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La luna nos abandona

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JUAN<br />

Olga ha muerto. Cuando lo digo en voz alta, porque quiero<br />

asimilar que es verdad, convencerme de que ha ocurrido,<br />

el suelo se me hunde como si fuera de algodón y la angustia<br />

me aprieta la garganta hasta casi ahogarme y aún más todavía<br />

con esta corbata que intento ponerme y que no sé si es la<br />

adecuada.<br />

¿Por qué ha tenido que pasar? Aquel primer día en que <strong>nos</strong><br />

conocimos observé durante mucho tiempo sus ojos brillantes<br />

por el reflejo de los colores de las cuentas de cristal del rosario<br />

que llevaba en las ma<strong>nos</strong>. Ojos capaces aún de sorprenderse.<br />

Cada nuevo color sobre la piedra la hacía vibrar de emoción.<br />

También me cautivó su voz cuando <strong>nos</strong> saludamos. Benditas<br />

casualidades. Nos fuimos de aquel sitio, triste y desabrido, y<br />

disfruté de su charla, siempre risueña, aunque pude apreciar<br />

su fuerte carácter y su peligrosa sinceridad. No se cortaba con<br />

nada, siempre tenía algo que decir en cualquiera de las direcciones<br />

que tomara la conversación. Hablaba sin tapujos. Me<br />

sentí atraído, pero de lejos, que no se me acercara demasiado.<br />

Una mujer así, inteligente y de carácter, mejor cuanto más<br />

lejos. Ya casi cuarentón lo que necesitaba era una mujer que<br />

no me alterase, que no me arrastrara como un torrente... pero<br />

más tarde me dejé llevar por el torbellino de amor y de pasión<br />

que me ofrecía, bendito torrente de vida, y me entregué para<br />

siempre... y ahora está muerta.<br />

2


HUGO<br />

Sí... Hola, Teresa... Dime, dime... Sí, qué horror. No dejo<br />

de pensar en lo mismo, pobre chica. Con lo joven que era...<br />

¿Cuántos?... ah sí, sí, treinta y siete. Yo le calculaba más o me<strong>nos</strong><br />

eso... Ah, el cumpleaños, sí, claro que fui... Bueno, se me<br />

había olvidado. Ya sabes, soy un poco despistado para esas<br />

cosas... Teresa, mujer, no te pongas así, tienes que superarlo.<br />

Es cuestión de controlar los pensamientos... Venga, venga, ya<br />

está. Bueno. Nos veremos en el funeral... Sí... allí estaré.<br />

Sus párpados estaban cerrados y parecían normales, pero<br />

ya no tiene ojos, no los tiene, los ha donado. Era como si estuviera<br />

dormida. Tenía incluso la sonrisa relajada que se le<br />

quedaba siempre mientras dormía... Le dieron un poco de<br />

carmín en los labios. Parecían tan vivos como antes, como<br />

si fueran a hablarme... o a besarme. Y sus ma<strong>nos</strong>... entre sus<br />

ma<strong>nos</strong> un ramillete de margaritas amarillas... decía que eran<br />

las más naturales, las que más luz daban al rincón donde las<br />

colocaba, frente al ventanal del salón. Sus ma<strong>nos</strong> estaban me<strong>nos</strong><br />

avejentadas: tengo ma<strong>nos</strong> de obrera –decía- y me enorgullezco<br />

de ello. Sus ma<strong>nos</strong>...<br />

3


SEBAS<br />

¿Qué voy a hacer con todas sus cosas?... Parece ser que<br />

le dejó a su madre un testamento así que habrá que esperar.<br />

Pero... ¿qué puede testar?: libros, un aparatejo de música, la<br />

tele vieja de cuando tuvo el antojo de embarazada, y el ordenador<br />

de segunda mano que le envié a la niña hace un par de<br />

años. No hay nada que merezca la pena. El piso es alquilado<br />

y el coche es un cascajo que tiene más de cinco años. No<br />

entiendo qué va a testar, pero en fin. Esperaremos a ver qué<br />

dice la madre...<br />

Es extraño que llevara varias cartas en los bolsillos. Ella<br />

presentía que iba a morir. ¿Pero cómo puede alguien presentir<br />

la muerte de esta forma?... Ha dejado cartas a todos. ¡A<br />

lo mejor es que siempre que salía de viaje las llevaba en su<br />

poder! No, imposible. <strong>La</strong> madre me ha dicho que tienen fecha<br />

de u<strong>nos</strong> días antes de partir... A mí no me ha dejado ninguna...<br />

en cierto modo me duele... debería haberme escrito<br />

aunque sólo fuera para decirme qué debo hacer con la niña,<br />

sus estudios... no sé... No parecía muerta... No parecía que<br />

ella pudiera morir nunca y, me<strong>nos</strong> aún, tan joven. Tenía tanta<br />

vitalidad... Lo peor era su mal genio. No podía controlarse,<br />

me echaba en cara mil cosas a la vez. Un poquillo histérica,<br />

la verdad. No ¡muy histérica!... Era celosa, muy celosa. No<br />

soportaba que tuviera amigas, y mucho me<strong>nos</strong> que me llamaran<br />

o saliera con ellas. No me dejaba libre ni un momento.<br />

Me tenía agobiado. Siempre chillándome, siempre enfadada.<br />

Los últimos años fueron horribles, ni siquiera hacíamos el<br />

amor, un rollo. Tenía un carácter inaguantable... ¿Qué voy<br />

a hacer ahora?... No me lo puedo creer. Tenías dieciséis años<br />

cuando te conocí en el tren. ¿Te acuerdas? Tú te enamoraste<br />

de mí nada más verme, siempre me lo has dicho. Yo sin embargo<br />

tardé más. Nunca había conocido una niña tan pálida,<br />

4


tan delgaducha, con el pelo tan lacio y soso, con una cara y<br />

una forma de hablar tan espiritual. No eras mi tipo, pero me<br />

atrajiste. Al final me enamoré de ti.<br />

5


JUAN<br />

Debo contar los bancos, fijarme en lo que me rodea para<br />

no sentir este vértigo que me invade cuando pienso en los<br />

muertos. Sí, fijarme en todas y cada una de las cosas que me<br />

rodean. Los bancos, debo contar los bancos: uno dos, tres,<br />

cuatro, antes de que la angustia me invada y el suelo algodo<strong>nos</strong>o<br />

se me hunda, cinco, seis, siete, no puede estar muerta...<br />

Debo fijarme en la decoración de la iglesia: es enorme, y el<br />

Cristo, una magnífica representación del hijo de Dios rendido<br />

ante la evidencia de la muerte. Un Cristo sin fuerzas que se<br />

deja llevar, como Olga seguramente se dejó, ¿o no? No, no lo<br />

creo. Lucharía con todas sus fuerzas aferrándose a la mínima<br />

esperanza de vida. Todo el altar está lleno de flores: amarillas,<br />

blancas, violetas, azules, rosas... margaritas, eran sus preferidas.<br />

Me hace gracia que una mujer tan fuerte, prefiriera las<br />

margaritas a cualquier otra flor. Y aquel es el cofre, rodeado<br />

también de margaritas. Son sus cenizas. Ahora ella es sólo<br />

ceniza. El cura dice algo sobre una carta. Olga dejó una carta<br />

para que fuera leída en su funeral, y la van a leer... Tengo<br />

ganas de gritar. Quiero marcharme. No soporto que vayan a<br />

leer la carta. No podré aguantarlo. Todo está lleno de flores,<br />

margaritas: amarillas, violetas, blancas, y sus cenizas, las cenizas<br />

son grises. Siempre son grises y aquí nadie va de negro. ¿Y<br />

por qué tendríamos que vestir de negro? Olga siempre vestía<br />

de negro, siempre predominaba el luto en su indumentaria. Y<br />

sus ojos eran verdes y la corbata me está ahogando y el suelo<br />

se reblandece, estoy en una balsa, rodeado de margaritas y<br />

van a leer una carta de Olga.<br />

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