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Excodra XXXIII: La soledad

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cual es mejor olvidarse porque alguien le descubrió la culata de un revólver<br />

saliéndole a la altura de la ingle.<br />

Ver árboles porque me mata esta sábana blanca y los pasos cronometrados<br />

sobre el piso de cristal del pasillo, el taconeo apenas las seis<br />

de la mañana. Echo en falta mi taza con el fondo arañado de té, algo de<br />

Stravinsky que tamice el talco de la luz, que logre hacer un hueco, ese<br />

hueco que tú o yo conocemos porque es un hueco por el que salimos a<br />

la calleja de los gatos. Hay dos fotos de Boubat que dicen eso que te<br />

quiero decir. Es Sèvres­Babylone, una tarde de invierno, con lluvia. Hay<br />

un hombre junto a la farola y una mujer que cruza bajo la lluvia, está<br />

borrosa, y otro que anda tras ella con paraguas, y en el segundo plano<br />

está la verja con los árboles. En la de place Saint­Sulpice la cosa es deliciosamente<br />

diabólica porque sigue la lluvia, el hombre con abrigo cruza<br />

refugiado por su paraguas, en la foto se ve bien con las piernas abiertas<br />

y aquí la mujer aparece de espaldas. En la taza de la fuente hay restos<br />

de nieve y los árboles tienen ramas de alambre. Eso es lo que te quiero<br />

decir o lo que yo mismo me digo ahora que mis pies recorren el frío de<br />

la sábana, apuran el espacio de la cama y veo cómo se agota la luz de<br />

talco de la tarde por la ventana. <strong>La</strong> Zenit, la calleja de los gatos, cualquier<br />

pequeña glorieta que tenga árboles, el pretil de piedra, Atget o<br />

Izis o Doisneau, con esos años cincuenta y ese niño tendido y con un<br />

cachorro de caniche encima, eso expresa mucho mejor que yo cuanto<br />

quiero decirte respecto a mis temores, es mi deseo de ver árboles y no<br />

la píldora roja o la azul, la sonrisa sincera pero dolorosa de la enfermera<br />

que me tutea para darme confianza, tomándome la temperatura, el<br />

mercurio que sube grado a grado, cada rayita es un paso hacia la fiebre,<br />

un rodeo de eso de los árboles que te digo. Atget es más clásico,<br />

pero Doisneau sabe mostrar como nadie el suelo adoquinado, el frío en<br />

mitad de la calle, una tarde de enero, los árboles sin hojas, un hombre<br />

acodado en una barra de bar, alguien que fuma un cigarrillo y coge el<br />

cigarrillo entre los dedos índice y corazón y separa el meñique del anular<br />

al máximo. De Izis me atrapa la lluvia, la acera mojada, esas parejas<br />

besándose los domingos en rincones de carruseles y en esquinas junto<br />

<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 21 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>

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