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Consejos para la Iglesia - Elena G. de White

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es <strong>de</strong>masiado precioso <strong>para</strong> darlo a Dios.<br />

Dios entregó a su Hijo a una vida <strong>de</strong><br />

humil<strong>la</strong>ción, pobreza, trabajo, odio, y a <strong>la</strong> muerte<br />

agonizante <strong>de</strong> <strong>la</strong> crucifixión. Pero no había ningún<br />

ángel que comunicase el gozoso mensaje: “Basta;<br />

no necesitas morir, mi muy amado Hijo”. Legiones<br />

<strong>de</strong> ángeles aguardaban tristemente, esperando que,<br />

como en el caso <strong>de</strong> Isaac, Dios impidiera en el<br />

último momento su muerte ignominiosa. Pero no se<br />

les permitió a los ángeles llevar un mensaje tal al<br />

amado Hijo <strong>de</strong> Dios. La humil<strong>la</strong>ción que sufrió en<br />

el tribunal y en el camino al Calvario, prosiguió.<br />

Fue escarnecido, ridiculizado, escupido. Soportó<br />

<strong>la</strong>s bur<strong>la</strong>s, los <strong>de</strong>safíos y el vilipendio <strong>de</strong> los que le<br />

odiaban, hasta que en <strong>la</strong> cruz doblegó su frente y<br />

murió.<br />

¿Podría Dios habernos dado prueba mayor <strong>de</strong><br />

su amor que al dar así a su Hijo <strong>para</strong> que pasase<br />

por estas escenas <strong>de</strong> sufrimiento? Y como el don <strong>de</strong><br />

Dios al hombre fue el don gratuito <strong>de</strong> su amor<br />

infinito, así sus <strong>de</strong>rechos a nuestra confianza,<br />

nuestra obediencia, todo nuestro corazón y <strong>la</strong><br />

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