<br />
—Nos ha pillado —murmuró Lanthe. —Estaré en mi habitación —dijo antes de desaparecer.<br />
Sabine se recuperó de la sorpresa inicial y fue a saludar a su marido.<br />
—No hemos pagado con dinero propiamente dicho, pero hemos pagado con karma.<br />
—¿A quién le habéis estado robando?<br />
—A ese medio demonio <strong>del</strong> que nos habló Nïx. Ese capo <strong>del</strong> cártel de Colombia.<br />
Rydstrom hizo crujir los dedos.<br />
—¿Y por qué ibais vosotras a hacer tal cosa?<br />
—La valquiria nos dijo que deberíamos ir a hacerle una visita. Y como le debía un favor por<br />
haberme echado un cable, pensé que no me costaba nada hacer lo que me pedía. Y no creíamos<br />
que fue ras a enfadarte porque le hubiéramos robado a uno de los malos.<br />
—No estoy enfadado. Pero estoy furioso porque hayas vuelto a ponerte en peligro.<br />
—¡Si no nos ha visto nadie! Y Lanthe ha conseguido utilizar un poquito de su persuasión, la<br />
suficiente como para que estuviéramos a salvo.<br />
Rydstrom suspiró resignado.<br />
—Veamos, enséñame lo que habéis traído.<br />
Jamás conseguía enfadarse con ella, y mucho menos cuando Sabine era tan feliz allí con él y con<br />
la nueva vida que llevaban juntos.<br />
Cuando ella se sentó en su regazo y él la rodeó con los brazos Sabine se dispuso a enseñarle<br />
orgullosa todo su botín, que consistía en monedas de oro muy antiguas.<br />
Obviamente, aquél no era el primer atraco que su esposa había cometido desde que se habían<br />
casado. Y Rydstrom sabía que no iba a ser el último.<br />
Pero claro, ella siempre se salía con la suya. Todas las criaturas de la Tradición sabían que si<br />
alguien tocaba ni que fuera sólo un pelo de la cabeza de la hechicera, tendría que vérselas con un<br />
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enorme demonio de la ira muy, pero que muy enfadado. Y Sabine se aprovechaba<br />
descaradamente de ello.<br />
—Es un botín más que considerable —comentó Rydstrom.<br />
—Lanthe y yo somos igualitas que Robin Hood —afirmó ella con una sonrisa. —Menos en lo de<br />
dárselo a los pobres.<br />
—Esta vez sí. Voy a quedarme con el cuarenta por ciento de todo esto. —Al ver que ponía<br />
morros, añadió: —O podríamos utilizar ese porcentaje para financiar otra vía pública.<br />
Durante el día, el sonido de los martillos de las obras de construcción y reconstrucción<br />
resonaban por todo el reino. Su pueblo volvía a ser próspero.<br />
—Piensa que así estás ayudando a que salgamos de la Edad Media. —Para llegar al menos al<br />
Renacimiento. Pero lo estaban haciendo paso a paso. —E incluso podríamos ponerle tu nombre a<br />
una calle.<br />
Seguro que la gente no se opondría a ello. Todo lo contrario: sus súbditos adoraban a su<br />
alocada y astuta reina, que había ayudado al rey a derrotar al diabólico tirano y sólo pedía un poco<br />
de oro a cambio.<br />
—¿Y a otra el de Lanthe? —le preguntó Sabine mordiéndose el labio inferior.<br />
—Dalo por hecho.<br />
—¿Crees que no sé que me estás manipulando para que haga lo que tú quieres?<br />
—Sé que lo sabes, y creo que te encanta. —La acercó a él, <strong>del</strong>eitándose en el aroma que<br />
desprendía su melena. —Por cierto, Puck ha venido a verte esta mañana, justo después de que te<br />
fueras.<br />
<strong>El</strong> pequeño demonio había sido adoptado por Durinda y su nuevo esposo, pero Sabine podía<br />
verlo siempre que quisiera, porque tanto él como su nueva familia habían regresado a Rothkalina,<br />
igual que muchos otros refugiados y otras familias procedentes de distintas facciones de la<br />
Tradición.<br />
—Puck se ha puesto muy triste al no encontrarte, así que para animarlo le he enseñado los<br />
regalos que ibas a mandarle a casa de Durinda.<br />
Una batería y caramelos para todo el año. A la madre <strong>del</strong> demonio le encantaría.<br />
Desde que Rydstrom y Sabine se habían mudado oficialmente al renovado castillo, no dejaban<br />
de tener invitados. Viejos amigos y aliados de confianza los visitaban a menudo. Incluso Mia y Zoë,<br />
las hermanas menores de Rydstrom, irían a pasar unos días con ellos en primavera.<br />
—Y Cadeon se ha pasado por la obra esta mañana —dijo Rydstrom. —Los he invitado a él y a<br />
Holly a cenar esta noche.<br />
—¿Esta noche? —Sabine suspiró, aunque él sabía que, en el fondo, adoraba a sus cuñados. —<br />
Genial, así veré cómo Holly hace esfuerzos para no vomitar.<br />
Las incesantes náuseas que ésta tenía dejaron de sorprenderlos cuando se enteraron de que<br />
estaba embarazada de gemelos. Dos guerreros que sin duda serían extraordinarios.<br />
—La última vez que estuvieron aquí —dijo ella, —Cadeon la seguía a todas partes, como si Holly<br />
fuera de cristal y tuviera miedo de que se rompiera. La llevaba en brazos si tenía que dar más de<br />
dos pasos. Más vale que no te pongas así cuando nosotros decidamos tener hijos.<br />
Habían decidido esperar a que el reino estuviera más asentado, pues habían llegado a la<br />
conclusión de que, si el Pozo de las Almas llevaba tanto tiempo sin abrirse, no pasaría nada porque<br />
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esperasen un poco más. En especial teniendo en cuenta que Rydstrom estaba disfrutando <strong>del</strong><br />
increíble placer de cuidar de su pequeña reina, de mimarla.<br />
—Hechicera, sabes que yo seré mucho peor.<br />
—Entonces, tendrás que aguantar que me ría de ti. No lo podré evitar.<br />
Había otro motivo por el que habían decidido esperar.<br />
—No tendremos hijos hasta que hayamos resuelto el tema <strong>del</strong> vampiro —fueron las palabras<br />
exactas de Sabine.<br />
Como regalo de bienvenida al nuevo castillo, ella le dio a Rydstrom gran parte de sus joyas<br />
personales para pagar a los mercenarios de Cadeon y encargarles que buscaran a Lothaire, el<br />
Enemigo de lo Antiguo.<br />
Los hombres de Cadeon tenían varias pistas fiables, y era sólo cuestión de tiempo que<br />
encontraran al astuto vampiro.<br />
—Hace un rato estaba pensando en la noche que nos conocimos —le dijo Sabine a Rydstrom<br />
cuando éste dejó la bolsa de monedas en el suelo. —Cuando te topaste conmigo en la carretera,<br />
no tenías ni idea de lo que te esperaba.<br />
—Destrozaste mi coche y pusiste mi mundo patas arriba.<br />
—Pero ahora me tienes a mí y tu corona. Por cierto, se te ve muy majestuoso en este trono.<br />
—Cada día practico un rato frente al espejo.<br />
—Eso no es verdad. —Le sonrió. —Estás demasiado ocupado mirándote los arañazos de la<br />
espalda. —Y luego añadió con voz aterciopelada: —Podría añadirte unos cuantos más, mi señor.<br />
Rydstrom tomó aire y, antes de soltarlo, los había teletransportado a ambos a su habitación.<br />
Cuando empezó a disfrutar <strong>del</strong> placer de desnudarla, la brisa marina entró por la ventana, y Sabine<br />
levantó los brazos por encima de la cabeza con una lánguida sonrisa.<br />
<strong>El</strong> se agachó para besarle el cuello mientras iba soltándole las cintas <strong>del</strong> corsé.<br />
—Este es complicado —murmuró, dando su aprobación a la prenda.<br />
—La espera habrá valido la pena, demonio —contestó ella con un suspiro.<br />
Rydstrom la miró a los ojos con todo el amor que sentía.<br />
Sabine lo entendió, y en el rostro de ambos se reflejó el mismo sentimiento.<br />
—Cwena, tú siempre has valido la pena —susurró Rydstrom, acariciándole la mejilla con el<br />
dorso de los dedos.<br />
FIN<br />
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