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la-gaviota-y-el-pinguino_ilustrado

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Al cabo de unos instantes <strong>la</strong> luz desapareció y Carlota y Rufino<br />

se miraron <strong>el</strong> uno al otro. Rufino había desarrol<strong>la</strong>do unas <strong>la</strong>rgas<br />

plumas en sus antes minúscu<strong>la</strong>s a<strong>la</strong>s y asombrado comenzó a<br />

mover<strong>la</strong>s. Su rechoncho cuerpo empezó a levantarse en <strong>el</strong> aire<br />

y Rufino sintió como sus pies dejaban de tocar <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o.<br />

- ¡ Estoy vo<strong>la</strong>ndo ! - grito - ¡ vu<strong>el</strong>o ! - mientras Carlota lo miraba<br />

emocionada.<br />

Rufino se <strong>el</strong>evó un poco más y más, sentía <strong>el</strong> aire en su cara<br />

mientras revoloteaba en círculos, podía ver más allá de su casa,<br />

<strong>la</strong>s montañas nevadas, <strong>la</strong>s grandes l<strong>la</strong>nuras b<strong>la</strong>ncas, <strong>el</strong> mar<br />

sembrado de pequeños bloques de hi<strong>el</strong>o b<strong>la</strong>nco. Sin poder dejar<br />

de mover sus a<strong>la</strong>s, llevado por una fuerza desconocida, Rufino<br />

se <strong>el</strong>evó y <strong>el</strong>evó en <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o y de repente dijo gritando para que<br />

lo oyeran:

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