Excodra XXXIII: La soledad

sa la biografía literaria del autor y su poética del destierro: hablar para
sí, resistir y exiliarse dentro de una lengua propia para demoler el simulacro
de los lenguajes ponzoñosos, coercitivos, tras una palabra viva,
actuante, genésica. Sin embargo, esa búsqueda solitaria e inacabada se
vuelve una gesta que excede el individualismo:
“Así es como Manuel T. fue teniendo conciencia de la naturaleza de
su vocación y de la honestidad que exigía su ejercicio para que ese relato,
su relato, trascendiera los límites del egoísmo y se resolviera en el
corazón y el alma de la comunidad.”
Testigo de catástrofes, memorioso compilador de muertes (de la
suya, incluso), Manuel T. comprende que sus recuerdos y sus pesadillas
alimentan una historia que lo devuelve al corazón del poema en el que
late y asoma la figura deseada de una comunidad por venir, de un nosotros
futuro. Atravesando el infierno del destierro, con sus noches espantosas
y con sus días repetidos, el poeta, el desterrado, el errante
continuo se transciende y se vuelve mundo, mundos que habrán de
conjugarse en plural. Ésa parece ser su única, lúcida y lacerante tarea.
Una ética, al fin, de dolor y belleza. La utopía de una lengua soberana
que es de todos, y de nadie.
JDM
Excodra XXXIII 140 La soledad