Excodra XXXIII: La soledad

Con la luz de Boubat
Miguel Herráez
Para Daniel Teobaldi y Techi y
los buenos amigos del lado de allá
Tengo ganas de ver árboles, pensó girando la cabeza hacia la ventana,
pero ya la luz de la tarde empezó a atraparle exactamente igual que
había comenzado a atraparle en las dos últimas semanas, una luz de
talco, ya sabes cómo, luz que no es luz de verdad, esa luz que deja pasar
con algo de sigilo la Zenit, pero tú no puedes ir andándote con pequeñeces
ahora que se ha solucionado el asunto y la Zenit funciona y
puedes darle al obturador sin que te importe el sol de cara o esa anciana
con gorro que pasa de repente y te corta el encuadre en dos mitades.
Había comprado la Zenit en la tienda entre Almirante Cadarso esquina
con Gran Vía, pero lo cierto es que el impulso parecía que le llegaba
muy de dentro, muy en eso de rozar con la yema cada zona mínima
de la cámara, el rugoso nombre incluso de Zenit que dejaba en su
recorrido una hendidura en blanco, luego el fotómetro, el pequeño disco
de la velocidad, incluso también la cinta trenzada en rafia con el
nombre Zenit grabado. Lo pensé en ese momento, justo cuando el talco
de la luz se le metió en los ojos y pensó tengo ganas de ver árboles,
salir de tanta asepsia, ver árboles y caminar por un bosque. Por eso tú y
también puedo ser yo, por qué no a la vez la luz de talco, la tórtola sobre
la antena que veo ahora y que tú sabes al mismo tiempo es la tórtola
que sujeta la antena, no es más que dejarse caer por la realidad plana,
esa realidad de zinc que dice Elisa y que tú o yo sabemos no es otra
cosa más que la rutina del metro o los pies siempre llevándonos por
tanta callejuela de gatos que se acercan a comer de la mano y a veces
de golpe aparece ese tipo que sabemos que vende en la esquina y del
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