BOLETÍN

El Ildefonso Leal que yo conocí. In memoriam
Juan Carlos Reyes*
“Así como una jornada bien empleada produce un
dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce
muerte”. – Leonardo da Vinci (1452-1519).
Ildefonso Leal era un hombre extraño. No hallo mejor definición de su personalidad.
En un país de bullicio, gritería y alardes –“...país de nulidades engreídas…” decía
M. V. Romero García–, suena raro quien apunte al pasar inadvertido. Su condición
o apariencia indígena habría de influenciarlo, pensé alguna vez. “Ildefonso Leal es un
indio zamarro” me refirió afectivamente Guillermo Morón como para tratar de desentrañar
su personalidad. No lo puse en duda, muchas décadas de amistad entre ellos
respaldaban esa afirmación.
La formación académica que tuvo Ildefonso Leal como estudiante en la escuela de
Historia de la Universidad Central de Venezuela, si tomamos en cuenta sus maestros,
no sería para nada desdeñable: Mariano Picón Salas, Augusto Mijares, Miguel Acosta
Saignes, Eduardo Arcila Farías, Pedro Grases, Ángel Rosenblat, Ismael Puerta Flores y
Pascual Venegas Filardo, entre otros. Menudo grupo. Esa formación intelectual estaba
sellada.
A pesar de su personalidad ensimismada y abstraída, la política no le fue ajena; se
graduó en la Universidad Central en el año 1956, plena época de la Dictadura perezjimenista,
y con una promoción que habría de traerle muchos inconvenientes, pues la
dedicaron a Rómulo Gallegos quien por un lado contaba con dotes literarias incuestionables,
pero por el otro, representaba al partido Acción Democrática en la clandestinidad,
del cual estaban siendo perseguidos todos sus líderes e incluso ya habían
muerto algunos de ellos. Leal, por evitar males mayores, fue a parar a la enseñanza
secundaria privada en Los Teques, estado Miranda en el Instituto Guacaipuro.
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Coordinador del Departamento de Investigaciones de la Academia Nacional de la Historia.
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