Excodra XXXIII: La soledad

Elogio de la soledad
Pablo Cerezal
Existen ciudades cuyos próceres corren raudos tras una efímera gloria
que escriba su nombre en los periódicos y, sobre todo, que les rellene
los bolsillos como quien rellena un osito de peluche maltratado…
pero de billetes, no de gomaespuma. Quiero decir que hay ciudades
que adoptan normas tendentes a convertirlas en modernas, habitables,
ecológicas, respetuosas con el medio ambiente.
En Madrid ocurre esto desde que se inauguró una vía alternativa, en
uno de los recorridos metropolitanos por los que miles de vehículos se
trasladan cada día para mejor trasladar a los autómatas que los conducen
hacia el centro de trabajo en que ejercerán de eficientes autómatas
durante inacabables horas. Por esta vía sólo pueden circular vehículos
en cuyo interior se traslade más de una persona. Digno de elogio el método,
encomiable el fin. Muchos trabajadores prefieren circular ellos solos
en su propio automóvil, aun sabiendo que otros muchos realizan
cada día el mismo recorrido. Podrían ahorrar, sumando fuerzas, monedas
a sus cuentas bancarias y malos humos a la atmósfera.
El caso es que la tentación de la individualidad es dura de sobrellevar.
Se dio, así, el caso de un ciudadano al que, desde el asiento del copiloto
de su flamante automóvil, observaba una muñeca hinchable, comedida
pero elegantemente ataviada. Sí, el hombre había utilizado una
de esas voluptuosas muñecas destinadas a calmar los momentos de desasosiego
de sus propietarios para esquivar las normas ciudadanas y poder
llegar antes que nadie a su puesto de trabajo, por la vía reservada a
automóviles con más de una persona en su interior.
Nunca he podido olvidar las suspicaces miradas de los parroquianos
de El Mono Azul, un delicioso bistró ubicado en la ciudad de Arequipa,
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