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Consejos para la Iglesia - Elena G. de White

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cometieron Ananías y Safira, pues piensan que si<br />

retienen una porción <strong>de</strong> lo que Dios pi<strong>de</strong> en el<br />

sistema <strong>de</strong>l diezmo, los hermanos no lo sabrán<br />

nunca. Así pensaba <strong>la</strong> pareja culpable cuyo<br />

ejemplo se nos da como advertencia. En este caso<br />

Dios <strong>de</strong>mostró que escudriña el corazón. No<br />

pue<strong>de</strong>n ocultársele los motivos y propósitos <strong>de</strong>l<br />

hombre. Dejó a los cristianos <strong>de</strong> todas <strong>la</strong>s épocas<br />

una amonestación perpetua a precaverse <strong>de</strong>l pecado<br />

al cual los corazones humanos están continuamente<br />

inclinados.<br />

Cuando se ha hecho, en presencia <strong>de</strong> nuestros<br />

hermanos, <strong>la</strong> pro- mesa verbal o escrita <strong>de</strong> dar<br />

cierta cantidad, ellos son los testigos visibles <strong>de</strong> un<br />

contrato formalizado entre nosotros y Dios. La<br />

promesa no se hace al hombre, sino a Dios, y es<br />

como un pagaré dado a un vecino. Ninguna<br />

obligación legal tiene más fuerza <strong>para</strong> el cristiano<br />

en cuanto al <strong>de</strong>sembolso <strong>de</strong> dinero, que una<br />

promesa hecha a Dios.<br />

Las personas que hacen tales promesas a sus<br />

semejantes, no piensan generalmente en pedir que<br />

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