Excodra XXXIII: La soledad

y ella me engaña.
Una vez más.
“La rendición como destino fácil”, dice.
“La sencillez como la peor de las motivaciones”, insiste.
Pero su delicada pasión ignora que el recuerdo en mí aún arde.
Como una memoria se siente desbordada de sí misma, arde.
Tras resucitar entre palabras de fuego, arde.
Cada vez que el abrigo se ha convertido en soga, arde.
Pero sabed:
A mí nada me importa su presencia sino sólo
porque ocupa el más profundo de mis vacíos.
Ella.
Ella la estéril.
Ella la frágil.
Ella la contemplativa.
Ella la devota.
Ella la eterna.
Ella la suicidad.
Ella la desenterrada viva.
¡Ella!
La que me abre como herida en canal,
la que no compensa una infancia,
la que repudia al vértigo, pero se abraza a la noche.
Maldita toda ella.
Me alcanza de nuevo, y de nuevo pregunto
por qué llamarla estúpidamente soledad,
si la palabra la define,
pero la definición la desborda.
Me desborda.
Y pesa.
IGC
La soledad 31 Excodra XXXIII