BOLETÍN

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08.03.2017 Views

BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA Imagen de la mujer como obligo del mundo; pero también eje del miedo para muchos, incluyendo las cúpulas religiosas desde tiempos inmemoriales 37 . En El miedo en Occidente encontramos un recorrido erudito sobre los orígenes de este miedo cultural: la mujer como agente del mal, de magia peligrosa. “Revoltosa” e “impura”, el sexo masculino la ha marginado no sólo a la oscuridad de la inferioridad, sino también la ha castigado con la propia muerte carnal, moral y espiritual. La mujer, según Jean Delumeau, ha escondido tabúes, enigmas. En la historia, estos anatemas han sido interpretados como amenazas para la estabilidad de la vida misma. El cristianismo temprano se aprovechó de esta circularidad prejuiciosa para llenar de imprecaciones demonizantes a gran parte de su literatura teológica. Entre los siglos xv y xviii, la iglesia católica fue progresivamente racionalizando los agravios misóginos que heredó desde los primeros tiempos de la era cristiana. El resultado: “una mentalidad obsesiva” en obispos, predicadores, teólogos, inquisidores que, cruz en ristra, comenzaron a hacerle frente al Diablo, corporeizado en la mujer pecadora y abominable 38 . Y era lógico: ¿qué hacer con el celibato religioso? ¿Dónde iba esta represión del impulso carnal? ¿Hacia dónde dirigir el deseo frustrado? Nació, apenas sin darse cuenta, el chivo expiatorio que siempre había estado presente en las mentalidades europeas: el mal es la mujer. He aquí lo que pone los pelos de punta: el poder civil (despótico, monárquico) apoyó a la clase eclesiástica en su campaña de luchar contra Satán. Así el absolutismo de los Reyes, sean de la Casa que sea, se fortalecían por y para la gracia de Dios y la santa Iglesia aquí en la tierra. Delumeau afirma que “[…] la consolidación del Estado en la época del Renacimiento dio una dimensión nueva a la caza de brujos y brujas. Los gobiernos tuvieron una tendencia creciente a atribuirse o al menos controlar los procesos religiosos y a castigar las infracciones contra la religión. Más que nunca, la Iglesia se confundió con el Estado, en beneficio por parte de éste. Pero la urgencia del peligro hizo que la Iglesia no pudiera o no quisiera oponerse a esta anexión. La creación de la Inquisición española en 1478 no es más que una de las numerosas ilustraciones de este fenómeno de fagocitosis” 39 . 37 Javier Meza, “La pastoral del miedo fraguado en la culpa” En: Flavián Nieves (Comp.), Arquitectura política del miedo, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires - Instituto de Investigaciones Gino Germani, 2010, pp. 49-60. 38 Jean Delumeau. El miedo en Occidente…, p. 486. 39 Ibídem, p. 545. 104

ESTUDIOS ¿Qué son las pasiones? Las pasiones son historiables porque climatizan la práctica política, es decir, generan en gran medida acontecimientos. Ese debería ser una premisa manejada por los historiadores contemporáneos. Pasa lo contrario: los prejuicios racionalistas han separado a estos de aprovechar las explosiones emotivas en las coyunturas históricas. Una vez que señalamos las emociones, sale a relucir la locura temporal. Ellas mismas están en nuestra corporalidad, sin importar la orientación cognitiva que poseamos en cualquier instante de nuestra existencia. Las emociones (pasiones, sentimientos, deseos) no provienen solo del contagio exterior para invadir nuestra conciencia y perdernos en la irracionalidad. Remo Bodei, en su introducción a Geometría de las pasiones, escribe que son “formas de comunicación tonalmente «acentuadas»”, es decir, que son sucesos discursivos que elaboran y trasmiten los mensajes “vectorialmente orientados, modulados, articulados y graduables en la dirección y en la intensidad” 40 . Las pasiones son esos átomos de significado, valga la metáfora, que tamizan la conciencia y la voluntad. Estar vivo es estar constantemente “atacado” por estos átomos que logran desequilibrar o matizar nuestro confort: la enfermedad, la guerra, la injusticia, la muerte. Al caminar, estamos poniéndonos en movimiento frente a esos “significados reactivos”, como los llama Bodei. ¿Pero qué hace la razón? La razón se mueve con nosotros y recibe la lluvia atómica examinando cómo actuar, cómo irrumpir, cómo medir el ímpetu frente a ella; la razón debe dosificar la lluvia y no dejarse evaporarse por ella en la ira y en el odio, en el miedo y el terror, en la angustia y la esperanza. Veamos lo que nos dice el filósofo italiano en este pasaje: “La pasión aparecería de esta manera como la sombra de la razón misma, como una construcción de sentido y una actitud ya íntimamente revestida de una propia inteligencia y cultura, fruto de elaboraciones milenarias, mientras la razón se manifestaría, a su vez, ‘apasionada’, selectiva y parcial, cómplice de aquellas mismas pasiones que dice combatir. Se descubriría así lo inadecuado del concepto de pasión entendida como mero enceguecimiento” 41 . 40 Remo Bodei, Geometría de las pasiones: miedo, esperanza, felicidad: filosofía y uso Político, México, Fondo de Cultura Económica, 1995, p. 3. 41 Ibídem, p. 4. 105

<strong>BOLETÍN</strong> DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA<br />

Imagen de la mujer como obligo del mundo; pero también eje del miedo para muchos,<br />

incluyendo las cúpulas religiosas desde tiempos inmemoriales 37 .<br />

En El miedo en Occidente encontramos un recorrido erudito sobre los orígenes de<br />

este miedo cultural: la mujer como agente del mal, de magia peligrosa. “Revoltosa” e<br />

“impura”, el sexo masculino la ha marginado no sólo a la oscuridad de la inferioridad,<br />

sino también la ha castigado con la propia muerte carnal, moral y espiritual. La mujer,<br />

según Jean Delumeau, ha escondido tabúes, enigmas. En la historia, estos anatemas<br />

han sido interpretados como amenazas para la estabilidad de la vida misma. El cristianismo<br />

temprano se aprovechó de esta circularidad prejuiciosa para llenar de imprecaciones<br />

demonizantes a gran parte de su literatura teológica.<br />

Entre los siglos xv y xviii, la iglesia católica fue progresivamente racionalizando<br />

los agravios misóginos que heredó desde los primeros tiempos de la era cristiana. El<br />

resultado: “una mentalidad obsesiva” en obispos, predicadores, teólogos, inquisidores<br />

que, cruz en ristra, comenzaron a hacerle frente al Diablo, corporeizado en la mujer<br />

pecadora y abominable 38 . Y era lógico: ¿qué hacer con el celibato religioso? ¿Dónde<br />

iba esta represión del impulso carnal? ¿Hacia dónde dirigir el deseo frustrado? Nació,<br />

apenas sin darse cuenta, el chivo expiatorio que siempre había estado presente en las<br />

mentalidades europeas: el mal es la mujer.<br />

He aquí lo que pone los pelos de punta: el poder civil (despótico, monárquico)<br />

apoyó a la clase eclesiástica en su campaña de luchar contra Satán. Así el absolutismo<br />

de los Reyes, sean de la Casa que sea, se fortalecían por y para la gracia de Dios y la<br />

santa Iglesia aquí en la tierra. Delumeau afirma que<br />

“[…] la consolidación del Estado en la época del Renacimiento dio una dimensión<br />

nueva a la caza de brujos y brujas. Los gobiernos tuvieron una tendencia creciente<br />

a atribuirse o al menos controlar los procesos religiosos y a castigar las infracciones<br />

contra la religión. Más que nunca, la Iglesia se confundió con el Estado, en beneficio<br />

por parte de éste. Pero la urgencia del peligro hizo que la Iglesia no pudiera o no<br />

quisiera oponerse a esta anexión. La creación de la Inquisición española en 1478<br />

no es más que una de las numerosas ilustraciones de este fenómeno de fagocitosis” 39 .<br />

37<br />

Javier Meza, “La pastoral del miedo fraguado en la culpa” En: Flavián Nieves (Comp.), Arquitectura política del<br />

miedo, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires - Instituto de Investigaciones Gino Germani, 2010, pp. 49-60.<br />

38<br />

Jean Delumeau. El miedo en Occidente…, p. 486.<br />

39<br />

Ibídem, p. 545.<br />

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