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Excodra V: Lo real

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EXCODRA<br />

REVISTA DE LITERATURA<br />

(Y OTRAS ARTES)<br />

Nº 5<br />

(LO REAL)<br />

Revista <strong>Excodra</strong>. Número V: <strong>Lo</strong> <strong>real</strong>. Enero, 2012. ISSN 2014-1998.<br />

Rubén Darío Fernández


ÍNDICE<br />

Ficción<br />

El hilo de la ficción, José Ángel Barrueco<br />

Ornette, Federico Fernández Giordiano<br />

No ficción<br />

El simulacro como signo de los tiempos. Simulación y <strong>real</strong>idad, Vicente Luis Mora<br />

La <strong>real</strong>idad ha muerto, Federico Fernández Giordiano<br />

Literatura y <strong>real</strong>idad, Kepa Murua<br />

Poesía<br />

Cinco aproximaciones a lo <strong>real</strong>, Álex Chico<br />

No es <strong>real</strong>, Kepa Murua<br />

Prostíbulo, Andrea Zecca<br />

Con el tiempo, Droga Disto<br />

Fotografía<br />

Yago Partal<br />

Aurora Martín<br />

Marta Fernández Clemente<br />

Ludovica Bastianin<br />

Pintura<br />

Javiera Gaete<br />

Jalón de Aquiles<br />

Entrevista<br />

Juan Francisco Ferré<br />

Reseñas<br />

Este jilguero agenda, de Sara Mesa<br />

Inédito, de Claudia Apablaza<br />

Still life, de Juan Vico<br />

Colaboradores


EDITORIAL<br />

Tras hacer este número sobre <strong>Lo</strong> <strong>real</strong>, lo cierto es que poco puedo aportar más sobre<br />

el tema. Aquí vais a encontrar una amplia disección sobre <strong>Lo</strong> <strong>real</strong>, desde varios<br />

enfoques artísticos, cada autor desde su <strong>real</strong>idad personal, que os enriquecerá sin<br />

duda las vuestras. Por mi parte, y echando de menos un texto que al final no pudo<br />

completar esta serie de opiniones sobre lo que sentimos como lo <strong>real</strong>, traigo aquí la<br />

importancia de esa capacidad de los seres vivos de conservar lo que capturan nuestros<br />

sentidos: la memoria. ¿Por qué? Porque ella, para mí, es la <strong>real</strong>idad de cada<br />

individuo. Y lo <strong>real</strong>: la fuente de la que beben todas y cada una de las <strong>real</strong>idades. La<br />

<strong>real</strong>idad forma parte de lo que es <strong>real</strong>. Y lo <strong>real</strong> es todo aquello que puede formar<br />

parte de cualquier <strong>real</strong>idad. La memoria mediante. No me extiendo más y dejaré aquí<br />

una prosa poética, de antaño, que puede venir bien, así para empezar, con el tema que<br />

nos toca, para ir calentado motores:<br />

Y las almas rotas en la noche y la noche y el alcohol apagando tanto dolor y el amor<br />

que lo cura todo porque ciega más que el sol y los coches y las penas y el jamón y<br />

salir de la rutina y querer vivir mejor y arrastrarse por la vida sin rumbo y sentir<br />

que no hay solución y la hipocresía y la amistad y un cigarro y tú y yo y los sueños y<br />

la presión de la familia pero también su calor y joder como un cabrón y la verdad<br />

que vive en los poemas que reptan sin temor por las hojas del dolor y el dolor la<br />

solución y el aire que respiras y te pudre cada día y un reloj en la pared de la cocina<br />

que cuelga las horas del cuello y las mata sin rubor y las hipotecas y los ahogos y el<br />

dinero y el trabajo y el amor y ¡anda ya! cago en dios y tu mirada que me asesina<br />

que se hinca en mi pupila y me atraviesa el corazón y el sexo y los heterosexuales y<br />

los homosexuales y los bisexuales y a tu casa o en el baño y la soledad y la tristeza y<br />

la amargura y no te preocupes de lo que des a las personas lo que importa es lo que<br />

quitas y las cosas que no acepto y que tengo que aceptar: a nadie le importas nada si<br />

nada de lo quiere le das y no les quites sus engaños y sus mentiras porque te<br />

aplastarán sin más o al menos lo intentarán y las hostias que me han dado y las que


a mí me quedan por dar y letra a letra que no creo en la violencia y la verdad duele<br />

más y yo disparo a matar y el hachís y la coca y la heroína y el ácido lisérgico y el<br />

mdma y los hippies y su hipocresía liberal y los políticos que cuanto asco que me dan<br />

que sólo quieren chupar y chupar y los que se unen a través de la mentira para evitar<br />

soledad y los que sólo saben criticar a los demás y es que hay que aportar algo y hay<br />

que crear y crear y crear y es que hay que pensar más antes de hablar y es que no<br />

hay que hacer daño lo que hay que hacer es matar y la salvación en un tazón de<br />

leche con galletas y al sofá y la razón que me invade y la locura me quema y un<br />

poema en prosa calma mi pena y los besos en la boca y los besos en las tetas y no<br />

nos callemos nada que si hay que errar se “erra” y así aprenderemos más y me cago<br />

en la ansiedad y las gotas de lluvia en las hojas de la brisa clamando: ¡libertad! y<br />

querer decirlo todo sin llegar a la mitad y la poligamia y la monogamia y no querer<br />

engañar y saberse a uno mismo encontrar y una caladita más y los recuerdos de la<br />

infancia y alguien que se quiso suicidar y voy a vivir como quiera y al que no le<br />

guste me da igual y hallarme en la penumbra buscando claridad y los versos que<br />

caen como lágrimas buscando el fondo del mar y una sonrisa y querer caminar sin<br />

prisas y dormir un poco más y me lío y me enredo en este mundo sin nada y me<br />

pierdo y de mi alma bebo y me voy a emborrachar y el sol y la luna y la inmensidad<br />

de tu mirada y los ojos de los niños qué grandes que son y cuánta ilusión cobijan y<br />

cuánta que perderán y el vivir me sobrepasa y como siempre a cerrar los ojos y<br />

ponerme a pensar en todo y ponerme a pensar en nada esperando para variar lo que<br />

me pueda ocurrir mañana con la <strong>real</strong>idad de frente esperando ser cambiada.<br />

Disfruten de este número.


FICCIÓN<br />

El hilo de la ficción<br />

A Tomás Sánchez Santiago, por el aliento inicial<br />

El escritor terminó la jornada diaria que dedicaba a su novela y salió a la calle, a<br />

pelearse con la <strong>real</strong>idad. Tuvo que tratar, como siempre, con facturas que alimentaban<br />

su buzón y con la voracidad de algunas empresas; tuvo que hacer la compra en la<br />

tienda de la esquina y discutir con las señoras que iban a colarse o a luchar a lengua<br />

partida con el resto de los clientes que guardaban la vez; tuvo que abrir cartas en las<br />

que se rechazaba, de manera muy burocrática y demasiado neutral, su último<br />

manuscrito; tuvo que batallar con un par de editores con los que no lograba ponerse<br />

de acuerdo en la campaña de su penúltimo libro y en el modo de distribuir un<br />

manojillo de versos que pensaba difundir, respectivamente; tuvo que forcejear con la<br />

cerradura de su casa, forzada la noche anterior y sin éxito por unos ladronzuelos del<br />

tres al cuarto; tuvo que hacer la comida mientras alguien al teléfono le advertía que al<br />

periódico iban llegando cartas en secreto, la mayoría de las cuales criticaban el<br />

veneno de sus palabras; tuvo que boxear con una cañería rota y fregar los platos<br />

sucios. Envejecido y agotado, al final del día retomó el hilo de la ficción para contar<br />

esa <strong>real</strong>idad monstruosa que padecía a diario y curarse de espantos, como si el<br />

ordenador que estampaba sus palabras fuese un psicólogo. Se guareció en la ficción,<br />

no para comprender la <strong>real</strong>idad, sino para respirar aliviado con el calor emotivo de las<br />

palabras. Nadie ha conseguido sacarlo de ahí desde entonces.<br />

[Publicado en el libro El hilo de la ficción (Editorial Celya, Salamanca, 2004)]<br />

JAB


Ornette<br />

La mujer del telediario hizo un guiño de ojos mientras daba las noticias de la noche.<br />

Fue algo muy rápido, muy breve, pero Ornette lo pudo ver con claridad, tumbado<br />

desde la cama mientras comía un plato de Chicken curry que le habían subido a la<br />

habitación.<br />

Podía cenar en el comedor del hotel o en cualquier otra parte si se le antojaba, por<br />

ejemplo en los muchos bares y establecimientos que se le ofrecían en las<br />

inmediaciones, pero, cuando se encontraba de gira, Ornette prefería comer solo. Y así<br />

fue como, mientras deglutía con el tenedor de plástico bocado tras bocado de aquel<br />

preparado de comida oriental, cruzó velozmente aquella imagen, la mujer del<br />

telediario guiñándole un ojo recargado de rímel cuando daba las noticias de la noche.<br />

Una conmoción le sacudió el cuerpo. Detuvo el tenedor en el aire, se quedó<br />

paralizado, sin poder apartar la vista de la mujer en el televisor, que en ese momento<br />

seguía dando las noticias de la noche. Sin duda esperaba que se produjera de nuevo;<br />

como un fogonazo inesperado, aquel guiño había hecho que la <strong>real</strong>idad de Ornette se<br />

trastocase de algún modo subterráneo, un sobresalto en los canales de la sinapsis<br />

cotidiana, un colapso nervioso en los vectores inextricables de su mundo, etc.<br />

Bajó los pies de la cama y se calzó las zapatillas, solía llevar esas mismas zapatillas<br />

en sus viajes, y las dejaba siempre del mismo modo, al mismo lado de la cama. Sin<br />

moverse del colchón, contempló la aséptica habitación del hotel, una habitación de<br />

hotel como todas las habitaciones de hoteles en las que había estado, quiero decir:<br />

desconocida. Desconcertantemente desconocida, para ser exactos. El olor a naftalina<br />

le hacía escocer la nariz, y pensó en encender un cigarrillo. Cuando aún fumaba, las<br />

habitaciones para fumadores de los hoteles apestaban tanto a tabaco que era como<br />

adentrarse en un cenicero gigante. Ahora, aunque quisiera, no podría fumar en<br />

aquellos hoteles de diseño más parecidos a hospitales, las leyes antitabaco se habían<br />

recrudecido y fumar en ellos equivalía a violar o degollar a un niño. Hubiera tenido<br />

que hablar expresamente con su representante para que le consiguiese una habitación<br />

de fumadores, aquéllas con olor a cenicero a rebosar de colillas. Pero eso hubiera sido


antes; hacía algunos años ya, bastantes en <strong>real</strong>idad, que no probaba un pitillo, lo cual<br />

le comportaba una verdadera fuente de ansiedad y preocupaciones, por más que<br />

hubiese acabado convenciendo a su médico, a su representante, a sus compañeros de<br />

la orquesta y a sus allegados en general de que podía prescindir del hábito. <strong>Lo</strong>s había<br />

convencido a todos, menos a sí mismo. Y por enésima vez echó mano del paquete de<br />

chicles. Un paquete de chicles como cualquier otro. Descansaba sobre la mesilla de la<br />

habitación, una mesilla de habitación como cualquier otra, un souvenir como<br />

cualquier otro que los hoteles dispensaban a los huéspedes sin gastos adicionales.<br />

Todo un acto de filantropía, paquetes de chicles con sabor a mentolado, refrescantes<br />

aromas a regaliz o frutos del bosque en diversidad de marcas y colores que entraban<br />

en oleadas de sabor y sensaciones inundando el paladar reseco del viajante, el hombre<br />

de negocios, el turista anónimo o el amante furtivo.<br />

Se vistió a toda prisa y salió corriendo de la habitación para tomar el ascensor directo<br />

a la planta baja, el recuerdo de la mujer del telediario palpitando en su pensamiento.<br />

“Vuelva otro día, gracias”, sonrió la cara muerta del recepcionista. Tomó el ascensor,<br />

salió corriendo de la habitación, fue directo a la planta baja, se detuvo un instante a<br />

pensar en la mujer del telediario, guiñándole un ojo desde la pantalla del televisor,<br />

apretó el botón de la planta baja, corrió hacia la calle, recordó la imagen de la mujer<br />

del telediario, guiñándole un ojo desde la pantalla del televisor, y pensó en ir a<br />

comprar cigarrillos no bien pusiera los pies en la calle. Se apresuró a vestirse y correr<br />

hacia el ascensor, tomó el ascensor, presionó el botón de la planta baja, dedicó unos<br />

pensamientos a la mujer que le guiñaba un ojo desde la pantalla del televisor, y se<br />

palpó los bolsillos en busca de calderilla. <strong>Lo</strong> haría inmediatamente, no bien pusiera<br />

los pies en la calle, se precipitaría al bar más cercano y compraría un paquete de<br />

cigarrillos, los encendería uno por uno, o todos al mismo tiempo, enumeraría los<br />

cigarrillos y se los fumaría uno tras otro, la mujer guiñándole un ojo desde la pantalla<br />

del televisor, y entonces no tendría más remedio que correr hacia el ascensor, se<br />

vestiría a toda prisa y enumeraría en su mente los cigarrillos que le faltaban por fumar<br />

después de tantos años sin fumar, muchos en <strong>real</strong>idad, oprimiría el botón a la planta<br />

baja, la cara muerta del recepcionista, etc. Planificó en su mente la manera en que


ajaría en el ascensor, bajaría a la calle y se precipitaría a buscar un sitio donde<br />

fumar, sus pulmones ansiaban esa búsqueda y esa fatalidad escondida tras los años<br />

sin fumar. Apretó el botón de la planta baja, pensó en la mujer del telediario,<br />

guiñándole un ojo desde la pantalla del televisor, se vistió a toda prisa y salió<br />

corriendo de la habitación.<br />

El exceso de rímel podía dar lugar a malentendidos. A él le gustaban las mujeres sin<br />

maquillaje, pensó mientras tomaba el ascensor. Descendió y descendió y pensó<br />

metido en el ascensor, recordó los muslos de su mujer, cuando estaba de buen humor<br />

y le permitía indagar en ella como un explorador. Él entrando en ella como un<br />

explorador. La postura del misionero, le habían dicho en una ocasión. Pero ya no la<br />

veía a ella en su pensamiento, sino a la imagen fugaz de aquella presentadora del<br />

telediario, con los ojos recargados de rímel y, por qué no, guiñándole un ojo desde el<br />

televisor.<br />

Cuando al fin tuvo en su poder el paquete de cigarrillos, se precipitó al bar más<br />

cercano y metió las monedas en la máquina de tabaco. Sacó el envoltorio de plástico<br />

con renovado placer, musitó palabras ininteligibles mientras contemplaba los<br />

cigarrillos alineados, uno por uno los fue acariciando en su pensamiento hasta que los<br />

tuvo todos introducidos de manera óptima entre los labios. Pensó en cómo sería<br />

encenderlos todos a la vez, uno por uno se encenderían y arderían con una humareda<br />

y él tal vez se atragantaría con un estertor. Eso no conduciría a nada, pensó. Llamaría<br />

a su representante para decirle que algo extraordinario había ocurrido, algo había<br />

cambiado, ya no podría ir a tocar con el resto de la banda como tenían previsto. De<br />

repente aquella ciudad se le representó como un enigma irresoluble, un laberinto que<br />

él tendría que recorrer. Se precipitó a la calle y fue a buscar un paquete de cigarrillos,<br />

planificó salir de aquella ciudad que de pronto percibía como un laberinto. Se sintió<br />

ofuscado. <strong>Lo</strong> ofuscaban todas aquellas luces de neón, el ruido de los coches, la<br />

muchedumbre hacinándose con sus abrigos en busca de calor, tan faltos de calor, y<br />

pensó que se alejaría de ellos, se alejaría para que no lo pudiesen encontrar jamás.<br />

Pensó en llamar a su representante. Le contaría lo ocurrido. Hablaría con él para<br />

explicarle que había visto a una mujer en el telediario, y debía encontrarla, debía


correr a su encuentro como nunca había corrido a ningún encuentro. La abrazaría y la<br />

apretaría contra su pecho y la amaría y la penetraría una y otra vez por el resto de sus<br />

días. Él entrando en ella como un explorador. Una y otra vez excavando en ella como<br />

un explorador. Todo esto pensó mientras se abrochaba y se volvía desabrochar el<br />

pantalón.<br />

Dejó las zapatillas a un lado de la cama, como hacía siempre que estaba de viaje, y se<br />

recostó para comenzar a deglutir, bocado tras bocado, el preparado de comida oriental<br />

que le habían subido a la habitación.<br />

Recapacitó en todo aquello que hasta el presente no había tenido tiempo de<br />

recapacitar. Repasó uno por uno, como si se tratase de cigarrillos alineados, cada uno<br />

de los puntos del entramado de causas y efectos no siempre geométricos que<br />

componían su vida. Pensó en su vida como si se tratase de una partitura. Escuchó las<br />

negras y redondillas y algunos acordes y se paró a pensar en los silencios. <strong>Lo</strong>s<br />

silencios de Monk. El pianista Bud Powell entrando y saliendo de un hospital<br />

psiquiátrico. Coltrane exudando heroína con los ojos en blanco. Sonny Rollins<br />

tocando debajo del puente de Brooklyn. Nunca había prestado demasiada atención a<br />

los silencios, ahora lo veía claro. Toda su vida se había esforzado por llenar el<br />

silencio, por anularlo, sepultarlo bajo montañas de solos y fraseos, corcheas y<br />

semicorcheas, tornados de notas y melodías que no le permitían pensar en el silencio.<br />

Concibió ese silencio como un lugar perfecto. La mujer del telediario daba las<br />

noticias en silencio. Todas aquellas palabras surtiendo del televisor conformaban un<br />

gigantesco silencio.<br />

Mientras deglutía con el tenedor de plástico bocado tras bocado del preparado de<br />

comida oriental, cruzó velozmente aquella imagen, la mujer del telediario guiñándole<br />

un ojo recargado de rimel cuando daba las noticias de la noche.<br />

La mujer del telediario hizo un guiño de ojos mientras daba las noticias de la noche.<br />

Entró y salió del ascensor. Se abrochó y se volvió a desabrochar el pantalón. Fumó<br />

todos aquellos cigarrillos en su pensamiento y planeó huir sin mediaciones, en cuanto<br />

pusiera los pies en la calle, atravesaría el país de punta a punta y escaparía del<br />

laberinto, tomaría una ruta distinta, esquivaría a los transeúntes, viajaría en autobuses


de largo recorrido y se marcharía a un lugar lejos, un lugar lleno de silencio.<br />

Bajó los pies de la cama.<br />

“Su tabaco, gracias.”<br />

Contempló la habitación desde la cama.<br />

“Vuelva otro día, gracias.”<br />

<strong>Lo</strong>s vectores inextricables de su mundo.<br />

[Pertenece al libro de relatos Despeñaderos (2011), obra inédita.]<br />

FFG


NO FICCIÓN<br />

El simulacro como signo de los tiempos. Simulación y <strong>real</strong>idad<br />

¿Un arroyo? Corre hacia él, pero era un espejismo…<br />

¡Muere de sed hundido en el torrente del que bebe!<br />

Lucrecio, De rerum natura, IV<br />

No comparto en su totalidad (dudo que alguien lo haga) las ideas que sostiene Jean<br />

Baudrillard en El crimen perfecto. Sus tesis, como decía Hume de las de Berkeley, no<br />

admiten la menor réplica ni crean la menor convicción. Parte de una premisa difícil<br />

de aceptar o, por lo menos, indemostrable: lo que nos rodea no es <strong>real</strong>, sino la ficción<br />

que ha sustituido la verdad, asesinándola gracias a un plan perfecto, para ocupar su<br />

sitio. Marcel Mauss dice que esa visión es cierta… para los miembros de una remota<br />

tribu de Oceanía; para Ricardo Piglia, una tal postura puede constituir el germen de<br />

una nueva moral 1 . No obstante, no pensemos que esta teoría de Baudrillard ha surgido<br />

de la nada. Amén del célebre opúsculo de Schopenhauer, esta idea tiene antecedentes,<br />

según apuntase George Steiner, en el Tractatus de Wittgenstein y en un ensayo de<br />

Tito Perlini, Autocritica della ragione illuministica, en la que el pensador italiano,<br />

reflexionando sobre la verdad y la tiranía del “hecho”, culmina diciendo que “en<br />

nombre de una experiencia reducida al mero simulacro de sí misma, se condena la<br />

capacidad subjetiva misma de proyección del hombre como vacua fantasía”; y<br />

también podemos citar a Eduardo Subirats, quien en La cultura como espectáculo,<br />

decía que “el mundo ha devenido enteramente en su representación y la imagen se ha<br />

convertido en todo su ser” 2 . Molinuevo, en vez de en Wittgenstein, sitúa la genealogía<br />

de este saber especular en Heidegger (que plantea la reducción del lenguaje a<br />

1<br />

R. Piglia, Formas breves; Anagrama, Barcelona, 2000, p. 85.<br />

2<br />

Y agrega en Viaje al fin del paraíso: “la aldea global define una humanidad virtual, un sistema de <strong>real</strong>idades<br />

intangibles, ya se trate de sexualidad, guerra o finanzas, y no comprende, en fin de cuentas, sino un mundo etéreo y<br />

extático de simulacros” (<strong>Lo</strong>sada, Madrid, 2005, p. 137). Tomás Maldonado también sentencia que “cada día<br />

verdaderamente nos resulta más difícil distinguir los simulacros de acontecimientos y los acontecimientos mismos”; <strong>Lo</strong><br />

<strong>real</strong> y lo virtual; Gedisa, Barcelona, 1994, p. 18.


información) y Benjamin (que reduce el mundo a copia); desde luego es difícil pensar<br />

en estos temas sin traer a colación a Benjamin y su famoso artículo sobre la pérdida<br />

del aura de la obra de arte.<br />

Sentimos disentir de Baudrillard, y de todos los pensadores posmodernos que han<br />

venido sosteniendo su tesis; lo cierto es que, como dice David Lyon, “la <strong>real</strong>idad se<br />

niega a desaparecer, incluso cuando la atmósfera es densamente postmoderna”. Pero<br />

hay un intento de ocultación de ella que sí nos interesa, y que iremos estudiando: el<br />

de ciertos discursos para “elaborar” una visión de las cosas que mantenga su statu<br />

quo. Es en la parte final de El crimen perfecto, quizá, donde Baudrillard acierta más;<br />

en ella se nos cita de soslayo el miedo al simulacro, como temor mismo a la <strong>real</strong>idad<br />

y a la posibilidad o falta de posibilidad de esa <strong>real</strong>idad 3 . Esa tesis me ha parecido<br />

acertada, pero quizá no agotada, susceptible de más desarrollo. Como él ha<br />

renunciado a ello, y a pesar de que Steiner consideraría (en su consolación<br />

teocéntrica) débiles o insostenibles las conclusiones, me tomo la libertad, citando la<br />

fuente, de completarla o recrearla a mi manera.<br />

El simulacro está en el límite mismo de lo ocurrente. Sustituye a la vez a la <strong>real</strong>idad y<br />

a la ficción. Está en un campo intermedio tan oscuro y peligroso como el de la<br />

alucinación, que es su estricto reverso. En ambos tiene lugar, en un sustrato <strong>real</strong> (en<br />

eso se diferencia de los sueños, que acontecen en la esfera del inconsciente), un<br />

hecho o una cadena de hechos de cuya <strong>real</strong>idad o ir<strong>real</strong>idad no se puede estar seguro.<br />

Pero a diferencia de la alucinación, que es involuntaria y personal, el simulacro es<br />

organizado y normalmente colectivo; ambas características duplican su peligro. El<br />

simulacro ha superado sus estrechos márgenes previsivos, de anticipación, para<br />

marcarse límites más amplios. En un principio, era reino acotado del arte escénico y<br />

del cine; más tarde su lugar lo ocupó la televisión, que pronto fue utilizada para crear<br />

no sólo el simulacro tradicional, sino para verter <strong>real</strong>idades convenientemente<br />

3<br />

Para el filósofo Patxi Lanceros, el fragmento y el simulacro son síntomas de la incapacidad moderna de representar<br />

una totalidad desvanecida por la ausencia de referentes de sentido: “Modernidad y nihilismo”, Ré-Gaceta nietzscheana<br />

de creación, año I, nº 3.


alteradas. En la magnífica película Network (1976), de ese genio oculto que es Sidney<br />

Lumet, el crepuscular protagonista –un presentador venido a menos y utilizado como<br />

marioneta por los directivos de la cadena–, grita a su audiencia: “¡Menos del tres por<br />

ciento de vosotros lee libros! ¡Menos del quince por ciento lee periódicos! La<br />

Televisión es el evangelio. ¡Ustedes son <strong>real</strong>es, nosotros somos la ilusión!”. Luego<br />

hemos visto cómo, en poco tiempo, se han ido unificando la <strong>real</strong>idad y la televisión,<br />

por el eficaz trabajo de ésta y para su conveniencia. Pero el simulacro hoy se ha<br />

generalizado: se utiliza como lugar de entrenamiento de conducción o de prácticas<br />

quirúrgicas, como campo de pruebas militares, como objeto de pruebas de respuesta,<br />

en la clonación, que es el simulacro de la naturaleza (Lyon); últimamente, en su<br />

versión más triste y macabra, como medio de gastar bromas: las llamadas cámaras<br />

ocultas. En ellas se simula, se organiza una situación que reúne, cuando se hace bien<br />

(y no es tan difícil, a veces el arte es mucho más complicado que la vida), las<br />

condiciones necesarias de verosimilitud para que la víctima caiga, pique, quede<br />

atrapada entre sus márgenes. Hay una <strong>real</strong>idad, pero no es <strong>real</strong>. Hay una ficción, pero<br />

no es falsa. En esta situación se puede comprobar a conciencia los distintos tipos de<br />

respuesta ante situaciones iguales; más inútilmente, puede averiguarse también si el<br />

famoso o famosa o el vecino que sufre la broma es tan estúpido o soberbio como se<br />

pensaba; tan soberbio y tan estúpido como sería uno si le gastaran la misma o<br />

parecida gracia. Estos programas tienen mucha audiencia y son copiados hasta la<br />

saciedad en todas las televisiones; en nuestro país cuatro de las cinco cadenas de<br />

televisión han emitido simultáneamente programas de este tipo o en los que las<br />

bromas de cámara oculta tenían parte fundamental 4 . En resumen, gozan de gran<br />

aceptación entre la sociedad. Se busca con ellos, en general, contemplar la reacción<br />

de la gente ante el simulacro. Es decir: tras desarrollar la presunta situación cómica,<br />

se pone la guinda cuando se descubre el pastel y se le indica a la víctima la<br />

colocación de las cámaras. El “juego” suele imponer el fair play (otra manifestación<br />

de lo políticamente correcto), y por ello es norma social que quien ha sufrido el<br />

4<br />

En un curioso proceso, paralelo al de los propios contenidos televisivos, primero fueron los espectadores el objeto de<br />

las burlas, después los famosos; últimamente, los propios trabajadores de la cadena emisora, o los trabajadores en<br />

general, como en el programa de la CBS norteamericana Uncover Boss (2010), en que el dueño de la compañía se hace<br />

pasar por un empleado nuevo de la misma.


simulacro debe reaccionar, con una sonrisa, aunque haya pasado un mal rato, incluso<br />

si se ha abusado de su buena fe. Por lo común, no suelen ocurrir hechos que quiebren<br />

este sistema, pero en ocasiones hemos oído hablar de gente que se ha negado, con<br />

amenazas judiciales de por medio, a que la cadena emitiera su broma. No hará falta<br />

decir que la reacción al simulacro se supone desfavorable o negativa, como ha pasado<br />

también a veces en que no eran famosos quienes las sufrían y mostraban delante de la<br />

cámara su indignación por ser burlados, quebrados en su percepción de la <strong>real</strong>idad,<br />

con la excusa de hacer reír a (de ser objeto de befa de) otros. De ahí el miedo al<br />

simulacro. Nadie quiere ser objeto de una broma así, salvo personas que necesitan<br />

desesperadamente la publicidad, o personas de tan buen talante que su perpetuo<br />

sentido del humor va a protegerles, como eficaz escudo, ante cualquier situación<br />

imprevista. Es evidente que salvo ese bajo porcentaje, el resto de ciudadanos no<br />

desean en absoluto someterse al simulacro. En el momento de descubrirlo (y quizá<br />

más aún en el momento de sospecharlo), el individuo se siente impotente, desnudo<br />

ante la inseguridad de saber algo tan elemental como si lo que acontece delante de sus<br />

ojos es <strong>real</strong> o no. <strong>Lo</strong>s famosos reaccionan en situaciones extrañas o paradójicas<br />

pensando que puede tratarse de una de estas bromas. Con ello se produce la distorsión<br />

absoluta, porque de esta forma se introduce el simulacro en la <strong>real</strong>idad, se actúa en<br />

situaciones que exigen quizá una respuesta distinta y no políticamente correcta. El<br />

miedo al simulacro provoca otro simulacro, al ver de súbito el otro lado; Elías<br />

Canetti, hablando sobre la simulación, decía “quiero volver a restringirla a su sentido<br />

más estrecho y designo como simulación la figura amiga tras la que se oculta una<br />

enemiga” 5 . Michel Foucault, que hizo una historia del simulacro, lo definía como<br />

“mentira que nos lleva a tomar un signo por otro (…) llegada simultánea de lo Mismo<br />

y de lo Otro (simular es, originalmente, venir juntos). De este modo se establece esta<br />

constelación (…) tan maravillosamente rica: simulacro, similitud, simultaneidad,<br />

simulación y disimulo” 6 . El terror a la ficción hace que la <strong>real</strong>idad se ficcionalice,<br />

como en la historia del pastor que gritaba “el lobo, el lobo”, para que vinieran a<br />

protegerle, cuando no era cierto. A la cuarta vez, aquella en que el lobo atacaba en<br />

5<br />

E. Canetti, Masa y poder; Alianza, Madrid, 1997, pp. 367-68.<br />

6<br />

M. Foucault, Obras esenciales, vol. I. Entre filosofía y literatura; Paidós, Barcelona, 1999, p. 205.


serio, nadie le creyó. El resto del pueblo se había cansado de simulacros, de verse<br />

impotente y burlado cada vez que subían al monte y hallaban al pastor muerto de risa.<br />

Nabokov veía en esta parábola del lobo el nacimiento de la poesía, pero también<br />

puede ser la carta de naturaleza de la desconfianza en la percepción. La difracción<br />

muestra a un monstruo en el espejo. Sacar la ficción de su entorno natural, aquél en<br />

que el espectador quiere ser “engañado” (cine, libros, televisión), comporta un riesgo:<br />

la distorsión que provoca el miedo al simulacro. Mucho más profundo y<br />

desproporcionado que el miedo a la <strong>real</strong>idad, que no une a sus peligros la inseguridad<br />

sobre su apariencia. Aunque no deberíamos pensar que es un miedo universal, quizá<br />

es un temor que sólo tenemos los europeos. El crítico literario estadounidense Steven<br />

Shaviro explicaba que los “eurocéntricos” modernos tenían presente, como Eliot, una<br />

distinción entre experiencia y sentido. “Para nosotros”, dice el crítico, “no es un<br />

problema, sino más bien algo a celebrar (…) Norteamérica es el único país al que no<br />

puede aplicarse el concepto europeo de kitsch. La diferencia entre el Partenón<br />

‘original’ y el Partenón de Nashville, Tennessee, es el que el Partenón de Tennessee<br />

ya no apoya la idea de que exista algo parecido a una diferencia entre los dos<br />

Partenones” 7 . Así que no olvidemos que nuestra angustia cultural por el simulacro<br />

quizá se deba a que somos parte del Viejo Mundo.<br />

La cuestión es que el arte y la literatura contemporáneos han aprendido, mediante<br />

Baudrillard y otros teóricos, a no ser ingenuos ante el poder de las representaciones.<br />

A ello también han ayudado antecesores intuitivos como Philip K. Dick,<br />

posiblemente el narrador que más ha desarrollado las posibilidades del mundo como<br />

simulacro conspirativo. El arte, sobre todo el arte conceptual, nos ha brindado incluso<br />

ejemplos de simulaciones utilizadas para alertar sobre el simulacro y sus efectos. Un<br />

notable ejemplo sería el museo irrisorio construido por David Wilson en Culver City,<br />

un suburbio de <strong>Lo</strong>s Ángeles. El edificio se llama The Museum of Jurassic<br />

Technology. Según Joan Fontcuberta, reproduce con toda verosimilitud un museo<br />

7<br />

S. Shaviro, Doom Patrols. A Theroretical Fiction about Postmodernism; Serpent’s Tail, <strong>Lo</strong>ndon, 1997, p. 19.<br />

Páginas atrás había recriminado a Baudrillard su visión de Estados Unidos, por intentar descubrir a los<br />

norteamericanos cosas que tienen muy claras. Por ejemplo, “no nosotros nunca hemos creído que ‘el resto es <strong>real</strong>’;<br />

basta con visitar cualquier centro comercial” (p. 16).


auténtico, con los medios habituales, pero toda la información contenida en él es<br />

rigurosamente falsa. Sin embargo, Wilson logra el milagro de hacerla creíble:<br />

“porque las historias nacen de medias-verdades; porque los visitantes estamos<br />

desprotegidos ante una avalancha de datos técnicos apabullantemente precisos y<br />

especializados sobre materias en las que nos reconocemos profanos; y, por último,<br />

porque de antemano hemos concedido al museo la autoridad de ilustrarnos” 8 . Otro<br />

ejemplo, aunque en este caso mucho más pragmático, es la versión “virtual” de las<br />

cuevas de Altamira, creada por Juan Navarro Baldeweg e inaugurada en julio de<br />

2001. En este caso la reproducción milimétrica del original está más que justificada:<br />

la cueva cántabra no puede visitarse sin años de espera, con lo cual el acceso a la<br />

experiencia auténtica está ya fuera de lo <strong>real</strong>, es imposible. Aquí hay una sustitución<br />

de la <strong>real</strong>idad, pero no constituye ningún engaño al ser notoria y además contribuye<br />

precisamente a la salvaguarda de lo <strong>real</strong>.<br />

Puede que con eso sea suficiente, con que sigamos siendo conscientes de lo que<br />

ocurre. Tanto artistas como Kolkoz (“la simulación es omnipresente. El<br />

entretenimiento hizo de ella una industria de la mentira, una ciencia, una herramienta<br />

para la estimación. Nos sentimos próximos a la mentira. La simulación es el nuevo<br />

opio del pueblo, ¿cómo imaginarnos ahora un mundo sin esa noción? La totalidad del<br />

universo parece tender sólo hacia la creación sin fin de su propia simulación, es una<br />

cuestión de permanente comprobación de su existencia. Poseer un objeto o la idea de<br />

un objeto nos parece ser exactamente lo mismo” 9 ) como novelistas como Ricardo<br />

Menéndez Salmón (“el simulacro de simulacros, la pantalla de plasma, los<br />

catapultaba a la <strong>real</strong>idad. Nada tan contagioso como una imagen. Nada tan certero<br />

para saberse vivo para convertirse en holograma. Nada tan indestructible como la<br />

carne hecha fotones” 10 ), entre muchos otros, han aprendido a ver el mundo desde su<br />

espalda oscura, a la luz de su opaca transparencia. Han entendido que ellos no son los<br />

únicos que cuentan las historias, que hay otro discurso, como lo ha entendido Janet<br />

8<br />

J. Fontcuberta, en ABC Cultural nº 471, 3/2/2001, p. 13.<br />

9<br />

Kolkoz, entrevista con Dominique Boutreau, extraído de la nota de prensa de la exposición Singulares (2005),<br />

organizada por el Musée d’Art Contemporain de Guangdong (China).<br />

10<br />

R. Menéndez Salmón, Derrumbe; Seix Barral, Barcelona, 2008, p. 84.


H. Murray: “cuando entendamos que las simulaciones son interpretaciones del<br />

mundo, la mano que controla el argumento multiforme nos parecerá tan firme y<br />

presente como la mano del autor tradicional” 11 . No se trata de que este narrador<br />

anónimo, con el sospechoso aspecto inofensivo de un discurso motor, recluido en su<br />

invisibilidad no pueda, también, contar su historia, como hacemos los demás. <strong>Lo</strong> que<br />

conviene es no olvidar, en ningún caso, que está ahí, que va a seguir estando ahí,<br />

escribiendo oculto entre las sombras.<br />

[Texto publicado en octubre de 2010 en el número 322 de Quimera bajo el<br />

seudónimo de Hans Völlenkrisberg]<br />

VLM<br />

11<br />

Janet H. Murray, Hamlet en la holocubierta¸ Paidós, Barcelona, 1999, p. 283.


La <strong>real</strong>idad ha muerto<br />

A mediados del año pasado en Barcelona tuvimos ocasión de presenciar una<br />

interesante retrospectiva de pintura <strong>real</strong>ista, acogida por el Museo Nacional de Arte<br />

de Cataluña (MNAC), y que a partir de la figura de Courbet transitaba por la obra de<br />

un buen puñado de artistas plásticos de un modo u otro convergentes con el género<br />

del <strong>real</strong>ismo. Recuerdo haber ido caminando por la Rambla de los Capuchinos, de<br />

camino a casa pensando en mis asuntos, cuando llamó mi atención el póster<br />

publicitario de dicha exposición. El póster, colgado de los árboles a lo largo de toda la<br />

calle, rezaba: Por favor, ¡un poco de <strong>real</strong>ismo! Inmediatamente este reclamo me<br />

movió a la reflexión. Es curioso, me dije, cómo en la actualidad, saturados de arte<br />

posmoderno, suspiramos por el <strong>real</strong>ismo del mismo modo que la generación de los<br />

sur<strong>real</strong>istas, saturada de <strong>real</strong>ismo, suspiraba por un poco de imaginación. Dentro de<br />

un estado de cosas donde el ir<strong>real</strong>ismo es norma habitual, las representaciones<br />

<strong>real</strong>istas nos parecen ahora una suerte de abstracción, una fantasía de la razón. No<br />

hacía mucho que había leído un artículo sobre la novela Netherland, el club de<br />

críquet de Nueva York (Joseph O'Neill, 2008), en el que la escritora y ensayista Zadie<br />

Smith reflexionaba así: “Netherland en <strong>real</strong>idad no quiere saber nada de los<br />

malentendidos. Quiere ofrecernos la verdadera historia de un yo. Pero ¿de verdad es<br />

ésa la sensación que da tener un yo? ¿Acaso los yos siempre buscan su propio bien,<br />

en último extremo? ¿Nunca son perversos? ¿Siempre quieren significado? ¿No<br />

quieren a veces lo contrario? Y ¿es así como funciona la memoria? ¿Vuelve a menudo<br />

nuestra infancia en forma de ensoñaciones coherentes y líricas? ¿Es así como se<br />

percibe el tiempo? ¿Realmente las cosas del mundo nos llegan de ese modo, bordadas<br />

en la fantasía verbal de los tiempos pasados? ¿Es esto verdaderamente el <strong>real</strong>ismo?”<br />

(“Two paths for the novel”, The New York Review of Books.)<br />

Aquí se evidencia lo que representa el <strong>real</strong>ismo hoy para nosotros: ha dejado de tener<br />

sentido, es incapaz, como era antes, de aportarnos cualquier noción de <strong>real</strong>idad,<br />

porque ya no podemos identificarnos con él, ya no podemos hablar de tú a tú con una


imagen que intuimos ilusoria o superflua. Desde nuestra fragmentación, desde<br />

nuestra quiebra total con los conceptos clásicos de Verdad y Realidad, el mundo se ha<br />

tornado un escenario más cercano a la ciencia ficción y el absurdo que a cualquier<br />

esquema de coherencia lógica. (La lógica, o el lenguaje sin ir más lejos, siguen siendo<br />

y siempre han sido un discurso hermético y oscuro, rayano a lo místico, como<br />

aseveraba el Wittgenstein de las Investigaciones filosóficas: “No existe nada más<br />

místico que el propio lenguaje.” Místico por inaprensible, por falible, por inaccesible<br />

aun para los que se dicen sus cultores.) Nuestra <strong>real</strong>idad mental --en cierto modo<br />

nuestra <strong>real</strong>idad más <strong>real</strong>-- no funciona como en los libros de texto, tampoco como en<br />

las novelas de folletín; el pensamiento no aparece ordenado y dotado de ritmo,<br />

sentido, etc; no hay principio ni final identificable, estructura, composición, etc.<br />

Antes bien, todos esos factores han dado en buscarse en otro tipo de planos como el<br />

arte, la técnica, etc, donde ahí sí, somos capaces de plasmarlos y poder admirar su<br />

asombroso sentido (la filosofía misma es un gigantesco intento por poner arreglo a<br />

esta situación, y por este camino puede que debiéramos contemplar la filosofía como<br />

un tipo de arte).<br />

Es más <strong>real</strong>, como dice el historiador del arte E. H. Gömbrich, la mirada de Monet<br />

que la de Powell Frith. Real por cuanto responde a una serie de emociones y<br />

percepciones humanas efectivas --aunque no mesurables--, mientras que la pintura<br />

naturalista o <strong>real</strong>ista plantea un mundo ideal que difícilmente un hombre<br />

contemporáneo podría reconocer. (No hay más que echar un vistazo a otras culturas<br />

para comprobar que no existe un canon universal respecto a lo que llamamos<br />

“<strong>real</strong>ismo”. El obsesivo pizzicato de Vivaldi, el trazo apresurado de Rembrandt o la<br />

redondez de un templo hindú son rasgos que expresan un sentimiento auténtico y<br />

particular, por más que algunos universalistas se empecinen en anular la <strong>real</strong>idad<br />

particular en prior de una supuesta <strong>real</strong>idad general.) Un Rafael, un Vitorio de Sica,<br />

nos parecen o nos parecerán en un futuro próximo algo fantasioso, mientras que un<br />

Francis Bacon o un David Lynch se aproximan cada vez más a lo <strong>real</strong>. Tal vez sea el<br />

cambio natural de los tiempos: no podemos afirmar que un Tintoretto sea más <strong>real</strong>


que un Monet por la misma razón que la cosmogonía de Ptolomeo no es más <strong>real</strong> que<br />

la Relatividad General de Einstein. Sostener la <strong>real</strong>idad de las teorías newtonianas<br />

equivale a mantener la <strong>real</strong>idad de la pintura renacentista por el hecho de que se<br />

asemeje a cierta imagen armoniosa del mundo, pero esto no quiere decir que este<br />

mundo en el que vivimos sea necesariamente armonioso. Se trata, una vez más, de<br />

puras perspectivas. Y en lo que a nuestra perspectiva concierne, la <strong>real</strong>idad ha muerto.<br />

Para Platón y los griegos, los conceptos de “forma” e “idea” eran indisolubles, en una<br />

extraña concepción que designaban con la palabra eidós, de la que derivarían a su vez<br />

la Teoría de los Arquetipos y la palabra “ídolo”. Desde el siglo XVII, la modernidad<br />

ha dado en diferenciar más claramente estos conceptos, forma y contenido, y de este<br />

modo, el conocimiento de lo que debe ser el universo se interpone entre nuestro<br />

juicio y lo que vemos <strong>real</strong>mente.<br />

FFG


Literatura y <strong>real</strong>idad<br />

<strong>Lo</strong> que me sucede a mí no le importa a la literatura y lo que le sucede a la literatura<br />

me importa a mí, como escritor que observa un mundo complejo donde la ficción<br />

pervierte los hechos para apoyarse en la imaginación, en la mentira, como una<br />

metáfora que trasciende la propia <strong>real</strong>idad. Podría decir que la <strong>real</strong>idad se sustenta en<br />

la creación literaria con un tiempo nuevo donde los sucesos de la vida se imponen en<br />

secuencias diferentes y ritmos apropiados al lenguaje y a la comprensión del lector.<br />

La memoria por su parte comparte la <strong>real</strong>idad en su afán de recordar los hechos, de<br />

ordenar los actos, y la interpretación de los mismos no corresponde a la imaginación,<br />

sino a la historia. Pero, a su vez, la historia rescata el pasado a través de diferentes<br />

documentos, entre los cuales destacan los de la imaginación como hechos artísticos<br />

que iluminan un camino de por sí oscuro. Dejemos por tanto la novela histórica como<br />

un aparte de la literatura y la <strong>real</strong>idad en manos de los lectores más ingenuos y<br />

centrémonos en la poesía, o en el ensayo, o en la misma novela contemporánea donde<br />

las diferentes voces no solo interpretan la <strong>real</strong>idad, sino que, además, la diseccionan<br />

en su propia complejidad, con todas sus contradicciones a la vista. Ser <strong>real</strong>ista en la<br />

literatura es una primera aproximación para fantasear con la verdad de su existencia,<br />

por lo que convencerse de que la <strong>real</strong>idad no tiene que ser descriptiva en todos los<br />

detalles puede ser una forma de evasión que, por lejana, podría convertirse en un<br />

punto central de la literatura que se entiende en su indefinición y se clarifica en su<br />

libertad a la hora de mostrarse con sencillez en todos los sentidos, pues de sentidos<br />

está hecha esa misma <strong>real</strong>idad que se descompone en la pluma del escritor o en la<br />

imagen del poeta, de la misma manera que la palabra trastoca los sentidos que no<br />

creen en la <strong>real</strong>idad de los hechos, sino en la verosimilitud de los mismos. ¿Qué es lo<br />

importante? ¿Hacer <strong>real</strong>idad los sueños del escritor o convertir la <strong>real</strong>idad en un<br />

sueño certero para que el lector despierte con una vida deformada ante sus ojos, con<br />

la sana intención de parecer auténtica al mismo tiempo? Si solo quiero ver la <strong>real</strong>idad<br />

con mis ojos estoy negando la participación del resto de los hombres, estoy negando<br />

su comprensión, pero si la interpreto con una mirada particular que busca su


aceptación, dejo que se acerquen a esta <strong>real</strong>idad para apropiarse de ella y reinventarse<br />

con ella, de tal modo que con ese efecto consigo lo que parecía extraño en una<br />

función del arte que no se ajusta a una única <strong>real</strong>idad, pero es reconocible a todas<br />

horas. La <strong>real</strong>idad se impone a la literatura y, sin embargo, la literatura describe la<br />

misma <strong>real</strong>idad, a veces aparentemente tan sencilla en sus objetos, y a menudo tan<br />

compleja en la definición de sus sentimientos, de sus sentidos. El arte surge en el<br />

momento en que la literatura se convierte en una visión revisada de la <strong>real</strong>idad que<br />

tantas veces parecía muerta a los ojos del escritor que intenta convertir en memoria lo<br />

que parecía olvido, en <strong>real</strong>idad lo que se aproxima a la historia de cada uno y en<br />

verdad lo que parecía tan poca cosa con las primeras palabras que se escriben en la<br />

página vacía. Ser <strong>real</strong> en la literatura es seguir los pasos por un mundo extraño donde<br />

el tiempo no parece lineal y el presente no existe como tal si nos atenemos a lo que se<br />

descubre en el pasado y se prevé que sucederá en el futuro. Así deberemos<br />

preocuparnos por la <strong>real</strong>idad, porque estará presente con su paso demoledor para<br />

mostrar la vida mientras la presentemos con una belleza y dedicación inauditas. La<br />

<strong>real</strong>idad ilusoria no pueda negar la verdad, pero en la verdad no hay melancolía, tan<br />

solo una <strong>real</strong>idad que el hombre debe transformar en vida y el creador en arte o en<br />

literatura.<br />

KM


POESÍA<br />

Cinco aproximaciones a lo <strong>real</strong><br />

I<br />

Poema de Czesław Miłosz a Franz Kafka<br />

En la habitación, un par de luces<br />

se resisten a dejarlo todo a oscuras.<br />

Leo a intervalos, con desgana,<br />

porque aún ignoro qué hay detrás<br />

del cuarto que me encierra.<br />

Varios bloques de cemento<br />

que consiguen distanciarme, en apariencia,<br />

del mundo.<br />

Aislarme del entorno.<br />

Mirar hacía mí mismo.<br />

Rebobino la música y consigo tranquilizarme.<br />

Vuelvo a la lectura.<br />

Sin embargo, sé que alguien se acerca.<br />

Tres o más personas.<br />

Ellos saben cómo entrar.<br />

Todo volverá a ser como antes.


II<br />

Tierra de nadie<br />

Otro hueco en la noche me ha dejado<br />

permanecer al límite.<br />

Cerrándose el contorno, queda un lugar<br />

cercado por la neblina.<br />

Esta estancia vacía es una evocación<br />

transitoria, un espacio al que restar<br />

la vana superficie de las cosas.<br />

Un minúsculo agujero –frágil, solitario –<br />

donde olvidar que vivimos<br />

más allá de la extrañeza.


III<br />

Reflejo<br />

Poco importa que no pueda ver<br />

tras el cristal.<br />

Le basta con su reflejo:<br />

el de una casa vacía,<br />

con hojas secas sobre el fregadero.<br />

El de un hombre que observa<br />

y se siente, por eso,<br />

en el centro del mundo.<br />

El de un extraño que está,<br />

como su hogar,<br />

en mitad de ninguna parte,<br />

y se conforma, al cabo, con no mirar<br />

más allá del vaho que lentamente<br />

humedece los cristales.


IV<br />

Muerte en Campo di San Polo<br />

(leyendo a Thomas Mann)<br />

Ante mí<br />

se alza, al final, aquella plaza.<br />

Deshabitada, siquiera,<br />

de gente.<br />

Decido permanecer<br />

en algún rincón<br />

provisto de claridad,<br />

y dejar en la distancia<br />

los volúmenes de oscuridad<br />

que invaden el tránsito<br />

de un extremo a otro.<br />

A lo lejos,<br />

justo al margen,<br />

me veo también sentado.<br />

Le observo.<br />

Soy yo mismo, me digo,<br />

muchos años antes.<br />

Es joven, como yo lo fui<br />

o creí, al menos, serlo.<br />

Sé que entre los papeles que maneja<br />

elabora un nuevo plan de fuga.<br />

Más allá de sus anotaciones,<br />

aún no comprende que regresará<br />

a este punto de partida.


V<br />

Ellos<br />

No sabremos si este momento<br />

formará parte de la vida.<br />

Menos aún de la Historia.<br />

Si esta luz –minúscula, azulada –<br />

podrá sobrevivir cuando no quede nadie.<br />

Si permanecerá pasados los años,<br />

y logre al final convertirse en nosotros.<br />

Ser nosotros.<br />

Definirnos.<br />

Si este instante merecerá el recuerdo<br />

o acabará disgregándose, como siempre<br />

ocurre con los segundos<br />

que no son, en apariencia, importantes.<br />

Quién lo sabe.<br />

Que quede, al menos, escrito.<br />

[Extraídos de Dimensión de la frontera, ed. La Isla de Siltolá, Sevilla, 2011]<br />

AC


I. No es <strong>real</strong>.<br />

No es <strong>real</strong> la ceniza<br />

cuando el nombre nos entierra.<br />

Nada que se parezca al olvido<br />

la raíz de ese dolor profundo.<br />

No es <strong>real</strong>. Nos corroe el tiempo,<br />

nos ata y maltrata la hermosura.<br />

Nos vacía el pensamiento<br />

y perfora el hueso cristalino.<br />

No es <strong>real</strong> la ceniza<br />

que nos cubre la partida.<br />

No es <strong>real</strong>. Nos devuelve<br />

al principio de las cosas.


II. La <strong>real</strong>idad.<br />

He visto aullar a los pobres.<br />

Ladrar a los hombres con las manos atadas.<br />

He visto callar a los desesperados.<br />

Llorar en silencio. Llorar a escondidas.<br />

He visto amar a los desheredados.<br />

Recibir un trozo de pan por sus dientes caídos.<br />

He visto la calle llena de rastrojos.<br />

Hervideros de ratas trepar por las alcantarillas.<br />

He visto a los hombres ociosos<br />

mentir en su vida y en su trabajo.<br />

He visto cómo se echa la culpa a otros<br />

y cómo se perdona lo imperdonable.<br />

He visto cómo se dirige la vista atrás.<br />

Cómo se alza la cabeza con orgullo.<br />

He visto cómo crecen las mentiras<br />

que convierten la verdad en falsos testimonios.<br />

He visto a los hombres correr tras la nada.<br />

Cambiar sus sueños por unas monedas de cobre.


III.<br />

La <strong>real</strong>idad toma en sus manos un ser humano<br />

para que abra la puerta y respire lo desconocido.<br />

Todo lo demás parece que muere.<br />

La poesía toma en sus manos un hombre<br />

para que cierre la puerta y respire lo que se desconoce.<br />

Todo lo demás no existe si no se nombra.<br />

La palabra toma en sus manos una mujer<br />

para que vuelva a cerrar la puerta<br />

y respire lo que se intuye, pero no se sabe.<br />

Todo lo demás no vive en el asombro.<br />

No existen las flores marchitas<br />

en el jardín secreto de las palabras.<br />

Quizás nos estaban observando sin saberlo.<br />

La <strong>real</strong>idad, la poesía y la palabra.<br />

Desde ahora nada nos será prohibido.


IV.<br />

Las palabras que amenazan.<br />

Las que son pausa y son silencio.<br />

Las que estaban al principio.<br />

Las palabras <strong>real</strong>es. Las traducidas.<br />

Las interpretadas en el alcance<br />

de su verdadero significado.<br />

Las que se sitúan alejadas<br />

en el cierre de las frases.<br />

En las imágenes servidas<br />

con su eco transcurrido.<br />

Las que hacen daño.<br />

Las que calman.<br />

Las que suenan viejas<br />

como un susurro.<br />

Las palabras que nos retratan.<br />

Las que nos persiguen<br />

porque sí sin saberlo.<br />

Las que ríen con nosotros.<br />

Las que nos consuelan<br />

y se pierden con el recuerdo.<br />

Estas que son sólo poesía<br />

pura premonición.<br />

¿Quién se atreverá<br />

a reconocerse en ellas<br />

y firmar su pulso inquieto?<br />

Su verdadero significado.


V. Como la fidelidad.<br />

Vuelve el hombre a creer<br />

que una nube de polvo le persigue.<br />

Dejaré de creer en lo que no veo<br />

si no quiero convertir mis sospechas<br />

en hechos <strong>real</strong>es.<br />

La mujer que a mi lado sonríe<br />

dice que no, que no estoy loco,<br />

que me gusta sorprenderme.<br />

Pero si conociera mi pasado<br />

apenas sujetaría la mitad de lo dicho<br />

en la conciencia de sus manos.<br />

Como cuelga una nube en la mente<br />

de un niño que no sabe que es libre<br />

en las estrellas viven olas que nos devoran<br />

si se bebe a la luz de los otros.<br />

Faros de soledad mal digerida.<br />

Faros que no iluminan más que el pecado.<br />

Si lo supiera de verdad abandonaría<br />

al hombre que la persigue.<br />

El amor tiene un párrafo herido.<br />

Es lo de siempre, pero duele.<br />

KM


Prostíbulo<br />

Sales del prostíbulo bajando de la princesa.<br />

La calma invade el aire mientras te das la vuelta en Sant Cugat.<br />

Al final de la calle encuentro tu rostro azul y tus ojos, tus ojitos:<br />

Llorando.<br />

Cada lágrima es un pequeño suicidio, como el caer de moscas quemadas por luz<br />

violeta.<br />

Poemas petrificados, letras putas vendidas por un eurillo en frente de un restaurante<br />

de moda,<br />

comida mala y caras ausentes.<br />

Vuelves, vuelves a vomitar en la calle de detrás,<br />

donde cocineros tristes y esclavos borrachos,<br />

apagan la luz de otro cigarro bajo la luna clara,<br />

iluminando los besos de una pareja inflamada, por un amor temprano, barato.<br />

Vuelves a vomitar, “no tengas miedo”, pensará el aire fresco del amanecer al<br />

despertar la coraza vagabunda del corazón.<br />

AZ


Con el tiempo<br />

I<br />

Con el tiempo los recuerdos<br />

se van fundiendo con la imaginación<br />

y ya no se sabe que es lo que era cierto<br />

y que es lo que no<br />

como en una pesadilla, un mal sueño,<br />

tal vez así sea mejor,<br />

al fin y al cabo la vida es sueño<br />

y los sueños sueño son.<br />

Con el tiempo los recuerdos se deforman<br />

como sombras que son<br />

y uno no sabe que queda de cierto<br />

y que es sólo obra de su imaginación.<br />

Y con el tiempo surge el arrepentimiento<br />

de lo que hiciste y de lo que no,<br />

surge ese sentimiento<br />

de desolación.


No lo hay<br />

II<br />

No tengo claro el límite entre el bien y el mal,<br />

no encuentro la frontera entre mi imaginación y la <strong>real</strong>idad.<br />

No hay un límite claro entre el cielo y el mar,<br />

el agua se convierte en nubes que llueven y vuelta a empezar.<br />

Puedes decir horizonte, la verdad es que no lo hay,<br />

sólo olas que quieren ser cielo y nubes que quieren ser mar.<br />

No hay una línea que separe la luz de la oscuridad,<br />

sólo sombras, sombras y nada más.


El camino más largo<br />

III<br />

Algunos lo buscan toda la vida tal vez sin llegarlo a encontrar<br />

otros huyen con mentiras, no lo podrían soportar.<br />

Algunos le tienen miedo, no lo querrían hallar,<br />

otros aún ser su deseo no lo podrán abrazar<br />

y es que se escurre entre los dedos eso que llaman lo <strong>real</strong><br />

al final todo lo que vemos es lo que queremos mirar.<br />

Y es que hay mil percepciones de una sola <strong>real</strong>idad<br />

que entran en contradicciones, no todas pueden ser verdad<br />

pero aunque nuestros ojos distorsionen lo que queremos contemplar<br />

más graves son los errores de los que rehúsan intentar<br />

asir lo inasible, aprehender lo etéreo,<br />

comprender la paradoja, despertar del sueño,<br />

salir de la caverna para ver más allá de las sombras<br />

de esta <strong>real</strong>idad que nuestra mirada deforma,<br />

retuerce, pervierte, envilece,<br />

la <strong>real</strong>idad es un pompa de jabón<br />

que al acariciarla desaparece<br />

se mancilla, se rompe, estalla,<br />

la contamina nuestra percepción<br />

y de ella ya no queda nada.<br />

Tal vez una sombra, un atisbo, un resquicio,<br />

apenas una intuición,


el inicio del principio<br />

del que quizás sea el camino más largo,<br />

el viaje hacia lo <strong>real</strong>,<br />

hacia el suelo que estás pisando.<br />

DD


FOTOGRAFIA


FOTOGR<br />

Yago


AFIA I<br />

Partal<br />

HERIDA COMO LA NIEBLA POR EL SOL


FUEGO


FOTOGRAFIA II


Aurora Martín


FOTOGRAFIA III<br />

Marta Fernández Clemente


FOTOGR<br />

Ludovica B


AFIA IV<br />

astianini


PINTURA


I. Javiera Gaete


II. Jalón de Aquiles


ENTREVISTA<br />

Juan Francisco Ferré, por RDF.<br />

Hola Juan Francisco, te estoy muy agradecido de que hayas aceptado esta entrevista,<br />

y además para un tema como <strong>Lo</strong> <strong>real</strong>, que es la temática de este quinto número, que<br />

aunque en apariencia pudiera parecer algo que tenemos muy a mano, y podamos<br />

pensar que toda la <strong>real</strong>idad es todo eso que nos rodea, es decir, el universo entero, y<br />

además incluyéndonos a nosotros mismos, que asimismo formamos parte del entorno<br />

de los otros, no es algo tan sencillo de coger... Vayamos directos:<br />

ENTREVISTA a Juan Francisco Ferré<br />

¿Qué es para ti lo <strong>real</strong>, la <strong>real</strong>idad?<br />

<strong>Lo</strong> <strong>real</strong> no es la <strong>real</strong>idad, aunque a veces pueda usar ambos términos como<br />

sinónimos. Eso para empezar esta conversación sobre un tema tan resbaladizo.<br />

Parodiando un poco los designios y el lenguaje de la teoría de juegos, te diré que veo<br />

la <strong>real</strong>idad como un campo de experimentación, un campo de maniobras, un campo<br />

de fútbol, un tablero de ajedrez, de parchís, de oca o de Go, cualquier cosa<br />

reglamentada en apariencia y, al mismo tiempo, incontrolable por definición. La<br />

descripción más gráfica de la <strong>real</strong>idad para mí procede de las dos Alicia de Lewis<br />

Carroll, donde se distorsiona la lógica y se contraviene el sentido común para<br />

alcanzar ese punto ciego que es lo <strong>real</strong>, donde no alcanzan nuestras categorías<br />

convencionales, ese vórtice donde sucumben todas nuestras tentativas de explicarlo.<br />

Y, en especial, el capítulo dedicado al “Croquet de la Reina”. Alicia termina<br />

considerando que este juego es muy difícil, casi imposible, por dos razones. La<br />

primera es el terreno de juego, compuesto de grandes surcos y promontorios, y los<br />

utensilios del juego: las bolas son erizos y los mazos flamencos y, por si fuera poco,<br />

los soldados de la reina, que se desplazan todo el tiempo sobre el terreno, cambiando


de posición, deben colocarse boca abajo y servir como aros por los que hacer pasar<br />

las bolas. El segundo problema son las reglas, o, más bien, la ausencia “<strong>real</strong>” de tales:<br />

todos los jugadores juegan a la vez, sin respetar su turno, luchando unos con otros y<br />

peleando por hacerse con los erizos. Esto representa a la perfección mi idea de la<br />

<strong>real</strong>idad y su relación, problemática, con lo <strong>real</strong>. O, como diría el novelista húngaro<br />

László Krasznahorkai: “la <strong>real</strong>idad examinada hasta el punto de la locura”. La<br />

conclusión literaria a extraer de esta visión de lo <strong>real</strong> es que todo está permitido en la<br />

narrativa. Todas las licencias y las libertades, con la forma y con el contenido. Como<br />

no podemos conocer la <strong>real</strong>idad en su totalidad, la especulación y la ficción son<br />

nuestros únicos instrumentos para entender la parte del mundo que nos ha tocado en<br />

suerte.<br />

Para Zizek, la <strong>real</strong>idad es una construcción y lo <strong>real</strong> es lo que persiste tras esa pantalla<br />

y puede deshacer el espejismo en cualquier momento. Para mí, además, lo <strong>real</strong> es un<br />

mito, un residuo mítico o un simulacro consistente que nuestra mente proyecta en un<br />

espacio más bien virtual con objeto de hacerse la ilusión de que existe algo más que<br />

las apariencias, de que hay una verdad y una solidez tras la cortina de humo con la<br />

que encubrimos, porque nos escandaliza y aterra, la insustancialidad e<br />

intrascendencia de lo que llamamos <strong>real</strong>idad. La <strong>real</strong>idad es una pantalla construida<br />

para hacernos creer que detrás hay algo. Una apariencia que finge encubrir una<br />

esencia, si lo prefieres. Y esa es la ilusión que hay que desmontar. No hay más que<br />

apariencia, o ficción, o simulación, y sólo podemos señalar esto a través de<br />

apariencias, simulaciones y ficciones (esto es, artificios) que se remiten entre ellas sin<br />

cesar, como un circuito infinito de interpretaciones que acaban solapándose y creando<br />

niveles distintos, entremezclados, confusos. Me gusta mucho, entre las nuevas<br />

escuelas filosóficas, el <strong>real</strong>ismo especulativo. Graham Harman, el más interesante de<br />

sus representantes, habla de una <strong>real</strong>idad ajena a nuestras percepciones humanas no<br />

porque sea metafísica o sobrenatural, sino porque existe con independencia de<br />

nuestras categorías antropomórficas, nunca podemos comprenderla. Eso permite que<br />

los objetos tengan una vida propia sin necesidad de definirse sólo por lo que nosotros


proyectamos en ellos o atenerse al uso que les damos. La <strong>real</strong>idad es extraña por<br />

definición, por lo que el <strong>real</strong>ismo debe ser extraño también, especulativo,<br />

imaginativo, para rellenar ese vacío cognitivo que corresponde a lo <strong>real</strong>. Harman lo<br />

explica muy bien comentando la importancia fenomenológica y ontológica de la<br />

literatura de <strong>Lo</strong>vecraft: “Against the model of philosophy as a rubber stamp for<br />

common sense and archival sobriety, I would propose that philosophy’s sole mission<br />

is weird <strong>real</strong>ism. Philosophy must be <strong>real</strong>ist because its mandate is to unlock the<br />

structure of the world itself; it must be weird because <strong>real</strong>ity is weird”.<br />

En este sentido, si te fijas, todo el cine de David Lynch es de lo más <strong>real</strong>ista, ya que<br />

describe el acontecimiento terrorífico por excelencia: la infiltración fantástica del<br />

elemento perturbador que es lo <strong>real</strong> en el hogar acomodado de la <strong>real</strong>idad<br />

convencional. Ni más ni menos, a pesar de sus diferencias estéticas, que ocurre en la<br />

reciente franquicia cinematográfica titulada Paranormal Activity. En cambio, los<br />

<strong>real</strong>ismos etiquetados como tales en literatura y en cine, en general, me parecen<br />

caricaturas patéticas, estampas ramplonas, cromos pedestres que solo retratan la<br />

pereza mental y la visión aceptable o domesticada de la <strong>real</strong>idad. <strong>Lo</strong> <strong>real</strong>, en su<br />

opacidad, no se puede representar sin tomar en consideración lo monstruoso, lo<br />

aberrante, lo demoníaco, lo grotesco, lo terrible, el mal y lo inhumano mismo. Ahí es<br />

donde lo vemos aparecer con toda su carga de peligro y terror. Es por esto que puede<br />

afirmarse que la <strong>real</strong>idad es una ficción, algo construido o prefabricado, producto de<br />

la intersección de los poderes, las normas y los cuerpos, desde luego, y la instancia de<br />

lo <strong>real</strong>, como un resto, un residuo incontrolable que lo desbarata y pone en cuestión.<br />

<strong>Lo</strong> impresentable de la representación, como decía Lyotard. Pero, cuidado, sin recaer<br />

en la ilusión ideológica. <strong>Lo</strong> <strong>real</strong> es un mito, insisto, otra ficción, una ilusión, no algo<br />

concreto, experimentable de modo directo, y como tal debe ser reconocido para que<br />

su efectividad combativa contra ciertas representaciones se vea potenciada al<br />

máximo.


¿Se podría decir que sólo es <strong>real</strong> lo nombrado? Porque, la <strong>real</strong>idad es un<br />

concepto entre tantos, que están ahí, en nuestras memorias, porque han sido<br />

nombrados... ¿Hay una <strong>real</strong>idad fuera de lo que no se nombra? ¿Cómo la<br />

entenderíamos sin que forme parte del lenguaje, sería posible?<br />

Para nosotros, no existe una <strong>real</strong>idad fuera del lenguaje que manejamos a diario. Ese<br />

lenguaje y esa <strong>real</strong>idad están ligados de manera tan inextricable que precisamos de<br />

los arrebatos místicos, de los deslizamientos lógicos o de las intuiciones irracionales<br />

para escapar de ese cara a cara tramposo. Esto ya lo sabía Wittgenstein al final del<br />

Tractatus y quizá por ello en sus Investigaciones filosóficas se empeñó en explorar<br />

hasta el agotamiento el análisis de los juegos del lenguaje, con el fin de sacarnos de<br />

ese atolladero lógico. En vano, como supo Lacan, todo lenguaje ya es en sí mismo<br />

metalenguaje, luego no hay escapatoria, si hasta el referente, aquello de lo que<br />

pretendemos hablar, es una construcción lingüística, una derivación del<br />

funcionamiento del lenguaje, una excusa para que éste siga funcionado sin plantearse<br />

nunca su problemática relación con lo <strong>real</strong>. Todo referente es espectral, fantasmático,<br />

y esto lo intuyó como nadie Henry James en ese relato atroz titulado “Otra vuelta de<br />

tuerca”. Hay una frase en Carroll, la Duquesa se la dice a Alicia tras la tentativa<br />

fallida de jugar al croquet de la reina, que encierra, en mi opinión, una teoría<br />

lingüística bastante pertinente para entender la verdad del lenguaje: “Ocúpate del<br />

sentido y los sonidos se ocuparán de sí mismos”. O el corolario moral de tal<br />

concepción del lenguaje: “Sé lo que querrías aparentar que eres”. En cierto modo,<br />

éste podría ser el eslogan del capitalismo performativo y la sociedad del espectáculo<br />

en que vivimos. Pero también presenta una ventaja si pensamos en lo que he dicho<br />

más arriba sobre la <strong>real</strong>idad como pantalla que enmascara un vacío o una ausencia.<br />

Ese manejo barroco de las apariencias, como sabía Gracián, es una forma de<br />

inteligencia e incluso de sabiduría superior a otras, por su propio reconocimiento de<br />

la falta de consistencia y trascendencia, de lo fallido y vacuo de fundar nuestras<br />

relaciones con la <strong>real</strong>idad a partir de la idea de sustancia y esencia. Mientras no<br />

asumamos los fantasmas y los espectros, generados por nuestra comprensión


esencialista del mundo y la experiencia sensorial que se deriva de ella, seguirán<br />

hostigando el espacio que llamamos <strong>real</strong>idad como en “Casa tomada” de Cortázar, la<br />

respuesta a James de un discípulo con ambiciones de maestro, aunque quizá no haya<br />

forma de evitar esto, no sé. El esfuerzo cognitivo de tomar a los simulacros por tales<br />

quizá sea excesivo para las categorías mentales heredadas, quizá esa distorsión esté<br />

inscrita en el genoma de nuestro funcionamiento cerebral, constituya el error básico<br />

que nos hace humanos. El mismo Lucrecio, en su radiografía de la “naturaleza de las<br />

cosas”, se muestra indeciso, fascinado por las imágenes de las cosas y de los cuerpos<br />

a las que llama simulacros y, al mismo tiempo, postulando la necesidad de neutralizar<br />

el poder de los simulacros sobre nuestra percepción y sensibilidad a través de una<br />

idea vaga de trascendencia. Cuando la llave de la libertad a la que a lo mejor no<br />

estamos destinados como especie, quién sabe, residiría, por el contrario, en el<br />

reconocimiento de que sólo hay simulacros, de que no hay otra cosa, nada más que<br />

simulacros, y la ilusión de lo contrario es eso, una ilusión, un efecto óptico, un<br />

espejismo o un trampantojo. La anamorfosis es el emblema barroco como posibilidad<br />

de ver, en toda su desnudez, la apariencia de las apariencias, esto es, el simulacro de<br />

la presencia. Como sucedía en parte en aquella secuencia de Blow-up, cuando en el<br />

confuso cuadro que observa el fotógrafo entre los puntos y las manchas parecería<br />

sobresalir una pierna que prefigura la del cadáver que luego descubrirá en el parque<br />

antes de desaparecer para siempre, como la conspiración que ha tenido o no lugar en<br />

la superficie de la <strong>real</strong>idad, absorbido en otro nivel, en otra superficie inaccesible por<br />

el momento. Esta anécdota filosófica, por cierto, procede de una maravillosa novela<br />

de Balzac, a quien se tiende a encasillar dentro de un <strong>real</strong>ismo burgués que no dice<br />

todo lo que supone su novelística. Me refiero a La obra maestra desconocida, que<br />

Picasso, con mucha inteligencia, ilustró para que no cupieran dudas de por qué había<br />

llegado a definir una estética de las apariencias para el siglo XX pintando Les<br />

demoiselles d´Avignon...


Demos un pequeño salto, del lenguaje, a la literatura. ¿Cuánto le debe la<br />

<strong>real</strong>idad a la literatura -como evolución de concepto, o por donde quieras<br />

derivar...-? ¿Tienes alguna obra en mente que sientas que ha cambiado<br />

particularmente nuestra percepción de la <strong>real</strong>idad y, por qué?<br />

Prolongando la reflexión planteada en la pregunta anterior me atrevo a decir que la<br />

filosofía por sí misma, y aún más el positivismo lógico, nos encierra en aporías y<br />

bucles que no tienen otra función, negativa o crítica, que señalar la necesidad de<br />

tomar cuanto antes, a la mayor velocidad posible, la dirección contraria. La literatura,<br />

en este sentido, al emplear el lenguaje de las figuras y las figuras del lenguaje, el<br />

lenguaje figurado en su máxima expresión y el código de la representación figurativa,<br />

que asume por definición la condición irónica de toda representación humana, su<br />

inevitable ambigüedad, tiene la posibilidad de llegar mucho más lejos y de abrir<br />

puertas que nadie había advertido antes que estuvieran ahí. Pienso en Gombrowicz,<br />

en Cosmos, sobre todo, novela filosófica como pocas sobre el fracaso cognitivo de la<br />

mente enfrentada al caos de la <strong>real</strong>idad, pero también en Ferdydurke. Todo el tema de<br />

la inmadurez en Gombrowicz responde a este cuestionamiento radical de la versión<br />

admitida de la <strong>real</strong>idad. Pienso en Cortázar, a quien hay que leer a contracorriente,<br />

como explico más abajo, y también en <strong>Lo</strong>vecraft, a quien suele malinterpretarse<br />

como un creador de subgénero (como Dick), cuando me parece tan importante como<br />

Kafka, Gombrowicz, Cortázar, Joyce, Borges, Poe o Carroll, por citar los más<br />

influyentes en mi concepción de la literatura. Así lo ve Harman, una vez más,<br />

cuando dice: “<strong>Lo</strong>vecraft was opposed to <strong>real</strong>ism in the literary sense of James or<br />

Zola, their minute descriptions confined to the subtleties of human life. Yet he seems<br />

like a <strong>real</strong>ist in the philosophical sense, hinting at dark powers and malevolent<br />

geometries subsisting well beyond the grasp of human life… In <strong>Lo</strong>vecraft as in Poe,<br />

the horror of things comes not from some transcendent force lying outside the bounds<br />

of human finitude, but in a twisting or torsion of that finitude itself.” Si efectuamos la<br />

traslación contemporánea de esos “poderes oscuros” y esas “malevolentes<br />

geometrías”, obtendríamos una prefiguración gótica de las redes mediáticas digitales


y las interferencias espectrales del sistema capitalista globalizado, ese “horror de las<br />

cosas” que retuerce o distorsiona a su capricho la finitud de la experiencia diaria,<br />

como anuncia a su manera House of Leaves de Danielewski y forma parte sustancial<br />

del desconcierto inicial de lectura, plenamente filosófico, creado por mi novela<br />

Providence.<br />

En otro orden de cosas, el caso de Maupassant me parece también ejemplar: desde<br />

sus cuentos naturalistas, hechos de un rico anecdotario cotidiano lleno de encanto<br />

pero también de estereotipos, sentimientos y lugares comunes, a sus últimos cuentos<br />

de horror, sobre todo “El Horla”, una cima del género porque llega más lejos que Poe<br />

y prefigura a <strong>Lo</strong>vecraft y todo lo que vino después. En mi opinión, Maupassant es<br />

más <strong>real</strong>ista en sus relatos terroríficos que en sus cuentos naturalistas, ya que en éstos<br />

apenas si se trasciende alguna vez la dimensión preestablecida (predefinida, en cierto<br />

modo) por lo sensorial, lo sentimental o lo psicológico, a pesar de la innegable<br />

agudeza de su perspectiva crítica sobre lo social. En cambio en “El Horla” y en<br />

muchos otros de sus cuentos fantásticos se desborda ese marco prescrito y se alcanza<br />

el puro horror de la existencia subjetiva en los inicios del capitalismo (ríete de La<br />

náusea), una identidad psicótica o esquizofrénica por exceso, según los casos, e<br />

incapaz de comprender del todo su papel en la nueva <strong>real</strong>idad, circundado de todos<br />

esos objetos alucinantes y extraños que se ofrecen a su deseo como mercancías.<br />

Como en “La metamorfosis” de Kafka, otro texto hiper<strong>real</strong>ista, el monstruo es<br />

producto de una huida de la <strong>real</strong>idad (la familia, las obligaciones, la paternidad, el<br />

trabajo, el dinero, etc.) que empieza por una fuga sicosomática de sí mismo.<br />

Por otra parte, me interesan mucho un tipo de artistas, escritores o cineastas, como<br />

Cabrera Infante o Raúl Ruiz, que han vivido un momento revolucionario en la<br />

<strong>real</strong>idad, lo han visto fracasar y luego han trasladado ese impulso revolucionario a la<br />

escritura o la creación de imágenes para hacer una crítica de ese momento<br />

revolucionario como imposible por una sola razón: el impulso que pretende trastornar<br />

radicalmente un estado de cosas en la <strong>real</strong>idad participa por desgracia de las mismas<br />

categorías que permiten reconocer ese estado de cosas y lo hacen funcionar como un


mecanismo casi infalible. Luego no queda otra opción que trastornar las categorías,<br />

los conceptos, los ideologemas mismos en que se fundan tanto el orden de cosas a<br />

abolir como la pretensión ingenua de abolirlo sin más, creyendo que la toma del<br />

poder garantiza la transformación de la <strong>real</strong>idad, con el fin de que al menos se hagan<br />

visibles las condiciones del encierro, los barrotes de la jaula, por así decir. Digamos<br />

que en estos autores se dan dos fases: por un lado el momento en que el discurso de la<br />

revolución también pasa por la revolución del discurso, por decirlo con un quiasmo al<br />

más puro estilo Marx, y por otro lado, cuando el discurso de la revolución,<br />

contrastado con la <strong>real</strong>idad de la revolución, se revela huero, retórico en el peor<br />

sentido, se pone todo el énfasis en la segunda parte de la frase, la revolución del<br />

discurso se hace aún más radical o festiva o utópica, si lo prefieres. No olvides que<br />

Jameson atribuía a la “utopía” como género literario, de Thomas More a la ciencia<br />

ficción de nuestros días, la condición de gran reveladora de la <strong>real</strong>idad de una época,<br />

por así decir. Invirtiendo las categorías de la fotografía, podría incluso decirse que la<br />

utopía es el positivo que permite obtener un negativo de la <strong>real</strong>idad mucho más<br />

exacto y veraz que cualquier <strong>real</strong>ismo plano. En esto, te diré que la deriva<br />

revolucionaria de Zizek me interesa de un modo crítico, la veo como una apuesta de<br />

tipo pascaliano (tenemos todo que ganar si pensamos y actuamos así y nada que<br />

perder) más que como algo verificable en el orden de la <strong>real</strong>idad. No se olvide que<br />

para el Ulrich de Musil la forma óptima de entender el mundo pasaba por la idea de<br />

que, si bien éste se presentaba de un modo determinado ante nuestros sentidos e<br />

inteligencia, también podía haberse organizado de otro modo, adoptando otra<br />

configuración menos evidente. <strong>Lo</strong> virtual no como negación de lo <strong>real</strong> sino como<br />

apertura de posibilidades para no quedar enclaustrado en una reducción de lo <strong>real</strong> que<br />

se parezca a una celda de manicomio o de prisión, o a una experiencia de lo <strong>real</strong> que<br />

no se asimile a llevar puesta una camisa de fuerza.<br />

¿Existe en <strong>real</strong>idad la distinción entre <strong>real</strong>idad y ficción? Porque la ficción<br />

forma parte de la <strong>real</strong>idad y, lo más cojonudo, es que la <strong>real</strong>idad forma parte de<br />

la ficción. ¿Cómo entiendes esta paradoja?


¿Quién es más <strong>real</strong>ista Carver o DeLillo? Para los que sostienen una visión no<br />

problemática del <strong>real</strong>ismo, la respuesta será, con toda seguridad, el primero. Para<br />

quienes sostenemos una visión compleja del <strong>real</strong>ismo, sin dudarlo un instante, el<br />

segundo. ¿Por qué? Porque éste incorpora toda la minuciosa descripción material de<br />

la trivialidad cotidiana que hace todo el encanto del otro y además le añade una<br />

representación más abstracta o especulativa sobre las fuerzas que, desde el exterior de<br />

lo visible, determinan, interfieren y mediatizan el espacio mismo de lo cotidiano,<br />

integrando la ficción en todas sus esferas, las más íntimas y las más públicas,<br />

confundiendo esos dos ámbitos hasta extremos alucinógenos, y, al mismo tiempo,<br />

disimulando su presencia efectiva de modo que no se perciban sus maquinaciones en<br />

la sombra. Fuerzas oscuras que intervienen, sin ser notadas, desde la economía, la<br />

política, la tecnología, las imágenes, el inconsciente, la publicidad, etc., y que casi<br />

nunca son visibles en las ficciones de Carver, mientras ocupan un lugar central en la<br />

de DeLillo y también en Pynchon y en Burroughs, aunque mucha gente no lo vea así,<br />

desde luego. Antes de etiquetar las preferencias literarias en función de las modas o<br />

los gustos privados, de tildar incluso de esnobismo intelectual dichas preferencias,<br />

deberíamos ser conscientes de estas cuestiones que van más allá de la estética o la<br />

mera literatura. Por decirlo de otro modo, ¿qué literatura re-presenta mejor la<br />

<strong>real</strong>idad, la que se conforma a la visión corriente o la que escenifica además los<br />

mecanismos por los que esa visión corriente termina implantándose en los cerebros<br />

humanos como ficción necesaria? He ahí todo el problema de la representación<br />

contemporánea.<br />

En el fondo, por proseguir con lo enunciado más arriba, la mayoría de nuestras<br />

categorías se forman por el encierro en un edificio conceptual que alguien construyó<br />

hace mucho tiempo como para recordarlo y luego se olvidó de él e incluso arrojó las<br />

llaves de su puerta principal a un río cualquiera o al mar y se perdieron para siempre.<br />

Esa vivencia claustrofóbica es lo que explica el éxito de toda literatura gótica o<br />

neogótica y del cine de terror, pero también las líneas de fuga trazadas por los relatos<br />

de Cortázar, como decía antes. En mi opinión, este cuerpo de ficciones constituye un


incomparable manual de supervivencia en la compleja vida postmoderna, un viaje<br />

excepcional por los entresijos e intersticios de lo <strong>real</strong> de fines del siglo XX, partiendo<br />

de la base de que aprender a circular en la complejidad supone exponerse a la<br />

intemperie sin protección, entrar en contacto con lo que Derrida llamaba la intensidad<br />

subversiva de la vida y no refugiarse en los viejos valores y en las viejas creencias<br />

para disminuir las amenazas y las perturbaciones. Invitaría a los lectores más<br />

avezados de Cortázar a reinterpretar todas sus ficciones conforme a las pautas con<br />

que describimos la <strong>real</strong>idad postmoderna. Veríamos entonces cómo se reactualizan<br />

estos relatos tan malinterpretados en términos políticos, sociales, nacionales, estéticos<br />

y demás. No es una casualidad que Antonioni, después de su desoladora El desierto<br />

rojo, donde exploraba con pesimismo la incapacidad del cerebro humano para<br />

adaptarse a la <strong>real</strong>idad moderna industrial, eligiera un relato como “Las babas del<br />

diablo” para dar un salto más allá de este marco y plantear todos los dilemas<br />

filosóficos, políticos, culturales y representacionales, aún válidos, a que se enfrenta<br />

en Blow-up en relación con el dominante mundo de la imagen tecnológica (los<br />

simulacros de la publicidad, el cine y la fotografía, pero también la politización de la<br />

imagen y la imagen de la política o, más bien, la reconversión de la política en<br />

política(s) de imagen y política(s) de la imagen). Tampoco es casual que esta película,<br />

en un ejemplo de sintonía intelectual a múltiples bandas, se estrene al mismo tiempo<br />

que Guy Debord publicaba, sin apenas eco, La sociedad del espectáculo.<br />

¿Cómo hacer una obra <strong>real</strong>ista, sería sólo cuestión de retratar fielmente, de<br />

recrear, o desde dónde, en qué manera, abordar nuestro presente -que lleva<br />

impreso nuestro pasado y nuestro futuro- desde la literatura? En tu ensayo<br />

Mímesis y Simulacro abordas esta cuestión, ¿podrías comentarnos un poco cómo,<br />

por qué surge este ensayo?<br />

Para responderte a esto necesito proponerte otro ejemplo extraído de las artes. La<br />

famosa disputa entre los pintores griegos Zeuxis y Parrahsius por ver cuál de los dos<br />

tenía más talento para la “mímesis” de la <strong>real</strong>idad. Zeuxis muestra primero sus cartas:


pinta unas uvas que, dada su perfección, engañan a los pájaros que acuden de<br />

inmediato a picotearlas, descubriendo el engaño. Este es el primer grado de la<br />

mímesis, el que la mayor parte del arte occidental ha venerado hasta hoy: un arte que<br />

engaña a la naturaleza al mimetizar sus signos, pero no engaña al ojo humano.<br />

Parrahsius, divertido con la apuesta de su colega y rival, lo invita a su casa para que<br />

compruebe su talento y le muestra a éste una cortina tras la cual le sugiere que se<br />

encuentra su obra. Sin pensarlo dos veces, Zeuxis se acerca a la cortina y pretende<br />

apartarla para ver la obra oculta hasta el momento en que percibe que su gesto es<br />

inútil. La obra de Parrahsius, con la que éste demuestra su superioridad sobre él como<br />

pintor para imitar la <strong>real</strong>idad, es la propia cortina que Zeuxis creía que se interponía<br />

entre su mirada, engañada, y la pintura de su rival. Este es el segundo grado de la<br />

mímesis, el que representan el barroco, el neobarroco y el postmodernismo: un arte<br />

que engaña al ojo y la inteligencia humanas poniendo en cuestión el marco de<br />

percepción y las categorías de la representación sancionados por la cultura.<br />

Como he dicho ya, mi libro Mímesis y simulacro (subtitulado con malicia, Ensayos<br />

sobre la <strong>real</strong>idad) pretende sintetizar la aportación, más o menos crítica, de la<br />

literatura a la construcción de las versiones de la <strong>real</strong>idad, como las llama Borges, que<br />

cada época histórica ha producido. El propósito final es demostrar que no existe una<br />

única versión de la <strong>real</strong>idad sino que la idea de ésta se modifica con el tiempo en el<br />

seno de cada cultura y del diálogo que ésta establece con aquél, como instancia<br />

fundamental, por la mediación de los escritores, sobre todo, y también de los artistas,<br />

con objeto de proponer una versión de la <strong>real</strong>idad contemporánea que tome en<br />

consideración la influencia determinante de los nuevos medios tecnológicos, las<br />

nuevas prácticas culturales y las nuevas experiencias subjetivas y colectivas que son<br />

propias de nuestro tiempo. No es posible pensar o representar hoy la <strong>real</strong>idad sin<br />

tener en cuenta su dimensión de simulacro asumido, su incorporación de las<br />

estrategias de la simulación en el tejido de lo <strong>real</strong>. De modo que éste aparece<br />

colonizado o contaminado por las formas tecnológicas y culturales, y el inconsciente,<br />

en este sentido, como último reducto de lo privado sacralizado por el sicoanálisis,


participa de un nivel de exhibición pública nunca antes conocido en la historia<br />

humana. <strong>Lo</strong> que lo convierte en una extraña categoría: el consciente colectivo que no<br />

coincide siempre con el individual y que supone una explosiva amalgama de saber y<br />

poder implantado en nuestro cerebro global tecnológico. Todo esto es lo que vuelve<br />

tan excitante la vida en el presente. La sobreexcitación, la efervescencia, la<br />

saturación, son las secuelas de un estado de cosas en permanente estado de<br />

emergencia, que es lo que define la experiencia capitalista en toda su pureza, una<br />

modalidad actual sólo intuida por Marx y sus seguidores. Por eso resulta tan<br />

desolador escuchar a tantas voces reivindicar la fórmula decimonónica de <strong>real</strong>ismo<br />

como aún válida o necesaria. <strong>Lo</strong> único que se expresa con esa afinidad es el miedo no<br />

a la novedad estética, eso sería lo de menos, sino a la nueva <strong>real</strong>idad y a los desafíos<br />

que ésta lanza en permanencia a los creadores desde la multiplicidad de sus instancias<br />

y vistosas apariencias. El consuelo gozoso de algunos, frente a un mundo que parece<br />

incomprensible, o imposible de procesar en su enormidad, de las viejas formas y las<br />

viejas soluciones comunicativas. “Continuidad de los parques” de Cortázar es la<br />

mejor expresión, avant-la-lettre, de este estupor medroso y esta conformidad<br />

conservadora. Toda huida del mundo <strong>real</strong> acarrea, para quien la emprende, más<br />

desgracias y catástrofes que beneficios. Esa es la paradójica filosofía del cuento. Si<br />

no se entiende esto, no se puede entender la deriva radical de Cortázar hasta llegar a<br />

Rayuela pasando por esa experiencia de transición que son <strong>Lo</strong>s premios. Sumergirse<br />

en lo <strong>real</strong>, como ficción, para desactivar la influencia nociva de las ficciones del<br />

poder. No necesito citar a Cervantes, quizá sea suficiente con recordar la novela Noir,<br />

de K. W. Jeter, donde el héroe, un detective del futuro, para huir de la <strong>real</strong>idad de un<br />

mundo totalmente configurado a la medida del capitalismo corporativo, se hace<br />

implantar en los ojos unos dispositivos que le permiten ver la <strong>real</strong>idad en glorioso<br />

blanco y negro, conforme a los estereotipos del cine negro de los años cuarenta…


Hasta aquí, con todo lo que has expuesto, se me ocurre pensar en que nos<br />

manejamos en el vacío, en lo que tiene la capacidad de ser llenado desde cero, es<br />

decir, lo <strong>real</strong>, pura potencialidad. Y que nuestra <strong>real</strong>idad es una <strong>real</strong>idad<br />

múltiple, individual, colectiva, por lo tanto. La <strong>real</strong>idad sería lo que es, me viene<br />

a la mente. En tu libro Providence, abres y cierras de tal manera la Toma 1:<br />

-Podría suceder así, pero también de otro modo. Es sólo el principio.<br />

-El principio, los principios. Uno sólo entre todos los posibles.<br />

Es curioso cómo la <strong>real</strong>idad sólo puede ser una pero podría haber sido<br />

cualquiera. En Providence, en cierto modo, se pone de manifiesto el que la<br />

<strong>real</strong>idad es múltiple pero que todas ellas forman una sola, la que percibimos, la<br />

que percibe cada uno, volviendo así a ser una sola <strong>real</strong>idad. Como curiosidad<br />

personal sobre Providence ¿fue lineal su construcción o partiste de relatos<br />

escritos con anterioridad y los fuiste acoplando? ¿Cómo se gesta la <strong>real</strong>idad de<br />

Providence?<br />

<strong>Lo</strong> has dicho bien. La <strong>real</strong>idad de la novela Providence se gesta por el choque<br />

ontológico entre mi contacto con la <strong>real</strong>idad del espacio toponímico así designado y<br />

la extraña traducción procedente de los relatos de <strong>Lo</strong>vecraft. Las citas de Harman que<br />

hice más arriba serían un perfecto comentario, descubierto después y no antes de<br />

terminar la novela, de mi experiencia al escribir en esa novela en que la <strong>real</strong>idad se<br />

presentaba en planos tan diferenciados que la única forma de organizarlos fue a través<br />

de la ficción. De ahí la aparente fragmentariedad del texto, concebido y ejecutado<br />

como una unidad pero sometido al bombardeo selectivo de sus estructuras por esa<br />

poderosa fuerza que emanaba de la relación directa con el espacio definido por el<br />

topónimo y las distorsiones de unos relatos donde una entidad denominaba Cthulhu<br />

parecía proyectar su maligno poder. En la novela me atrevo a enseñarle una lección a<br />

<strong>Lo</strong>vecraft: esta entidad monstruosa que para él se situaba en un tiempo anterior al


tiempo, en una prehistoria de todas las prehistorias, puede leerse hoy, a la luz de la<br />

situación contemporánea, como la más perfecta caracterización del capitalismo y las<br />

corporaciones adscritas al mismo. Cthulhu encarna así en la novela todo lo<br />

monstruoso e inhumano que hay en el capitalismo. De ese modo, resuelvo un<br />

problema figurativo que parecía imposible para muchos analistas. Qué rostro o qué<br />

forma darle al capitalismo. El vampiro y el muerto viviente podrían definir tanto al<br />

sujeto capitalista como al sujeto del consumo, lo sabemos desde Marx y Deleuze.<br />

Pero son imágenes incompletas. La imagen total del capitalismo se refleja en el<br />

Cthulhu de <strong>Lo</strong>vecraft. Esta es la ambición de Providence como novela. Transformar<br />

este ideario que es también un imaginario en materia novelesca de primer nivel, en<br />

ficción de ficciones, puesto que el capitalismo no sabe funcionar sin fabricar<br />

innumerables ficciones que vende a sus súbditos como sucedáneo de una genuina<br />

visión del mundo.<br />

En ese sentido, la novela tiene muchos principios y varios finales, como se dice en<br />

efecto en la Toma 1 como advertencia sobre el modo de lectura a adoptar para poder<br />

transitar por el texto. Como decía Brian McHale, lo postmoderno es sobre todo una<br />

categoría de la lectura. Una forma de leer la literatura y, por ende, la <strong>real</strong>idad.<br />

Mientras no se entienda esto se seguirá interpretando mal toda obra que se defina<br />

como tal. Es un problema de lectura no saber entender los fragmentos de otro modo<br />

que como partes desconectadas de una <strong>real</strong>idad y no, como decía Deleuze, como<br />

partes de un todo en construcción. Hay una nueva lógica del sentido formulada en mi<br />

novela en relación con la <strong>real</strong>idad de nuestro tiempo. El lector que no entiende esto y<br />

le aplica categorías convencionales, las aristotélicas que aún dominan la mayor parte<br />

del discurso crítico, no es que no entienda nada, es que entiende mal, y toma los<br />

signos de la novela por lo contrario de lo que son. La pornografía, la saturación de<br />

sexo, las tramas sin solución de continuidad, los finales abiertos, las contradicciones<br />

o los excesos y las exageraciones de todo tipo son un medio de permanecer fiel a la<br />

<strong>real</strong>idad del siglo XXI, la nuestra, la que vivimos a diario, mucho más <strong>real</strong>ista que la<br />

que aparece en tantas novelas trabadas y apegadas a la experiencia consensuada.<br />

Como decía hace poco una crítica francesa cuando sentenciaba que Providence es “la


tentativa más lograda de decir nuestra experiencia contemporánea”. En suma, me<br />

niego a asumir que la literatura tenga que ser sólo literatura. Existe una función<br />

trascendente del arte, una función relacionada con el pensamiento y la ficción en su<br />

trato con el mundo, que es lo que más me interesa. “El más allá de la literatura, o<br />

nada”, como decía Mallarmé. La literatura como máquina de guerra contra el orden<br />

del mundo y, antes que nada, contra sí misma.<br />

Imagino que cada texto que escribes es una indagación nueva, una forma de<br />

explorar, ¿con cuál o cuáles de tus libros has sentido que te cambió la forma de<br />

ver la vida?<br />

Es más bien al contrario. Cada vez que ha cambiado mi perspectiva sobre la <strong>real</strong>idad<br />

y la vida me he visto obligado a traducir esa mutación en una forma distinta. Quizá<br />

con La vuelta al mundo, que escribí en 1998, logré consumar mi nueva visión del<br />

mundo, que pasaba por la tecnología, la experiencia promiscua de la multitud y las<br />

líneas de fuga de los individuos. En cierto modo, me adelanté a los planteamientos de<br />

Negri y Hardt desde la ficción, apostando por la monstruosidad de la experiencia del<br />

individuo y la colectividad en un horizonte definido por las coordenadas del<br />

capitalismo neoliberal, sin otra utopía posible que la que cada uno podía construir en<br />

la inmanencia de sus vidas, viviendo hasta el límite la nueva condición del sujeto<br />

definido por tales coordenadas, explorando a fondo la abyección que va aneja al<br />

sujeto del consumo en el reino de las mercancías y los flujos financieros. Una<br />

situación bastante compleja, por todo lo que implica y nos implica, que entiendo<br />

mejor cuando la escribo en formato de ficción narrativa, pero también cuando la<br />

reflejo en paradojas de sentido como ésta: la pornografía existe como industria<br />

especializada para hacernos olvidar que es todo el sistema en que desarrollamos<br />

nuestras vidas y exploramos con nuestros cuerpos el que se ha vuelto pornográfico.<br />

La plusvalía que el sistema extrae de nosotros mediante nuestra complicidad con su<br />

funcionamiento, como en Matrix, hace que sea ese mismo sistema el que esté<br />

fundado en la más pura corrupción. <strong>Lo</strong>s corruptos juzgados y encarcelados sólo


sirven para encubrir esta verdad intolerable del sistema. A partir de esto, llegar a<br />

Providence o La fiesta del asno fue un camino difícil en lo formal y en el lenguaje<br />

pero no en lo intelectual. Mi poética estaba definida a partir de estas experiencias de<br />

lo que Agamben denomina “la nueva humanidad”, la humanidad redefinida por el<br />

consumo, la tecnología y la publicidad.<br />

Saliéndonos ya del tema: ¿Crítico o novelista? ¿Dónde nadas más cómodo?<br />

Van juntos, el teórico y el fabulador conviven en mi cabeza y se retroalimentan, como<br />

he dicho ya varias veces, de modo que mis ficciones saltan en el trampolín de la<br />

teoría para hacer sus piruetas y cabriolas en el aire antes de caer en la piscina. Fíjate,<br />

adelantándote algo sobre mi nueva novela, ahora mismo, en una situación como la<br />

actual, de crisis y falta de expectativas, de desnudamiento del sistema y vaciado de<br />

las ideologías que lo sostenían, me he atrevido no, como piensan los izquierdistas<br />

ingenuos, a volver al plano inmediato de la <strong>real</strong>idad más pedestre, sino a aprovechar<br />

la ocasión desde la literatura para tomarme con la <strong>real</strong>idad más cruda todas las<br />

licencias y las libertades que el sistema financiero se ha tomado, imitar el grado de<br />

especulación y desvergüenza económica en los procedimientos de ficción para lograr<br />

una novela que sea no sólo un corte de mangas, dimensión vengativa de la ficción<br />

que no desdeñaría, sino también una propuesta de actitud ética. Rabelais no vivió<br />

mejores tiempos que nosotros y, sin embargo, en su estética narrativa no permitió<br />

nunca que se infiltrara el demonio de la depresión. <strong>Lo</strong> peor no es la crisis, en este<br />

sentido, ni los desmanes, lo peor de todo es la voluntad del sistema de que los<br />

ciudadanos del siglo XXI interioricemos la depresión, la hagamos carne de nuestra<br />

carne, para así tenernos a su merced, más controlados y domesticados que nunca. En<br />

mi nueva novela, me sublevo contra este estado de crisis espiritual apostando aún<br />

más por el humor y la libertad imaginativa para evitar la victoria del sistema con la<br />

depresión generada por la crisis que se hace anímica y endógama. Así que mi idea de<br />

Mímesis, como ves, no implica sólo una fotografía de la Puerta del Sol con los<br />

indignados tomando el sol sin saber muy bien qué hacer con esa energía derrochada


en balde mientras los mercados siguen mangoneando como siempre, sino una<br />

aventura en las posibilidades que la narrativa podría encontrar si tratara la <strong>real</strong>idad<br />

con <strong>real</strong>ismo, esto es, con el mismo descaro con que los mercados financieros tratan<br />

el dinero. Sin ningún respeto. No nos equivoquemos. Para el capitalismo nada es más<br />

gratificante que producir las obras del buen monaguillo izquierdista. Así nunca será<br />

descubierto, expuesto al desnudo ante la opinión pública. Céline contra Gorki, si lo<br />

prefieres, Martín Santos contra el <strong>real</strong>ismo social. Al <strong>real</strong>ismo capitalista hay que<br />

contestarle con otras armas más poderosas pero en su mismo terreno. El campo de<br />

batalla sigue siendo la representación de la <strong>real</strong>idad, el mapa mental que nos hacemos<br />

de ella. Pero flaco favor le hacen esos novelistas o artistas que se postulan ante la<br />

<strong>real</strong>idad desde una actitud cómplice con la visión de las cosas que emana del mito de<br />

“la caverna de Platón”. Es cierto que lo hacen para señalar la condición de simulacro<br />

de la <strong>real</strong>idad del capitalismo, pero el problema es que, al situarse en una actitud<br />

militante, llegan a tomar ese mito por una <strong>real</strong>idad y olvidan que si hay algo que la<br />

experiencia de este último siglo nos ha probado hasta la saciedad, con el<br />

existencialismo como uno de sus momentos culminantes, para bien y para mal, es que<br />

“la caverna de Platón” es otro simulacro construido para preservar, con todo, una<br />

determinada idea de la <strong>real</strong>idad. Un mito fundacional más que un mito crítico.<br />

Cualquier actitud <strong>real</strong>ista no sólo ha de ser iconoclasta sino también mitoclasta,<br />

partiendo de la convicción de que detrás de las imágenes, los simulacros y los mitos<br />

no hay ninguna <strong>real</strong>idad que recuperar. No hay nada que salvar. Nuestra experiencia<br />

del mundo contemporáneo consiste, precisamente, en ese procesamiento infinito de<br />

las imágenes y simulacros sin trascendencia que constituyen la integridad de sus<br />

estructuras. <strong>Lo</strong> que pasa es que unos simulacros son más perniciosos o engañosos que<br />

otros. Y esa es toda la diferencia. Pero no menos perniciosa es la creencia de que<br />

existe, en alguna parte o en otro mundo, al menos un reducto de autenticidad, sostén<br />

del mito platónico y de una cierta ideología de una izquierda bastante ingenua, que la<br />

creencia en la <strong>real</strong>idad de todos los simulacros que el mecanismo de la “caverna”<br />

proyecta para sus esclavizados habitantes, sustrato de la alienación al capitalismo<br />

denunciada por la posición idealista anterior.


Una pregunta que siempre hago por ser pilar de esta revista y que a este paso<br />

acabaré haciendo antología sobre el tema ¿qué es para ti lo maldito?<br />

<strong>Lo</strong> maldito es todo lo que una sociedad dada considera peligroso o ajeno a sus valores<br />

fundacionales. En el sistema capitalista, lo maldito es todo lo que no suscribe el<br />

régimen de mezquindad y precarización dominante. Esto es, la apuesta por la<br />

exuberancia y el derroche en todos los ámbitos de la vida y el pensamiento, todo lo<br />

que se gasta y se desgasta sin esperar rentabilizar algún día ese desbordamiento y ese<br />

gasto. <strong>Lo</strong> gratuito, el don, el intercambio no interesado, la generosidad sin límites,<br />

etc. Aunque muchas veces, frente a los desmanes del sistema y los desmanes de sus<br />

agentes y gestores, me dan ganas de proclamar la inmoralidad y el cinismo como<br />

única respuesta cívica a todo esto. En cierto modo, este mensaje sería considerado<br />

maldito o inaceptable, si lo prefieres, por una cultura que funciona de modo hipócrita,<br />

proscribiendo ciertas formas de pensar o de expresarse. Nada le gusta más a los<br />

garantes del sistema que tener en la más alta estima la moralidad de los ciudadanos,<br />

toda una cultura entregada a producirla como efecto beneficioso, mientras encubren<br />

la corrupción y la inmoralidad de fondo del propio funcionamiento del sistema en el<br />

que participan. Es irónico, de todos modos, el hecho de que todos esos delincuentes a<br />

los que por error llamamos banqueros y especuladores sean considerados en general,<br />

con las excepciones de rigor, unos buenos padres de familia, maridos responsables,<br />

ciudadanos ejemplares, hombres creyentes incluso, etc. No es casual, aunque sí<br />

paradójico, ¿verdad?...<br />

Finalizando, y sobre el número anterior, El teatro, pero que trae aquí la mímesis<br />

y la <strong>real</strong>idad, ¿en qué plano lo situarías, puede ser el teatro más fiel a la <strong>real</strong>idad<br />

que la literatura? Pensando yo que es un escalón más en la mímesis pues es<br />

literatura representada.<br />

Con todos mis respetos a Aristóteles, Brecht y Shakespeare, la cumbre de la mímesis<br />

está en la novela. Ten en cuenta que sólo la novela es capaz de desarrollar discursos


contradictorios en su propio seno e integrarlos en un dispositivo que puede también<br />

cuestionar su propio fundamento, gracias a los múltiples niveles de figuración en los<br />

que se mueve el código novelesco. Por demostrarte esta tesis con un argumento<br />

incuestionable: ¿Existe alguna obra de teatro del siglo XVI o XVII, me da igual si<br />

piensas en <strong>Lo</strong>pe o en Shakespeare, en Moliére o en Calderón, que supere al Quijote<br />

en poder de representación y cuestionamiento lúdico de ese mismo poder? Cervantes<br />

pervierte a Aristóteles, quizá sin saberlo del todo, al jugar todos los planos de la<br />

<strong>real</strong>idad unos contra otros en su propio discurso narrativo. Y así ha sido desde<br />

entonces en todos los novelistas dignos de llamarse tales. Si me permites un último<br />

apunte, te diré que la materialidad ligada al teatro (y también al cine, aunque no sea el<br />

tema), la pesada maquinaria y la mística de la presencia física, de la dimensión<br />

tangible de la representación, constituyen un lastre para el vuelo imaginativo y<br />

limitan el alcance de cualquier obra, ya sea Madre Coraje, Hamlet o La vida es sueño.<br />

En eso, entre otras cosas, radica el fracaso de Artaud y el teatro de la crueldad. En la<br />

imposibilidad de que el teatro esté a la altura de sí mismo y pueda explorar su vínculo<br />

con las pulsiones dionisíacas que le dieron origen con el fin de exorcizarlas. En el<br />

caso de mi querido Artaud se trataba de extraerlas del cuerpo en que permanecían<br />

adormiladas tras siglos de cristianismo y casi un siglo de teatro culinario burgués<br />

(como es sabido, con el cine le pasó lo mismo). El teatro, desde la Edad Media hasta<br />

Brecht al menos, vive de la ilusión de que habla a una colectividad. La novela triunfa<br />

en su diálogo con el individuo. Como no sé privarme de nada, te diré que las obras<br />

que asumen esos condicionamientos y les dan la vuelta para ponerlos en su beneficio,<br />

pienso en Bob Wilson o en Tadeusz Kantor, dos dramaturgos por los que siento una<br />

inmensa admiración, no tienen nada que envidiar a ninguna novela lograda.


RESEÑAS<br />

Este jilguero agenda, Sara Mesa<br />

Devenir, 2007.<br />

Cuando uno ya lleva un cierto bagaje considerable de lecturas a sus espaldas, se da<br />

cuenta que hay ciertos motores de la escritura, ciertos sentimientos que son los que<br />

impregnan un determinado tipo de libros, que son el chispazo y savia de tal literatura,<br />

y el autor del libro con sus ropajes cubre ese sentimiento y le da forma. En Este<br />

jilguero agenda, Sara Mesa, cubre al desencanto con su literatura siempre cuidada y<br />

siempre fuerte, siempre sincera, siempre poética. El desencanto es el tronco de este<br />

árbol que es este poemario. Y la vez, las ganas de salir de él, del desencanto. El<br />

poemario descubre pronto esta dualidad en el poema TESIS, ANTÍTESIS: En este<br />

lodazal,/ en esta ciénaga nocturna y solitaria,/ están mis piernas presas./ [...]/ Este<br />

barrizal empantanado/ es una cárcel para mí./ [...]/ Soy libre y poderosa./ El<br />

universo se extiende para mí./ No hay vínculo que me sujete al suelo/ salvo mi<br />

voluntad./ [...]/ Todo me pertenece. Puedo modificarlo/ y rehacerlo a mi antojo./ [...]/<br />

Si mi piel no me miente/ estoy atada./ Si mis uñas son fértiles/ aún hay esperanza.<br />

Acompañando al desencanto están la extrañeza (como una extranjería en cualquier<br />

lugar incluso el propio) y la incomprensión. Nos lo muestra en SÍSIFO: La ciudad<br />

desolada/ hoy no susurra nada en mis oídos./ [...]/ La ciudad ya no me ofrece cosa<br />

alguna/ no me dice ni una sola palabra; en SOY ÁRBOL SIN RAÍCES: Pasé días<br />

extraviada/ en el miedo infinito./ No sabía cómo hablar/ a los demás. Temía/ sus<br />

respuestas; y en INTROSPECCIÓN: Diagnostico una gran confusión,/ un desorden<br />

de materiales inclasificables. / [...]/ Yo no me reconozco en este caos; y ya como<br />

último ejemplo en TANTO HABLAR POR MI BOCA ACECHANDO AL<br />

SILENCIO: Y al final he llegado a una torre de babel sin sentido./ [...]/ Estoy<br />

perdida/ en este laberinto de palabras./ [...]/ Soy extrajera en esta tierra. De este<br />

desencanto, esta extrañeza, esta incomprensión, viene a dar a luz la vía de escape:<br />

crear una propia <strong>real</strong>idad a través del lenguaje, mediante la palabra. Esto nos los


cuenta verso a verso, nos lleva a las profundidades y nos dice cómo salir de ellas.<br />

Este jilguero agenda nos da la mano, la cogemos, y nos guía por los senderos que<br />

llevan a la raíz de las desilusiones. Una vez allí, sabemos el camino de vuelta, que<br />

siempre será el mismo camino que el de ida pero con distinto nombre, el que nosotros<br />

le pongamos. Denle la mano, déjense llevar. Gran poemario.


Ø, Claudia Apablaza<br />

Novela inédita pendiente de publicación (Título provisional)<br />

A esta nueva novela de Claudia Apablaza la subtitularía Metamorfosis. Empiezo la<br />

reseña diciendo que tras acabarla me dejó como si me hubieran dado tres palizas<br />

seguidas. Y eso para mí, en el arte, es lo mejor que hay, porque es que como si te<br />

reestructura por completo. ¿Quieres ser Walter Benjamin, Chile, Pessoa, Sylvia Plath<br />

y Ted Hughes, una Bella Durmiente que nada más renacer siente que no soportará la<br />

vida? ¿Quieres ser humo, aire, la vida entera, el amor? ¿Quieres saber lo que es el<br />

amor, el jodido amor, madre, padre? Con tintes a ratos de relato de terror psicológico<br />

por los sentimientos inesperados que uno se encuentra, es una novela sin fronteras<br />

entre el mundo vivido y el mundo leído y el mundo soñado y entre todos los mundos,<br />

donde cae el telón que antes separaba la <strong>real</strong>idad de la ficción. Es una novela<br />

paranoica, absolutamente paranoica, cambiante, no sabes nunca si subes o bajas, se<br />

pierde el norte, no existen brújulas donde manejarse en ese espacio que queda entre la<br />

emoción y la razón, ahí habita esta novela, entre las aguas turbias de la necesidad y el<br />

deseo y la frustración. Esta novela es emoción en estado salvaje, desbocado,<br />

sinceramente contradictoria, los textos se manejan siempre entre dos mundos que no<br />

se pueden mezclar y sin embargo se mezclan. La novela es un sí que a su vez es un<br />

no. Te golpea a la vez en la razón y en la emoción, en las ideas y en los sentimientos,<br />

te desubica por completo. El amor como telón de fondo, la paranoia y las<br />

metamorfosis como hilo conductor, las emociones a sus anchas paseándose por lo<br />

posible, por lo imposible, por lo deseado, por lo no obtenido, por los miedos, por el<br />

miedo al miedo, por el lado más sincero de las personas que es ese que suele estar a<br />

oscuras en nuestras mentes, y que cuando sale, así, disparado, todo estalla. Sus textos<br />

son desquiciados, obsesionados, catárticos, liberadores, son un grito de socorro y<br />

angustiado que en cualquier momento, de repente, te hacen sonreír o temblar o te dan<br />

deseos de llamar a tu familia si está lejos y decirles, estoy bien, estoy mal, estoy todo<br />

a la vez, madre, padre. En esta novela Claudia Apablaza logra unir al todo con la nada<br />

sin que uno se percate del salto. Hay tal desesperación de amar entre sus frases que


no se sabe si es goce o tortura no conseguir lo deseado. Todo está infectado de un<br />

sentimiento trágico y derruido, dijo el amor. A veces uno quiere ver a David Lynch<br />

en esta manera de narrar, pero Claudia tiene su propio sello, en ningún momento<br />

sabemos dónde estamos, si en un sueño, si en un relato soñado, si en un pensamiento<br />

que está soñando. Todo es uno y lo mismo en esta novela. La historia, por supuesto,<br />

acaba en el vacío, en el silencio, ese que hay cuando todo es posible. Chapó por este<br />

trabajo y feliz viaje al conjunto vacío.


Still life, Juan Vico<br />

Universidad Autónoma de Barcelona, 2011.<br />

Al leer este poemario he recordado a un viejo amigo mío, yo le decía que era como<br />

un dios de las pequeñas cosas. Él tenía conocimientos de las cosas más<br />

insospechadas, de todas esas cosas que habitan nuestros hogares y nuestras calles,<br />

pequeñas cosas que nos rodean, pensaría uno sin importancia, pero que cada una tenía<br />

dentro sí todo un proceso y una historia que muy pocos conocemos -otro día<br />

comentaremos sobre estas pequeñas cosas-. Al leer este poemario he encontrado a la<br />

versión poética de mi amigo. En Still life, de Juan Vico, nace la poesía en esos<br />

momentos en que uno pasea por su casa, recién despertado, y está haciéndose un café,<br />

embebido de grandes cosas pequeñas que sólo hay que mirarlas, un instante, y dejar<br />

que nos absorban con su historia y con la nuestra. Saca los sentimientos al mirar tras<br />

la ventana, a leer un diario, al posar un cenicero, de las tazas terminadas, las cortinas,<br />

los bolsillos, tanta muerte en los bolsillos, de los dientes, del tabique interrogado por<br />

la marca/ de una minúscula mordedura, de las ventanas ciegas/ como alfileres, del<br />

mandato de la lámpara apagada./ De los cuatro ceros parpadeantes del despertador.<br />

Sus versos se cargan de imágenes, cotidianas, sí, pero que le hacen a uno salir de su<br />

hogar y de su vida desde el denominador común, por ejemplo, de una uña cortada: La<br />

luna misma, vieja puta, nuestra sucia guillotina/ siempre a punto de caer como una<br />

uña cortada. A mí además, me ha influenciado muchísimo la lectura el haber tenido<br />

la ocasión de verle y oírle recitar en persona antes de leer su poesía tirado en mi sofá.<br />

En <strong>real</strong>idad este poemario me lo ha ido recitando Juan Vico mientras yo pasaba las<br />

hojas, y su tono de lectura, quien no haya tenido ocasión de escucharlo, que no la<br />

pierda, su voz es en sí un poema (de los oscuros, de los de whisky y tabaco negro). Y<br />

el poemario, por supuesto, termina como inyecta su poesía, desde lo breve, lo<br />

cercano, lo que emana de lo que nos rodea: La luna tiembla/ en el retrovisor,/ de<br />

vuelta a casa. No le pierdan la pista a este poeta: es fácil, miren en torno suya, su<br />

poesía les rodea.


COLABORADORES<br />

José Angel Barrueco (Zamora). Ha<br />

publicado las novelas Recuerdos de un cine<br />

de barrio (1999; reedición en 2009),<br />

Monólogo de un canalla (2002), Te<br />

escribiré una novela (por entregas en un<br />

periódico, 2003; próximamente en forma<br />

de libro, 2012), Asco (2011) y Vivir y<br />

morir en Lavapiés (2011), la obra de teatro<br />

Vengo de matar a un hombre (2004), el<br />

libro de microrrelatos El hilo de la ficción<br />

(2004), el poemario No hay camino al<br />

paraíso (2009), junto a Javier Das, y la<br />

selección de textos (artículos, cuentos y<br />

poemas) de Para esas noches de insomnio<br />

(2009). En 2012 publicará la novela<br />

Angustia y el poemario <strong>Lo</strong>s viajeros de la<br />

noche. Aparece en numerosas antologías y<br />

ha coordinado, además, los libros Palabras<br />

para Cervantes (2005) y Viscerales (2011;<br />

éste último junto a Mario Crespo). Blog:<br />

http://thekankel.blogspot.com/<br />

Federico Fernández Giordano es<br />

escritor, ensayista y músico. En 2008 ganó<br />

el V Premio Minotauro de Literatura<br />

Fantástica con su segunda novela, "El libro<br />

de Nobac". Ha sido crítico literario, crítico<br />

musical o articulista para diversos medios,<br />

argumentista de cine, comentarista de radio,<br />

así como compositor y guitarrista al frente<br />

del grupo de blues-rock Free Fall Man.


Vicente Luis Mora (Córdoba, España, 1970) es<br />

Doctor en Literatura Española Contemporánea y ejerce<br />

la crítica en su blog Diario de Lecturas<br />

(http://vicenteluismora.blogspot.com) y en revistas<br />

como Ínsula, Quimera, Mercurio, Clarín, Siglo XXI,<br />

Cuadernos del Sur y varios medios digitales. Ha<br />

publicado la novela Alba Cromm (Seix Barral, 2010),<br />

el libro de relatos Subterráneos (DVD, 2006, premio<br />

Andalucía Joven de Narrativa 2005), la novela en<br />

marcha Circular 07. Las afueras (Berenice, 2007), y los<br />

ensayos Singularidades. Ética y poética de la literatura<br />

española actual (Bartleby, 2006), Pangea. Internet,<br />

blogs y comunicación en un mundo nuevo (Fundación<br />

José Manuel Lara, 2006), La luz nueva. Singularidades<br />

de la narrativa española actual (Berenice, 2007), y<br />

Pasadizos. Espacios simbólicos entre arte y literatura (I<br />

Premio Málaga de Ensayo, Páginas de Espuma, 2008).<br />

También ha publicado Quimera 322 (2010),<br />

inclasificable proyecto sobre la falsificación literaria<br />

desde la teoría y la práctica, a través de 22 seudónimos,<br />

que apareció como nº 322 de la revista Quimera. Sus<br />

últimos poemarios hasta el momento son Nova (Pre-<br />

Textos, 2003), Construcción (Pre-Textos, 2005) y<br />

Tiempo (Pre-Textos, 2009).<br />

Kepa Murua es uno de los grandes poetas en<br />

lengua castellana de las últimas décadas. Desde aquel<br />

lejano, Abstemio de honores, publicado en 1990,<br />

hasta sus más recientes lanzamientos, el monumental<br />

Poesía sola, pura premonición, de 2010, y El gato<br />

negro del amor, de 2011, el poeta guipuzcoano ha<br />

firmado casi veinte libros, prácticamente todos<br />

durante la década pasada. A lo largo de esta fructífera<br />

etapa, la escritura al límite y sin concesiones, la<br />

apuesta por la modernidad de Kepa Murua, nos ha<br />

regalado títulos como Siempre conté diez y nunca<br />

apareciste (1999), Cavando la tierra con tus sueños<br />

(2000), Un lugar por nosotros (2000), Cardiolemas<br />

(2002), La poesía y tú (2003) o Las manos en alto<br />

(2004). Una escritura más tierna y reflexiva, pero no<br />

menos moderna, llegó en 2008 con No es nada, que<br />

demostraba la búsqueda constante y la libertad<br />

absoluta de este autor que algunos tildan de<br />

inclasificable. No debemos olvidar, en esta apretada<br />

presentación, su aplaudida incursión en el ensayo o<br />

las excelentes obras en colaboración con fotógrafos,<br />

músicos y pintores. Kepa Murua nació en 1962 y<br />

reside desde hace muchos años en Vitoria.


Álex Chico (Plasencia, 1980). Licenciado en<br />

filología hispánica por la Universidad de Salamanca,<br />

obtuvo el Diploma de Estudios Avanzados de literatura<br />

en la Universidad de Granada. Actualmente prepara<br />

una tesis sobre la obra de José Antonio Gabriel y Galán<br />

para la Universidad de Barcelona. Es profesor de<br />

lengua y literatura en un instituto de El Prat<br />

(Barcelona). Ha publicado el poemario La tristeza del<br />

eco (Editora Regional de Extremadura, Mérida, 2008),<br />

y las plaquettes Escritura (en la colección 3x3, Editora<br />

Regional de Extremadura, Mérida, 2010), Nuevo<br />

alzado de la ruina (Vebo Blues Ediciones, Salamanca,<br />

2005) y Las esquinas del mar (Vitolas del Anaïs,<br />

Granada, 2004). Ha ejercido la crítica literaria en<br />

diversos medios (Ínsula, Trazos, Imprescindibles de<br />

RTVE, Falsirena, Calidoscopio, Revista de Letras, La<br />

prensa de Zamora, El Adelanto, entre otros) y<br />

publicado sus poemas en diferentes revistas y editoriales (Papers de Versàlia, Barcelona Review,<br />

Paralelo Sur, Letra Clara, Contra Tiempo, Papel Salmón, La plaza humana, Nadadora). Fue<br />

antologado en el libro Poesía en La Tertulia, Vitola de vitolas (Cuadernos del Vigía, Granada, 2003),<br />

en Brindis 00 (Homenaje a Javier Egea) y en el catálogo de la exposición Paisatges estranyats<br />

(Universitat de Barcelona, abril de 2010). Codirige, junto con Sergio Sastre, la Revista de<br />

Humanidades Kafka, así como la programación literaria de La Cigale de Barcelona. Su blog es:<br />

http://www.iselca.blogspot.com/<br />

Andrea Zecca. Nacido en Ancona (Italia)<br />

en 1985. Después de formarse como Técnico<br />

Químico, y teniendo ganas de visitar otros<br />

lugares, se matricula en la Universidad de<br />

Bologna en el 2004 para estudiar<br />

Biotecnología. En el 2008, para seguir<br />

trabajando como Biólogo, se desplaza hasta<br />

Alemania por un año y en septiembre del<br />

2010, se encamina hacia Barcelona donde<br />

actualmente se prepara para doctorarse.<br />

Escribe poesías y relatos desde pequeño<br />

participando en varios concursos literarios. Y<br />

así, entre experimentos y cervezas, intentar<br />

seguir escribiendo.<br />

Droga Disto. Individuo que prefiere permanecer en el anonimato, imaginamos las<br />

razones, pero mantenemos silencio. Al fin y al cabo, lo que cuenta es su poesía.


Yago Partal. Fotógrafo. Tras cursar<br />

estudios de Bellas Artes en Barcelona,<br />

especializándose en la rama de Imagen,<br />

Yago Partal emprende un proyecto junto a<br />

Manel Soto creando un estudio de imagen<br />

que durante seis años les llevará a trabajar<br />

para marcas y empresas como Filmax,<br />

Chesterfield International, el Festival de<br />

Cine Fantástico y de Terror de Sitges,<br />

Canal + o diversos trabajos editoriales para<br />

marcas de moda, a la par que se sumergían<br />

en un entorno mas artístico con varias<br />

exposiciones de proyectos con carácter<br />

mas personal.<br />

Tras este período decide alejarse del sector<br />

del diseño y la ilustración para centrarse en<br />

solitario en la fotografía. Además de<br />

trabajar como profesor de foto para la<br />

escuela Iki Make Up del maquillador<br />

Giann Franco Auditore, crea su propio<br />

estudio <strong>real</strong>izando trabajos para moda,<br />

series de ámbito personal y entra a formar<br />

parte del equipo de la empresa de efectos especiales DDT (Oscar por “El Laberinto del Fauno”)<br />

como creativo en retoque fotográfico y digital, <strong>real</strong>izando diseños previos de efectos especiales<br />

para películas como “La Piel que Habito” de Pedro Almodóvar o “Impossible” de J. A. Bayona.<br />

Actualmente, a la edad de 29 años, continua su labor en DDT y trabajos editoriales, a la par que<br />

<strong>real</strong>iza diversas series fotográficas conceptuales de carácter mas personal.<br />

Aurora Martín. Si bien es cierto que mi<br />

introducción a la fotografía, a mis18 años, fue<br />

puramente casual, desde el primer momento tuve claro<br />

que era eso a lo que quería dedicarme de forma<br />

profesional, que era la fotografía lo que me llenaba de<br />

verdad. Fue entonces cuando mi vida hizo un giro de<br />

180 grados, y es que con la fotografía empezó a<br />

desarrollarse una cosa todavía por descubrir... mi<br />

faceta más expresiva, sentimental y melancólica. Poco<br />

a poco empecé a entender que, no tan sólo las cosas<br />

materiales y tangibles, sino los hechos, los<br />

pensamientos y la vida en general también podían ser<br />

presos de diferentes puntos de vista, de diferentes<br />

ángulos, diferentes enfoques...


Marta Fernández Clemente nació en Madrid,<br />

pero es marinera de puerto en puerto. Licenciada en<br />

Ciencias Ambientales y estudiando el mar ahora en<br />

Barcelona. Fotógrafa de alma, alma de fotógrafa, su<br />

cámara se ha convertido en compañera de la vida. Ha<br />

retratado sus viajes por mar y por desierto, lugares y sobre<br />

todo sus gentes, haciendo especial hincapié en el conflicto<br />

del Pueblo Saharaui. Aquí puedes verlo:<br />

http://www.flickr.com/photos/37348468@N03/<br />

Ludovica Bastianini es Licenciada en la Facultad de<br />

Conservación del Patrimonio Artístico, <strong>real</strong>izó los Cursos de<br />

Dibujo y de Ilustración en la Escuela Comix de Nápoles y<br />

publicó con las Editoriales "L'isola dei ragazzi" y "Larcher<br />

editore", además fue premiada en el Concurso Fotográfico<br />

"Cucu tete", sobre la relación entre la ciudad y los niños. Ahora<br />

estudia la especialización universitaria de Historia del Arte<br />

Contemporáneo en la Universidad Suor Orsola Benincasa de<br />

Nápoles, participando también en el Curso Profesional de<br />

Fotografía de Autor en el Instituto Idep de Barcelona. Parte de<br />

sus obras pueden ser vistas aquí:<br />

http://www.ludovicabastianini.com/Home.html<br />

Javiera Gaete Nació en Santiago de Chile,<br />

1980. En el año 2000 entró a estudiar Artes<br />

Visuales en la Universidad UNIACC, en<br />

Santiago de Chile. El 2001 se trasladó a Dresden<br />

(Alemania) donde continuó con clases de<br />

grabado en el taller Ober Licht. A partir del 2002<br />

retomó sus estudios universitarios de Bellas<br />

Artes, licenciándose el 2007 en la Universidad<br />

de Barcelona y titulándose del Máster de<br />

Historia del Arte en la misma Universidad. En el<br />

año 2006 recibe el premio Donne Impresa en el<br />

concurso de artes visuales celebrado por la<br />

organización Confartigianato (Boloña, Italia). El 2004 participa en el concurso de impresión sobre<br />

papel japón que se <strong>real</strong>iza en la Facultad de Bellas Artes y queda en la tercera posición. Ha<br />

participado en diversas exposiciones colectivas, entre ellas destacan Spazio Privato (Italia, 2006),<br />

En Mig la Vida (Valencia, 2009), en la biblioteca de la Facultad de Bellas Artes de Barcelona y en la<br />

de Valencia, con el proyecto Libro/Arte abierto (2011). Ha colaborado en la Revista de<br />

Humanidades Kafka (Nº 7, 2010) y en Lamono Digital (2011). Actualmente reside en Barcelona,<br />

participa en proyectos artísticos vinculados a la Universidad de Barcelona, en el taller de pintura de<br />

María Helguera, en el colectivo Virtual Room y <strong>real</strong>izando trabajos de diseño gráfico.


Jalón de Aquiles. Nacido en Barcelona... un 31<br />

de julio de 1982.<br />

Prematuramente destaco su interés por el Color.<br />

Tras finalizar sus estudios básicos, sabia bien cual era<br />

el camino a seguir, así tuvo lugar su entrada en una<br />

escuela de arte, allí transcurrieron cinco años de su<br />

vida, durante los cuales sus creaciones adquirieron<br />

personalidad propia.<br />

Con un estilo pictórico influenciado mayormente por<br />

el sur<strong>real</strong>ismo el modernismo y el impresionismo, sus<br />

obras muestran mundos fantásticos y situaciones<br />

cotidianas. El color es el protagonista en sus obras, lo<br />

cual hace que haya gran variedad de temas. La música<br />

es uno de los principales factores de inspiración en su<br />

obra.<br />

Hoy en día con exposiciones varias, profesor de<br />

pintura, diseñador, ilustrador y muralista urbano<br />

persiste su pasión por la pintura...<br />

Juan Francisco Ferré Escritor y<br />

crítico literario. Es Doctor en Filología<br />

Hispánica. Entre 2005 y 2011 ha ejercido<br />

como profesor invitado e investigador en<br />

la Universidad de Brown, impartiendo<br />

clases de narrativa, cine y literatura<br />

española e hispanoamericana. Ha<br />

colaborado con relatos y artículos en<br />

medios como Letra Internacional, Letras<br />

Libres, Hueso Húmero, Diario Sur, Turia,<br />

The Barcelona Review, Lateral, La<br />

Vanguardia, Quimera o Eñe. Es autor de<br />

las antologías "El Quijote. Instrucciones<br />

de uso" (2005) y "Mutantes" (2007, en<br />

colaboración con Julio Ortega). Ha<br />

publicado la colección de relatos<br />

"Metamorfosis®" (2006) y las novelas "La vuelta al mundo"(2002), "I love you Sade" (2003) y "La<br />

fiesta del asno" (2005, con prólogo de Juan Goytisolo). Ha publicado el libro de estudios literarios<br />

"Mímesis y simulacro. Ensayos sobre la <strong>real</strong>idad (Del Marqués de Sade a David Foster Wallace)". Su<br />

última novela, "Providence", fue Finalista del Premio Herralde 2009 (Anagrama) y acaba de ser<br />

publicada en Francia por Passage du Nord-Ouest, con traducción de François Monti y prólogo de<br />

Julián Ríos, coincidiendo con la edición argentina de "La fiesta del asno" (Bajo la luna).<br />

Imagen Portada: Jalón de Aquiles


LO REAL<br />

NÚMERO V<br />

ENERO 2012<br />

REVISTA EXCODRA<br />

http://www.excodra.com

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