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yo. Yo les gusto a ellos, y ellos me gustan a mí. Me gusta masturbarles<br />
después de la pelea. En la ducha, él desnudo, yo vestida y empapada.<br />
Sin tocarnos, sólo su polla entre mis manos. Fuera puedo oír los gritos<br />
de todos esos esperpentos de virilidad mal proyectada que le siguen<br />
como niños. Piensan que ahora mismo estamos follando, que está dentro<br />
de mí, que no voy a resistirme, que va a hacer desaparecer el tufo<br />
de tristeza densa que me envuelve. Él no, él sabe la verdad, que no está<br />
pasando nada de eso, que me iré de aquí llevándome en mis manos<br />
todo su miedo a la muerte.<br />
No soy de esas mujeres que se preocupen por los comentarios obscenos<br />
desde la grada. Apenas me puedo permitir el lujo de ser mujer, de<br />
ser, de no desaparecer, de no deshacerme como un azucarillo en un té<br />
caliente… Por eso yo miro el psiquiátrico y me estremezco de pensar<br />
que mi cuerpo pueda encontrar aquí su último hogar, o en un cajero<br />
automático, o que cave su propia tumba en un claro escondido del bosque.<br />
Mi cuerpo, mi cuerpo, mi maltrecho cuerpo que no deja de lanzar<br />
bengalas de socorro contra el techo.<br />
AdH<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 16 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>