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Excodra XXXIII: La soledad

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Guitarra, soliloquio<br />

César Cortijo<br />

He estado muerta todos estos años esperando que el día llegase de<br />

mi renacimiento. Para quien me acoja, habré salido de la oscuridad más<br />

completa. Esa fecha será remarcable en mi alma porque he creído firmemente<br />

que alguna vez llegaría.<br />

Fue también la historia de un pequeño muchacho abandonado en<br />

verano. Yo no podía verlo sentado en la planta de abajo mirando aterrado<br />

una serie de televisión que lo mantenía en tensión esperando que<br />

regresara alguno de sus familiares a la casa, pero ahora que voy a contar<br />

nuestra relación secreta voy a recorrer esa distancia. Yo yacía con<br />

otros trastos en el fondo negro de los compartimentos superiores del armario<br />

de la habitación grande, la de los tíos solteros del niño, que en<br />

verano cedían a sus parientes de Madrid. El niño dormía en una cama<br />

de matrimonio junto a su hermano y el armario servía además de separación<br />

con la otra cama inmensa, que ocupaban los padres también<br />

eventualmente. <strong>La</strong> segunda planta de las habitaciones permanecía en<br />

silencio y el interior del armario era una tumba esa tarde. Decenas de<br />

objetos se interponían entre las portezuelas y la libertad. De pascuas a<br />

ramos, se abrían cuando alguien rebuscaba y me palpaba sin querer,<br />

buscando otras cosas, hilos, libros del abuelo o del tío José María. Nunca<br />

me sacaban al exterior, ya no recuerdo la última vez que fui templada<br />

ni tocada por alguien.<br />

El muchacho se quedaba solo en casa muchas tardes de verano<br />

como esa y al caer la noche estaba aterrado. Únicamente los veranos,<br />

con su familia, visitaba aquella animada localidad de la Costa Brava.<br />

Palamós. Allí vivían los abuelos. Su hermano a veces lo llevaba consigo<br />

y su pandilla de barceloneses, pero casi siempre le pedía que se quedara<br />

en casa para no estorbar sus incipientes relaciones con el sexo opuesto.<br />

Los tíos ya catalanes estaban haciendo su vida de trabajo y de noviazgo<br />

fuera, casi siempre ausentes. Y el abuelo, mi dueño, el que me<br />

<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 25 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>

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