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Dijo: “Vaya, faltan cuerdas”. Y por eso supe que me faltaban cuerdas.<br />
Yo sentí vergüenza como una enamorada. Temía que mi olor enmohecido<br />
le hiciera rechazarme y reintegrarme a la nada, a la oscuridad<br />
absoluta y eterna. Y no me moví.<br />
Se sentó en la cama y rasgueó el bordón. Es cierto que yo necesitaba<br />
un corte de pelo con cuerdas nuevas, pero este niño me entusiasmó. Sin<br />
que nadie le hubiera dicho cómo abrazarme, me abrazó y cuando temí<br />
lo peor, que me aporreara, él pasó delicadamente la yema de su pulgar<br />
por la cuerda oxidada. ¡Tuang! Así empezó todo y terminó nuestra distinguida<br />
<strong>soledad</strong>.<br />
CC<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 27 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>