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Culdbura nº 5

Revista cultural online de Burgos (ES)

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No se puede vivir sin héroes, santos ni mártires.<br />

Ernesto Sábato<br />

Paráfrasis: Algunos no pueden vivir sin héroes, santos ni mártires.<br />

Nuestra más sincero gradecimiento a Elvira Palazuelos, por su desinteresada colaboración en<br />

este número.<br />

http://www.elvirapalazuelos.com/<br />

Página2<br />

En las bibliotecas municipales y pública de Burgos hay a disposición del lector ejemplares<br />

impresos de esta revista. No podemos sino expresar nuestra gratitud por ello.<br />

Cul ura es un empeño de: Fernando Ortega, Fernando Arnaiz, José Mª Izarra, Alfonso Hernando, Jesús<br />

Borro, Jesús Pérez, Luis Carlos Blanco y Félix J. Alonso, entre otros.<br />

©de los textos (faltas de ortografía incluidas), ilustraciones y fotos, los respectivos autores.<br />

©del logo, grafismo y maquetación: el maquetista, JMI.<br />

Contacto: culdbura@gmail.com


SUMARIO<br />

Cuento de invierno: La apagadora de luces, Esther Pardiñas ................................. Pág. 5<br />

Nuestros hermosos vencidos, Carlos de la Sierra ........................................................ 7<br />

Bush Cooper (una historia del barrio Preservación), Félix J. Alonso Camarero ............... 11<br />

Naderías: Elena Arroyo, J. A. Martínez Gutiérrez, “Guti” ........................................... 17<br />

Coloquios fraternos con tintes de memoria, Luis Carlos Blanco Izquierdo ..................... 21<br />

Guantes, José Gutiérrez Román ............................................................................. 25<br />

La última vez y Una bicicleta (poemas), Pablo César del Río ....................................... 29<br />

Distancia y Puente (poemas), Carmen Plaza ............................................................ 31<br />

Al espíritu de la Navidad (poema), José María Izarra ................................................. 33<br />

Borbotón. Grupo sonoro, musical, Borbotón ............................................................. 35<br />

El mal, Lino Varela ............................................................................................... 39<br />

Carpeta artística de Alberto Bañuelos ...................................................................... 41<br />

Reflexiones al amor de la lumbre (II Foro de la Cultura), Angélica Lafuente y dos más ... 49<br />

Lucio, amigo de la infancia (cómic), Eloy Luna ......................................................... 54<br />

Página3<br />

Ilustra:<br />

Elvira Palazuelos<br />

Licenciada en Bellas Artes por la Universidad del País Vasco y Máster en Arte,<br />

Creación e Investigación de la Universidad Complutense de Madrid, ha complementado su<br />

formación a través de cursos y estancias en la École Nationale Supérieure de París, en la<br />

School of Visual Arts de Nueva York y en la Slade School de Londres.<br />

Su obra ha sido expuesta en espacios como el CAB de Burgos, el Centro de Arte<br />

Contemporáneo Huarte de Pamplona, el Centro Bilbaoarte de Bilbao, el MUSAC de León o<br />

La Casa Encendida de Madrid, entre otros, y en proyectos internacionales en París, Braga,<br />

Thessaloniki, Berlín, Santiago de Chile, Buenos Aires y Nueva York.<br />

“Mi trabajo actual parte de un interés hacia lo inestable como rasgo del momento al<br />

que pertenezco. Las sensaciones de inseguridad, variabilidad, incertidumbre y<br />

transformación que percibo en mi contexto directo son algunas de las nociones que mis<br />

obras me permiten sugerir.<br />

Entre mis referencias se incluyen recuerdos personales, estructuras cotidianas y<br />

objetos e imágenes encontradas de manera fortuita. Un imaginario heterogéneo que<br />

descontextualizo, organizo y mezclo para crear una atmósfera de alucinación,<br />

vulnerabilidad y desequilibrio identificable con mi propia experiencia.”


Página4


Cuento de invierno: la apagadora de luces<br />

Los hombres de aquellas tierras la llamaban la Apagadora de Luces. El cuerpo, el<br />

alma se quedaban fríos a su paso, a su alrededor se extendía un viento gélido que<br />

terminaba envolviéndolo todo. Según avanzaba se apagaban las luces que estuvieran<br />

encendidas, las velas se consumían rápidamente con su soplo, y hasta la luz del día se<br />

tornaba gris paulatinamente dejándolo todo cubierto de una oscuridad tenebrosa, sin<br />

esperanza.<br />

Nadie sabía de dónde provenía aquella extraña y terrorífica mujer. Un espíritu<br />

devorador y frío como las entrañas del hielo, había tomado posesión de su ser ocultando<br />

todo renacer, apagando toda idea agradable, cualquier disfrute. Su presencia acrecentaba<br />

los enojos y lo malo de la vida, aparecían las lágrimas, y la tristeza, inmensa, se<br />

apoderaba de todos los que osaban acercarse a ella.<br />

Nada era lo suficientemente bueno ni hermoso porque todo quedaba congelado al<br />

instante si ella andaba cerca. Su mirada producía sólo negrura y desolación. Deambulaba<br />

como una sombra causando espanto y arrasando todo lo bello.<br />

Un día los hombres de aquellos lugares se atrevieron a echarla de allí, la empujaron<br />

con sus cánticos, con sus luces, con sus risas y bailes, aunque a más de uno la sonrisa se<br />

le heló en la cara y le partió el corazón, pero la persiguieron hasta que la perdieron de<br />

vista.<br />

Huyó a las montañas, a lo más alto, allí donde la luz del sol se convertía en atisbo<br />

al amanecer y pronto devenía en ocaso. Allí donde reinaban las nieves eternas, sus<br />

hermanas.<br />

Sucedió que la Apagadora de Luces tuvo un hijo, enorme, descomunal, tan frío y<br />

horrible como su madre. Las montañas temblaron y la nieve cayó en alud sobre los valles,<br />

sepultándolos, el día que aquel tremendo ser vino al mundo.<br />

Desde entonces llegaron los tiempos en los que el hijo de la Apagadora de Luces<br />

dejaba su hogar y bajaba al pueblo para helarlo todo y vengar el destierro de su madre.<br />

La oscuridad acechaba y se extendía cada vez más, cada día llegaba un poco más lejos,<br />

acortando los días, las horas de luz, con un aire gélido que soplaba desde los bosques y<br />

que presagiaba su llegada, con unas nubes grises que se desprendían de lo alto cubriendo<br />

el cielo con un manto impenetrable que no dejaba pasar la luz del sol. A veces ni las<br />

estrellas conseguían atravesar tanta negrura. El hijo de la Apagadora de Luces descendía<br />

de las cumbres inaccesibles, siempre tocadas por sus dedos, blancas eternamente, de<br />

hielo, y bajaba lento primero y apurado después, dándose prisa en completar su obra,<br />

hasta llegar a los valles y los pueblos, cubriéndolo todo de su glacial congoja.<br />

Página5


Los habitantes de aquel lugar, una semana antes, celebraban una fiesta llena de luz<br />

y alegría, antes de que el sol se ocultara definitivamente durante largos meses. Así se<br />

despedían de la luz y el calor.<br />

Las gentes temían a aquel hijo fruto del frío, porque su hálito era muy parecido al<br />

de la muerte, y si alguno topaba con él cara a cara, a la intemperie, moría<br />

irremisiblemente, con las cejas y las pestañas congeladas, el último aliento condensado en<br />

una mueca extraña entre los dientes, el cuerpo rígido, inerte.<br />

Eran los días en los que mantenerse a cubierto, en los que las horas largas y<br />

oscuras se paliaban con un fuego encendido, con candelas y linternas, con el calor<br />

próximo de otros cuerpos que apenas si llegaban para aliviar tanta frialdad.<br />

Ni siquiera las bestias y otras alimañas de los montes podían soportar la llegada de<br />

aquel engendro helador. Los animales se ocultaban de su vista y procuraban refugio en las<br />

entrañas de la tierra. Aquellos que lograban soportarlo también eran considerados<br />

engendros del ser del frío y se huía de ellos.<br />

Nadie podía evitar su llegada. Ni conjuros, hechizos u oraciones hacían mella en<br />

aquella extraña criatura. Aquellos que sobrevivieron sus envites un año tras otro lo<br />

llamaron Invierno, y aprendieron que tras él llegaba cada año un nuevo renacer, que el<br />

Invierno se retiraba de nuevo a lo alto de las montañas y regresaba con la mujer que le<br />

diera el ser. También se celebraba con una gran fiesta su marcha y los ancianos, mientras<br />

esperaban ese momento, contaban una y otra vez, junto al fuego de los hogares, para<br />

todo aquel que quisiera escucharles, la historia de aquella mujer que tuvo un hijo fruto del<br />

frío y de un alma helada.<br />

Esther Pardiñas<br />

Página6<br />

Utopías 8


Nuestros hermosos vencidos<br />

El año 1975 compré un libro que me llamó la atención antes por su título que por<br />

su contenido. Se trataba de Los hermosos vencidos, del gran Leonard Cohen. Varios<br />

meses después, en marzo del año 1976, cinco obreros murieron en Vitoria víctimas de la<br />

represión franquista. Entonces, como si un resorte saltase dentro de mi mente, con el<br />

alma rota por el dolor de los hermanos muertos y heridos, recordé el título de aquel libro,<br />

y encontré en su nombre el nombre de tantos miles de españoles que sufrieron<br />

persecución, cárcel, tortura y muerte durante el trágico periodo que la historia que<br />

conocemos como Dictadura franquista. Y de eso quiero hablar hoy aquí, de nuestros<br />

hermosos vencidos, todos ellos personificados en la figura de Marcos Ana.<br />

En realidad todo lo que ahora voy a decir lo conocéis sobradamente, no en vano la<br />

vida y obra, moral y solidaria, de Marcos Ana ha trascendido las fronteras de los hombres,<br />

y quiero decir todas las fronteras y a todos los hombres. Recordad que estamos hablando<br />

de la voz de un poeta que fue poeta porque antes fue hombre, y que habla de su vida con<br />

la emoción de un bardo y con la pasión de un místico; que narra su existencia con la<br />

modestia de un sabio y con la grandeza de un rebelde. Dice, refiriéndose a su padre: La<br />

pobreza tiene un olor noble y honrado que se percibe desde la pobreza. Y a su madre,<br />

Ana, a la que adora, la pinta con los rasgos más nobles y queridos. Hay unos versos en su<br />

poesía, que parecen escritos a propósito de la memoria de su madre: Hoy hay madres que<br />

rezan todavía/-miles de corazones prosternados-/por sus hijos en las sombras./Y otras<br />

madres que luchan, golpean/ las puertas de la tierra,/ exigen a los hombres la muerte de<br />

los muros.<br />

Lo dice un hombre que estuvo en prisión 23 años, que cubría su miseria carcelaria<br />

con los harapos de luz de sus palabras prodigiosas para iluminar de esperanza las<br />

miserias de otros compañeros que, junto a él, padecieron injusticia, desesperanza, vida y<br />

muerte. Visto desde la portentosa objetividad con la que el propio Marcos Ana valora su<br />

cautiverio, es preciso destacar que nuestro poeta vivió 23 años de libertad. ¡Nadie más<br />

libre! Los fascistas estaban encarcelados. Los guardianes y los verdugos eran los<br />

verdaderos prisioneros: de su miedo, de su intolerancia, de su ignorancia, de su rabia, de<br />

su odio, de su error. Nunca leeréis de la pluma de este hombre ni una palabra de rencor,<br />

de venganza, de revancha. Él sabe perfectamente lo que dice. Escribe: La cultura es una<br />

eterna alborotadora siempre renaciente e invencible. Ahí radica su fuerza, en su<br />

superioridad moral, ética, cultural, ideológica. Posee, además, la capacidad delicada e<br />

invisible de la resistencia, un don que otorga fuerza a los valientes y destreza para<br />

sobrevivir a los cautos.<br />

Marcos Ana. Este es el libro de un hombre. El relato de un hombre sencillo, que<br />

confiesa que ha vivido con la sinceridad de un inocente, con la alegría de un niño, con la<br />

Página7


dureza de un ser que, temeroso, se enfrenta a su destino en las horas angustiosas de la<br />

antesala de la capilla de los condenados a muerte.<br />

Tengo ante mí un puñado de poemas de Diego San José ilustrados por Pepe<br />

Robledano, con los que Marcos Ana compartió penalidades y horrores en Porlier. Cárcel de<br />

Porlier. “Noche del 29 de abril de 1940, en cuya madrugada fue fusilado Pedro Luis<br />

Gálvez”. Romance de Pedro Luis. Escribe Diego San José: Yo le he visto ir a la muerte/<br />

con la sonrisa en los labios. / Yo he visto brillar sus ojos/con el último relámpago/de<br />

vida/mientras los míos/se apagaban con el llanto. (…)Yo le he oído decir al borde/de la<br />

tumba en que ya ha entrado: / “Yo que por mal de mi estrella / he sido en la vida un rayo<br />

/ y allí donde he puesto el pie / los rencores han brotado, / sin rencores para nadie, / hoy<br />

de la vida me marcho, / pidiendo que perdonen / a los que hubiera agraviado, / y quisiera<br />

que esta fuera / (y a Dios habré de rogárselo) / la última sangre española / que se<br />

empape en nuestros campos.<br />

Pero dejadme que hable de Marcos Ana y de Burgos. De Burgos, del Arlanzón y de<br />

Marcos Ana. De la vida de un poeta atrapado en el terrible Penal de Burgos, en el corazón<br />

de la España fascista, en la fortaleza de la Capital de la Cruzada. Burgos. Alguna vez<br />

habrá que reivindicar los nombres de estas ciudades mártires, de sus gentes, atrapadas<br />

en ellas, que realizaron actos de heroísmo comparables a las acciones más temerarias de<br />

de las trincheras de vanguardia. En las ciudades cabecera de los fascistas, Burgos,<br />

Salamanca, Zaragoza, Sevilla, y otras muchas localidades, habitaban personas extrañadas<br />

dentro de sí mismos, los famosos topos, y gentes en todo contrarias a la represión salvaje<br />

ejercida por los gobernantes. Hay casos, gloriosos, de muchachas que se hacen pasar por<br />

novias, hermanas y hasta por esposas de los presos, a la sazón perfectos desconocidos, y<br />

los visitan a diario llevándoles alegría y un parco alimento, mientras arriesgan sus vidas<br />

ofreciéndose de enlace, de correo, de nexo único con la exigua vida que alienta al otro<br />

lado de los muros.<br />

Página8<br />

Permitidme que personalice mi intervención en dos mujeres: Florentina Villanueva y<br />

Raquel Neira. El propio Marcos Ana nos recuerda, agradecido, la respuesta generosa de<br />

varias familias de Burgos, que acogían a familiares de presos, llegados desde lejanos<br />

puntos, durante los días que permanecían en la ciudad. En el libro Burgos, la ciudad<br />

vivida, Raquel y Florentina nos narran sus vidas, y nos recuerdan las experiencias vividas<br />

en el penal, cuando visitaban a Luis Alberto Quesada y a Melquisedec Rodríguez Chaos,<br />

compañeros de prisión y amigos de Marcos Ana, a quien inexplicablemente, nos<br />

olvidamos de mencionar en el precitado libro. Aunque nuestro olvido involuntario queda<br />

subsanado, y superado con creces, en el relato que el propio Marcos Ana realiza en este<br />

libro que ahora presentamos, Decidme cómo es un árbol.<br />

Escribe nuestro querido autor: Fue en una celda de castigo donde inicié una<br />

creación adolescente y temblorosa. Los amigos me pasaron lecturas, introduciendo en mi<br />

petate unas hojas sueltas con poemas de Alberti, Neruda, Machado… Los leía y releía mil<br />

veces. (…) Y, en aquel clima, comencé a escribir, o a construir memorizando, sin apenas<br />

conocer la carpintería del poema, dejándome llevar por una cadencia musical que subía de<br />

mí mismo. Fueron los días en que nació “La Aldaba”, tertulia de arte y literatura. Después,<br />

tomando el nombre de la tertulia, crearon una revista y después otra, Muro. Unas líneas<br />

más arriba he comentado que iba a hablar del río Arlanzón. En el poema De río a río,<br />

Marcos Ana reúne algunos de sus grandes amores: Burgos, el Arlanzón, su lucha<br />

incesante por la amnistía de todos los presos políticos y su gratitud hacia París, ciudad que<br />

hermana con Burgos mediante las aguas poéticas del Sena. Este hermoso poema es el<br />

preferido de Florentina Villanueva, que se declara fervorosa amante del Arlanzón:<br />

Arlanzón, díselo al Sena. / Dile que en la Noche escuchas / mi soledad, mis cadenas. /<br />

Háblale de mis hermanos, / vivos en tumbas de piedra. / Dile que escriba en los puentes /


de su libertad mi pena. / Que su corazón me lleve. Que su corriente me extienda. / Que<br />

en cada hoja del agua / el pueblo francés me lea. / Arlanzón, díselo al Sena.<br />

Después, tras 23 años en cinco prisiones y dos condenas a muerte, llegó la libertad.<br />

Lo más difícil fue la libertad, confiesa Marcos Ana. Bueno, la libertad y su relación con las<br />

mujeres, como reconoce en numerosas ocasiones. Desde el relato de esas incertidumbres,<br />

conocemos otro de los perfiles humanos del poeta; algo tímido y romántico, pero que<br />

nunca trata de ocultar ese punto entre pícaro y canalla que tanto éxito le confiere en el<br />

mundo femenino.<br />

Y para Marcos Ana llega la vorágine, el reconocimiento, la vida que tantas veces la<br />

vida le negó. El homenaje de bienvenida en la UNESCO, la carta de Pablo Neruda,<br />

Inglaterra, la URSS, la visita a Elisabeth, reina madre de Bélgica. Y, pronto, el gran salto<br />

al Caribe. Cuba, el Ché, Fidel… Vida Sender y vuestro hijo Marquitos. El viaje prosigue por<br />

Brasil, Uruguay, Chile y Argentina. Y allí por donde pasa, su presencia provoca admiración<br />

y respeto. Desde luego, nunca olvida a sus hermanos presos en España, y todos los<br />

homenajes que le dispensan los comparte solidariamente con ellos. En Chile conoce a<br />

Salvador Allende, entonces candidato a la Presidencia, y a su admirado maestro, Pablo<br />

Neruda, que le recibe en su casa de Isla Negra. Regresa al Viejo Continente, y Europa le<br />

reclama en mil sitios: Italia, Escandinavia… En Italia se produce, por fin, el encuentro con<br />

Rafael Alberti y María Teresa León, a quienes tanto quiere.<br />

Pero España es su objetivo final. La muerte del dictador, el 20 de noviembre de<br />

1975, no supone “de facto”, el fin de la dictadura. Para vergüenza de todos los<br />

demócratas, el dictador muere en una clínica, amparado bajo el manto de la Virgen del<br />

Pilar y sin que la oposición logre sentarle ante un tribunal de justicia. El tirano muere<br />

como ha vivido: matando. Su final, bendecido por la Santa Madre Iglesia, horroriza a los<br />

demócratas del mundo civilizado. Miles de españoles mueren luchando contra la dictadura,<br />

y algunos nombres han pasado a la historia de la resistencia: Julián Grimau, Rafael<br />

Guijarro, Enrique Ruano, Salvador Puig Antich o Yolanda Gonzalez Martín. Todos ellos son<br />

jóvenes demócratas que luchan contra la tiranía. Y todos ellos son ajusticiados a garrote<br />

vil, arrojados desde ventanas de centros de detención, asesinados por miembros de la<br />

extrema derecha o fusilados tras juicios sumarísimos.<br />

Conocida fue la masacre de Vitoria -nos recuerda en su libro el propio Marcos Ana-.<br />

El 3 de marzo de 1976 la Policía Armada rodeó unos mil trabajadores que estaban<br />

celebrando una asamblea pacífica en una parroquia de Gasteiz. Fueron gaseados para<br />

obligarles a salir y les balearon matando a cinco de ellos y causando numerosos heridos.<br />

Sobre este triste episodio escribió Lluis Llach el hermoso oratorio Campanades a mort:<br />

Campanadas a muerto lanzan un grito para la guerra de los tres hijos que han perdido las<br />

tres campanas negras. / (…) ¿Quién cortó el aliento de aquellos cuerpos tan jóvenes sin<br />

otro tesoro que la razón de los que lloran? / (…) Asesinos de razones y de vidas que nunca<br />

tengáis reposo a lo largo de vuestras vidas y que en la muerte os persigan nuestras<br />

memorias. / Asesinos, asesinos de razones, asesinos de vidas que nunca, nunca tengáis<br />

reposo a lo largo de vuestros días y que en la muerte os persigan nuestras memorias,<br />

memorias.<br />

Los años de la Transición son terribles. Mientras los asesinos etarras centran sus<br />

objetivos en militares, policías y Guardia Civil, entre los que realizan una carnicería<br />

salvaje, grupos de extrema derecha, con la anuencia de poderes fácticos y residuales del<br />

franquismo en descomposición, arremeten contra sindicalistas, socialistas, comunistas,<br />

rojos y demócratas en general con una virulencia inusitada.<br />

Los primeros días de enero de 1977 me instalé definitivamente en Madrid, aunque<br />

seguía a caballo entre España y París. La parte final de esta historia comienza a escribirse<br />

cuando, el día 3 de julio de 1976, Adolfo Suárez González, último ministro Secretario<br />

General del Movimiento, alcanza la presidencia del Gobierno. Y entonces se producen dos<br />

Página9


hechos fundamentales en la historian reciente de España. El 9 de abril de 1977,<br />

aprovechando las vacaciones de Semana Santa, Adolfo Suárez, respaldado por el Rey,<br />

legalizó por fin el Partido Comunista de España. El otro acontecimiento fundamental<br />

sucede unos días después: el 28 de abril del mismo año el sindicalismo, libre y<br />

democrático, recupera la legalidad tras el negro paréntesis del franquismo. Dos meses<br />

más tarde, el 15 de junio de 1977, se celebran las primeras elecciones libres desde 1936.<br />

Marcos Ana pudo, por fin, gozar del Sábado Santo Rojo. Seguramente nunca como<br />

en ese día sintió el peso de todo lo que quedaba por hacer. Había que construir una<br />

España nueva, nada menos y todos éramos primerizos. Los recuerdos se agolpan en la<br />

cabeza del poeta. ¡Tantos muertos! ¡Tantas luchas! No sé el tiempo que permanecí en ese<br />

estado, como un sonámbulo, rodeado de mis viejos camaradas. Recuerdos. Su padre,<br />

Marcos, su madre, Ana, sus hermanas, sus hermanos, la aldea de Ventosa del Río Almar,<br />

la niñez… Su compañera, Vida, y su hijo Marquitos… Y… su poema, que da nombre a estas<br />

Memorias: Decidme cómo es un árbol. / Decidme el canto del río / cuando se cubre de<br />

pájaros. / Habladme del mar, habladme / del olor ancho del campo, / de las estrellas, del<br />

aire.<br />

Decidme vosotros, amigos, cómo es un hombre, y os hablaré de Marcos Ana.<br />

Carlos de la Sierra<br />

Página10<br />

Colibrí-calamar


BUSH COOPER<br />

(una historia del barrio Preservación)<br />

En cualquiera otra época que no<br />

fuera aquella de la posguerra donde le<br />

tocó vivir, don Aquilino Mata podría haber<br />

sido en la vida lo que hubiese querido.<br />

Aunque la naturaleza fue tacaña con él en<br />

lo físico, en cambio no vaciló a la hora de<br />

dotarle de talento y habilidades. Su<br />

sentido de la estética y una agilidad<br />

manual poco comunes le darían fama<br />

como profesional de la encuadernación y<br />

cierto desahogo en lo económico. No<br />

sería para menos, pues notarios,<br />

registradores y eclesiásticos formaban<br />

casi en exclusiva su clientela.<br />

Al soltar la maleta, como solía<br />

decirse entonces al morir una persona,<br />

don Aquilino dejó el ejemplo de una leal<br />

amistad, la lección de una vida dedicada<br />

al trabajo y la hermosa realidad de su<br />

literatura bajo el seudónimo de Bush<br />

Cooper. Lo recordamos sus<br />

desconsolados amigos con contenida<br />

emoción en la cimera comida de<br />

homenaje que celebramos en su honor, a<br />

cuyos postres, el que suscribe, en<br />

representación de la cuadrilla de los<br />

Relámpagos, entregó al hijo del<br />

desaparecido una placa de plata,<br />

montada sobre elegante marco de cedro,<br />

cuya leyenda decía: “A don Aquilino Mata<br />

a título póstumo, de parte de “Los<br />

Relámpagos”, con profundo<br />

agradecimiento por el cariño y la amistad<br />

que tan generosamente nos dispensó por<br />

espacio de cuarenta años”.<br />

Humanamente hablando, el final<br />

de nuestro hombre no sobrevino<br />

repentinamente. Si la Parca tuvo la<br />

deferencia de advertirle que le llegaba el<br />

turno inexorable, él acopió el coraje<br />

necesario para estar a la altura de las<br />

circunstancias y recibirla con la dignidad<br />

de los fuertes. Quiere decirse que, con el<br />

mismo rigor con que había venido<br />

frecuentando los Siete Bares con sus<br />

amigos durante tantos años, el elegido se<br />

fue descuadrillando con meses de<br />

antelación e incapacitándose para<br />

completar aquel recorrido.<br />

Aquella tarde, Juan, el camarero<br />

del Encuentro, le dijo que los Relámpagos<br />

acababan de marcharse. Si apuraba el<br />

servicio de un trago, los alcanzaría en la<br />

Armonía, pero don Aquilino Mata no se<br />

inmutó. Por primera vez en muchos años<br />

se sentía triste por preferir la soledad al<br />

calor de sus amigos, y por atisbar tan<br />

nítidamente su papel de protagonista en<br />

la historia que se cernía sobre su cabeza<br />

como un sencillo resumen final.<br />

Llegado el momento culminante,<br />

nuestro hombre rinde dócilmente su<br />

despoblada testa y la deposita sobre uno<br />

de los veladores del bar. Es decir, lejos<br />

de rechazar a la Muerte o rebelarse<br />

contra ella, la espera pacientemente para<br />

cobijarse en su regazo como si se tratara<br />

de su última amante, una madame Corine<br />

enlutada y bellísima. Fiel a sus<br />

costumbres y aficiones, cumplió con este<br />

Página11


trámite final solemnizándolo con la<br />

iniciativa de que sus dedos quedaran<br />

fijados al vidrio del vaso que contenía el<br />

rojo guinda que estaba bebiendo. En un<br />

momento tan trascendente como aquél le<br />

importaba poco que le tacharan de<br />

borrachín aquellos que se acercaron a<br />

auxiliarlo, y a quienes rogó que no<br />

hicieran nada por evitar lo inevitable:<br />

quería partir desde allí, amorrado contra<br />

el mármol del velador, tal que si ensayara<br />

unas cabezaditas como tenía por<br />

costumbre en los últimos tiempos, en<br />

tanto llegaban sus compinches.<br />

En el transcurso de la reunión, los<br />

amigos destacaríamos, sobre todo, su<br />

devoción al morapio, recordando el<br />

sonado lance protagonizado junto a Pepe<br />

Rodales, otro miembro entrañable de la<br />

cuadrilla, también desaparecido.<br />

En un primer momento, cuando se<br />

enteró de la muerte de su amigo, don<br />

Aquilino no la dio por cierta. Y aunque<br />

después contempló al interfecto,<br />

amortajado y bien acomodado en el<br />

féretro, se persuadió -¡tanto como lo<br />

quería!-, de que aquella situación sólo era<br />

extrema en apariencia, es decir, no más<br />

que una broma de fin de semana, dada la<br />

propensión a la chanza que reinaba en el<br />

seno de la cuadrilla por aquel entonces.<br />

Además don Aquilino barajaba a favor de<br />

este parecer argumentos como que el<br />

óbito había sobrevenido sin aviso previo<br />

de enfermedad y que Pepe Rodales era el<br />

más joven de los cuadrilleros. ¡Tantas<br />

veces como, entre trago y trago, habían<br />

bromeado sobre el particular! Establecido<br />

el orden por razones de edad, Rodales<br />

era el menos indicado para partir el<br />

primero.<br />

Así que se figuró que aquello era<br />

una pantomima y que al día siguiente, de<br />

madrugada, su compañero del alma<br />

despertaría y se incorporaría para<br />

cambiarse el traje negro que le habían<br />

puesto para tan definitiva ocasión por el<br />

buzo marrón con logotipo verde en la<br />

pechera de la empresa de mudanzas en<br />

la que trabajaba. Por eso, en el<br />

transcurso de la visita que le hizo en la<br />

casa de pompas fúnebres, “Matita”,<br />

como le llamaba el presunto fallecido, le<br />

ocultó una botella de vino entre el faldón<br />

de la chaqueta, convencido de que se lo<br />

agradecería a la hora de aliviarse del<br />

reseco, día y medio después de<br />

mortuoria inmovilización.<br />

Pero desafortunadamente el<br />

encuadernador hubo de convencerse de<br />

que se había equivocado al descreer,<br />

cuando, tras sacar a su amigo del coche<br />

fúnebre para introducirlo en la iglesia, el<br />

vino comenzó a derramarse sobre los<br />

hombros de los empleados de la funeraria<br />

que le transportaban. Entonces se afligió<br />

de veras al corroborar que la muerte iba<br />

en serio con Pepe Rodales, pues incluso<br />

dormido, éste nunca habría consentido<br />

que el vino cayera fuera de su propia<br />

boca o fuera de la boca de sus amigos.<br />

A don Aquilino, la afición por<br />

escribir novelas del Oeste le entró en<br />

torno a los cincuenta, durante una etapa<br />

de zozobra personal, provocada por la<br />

muerte de sus padres, el alejamiento del<br />

único hijo y una úlcera de estómago que<br />

se erigió en su compañera inseparable.<br />

Entre unas cosas y otras, con tanto<br />

zarandeo y achuchón, perdió el carácter<br />

abierto y campechano que le<br />

caracterizaba, y se volvió taciturno y<br />

reconcentrado. ¿Recurrió a la literatura<br />

violenta para apaciguar rencores y<br />

vengar desengaños?<br />

“Bush Cooper, queridos lectores, -<br />

así comenzaba el reportaje que el diario<br />

local le dedicó un fin de semana otoñal-,<br />

¡asómbrense!, es el cinematográfico<br />

seudónimo bajo el que esconde su<br />

verdadera identidad para sacar a la luz<br />

sus creaciones literarias un paisano<br />

entrañable, un vecino modélico, un amigo<br />

incondicional, al que ustedes habrán<br />

saludado más de una vez y con el que, a<br />

buen seguro, se habrán cruzado muchas<br />

más en la calle: don Aquilino Mata.<br />

“-Don Aquilino, ¿de dónde viene el<br />

seudónimo de Bush Cooper?<br />

Página12


“-Es evidente que trato de<br />

testimoniar mi admiración a Gary Cooper<br />

asociando su apellido con el mío, que, en<br />

inglés, como usted sabe, corresponde a la<br />

palabra Bush.<br />

“-Diría usted entonces que los<br />

protagonistas de sus libros deberían<br />

evocar en los lectores la imagen de este<br />

famoso actor?<br />

“-Desde luego que sí. Admiro<br />

sobremanera a Gary Cooper por su<br />

sobriedad interpretativa y por su<br />

majestuosa presencia. Ladd, Wayne o<br />

Stewart no acaban de convencerme como<br />

héroes. Tienen cara de buenos chicos y,<br />

comparados con él, me parecen<br />

segundones…”.<br />

“Veintitantas novelas del Oeste<br />

lleva escritas Bush Cooper. ¿Quién no ha<br />

leído u oído hablar, al menos, de títulos<br />

como “Bajo un sol justiciero” o “Cita en<br />

Santa Fe”? Decenas de protagonistas<br />

creados por nuestro entrevistado que,<br />

caballeros andantes como don Quijote,<br />

cabalgan sobre jamelgo con revólver al<br />

cinto en lugar de lanza en ristre.<br />

Cautivadores galanes a los que nuestro<br />

fabulador los ofrece a sus lectores,<br />

adornados con las virtudes del valor, la<br />

abnegación y un sentido estricto de la<br />

justicia. Sin duda, así era su admirado<br />

actor americano. Y qué convincentes sus<br />

modernas dulcineas, hermosas mujeres<br />

de las que aquellos se enamoran y con<br />

las que encaran riesgos, comparten<br />

sueños y luchan a tiro limpio. Y si<br />

aludimos a los “malos” ¡qué escalofrío<br />

recorre nuestro cuerpo por culpa de la<br />

atinada descripción! ¡Qué convenientes<br />

adjetivos para presentarlos<br />

personificando el mal en su estado más<br />

depurado, y qué ajustados para arrancar<br />

de nuestros sentimientos la más enérgica<br />

repulsión! ¡Qué descanso, al fin, cuando<br />

estos hombres vestidos generalmente de<br />

negro, de descuidada barba y mirada<br />

asesina, acaban pagando sus fechorías y<br />

mordiendo el polvo!<br />

“Don Aquilino Mata, que lleva a sus<br />

espaldas o en su conciencia, vayan<br />

ustedes a saber, centenares de muertos,<br />

sonríe con sonrisa de bonachón cuando le<br />

hablo de esto. Centenares de “malos”<br />

eliminados valientemente en el saloom,<br />

en medio de la calle polvorienta, o en la<br />

pradera...<br />

“-Don Aquilino o Bush Cooper, ¿no<br />

cree que son demasiados muertos para<br />

un hombre honrado?<br />

“-No son demasiados, si todos<br />

vinieron al mundo para hacer el mal.<br />

-“Pero hablamos de personajes de<br />

ficción.<br />

“-No, señor. Hablamos de personas<br />

de carne y hueso.<br />

“-¿Lo dice usted en serio, señor<br />

Mata?<br />

“-Sí, señor.<br />

“-¿Con tanto odio ha vivido usted?<br />

“-No, señor. Yo siempre viví en paz<br />

con Dios y con el prójimo.<br />

“-Entonces ¿cómo se explica tanta<br />

muerte?<br />

“-Por mi deseo de justicia,<br />

seguramente. En este mundo abunda la<br />

maldad y la perversión. Usted como<br />

periodista lo sabrá mejor.<br />

“-Y Bush Cooper ha aprovechado<br />

los héroes de sus historias y la rapidez de<br />

sus pistolas para quitarlas de en medio...<br />

“-A criminales y violadores. Sí,<br />

señor.<br />

“-Diríase que cada muerte de las<br />

que abundan en sus argumentos viene a<br />

representar la ejecución intencionada de<br />

un asesino real...<br />

“-Algo así.<br />

“-Una forma muy peculiar y, desde<br />

luego, estricta de impartir justicia.<br />

“-Tratándose del Oeste, ya sabe<br />

usted cómo funcionaban las cosas....”.<br />

Los amigos y allegados, que se<br />

sorprendieron y regocijaron porque el<br />

periódico hubiera sacado a uno de los<br />

nuestros y lo hubiera tratado como a un<br />

gran personaje, se apresuraron a felicitar<br />

entusiasmados al encuadernador por su<br />

inesperada fama. Todos lo hicieron,<br />

Página13


menos yo, Juan Crisóstomo de la Parte. El<br />

silencio de este su servidor no se debía a<br />

que se viera oscurecido en su calidad de<br />

catedrático e historiador por la figura de<br />

don Aquilino. Pensar que era envidioso<br />

habría supuesto un insulto por<br />

desconocer su talante pues, bajo ningún<br />

concepto, ambicionaba la estridencia de<br />

los medios ni las alharacas de la<br />

notoriedad. Sencillamente no le pareció<br />

acertado el reportaje y menos las<br />

respuestas de un hombre de la calidad<br />

humana de don Aquilino Mata, al que le<br />

unían tantos vínculos felices después de<br />

un trato asiduo de más de treinta años.<br />

Es decir, desaprobaba que se hubiera<br />

presentado públicamente como un vulgar<br />

justiciero bajo su apariencia de asceta<br />

menudo y vulnerable, cuya personalidad<br />

acaso había terminado corrompiéndose<br />

en el transcurso de su empresa literaria<br />

por el principio de que uno siempre sale<br />

transformado de todo proyecto que<br />

acomete. Y si, como decía el periódico,<br />

Bush Cooper había escrito tantas historias<br />

de pistoleros, lo probable fuera que el<br />

sentido práctico le empujara ya a resolver<br />

sistemáticamente el mínimo conflicto con<br />

la violencia, aunque fuera en el terreno<br />

de la fabulación. “Después de un periodo<br />

tan largo trajinando con el crimen,<br />

sospecho que la conciencia la tiene<br />

insensibilizada hasta el embrutecimiento.<br />

¿No opina usted lo mismo?”, aventuró el<br />

narrador en una larga conversación que<br />

mantuvo sobre Bush Cooper y su<br />

actividad literaria con el doctor Ferrón,<br />

siquiatra del Hospicio y del Asilo, también<br />

amigo y contertulio.<br />

¿Hasta dónde podía haber llegado<br />

el celebrado autor de “Desafío mortal”<br />

por aquel camino del ojo por ojo?<br />

El asunto era más grave de lo que parecía<br />

a primera vista pues no sólo los criminales y<br />

asesinos más famosos del país, como confesó<br />

al periodista, habían sido barridos por el fuego<br />

de sus pistolas, sino también (esto nunca saldría<br />

del fondo de su alma) varios políticos y hombres<br />

de negocios y alguna autoridad local y vecinos<br />

del mismísimo barrio donde había<br />

transcurrido toda su vida.<br />

“Asesinar o matar, como queráis<br />

llamarlo, me costó sobre todo con los tres<br />

primeros. Y a partir de ahí la cosa resultó<br />

cada vez más fácil.”, susurraría entre<br />

dientes, en plan confidencial, un don<br />

Aquilino metido de lleno en la refriega del<br />

chateo. A través de esta sencilla<br />

confesión, habría reconocido, sin un<br />

punto de rubor ni rastro de emoción,<br />

orgullo o prepotencia, su condición de<br />

criminal y asesino en serie.<br />

Siguiendo el rastro de esta<br />

carnicería, cualquier habitante de la<br />

ciudad podía haber sido el objetivo de<br />

personajes tan malvados como Steve<br />

Barry, Dennis Dungan, Gary Becker, etc.<br />

¿Y cuántos de los conocidos del<br />

encuadernador no llevaban en la<br />

intención de éste los nombres de los<br />

bandidos que asaltaban diligencias, que<br />

atracaban bancos o que robaban ganado,<br />

y que a la postre eran encarcelados o<br />

abatidos? Acaso muchos de los que<br />

pululaban por las calles de la ciudad,<br />

absorbidos por sus afanes y obligaciones,<br />

eran ya meras apariencias. Tal vez la<br />

ciudad toda fuera ya un ejército de<br />

fantasmas, incluida la cuadrilla de<br />

bebedores con los que el escritor se<br />

mezclaba y departía a diario. Es decir,<br />

quién sabe si alguien que vivía en el<br />

mundo de Bush Cooper seguía siendo de<br />

carne y hueso o, por el contario, formaba<br />

ya parte de una exótica nomenclatura,<br />

diseminada por las páginas de novelas<br />

baratas en razón a su capricho<br />

exterminador.<br />

Pero aún hay más. Qué frutos del<br />

mal no habríamos podido descubrir con<br />

horror, si un imposible nos hubiera<br />

permitido husmear por entre los foscos e<br />

intrincados breñales de la mente del<br />

encuadernador novelista. Qué de<br />

espeluznante no habríamos contemplado<br />

Página14


si aquel mismo imposible nos hubiera<br />

conducido por la vasta y sofocante<br />

atmósfera del corazón amigo. Sobre la<br />

arena de aquel desierto que no permitía<br />

ya asomo de vida, habría distinguido el<br />

mismísimo esqueleto reseco de la esposa<br />

del escritor.<br />

En efecto, doña Elvira había sido<br />

liquidada tras un absurdo rifirrafe de los<br />

que surgen a menudo en el seno de toda<br />

pareja, aunque esto nunca lo adivinarían<br />

los lectores de Bush Cooper. Pues bien, la<br />

esposa es la viandante enlutada que pasa<br />

con la cesta de la compra en el preciso<br />

instante en que el “bueno” de “Desafío<br />

Mortal” hace recular al “malo” tras<br />

expulsarlo del saloom. La buena mujer se<br />

desploma inesperadamente sobre la<br />

tarima del soportal cuando el “malo”<br />

dispara y huye segundos antes de que<br />

acabe sus días despatarrado sobre la<br />

calle desierta. No resulta fuera de lugar la<br />

existencia de víctimas colaterales en este<br />

duelo terminal pues es el más<br />

encarnizado con que Bush Cooper remató<br />

uno de sus argumentos. Si uno repara<br />

detenidamente en este pasaje, es cierto<br />

que el novelista concede a esta víctima<br />

inocente una desproporcionada<br />

importancia cuando escribe: “El negro<br />

rebujo de la desgraciada ama de casa<br />

quedó tendido sobre las carcomidas<br />

tablas. Los dos perros de Teddy, el<br />

vagabundo, se acercaron a husmear la<br />

cesta y acabaron llevándose sendas<br />

longanizas, mientras el pelotón de<br />

curiosos seguía a Steve Barry por ver el<br />

momento en que acabaría con su<br />

enemigo”. Ya se alejaban los dos canes<br />

con los embutidos cuando: “Steve se<br />

acercó al cuerpo de Duncan apuntando<br />

todavía con los revólveres humeantes.<br />

Con la punta de la bota levantó la cabeza<br />

del moribundo y una fría sonrisa se<br />

insinuó en sus delgados labios al<br />

contemplar el rostro agonizante.<br />

Entonces sus armas tornaron a la negras<br />

fundas claveteadas de plata, y el sol del<br />

mediodía arrancó un fugaz destello al<br />

hilillo rojo que brotaba de la comisura del<br />

muerto”.<br />

Y sin embargo, de puertas afuera<br />

cuánto no lloró don Aquilino a su amada<br />

esposa. Aquellos años que le precedió en<br />

la partida fueron para él años de<br />

tristísima añoranza. Misas por su alma no<br />

faltaron y las visitas al cementerio se<br />

convirtieron en una costumbre que<br />

probaba ante todo aquel que lo conocía el<br />

gran amor que había profesado a su<br />

contraria.<br />

Para justificar pueriles dislates,<br />

impropios de un hombre respetable; para<br />

que Elvira le perdonara las frías actitudes<br />

que intermediaron entre ambos por culpa<br />

suya, a veces (debía reconocerlo) con<br />

grave peligro para la integridad de la vida<br />

conyugal, don Aquilino vaciaba cada<br />

tarde su corazón sobre la tumba a modo<br />

de ejercicio expiatorio. Es decir, acababa<br />

abriendo a su difunta las puertas que<br />

nunca le había abierto, y así le confesó<br />

que la había asesinado prematuramente<br />

para convertirla en literatura. “Debes<br />

comprender que yo tenía que vivir. Me<br />

sentía tan frustrado en lo personal no<br />

siendo amado. Tan a desmano me veía<br />

de todo afecto que, para sobrevivir,<br />

sucumbí a la tentación de las<br />

posibilidades que me brindaban los<br />

sueños”. Por este camino se fue<br />

apartando, fue dejando de lado la<br />

existencia anodina a la que la familia le<br />

sometía y rechazó el anónimo papel que<br />

el círculo de amigos le había asignado.<br />

Por todo esto tuvo que traicionar a unos y<br />

a otros disfrazándose de cawboy y<br />

pasear con deliberada insolencia su<br />

palmito de pistolero: cara pálida y mirada<br />

penetrante, aureolada por una sed<br />

insaciable de acabar con el mal.<br />

Pero mucho antes del asesinato,<br />

ya reinaba el desamor en el seno de la<br />

pareja. El punto culminante de este<br />

proceso quedaría marcado en los anales<br />

del corazón de nuestro protagonista la<br />

tarde en que él y Pepe Rodales se<br />

cruzaron casualmente en la estación del<br />

ferrocarril con madame Corine, la dueña<br />

del Gato Negro. Hasta allí solían alargar<br />

su paseo algunas tardes por la curiosidad<br />

Página15


de ver quiénes llegaban y quiénes se iban<br />

de la ciudad. Liberado de todo<br />

compromiso sentimental como se creía,<br />

empezó a darse vehemente a la devoción<br />

de la pelandusca. No pudo evitarlo. La<br />

fuerza de la pasión pudo más que su<br />

decencia. “Esa es”, le dijo su<br />

acompañante que, por privilegio de<br />

soltería, había visitado el prostíbulo que<br />

la dama regentaba. “¡Esa es madame<br />

Corine, amigo Matita!”, le había insistido<br />

en un susurro nervioso y emocionado<br />

mientras le clavaba los dedos en el<br />

antebrazo. De modo que aquel primor de<br />

mujer encarnaba a la famosa<br />

dispensadora del pecado más cometido<br />

por salidos y priápicos, suspiró en sus<br />

adentros don Aquilino aquel atardecer<br />

febrerino que no invitaba precisamente al<br />

romanticismo, en tanto la bella se<br />

contoneaba insinuante por el amplio<br />

vestíbulo. Prisionero quedó ya de la grácil<br />

silueta y de aquel rostro, todo carmín y<br />

afeites, resaltado por el suave contorno<br />

de una graciosa capucha de visón.<br />

A partir de aquel instante, don<br />

Aquilino Mata se cobraría la deuda que,<br />

en su opinión, el amor debía pagarle,<br />

viviendo de la devoción de aquella<br />

Afrodita y convirtiéndola en todas y cada<br />

una de las novias y amantes de sus<br />

protagonistas. El amor le impulsaba a<br />

compartir con ella la gloria y la<br />

inmortalidad de sus creaciones.<br />

Burbujaspic11<br />

Página16<br />

Félix J. Alonso Camarero<br />

Doscabezas<br />

Burbujas11


NADERÍAS: Elena Arroyo<br />

Ocurre que Elena Arroyo camina<br />

esta mañana con cierta pesadumbre:<br />

tiene fiebre, los ojos húmedos, y no le<br />

abandona el dolor que se ha detenido en<br />

los riñones. Pero su malestar no le impide<br />

una mañana más caminar por la avenida<br />

de los Reyes Católicos para cumplir la<br />

tarea de limpiar el piso que la espera. Yo,<br />

voy a su lado, llevo en la mano la bolsa<br />

que pertenece a Elena. Contiene los<br />

efectos de la compra: tomates, media<br />

docena de huevos y un cuarto de carne<br />

para el cocido.<br />

Elena Arroyo es viuda, y su único<br />

hijo está en la cárcel. Es de estatura<br />

mediana, cara rellena, casi redonda, de<br />

piel fina y morena. Sus ojos si no<br />

lagrimean como ocurre esta mañana, son<br />

de color de avellana. Lleva un abrigo de<br />

paño, de un gris descolorido, una bufanda<br />

de lana gruesa, alrededor de la garganta,<br />

y el pelo encanecido, recogido en un<br />

moño, sujetado con una cinta roja. Como<br />

si fuera un capricho, luce un lunar en la<br />

mejilla derecha. Tiene 58 años.<br />

Tres días antes de este encuentro,<br />

los dos estábamos sentados en una<br />

cafetería, y no llegaba a creerse que<br />

hubiese ido a buscarla para interesarme<br />

por ella. “Es la primera vez que me<br />

ocurre, y no lo termino de creer. Mi vida<br />

ha tenido y tiene problemas, ¿quién no<br />

los tiene en esta vida? Y son tristes,<br />

mejor no moverlos. Pero es otra persona<br />

la que te conviene para hacer realidad lo<br />

que deseas”. La he propuesto<br />

acompañarla en su trabajo una mañana.<br />

Hace años que la conozco. Elena acudía a<br />

limpiar nuestro piso, cuando mi padre<br />

todavía vivía.<br />

Lo piensa, no se decide, pero al<br />

fin, por gratitud, decide satisfacer mi<br />

deseo.<br />

Por eso, caminamos juntos, uno al<br />

lado del otro, en silencio, recibiendo el<br />

viento frío, húmedo, en esta mañana de<br />

noviembre, bajo un cielo invernizo que<br />

amenaza lluvia, lejos de los días, cálidos,<br />

luminosos de verano que me parecen una<br />

veleidad de la memoria.<br />

El piso es el sexto, A o B, no<br />

recuerdo, del número 18 de la avenida de<br />

los Reyes Católicos. Es amplio, luminoso,<br />

decorado con esa sencillez que revela<br />

criterio y gusto. Mientras Elena se ocupa<br />

de poner en orden la cocina, yo<br />

aprovecho para recorrer los cuartos,<br />

todos pintados de color malva enfermizo<br />

que parece desprender una luz que se<br />

agradece. Me quedo en el salón, donde la<br />

mirada se detiene con asombro en el<br />

armario acristalado: contiene una<br />

colección de cerámica en la que destacan<br />

esculturas de arte africano y una vasija<br />

ceremonial. Las esculturas son dos<br />

cabezas de barro ensombrecido con<br />

manchas faciales, cuya belleza desprende<br />

serenidad, calma, una cierta paz<br />

espiritual, diría yo.<br />

La luz desvanecida entra por el<br />

amplio ventanal, una luz que parece<br />

temblar cuando acaricia los rostros<br />

apacibles y serenos de las dos cabezas.<br />

Siento que floto en un tiempo lejano y me<br />

Página17


dejo llevar por el silencio y la quietud de<br />

la hora.<br />

En la pared, frente al armario,<br />

contemplo un paisaje a espátula<br />

excelente. Tierras ásperas, duras,<br />

agrietadas, sembradas de aves, sienas<br />

tostados y un gris verdoso admirable. Es<br />

de Modesto Ciruelos, y revela la calidad<br />

de pintor que era.<br />

“José Antonio, ven al dormitorio,<br />

me dice Elena, casi gritando. Mira esto”.<br />

Veo la cama deshecha, sábanas azules<br />

arrugadas por el suelo, la almohada<br />

doblada. En la mesilla una caja de<br />

preservativos abierta. Al pie de la cama<br />

una botella de ginebra vacía, botes de<br />

Coca-Cola y un cenicero rebosante de<br />

colillas. En realidad, parece que un ladrón<br />

hubiese saqueado el cuarto, dejando<br />

algunos cajones de la cómoda abiertos y<br />

otros cerrados. Encima de la cómoda hay<br />

una fotografía con marco de cuero de una<br />

mujer joven, de apacible y cálida belleza.<br />

“Claro, cómo va a casarse, si cuando<br />

necesita compañía la encuentra”, dice<br />

Elena que parece hablar para ella misma,<br />

como si estuviera sola.<br />

Elena ha limpiado con prisas en<br />

parte por mí, en parte por culpa de la<br />

gripe. Ahora plancha el pantalón del<br />

señor, porque en este piso vive sólo un<br />

señor que se comunica con Elena por<br />

medio de notas que deja encima de la<br />

vitro. “Nunca me da los recados por el<br />

móvil, ¿qué te parece? ¿No sería más<br />

sencillo? Pues no, siempre las notitas.<br />

“Pláncheme el pantalón y la camisa de<br />

rayas que he dejado en el sillón del<br />

cuarto de estar”. A veces también Elena<br />

le deja mensajes: “Mañana no podré<br />

venir. Tengo fiebre”, escribe delante de<br />

mí en una hoja del block que ha sacado<br />

del bolso trasero del pantalón vaquero.<br />

Al fin, ha terminado la labor.<br />

Pálida, ojerosa, con aspecto abatido, se<br />

echa de golpe sobre el sillón de pana de<br />

color de miel. “Me encuentro cansada.<br />

Algunas mañanas, sin el malestar que<br />

hoy tengo, me sucede lo mismo.<br />

Entonces me siento aquí, cierro los ojos y<br />

dejo pasar el tiempo, vencida por la<br />

impresión de que no voy a ninguna parte,<br />

como si estuviera de paso y me he<br />

sentado a descansar, para luego seguir<br />

caminando”. No te miento José Antonio,<br />

si te confieso que ciertas mañanas<br />

escucho la voz de mi madre y sus<br />

constantes consejos. “En mi familia todos<br />

éramos muy habladores, algunos como<br />

mi padre, charlatanes, aunque con largas<br />

y malhumoradas rachas de silencio. Mi<br />

madre era la más callada, parecía<br />

guardar para sí sus pensamientos, pero<br />

cuando decía, decía bien. Y llegaban los<br />

consejos: Elena, sigue adelante, no<br />

pierdas nunca la esperanza. Sé honesta y<br />

honrada, Habla lo necesario y no cuentes<br />

intimidades a quien lo las merece. Piensa<br />

y luego obras, no al revés. No te fíes de<br />

los hombres, van a lo suyo y son<br />

enredadores”. Y así con frases y<br />

sentencias, la mujer creía hacerme bien y<br />

prepararme para enfrentarme a la vida”.<br />

Yo tenía quince años. Trabajaba de<br />

recadera en la Panificadora Burgalesa.<br />

Ganaba 20 pesetas a la semana.<br />

-Y ahora, ¿qué días trabajas?<br />

-Lunes, miércoles y jueves limpio y<br />

cocino en uno de los pisos. El viernes<br />

trabajo de tarde. No me cortarán la luz,<br />

espero.<br />

ella?<br />

-La soledad, ¿convives bien con<br />

-¡Oh! He vivido tantos años sola<br />

que estoy habituada. No me causa<br />

molestias. Durante días enteros en los<br />

que no hago nada más que trabajar, me<br />

siento dulcemente arropada por una<br />

apacible satisfacción. Luego me sirvo de<br />

estrategias. Pienso en mi marido. Murió<br />

hace catorce años. De repente. Un paro<br />

cardiaco. Era un buen hombre, a veces<br />

vehemente, impulsivo, pero nunca<br />

violento. Lo cierto es que todavía le<br />

recuerdo. Me dejó una pena, que en<br />

ocasiones brota. Volví a trabajar,<br />

teníamos deudas, llamé a algunas<br />

puertas, que no me abrieron. Conocí<br />

momentos duros, pero poco a poco voy<br />

saliendo del pozo”. Y se queda unos<br />

instantes replegada en sí misma, como si<br />

le rozara el lado oscuro e incomprensible<br />

Página18


de la vida, desde cuyo silencio me<br />

contempla ahora.<br />

De pronto, sonríe. Sus ojos cobran<br />

vida, y me dice: Y si necesito compañía,<br />

subo a ver a Amelia, que vive en el<br />

segundo piso de esta casa. Es ocurrente,<br />

graciosa y divertida. Es dos años más<br />

joven que yo. Ayer, me confiesa: “Elena,<br />

voy a buscar a un hombre de mi edad,<br />

para que haga las labores de casa y sepa<br />

cocinar. Estoy harta de trabajar y si<br />

quiere algo más…, se lo tiene que ganar,<br />

¿no te parece? Claro, mujer, que duerma<br />

debajo de tu cama y el día que cumpla<br />

con la labor y tú, acostada, sientas de<br />

noche “calentura”, le dices que suba<br />

arriba”. Por primera vez se ríe<br />

abiertamente, echa la cabeza hacia atrás<br />

y el rostro parece que se estira para<br />

mostrar las huellas que el tiempo dela al<br />

pasar.<br />

-¿Qué apartarías de tu vida? –le<br />

pregunto de pronto.<br />

La pregunta la coge desprevenida.<br />

Duda unos instantes antes de contestar:<br />

“Seguro que piensas que muchas cosas.<br />

No señor. Soy una mujer sencilla que no<br />

hace aspavientos a la vida. Me conformo<br />

con lo que tengo. No pido más. Salud,<br />

trabajo y, especialmente, quiero que mi<br />

hijo salga de la cárcel, encuentre trabajo,<br />

forme un hogar y me dé algún nieto.<br />

¡Oh!, sí, éste me haría feliz.<br />

-¿Te volverías a casar?<br />

-¡Qué cosas me preguntas! ¿Para<br />

qué? Para que otro señor me tenga de<br />

asistenta. Ya he tenido bastante. A mi<br />

edad ya no me queda tiempo ni llega eso<br />

que llamamos amor. Es muy complicado.<br />

Te llena la cabeza de ilusiones, de<br />

fantasías que has metido en tu cabecita<br />

de ratón. Le imaginas como tú quieres y<br />

luego llega la realidad y todo lo<br />

desmorona.<br />

Salimos a la avenida de Reyes<br />

Católicos. Elena avanza con cierta<br />

pesadez, le falta el aliento. “Voy a<br />

meterme en la cama en cuanto llegue a<br />

casa”. Sopla un viento frío y húmedo. A<br />

esta hora la avenida aparece<br />

prácticamente desierta. En un instante<br />

siento el impulso de retener entre mis<br />

manos la mano de Elena, expresar sin<br />

palabras mi gratitud por los momentos<br />

que he compartido con ella. Me reprimo,<br />

mirando el cielo, cuya tonalidad me<br />

enfría, un telón gris oscuro donde la<br />

mirada no encuentra consuelo.<br />

Llegamos a la plaza del monasterio<br />

de san Juan. Pienso que es hora de<br />

despedirse. “Elena, ha sido un placer”.<br />

“Lo mismo digo”. Me abraza emocionada<br />

y yo aprovecho para introducir un billete<br />

en el bolso de su abrigo.<br />

Son las dos y media cuando llego a<br />

casa. Vacía. Silenciosa. Pura soledad. La<br />

luz que bordea la cortina ahora es más<br />

intensa. Una luz que de algún modo es<br />

más clara, parece vivir dentro de sí<br />

misma a medida que se afianza.<br />

La quietud, el sosiego, que me<br />

rodea, me devuelve al piso que he<br />

conocido esta mañana. Y vuelvo a ver a<br />

Elena trajinando y poniendo en orden la<br />

casa: La “pequeña” Elena, de 58 años, en<br />

la que pienso ahora. Y me digo: Adiós,<br />

Elena. No puedo recoger aquí todo lo que<br />

me dijiste. Pero nada me impide<br />

recuperar la dulzura de tu rostro, el<br />

milagro de tu sonrisa, la voluntad que te<br />

mantiene viva, tu energía y tu esperanza.<br />

Lo guardaré en algún lugar de este<br />

corazón solitario, lo guardaré como una<br />

deuda secreta y me alegra pensar que<br />

nunca podré pagarla.<br />

J. A. Martínez Gutiérrez, “Guti”<br />

Burbujas 9<br />

Página19


NewPanting1<br />

Página20


Coloquios fraternos con tintes de memoria<br />

Le ofrecí dos opciones para<br />

vestirse de vida durante fiesta local tan<br />

señalada.<br />

–¿Dónde quieres que te lleve,<br />

mamá, al barrio de Huelgas o de visita al<br />

cementerio?<br />

Mi madre me miró con ribetes de<br />

perplejidad, y cierto escepticismo, entre<br />

las escasas arrugas de su frente, pues, a<br />

pesar de ser mujer con noventa y dos<br />

años sobre chepa, todavía cree que las<br />

aguas de los ríos se embalsan, con tono<br />

esdrújulo, en los pántanos; y, sobre todo,<br />

asevera que las albóndigas tienen mejor<br />

textura si se les llaman almóndigas. No<br />

obstante posee una mente lúcida, una<br />

gracia con la que todavía bien-sazona los<br />

guisos y, dicho sea de paso, tiene algún<br />

callo en el pie de la orilla que le atenúa el<br />

ritmo de su paso. Su corazón mantiene la<br />

métrica de la risa y el color de la bondad.<br />

–Ya no estoy para algunos trotes,<br />

hijo –me respondió. Y después, sumida<br />

en su pensamiento, extrajo la siguiente<br />

conclusión–. El simulacro festivo de las<br />

Huelgas nunca me atrajo, pues, a pesar<br />

de mi profunda religiosidad y ser devota<br />

de san Amaro, me espanta tanto boato y<br />

enseñanza bajo palio en el Curpillos.<br />

Además, en tal evento, nunca logré<br />

distinguir, entre tantos estandartes y<br />

brillos de medallas, al famoso pendón...,<br />

ese que dicen de las Navas. A mí lo que<br />

me gustaba era la tortilla de patata en el<br />

Parral, cuando echábamos huevos<br />

frescos, de gallinas de verdad, y no esa<br />

porquería química que ponen ahora,<br />

dicen por ahí, para bien cuajar la<br />

patata...<br />

–Bueno, mamá, eso se hace para<br />

combatir la salmonelosis...<br />

–Limón, hijo..., un chorrito al batir<br />

los huevos... Pero lo que más me gustaba<br />

durante la gira en el Parral era los bailes<br />

a la tarde... Comenzábamos con un<br />

pasodoble y terminábamos con la jota<br />

¡Qué bien me llevaba tu padre!<br />

–Sí... Erais buenos bailarines..., a<br />

lo antiguo.<br />

–No me lleves al Curpillos...<br />

Llévame de visita al cementerio, hijo,<br />

aunque hoy no haya comprado flores...<br />

–Hartas compraste para la vida –le<br />

respondí.<br />

El día se presentaba con augurios<br />

de calor, eso que todavía no era cuarenta<br />

de mayo; incluso se preveían tormentas<br />

vespertinas.<br />

Entramos al recinto en el que se<br />

cruzan los caminos de los cielos y las<br />

veredas de los infiernos. Las sendas del<br />

purgatorio y los recodos del limbo ya no<br />

se distinguen, eso que todo el entorno<br />

semeja un jardín de serenidad y pulcritud<br />

que nos invitó a sentarnos bajo las ramas<br />

de una morera, donde el descanso para<br />

las piernas ancianas era límpido, el<br />

frescor de su sombra liberase mi<br />

pensamiento y éste compusiera un haiku<br />

a los trinos de cada ave...<br />

Página21


–Compondré un soneto dedicado a<br />

esa figura tan singular que muestran los<br />

cipreses –le dije a mi madre–. Fíjate en<br />

ellos, que poda tan singular lucen: bien<br />

perfilados por abajo y con desarrollo libre<br />

por las copas, como si quienes los<br />

podaron no alcanzasen las alturas –y<br />

concluí–. Me recuerdan a esos jóvenes<br />

que se rapan hasta la raya imaginaria<br />

detrás de sus orejas y dejan al soberano<br />

albedrío la parte superior de sus<br />

cabelleras; o, cómo no: también me<br />

evocan la testa de aquellos frailes que<br />

les cortaban el pelo con un cazuelo sobre<br />

la cabeza..., para no perder línea.<br />

–Se lo trasquilaban siguiendo la<br />

guía con un orinal; nunca con una<br />

cacerola –corrigió mi madre; y concluyó–.<br />

Mientras poetizas entraré en la capilla y<br />

encenderé unas velas.<br />

La idea de encender hachones<br />

desató mi intolerancia y le dije, con<br />

marcada sorna, que no era necesario<br />

encender cirios, que el día estaba muy<br />

claro, y que con lo que echase en el<br />

cepillo bien podíamos tomarnos unos<br />

mostos acompañados de aceitunas.<br />

–No te preocupes, hijo; nos<br />

tomaremos unos marianitos y pagarás<br />

tú... Acompañados de patatas fritas, que<br />

no es tiempo de gambas a la plancha;<br />

además, el bar Juanjo ya no está en la<br />

calle de san Cosme. Y ni sueñes que te<br />

lleve a la cantina del Patillas, que no<br />

tienes sitio para aparcar ese cochazo que<br />

te has comprado... Que bien en aquellos<br />

tiempos, cuando me llevaba tu padre<br />

sobre el trasportín de la bicicleta, así, al<br />

estilo de las amazonas, igual que cuando<br />

salíamos a caballo, haciendo sonar los<br />

cascabeles de sus colleras, el día de san<br />

Isidro.<br />

Colgada de mi brazo paseamos<br />

entre la serenidad de las tumbas,<br />

escuchando el silencio, sólo quebrado por<br />

los cánticos de los pájaros y el continuo<br />

acoso de un cuco, señal ésta inequívoca<br />

de que los huevos de algún nido iban a<br />

perder su naturaleza para sufrir la<br />

intrusión de ave tan cuca...<br />

–O de que tronará esta tarde... –<br />

adivinó el pensamiento de mis puntos<br />

suspensivos.<br />

–¡Cuánta concordia! –exclamé; y,<br />

ante el silencio de mi madre, bien<br />

cargado de recuerdos que ahora asentaba<br />

sobre mi brazo, pensé–: cuántas<br />

historias, todavía por escribir, bajo tanta<br />

losa con los nombres de quienes llenaron<br />

de anonimato las cunetas.<br />

La ostentación pétrea, resaltada<br />

con ideas marmóreas y plurales<br />

arquitecturas, se luce con los apellidos<br />

solemnes de quienes duermen el sueño<br />

sin fin.<br />

De nuevo traté de sacarle la voz:<br />

–¿Crees, mamá, que algunos de<br />

los que aquí yacen se hicieron enterrar<br />

con sus riquezas, al estilo de los<br />

faraones?<br />

–No; posiblemente la materia ya<br />

estará podrida; no así los secretos y<br />

artimañas de las almas que les hicieron<br />

ricos –y bajando la voz, tal vez por<br />

tradición necrológica, señaló uno de<br />

aquellos panteones y me dijo–: Aquél,<br />

durante los tiempos de estraperlo,<br />

arbitraba sobre abastos y consumos;<br />

vivía al tanto de todos los trasiegos en la<br />

alhóndiga, y cuando no, inspeccionaba los<br />

muros traseros de los fielatos,<br />

productivos éstos de vez en cuando.<br />

–¿Estás segura, mamá?<br />

–Tanto como que tengo más años<br />

que tú, hijo; así que te llevo ventaja –<br />

señaló la insignificancia de una lápida y<br />

afirmó, con orgullo–. Esa es la del<br />

coadjutor que se quitaba sus botas, o<br />

sacaba las mantas de su casa y abría los<br />

cepillos para repartir entre los pobres... El<br />

párroco lo regañaba, decían los<br />

feligreses, incluso se cree que en cierta<br />

ocasión lo zarandeó por repartir los<br />

bienes del templo entre los hambrientos.<br />

Junto a un saúco que comenzaba a<br />

desprender sus aromas, ambos<br />

recuperamos los tiempos de recogida de<br />

Página22


sus flores y vimos la misma imagen en<br />

nuestra memoria: la abuela Margarita<br />

cortando los racimos floreados, los<br />

colgaba hacia abajo para que se secasen<br />

en la oscuridad del desván y después,<br />

con toda la fe de la costumbre, preparaba<br />

infusiones con las que lavaba nuestros<br />

ojos.<br />

Pasamos junto al descanso eterno<br />

de Félix, alias el almendrero o el peluso,<br />

y ambos sonreímos ante el recuerdo de<br />

su odisea personal con un sargento<br />

chusquero. Éste lo quiso denunciar<br />

porque aquél nombraba Fabiola a una<br />

borrica con la que transitaba por la<br />

ciudad; eran tiempos de Balduino. El<br />

milico de los galones dorados aseguraba<br />

que era un escándalo social nombrar así a<br />

una borriquilla. El almendrero, echado<br />

hacia delante sobre la vara izquierda del<br />

carro, miró hacia la ribera derecha del<br />

río, sobre la que se armaba el tinglado<br />

conmemorativo de los veinticinco años de<br />

paz y respondió, con la entereza de su<br />

figura menuda, que para él era más<br />

escandaloso un desfile militar.<br />

–Y en que concluyó la disputa –<br />

pregunté.<br />

–En la paz impuesta, hijo. Como el<br />

almendrero tenía un tío en la curia y ésta<br />

ostentaba buenas relaciones con la<br />

milicia, entre ambas llegaron al acuerdo<br />

de que tan inmoral sobrino se<br />

comprometiese a comulgar durante<br />

nueve primeros viernes de mes,<br />

seguidos; y todo para que tan díscolo<br />

pariente obtuviese la salvación de su<br />

alma y librara del calabozo a su cuerpo...<br />

Dice la gente que cuando el almendrero<br />

agonizaba, muchos años después, invocó<br />

la presencia de su borriquilla: –Fabiola...<br />

Fabiola.<br />

–Cuanta paz para pensar, aquí,<br />

entre los cipreses –recalqué.<br />

–Sí, hijo; es lo que tiene recuperar<br />

memorias. Mira... ¿Ves aquella humilde<br />

tumba, protegida con reja de hierro<br />

forjado, sobre la que siempre hay flores<br />

silvestres? En ella descansa la Sabina,<br />

aquella viuda vestida siempre de luto,<br />

cabizbaja, que recogía las pizcas de<br />

carbón caídas sobre las vías del<br />

Santander-Mediterráneo; sí, recuerda,<br />

aquellas miserias incandescentes que se<br />

desprendían de las locomotoras... Una<br />

vez se encontró un par de briquetas que<br />

se habían caído de algún ténder. La<br />

alegría del calor llenó su covacha, allí,<br />

junto al arroyo de Cardeña... Pobre<br />

mujer. Cuando el fogón enrojecía llegó la<br />

autoridad y la acusó de robar carbón. Al<br />

poco tiempo de salir de la mazmorra la<br />

arrolló un tren procedente de Calatayud.<br />

A sus tres criaturas las acogieron en el<br />

hospicio.<br />

–¿Quién le pone flores frescas?<br />

–No se sabe, hijo. Dicen que es un<br />

viejo enterrador añorante de la paz. Las<br />

beatas del barrio de san Pedro aseguran<br />

que es un acto milagroso; y los contrarios<br />

a las teorías prodigiosas afirman que se<br />

las pone su ángel de la guarda,<br />

remordido hasta las alas, por no<br />

protegerla durante fatídico día... Pero,<br />

éste también es un dato portentoso...<br />

¿No te parece?<br />

Como entiendo tan poco de tales<br />

actos me callé, igual que cuando oigo<br />

hablar de fútbol.<br />

Llegamos a la humilde tumba<br />

familiar y callamos. Mientras mi madre<br />

murmuraba alguna oración yo releía los<br />

nombres de mis ancestros e imaginaba<br />

sus raíces, porque las memorias ponen<br />

vida.<br />

De pronto mi madre soltó una<br />

risita. Yo sabía qué le hacía reír, pero ella<br />

lo recordó con esa gracia que le<br />

caracteriza.<br />

–Vaya hato de cabras, tu padre y<br />

sus amigos... En aquellos tiempos de<br />

cerrazón, cuando estaba prohibido que la<br />

ciudadanía pasease en mangas de camisa<br />

por el Espolón... Ellos, en protesta, se<br />

fueron a la plaza de La Flora. La noche<br />

era benigna, de las pocas que la<br />

climatología regala a la ciudad; el calor<br />

era sofocante. Allí, ante la soledad de la<br />

madrugada, se desnudaron para bañarse<br />

Página23


en la pileta, todos en cueros bajo los<br />

caños de agua, ante los regocijados ojos<br />

de la dama de piedra. Ellos, razonadores<br />

de taberna, aseguraban que si tan<br />

hermosa dama podía exhibir sus senos<br />

desnudos... ¿Por qué no iban a poder<br />

bañar ellos las purezas de sus pellejos?<br />

Pero he ahí que, cuando los chorros de<br />

agua purificaban todos los sudores, se<br />

presentó el Aproniano clamando justicia<br />

mientras blandía su chuzo al estilo<br />

Quijote, como era de razón en cualquier<br />

sereno riguroso.<br />

–¿Qué sanción les puso?<br />

–Allí le iban a esperar... Salieron<br />

todos corriendo, desnudos y con la ropa<br />

bajo el brazo, hacia las partes altas y<br />

oscuras de la ciudad, donde nunca<br />

llegaban los faroleros porque no tenían<br />

nada que encender –mi madre se rió de<br />

nuevo y concluyó–. Al día siguiente lo<br />

celebraron con el propio sereno mientras<br />

tomaban unos chatos de vino en la<br />

taberna del Piriri.<br />

Entre las tenues risas que nos<br />

dimos surgió mi voz, tal coletilla de un<br />

fin: –Cuánta paz se respira aquí...<br />

–Es natural, hijo... En este lugar<br />

todos están muertos.<br />

A medida que nuestros pasos se<br />

dirigían hacia la salida noté que mi madre<br />

hurgaba en su monedero.<br />

–¿No pensarás encender otra vela?<br />

–pregunté.<br />

–Ésta es para que La Flora perdone<br />

a tu padre y sus amigos, que en paz<br />

descansen todos.<br />

Mamá... A quienes tiene que<br />

perdonar La Flora es a los que prohibían<br />

pasear en mangas de camisa por el<br />

Espolón...<br />

No obstante, igual que les pasa a<br />

muchos burgaleses al transitar por la<br />

ciudad sin observarla, yo acudí por la<br />

tarde a comprobar que la dama de tan<br />

sonada fuente tenía descubiertos sus<br />

senos ¿Era posible, después de tantos<br />

años paseando por su plaza, que no me<br />

hubiese fijado en la belleza de mujer tan<br />

popular, o no recordase haberla<br />

admirado?<br />

Página24<br />

Luis Carlos Blanco Izquierdo<br />

Ballena


Guantes<br />

Dije: te vas a olvidar de mí.<br />

Cuando regreses a tu país no seré más<br />

que una mancha borrosa en tu vida.<br />

Pensé que a mí a veces me costaba<br />

recordar cómo era su rostro cuando<br />

pasaban varias semanas sin vernos y que<br />

quizá me había puesto un pelín<br />

dramática. Así que rápidamente añadí: yo<br />

también terminaré por olvidarte, no te<br />

creas (aunque en ese momento me<br />

pareciese algo improbable). Como<br />

siempre que no conseguía dormir, me<br />

levanté y fui a fumar a la ventana. La<br />

tiritona del cigarro era evidente pese a<br />

los esfuerzos que hacía por controlar mi<br />

temblor de manos. Él me escuchaba en<br />

silencio desde la cama, expectante, como<br />

si estuviese contemplando una obra de<br />

teatro o una película. Dije: se me va a<br />

hacer extraño no verte sentado en el<br />

suelo meditando (si bien aún me seguía<br />

pareciendo una excentricidad esa afición<br />

suya por colocarse en posición de loto<br />

apenas clareaba el día). Él dijo: yo<br />

también voy a echar de menos muchas<br />

cosas tuyas. ¿Por ejemplo?, pregunté. Y<br />

él respondió: tu sonrisa y tus mamadas.<br />

Aseguró que jamás le habían chupado la<br />

polla tan bien como yo; según matizó,<br />

poseía un don especial para ello. Le di las<br />

gracias por el cumplido con una media<br />

sonrisa y, no sé por qué, se lo devolví<br />

declarando que a mí también me<br />

encantaba tener su aceitunado pene<br />

oriental en mi boca. No se conformó con<br />

eso. Quiso saber entonces si me gustaba<br />

chupar pollas en general o si era sólo la<br />

suya la que me provocaba ese placer. Le<br />

dije lo que quería oír. Luego separó la<br />

sábana de su cuerpo y me pidió que se lo<br />

demostrara de nuevo. Y eso hice,<br />

convencida de que quizá era el único<br />

modo de abrirme un hueco en su<br />

memoria. Me vino a la mente mi amiga<br />

Lourdes, cuando éramos adolescentes y<br />

nos contaba que todas las pollas sabían<br />

igual. Ella ya lo había comprobado en su<br />

pueblo durante los meses de verano. Las<br />

demás solíamos reír, alteradas y curiosas,<br />

ante aquellas confidencias. A mí su sabor<br />

me daba lo mismo (aunque eso<br />

significase darle la razón a la idiota de<br />

Lourdes), lo que realmente me atraía de<br />

aquel pene era su aspecto pardusco y<br />

nervudo, como si fuera la rama de un<br />

poderoso árbol. Y el olor, un olor que no<br />

había encontrado en ningún otro hombre,<br />

y donde se mezclaba el aroma del<br />

incienso y el de una pescadería. Le chupé<br />

la polla por última vez con el afán de<br />

quien se está jugando su paso a la<br />

posteridad. Cuando terminé, me tumbé<br />

de nuevo a su lado. Dije: nadie me ha<br />

chuleado jamás de esta manera. Y lo dije<br />

en español. Después de un rato en<br />

silencio me preguntó qué significaba eso.<br />

Le expliqué que “chulear a alguien” era<br />

precisamente lo que él había hecho<br />

conmigo: ese ahora sí, ahora no, crear<br />

expectativas y después nada. Aparecer,<br />

follar, desaparecer, y así durante dos<br />

años. Él se rio y me explicó cuál era la<br />

expresión que se utilizaba para decir eso<br />

en inglés. No presté atención. Yo seguía<br />

mirándolo y preguntándome cómo era<br />

posible que aquel indio esmirriado me<br />

Página25


hubiera podido chulear así a mí. Dije:<br />

seguro que en tu país te estará<br />

esperando alguna chica. Mi amiga Lisa<br />

me había contado que muchos de los<br />

hindúes que venían a estudiar a<br />

Inglaterra pertenecían a familias ricas, y<br />

que a su vuelta, una vez obtenido su<br />

título universitario, tenían preparada la<br />

boda y un puesto en el consejo de<br />

administración de alguna empresa<br />

familiar. No te enganches con ninguno,<br />

me advirtió. Y de puertas para fuera<br />

parecía así. Ni Lisa ni las demás<br />

sospechaban nada, o al menos se<br />

cuidaron de hacerme ningún comentario<br />

al respecto. Se trataba simplemente de<br />

un amigo, no había que darle más<br />

vueltas. Era el chico que me había<br />

ayudado a meter el colchón dentro del<br />

último cuarto que había alquilado. La<br />

casa, de planta baja y minúscula, tenía<br />

un recibidor igualmente minúsculo donde<br />

era imposible maniobrar para meter el<br />

colchón en el interior de edificio. Por más<br />

que intentaba girarlo, no entraba ni bien<br />

ni mal. Lo había comprado en una tienda<br />

de muebles de segunda mano y los tipos<br />

que me lo trajeron no se hacían cargo de<br />

aquel problema. Dije: ¿por qué te<br />

ofreciste para ayudarme? No sé,<br />

respondió, supongo que por pena. Tenías<br />

cara de estar desesperada. Sonreí al<br />

recordarme junto a la puerta de casa,<br />

sujetando el colchón para que no se<br />

manchara y sin saber qué hacer con<br />

aquel armatoste. Al final apareció él y lo<br />

pudimos meter por la ventana. Dije: ¿me<br />

ayudaste sólo para ver si conseguías<br />

acostarte conmigo? Sí, musitó sin muchas<br />

ganas, quizás también pensé en eso.<br />

Tenía los ojos entrecerrados, estaba a<br />

punto de dormirse. Dije: ya no te<br />

acuerdas, para ti todo esto ha sido algo<br />

sin importancia. Yo, en cambio,<br />

recordaba que esa misma tarde ya sentí<br />

ganas de hacer el amor con él. En cuanto<br />

se quitó los guantes verdes de lana para<br />

agarrar el colchón, imaginé cómo sería<br />

estrenarlo juntos. Fue ver sus manos y<br />

mi cuerpo se puso tontito. Una de esas<br />

cosas que si saliese en una película te<br />

parecería una cursilada, pero que por lo<br />

visto existen. Dije: luego te dejaste los<br />

guantes por olvido, ¿o lo hiciste a<br />

propósito? Pero no contestó; intuí por su<br />

manera de respirar que se había dormido,<br />

pero no quise comprobarlo con la mirada.<br />

Ya daba igual. Dije: dos días después<br />

volviste a por ellos, te invité a cenar y<br />

luego acabamos en esta cama. Tampoco<br />

te llevaste los guantes aquella noche.<br />

Seguro que no te has vuelto a preguntar<br />

por ellos, ni tampoco por qué yo insistí en<br />

quedármelos. Me hacía ilusión pensar que<br />

tenía un molde de tus manos, pero a ti<br />

todo esto te parecerá una estupidez. No<br />

sé para qué te lo cuento. Al decir esto me<br />

percaté de que lo estaba haciendo en<br />

español y con los ojos humedecidos.<br />

Pensé, como otras veces, que aquel indio<br />

escuchimizado no merecía la pena y me<br />

di la vuelta en la cama para no verlo. Lo<br />

malo es que seguía respirando el intenso<br />

olor de su sexo. Y ya no pude volver a<br />

pegar ojo.<br />

Poco después de que amaneciera<br />

se levantó de la cama. Esa mañana no<br />

hizo sus habituales ejercicios de<br />

meditación. Yo me puse a recoger el<br />

cuarto, como cualquier otro día, fingiendo<br />

la mayor naturalidad posible. De pronto,<br />

al abrir un cajón me topé con sus<br />

guantes; rápidamente lo cerré sin decir<br />

nada. Él trató de ligar un pequeño<br />

discurso, pero no parecía encontrar las<br />

palabras apropiadas. Al final se calló, me<br />

miró fijamente y me dio las gracias. Dijo:<br />

es mejor así. Dije: sí, es mejor así. Y se<br />

fue.<br />

Imagino que tomó su avión dos<br />

días después, tal y como tenía previsto, y<br />

que luego comenzó su nueva vida en la<br />

India. Nunca le pregunté por sus planes<br />

futuros ni él me dio detalles sobre lo que<br />

le deparaba su vuelta a casa. Es mejor<br />

así, me repetí. Tampoco yo, a decir<br />

verdad, tenía muy claro qué iba a<br />

suceder conmigo cuando regresara a<br />

España, ni cuándo iba a hacerlo, aunque<br />

estaba convencida de que aún faltaba<br />

bastante tiempo para eso. Tres días<br />

después de su partida, sin embargo,<br />

decidí dejar el Reino Unido y volver a<br />

Página26


casa de mis padres. Compré un billete de<br />

avión, comuniqué mi marcha en el<br />

trabajo y arreglé todo el papeleo<br />

necesario con los del máster y con la<br />

agencia que me había alquilado el cuarto.<br />

El sábado salí a cenar con Lisa y otras<br />

amigas que aún no se explicaban mi<br />

precipitada decisión y que trataron de<br />

hacerme recapacitar. En apenas una<br />

semana había dejado todo listo para mi<br />

marcha. Sólo me quedaba liquidar los<br />

pocos muebles que poseía, para lo que<br />

había reservado la última mañana antes<br />

de tomar el tren hacia el aeropuerto.<br />

Vinieron para llevárselos del mismo<br />

almacén de objetos de segunda mano<br />

donde los compré dos años antes, y<br />

apenas me dieron cincuenta libras por<br />

todo el conjunto. Como era de prever, el<br />

colchón tuvo que salir por la ventana y a<br />

empujones. Aunque había tratado de<br />

ocultar las manchas dándole la vuelta, en<br />

su parte central lucía varios corros<br />

amarillentos que me hicieron avergonzar<br />

cuando, al girarlo, uno de los operarios se<br />

quedó mirándolos. Imaginé que aquel<br />

tipo me estaría visualizando en ese<br />

instante con una polla en la boca. Me<br />

hubiera gustado decirle que mi modo de<br />

practicar la felación era una experiencia<br />

inolvidable, quizá mi más firme asidero<br />

en la memoria masculina. Pero no lo hice.<br />

Claro.<br />

Al cargar la mesilla se abrieron los<br />

dos cajones. Uno de los chicos me<br />

advirtió de que me había dejado allí unos<br />

guantes. Dije: no son míos. No me<br />

apetecía dar más explicaciones, la<br />

verdad, pero, al ver que seguía allí<br />

parado, sólo se me ocurrió decir:<br />

quédeselos usted, le traerán suerte.<br />

José Gutiérrez Román<br />

Página27<br />

Burbujas 6


NewPainting3<br />

Página28


La última vez que hablé con Holly<br />

me dijo que la agorafobia no existía,<br />

que sólo era un piano desafinado<br />

por el olor de los gatos,<br />

o la niebla muda<br />

del que lo toca<br />

a deshora.<br />

Niñaypez<br />

Página29<br />

Una bicicleta vino a visitarme<br />

como un perro doliente.<br />

Se alojó en la timidez del trastero<br />

como un avergonzado inquilino.<br />

Por las noches paseaba por los pasillos<br />

como una vagabunda herida.<br />

Perdida de su montura,<br />

agachaba su manillar<br />

bajo telarañas de metal y goma.<br />

Una mañana timbró un suspiro.<br />

Con las llantas llagadas,<br />

buscó aire y aliento en mis manos.<br />

Mas yo no pude hinchar su ánimo.<br />

Soy una persona que, a ratos,<br />

se desnuda al sol.<br />

Sólo le di brillo niquelado,<br />

el óxido del delirio.<br />

Comida<br />

Pablo César del Río


Crisálida<br />

Página30


Distancia<br />

La distancia es la única culpable.<br />

Amo a mi perro, que está cerca<br />

y conoce mi voz.<br />

Puedo amar —un poco menos—<br />

al perro del vecino.<br />

Todo es cuestión de geografía:<br />

la cosecha, la sed,<br />

la faz del universo,<br />

el grosor de la piel,<br />

sentimientos que la atraviesan<br />

por milímetro cuadrado.<br />

El sur queda tan lejos<br />

que está a punto<br />

de caerse del mapa.<br />

(Breviario para tardes de aguacero, 2012)<br />

Instalación2<br />

Puente<br />

Página31<br />

Las riberas del río<br />

se lavan y se extienden<br />

como ropa mojada.<br />

Temen que el aire se las lleve.<br />

Cualquiera puede construir un puente,<br />

inventar dos orillas, descubrir<br />

una tercera si es preciso.<br />

No hacen falta<br />

piedras, hormigonera,<br />

diseños de papel,<br />

medir distancias.<br />

Basta un firme deseo:<br />

cruzar el aire,<br />

llegar a la otra orilla.<br />

(Breviario para el bolsillo interior<br />

Premio Laureà Mela 2006)<br />

Instalación1<br />

Carmen Plaza


Jirafita<br />

Página32


Apelando al espíritu de la Navidad,<br />

debería a los bancos acuciarse<br />

a celebrar un día, como mínimo,<br />

sin puertas en las cajas fuertes,<br />

o a que se dejen atracar<br />

con la mejor de sus sonrisas,<br />

exonerándolos a cambio<br />

de la autoimpuesta obligación<br />

de repartir misericordia<br />

obsequiando vistosos almanaques.<br />

Como, en virtud de tal espíritu,<br />

debiera en tales fechas permitirse<br />

la expropiación de chicas 10<br />

(malas samaritanas ellas)<br />

a los playboys a cuyos pies se hacinan,<br />

a fin de echárselas de Reyes<br />

a tanto corazón aflicto como hay.<br />

Y como debería, a la sazón,<br />

con invocarlo solamente,<br />

poder ajusticiarse a todo aquel<br />

que volea cizaña por el mundo.<br />

Página33<br />

La mayor parte de la ecúmene<br />

se hace preguntas mientras tanto:<br />

¿qué navideño espíritu<br />

sin paz, afectos ni fortuna,<br />

o con todo lo cual de pacotilla?<br />

¿Qué cielo sin estrellamares?<br />

¿Qué mar sin celestrellas?<br />

¿Qué paraíso en el infierno?<br />

José María Izarra


Metamorfosis<br />

Página34


Borbotón. Grupo sonoro, musical<br />

Hace poco más de un año, en el<br />

Festival de Audio Tangente (FAT)<br />

Estación Dadá, celebrado a finales de<br />

noviembre de 2015 en Espacio Tangente<br />

(C/ Valentín Jalón), se forma un grupo a<br />

partir del Taller de Música Dadá impartido<br />

por Llorenç Barber. Según su mentor, se<br />

trata de ejercer de Ladrones de aire o<br />

Sobre el desimprovisar la improvisación<br />

mientras somos sonadores novadores,<br />

mientras creamos ruido nuevo.<br />

Comenzamos a vernos cada 15<br />

días, más o menos, y a ensayar con<br />

sonidos espontáneos, con lecturas<br />

estereofónicas, con deconstrucción de<br />

textos, con silencios, con gestos, etc.<br />

Cada cual venía de ámbitos distintos:<br />

música, danza, literatura… En nuestras<br />

conversaciones de primavera aparece la<br />

posibilidad de trabajar hacia un<br />

espectáculo, una función abierta, lo cual<br />

se transforma al poco tiempo en una<br />

necesidad. Así que nos vamos centrando<br />

en una serie de contenidos, alrededor de<br />

los cuales desarrollar las improvisaciones.<br />

Es la época en que nos atrae la actividad<br />

de la Escuela de Bañuelos de Bureba en<br />

los años 1934-1936, cuyo maestro,<br />

Antonio Benaiges, enseña con la técnica<br />

Freinet, montando unas imprentas<br />

adecuadas, en las que las propias<br />

criaturas imprimen los textos libres que<br />

componen con los que elaboran unos<br />

cuadernos. Método en el que se halla<br />

conexión con lo que hacíamos en el<br />

grupo.<br />

Entre los cuadernos (rescatados<br />

recientemente) de esta escuela elegimos<br />

4 para nuestro quehacer musical, de<br />

título: Sueños, El retratista, Folklore<br />

burgalés y El mar. Entiéndase: son una<br />

idea central, pero no un guión (pues todo<br />

podría ser de otra manera). Cada ensayo<br />

es diferente, incluso, la sesión final<br />

abierta al público no deja de ser una<br />

incógnita cuando sube el telón. Nacer ex<br />

novo es el reto; llegar a la sorpresa, a la<br />

provocación, a lo inesperado. Establecer<br />

canales en los que el público pueda llegar<br />

a oírse. Proponemos junio de 2016 como<br />

fecha idónea para la muestra. Ante la<br />

necesidad de intensificar los ensayos, nos<br />

concentramos un par de sábados,<br />

trabajando de modo intensivo. Parece<br />

que va saliendo. Tenemos que ponernos<br />

un nombre. Surgen y se disuelven<br />

términos posibles hasta que es<br />

justamente eso lo que deseamos:<br />

Borbotón. Pronto queda dibujado el<br />

símbolo.<br />

Página35


Nacimos en un Taller de Música<br />

Dadá. El Dadaísmo surgió hace 100 años<br />

cuando varios artistas actuaban<br />

simultáneamente cada uno con su<br />

propuesta. A principios de los 60 hay una<br />

relectura del Dadá, el movimiento Fluxus,<br />

pero tendrá una mentalidad más musical<br />

que poética, conceptual o performativa.<br />

Hay que tener en cuenta que fue el<br />

momento de la explosión de las<br />

vanguardias de posguerra con la inclusión<br />

de la electroacústica, la música concreta<br />

y el serialismo integral. Todo ello lo<br />

tradujo Fluxus amontonando en un solo<br />

escenario varios intérpretes cada uno con<br />

su partitura, su acción…<br />

Hay otro pensamiento igualmente<br />

anárquico que se superpone; John Cage.<br />

Para él la música ya no es sonido en el<br />

tiempo, sino simplemente tiempo. De<br />

esta manera propone de nuevo el<br />

simultaneísmo a partir del silencio, del<br />

sonido inevitable y del gesto (del<br />

movimiento).<br />

En la muestra que hicimos con<br />

Llorenç Barber tras el Taller de Música<br />

Dadá ofrecimos una superposición de<br />

pensamientos en coincidencia o<br />

descoincidencia, dejando fluir el tiempo.<br />

Salir del suelo conocido, asignando arte al<br />

soplo, el rasguño, el golpe, la boca…<br />

desde potencias no exploradas, siendo<br />

cada cual el primero que recibe el<br />

impacto.<br />

No conviene confurdirse. Hay<br />

quien no concede a esta actividad la<br />

cualidad de ser arte. «Dentro de 100<br />

años nadie recordará las supuestas<br />

creaciones musicales de esta corriente.<br />

Sin embargo –objetan– todo el mundo<br />

sabrá como suena El concierto de<br />

Aranjuez». No nos detenemos en<br />

polemizar. Aquí entran en juego las<br />

maneras de ser. Si se tiene ingenuidad,<br />

habitaciones entreabiertas, disposición a<br />

viajar (con traje o con harapos), a no<br />

buscar explicaciones acabadas, a<br />

cabalgar el miedo, a combinar, a<br />

desechar chapuzas, a la intensidad<br />

furtiva, a escuchar, a… entonces puede<br />

hacerse arte musical.<br />

Somos grupo, archipiélago,<br />

conjunto de islas unidas por aquello que<br />

las separa (era el lema de la conocida<br />

revista homónima). Utilizamos el metal,<br />

el plástico, el cristal, el cuerpo, la voz…<br />

para sacar sonidos no pensados, con lo<br />

que (según dice Barber) somos ladrones<br />

del aire. Donde nacen sutilezas, rasgos<br />

inexplicables de lo que existe, por lo que<br />

ahí se puede ganar el respeto del público.<br />

Diríamos que esta actividad tiene sus<br />

agarraderos: Escapar de lo inmóvil. Notar<br />

que los instrumentos y las cosas son<br />

infinitamente manipulables (hasta pueden<br />

destruirse). Construir o entregarse a<br />

“situaciones” (de son y de escucha)<br />

nuevas o impredecibles.<br />

Página36<br />

Fotos Espacio Tangente<br />

Fotos Espacio Tangente


En los inicios estábamos: Mayte (la<br />

dibujante), Javi (el músico), Elena (la<br />

danzante y conocedora de técnicas) e<br />

Ignacio (el de los cuadernos), más otra<br />

serie de gente que entró y salió.<br />

Realizada la función de junio, pasado el<br />

verano, intentamos rehacer el grupo ante<br />

las ausencias de Javi y Elena. Por ahora<br />

se están animando Juanjo, Luis, Luis y<br />

gente pendiente de que le cuadre el día<br />

de los ensayos, que los hacemos cada 15<br />

días en Espacio Tangente. Cualquiera que<br />

lo desee puede ponerse en contacto<br />

(infoARROBAespaciotangente.net).<br />

Para finalizar, dejamos unos<br />

enlaces en los que poder disfrutar de la<br />

improvisación.<br />

http://www.johncage.org/<br />

https://www.uclm.es/artesonoro/ZAJ/IND<br />

EX.HTM<br />

Gemelas<br />

Página37<br />

http://www.wadematthews.info/Wade_M<br />

atthews/Escucha%21_Claves_para_enten<br />

der_la_libre_improvisacion.html<br />

https://chefaalonso.wordpress.com/taller<br />

es/<br />

http://www.fluxusvillage.com/es/que-esfluxus<br />

https://archipiel.wordpress.com/a-quejugamos-2/<br />

https://madamconbarba.wordpress.com/<br />

Borbotón<br />

Danza


Acróbatas<br />

Página38


El mal<br />

Es bien sabido que el pene del<br />

diablo, además de tener un tacto frio y un<br />

descomunal tamaño, está rodeado de<br />

grandes escamas, lo que hace que su<br />

entrada sea suave e incluso placentera,<br />

pero no así su descarnada huida.<br />

En la película La semilla del diablo<br />

de Roman Polanski (Rosemary’s Baby,<br />

1968), Mia Farrow (o mejor dicho<br />

Rosemary, su personaje) tiene la<br />

“fortuna” de ser fecundada por el<br />

mismísimo diablo (la verdad es que el<br />

título en español ya hace un poco de<br />

spoiler). El problema es que Rosemary es<br />

elegida en un casting al que ni siquiera<br />

sabía que se presentaba. El diablo<br />

fecunda a una Rosemary previamente<br />

drogada, en una onírica secuencia<br />

realizada con el talento propio de un<br />

genio como Polanski. Rosemary,<br />

traicionada y vendida por su propio<br />

marido (espléndido John Cassavetes), no<br />

se da cuenta de quien es realmente el<br />

padre de la criatura hasta casi el final de<br />

la película. A pesar de su aparente<br />

rechazo, termina asumiendo el desenlace<br />

final con un gesto inquietante lleno de<br />

ternura (al fin y al cabo es su hijo). No<br />

me quiero ni imaginar como podría haber<br />

sido la segunda parte de la película…<br />

La existencia del diablo es un<br />

hecho similar al de encontrarte arenilla<br />

en los berberechos. Iba todo bien hasta<br />

que llegó uno a jorobar la fiesta… ¿Qué<br />

necesidad había de darle un papel a un<br />

personaje tan triste, tan amargado, tan<br />

tenebroso, tan desaborío, en definitiva<br />

tan malo, si lo que nosotros queríamos<br />

hacer era una comedia?<br />

Hablando del diablo, me viene a la<br />

memoria una antigua anécdota familiar.<br />

Hace ya años, cuando mi hermana vivía<br />

en Sotresgudo, tenía un perro al que le<br />

pusimos Satán (ya era el segundo con<br />

este nombre, desconozco a quien se le<br />

ocurrió la idea). Satán era un imponente<br />

pastor alemán, fiel guardián y protector<br />

de mi hermana, que vivía sola en la<br />

farmacia. Le ladraba a todo dios, pero<br />

fundamentalmente al cura (no me<br />

pregunten por qué). Entonces mi<br />

hermana gritaba “quieto Satán” “Satán<br />

deja al cura”. Cualquiera que estuviese<br />

escuchando los gritos desde la calle,<br />

fuera de contexto, seguro que sacaba<br />

conclusiones equivocadas (la gente es así<br />

de quisquillosa).<br />

Uno de los mejor posicionados<br />

para ser candidato a embajador del<br />

demonio en la Tierra y encarnar el MAL<br />

(con mayúsculas y en negrita), es sin<br />

duda Charles Manson. Manson,tuvo una<br />

niñez muy desgraciada. Hijo de una<br />

mujer soltera de 16 años de nombre<br />

Kathleen Maddox, no conoció a su padre<br />

y fue repudiado y rechazado por todos los<br />

adultos a los que intentó acercarse en<br />

busca de cariño (por lo visto su madre<br />

que era alcohólica, le vendió de niño una<br />

vez por una jarra de cerveza a una<br />

camarera que no tenía hijos, tuvo que ir<br />

al día siguiente su tío para recuperarle).<br />

Claro que esto no justifica el posterior<br />

Página39


comportamiento de Manson, pero hizo<br />

que el tipo se mostrase bastante<br />

cabreado con la vida y el resto de los<br />

seres humanos. Pudo darle por oler<br />

pegamento y morir con los pulmones<br />

abrasados de cola, pero no, apostó por la<br />

música intentando cambiar la maldición<br />

por bendición de la noche a la mañana.<br />

Pero nada, su música fue rechazada por<br />

productores musicales y compañías<br />

discográficas.<br />

Manson entonces decidió ser malo,<br />

pero malo malo. Malo de verdad, como<br />

los legendarios Hermanos Malasombra,<br />

“que eran malos de verdad, malos como<br />

una espina que sólo sabe pinchar, y más<br />

malos que la quina…” decía la canción.<br />

Para mostrar al mundo sus intenciones,<br />

se tatuó una cruz gamada entre ceja y<br />

ceja. Cuando alguien hace esto es que<br />

tiene claro que quiere ser malo para<br />

siempre (bad for ever, que dirían los<br />

americanos). Sin propósito de enmienda.<br />

Entonces se obsesionó con un disco de<br />

los Beatles (White Album) convencido<br />

que emanaba un mensaje para desatar<br />

una guerra racial. Formó una secta<br />

denominada La Familia y un 9 de agosto<br />

de 1969 irrumpió junto a sus secuaces en<br />

la casa de Roman Polanski en Beverly<br />

Hills. Sin contemplaciones, La Familia<br />

asesinó a su esposa, la actriz Sharon Tate<br />

y a otras cuatro personas más (Polanski<br />

se encontraba en Londres localizando<br />

para su próxima película). Sharon Tate<br />

estaba embarazada de ocho meses y<br />

medio. Como legado cinematográfico<br />

queda la única película que Tate y<br />

Polanski hicieron juntos: El baile de los<br />

vampiros (The Fearless Vampire Killers,<br />

1967), una divertida parodia de las<br />

películas de vampiros.<br />

Hay quien relaciona la masacre de<br />

la casa de los Polanski con que este<br />

dirigiera La semilla del diablo, pero los<br />

motivos de Charles Manson pudieron ser<br />

otros bien distintos. La mansión de<br />

Polanski había pertenecido al productor<br />

Terry Melcher, (hijo de Doris Day) que<br />

había rechazado en su momento un<br />

proyecto de Manson para grabar un disco.<br />

El caso es que la familia Manson parece<br />

que le cogió gusto al jueguecito y al día<br />

siguiente asesinó al matrimonio<br />

LaBianca… Actualmente Charles Manson<br />

tiene 82 años y cumple condena de<br />

cadena perpetua en la prisión Estatal de<br />

Corcoran.<br />

Manson, sobrevalorado según va<br />

pasando el tiempo, tiene un montón de<br />

clubs de fans repartidos por todo el<br />

mundo. Muchos le consideran ideólogo y<br />

filósofo, pero su única obra conocida es el<br />

asesinato de Sharon Tate. Incluso, El País<br />

abre la edición del videolibro de La<br />

semilla del diablo, con una cita<br />

(supuestamente) suya: “La paranoia es<br />

una forma de conciencia, y la conciencia<br />

una forma de amor” como si Charles<br />

Manson pudiera aportar algo al intelecto<br />

de la humanidad. Siempre es atractivo<br />

ponerse al otro lado, en el lado oscuro,<br />

defender el mal y al diablo como si<br />

fuesen estandarte del antisistema,<br />

cuando en realidad son dos caras de la<br />

misma moneda.<br />

Así es la vida. Nadie invitó a<br />

Manson y sus secuaces a cenar a la casa<br />

de los Polanski… y destrozó sus vidas.<br />

Existe el bien y el mal, la noche y el día,<br />

el yin y el yang, el cielo y el infierno…<br />

Quién inventó a Dios, tuvo que inventar<br />

después al diablo para darle sentido. Por<br />

muy bien que laves los berberechos,<br />

siempre encontrarás alguno con arenilla…<br />

Lino Varela<br />

Página40


*<br />

[Carpeta artística de Alberto Bañuelos]<br />

Página41


Citas<br />

“Bañuelos es un caso singular de coherencia en su evolución artística y, a medida que<br />

profundiza en la consecución de unos objetivos claros, se acerca a una meta de<br />

“escultura-escrita”. En el momento actual, Bañuelos mantiene un equilibrio entre los<br />

volúmenes y los signos. Es un equilibrio clásico en el que se puede captar la anatomía<br />

inicial y la eclosión del grafismo. Momento espléndido, pues no se sabe si es la<br />

sensibilidad o la reflexión la que hace hablar al mármol y le convierte en el más elocuente<br />

de los mediadores. Por eso, el efecto resulta paradójico ya que mientras el escultor actúa<br />

líricamente, dejando trabajar espontáneamente a sus manos, lo que va naciendo es un<br />

“discurso intelectual”, apoyado en una semiótica. Escultura creada en el goce que se<br />

convierte en escultura reflexiva y profunda. LUIS MARTÍN SANTOS, mayo de 1989.”<br />

Página42


Obra en Burgos<br />

<br />

<br />

<br />

<br />

<br />

<br />

Heptacordo (Homenaje a Antonio José), en las Bernardas<br />

La Puerta al Camino, con referencia al Camino de Santiago, en el colegio de las<br />

Concepcionistas.<br />

Luna en cuarto menguante, en el hall del Edificio Avenida, calle Vitoria<br />

Ausencia, en el cementerio de Burgos, panteón familiar<br />

Torso, en el Museo Provincial, calle Miranda<br />

Obra en las colecciones Caja de Burgos y Ayuntamiento de Burgos<br />

Página43


Proyectos expositivos<br />

<br />

<br />

<br />

Monasterio Santa María de Valbuena, Valladolid<br />

Museo de la Evolución Humana<br />

Claustro de la Catedral de Burgos. Fundación Silos<br />

Biografía<br />

Nace en Burgos en 1949 y consigue la licenciatura en Ciencias Políticas y Sociología por la<br />

Universidad Complutense de Madrid en 1977. Su estancia en Carrara (Italia) al año<br />

siguiente le descubre su gran pasión: la escultura.<br />

Realiza su primera exposición en la Galería Club 24 de Madrid en 1984. Premio Castilla y<br />

León de las Artes 2011. Ver www.banuelos-fournier.com<br />

Página44


Reflexiones propias<br />

SER PIEDRA (UN PASEO POR LA MEMORIA)<br />

No es que tengamos memoria, somos nuestra memoria<br />

En los treinta y cinco años que llevo trabajando con la piedra, he realizado cientos de<br />

esculturas y pasado por varios lenguajes escultóricos. Todas estas formas de expresión<br />

han sido el resultado de una manera de pensar formada por los libros que he le ido, los<br />

lugares que he visitado, las personas con las que he convivido, mi paso por la<br />

universidad...porque uno es lo que lee, lo que piensa, lo que come...Al final somos lo que<br />

hacemos y nuestras acciones son el resultado de nuestros conocimientos, de los recuerdos<br />

e imágenes que quedan en nuestra memoria. Somos memoria. Entre los diferentes<br />

lenguajes escultóricos por los que he pasado, destaca el de la DECONSTRUCCIÓN en el<br />

que llevo trabajando los últimos quince años. Mi descubrimiento en los años 70 del filósofo<br />

francés Jacques Derrida, creador del método filosófico de la deconstrucción, dejó una<br />

huella en mi memoria que treinta años después, hacia el año 2000, reaparece<br />

impredeciblemente en el momento que trabajo con cantos rodados y determina mi obra<br />

de una manera decisiva.<br />

Página45<br />

Comencé a deconstruir los cantos rodados. Los cortaba en diferentes partes y<br />

posteriormente, en un nuevo paso, reconstruía uniendo estas piezas, estas rodajas,


mediante una mezcla entre un caos controlado, y un orden estético, de tal manera que un<br />

canto rodado aparentemente terminado y definitivo, algo que parecía cerrado y concluido,<br />

se convertía mediante este proceso de combinación de las partes en otra forma muy<br />

diferente de la anterior. Surgían mediante esta mezcla de las partes, nuevas y estudiadas<br />

estructuras que creaban interesantes e impredecibles formas muy distintas a la originaria.<br />

Nacía así en mi trabajo una nueva y diferente manera de proceder, la deconstrucción de<br />

las piedras, si bien desde un ámbito muy personal de esta filosofía. (praxiología).<br />

Página46<br />

Estos cantos rodados, especialmente duros, formados por el desgaste en el choque<br />

mecánico entre las piedras, el pulimiento del agua y la erosión durante cientos de años,<br />

me aportaban además un interesante punto de partida desde el que comencé mi nuevo<br />

lenguaje escultórico. Aparecía una rica dicotomía que me permitía jugar entre lo basto y<br />

rudo de su exterior, de su piel, y los cortes perfectamente cuidados y pulidos de ese<br />

interior que nacía reluciente y que establecían un excelente diálogo que reflejaba esa<br />

dicotomía entre nuestra parte natural y sencilla y esa otra culta, suma de lo aprendido y<br />

estudiado en nuestra vida que es la mezcla de la que estamos formados todos. El<br />

desarrollo de este método de la deconstrucción, ese abrir los cantos rodados, permitió que<br />

la luz terminara por entrar en el interior de las piedras. Surge así iluminada como una<br />

tumba egipcia el alma de estas. Aparece, nace, un espacio mágico, como sagrado, que<br />

inmediatamente como un potente imán provoca una gran atracción, una llamada, una<br />

invitación a visitarlo, a pasar y recorrer ese nuevo lugar y es ahí cuando todo mi empeño,<br />

mi razón, se dirige a intentar conseguir entrar en las mismas...a pasear por su interior.


Al final de nuestra búsqueda llegaremos a donde empezamos y conoceremos por<br />

primera vez el lugar. (T.S. Eliot)<br />

Hay días que hacen biografía, viajes que te llenan el alma y cuyo recuerdo te acompañará<br />

hasta la muerte. Imágenes que jamás podrás olvidar porque se marcan como a fuego en<br />

tu mente y te graban, te dibujan en el recuerdo, un luminoso camino que ya nunca se<br />

borrará. Hay rincones en el mundo, lugares y espacios paseados y sentidos de tal manera<br />

y con tal intensidad que no consigues sacarlos de tu memoria; que te siguen<br />

acompañando y te dejan para siempre como un sello. Son imágenes que como insistentes<br />

sueños perseveran y aparecen uno y otro día en tu vida como una revelación,<br />

intempestivamente, y a las que no puedes renunciar, ni debieras, porque como<br />

compañeros ya del viaje, esas imágenes, esos recuerdos, (como un marchamo) forman<br />

parte para siempre de tu piel, de tu alma, de tu existencia. Esos lugares a los que siempre<br />

se está llegando; en los que se recala como casualmente, como se arriba a un puerto<br />

inesperado, aparentemente descubierto por azar pero que reconocemos inmediatamente<br />

como un lugar ya visitado, como un terreno soñado y conocido que nos recibe y acoge y<br />

que sin embargo descubrimos por primera vez. Esos rincones que como un amanecer nos<br />

salen al encuentro de una manera fortuita como si de un viejo rito de eterno retorno se<br />

tratara.<br />

Ese es el espacio que descubre la luz cuando penetra en el interior de la piedra<br />

deconstruida y que nos invita a pasar. Nos remite a esos lugares que cuando los<br />

recorremos, nos envuelven, nos calan hasta los huesos y nos hacen suyos. Que nos<br />

llevan, con un escalofrío, a sentir con cierta voluptuosidad en nuestro más profundo<br />

interior, esas vibraciones que nos hablan de otros momentos, de otros paseos, de otros<br />

encuentros muy antiguos que están en nuestro ADN desde el principio de los tiempos y<br />

que forman parte de nuestra más atávica memoria.<br />

Si al vivir estamos construyendo futuros recuerdos, al entrar en ese espacio evocamos,<br />

reconstruimos con melancolía y cierta desesperanza, las imágenes, las presencias que nos<br />

quedaron grabadas y que perduran de alguna forma en nuestra parte más profunda de la<br />

memoria. Esa es la sensación que tuve en mi visita al interior de las pirámides en Egipto<br />

hace ya muchos años. Desde entonces todo ha sido un intentar representar, y así poder<br />

volver a recorrer, esos espacios sagrados y cuasi religiosos del interior de las piedras.<br />

Transportarme una última vez y pasear por ese mundo que pensaba perdido, como<br />

nuestra inocencia primera, pero ahora milagrosamente recuperado como esos imborrables<br />

recuerdos que nos miran desde nuestra memoria; en un intento de regresar a ser arcilla<br />

de nuevo. A SER PIEDRA.<br />

Página47


A ferida (Muxía)<br />

Página48


REFLEXIONES AL AMOR DE LA LUMBRE<br />

Identidades, en la frontera,<br />

en el II Foro de la Cultura<br />

En este momento histórico en el que no tenemos contenido para los conceptos, el<br />

intento de dotar de significantes ha tenido un espacio de reflexión en el Foro de la Cultura<br />

celebrado en Burgos. En esta segunda convocatoria, es bianual, gira sobre conceptos<br />

inasibles y complejos a día de hoy: identidades y fronteras.<br />

Intelectuales de ámbito internacional, ligados a diversas áreas del conocimiento<br />

(como la filosofía, la antropología, la arquitectura, el diseño, la educación, la sociología y<br />

el arte, entre otras), se han dado cita en Fórum Evolución, Casa del Cordón, CAB y Teatro<br />

Principal.<br />

La cita de los días 4, 5 y 6 de noviembre estuvo precedida y prologada por la visita<br />

de Gilles Lipovetsky. El filósofo y sociólogo francés señaló los principales aspectos que<br />

hoy nos definen: la falta de reflexión, la excesiva cultura emocional y el peligro de los<br />

populismos. Concluyó diciendo que “en este momento la cultura nos ayuda a ver<br />

mejor, no dará respuestas pero marca una exigencia que, en un mundo de<br />

inmediatez, se hace necesaria”.<br />

El desarrollo de las jornadas fue denso y destacaré lo que personalmente me<br />

parece más definitorio.<br />

El testimonio más esperanzador y relevante sobre la identidad y las fronteras<br />

fue el de la Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2014, la congoleña Caddy Azduba.<br />

Abogada, periodista, escritora y sobre todo activista, ejemplifica que dejando a un lado la<br />

política y elevándose sobre ella y sobre la indignidad humana la convivencia entre<br />

fronteras es posible.<br />

Hace diez años, ella cubría como periodista la guerra de su país. Morían 15 mujeres<br />

diarias. Se preguntó por qué y salió a buscar respuestas y a encontrar soluciones. Las<br />

encontró utilizando las bases culturales y no la política para superar las barreras. Probó<br />

con el idioma universal de la música y el teatro y lo usa como vehículo para curar, unir y<br />

dignificar. Y es a través de estas acciones como ella está consiguiendo una cohabitación<br />

en un territorio con nueve fronteras, entre ellas, Ruanda. Tras el genocidio de 1994<br />

muchos de sus habitantes llegaron a República del Congo y sembraron el terror mediante<br />

la violación y la rebeldía.<br />

Adzuba concluye y demuestra con su acción responsable que “somos fuertes en la<br />

diversidad”.<br />

Página49


Página50<br />

Utopías3<br />

Utopías 3


Página51<br />

Utopías 1<br />

Algo difícil de interiorizar porque exige un esfuerzo complementario a cada uno de<br />

nosotros, al individuo. Y aquí destacamos la reflexión del escultor Jaume Plensa que apela<br />

a la flexibilidad en cada mente: “A veces hay que sentirse fascinado por la confusión,<br />

convivir con ella con naturalidad. Hoy día millones de intimidades se vuelven colectivas. Lo<br />

global y lo local se entremezclan con naturalidad o así debiéramos comprenderlo”.<br />

Sin embargo las barreras mentales son múltiples. En opinión del escritor iraquí<br />

afincado en Finlandia, Hassam Blassim: “Europa únicamente se lee a sí misma y de esta<br />

manera es imposible que conozcamos de donde proceden los conflictos y cuál es el sentir<br />

de otros pueblos y hoy el mundo es global, no podemos seguir mirándonos el ombligo<br />

habrá que ampliar conocimientos y reflexión sobre las identidades y las fronteras”.<br />

El proceso identitario está intrínsecamente ligado a la modernidad occidental. La<br />

identidad es extraordinariamente compleja, movible e inasible. Principios históricos de<br />

cohesión como la religión, el principio de pertenencia o la idea nacional se han desplazado.


La identificación nacional se vuelve más abstracta. Internet se ríe de las fronteras, la<br />

economía está globalizada.<br />

Nuestra época tiene dos rostros: el de las nuevas aperturas para el despliegue de<br />

subjetividades y el del auge de los fundamentalismos identitarios.<br />

Cómo podemos hacer convivir estos rasgos es un desafío. Ya lo señaló el año<br />

pasado en su visita a la ciudad el sociólogo Zygmunt Bauman. El mundo puede ser aún<br />

mejor si, colectiva e individualmente, no nos dejamos ganar por el miedo.<br />

La coincidencia de varios de los invitados -sería muy extenso nombrar a todos-, la<br />

podemos resumir en una reflexión de Fernando Savater que en definitiva apela a la<br />

responsabilidad de cada uno de nosotros:<br />

“La democracia contemporánea ha ampliado la autonomía de cada ciudadano, que<br />

puede y debe elegir los rasgos que le caracterizan con una libertad que desampara a los<br />

menos dispuestos o peor preparados para tal aventura. Las identidades colectivas, fuertes<br />

y obligatorias, les dispensan de esa búsqueda personal, acogiéndoles bajo lo que<br />

Nietzsche llamó “un calor de establo” homogéneo y tranquilizador” (En: El País, 26 de<br />

septiembre de 2015,<br />

http://elpais.com/elpais/2015/09/25/opinion/1443195184_298685.html)<br />

Página52<br />

Utopías 4


Por último, a tomar muy en cuenta es la apreciación sobre la cultura de Iyoti<br />

Hosangraha, desde su lugar en la Unesco: “Tenemos que ser capaces de sacar la cultura<br />

del ámbito del ocio y del lujo y llevarla al ámbito de la subsistencia de la vida”. Plantear la<br />

cultura como algo no puramente recreativo sino como algo que contribuye al desarrollo de<br />

los individuos, a la cohesión social y a la paz. Y es un trabajo que hay que hacer ver a las<br />

comunidades.<br />

Y en este punto lo quiero vincular al ContraForo de la Cultura (Espacio Tangente,<br />

Festival Tribu y el What is Music”). Los colectivos manifestaron públicamente su queja por<br />

“el estado actual del tejido cultural local”. “Que la ciudad sea referente cultural se gana<br />

con trabajo a largo plazo y valorando la cultura de base y a todos los que en ella trabajan,<br />

muchas veces de manera altruista”.<br />

La esencia de este periodo transitorio de la humanidad es que deberá aprender a<br />

integrar y hacer convivir lo local con lo global. Por lo tanto la política local habrá de<br />

atender a este aspecto con el cuidado de la cultura que la comunidad genera como<br />

manifestación de convivencia y participación.<br />

Angélica Lafuente Izquierdo<br />

Elena Gallego Andrade<br />

Ricardo Amo Caballero<br />

Página53<br />

Utopías 8


*<br />

Página54


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