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ESTUDIOS<br />

sociedad imbricada, indisoluble que tiene a Dios como objetivo. Apunta Sánchez<br />

Albornoz:<br />

“¿Quién sino un español habría enfrentado a salvajes recién sometidos con una declaración<br />

de fe igualitaria, parecida a la que dirigió a los antillanos Alonso de Ojeda?<br />

Ahí está Pizarro bautizando a Atahualpa antes de hacerle ejecutar. «A Dios<br />

por razón de Estado» podría ser el lema de la postura filipina en que se entrelazan<br />

y barajan religión y política” 8 .<br />

En América por lo demás esta mutua cooperación se hará necesaria en el replanteamiento<br />

de la cultura europea en el Nuevo Continente. La valoración de la labor<br />

eclesiástica es inmensa y gestadora de civilidad. Gracias a la labor de la Iglesia, el Reino<br />

pudo tener una mayor posibilidad de triunfo. La Iglesia morigera la fuerza y la convierte<br />

en virtud sembradora de nuevos valores y de salvaguarda del equilibrio societal.<br />

A este respecto Pedro Manuel Arcaya ha escrito:<br />

“Fué, pues, entonces casi exclusivamente por el influjo de la Iglesia como pudieron<br />

arraigar en el país los hábitos de la vida civilizada, que á no ser por ella habrían<br />

perdido los conquistadores, como, en efecto, en mucho los abandonaron al ponerse<br />

en contacto con el salvajismo indígena. Probablemente la aventura de la conquista<br />

habría terminado en feroces guerras civiles en que los europeos habrían retrogradado<br />

acercándose al nivel de las tribus que combatían, y concluido por esclavizarse<br />

ó devorarse, si no hubiera la Iglesia hablado á la consciencia de aquellos hombres y<br />

avivado así el sentimiento de la justicia y del deber, que en el ardor de la conquista<br />

había quedado en ellos supeditado por bajas pasiones” 9 .<br />

Para Arcaya la sociedad venezolana “estaba en la época medioeval”, lo cual permite<br />

proyectar los valores de la simbiosis Estado-Iglesia que alcanzan a América como presupuesto<br />

civilizatorio de una postura ante el mundo. Hay una sobrevivencia de este<br />

espíritu medieval en que la fe y la política se complementan, apoyan y se equilibran<br />

8<br />

Ibídem, p. 365. El texto citado de Sánchez Albornoz continúa con una prosa epopéyica para calificar al entretejido<br />

de la religión y la política: “Cruzada en América, en Europa y en África; contra el indio, el turco o el hereje. Guerra<br />

«divinal» en Méjico y Perú, en Túnez y en Argel, en Mühlberg y en Lepanto, en Amberes y en el Canal de la Mancha. El<br />

pueblo busca a Dios por los caminos raudos de Teresa de Ávila o de Juan de la Cruz y no por los de Suárez; en el embate<br />

del milagroso éxtasis y no en la paz del analítico teologar. «Mi espada por Santiago», exclamó Quevedo al terciar en una<br />

áspera querella sobre el patronazgo celestial de España”. Ibídem, pp. 365-366.<br />

9<br />

Pedro Manuel Arcaya, “El episcopado en la formación de la sociedad venezolana”, Personajes y hechos de la historia<br />

de Venezuela, Caracas, Biblioteca de Autores y Temas Falconianos, 1977, p. 208.<br />

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