BOLETÍN

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BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA mutuamente 10 . Si Dios es una razón de Estado, la vida virtuosa y cristiana, apegada a los mandamientos y al catecismo, es un modo de llegar a Él. En consecuencia, el obispo vigilará, controlará y supervisará de qué modo sus fieles están comprometidos con esta suprema obligación de salvación a la que involucrará al Estado mismo. Pero además de salvación, establece a la vez los modos para garantizar la buena marcha del cuerpo social y el fomento de la ciudadanía. Una vez más, política y religión están involucradas. Y para ello, el control del pecado tendrá una fijación especial, conformará una elevada obligación de monitoreo y una motivación indeclinable para cimentar su misión pastoral. Los predicamentos de una vida virtuosa. Catecismos y normas para la vida del buen cristiano El catecismo de Gaspar Astete 11 , nos recuerda que los pecados capitales son siete: la soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza 12 . La categoría de capitales, a diferencia de los llamados pecados mortales, viene dada por el hecho de que “son cabeza, como fuentes y raíces de otros vicios que de ellos nacen; y llamarse mortales no les cuadra tan bien, pues muchas veces no son más que veniales” 13 . El catecismo citado expresa muy clara y contundentemente la definición expresa de lo que es la lujuria: “Un apetito desordenado de sucios y carnales deleites” 14 . De modo que estamos 10 Arcaya insiste en la labor de profilaxia y orden de la Iglesia en estos tiempos. Ello nos permite explicarnos por qué por ejemplo el obispo Mariano Martí se arroga funciones o providencias que tendrían un carácter meramente civil, tal vez por ausencia del poder real, abandono del Estado y porque la Iglesia se siente partícipe, integradora en el debate de la cuestión social. A falta de Estado o en ausencia de Estado, la Iglesia entiende con claridad la naturaleza de su intervención como factor regulador y recomponedor. Se trata de una empresa civilizatoria compartida en sus orígenes y fines. Apunta Arcaya al relacionar las visitas episcopales y los informes que legaban: “En esos apolillados y ya casi ilegibles autos se ve de bulto cuán vivaces gérmenes de desorden, de injusticia y de corrupción existían en el seno de la sociedad colonial y cuán saludable la obra de los prelados que se empeñaban en extirparlos”. Ibídem, p. 209. En otro momento agrega Arcaya sobre las misiones episcopales que a la luz de la modernidad tienden a examinarse precisamente con los valores que hoy tenemos, desdibujando en consecuencia la naturaleza y el rol que jugaron en aquellos tiempos: “Conforme á las ideas modernas parecerá exorbitante esa autoridad de nuestros primeros obispos; mas al examinar el asunto, teniendo en cuenta las circunstancias de la época, hay que convenir en que al asumir ese poder llenaron un gran deber y ejercieron una altísima misión social, pues sólo ellos, que podían hacerse oír al hablar en nombre de la Religión, estaban en capacidad de hacer respetar la justicia en el seno de la sociedad anárquica y corrompida que habían originado las violencias de la conquista, muy distinta de la república municipal imaginada por algunos escritores modernos”. Ibídem, p. 211-212. 11 Jesuita nacido en Salamanca en 1537. Murió en 1601. Fue confesor, predicador, maestro de novicios y autor de obras de guiatura para jóvenes. Catecismos de Astete y Ripalda, Madrid, La Editorial Católica, 1987. 12 Ibídem, p. 176-177. 13 Ibídem, p. 177. 14 Ibíd. 28

ESTUDIOS ante un vicio que se reconoce como deleitoso al que sin embargo hay que contraponer una virtud: contra la lujuria, castidad. 15 Sigamos entendiendo la cabeza, “como fuente y raíz de otros vicios” que es la lujuria. Nuestro catecismo nos indica que los enemigos del alma, de que hemos de huir, son los siguientes: el mundo, el demonio y la carne. De esta última, que constituye el objeto de nuestro interés, logramos huir con “asperezas, disciplinas y ayunos” 16 y aparece como el mayor de los enemigos ya que “no la podemos echar de nosotros” 17 . En cuanto a Jerónimo de Ripalda 18 , explica con detalles el sexto mandamiento en cuanto a quien lo guarda enteramente es el que es casto en palabras, obras y pensamientos 19 . El pecado contra el sexto mandamiento, abunda nuestro glosador, es la impureza y esta hace “mucho daño al hombre en el cuerpo y en el alma” 20 . Procuran la impureza la “destemplanza y vistas y conversaciones ocasionadas” 21 . Sólo bajo el estado matrimonial se resguarda de la impureza pero a los casados se les manda en su estado a “no faltar a su debida decencia, ni a la fe que se prometieron” 22 . Además de oraciones y sacramentos, para ser castos ayudan las buenas compañías 23 . En sus Documentos consejos y reglas de vivir cristianamente, dadas por el Iltmo. Señor Don Diego Antonio Diez Madroñero, Obispo de Caracas y Venezuela del Consejo de su Magestad 24 , el predecesor del obispo Mariano Martí da una serie de “adbertencias” (sic) a todo género de personas para vivir “christianamente” (sic) que deberán considerar ante todo que se está en la presencia de Dios quien continuamente los está viendo 25 . Vivir cristianamente implica observar los preceptos de la religión católica, vivir en la gracia de Dios, no incurrir en pecados y procurar mediante esta vida virtuosa alcanzar la salvación de la vida ultramundana. El obispo Diez Madroñero recela de 15 Ibídem, p. 178. 16 Ibídem, p. 179. 17 Ibíd. 18 Jesuita (1535-1648). Profesor de teología en Salamanca y moral en Madrid. Catecismos de Astete y Ripalda,p. 203. 19 Ibídem, p. 309. 20 Ibíd. 21 Ibídem, p. 310. 22 Ibíd. 23 Ibíd. 24 Documentos consejos y reglas de vivir cristianamente, dadas por el Iltmo. Señor Don Diego Antonio Diez Madroñero, Obispo de Caracas y Venezuela del Consejo de su Magestad, Archivo General de Indias, Legajo, 225. Trabajo realizado por Hno. Nectario María. Versión fotocopiada cedida por el profesor Agustín Moreno Molina. 25 Ibídem, p. 18. 29

<strong>BOLETÍN</strong> DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA<br />

mutuamente 10 . Si Dios es una razón de Estado, la vida virtuosa y cristiana, apegada<br />

a los mandamientos y al catecismo, es un modo de llegar a Él. En consecuencia, el<br />

obispo vigilará, controlará y supervisará de qué modo sus fieles están comprometidos<br />

con esta suprema obligación de salvación a la que involucrará al Estado mismo. Pero<br />

además de salvación, establece a la vez los modos para garantizar la buena marcha del<br />

cuerpo social y el fomento de la ciudadanía. Una vez más, política y religión están involucradas.<br />

Y para ello, el control del pecado tendrá una fijación especial, conformará<br />

una elevada obligación de monitoreo y una motivación indeclinable para cimentar su<br />

misión pastoral.<br />

Los predicamentos de una vida virtuosa. Catecismos<br />

y normas para la vida del buen cristiano<br />

El catecismo de Gaspar Astete 11 , nos recuerda que los pecados capitales son siete:<br />

la soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza 12 . La categoría de<br />

capitales, a diferencia de los llamados pecados mortales, viene dada por el hecho de<br />

que “son cabeza, como fuentes y raíces de otros vicios que de ellos nacen; y llamarse mortales<br />

no les cuadra tan bien, pues muchas veces no son más que veniales” 13 . El catecismo<br />

citado expresa muy clara y contundentemente la definición expresa de lo que es la<br />

lujuria: “Un apetito desordenado de sucios y carnales deleites” 14 . De modo que estamos<br />

10<br />

Arcaya insiste en la labor de profilaxia y orden de la Iglesia en estos tiempos. Ello nos permite explicarnos por qué<br />

por ejemplo el obispo Mariano Martí se arroga funciones o providencias que tendrían un carácter meramente civil,<br />

tal vez por ausencia del poder real, abandono del Estado y porque la Iglesia se siente partícipe, integradora en el<br />

debate de la cuestión social. A falta de Estado o en ausencia de Estado, la Iglesia entiende con claridad la naturaleza<br />

de su intervención como factor regulador y recomponedor. Se trata de una empresa civilizatoria compartida en sus<br />

orígenes y fines. Apunta Arcaya al relacionar las visitas episcopales y los informes que legaban: “En esos apolillados<br />

y ya casi ilegibles autos se ve de bulto cuán vivaces gérmenes de desorden, de injusticia y de corrupción existían en el seno<br />

de la sociedad colonial y cuán saludable la obra de los prelados que se empeñaban en extirparlos”. Ibídem, p. 209. En<br />

otro momento agrega Arcaya sobre las misiones episcopales que a la luz de la modernidad tienden a examinarse<br />

precisamente con los valores que hoy tenemos, desdibujando en consecuencia la naturaleza y el rol que jugaron en<br />

aquellos tiempos: “Conforme á las ideas modernas parecerá exorbitante esa autoridad de nuestros primeros obispos;<br />

mas al examinar el asunto, teniendo en cuenta las circunstancias de la época, hay que convenir en que al asumir ese<br />

poder llenaron un gran deber y ejercieron una altísima misión social, pues sólo ellos, que podían hacerse oír al hablar en<br />

nombre de la Religión, estaban en capacidad de hacer respetar la justicia en el seno de la sociedad anárquica y corrompida<br />

que habían originado las violencias de la conquista, muy distinta de la república municipal imaginada por algunos<br />

escritores modernos”. Ibídem, p. 211-212.<br />

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Jesuita nacido en Salamanca en 1537. Murió en 1601. Fue confesor, predicador, maestro de novicios y autor de<br />

obras de guiatura para jóvenes. Catecismos de Astete y Ripalda, Madrid, La Editorial Católica, 1987.<br />

12<br />

Ibídem, p. 176-177.<br />

13<br />

Ibídem, p. 177.<br />

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Ibíd.<br />

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