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Consejos para la Iglesia - Elena G. de White

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en una gran nube b<strong>la</strong>nca cuya parte inferior parecía<br />

fuego. Sobre <strong>la</strong> nube lucía el arco iris y en torno <strong>de</strong><br />

el<strong>la</strong> aleteaban diez mil ángeles cantando un<br />

hermosísimo himno. En <strong>la</strong> nube estaba sentado el<br />

Hijo <strong>de</strong>l hombre. Sus cabellos, b<strong>la</strong>ncos y rizados, le<br />

caían sobre los hombros; y llevaba muchas coronas<br />

en <strong>la</strong> cabeza. Sus pies parecían <strong>de</strong> fuego; en <strong>la</strong><br />

mano <strong>de</strong>recha tenía una hoz aguda y en <strong>la</strong> izquierda<br />

llevaba una trompeta <strong>de</strong> p<strong>la</strong>ta. Sus ojos eran como<br />

l<strong>la</strong>ma <strong>de</strong> fuego, y escudriñaban <strong>de</strong> par en par a sus<br />

hijos. Pali<strong>de</strong>cieron entonces todos los semb<strong>la</strong>ntes y<br />

se tornaron negros los <strong>de</strong> aquellos a quienes Dios<br />

había rechazado. Todos nosotros exc<strong>la</strong>mamos:<br />

“¿Quién podrá permanecer? ¿Está mi vestidura sin<br />

manchas?” Después cesaron <strong>de</strong> cantar los ángeles,<br />

y por un rato quedó todo en pavoroso silencio<br />

cuando Jesús dijo: “Quienes tengan <strong>la</strong>s manos<br />

limpias y puro el corazón podrán subsistir. Bástaos<br />

mi gracia”. Al escuchar estas pa<strong>la</strong>bras, se<br />

iluminaron nuestros rostros y el gozo llenó todos<br />

los corazones. Los ángeles pulsaron una nota más<br />

alta y volvieron a cantar, mientras <strong>la</strong> nube se<br />

acercaba a <strong>la</strong> tierra.<br />

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