Excodra XXXIII: La soledad

Boxear
Ainara del Hoyo
La gente que pasea delante de los psiquiátricos indiferente. Admiro
a esa gente. Esa sana ignorancia sobre lo temiblemente cerca que estamos
cualquiera de caer con nuestros huesos ahí. Lo he oído muchas veces:
“Me pegó y me dijo que me quería”, “un mono me ha robado mi
corona”, “hablo con los árboles y me cuentan historias que no me dejan
dormir sobre la tierra que riega sus raíces”, “cada mañana mi cuerpo
entero se pone a temblar y la tierra no se ha movido”, “me he equivocado,
me he perdido, no encuentro la manera de llegar a ningún sitio”…
Cientos, cientos de historias comunes a dos escalones del bucle de medicación
preventiva contra la realidad.
Esta es la mía. He sido novia de la muerte. Pero no la novia divertida,
no la que se va de aventuras, no la que llevas de vacaciones, ni tan
siquiera la que sacas a bailar. Yo he sido la novia que espera en casa
con baños templados dispuesta a escuchar durante horas y absorber
toda la pena. La muerte y yo nos queríamos como una pierna rota quiere
a su muleta. Pero un día la muerte dejó de venir, dejó de quererme y
yo dejé de esperarla. Habían sido semanas, meses, años de lágrimas y
confidencias. ¿Quién te dijo que la muerte es un tipo duro? Cuando
desapareció yo estaba manchada con más pena de la que el mundo produce.
Y es algo negro y pegajoso, como el petróleo, apestoso como el
barro podrido de una ciénaga.
Es difícil reinventar tu vida emocional en esas circunstancias cuando
la muerte te ha dejado. Empecé a ir al boxeo. En el boxeo sólo ocurren
cosas buenas. Hombres que golpean al rival con las mismas ganas que
tienen de golpearse a sí mismos. Boxear es la forma de amar más pura.
En el ring se suda, se escupe y se sangra. En el vestuario, después del
combate, se eyacula. Los hombres que boxean están tan sucios como
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