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Excodra XXXIII: La soledad

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yo. Yo les gusto a ellos, y ellos me gustan a mí. Me gusta masturbarles<br />

después de la pelea. En la ducha, él desnudo, yo vestida y empapada.<br />

Sin tocarnos, sólo su polla entre mis manos. Fuera puedo oír los gritos<br />

de todos esos esperpentos de virilidad mal proyectada que le siguen<br />

como niños. Piensan que ahora mismo estamos follando, que está dentro<br />

de mí, que no voy a resistirme, que va a hacer desaparecer el tufo<br />

de tristeza densa que me envuelve. Él no, él sabe la verdad, que no está<br />

pasando nada de eso, que me iré de aquí llevándome en mis manos<br />

todo su miedo a la muerte.<br />

No soy de esas mujeres que se preocupen por los comentarios obscenos<br />

desde la grada. Apenas me puedo permitir el lujo de ser mujer, de<br />

ser, de no desaparecer, de no deshacerme como un azucarillo en un té<br />

caliente… Por eso yo miro el psiquiátrico y me estremezco de pensar<br />

que mi cuerpo pueda encontrar aquí su último hogar, o en un cajero<br />

automático, o que cave su propia tumba en un claro escondido del bosque.<br />

Mi cuerpo, mi cuerpo, mi maltrecho cuerpo que no deja de lanzar<br />

bengalas de socorro contra el techo.<br />

AdH<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 16 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>

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