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Excodra XXXIII: La soledad

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que abrió de golpe sobre una mesa. Vertió el contenido y después bramó:<br />

–¡Me siento donde yo quiero!<br />

Nadie observó la escena. Por vez primera en bastante tiempo, Remington<br />

fue invisible. Acostumbrado a una fama precaria por la que<br />

usaba sombrero en algunos sitios, no ver miradas sobre su cara le hizo<br />

palidecer. A veces exageraba ante sus amigos diciendo que ya ni podía<br />

tomarse un café tranquilo, cosa que no era verdad, y que eso le provocaba<br />

una <strong>soledad</strong> inmensa, lo que era así por otros motivos, pero ahora<br />

que ciertamente podía beber el café sin preocupaciones, echaba de menos<br />

el leve aroma de la celebridad, por más que la suya fuera barata.<br />

Agobiado por el estatus recién nacido de figurante sin frase, Remington<br />

Arrebola dejó su consumición a medias y se marchó. Hubiese dejado<br />

una gran propina de haberse dado las circunstancias, pero el servicio<br />

fue caprichoso. A falta de una sonrisa que acompañase a la cafetera<br />

o de algún comentario amable, él dejaría lo estipulado por la presión<br />

social.<br />

Con la fatiga que causa el rechazo y un dólar en la cartera, la promesa<br />

del nuevo cine que ya es presente miró al infinito poniendo los brazos<br />

en jarras e imaginando un futuro mejor. Trató de verse como un<br />

pionero en la América virgen dispuesto a buscar provecho, pero el pesar<br />

que inunda a los hombres cuando deambulan solos lo dibujó como<br />

un forajido que escapa a la comprensión humana. Entonces cambió de<br />

tema y habló.<br />

–Quisiera comer filetes.<br />

A eso George Washington dijo que no, que se olvidase de compras<br />

por aquel día. Si al menos fuese Andrew Jackson el que le hablaba, tendría<br />

lo suficiente para pasar el rato en una bolera o jugando al bridge,<br />

si es que jugaban en los Estados Unidos; pero con huecos en las finanzas,<br />

los habitantes de ése y de cualquier sitio lo tratarían como a un<br />

apache. Sería un perro mojado hasta el final de la tarde.<br />

Remington se plantó a la intemperie a meditar sobre su destino.<br />

Mantenía una suerte de celibato laico tan opresor como involuntario,<br />

de forma que sus contactos se reducían al mínimo que un hombre cuer­<br />

<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 11 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>

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