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<strong>BOLETÍN</strong> DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA<br />

obispo defiende en pro de una diócesis piadosa, de vida cristiana y buenas costumbres.<br />

Ellas encarnan la condición dual que combina lo espiritual y lo temporal que coincide<br />

en la figura misma del Obispo. La colaboración y cooperación de la autoridad civil explica<br />

el encuentro y entendimiento de una sociedad verdaderamente cívico-religiosa.<br />

La Iglesia cumple a través del Obispo la vigilancia de la conducta privada en beneficio<br />

en pro de una sociedad virtuosa.<br />

La visita del obispo Martí entre los años 1771-1784 es además un documento único<br />

para conocer la realidad de lo que era Venezuela en ese tiempo. Su viaje por el<br />

país constituye finalmente un periplo descubridor de las variadísimas realidades de<br />

la Diócesis de Caracas enclavada en lo que más tarde se convertiría en la Capitanía<br />

General de Venezuela. Estos tomos son el más vivo retrato de un territorio y se erigen<br />

como el incomparable aporte que el Obispo deja para la posteridad. Más allá de la<br />

imperiosa y legal “incardinación” que el Concilio de Trento y luego las constituciones<br />

sinodales de 1687 exigen de un obispo respecto a su diócesis, Martí eleva esta norma<br />

al carácter de un predicamento integrador: el rol que juega el obispo en su diócesis,<br />

entre su grey, es la del verdadero pastor que conoce a ciencia cierta la estricta realidad<br />

de su gobernados espirituales. El obispo Martí es puntilloso llevando cuentas: de sus<br />

visitas sacará en firme el número de habitantes de las ciudades, el estado físico de sus<br />

iglesias, la formación de sus prelados, el inventario de los bienes de la iglesia, la composición<br />

sociológica de los habitantes de Venezuela, el estado de la economía, el estado<br />

de la familia, las uniones libres, las normas de higiene, el ahorro, el uso del tiempo, la<br />

dedicación a los asuntos religiosos, el acatamiento de ir a misa los domingos y días de<br />

guardar, el estado general de la economía, el modo de vida de sus habitantes y, como<br />

hemos insistido, el estado del pecado. Esto no es otra cosa sino la expresión de ejercer<br />

el oficio episcopal, tomar el pulso de la sociedad y de su ambiente, de las necesidades<br />

de la grey e implicaba, en resumidas cuentas, tener el control de la sociedad. La naturaleza<br />

del obispo implica, como lo hemos visto en sus textos, no sólo ejercer una función<br />

eclesiástica como cabeza de una comunidad administrativa desde el punto de vista de<br />

la Iglesia católica sino que sus funciones van a ir mucho más allá en lo que corresponde<br />

a las funciones civiles, de gobierno ciudadano si se quiere que se confunden en la<br />

figura del Obispo. Y con ello se cumplen los cometidos que la Corona de Castilla ha<br />

querido para sus territorios ultramarinos: fundar y mantener la unidad del imperio y<br />

la unidad de la fe católica. Esta fe, esta unidad religiosa, se conseguía a través de la previsión,<br />

vigilancia, castigo, disposición y regulación. Elementos todos que a cabalidad<br />

ha cumplido nuestro Obispo en estos largos años de fijar su mirada en cada uno de los<br />

rincones de su extensa diócesis.<br />

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