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EXCODRA<br />
REVISTA DE LITERATURA<br />
(Y OTRAS ARTES)<br />
Nº 33<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong><br />
REVISTA EXCODRA<br />
2016
Edición: © Revista <strong>Excodra</strong>.<br />
Imagen portada: © María Xesús Díaz.<br />
<strong>La</strong> autoría de los textos e imágenes de la revista pertenece a cada uno de sus respectivos autores.<br />
Dirección Revista <strong>Excodra</strong>: Rubén Darío Fernández.<br />
Revista <strong>Excodra</strong>. Número <strong>XXXIII</strong>, <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>. Noviembre, 2016.<br />
ISSN: 20141998.<br />
http://www.excodra.com<br />
excodra@excodraeditorial.com
ÍNDICE<br />
Contenidos<br />
Página<br />
EXCODRA <strong>XXXIII</strong>: LA SOLEDAD 3<br />
EDITORIAL 5<br />
NARRATIVA 7<br />
Antón Rei: Baile de los coyotes en Amarillo 7<br />
Ainara del Hoyo: Boxear 15<br />
Pablo Cerezal: Elogio de la <strong>soledad</strong> 17<br />
Miguel Herráez: Con la luz de Boubat 20<br />
César Cortijo: Guitarra, soliloquio 25<br />
POESÍA 29<br />
Isabel García Caparrós: Soledad 29<br />
César Cortijo: Presentimiento del mar 32<br />
Ana Carrasco Conde: Es mala la palabra 33<br />
Nerea Arrojería: No hay suelo 35<br />
Ainara del Hoyo: <strong>La</strong> tierra tiembla y yo me despierto por la mañana 37<br />
Alfonso Brezmes: <strong>La</strong> isla + Descorazonada 39<br />
Elías Moro: Nómada y solo + <strong>La</strong>mento del nómada solo 40<br />
Fernando del Val: IV 42<br />
Montse Cuervo García: Agarrar 43<br />
Iñaki C. Nazabal: El Raval + Soledad (blues) 44<br />
Ale Oseguera: A veces me pienso muerta 46<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 1 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
ARTES VISUALES 49<br />
Dragan Todorovic 50<br />
Alfonso Brezmes 68<br />
José Carlos Naranjo 82<br />
Andrés Casciani 92<br />
Hannah Greely 102<br />
María Xesús Díaz 112<br />
CRÍTICA LITERARIA 133<br />
José Di Marco: Un viaje al poema enterrado en la memoria<br />
Sobre la novela de Antonio Tello: Más allá de los días 133<br />
COLABORADORES 143<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 2 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
EXCODRA<br />
REVISTA DE LITERATURA<br />
(Y OTRAS ARTES)<br />
Nº 33<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong><br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 3 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 4 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
EDITORIAL<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong>… ¿quién no la ha sentido? ¿Quién no la ha rehuido,<br />
maldecido, llorado, padecido? Sí, también, alguna vez, buscado…<br />
como retiro, como alejamiento, casi siempre pensado como temporal<br />
para volver después con la mente clara, alejando algún dolor, tratando<br />
de comprender, porque ¿quién querría y por qué abandonar por siempre<br />
la sociedad y la compañía de sus congéneres? Sería casi abandonar<br />
la vida. Solos, nada somos, nada seríamos, nada habría sido, reproducción<br />
sexual mediante... <strong>La</strong> <strong>soledad</strong> y la sociedad. El lenguaje y la propia<br />
carne como vehículo y nexo para crear la compañía y forjar sociedades<br />
que darán lenguajes que darán culturas que quedarán inmersas en una<br />
identidad común siempre fluctuante. Y todo por ir de uno hacia el otro<br />
saliendo de la <strong>soledad</strong>. A veces, hablando del lenguaje, nuestras palabras<br />
generan la <strong>soledad</strong> en el otro y a veces, sino siempre, la palabra<br />
nos saca de la propia <strong>soledad</strong>, produce la unión, el acercamiento, la<br />
amistad, el amor. <strong>La</strong> <strong>soledad</strong> y el lenguaje. <strong>La</strong> <strong>soledad</strong> y el cariño y la<br />
empatía y las afinidades. <strong>La</strong> <strong>soledad</strong> y la necesidad de sentir amor, de<br />
darlo y de recibirlo. <strong>La</strong> <strong>soledad</strong> y el aislamiento. ¿Qué somos solos? De<br />
esto hablamos en este <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>. <strong>La</strong> miramos desde<br />
muchos lados, como siempre y así nos gusta, girando y volteando un<br />
concepto para verlo desde todas las perspectivas que puedan componer<br />
una totalidad, algunas veces con jovialidad, otras con desencanto, unas<br />
veces ligeros, otras ahondando, pero siempre mirando, no cesando de<br />
mirar para entender, en este caso, qué es eso de estar solos y de cómo<br />
nuestro propio interior nos conduce hacia el otro y cuando no lo encuentra,<br />
encuentra la quiebra, la grieta en la vida, el no estar, no pertenecer,<br />
casi no ser. Pero nunca hay que desesperar y cuando la <strong>soledad</strong><br />
nos coja hay que saber salir de ella todo lo fortalecidos que podamos,<br />
que lo haremos, pase el tiempo que tenga que pasar. Así que, pasen página<br />
y pasen páginas, lo pasarán bien, estaremos acompañados. Todo<br />
llega.<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 5 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 6 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
NARRATIVA<br />
Baile de los coyotes en Amarillo<br />
Antón Rei<br />
Desde su imagen de camuflaje, Remington Arrebola parece así, un<br />
ganador generoso de los que surgen cada cien años. Eso mantienen los<br />
periodistas que forjan la prosa nueva con piezas sucias, ajadas por el<br />
desgaste o algo peor, repiten superlativos largos y más epítetos; con<br />
ellos podrían formar sobre el Ecuador unos aros encadenados por las<br />
vocales. Entonces ese gran público soberano que sacia el hambre de referentes<br />
con pacotilla, entiende al fin el tamaño del despropósito y pide<br />
más vino para llegar al postre.<br />
–Es una cifra asombrosa.<br />
El dato enorme eclipsa a los hechos y su significado, que viajan a la<br />
carpeta donde se guardan las nóminas viejas con las facturas del gas.<br />
Remington Arrebola asiste a esto con la impotencia que causa inspirar<br />
exageraciones y ver a los hombres rasos haciendo cálculos al respecto,<br />
ya sea contando adjetivos rancios o disponiéndolos entorno al meridiano<br />
de Greenwich. Quizás esos periodistas tendrían que hacer los<br />
aros en vertical, con toda su prosa viva surcando Londres y los dos polos.<br />
Se siente de esa manera y también ridículo porque el sufrimiento no<br />
se le nota nada, no deja marcas sobre la piel. Cuando se acerca a algún<br />
conocido y se lo comenta, parece decirle “¿qué tengo aquí?”, y su pareja<br />
en ese diálogo le escruta el rostro para acabar pensando que es una<br />
muestra de hipocondría.<br />
–Nada importante, es sólo una calentura –le dice como si viese algo.<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 7 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
Recuerda una noche en Lubbock donde no pudo pegar ojo sobre<br />
una cama rebelde. Un muelle y la almohada más inflexible de todo Texas<br />
se conjuraron para arrasarlo sin paliativos, por lo que al otro día la<br />
contractura exacta lo puso en el dique seco. Remington pretendía seguir<br />
camino en dirección a Amarillo, pero tuvo que conformarse con<br />
una cama más confortable hasta poder conducir su Rover (llevaba un<br />
coche británico). Su acompañante en aquella cuita lo contemplaba con<br />
incredulidad, tomándose a la ligera sus aspavientos robotizados. R.<br />
Arrebola contraatacó.<br />
–No es el pescuezo lo que me oprime, creo que es algo más hondo.<br />
Pero Honoré Moure, su mánager de aquel tiempo, le contestó encendiendo<br />
un cigarro.<br />
–Ojalá me hubiese sacado el carné –pegó una calada y formó otros<br />
aros.<br />
En ese instante sería absurdo contar en alto su <strong>soledad</strong>, el mal que<br />
hundía a Arrebola desde el principio. Aquel tratante que le cerraba tratos<br />
estaba en el sitio idóneo para pensar en reses y emolumentos, por<br />
eso al ver ganado junto a las vías tuvo un momento de inspiración.<br />
–Iré a comprar espuelas de plata. Te veo mañana para marcharnos.<br />
Zanjó la pena de su cliente con un souvenir de alpaca, pues esa tierra<br />
dura y reseca engaña a los forasteros tiernos.<br />
Con la movilidad bajo mínimos, Remington Arrebola se refugió en<br />
los padecimientos del joven Werther, que lo inducía al suicidio desde el<br />
fondo de una maleta. En ella guardaba libros y versos sueltos. Los contemplaba<br />
embobado en los momentos de desazón.<br />
Cuando cerró los ojos ya con la luz apagada, pensó en la gente que<br />
había esperando para tocarlo en cualquier ciudad. Esas visitas promocionales<br />
lo disociaban más de sí mismo que verse por la pantalla, donde<br />
creía que sus debilidades se insinuaban ante cualquiera. Al día siguiente<br />
tapó sus dudas con brillantina y se puso gafas de sol.<br />
–Hasta la próxima, Buddy Holly, sigue bailando con los coyotes.<br />
Todo Amarillo se echó a las calles repletas de polvo y de topicazos:<br />
sombreros grandes, menús con tacos y quesadillas. En medio de aquel<br />
revuelo, Remington y su agente pasaron sin pena ni gloria por el down<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 8 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
town, pues una feria de maquinaria agrícola redujo su vida al anonimato.<br />
–Aún es temprano, tenemos hasta las siete.<br />
Honoré Moure trató de calmar a Arrebola y más tarde lo dejó solo.<br />
Alegó que tenía un asunto grueso entre bambalinas y que era mejor resolverlo<br />
ahora; ya se verían luego, cuando fuese la hora de autos. Solía<br />
desvincularse de las cuestiones que le aburrían mucho, como tratar a la<br />
gente o demostrar amabilidad. Después derrochaba afecto en los actos<br />
promocionales, ofreciendo su mejor cara a los asistentes y brindando<br />
ocurrencias claras. Con ese despliegue raudo trataba de ganar puntos<br />
sobre su defendido, como llamaba a Arrebola en un guiño a las pelis<br />
donde salían juicios.<br />
Remington entretanto volvió a quedarse colgado. <strong>La</strong>s urbes americanas<br />
de tipo medio no son idóneas para paseos, aunque la feria de maquinaria<br />
le daba un punto a la zona. <strong>La</strong> recorrió sucesivas veces mientras<br />
hacía tiempo, pero pasado un rato empezaban los barrios iguales y<br />
regresó de nuevo al principio, un par de cajas cuadradas de acero y<br />
cristal ahumado que dominaban la situación. En ellas había oficinas.<br />
Desde ese punto de vista no le quedaba claro si la ciudad de Amarillo<br />
era pequeña o no, pues aunque el centro era diminuto, luego venía el<br />
sprawl, miles de casas ajardinadas con un pickup en la puerta, arbustos<br />
secos y algunos frutales sosos que se extendían hasta cansar la vista;<br />
puede que se asociaran hasta el Pacífico o las Montañas Rocosas, o peor<br />
aún, que se juntasen formando un todo de parcelitas que diese vueltas<br />
al meridiano de Greenwich. Entonces este planeta tendría un par de<br />
anillos gigantes como Saturno, formados por casas bajas en un sentido<br />
y por adjetivos cultos en otro, cortándose transversalmente unas cuantas<br />
veces que harían palidecer lo que aconteció en Fachoda. Qué gran<br />
conflicto entre líneas imaginarias con las que dividir la Tierra, creando<br />
muros anglofranceses sobre el betún. <strong>La</strong> perspectiva de verse inmerso<br />
en esa vorágine de rayas y aros hizo que Remington Arrebola empezase<br />
a dar vueltas sobre sí mismo, sin compasión de su cuerpo ni de los<br />
hombres que le imploraban que terminase, diciendo que si seguía alte<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 9 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
ando el orden de aquel condado tendrían que recurrir al sheriff para<br />
meterlo en el calabozo. Allí podría seguir girando hasta desfondarse.<br />
Después de jurar ante el dios cristiano que no era otro radical sufí,<br />
el compungido Arrebola volvió al estado más primigenio que conocía:<br />
la <strong>soledad</strong> completa que lo asustaba desde la infancia. Entró corriendo<br />
en un “Carlo’s” para aliviarla y comer a gusto un suflé.<br />
–Menuda franquicia, amigo. Dará buenos dividendos.<br />
El encargado no contestó. R. Arrebola, recién sentado frente a la barra,<br />
buscó la complicidad de la camarera. Lo despachó tan pronto con<br />
la mirada que derrumbó de golpe al gran actor de este tiempo, como decían<br />
los medios de su país. Él por su parte siguió pensando que el hombre<br />
es un diablo para los hombres, y mientras le daba vueltas al tono<br />
bíblico de la frase, pensó también que la gente de aquella ciudad texana<br />
sería un público duro de engatusar. No sólo desconocían a R. Arrebola<br />
en la cúspide de su fama, sino que no atendían a sus intentos por<br />
interactuar con ellos. Le echó la culpa al inglés británico impuesto por<br />
su academia, a las películas de vaqueros y a la maldad humana otra<br />
vez, pero esas explicaciones no le servían y volvió a intentarlo con mucho<br />
esfuerzo.<br />
–Parece que es época de tornados. Diablos, yo no quisiera estar en el<br />
pellejo de los de Galveston.<br />
Incluso un tema tan infalible como las inclemencias del tiempo dejó<br />
de nuevo al actor fetiche de nuestros días hablando solo. Nadie picó el<br />
anzuelo, por eso no recogió el sedal y siguió un buen rato en el taburete.<br />
Estaba anclado y chirriaba un poco cuando giraba. No le gustaba ese<br />
tipo de asientos porque obligaban a reclinarse sobre la barra siguiendo<br />
las directrices del hostelero, que parecía indicarle desde el principio las<br />
instrucciones como a los niños.<br />
–Siéntese ahí y beba pronto. No es necesario estar cómodo para tomar<br />
café.<br />
Temiendo ser alienado subliminalmente, Remington Arrebola dio<br />
muestras de rebeldía lanzando un ataque contra el sistema. Ya no<br />
aguantaba más. Cogió el cortado con la derecha y un sobre de sacarina<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 10 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
que abrió de golpe sobre una mesa. Vertió el contenido y después bramó:<br />
–¡Me siento donde yo quiero!<br />
Nadie observó la escena. Por vez primera en bastante tiempo, Remington<br />
fue invisible. Acostumbrado a una fama precaria por la que<br />
usaba sombrero en algunos sitios, no ver miradas sobre su cara le hizo<br />
palidecer. A veces exageraba ante sus amigos diciendo que ya ni podía<br />
tomarse un café tranquilo, cosa que no era verdad, y que eso le provocaba<br />
una <strong>soledad</strong> inmensa, lo que era así por otros motivos, pero ahora<br />
que ciertamente podía beber el café sin preocupaciones, echaba de menos<br />
el leve aroma de la celebridad, por más que la suya fuera barata.<br />
Agobiado por el estatus recién nacido de figurante sin frase, Remington<br />
Arrebola dejó su consumición a medias y se marchó. Hubiese dejado<br />
una gran propina de haberse dado las circunstancias, pero el servicio<br />
fue caprichoso. A falta de una sonrisa que acompañase a la cafetera<br />
o de algún comentario amable, él dejaría lo estipulado por la presión<br />
social.<br />
Con la fatiga que causa el rechazo y un dólar en la cartera, la promesa<br />
del nuevo cine que ya es presente miró al infinito poniendo los brazos<br />
en jarras e imaginando un futuro mejor. Trató de verse como un<br />
pionero en la América virgen dispuesto a buscar provecho, pero el pesar<br />
que inunda a los hombres cuando deambulan solos lo dibujó como<br />
un forajido que escapa a la comprensión humana. Entonces cambió de<br />
tema y habló.<br />
–Quisiera comer filetes.<br />
A eso George Washington dijo que no, que se olvidase de compras<br />
por aquel día. Si al menos fuese Andrew Jackson el que le hablaba, tendría<br />
lo suficiente para pasar el rato en una bolera o jugando al bridge,<br />
si es que jugaban en los Estados Unidos; pero con huecos en las finanzas,<br />
los habitantes de ése y de cualquier sitio lo tratarían como a un<br />
apache. Sería un perro mojado hasta el final de la tarde.<br />
Remington se plantó a la intemperie a meditar sobre su destino.<br />
Mantenía una suerte de celibato laico tan opresor como involuntario,<br />
de forma que sus contactos se reducían al mínimo que un hombre cuer<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 11 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
do puede aguantar. Desde amistades interesadas a la presión de la parentela,<br />
todos los nexos que vinculaban a las personas, a él lo apartaban<br />
hasta un rincón. Se preguntaba por los motivos de ese rechazo desconcertante<br />
que lo alejaba de sus congéneres ante todo, pero también<br />
de los animales mansos que recorrían las calles. Cuando veía un hocico<br />
o un rabo sobre la marcha, trataba de acariciarlo con simpatía, pero el<br />
animal contestaba con evasivas o se alejaba, generalmente. Que si un<br />
gruñido velado, que si un mordisco común, era imposible tocarlos sin<br />
un conflicto, por eso Arrebola creó la teoría de compatibilidades. Desde<br />
su punto de vista las relaciones entre los seres vivos siguen el mismo<br />
principio que las labores de un funcionario, algunas son compatibles<br />
con sus tareas y hay otras tantas que no. R. Arrebola no había tenido<br />
fortuna en eso, su régimen de funciones era exclusivo. Él no casaba con<br />
nadie.<br />
Por suerte para sí mismo, la <strong>soledad</strong> causada por todo aquello también<br />
le dio de comer, pues una tarde desangelada con chaparrones fue<br />
la que propició su descubrimiento. El pesimista de moda trataba de resguardarse<br />
de la inclemencia mientras las gotas ametrallaban los adoquines.<br />
Buscando una tregua firme, los viandantes corrían a refugiarse<br />
donde podían, haciendo de un recoveco el lugar más solicitado de la<br />
comarca. Sandor Chouciño lo contemplaba todo desde un paraguas en<br />
la otra acera, a salvo de las riadas, sobre un bordillo mejor. <strong>La</strong> perspectiva<br />
que había enfrente lo cautivó por completo, porque docenas de<br />
transeúntes humedecidos se peleaban por colocarse bajo un portal irrisorio.<br />
En cambio, el que había al lado, que era un portón magnífico,<br />
permanecía vacío salvo en un lado. Un hombre flaco cedía espacio a los<br />
posibles peatones sin que existiese necesidad, pues todos se decidían<br />
por el contiguo. A Sandor le pareció una escena tan poderosa que entonces<br />
llamó a Maxim.<br />
–Creo que lo tenemos. Es justo lo que querías.<br />
Y Max Cabaleiro elevó los brazos al cielo dándole gracias por sus envíos:<br />
quintales de agua para los guindos, un buen protagonista para su<br />
film.<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 12 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
El resultado de aquella tromba fue una carrera larga en la que Remington<br />
se interpretó a sí mismo y al mismo tiempo a un pez solitario.<br />
–¡Qué tipo tan perdedor!<br />
Esa expresión que sonaba a insulto fue su comienzo halagüeño, todo<br />
un pistoletazo del que salieron algunas críticas asombrosas. El chico<br />
solo del cine patrio se convirtió en un fetiche underground, donde se valoraba<br />
su patetismo a la hora de repartir tristeza.<br />
–Le huele el aliento a melancolía, podría apestarnos con una arcada.<br />
Así se expresaban los periodistas crudos que fabricaban las novedades,<br />
pintando ciertas escenas de drama espectacular; luego mataban al<br />
personaje. Remington sin embargo saltó a la corriente mayoritaria,<br />
donde las clases medias se consolaban con su desdicha.<br />
–Es un currante modelo.<br />
Pero ante todo, Remington no los creyó. No soportaba al éxito y sus<br />
halagos, le parecían chismes rabiosos. ¿Hacía falta expresarse así? Si<br />
deseasen enaltecerlo, lo harían de otra manera, no con insultos burdos<br />
vestidos de terciopelo.<br />
–Olviden su hipocresía, yo no la necesito para actuar.<br />
Esas palabras no se escuchaban porque reían cuando él las decía, si<br />
acaso miraban hacia otro lado y lo dejaban en paz. Llevaba ocurriendo<br />
desde el principio, y aunque Arrebola se hacía el loco, lo estaba viendo<br />
con claridad pasmosa, y a miles de millas, con más distancia, podía observarlo<br />
mucho mejor; a él no lo burlarían como a un niñato recién llegado,<br />
no era una marioneta de directores zafios ni mamporrero de su<br />
representante, en todo caso sería al revés, ese alcahuete desvergonzado<br />
de Honoré Moure sería Historia desde aquel día, una verdad potente<br />
como el bistec de dos kilos más medio barril de cerveza que se estaría<br />
zampando en cualquier parrilla, así las gastaba ese comediante si lo dejaban<br />
a su albedrío, ya fuese allí en Amarillo, Texas, o en la frontera<br />
con Nuevo México.<br />
–Esta charanga se acaba aquí.<br />
Pensó en una nueva vida y un sitio raro para largarse, mirando su<br />
trayectoria, podía servirle cualquiera.<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 13 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
Cuando a las siete en punto Arrebola no fue a la cita, Honoré Moure<br />
se preocupó. Por vez primera en bastante tiempo sintió un zarpazo considerable<br />
en mitad de la cara, como esas balas que matan a presidentes<br />
y se los llevan a un crematorio. Eso pensó el farsante de medio pelo<br />
cuando perdió su modo de vida en un acto promocional remoto, lejos<br />
de su objetivo, después de despilfarrar.<br />
En el presente, Remington ya no se asusta por el futuro, ni le preocupa<br />
la <strong>soledad</strong>. Dejó en Amarillo su sufrimiento con un epitafio corto:<br />
“Aquí yace el miedo de un hombre solo, quién sabe si para siempre”.<br />
AR<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 14 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
Boxear<br />
Ainara del Hoyo<br />
<strong>La</strong> gente que pasea delante de los psiquiátricos indiferente. Admiro<br />
a esa gente. Esa sana ignorancia sobre lo temiblemente cerca que estamos<br />
cualquiera de caer con nuestros huesos ahí. Lo he oído muchas veces:<br />
“Me pegó y me dijo que me quería”, “un mono me ha robado mi<br />
corona”, “hablo con los árboles y me cuentan historias que no me dejan<br />
dormir sobre la tierra que riega sus raíces”, “cada mañana mi cuerpo<br />
entero se pone a temblar y la tierra no se ha movido”, “me he equivocado,<br />
me he perdido, no encuentro la manera de llegar a ningún sitio”…<br />
Cientos, cientos de historias comunes a dos escalones del bucle de medicación<br />
preventiva contra la realidad.<br />
Esta es la mía. He sido novia de la muerte. Pero no la novia divertida,<br />
no la que se va de aventuras, no la que llevas de vacaciones, ni tan<br />
siquiera la que sacas a bailar. Yo he sido la novia que espera en casa<br />
con baños templados dispuesta a escuchar durante horas y absorber<br />
toda la pena. <strong>La</strong> muerte y yo nos queríamos como una pierna rota quiere<br />
a su muleta. Pero un día la muerte dejó de venir, dejó de quererme y<br />
yo dejé de esperarla. Habían sido semanas, meses, años de lágrimas y<br />
confidencias. ¿Quién te dijo que la muerte es un tipo duro? Cuando<br />
desapareció yo estaba manchada con más pena de la que el mundo produce.<br />
Y es algo negro y pegajoso, como el petróleo, apestoso como el<br />
barro podrido de una ciénaga.<br />
Es difícil reinventar tu vida emocional en esas circunstancias cuando<br />
la muerte te ha dejado. Empecé a ir al boxeo. En el boxeo sólo ocurren<br />
cosas buenas. Hombres que golpean al rival con las mismas ganas que<br />
tienen de golpearse a sí mismos. Boxear es la forma de amar más pura.<br />
En el ring se suda, se escupe y se sangra. En el vestuario, después del<br />
combate, se eyacula. Los hombres que boxean están tan sucios como<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 15 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
yo. Yo les gusto a ellos, y ellos me gustan a mí. Me gusta masturbarles<br />
después de la pelea. En la ducha, él desnudo, yo vestida y empapada.<br />
Sin tocarnos, sólo su polla entre mis manos. Fuera puedo oír los gritos<br />
de todos esos esperpentos de virilidad mal proyectada que le siguen<br />
como niños. Piensan que ahora mismo estamos follando, que está dentro<br />
de mí, que no voy a resistirme, que va a hacer desaparecer el tufo<br />
de tristeza densa que me envuelve. Él no, él sabe la verdad, que no está<br />
pasando nada de eso, que me iré de aquí llevándome en mis manos<br />
todo su miedo a la muerte.<br />
No soy de esas mujeres que se preocupen por los comentarios obscenos<br />
desde la grada. Apenas me puedo permitir el lujo de ser mujer, de<br />
ser, de no desaparecer, de no deshacerme como un azucarillo en un té<br />
caliente… Por eso yo miro el psiquiátrico y me estremezco de pensar<br />
que mi cuerpo pueda encontrar aquí su último hogar, o en un cajero<br />
automático, o que cave su propia tumba en un claro escondido del bosque.<br />
Mi cuerpo, mi cuerpo, mi maltrecho cuerpo que no deja de lanzar<br />
bengalas de socorro contra el techo.<br />
AdH<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 16 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
Elogio de la <strong>soledad</strong><br />
Pablo Cerezal<br />
Existen ciudades cuyos próceres corren raudos tras una efímera gloria<br />
que escriba su nombre en los periódicos y, sobre todo, que les rellene<br />
los bolsillos como quien rellena un osito de peluche maltratado…<br />
pero de billetes, no de gomaespuma. Quiero decir que hay ciudades<br />
que adoptan normas tendentes a convertirlas en modernas, habitables,<br />
ecológicas, respetuosas con el medio ambiente.<br />
En Madrid ocurre esto desde que se inauguró una vía alternativa, en<br />
uno de los recorridos metropolitanos por los que miles de vehículos se<br />
trasladan cada día para mejor trasladar a los autómatas que los conducen<br />
hacia el centro de trabajo en que ejercerán de eficientes autómatas<br />
durante inacabables horas. Por esta vía sólo pueden circular vehículos<br />
en cuyo interior se traslade más de una persona. Digno de elogio el método,<br />
encomiable el fin. Muchos trabajadores prefieren circular ellos solos<br />
en su propio automóvil, aun sabiendo que otros muchos realizan<br />
cada día el mismo recorrido. Podrían ahorrar, sumando fuerzas, monedas<br />
a sus cuentas bancarias y malos humos a la atmósfera.<br />
El caso es que la tentación de la individualidad es dura de sobrellevar.<br />
Se dio, así, el caso de un ciudadano al que, desde el asiento del copiloto<br />
de su flamante automóvil, observaba una muñeca hinchable, comedida<br />
pero elegantemente ataviada. Sí, el hombre había utilizado una<br />
de esas voluptuosas muñecas destinadas a calmar los momentos de desasosiego<br />
de sus propietarios para esquivar las normas ciudadanas y poder<br />
llegar antes que nadie a su puesto de trabajo, por la vía reservada a<br />
automóviles con más de una persona en su interior.<br />
Nunca he podido olvidar las suspicaces miradas de los parroquianos<br />
de El Mono Azul, un delicioso bistró ubicado en la ciudad de Arequipa,<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 17 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
cada vez que yo entraba en el local para dar inicio a mi ronda de piscosours<br />
y salir al balcón a embriagarme de <strong>soledad</strong>, letras y melancolías.<br />
Allí escribía. Pretendía moldear palabras como si me fuese la vida en<br />
ello. Quién sabe, tal vez me fuese la vida en poder arrancar a mis pesadillas<br />
las palabras que las explicasen e hiciesen entendibles a un lector<br />
que, ¡ay!, bien sabía que nunca existiría.<br />
En el interior del bistró las parejas se amaban y los amigos se abrazaban<br />
ente risas. <strong>La</strong> camarera me destinaba tiernas miradas, y pretendía<br />
entablar conmigo conversaciones que quedaban en desamparados<br />
monólogos. Yo respiraba el aire gélido del anochecer andino añorando<br />
una compañía que, día tras día, seguía sin llegar.<br />
El día que la camarera se atrevió a preguntarme por qué siempre estaba<br />
tan solo, yo acerté a balbucear que era exactamente eso lo que necesitaba:<br />
<strong>soledad</strong>. Quizás ella necesitase otra cosa y yo no quise darme<br />
cuenta. Quizás mis letras hubiesen sido mejor trazadas si las hubiese,<br />
primero, ensayado sobre su piel de noche y nervio. Fue por eso que,<br />
tras varias etílicas visitas, decidí darle conversación. No por conseguir<br />
intercambio carnal, no, más bien por no aparentar tan solo, por evitar<br />
de su parte pensamientos negativos hacia mi persona. En ocasiones, el<br />
ser humano tiene tales arranques de rubor.<br />
<strong>La</strong> cruda realidad era que yo sólo quería estar solo. Pero me sentaba<br />
bien el disfraz de coloquio e intercambio de opiniones con la camarera.<br />
El resto de habituales del bar dejaron ya de mirarme. Al menos no lanzaban<br />
contra mi persona dardos de superioridad, más bien de envidia.<br />
Pobres infelices, pensaban que me estaba beneficiando a tan rotunda<br />
mujer. No me extenderé glosando su belleza, discúlpenme, eso lo reservo<br />
para mí y mis noches de ebria <strong>soledad</strong> y desasosiego.<br />
Imagino que el descuidado conductor acompañado por la bella maniquí<br />
sólo quería disfrutar, cada mañana, de esa sensación de libertad<br />
que, dicen, produce el conducir un auto. Así lo entendieron las autori<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 18 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
dades y, por ello, procedieron a extenderle cuantiosa multa por su infracción.<br />
Creo que, en este caso, nadie llegó a pensar que el incauto automovilista<br />
se beneficiaba a su acompañante de plástico.<br />
Claro, al fin y al cabo los agentes de la autoridad no están para psicoanalizar<br />
las curiosas <strong>soledad</strong>es en que se amparan los ciudadanos.<br />
Eso queda para las parejas que se aman en los bares, para los amigos<br />
que se abrazan y ríen al calor de alcoholes varios. Sólo ellos, conscientes<br />
de lo difícil que es mantener el disfraz de la compañía ajena, están<br />
en situación de reír de aquél que, sin trauma ni vergüenza, pasea su <strong>soledad</strong><br />
por las mismas barras en que ellos piden daiquiris para su novia,<br />
o botellas de cerveza para su grupo de amigos.<br />
En las ciudades modernas se juega a la solidaridad, la fraternidad y<br />
la cuadrilla. Pero intuyo que no son pocos los que visten disfraces de<br />
tribu para mejor ocultar esa bendita <strong>soledad</strong> que hemos decidido convertir<br />
en vergonzante pero que, en ocasiones, tan imprescindible resulta<br />
al ser humano.<br />
PC<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 19 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
Con la luz de Boubat<br />
Miguel Herráez<br />
Para Daniel Teobaldi y Techi y<br />
los buenos amigos del lado de allá<br />
Tengo ganas de ver árboles, pensó girando la cabeza hacia la ventana,<br />
pero ya la luz de la tarde empezó a atraparle exactamente igual que<br />
había comenzado a atraparle en las dos últimas semanas, una luz de<br />
talco, ya sabes cómo, luz que no es luz de verdad, esa luz que deja pasar<br />
con algo de sigilo la Zenit, pero tú no puedes ir andándote con pequeñeces<br />
ahora que se ha solucionado el asunto y la Zenit funciona y<br />
puedes darle al obturador sin que te importe el sol de cara o esa anciana<br />
con gorro que pasa de repente y te corta el encuadre en dos mitades.<br />
Había comprado la Zenit en la tienda entre Almirante Cadarso esquina<br />
con Gran Vía, pero lo cierto es que el impulso parecía que le llegaba<br />
muy de dentro, muy en eso de rozar con la yema cada zona mínima<br />
de la cámara, el rugoso nombre incluso de Zenit que dejaba en su<br />
recorrido una hendidura en blanco, luego el fotómetro, el pequeño disco<br />
de la velocidad, incluso también la cinta trenzada en rafia con el<br />
nombre Zenit grabado. Lo pensé en ese momento, justo cuando el talco<br />
de la luz se le metió en los ojos y pensó tengo ganas de ver árboles,<br />
salir de tanta asepsia, ver árboles y caminar por un bosque. Por eso tú y<br />
también puedo ser yo, por qué no a la vez la luz de talco, la tórtola sobre<br />
la antena que veo ahora y que tú sabes al mismo tiempo es la tórtola<br />
que sujeta la antena, no es más que dejarse caer por la realidad plana,<br />
esa realidad de zinc que dice Elisa y que tú o yo sabemos no es otra<br />
cosa más que la rutina del metro o los pies siempre llevándonos por<br />
tanta callejuela de gatos que se acercan a comer de la mano y a veces<br />
de golpe aparece ese tipo que sabemos que vende en la esquina y del<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 20 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
cual es mejor olvidarse porque alguien le descubrió la culata de un revólver<br />
saliéndole a la altura de la ingle.<br />
Ver árboles porque me mata esta sábana blanca y los pasos cronometrados<br />
sobre el piso de cristal del pasillo, el taconeo apenas las seis<br />
de la mañana. Echo en falta mi taza con el fondo arañado de té, algo de<br />
Stravinsky que tamice el talco de la luz, que logre hacer un hueco, ese<br />
hueco que tú o yo conocemos porque es un hueco por el que salimos a<br />
la calleja de los gatos. Hay dos fotos de Boubat que dicen eso que te<br />
quiero decir. Es SèvresBabylone, una tarde de invierno, con lluvia. Hay<br />
un hombre junto a la farola y una mujer que cruza bajo la lluvia, está<br />
borrosa, y otro que anda tras ella con paraguas, y en el segundo plano<br />
está la verja con los árboles. En la de place SaintSulpice la cosa es deliciosamente<br />
diabólica porque sigue la lluvia, el hombre con abrigo cruza<br />
refugiado por su paraguas, en la foto se ve bien con las piernas abiertas<br />
y aquí la mujer aparece de espaldas. En la taza de la fuente hay restos<br />
de nieve y los árboles tienen ramas de alambre. Eso es lo que te quiero<br />
decir o lo que yo mismo me digo ahora que mis pies recorren el frío de<br />
la sábana, apuran el espacio de la cama y veo cómo se agota la luz de<br />
talco de la tarde por la ventana. <strong>La</strong> Zenit, la calleja de los gatos, cualquier<br />
pequeña glorieta que tenga árboles, el pretil de piedra, Atget o<br />
Izis o Doisneau, con esos años cincuenta y ese niño tendido y con un<br />
cachorro de caniche encima, eso expresa mucho mejor que yo cuanto<br />
quiero decirte respecto a mis temores, es mi deseo de ver árboles y no<br />
la píldora roja o la azul, la sonrisa sincera pero dolorosa de la enfermera<br />
que me tutea para darme confianza, tomándome la temperatura, el<br />
mercurio que sube grado a grado, cada rayita es un paso hacia la fiebre,<br />
un rodeo de eso de los árboles que te digo. Atget es más clásico,<br />
pero Doisneau sabe mostrar como nadie el suelo adoquinado, el frío en<br />
mitad de la calle, una tarde de enero, los árboles sin hojas, un hombre<br />
acodado en una barra de bar, alguien que fuma un cigarrillo y coge el<br />
cigarrillo entre los dedos índice y corazón y separa el meñique del anular<br />
al máximo. De Izis me atrapa la lluvia, la acera mojada, esas parejas<br />
besándose los domingos en rincones de carruseles y en esquinas junto<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 21 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
al río. Creo que me puedes entender mejor si hablo de Izis, pese a que<br />
Boubat sea mi preferido.<br />
En ocasiones pasa un coche muy lento, es una calle cortada. Asoma<br />
el morro y sé al instante que se ha equivocado, sé que entrará, bordeará<br />
por su derecha hasta llegar a la puerta clausurada, quizá incluso el conductor<br />
baje e intente preguntar, pero lo más seguro es que continúe y,<br />
cuando se dé cuenta, gire y regrese, salga hacia la calle que da al río. Le<br />
digo que no es fácil pasar aquí y así las horas. Puedo contarlas porque<br />
cerca suena un campanario que me sirve de referencia para cerrar o<br />
abrir el día, un poco lo del coche equivocado. Porque desde aquí no veo<br />
el río ni esa pequeña librería en la que hay que bajar por una escalera<br />
de madera y donde tienen una foto de Beckett auténtica firmada con su<br />
cara de águila y encuentras en sus anaqueles lo que no sueles encontrar<br />
en las otras librerías. Sobre todo esos libros de fotografías que tanto<br />
adoras sobre la ciudad a últimas horas de la noche, el invierno, la gente<br />
que sale del metro o se apea de los autobuses o simplemente camina,<br />
gente abrigada que lleva portafolios o carteras o bolsas con comida y se<br />
nota que es gente que tiene ganas de llegar a casa. Hace frío, un frío<br />
delicioso que no logra atravesar la parka ni las botas ni el gorro de<br />
lana, te paras y miras hacia las ventanas y los balcones, se ven los balcones<br />
como diminutos escenarios, tienen un poco de cuadro holandés,<br />
las vigas de cerezo o de abedul, una kentia, una lámina de Modigliani,<br />
alguien que abre el frigorífico y se sirve una cerveza o calienta té, prende<br />
un cigarrillo y se descalza o se despereza, mira hacia la calle, hacia<br />
ti. Tú o yo o él, es un modo, una manera de sobrellevarlo, lo de los árboles.<br />
Porque lo otro ya está en mí, podría decir en ti o en usted, no sé<br />
si decirle que eso está y no hay regreso.<br />
A veces me asalta también el sueño, es muy posible que lo recuerdes,<br />
ese sueño que era una pesadilla y que me dejaba un regusto malo,<br />
y por las mañanas entonces tomaba café amarguísimo porque tú decías<br />
que era una forma de exorcizarlo. Recuerdo que volcabas sobre la taza<br />
de café y señalabas con el dedo. Era un sueño en el que me perdía en<br />
un paisaje nevado, andaba por la nieve, me hundía, me quemaba la<br />
nieve en los pies y en las mejillas, andaba como podía, metía un pie, el<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 22 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
otro, resbalaba y veía que me sangraba un costado, goteaba la sangre<br />
en la nieve. No sé si has visto sangre en la nieve. No es algo bonito. Me<br />
dolía el costado, pero de repente me daba cuenta de que alguien me<br />
golpeaba con una mano de nuevo a la altura del estómago y entonces<br />
veía que lo habían hecho con un cuchillo. Ahí me despertaba casi siempre,<br />
me cogías por la frente, tus manos bajaban por mi pecho, seguían<br />
hasta mi cintura en caricias y besos, una lentitud suave de giros y tus<br />
labios. Lo que ocurre es que en ese momento es cuando me despertaba<br />
de verdad porque ahora me percataba de que no estabas y esa era la<br />
pesadilla, saberte lejos o cerca pero lejos en verdad, sin sentirte, posiblemente<br />
volcando la cafetera en la taza de otro.<br />
Me pregunto si en realidad volveré a ver árboles, si no forma parte<br />
eso también de la pesadilla, del sueño de Elisa o el coche que asoma el<br />
morro, la calleja de los gatos, de la luz Boubat de talco, la niñita con el<br />
lazo en la cabeza alargando la mano hacia el hombre orquesta que no<br />
la ha visto. Como te digo es mejor que te hable de Izis porque él representa<br />
mejor que yo lo que quiero decir. Lo dice mejor con ese actor, en<br />
su camerino, después de la actuación, con la pintura de la cara ya cuarteada,<br />
el pantalón con el cinturón colgado de esa percha junto al abrigo<br />
y el suéter, pero especialmente lo percibo en la madre y el hijo que venden<br />
flores en una tarde que yo creo es de noviembre. Es 1950, el niño<br />
debe de tener doce o trece años, ella en torno a los treinta. Miro la foto<br />
y pienso que ellos no saben que estoy ahora observándolos, que repaso<br />
sus caras, sus cuerpos, la gorra del niño, el pañuelo anudado al cuello,<br />
el sombrero de la madre, el Citroën desdibujado del fondo. Es posible<br />
que estén ahora ya muertos. Cuando me detengo en una foto, sabes<br />
bien que siempre me dejo llevar por eso, el inventarme la historia de<br />
ese hombre que bebe acodado y a quien le salen los picos del cuello de<br />
la camisa por encima de la chaqueta, ese beso furtivo en medio de la<br />
calle sin que nadie se fije o la gente del río que fuma o bebe o duerme.<br />
Eso dice mejor lo que siento, mejor que si empiezo con la fiebre o con<br />
la sábana, con la píldora que acaban de darme, un vaso de agua, antes<br />
el taconeo y antes de eso el silencio que es el silencio de nuevo aquí<br />
frente a la ventana desde donde no veo un solo árbol.<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 23 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
Tengo la Zenit al lado, a veces la preparo, cargo el obturador, enfoco<br />
desde la cama. Tejados, antenas torcidas, claraboyas sucias, pequeñas<br />
ventanas con rejas que dan a los cuartos de máquinas de los ascensores,<br />
muy alejado y velado por la bruma el final de la aguja de un<br />
campanario. Por la tarde oigo el ladrido de un perro. No es un aullido,<br />
ladra quizá porque lo han dejado solo, y empieza a caer la tarde, se encienden<br />
algunas luces más allá de la calleja de los gatos. Van apareciendo<br />
ventanas salpicadas muy difusas por la distancia. Ese es el peor momento<br />
que más me cuesta soportar, tú lo sabes bien porque todo deja<br />
de ser Atget y es mucho más Izis o Boubat (sabes que es Boubat el mejor<br />
para mí) o Robert Doisneau, es la forma en que caigo hacia otra rutina,<br />
menos mía, como si algo de mí fuera obligado a integrarse en otro<br />
cuerpo en el que se impone un nuevo enfoque, algodón, el frote mínimo<br />
del algodón con la sonrisa que lo acompaña, la aguja hábil que busca,<br />
pincha, el líquido que me va entrando y noto el sabor en el paladar,<br />
aunque la sonrisa me diga que hay que descansar, y sé que es abandonarse,<br />
dejar reposar la cabeza, humedecer la almohada con el sudor del<br />
sueño, apoyar la mejilla derecha y sentir el color blanco. Siempre decías<br />
que los colores se sentían, y yo noto esa ausencia que es el blanco,<br />
lo percibo cerca del ojo cuando destenso el cuello y relajo la mejilla<br />
contra la almohada.<br />
En una ocasión le dije que no es fácil comprender algo más allá de<br />
lo que nos muestran las cosas, aunque uno es tan necio que no lo acepte<br />
y se enganche a evidencias cotidianas. <strong>La</strong> tórtola en la antena o la<br />
antena desde la tórtola que observo ahora, el encuadre con la Zenit o a<br />
mí encuadrado con la Zenit desde otro ángulo, del hombre acodado<br />
que bebe un vaso de vino o la barra en la que se acoda un hombre que<br />
bebe un vaso de vino mientras habla y tiene los dientes y los labios<br />
manchados. Ahora que noto que me queda muy poco, podría buscar<br />
bastantes ejemplos más, mi deseo de ver árboles, de pisar hierba. Se lo<br />
digo mejor con Boubat, ya lo sabes.<br />
MH<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 24 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
Guitarra, soliloquio<br />
César Cortijo<br />
He estado muerta todos estos años esperando que el día llegase de<br />
mi renacimiento. Para quien me acoja, habré salido de la oscuridad más<br />
completa. Esa fecha será remarcable en mi alma porque he creído firmemente<br />
que alguna vez llegaría.<br />
Fue también la historia de un pequeño muchacho abandonado en<br />
verano. Yo no podía verlo sentado en la planta de abajo mirando aterrado<br />
una serie de televisión que lo mantenía en tensión esperando que<br />
regresara alguno de sus familiares a la casa, pero ahora que voy a contar<br />
nuestra relación secreta voy a recorrer esa distancia. Yo yacía con<br />
otros trastos en el fondo negro de los compartimentos superiores del armario<br />
de la habitación grande, la de los tíos solteros del niño, que en<br />
verano cedían a sus parientes de Madrid. El niño dormía en una cama<br />
de matrimonio junto a su hermano y el armario servía además de separación<br />
con la otra cama inmensa, que ocupaban los padres también<br />
eventualmente. <strong>La</strong> segunda planta de las habitaciones permanecía en<br />
silencio y el interior del armario era una tumba esa tarde. Decenas de<br />
objetos se interponían entre las portezuelas y la libertad. De pascuas a<br />
ramos, se abrían cuando alguien rebuscaba y me palpaba sin querer,<br />
buscando otras cosas, hilos, libros del abuelo o del tío José María. Nunca<br />
me sacaban al exterior, ya no recuerdo la última vez que fui templada<br />
ni tocada por alguien.<br />
El muchacho se quedaba solo en casa muchas tardes de verano<br />
como esa y al caer la noche estaba aterrado. Únicamente los veranos,<br />
con su familia, visitaba aquella animada localidad de la Costa Brava.<br />
Palamós. Allí vivían los abuelos. Su hermano a veces lo llevaba consigo<br />
y su pandilla de barceloneses, pero casi siempre le pedía que se quedara<br />
en casa para no estorbar sus incipientes relaciones con el sexo opuesto.<br />
Los tíos ya catalanes estaban haciendo su vida de trabajo y de noviazgo<br />
fuera, casi siempre ausentes. Y el abuelo, mi dueño, el que me<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 25 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
trajo desde su pueblo manchego hasta aquí en 1940, había encontrado<br />
un empleo nocturno en un parking de Platja d’Aro para completar su<br />
exigua pensión y salía siempre antes de hacerse de noche en su Mobilette<br />
con la tartera. Hasta la madrugada.<br />
Sus padres le invitaron a unirse a ellos en el habitual paseo vespertino<br />
con la abuela hasta la heladería, allí se sentaban dos o tres horas<br />
hasta la hora de la cena. El muchacho hubiera aceptado de buen grado<br />
el aburrido plan con los padres si no estuviera tan enfadado con su hermano<br />
por relegarle nuevamente, y en este estado de resentimiento se<br />
arremolinaba muchas tardes en el sofá suplicando para sí que regresara<br />
algún ser humano en su auxilio antes de que el asesino tan buscado de<br />
la serie apareciese por la ventana abierta de la planta baja.<br />
<strong>La</strong> casa estaba separada de los acantilados del Matadero por dos calles<br />
y aunque era verano, llegaba a veces una bocanada húmeda cargada<br />
del embriagador aire marino. Esa tarde, el haberlo inhalado profundamente<br />
le dio un ápice de valentía a su estado normal acobardado y<br />
se levantó del sofá cuando oscurecía. Subió las escaleras hasta la planta<br />
de arriba sujetándose a la barandilla.<br />
Yo no estaba menos compungida que él con los cánticos de los canarios<br />
que el abuelo coleccionaba por decenas en la terraza. Ese cántico, a<br />
pesar de que habían pasado treinta años, a mí me seguía resultando espeluznante<br />
cuando traspasaba todos los tabiques de la casa y me enloquecía<br />
en su nerviosismo contagioso. <strong>La</strong> música soy yo, no ellos, que<br />
nada saben del arte del silencio.<br />
Pero los pasos del niño en la escalera se oían con más fuerza, se estaba<br />
acercando. Escuché luego que arrastraba una silla. Mi corazón, la<br />
cavidad de mi madera temblaba. ¿Iba a ser cierto?<br />
Se abrieron las puertas del armario, la luz me cegó un instante solamente<br />
pues enseguida se interpuso la cabeza inmensa del muchacho<br />
que me parecía, a contraluz, sonreír.<br />
Supe que nos íbamos a llevar bien al sacarme con cuidado. Mi longitud<br />
era mayor que la del ancho del armario. Debía sacarme oblicuamente<br />
maniobrando con el fondo. Lo hizo con sumo cariño como si me<br />
adorara.<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 26 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
Dijo: “Vaya, faltan cuerdas”. Y por eso supe que me faltaban cuerdas.<br />
Yo sentí vergüenza como una enamorada. Temía que mi olor enmohecido<br />
le hiciera rechazarme y reintegrarme a la nada, a la oscuridad<br />
absoluta y eterna. Y no me moví.<br />
Se sentó en la cama y rasgueó el bordón. Es cierto que yo necesitaba<br />
un corte de pelo con cuerdas nuevas, pero este niño me entusiasmó. Sin<br />
que nadie le hubiera dicho cómo abrazarme, me abrazó y cuando temí<br />
lo peor, que me aporreara, él pasó delicadamente la yema de su pulgar<br />
por la cuerda oxidada. ¡Tuang! Así empezó todo y terminó nuestra distinguida<br />
<strong>soledad</strong>.<br />
CC<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 27 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 28 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
POESÍA<br />
Soledad<br />
Isabel García Caparrós<br />
Como el péndulo al que cortan la cuerda<br />
pierde aquello que lo mantiene en equilibrio,<br />
ella pesa.<br />
Como aire sólido,<br />
como sueños de infancia,<br />
como pétalos en cementerio,<br />
como huellas en sábanas.<br />
Pesa.<br />
Como la mano sobre el hombro condescendiente,<br />
como el estupor del rostro que no se reconoce en mitad de un desierto,<br />
o como la belleza que hace que duela el lado más oscuro de la vergüenza.<br />
Toda ella,<br />
pesa, y me desborda.<br />
Así que decidme:<br />
¿qué hacer con tanto de ella y tan poco del resto?<br />
Ante este siniestro cristal<br />
ahí, donde<br />
error es costumbre,<br />
costumbre es deuda,<br />
deuda es olvido,<br />
y olvido es tú,<br />
y cada uno de ellos.<br />
Efímera procesión de cadáveres en sigilo,<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 29 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
en la ciudad del silencio,<br />
en la ciudad de la luz.<br />
Ahí,<br />
en ese esclavo punto,<br />
el delito que nunca cometo me persigue,<br />
pues yo soy el asesino,<br />
yo la víctima,<br />
yo la condena,<br />
yo tantas en el mismo instante<br />
y ella ocupando mis huellas,<br />
haciéndome creer que todo se limita al saber caminar.<br />
Pero no.<br />
No es sólo contemplar y no ver.<br />
¿Así la vida?<br />
¿En su falsa calma latente?<br />
¿Así? No...<br />
Ahora,<br />
en la hora del grito de las bestias,<br />
cuando mi garganta en sequía espera que la tormenta caiga,<br />
que el agua roja caiga,<br />
que el agua helada caiga,<br />
que el agua que nos sepultará caiga,<br />
ahora,<br />
es cuando mejor la reconozco,<br />
en su yo más frenético.<br />
¡Miradla, es ella!<br />
Cayendo lenta,<br />
cayendo ingrávida,<br />
cayendo sumisa,<br />
cayendo como sólo ella sabe caer sin saciar apenas mi sed.<br />
Ella.<br />
Maldita ella que<br />
frente a mil arcos del triunfo,<br />
yo tropiezo,<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 30 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
y ella me engaña.<br />
Una vez más.<br />
“<strong>La</strong> rendición como destino fácil”, dice.<br />
“<strong>La</strong> sencillez como la peor de las motivaciones”, insiste.<br />
Pero su delicada pasión ignora que el recuerdo en mí aún arde.<br />
Como una memoria se siente desbordada de sí misma, arde.<br />
Tras resucitar entre palabras de fuego, arde.<br />
Cada vez que el abrigo se ha convertido en soga, arde.<br />
Pero sabed:<br />
A mí nada me importa su presencia sino sólo<br />
porque ocupa el más profundo de mis vacíos.<br />
Ella.<br />
Ella la estéril.<br />
Ella la frágil.<br />
Ella la contemplativa.<br />
Ella la devota.<br />
Ella la eterna.<br />
Ella la suicidad.<br />
Ella la desenterrada viva.<br />
¡Ella!<br />
<strong>La</strong> que me abre como herida en canal,<br />
la que no compensa una infancia,<br />
la que repudia al vértigo, pero se abraza a la noche.<br />
Maldita toda ella.<br />
Me alcanza de nuevo, y de nuevo pregunto<br />
por qué llamarla estúpidamente <strong>soledad</strong>,<br />
si la palabra la define,<br />
pero la definición la desborda.<br />
Me desborda.<br />
Y pesa.<br />
IGC<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 31 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
Presentimiento del mar<br />
César Cortijo<br />
Dentro de unas horas estaré contigo<br />
con total pesadumbre sabiendo que no<br />
podré ponerte nunca un pie, un dedo encima,<br />
ni seré tu corazón.<br />
Pero voy contento detrás de los pinos<br />
tan tontamente entonces a buscarte<br />
como una falda, una cortina sin cabellos, cuchillos.<br />
Te amo, mar, aunque seas imposible<br />
como el gran vertedero de la humanidad.<br />
Eres yo y eras mi <strong>soledad</strong> inmensa<br />
de la que ya no confío poder escapar<br />
ni turbio ni rubio como todos estos años.<br />
<strong>La</strong>rgo tiempo esperé tu mirada vertical, tu figura presentimiento del<br />
mal.<br />
No te levantes, quédate así, muerto en la llanura de los toros, deshecho<br />
sin mí, azul.<br />
Hueles a la vida que no tuve ni supe devolveros,<br />
mis olas rotas de siete en siete por mi culpa, por mí.<br />
Rompientes por mí,<br />
rompientes por mí<br />
que no estoy en los cielos.<br />
Hueles y no sabes que nunca supe amar a las claras.<br />
Por ti, vasta línea, camiseta,<br />
no fui tu varón ni tu espada clavada en el aire,<br />
que amando quise soplar cuando ya no estabas.<br />
Pues ya no somos hermanos.<br />
CC<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 32 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
Es mala la palabra<br />
Ana Carrasco Conde<br />
Es mala la palabra<br />
que ya no dice nada<br />
que vacía de sentido<br />
o de sentido inflamada<br />
revienta entre espasmos<br />
o languidece, agotada.<br />
Es mala la palabra<br />
que, disfrazada de otras,<br />
toma cuerpos que abandona,<br />
que usa sentidos que profana<br />
sin dejar nada;<br />
sin dejar siquiera<br />
el sabor amargo, triste<br />
de la conciencia vencida, hirsuta y cansada.<br />
Es mala la palabra<br />
que ensucia la boca<br />
que entre crujidos de dientes<br />
desdice los actos que defiende<br />
que, de arena,<br />
teje sus formas.<br />
Es mala la palabra<br />
que al salir queda rota<br />
que desgarra<br />
a quien la escucha<br />
que clava sus aristas<br />
que oculta el envés de las hojas.<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 33 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
Es mala la palabra<br />
que, dulce, llega desde una cercanía fingida<br />
que penetra, permea,<br />
engatusa, da confianza<br />
y que, con cálido aliento<br />
todo lo hiede, lo marchita, sangra.<br />
Es mala la palabra que consuela,<br />
la que llega al otro sin más propósito<br />
que el de calmar no la conciencia ajena<br />
sino la voz negra, interior<br />
que dicta directrices<br />
que condicionan, cambian y engañan<br />
a quien, confiado, las recibe,<br />
las hace suyas y a ellas se agarra.<br />
Es mala la palabra<br />
que con trazas, huellas o signos<br />
de ceniza<br />
marca rumbos falsos<br />
perdidos<br />
que apuntan hacia promesas<br />
que no serán cumplidas<br />
a sueños imposibles<br />
o a sueños que, al cumplirse,<br />
rompen, corrompen,<br />
desguazan, maltratan<br />
y sólo quedan trazas<br />
de la transparencia, ahora opaca,<br />
de aquella conciencia ya cansada.<br />
ACC<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 34 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
No hay suelo<br />
Nerea Arrojería<br />
No hay suelo que me pare.<br />
Rodeada de un negronada,<br />
de un cerrar los ojos<br />
y saltar hacia dentro.<br />
Pero esta vez, no hay un “tirate<br />
que yo te cojo”.<br />
Sólo el deseo<br />
de deshacerse en el negro<br />
hasta desaparecer.<br />
Suena “This will destroy you”<br />
y asiento con los párpados rendidos.<br />
Sentir el aire abrazarme,<br />
consumirme.<br />
Cosida a mis cenizas,<br />
¿qué otra cosa puedo hacer?<br />
Los hachazos ya no sirven.<br />
Atrapada a kilómetros de distancia de la piel.<br />
Tan hondo<br />
que la luz se pierde.<br />
Como un buzo,<br />
rodeada de oscuridad<br />
sin saber cuándo es arriba<br />
y cuándo<br />
más hondo.<br />
Tan alejada que ya<br />
todo<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 35 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
extraño.<br />
Desfasada,<br />
habito la periferia de un tiempo<br />
que acontece delante de mí.<br />
El mundo se mueve,<br />
me pregunto cuánto es real,<br />
y cuánto sombra.<br />
“Hay un jardín”,<br />
“hay un jardín”, repite una voz menguante.<br />
Seguramente lo hubo<br />
pero ya casi lo he olvidado.<br />
Aquí plantada,<br />
sólo espero el fundido en negro<br />
que me atrape,<br />
se me lleve<br />
y poder sentir así,<br />
que pertenezco a algo<br />
aunque sea<br />
ese negro que anuncia el final<br />
que nadie aplaudirá<br />
y entonces tal vez, alivio.<br />
NA<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 36 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
<strong>La</strong> tierra tiembla y yo me despierto por la mañana<br />
Ainara del Hoyo<br />
<strong>La</strong> tierra tiembla y yo me despierto por la mañana<br />
me asesto varias puñaladas<br />
y limpio la sangre del baño, de la cocina<br />
del pasillo…<br />
el reguero goteante escalera abajo.<br />
Camino por la calle así, como un colador,<br />
pálida y fría.<br />
Saludo a otros.<br />
A los que se ahorcan para desayunar,<br />
a los que se pegan un tiro<br />
a los que se envenenan con monóxido de carbono.<br />
Nadie se pregunta nada. Tú no preguntas nada.<br />
<strong>La</strong> tierra tiembla y no se trata de la agitación de las placas tectónicas.<br />
No se trata de un tsunami, no hay ninguna explosión.<br />
<strong>La</strong> tierra tiembla y es el grito agudo y vibrante<br />
de todas esas gargantas desprovistas de cuerdas vocales<br />
reverberando contra cada roca, cada árbol, cada cueva.<br />
Mis agujeros sangrantes saben que estás cerca.<br />
Este cuerpo destrozado sabe cuando agazaparse.<br />
Esconderse ha dejado de ser un juego:<br />
es la guerra.<br />
Esos verdugos tan serios rezando en la oscuridad.<br />
Si los verdugos supieran reír se harían payasos.<br />
Opositarían para carcajear en una carpa hundida.<br />
Entre fieras. Cerca de ti.<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 37 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
Hablamos de la creación, hablamos de Pangea,<br />
del momento en que todo crujió y se formaron los continentes y las<br />
islas volcánicas.<br />
Crecieron montañas con planos pedregosos plegándose sobre sí mismos.<br />
Hablamos de los lagos, de esos grandes agujeros formándose<br />
y las entrañas de la tierra rompiendo aguas en ellos.<br />
Pues lo he olvidado, he olvidado todo lo que dijiste.<br />
Sólo recuerdo mis palabras.<br />
Una conversación absurda, ridícula, coja<br />
sin contrapunto, carente de respuesta.<br />
Un monólogo estúpido e incoherente.<br />
Eso sí lo recuerdo. Todo lo que yo dije lo recuerdo.<br />
Y lo repito cada noche en sueños.<br />
Como una nana, como un mantra,<br />
como un remedio contra insomnio.<br />
Contra todo lo oscuro.<br />
También hablamos de eso, de todas las cosas bellas.<br />
De todas las cosas perversas que viven perpetuamente en mi ombligo.<br />
Y eso, eso tampoco lo recuerdo.<br />
<strong>La</strong> tierra tiembla y yo me despierto por la noche.<br />
En mi cuerpo cicatrizan agujeros infinitos.<br />
Vacuidades sin fondo.<br />
Sin final.<br />
No hay final para nada de lo eterno.<br />
AdH<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 38 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
<strong>La</strong> isla + Descorazonada<br />
Alfonso Brezmes<br />
LA ISLA<br />
Elegí para vivir este desorden,<br />
esta ciudad de inviernos, esta tundra<br />
de edificios grises como augurios,<br />
para poder amar lo que me falta:<br />
aquella isla, la luz, sus arrecifes,<br />
en donde brilla oculto ese tesoro<br />
que un día enterré junto a mi infancia.<br />
DESCORAZONADA<br />
Dejé mi corazón en cualquier parte,<br />
y ahora voy por el mundo<br />
–ya lo veis– a pecho descubierto,<br />
como una caja fuerte<br />
que el ladrón se deja abierta,<br />
para ahorrarle el trabajo<br />
al que venga después a saquearla.<br />
AB<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 39 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
Nómada y solo + <strong>La</strong>mento del nómada solo<br />
Elías Moro<br />
I: Nómada y solo<br />
Sin saber muy bien el porqué –nunca he tenido trato cercano con<br />
ninguno– siempre me han dado un algo de pena esos viajantes de comercio<br />
(productos ferreteros y menaje del hogar, ropa de cama y lencería,<br />
enciclopedias y material de limpieza...) dando tumbos por provincias<br />
con su hastío de ruta incierta, <strong>soledad</strong> de hospedería antigua y maletamuestrario<br />
a cuestas.<br />
***<br />
Notas que la <strong>soledad</strong> ha salido de caza con todos sus pertrechos<br />
cuando ves a toda esa gente hablando consigo misma por la calle.<br />
***<br />
Camino solo con la eterna duda a cuestas de si estoy en la mejor<br />
compañía.<br />
***<br />
Aliviaba su <strong>soledad</strong> de todos los días comiendo frente al espejo.<br />
***<br />
Soledad es mirarte los pies tumbado en la cama de un hotel de una<br />
ciudad donde nadie te conoce.<br />
***<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 40 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
Ya sé que es un tópico comparar un libro con un amigo: pero cuando<br />
te toca de cerca, cuando se pierde alguno de ellos, el tópico toma<br />
cuerpo y la sensación de pérdida es, si no idéntica, sí muy parecida y<br />
casi igual de dolorosa.<br />
Es imposible rellenar el hueco de esa ausencia.<br />
Y así morimos muchas veces: llenos de oquedades donde resuena el<br />
silencio, en una casa de <strong>soledad</strong>.<br />
***<br />
Ser anónimo en <strong>soledad</strong>.<br />
***<br />
II: <strong>La</strong>mento del nómada solo<br />
Dejé el hogar de mis mayores,<br />
mi madre lloraba en la puerta.<br />
Rapté las muchachas que quise<br />
y forcé su amor hasta saciarme.<br />
Mi ley no fue más que mi deseo,<br />
no hubo paz donde yo estuviera.<br />
El cielo es mi guía y mi techo,<br />
mi mejor amigo, este caballo.<br />
Ahora siento una <strong>soledad</strong> que me cercena<br />
y no sé si habrá un lugar<br />
para mí entre los muertos.<br />
EM<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 41 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
IV<br />
Fernando del Val<br />
I: Hablando de niebla: no hay experiencia más densa y rota<br />
que el rostro libre que acompaña a la <strong>soledad</strong>. No se ha<br />
inventado fármaco.<br />
II:<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> del hombre lo enfrenta al significado de su<br />
creación.<br />
III:<br />
El atardecer te recuerda<br />
a su manera que no hay<br />
sombra más enhiesta<br />
que la de la muerte,<br />
llena de acetato,<br />
olvido<br />
y memoria cercenada.<br />
El pasado estremece<br />
como una voz de auxilio<br />
que nadie escucha.<br />
IV:<br />
Al mar le gusta ser pasto<br />
del laberinto. Del sol<br />
que abrasa la sal<br />
y los peces áureos.<br />
Entonces, despega<br />
un humo color menta<br />
que, filtrado de tarde,<br />
llega a los puertos y<br />
nadie sale a recibir.<br />
FdV<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 42 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
Agarrar<br />
Montse Mon<br />
No se necesita<br />
agarrar<br />
las primeras manos estirándose<br />
con intención de<br />
poseer al ser.<br />
No<br />
es<br />
necesario<br />
besar los primeros labios<br />
que susurran amor al aire,<br />
ni<br />
cantar a la vida<br />
que el amor, te pertenece.<br />
En la supervivencia de<br />
una<br />
no es obligatorio amar<br />
a cualquiera<br />
que ponga su alma<br />
en venta.<br />
Mi amiga,<br />
camina<br />
conmigo,<br />
disfrutando del paseo de la vida.<br />
Nos las apañamos muy bien,<br />
cuando llega el silencio.<br />
MM<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 43 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
El Raval + Soledad (blues)<br />
Iñaki C. Nazabal<br />
I: El Raval<br />
Camino por las oscuras calles del Raval<br />
intentando silenciar mis demonios.<br />
Arriba,<br />
la luna es como una uña que un pequeño dios dejara escapar<br />
mientras las antenas y tejados se siluetean<br />
en el cielo de la temprana noche.<br />
Sé que mi expresión es dura,<br />
lo sé.<br />
Y que mis pasos van un poco más rápido de lo que deberían.<br />
Supongo que todos tenemos un infierno<br />
y a cada uno le quema el suyo,<br />
pero no me gusta nada esta sensación en el pecho.<br />
Quiero creer que son mis pasos los que eligen el camino,<br />
pero qué saben ellos de abandono.<br />
<strong>La</strong>s miradas de la gente son como paredes de cristal<br />
que rebotan mi indiferencia.<br />
No me gusta nada esta sensación<br />
de amenaza<br />
en mi pecho.<br />
Llego a casa, aún caminando<br />
y el ruido de esta estúpida ciudad invade la ventana.<br />
Intento dormir,<br />
sabiendo que no sabré.<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 44 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
No me gustan nada<br />
estas voces<br />
que discuten en mi pecho.<br />
Mañana<br />
he de amanecer bien<br />
y algo me dice<br />
que no voy a conseguirlo.<br />
II: Soledad (blues)<br />
Entre las luces de los coches<br />
Casi al amanecer<br />
Suenan, sirenas locas<br />
Pero no, no vienen por él<br />
De la humedad de las aceras<br />
Por las que arrastra sus pies<br />
Huellas en la penumbra<br />
Abrazan un atardecer<br />
A través de su mirada<br />
No ha parado de llover<br />
Nadie ya le escucha<br />
Porque a nadie escucha él<br />
El aroma de la noche<br />
Castiga su respiración<br />
No quiere contar historias<br />
Se ha cansado de su propia voz<br />
ICN<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 45 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
A veces me pienso muerta<br />
Ale Oseguera<br />
A veces me pienso muerta<br />
y pienso si los demás pensarían en mí si estuviera muerta.<br />
Empiezo a calcular cuántas noches y días pasarían<br />
antes de pensarme ellos muerta,<br />
cuánto tiempo antes de iniciar la búsqueda en cuarteles y hospitales<br />
y casas de examantes.<br />
A veces me pienso muerta en un país extraño<br />
durante una de esas huidas que me invento.<br />
Me veo tirada, ahogada,<br />
sangrando de una herida en la cabeza,<br />
consecuencia de una caída pésima:<br />
liana, cascada, bicicleta, las aguas del Mekong,<br />
zonas horarias dispares, autobuses con luces de neón,<br />
hierbas, olores, idiomas, nacionalidades.<br />
Y mi cuerpo...<br />
inmóvil,<br />
flotando en las aguas de algún parque nacional<br />
de nombre impronunciable.<br />
Sola. Lejos. Muerta.<br />
Inglaterra: un error y una torpeza, una cuestión cultural,<br />
mirar al otro lado y suspirar.<br />
Acordarme de aquella canción de The Smiths<br />
justo en el momento del crash.<br />
Francia: cantar «When you’re strange»<br />
con la voz inspirada una tarde en el Père <strong>La</strong>chaise.<br />
Tropiezo, esguince, la sien contra la lápida de Apollinaire.<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 46 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
Finlandia: perderme en sus esferas blancas<br />
fallando en cazar la aurora boreal,<br />
ser traicionada por mis propias botas, por mi naturaleza subtropical.<br />
Allá.<br />
Lejos. Sola. Muerta.<br />
Me aparezco vívidamente atropellada, costilla fracturada,<br />
contusión craneoencefálica,<br />
ojos bien abiertos, respiración cero.<br />
Pienso en un bar a diez cuadras de casa.<br />
Me aventuro. Cuatro de la madrugada.<br />
Un sábado, un domingo. Mareo, resbalón, motocicleta.<br />
Un accidente como cualquiera.<br />
Me imagino siempre muriendo con un golpe en la cabeza.<br />
A veces ni tan lejos,<br />
a veces ni tan cerca,<br />
pero siempre sola, muerta.<br />
AO<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 47 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 48 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
ARTES VISUALES
ARTES VISUALES I<br />
Dragan Todorovic
ARTES VISUALES II<br />
Alfonso Brezmes
ARTES VISUALES III<br />
José Carlos Naranjo
ARTES VISUALES IV<br />
Andrés Casciani
ARTES VISUALES V<br />
Hannah Greely
ARTES VISUALES VI<br />
María Xesús Díaz
CRÍTICA LITERARIA<br />
Un viaje al poema enterrado en la memoria<br />
José Di Marco<br />
…supe de ese modo inesperado y brutal que la palabra no era para mí u mero<br />
instrumento para contar historias, sino que la palabra era la historia misma.<br />
Antonio Tello: “<strong>La</strong> escritura herida”<br />
…el alma de un hombre muerto no tiene orgullo,<br />
no tiene a quien decir lo que hay más allá de los días.<br />
Antonio Tello: “Más allá de los días”<br />
1<br />
Más allá de los días completa la trilogía denominada Balada del desterrado,<br />
de la que también forman parte De cómo llegó la nieve (1987) y<br />
Los días de la eternidad (1997). Este corpus novelístico ocupa un lugar<br />
decisivo en la profusa y variada producción literaria de Antonio Tello,<br />
la que abarca cuentos, poemas y ensayos. Tello se ha definido como<br />
“un escritor que escribe desde el lenguaje” 1 ; su estilo proviene de una<br />
manera inconfundible de modelar las palabras que se traspone en una<br />
percepción única de la realidad, en una cosmovisión que es, también,<br />
una suerte de cosmogonía, un mundo que se sostiene a sí mismo, regido<br />
por una coherencia intrínseca, irreducible a factores exógenos<br />
(como las modas que imponen el mercado del libro y la industria cultural).<br />
Ese estilo atraviesa indemne los distintos géneros literarios que el<br />
autor practica con parejo rigor y similar inventiva a la vez que los afecta,<br />
los modifica. Por eso, para este escritor que escribe desde el lenguaje,<br />
cuando el género elegido es la ficción narrativa y más precisamente<br />
la novela, el argumento, la intriga, la trama pasan a un segundo plano<br />
1 “<strong>La</strong> escritura herida”, 2014, p. 137.<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 133 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
y se impone, en cambio, una “lógica poética” que disloca la consecución<br />
lineal de las acciones, conjuga temporalidades opuestas, dispersa el espacio<br />
uniforme, yuxtapone territorios, pulveriza las identidades fijas de<br />
los personajes, multiplica las voces de la narración, bifurca los puntos<br />
de vista, mezcla sin solución de continuidad lo real con lo imaginario,<br />
confunde adrede los sueños con los hechos concretos 2 . Para Tello, la<br />
novela deviene un artificio artístico inmejorable para la experimentación<br />
constante a la vez que una herramienta proclive a la exploración<br />
abismal de los nexos entre memoria, historia y subjetividad.<br />
2<br />
Pablo Di Masso, en una reseña publicada por la revista Playboy al<br />
poco tiempo de su edición en España, dice acerca De cómo llego la nieve:<br />
“Es un recorrido poético por ese país movedizo que constituye la<br />
memoria, deliberadamente topografiado con trazos de infinita ternura<br />
y de inusitada virulencia a la hora de narrar la humillante prepotencia<br />
de la dictadura latinoamericana. Su personaje conductor es un poeta,<br />
convertido en héroe sin el menor merecimiento, que busca su identidad<br />
perdida en múltiples exilios (…) Todas las fuentes sirven al escritor y a<br />
su protagonista, Manuel T., para recrear la gesta: cartas, prontuarios<br />
policiales, testimonios variopintos y hasta la palabra aventurada de una<br />
gitana.”<br />
Los distintos aspectos temáticos y componentes formales que, con<br />
envidiable síntesis, Di Masso reconoció en la novela de 1987 están presentes,<br />
con inflexiones particulares, en la trilogía toda. Tanto Los días<br />
de la eternidad como Más allá de los días comparten la misma atmósfera<br />
poética, una constelación de motivos recurrentes (el terrorismo de estado,<br />
el exilio, la memoria, la escritura, la búsqueda de la identidad), una<br />
variedad de planos discursivos, de voces y de perspectivas que se intercalan<br />
y entrecruzan 3 .<br />
<strong>La</strong>s novelas de <strong>La</strong> balada del desterrado ficcionalizan la experiencia<br />
2 Pablo Dema filia esta serie de procedimientos compositivos con la poética del realismo mágico en la que<br />
el mito opera al modo de cosmovisión y de matriz narrativa predominante. Cf.: “Los orígenes de la<br />
poética de Antonio Tello: Notas a propósito de la reedición de El día en que el pueblo reventó de<br />
angustia”, 2014, pp. 24 – 25.<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 134 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
del exilio –que es personal pero también colectiva– como un corolario<br />
brutal del terrorismo de estado ejecutado, sistemáticamente, por la dictadura<br />
cívicomilitar que se impuso en la Argentina entre 1976 y 1983.<br />
Así, se inscriben en un conjunto muy amplio de textos dispares, producidos<br />
dentro y fuera de nuestro país, a lo largo de más de tres décadas.<br />
Sin embargo, vale la pena subrayar determinados rasgos propios, que<br />
las recortan de la serie, las particularizan y las distinguen.<br />
3<br />
En la literatura de Tello, el exilio no es una mera categoría política,<br />
por eso prefiere la palabra destierro para referirse a una circunstancia<br />
no sólo biográfica sino también cultural, e incluso antropológica. Para<br />
alguien que escribe desde el lenguaje, el alejamiento forzado de los<br />
usos cotidianos de la lengua materna se volvió, al principio, extrañeza,<br />
turbación, parálisis: “El destierro (…) me afectó profundamente como<br />
creador en la medida que la palabra me crea y me identifica ante mí y<br />
ante los demás; en la medida en que creo que pronunciar una palabra<br />
es un acto de fundación” 4 . Como remedio, como respuesta artística al<br />
distanciamiento compulsivo, (se) construyó una lengua para su escritura,<br />
que es el sostén, el sustrato y la energía de su obra literaria.<br />
Destierro designa una situación biográfica y cultural, una experiencia<br />
drástica a partir de la cual Tello funda una poética. Hacerse un escritor<br />
que escribe desde el lenguaje equivale a asumir la extranjería, a<br />
desterritorializarse irremediablemente: “El que elige el oficio de escritor,<br />
o acaso deba decir aquél que es elegido por él, se convierte en extranjero<br />
desde el mismo instante en que toma esa oscura decisión, porque<br />
su única y verdadera patria es la palabra” 5 . Para inmunizarse de los<br />
efectos destructivos del destierro, debió, antes que nada, agenciarse<br />
una lengua: una decisión existencial, ética, que desemboca en una acti<br />
3 <strong>La</strong> novela El hijo del arquitecto (1992) difiere temática y formalmente del corpus conformado por la<br />
trilogía <strong>La</strong> balada del desterrado. De una estructura más bien lineal, su registro lingüístico y sus temas<br />
se conectan directamente con la producción poética del autor. Se puede interpretar como una metáfora<br />
global acerca de la actividad artística y, más precisamente, acerca de la creación de una obra perfecta.<br />
4 Op. cit. p. 139.<br />
5 Op. cit., p. 139.<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 135 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
tud artística necesaria, determinante.<br />
Sus cuentos, sus poemas, sus ensayos, sus novelas constituyen concreciones<br />
de esa poética en cuyo contexto el término destierro no se limita<br />
a nombrar los padecimientos y los traumas del exilio político; indica<br />
también la condición genérica del ser humano, su destino infausto<br />
en el mundo moderno y desacralizado, su andar errático (y errante)<br />
por una época en la que los dioses antiguos han muerto y su lugar lo<br />
ocupan los dioses, omnipotentes e impiadosos, del mercado, de la alienación<br />
y de la violencia. Pero, además y muy especialmente, en la poética<br />
de Tello destierro designa la condición misma del poeta como una<br />
figura agonística que escribiendo busca la palabra sustantiva mientras<br />
huye de los espejismos que proyectan los lenguajes infames del poder,<br />
portadores de los simulacros del sentido que amenazan y hostigan, de<br />
modo constante, esa lengua inalienable de la cual dependen la preservación<br />
de la identidad y la transmisión de la memoria.<br />
Esa representación radicalizada del poeta, de procedencia romántica<br />
y tan característica del arte moderno, que le otorga a la literatura funciones<br />
reveladoras de verdades inaccesibles al intelecto prosaico y a la<br />
poesía, en particular, la facultad de alcanzar zonas inescrutables de la<br />
realidad, recorre la obra de Tello. De ella derivan el enunciador que se<br />
impersonaliza hasta volverse puro flujo verbal en los poemas, despojándolos<br />
de referencias explícitas y Manuel T., protagonista, narrador y escritor<br />
de las novelas que integran <strong>La</strong> balada del desterrado.<br />
4<br />
Una disputa cultural e ideológica por la memoria y la identidad se<br />
juega en la poética del destierro, la que se ha constituido, en primera<br />
instancia, de modo fundante, a partir de una micropolítica del lenguaje<br />
que coagula en una lengua mestiza, deliberadamente heterogénea, de<br />
la cual emana un estilo y una cosmovisión 6 . Desde allí, desde ese enclave<br />
políticocultural, las novelas de Tello configuran los cruces entre historia<br />
y ficción, entre política y memoria.<br />
6 En “Los orígenes de la poética de Antonio Tello”, Pablo Dema analiza y explica los desplazamientos (y<br />
deslizamientos) lingüísticos que caracterizan la escritura de Tello. Op. cit. pp. 17 – 18.<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 136 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
El escritor que escribe desde el lenguaje rechaza el realismo documental,<br />
descarta los usos del testimonio y se aleja de los protocolos afines<br />
a la novela histórica. Para hacer memoria con la ficción, para cartografiar<br />
el terreno tortuoso de la identidad derruida, prefiere las alegorías<br />
fracturadas, las imágenes poéticas, las discontinuidades abruptas,<br />
los climas oníricos. Por eso las novelas que conforman <strong>La</strong> balada del<br />
desterrado están provistas de un espesor simbólico que aglutina múltiples<br />
capas de sentido que expanden las significaciones literales (ya desde<br />
los títulos mismos) y nos exigen a leer, siempre, algo (de) más.<br />
Así, en De cómo llegó la nieve, la “nieve” es la angustia provocada<br />
por el terror que va invadiendo la vida cotidiana de los personajes y se<br />
apodera, poco a poco e inexorablemente, de sus cuerpos, de sus recuerdos,<br />
de sus sueños, de sus palabras. En Los días de la eternidad, la “eternidad”<br />
es el tiempo estático, la pura sincronía del destierro con su carga<br />
infinita de culpas y alucinaciones, de miedos y delirios que impide la<br />
sucesión y anula cualquier posibilidad de cambio. En Más allá de los<br />
días, el “más allá” recupera un sentido escatológico y remite a las narrativas<br />
míticas, religiosas y literarias que especulan y metaforizan lo que<br />
viene después de la muerte, la vida de ultratumba.<br />
5<br />
Más allá de los días, la novela con que culmina la trilogía, puede<br />
leerse en contigüidad con De cómo llegó la nieve. Como en aquélla, el<br />
personaje principal es Manuel T., el poeta. Este personaje vio la luz en<br />
“El despido”, un cuento de El día en que el pueblo reventó de angustia 7 ;<br />
entonces era un sindicalista joven que se incorporaba al ejército popular<br />
liderado el Comandante Ordóñez y se convertía en el protagonista<br />
clave de la segunda parte del libro. <strong>La</strong> gesta revolucionaria fracasa, el<br />
poeta depone las armas y abandona su patria. Al igual que la literatura<br />
de Tello, Manuel T. debe afrontar el destierro; buscará la palabra sustantiva<br />
y hará de la memoria un modo de resistencia contra la fuerza<br />
7 El libro se edita por primera vez en 1973 (Talleres Gráficos Macció Hnos., Río Cuarto). Está dividido en<br />
dos partes: “Alienación” y “Angustia”. Sus cuentos se reproducen, corregidos, en El interior de la noche<br />
(Tusquets, Barcelona, 1989). El mal de Q. Cuentos reunidos 1968 – 2009 (Candaya, Barcelona, 2009) los<br />
incluye también. En 2014, UniRío Editora y Cartografías reeditan El día en que el pueblo reventó de<br />
angustia con un par de estudios previos y un apéndice documental.<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 137 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
devastadora del olvido, el resguardo último de su identidad azotada<br />
por el miedo y la locura. De esa búsqueda desgarradora, de ese viaje<br />
tortuoso a través de la memoria, trata De cómo llegó la nieve y alegoriza<br />
también la biografía y la poética del autor.<br />
Avejentado y bastante exhausto, con la voluntad intacta de los sobrevivientes,<br />
Manuel T., el poeta, reaparece en Más allá de los días. Calza<br />
galera y viste levita. Monta una bicicleta. Lo acompaña un perro sin<br />
nombre. Pedaleando por el costado de una ruta que lleva al sur, bordeada<br />
por sembradíos de soja, inicia el camino de regreso. Manuel T.<br />
vuelve al pueblo donde nació en busca del poema que dejara enterrado<br />
en un basural antes de caer en la intemperie del destierro y de convertirse<br />
en un extranjero permanente. Esta novela narra un viaje de retorno<br />
a la casa natal, al origen de la identidad, al comienzo de la escritura.<br />
6<br />
En Más allá de los días, un narrador en primera persona sigue muy<br />
de cerca el andar de Manuel T., el poeta. En un par de ocasiones toma<br />
sutilmente la palabra para revelarse como tal y dejar en claro que Manuel<br />
T. es una entidad literaria y arquetípica: una criatura imaginada<br />
por Tello que, a la vez, dada su condición de poeta, imagina muchos de<br />
los personajes que habitan su universo literario. Más allá de los días repasa<br />
la obra íntegra del autor, recupera escenas de sus cuentos y novelas,<br />
cita literalmente versos de sus poemas. A la vez que dialoga, internamente,<br />
con la obra de Tello retoma los motivos del regreso a la patria<br />
y del descenso a los infiernos (al que alude el poema de Yeats que<br />
funge como epígrafe), dos tópicos clave de la tradición literaria que<br />
evocan la figura de Odiseo, hasta convertirlo en un sosias de Manuel T.,<br />
el poeta.<br />
Toda la narración de Más allá de los días –un texto que se autoengendra<br />
y multiplica a sí mismo– consiste en un acto de rememoración<br />
constante e interminable. Además de constituirse (mediante un diálogo<br />
centrípeto) en una summa de la literatura de Tello, deviene una novela<br />
de aventuras (una suerte de road movie a pedal) y una ficción apoca<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 138 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
líptica acerca de la ruptura del lazo social que se precipita hacia un estadio<br />
primitivo del lenguaje, un cordobés sincopado que es fonética<br />
pura, el resabio de una oralidad picaresca y vehemente, arrebatada y<br />
burlona.<br />
Así, el estilo esplendorosamente visual y el detritus de una lengua<br />
violenta (y violentada) se juntan y tensionan en Más allá de los días; entre<br />
ambos extremos, uno (muy) alto y otro (muy) bajo, la escritura de<br />
Tello despliega su potencia poética en la que abundan la notación de<br />
percepciones pormenorizadas y el advenimiento de epifanías fulgurantes.<br />
Porque, para quien escribe desde el lenguaje, la acción de narrar no<br />
equivale a la transmisión de datos ni a la crónica ordenada de sucesos<br />
puntuales; se trata, más bien, de registrar una experiencia que sacude<br />
al lenguaje, lo conmociona, lo desquicia; de producir un saber que no<br />
se mide, que no se corrobora, que no se explica. Un saber de la experiencia<br />
que puebla la lengua con sensaciones agudas y conceptos inesperados.<br />
7<br />
El viaje en bicicleta de Manuel T. rumbo al poema enterrado traza<br />
un periplo fantasmagórico en el que las evocaciones y los sueños se<br />
confunden, una travesía por el fragor humeante de ruinas calcinadas<br />
que mezcla pasado y presente hasta tornarlos indiscernibles. Es también<br />
un tránsito por nuestra historia política y las violencias que la atraviesan<br />
y articulan desde la fundación de la nación hasta la actualidad.<br />
De la encarnizada disputa por el poder, de ese lucha cíclica y perpetua,<br />
habla también Más allá de los días:<br />
“Manuel T., que en bicicleta y con la sola compañía de su perro cruza<br />
la llanura, empieza a saber, lo está sabiendo, que él, superviviente<br />
del ruido y la confusión, ha de renegar de la voz sin espíritu que deja la<br />
violencia si quiere atravesar ese territorio y regresar a su hogar. Hablar<br />
para sí. Resistir sujeto al mástil de su propio sueño. Exiliarse en el interior<br />
del habla hasta que las lenguas corrompidas que hieren y atraviesan<br />
sus oídos perezcan abatidas por la fuerza muda que lo anima.”<br />
<strong>La</strong> cita no sólo resume el argumento de la novela; asimismo conden<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 139 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
sa la biografía literaria del autor y su poética del destierro: hablar para<br />
sí, resistir y exiliarse dentro de una lengua propia para demoler el simulacro<br />
de los lenguajes ponzoñosos, coercitivos, tras una palabra viva,<br />
actuante, genésica. Sin embargo, esa búsqueda solitaria e inacabada se<br />
vuelve una gesta que excede el individualismo:<br />
“Así es como Manuel T. fue teniendo conciencia de la naturaleza de<br />
su vocación y de la honestidad que exigía su ejercicio para que ese relato,<br />
su relato, trascendiera los límites del egoísmo y se resolviera en el<br />
corazón y el alma de la comunidad.”<br />
Testigo de catástrofes, memorioso compilador de muertes (de la<br />
suya, incluso), Manuel T. comprende que sus recuerdos y sus pesadillas<br />
alimentan una historia que lo devuelve al corazón del poema en el que<br />
late y asoma la figura deseada de una comunidad por venir, de un nosotros<br />
futuro. Atravesando el infierno del destierro, con sus noches espantosas<br />
y con sus días repetidos, el poeta, el desterrado, el errante<br />
continuo se transciende y se vuelve mundo, mundos que habrán de<br />
conjugarse en plural. Ésa parece ser su única, lúcida y lacerante tarea.<br />
Una ética, al fin, de dolor y belleza. <strong>La</strong> utopía de una lengua soberana<br />
que es de todos, y de nadie.<br />
JDM<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 140 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 141 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 142 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
COLABORADORES<br />
ANTÓN REI<br />
Escritor nacido en Caracas (1981). Actualmente es Profesor de Historia en Madrid y<br />
acaba de publicar su primera novela “K. y el Alfil Blanco” en <strong>Excodra</strong> Editorial.<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 143 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
AINARA DEL HOYO<br />
Nació en Bilbao (1981) y actualmente reside en Barcelona. Es diplomada en<br />
Educación Social y en Dirección Cinematográfica. Es miembro activo de la<br />
asociación cultural Prostíbulo Poético con quien participa como poeta y en tareas<br />
de producción. Ha publicado en la antología “Libro Rojo vol. 6” (ed. Pan de Letras)<br />
y en el fanzine “Monográficos”. También colaboró con artículos de análisis fílmicos<br />
en la desaparecida web cultural www.lapagina0.com<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 144 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
PABLO CEREZAL<br />
Autor de la fotografía: Pablo Montero Sainz.<br />
Pablo Cerezal (Madrid, 1972). Escritor, articulista y guionista. Ha publicado la<br />
novela Los Cuadernos del Hafa (2012) y, junto al escritor boliviano Claudio<br />
FerrufinoCoquieugniot, el volumen de crónicas MadridCochabamba (cartografía<br />
del desastre) (2015). Entre 2013 y 2015 participa en antologías literarias como<br />
Erosionados, El Descrédito. Viajes Literarios en torno a LouisFerdinand Céline, y<br />
Hey Bob! Asesor de guión en el documental Quinuera (2014), coguionista de los<br />
documentales MadridCochabamba (2015) y Geometría del esplendor (2016) y<br />
colaborador en numerosos medios escritos, como Frontera D (España), <strong>La</strong> Razón<br />
(Bolivia), y Red Marruecos (Marruecos). Mantiene los blogs Postales desde el Hafa<br />
y Vislumbres de El Dorado.<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 145 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
MIGUEL HERRÁEZ<br />
Miguel Herráez (Valencia, 1957), doctor en Filología Española, es catedrático de<br />
Literatura Española en la UCH de Valencia. En los últimos años ha sido<br />
investigador invitado en la École Normale Supérieure (París), donde ha estudiado<br />
los imaginarios parisinos y su traslación a la obra de escritores latinoamericanos y<br />
españoles. Ha publicado novelas, ensayos, dietarios y cuentos. Experto en Julio<br />
Cortázar, suyos son ‘Julio Cortázar, una biografía revisada’, ‘Dos ciudades en Julio<br />
Cortázar’ y ‘París en Julio Cortázar’. Sus últimos libros son ‘Diario de París con 26<br />
notas a pie’ y la novela ‘<strong>La</strong> vida celular’. Títulos suyos han sido traducidos al ruso,<br />
francés, portugués e italiano.<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 146 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
CÉSAR CORTIJO<br />
Nacido en Madrid en 1965. Estudios de Ciencias Económicas. UCM, 1987.<br />
Publicaciones:<br />
“<strong>La</strong> Vida en el Pozo”, Prólogo de Leopoldo María Panero. Ediciones Libertarias,<br />
Madrid, 1993<br />
“Senara”, separata del num. XI de la revista El Extramundi, Santiago, 1997<br />
“El Vengador”, Huerga y Fierro Editores, Madrid, 1998<br />
“Toros al Mar”, Libros de la Galera Sol, Madrid, 1998<br />
“<strong>La</strong> Reina Oscuridad”, Huerga y Fierro Editores, Madrid, 2006<br />
“Poemas Españoles”, Ediciones Vitruvio, Madrid, 2013<br />
“Tenor”, Ediciones Vitruvio, Madrid, 2016<br />
“No Fue Solo Rock´n´Roll” de próxima publicación en Huerga y Fierro Editores<br />
Traducción al español de “<strong>La</strong>s Barricadas Misteriosas” de Olivier <strong>La</strong>rronde, de<br />
próxima publicación en Ediciones Vitruvio, Madrid, 2016<br />
Poemas seleccionados en “Milenio. Poesía Ultimísima Española” Antología.<br />
Sial/Celeste. Madrid, 2000.<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 147 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
ISABEL GARCÍA CAPARRÓS<br />
Isa García (Almería, 1986) es licenciada en Historia Contemporánea y de América,<br />
y en Antropología Social y Cultural. Vive en Barcelona desde hace casi cinco años,<br />
ciudad que le está permitiendo “desbordarse” literalmente. Se subió a un escenario<br />
por primera vez en diciembre de 2013, y desde entonces repite una y otra vez esa<br />
sensación de vértigo en el estómago, siendo una habitual de los escenarios del<br />
Slham Poetry L’Hospitalet, Santako Poetry Slam, Llobregat Slam Poetry y Poetry<br />
Slam Barcelona. Además, ha asistido como invitada a Slam Mallorca Mes a Més; y<br />
ha participado en el especial Poetry Slam Barcelona “All Stars”; en el “II Gran Slam<br />
Barcelona Kosmopolis 15. Alice in Wonderslam”; en el Poetry Slam especial Sant<br />
Jordi en el Blanquerna Centre Cultural (Madrid); y en el I Campionat de Catalunya<br />
de Poetry Slam, entre otros.<br />
Es cofundadora del Colectivo Cero Creativo, desde donde organiza eventos<br />
artísticos popups en pequeños rincones de Barcelona. Ha impartido varios talleres<br />
sobre poesía oral y técnicas de escritura e interpretación en institutos y centros<br />
cívicos.<br />
Para evitar el caos, recoge y comparte muchos de sus escritos en:<br />
http://aceroproyecto.wordpress.com.<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 148 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
ANA CARRASCO CONDE<br />
Ana Carrasco Conde es filósofa, ensayista y profesora de Filosofía Moderna y<br />
Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid. Es especialista en<br />
filosofía alemana de los siglos XIXXX, romanticismo, filosofía clásica griega,<br />
historia conceptual y estética. Interesada en investigar las zonas de sombra de la<br />
razón, desarrolla sus líneas de interés en torno a dos grandes bloques: por un lado<br />
el problema del mal, el terror, la conformación y la destrucción de la identidad; y<br />
por otro, el problema de la memoria y el recuerdo, la catástrofe, la construcción de<br />
la historia y el impacto de estos elementos en la ciudad. Algunos de sus libros son<br />
Infierno horizontal (PyV, 2012), <strong>La</strong> limpidez del mal (PyV, 2013) y Presencias<br />
irreales (PyV, 2016). Sobre la ciudad, la identidad y la memoria pueden leerse sus<br />
textos en Los nombres (Newcastle ediciones, 2015), Ideas que cruzan el Atlántico<br />
(Escolar y Mayo, 2015) o <strong>La</strong> utopía de los libros (Biblioteca Nueva, 2016)<br />
coordinado por S. Pinilla. Es editora del número colectivo dedicado a las relaciones<br />
entre Fichte y Schelling de la Revista de Estudios Sobre Fichte (núm. 3, 2012), del<br />
volumen El fondo de la historia. Estudios sobre Idealismo y Romanticismo<br />
(Dykinson, 2013) y del libro <strong>La</strong> ciudad reflejada (Díaz&Pons, 2016).<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 149 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
NEREA ARROJERÍA<br />
Nací en 1989 en la Costa Brava. Estudié fotografía y me especialicé en crítica y<br />
gestión cultural. Soy codirectora de contenidos de la plataforma fotográfica<br />
elpulpo.com y bibliotecaria en un instituto. Escribo poesía que luego llevo al<br />
escenario en individual o a través de colectivos como el Prostíbulo Poético, o en la<br />
pantalla como en el cortometraje Aliens, en incluso en artículos de cuero, como en<br />
la tienda Cuirum donde todos sus productos tienen poemas míos dedicados a<br />
ciudades. Entiendo la escritura como una forma de generar pensamiento crítico,<br />
como una forma de ordenar mi mente y entender la relación entre lo que me pasa<br />
por dentro y lo que me rodea.<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 150 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
ALFONSO BREZMES<br />
Alfonso Brezmes sitúa su obra artística muy cerca de los territorios de la ficción y<br />
del juego implícito: le gusta inventar fábulas que sólo deja apuntadas, sin desvelar<br />
el final.<br />
Emplea el collage y la fotografía como herramientas para darle la vuelta a las cosas<br />
y volver a coser el mundo. Ha expuesto en varios países de Europa, y muchas<br />
revistas de arte han publicado sus trabajos, que pueden verse en su web:<br />
www.alfonsobrezmes.es. Como poeta ha publicado el poemario “Postales desde el<br />
futuro” en la colección Antes Morir de <strong>La</strong> Imprenta, en 2013 publica su libro “<strong>La</strong><br />
noche tatuada” en la editorial Renacimiento y en 2015 “Don de lenguas”, en la<br />
misma editorial.<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 151 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
ELÍAS MORO<br />
Autor de la fotografía: Fernando Clemente.<br />
Elías Moro (Madrid, 1959).<br />
Reside en Mérida desde 1982.<br />
Es autor de los libros de poemas Contrabando, Casi humanos [bestiario], <strong>La</strong> tabla<br />
del 3, la antología En piel y huesos y Hay un rastro.<br />
En narrativa ha publicado el libro de relatos Óbitos súbitos, el volumen de textos<br />
breves Me acuerdo, el dietario El juego de la taba, Manga por hombro, una<br />
selección de entradas de su blog, los aforismos de Algo que perder y el volumen de<br />
greguerías Morerías.<br />
Tiene en prensa el volumen Microrrelatos domésticos.<br />
Durante los últimos cuatro años ha codirigido la colección de poesía extremeña<br />
contemporánea “Luna de Poniente”, en Editorial de la luna libros.<br />
“Tranviario de servicio” en www.delostranvias.blogspot.com<br />
Mantiene desde 2010 el blog http://eljuegodelataba.blogspot.com.es/<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 152 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
FERNANDO DEL VAL<br />
Autor de la fotografía: SRGS.<br />
Ha publicado poesía, relato y ensayo. Sus últimos libros mezclan verso y prosa:<br />
Lenguas de hielo (2012), Regreso al Metropolitan (2013) y Orfeo en Nueva York<br />
(2011), y configuran una trilogía sobre la ciudad de Nueva York.<br />
Su primer poemario data de 2005: Amanecer en Damasco. En Once cuadernos<br />
de bitácora de la ciudad invisible (2012) reunió una selección de sus comentarios<br />
editoriales para <strong>La</strong> Ciudad Invisible, programa de Radio 3.<br />
También ha escrito guías ensayísticas en torno a las figuras de Carlos V y Miguel<br />
Delibes para El Mundo de Castilla y León; y lleva un blog, Cuaderno de Horas,<br />
que funciona como una especie de diario íntimopúblico, muchas veces al hilo del<br />
propio hecho artístico.<br />
Es graduado en Periodismo, y posgraduado en Historia y Estética del Cine y<br />
en Radio.<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 153 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
MONTSE CUERVO GARCÍA<br />
Autor de la fotografía: Alfredo Garay Menéndez.<br />
Montse Cuervo García, Mon. Nacida en Pravia, Asturias, 1974. Diplomada en<br />
Turismo que está comenzando a desarrollarse en el mundo de la poesía.<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 154 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
IÑAKI C. NAZABAL<br />
Iñaki C. Nazabal (Bilbao, 1966).<br />
Poeta trovador, filósofo irreverente, pretendido agitador de conciencias (en especial<br />
la suya), intenta darse a conocer sin más intención que el puro y duro egoísmo de<br />
saberse con público.<br />
Autor de “El Alumno” (2011), “Primitiva” (2013) y “Trilogía del silencio” (2016) su<br />
arte busca ser un camino a esa parte del alma que a menudo olvidamos. Se siente<br />
poeta desde siempre, y la poesía oral ha prendido en él como una enfermedad de la<br />
que no quiere curarse.<br />
Habitual del circuito Slam Poetry (Ganador de Slham Poetry L'Hospitalet 2015, es<br />
ya un clásico en Poetry Slam Barcelona y asiduo participante en Santako Poetry<br />
Slam, Team Slam, Slam Fussion, Slam All Stars... y ha sido invitado a numerosos<br />
slams y festivales Spoken Word del Estado), verso a verso se ha ido abriendo un<br />
hueco en la escena local de Barcelona.<br />
También colabora en varios proyectos de cine, radio, teatro y publicidad, a los que<br />
presta su voz, imagen o textos.<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 155 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
ALE OSEGUERA<br />
Foto de Tamako Shiyo.<br />
Ale Oseguera es periodista de profesión, escritora por vicio y performer de oficio.<br />
Nació en México pero no es de allí. En realidad, no es de ninguna parte.<br />
Sus textos, entre artículos periodísticos, poesía y narrativa de ficción, han sido<br />
publicados en las antologías Cuentos para sonreír (Ed. Hipálage, 2009), Tú y yo<br />
coincidimos en la noche terrible (NAR, 2012) y Libro Rojo 6 (ed. Pan de Letras,<br />
2014). En 2016 publica su primer y potentísimo poemario: Tormenta de tierra<br />
(Neopatria, 2016).<br />
Vive en Barcelona desde 2006, donde ha trabajado como locutora de radio,<br />
periodista cultural y analista de política internacional.<br />
Participa habitualmente en la escena de literatura oral de Barcelona en la<br />
competición Poetry Slam y con las compañías <strong>La</strong>s Hermanas del Desorden y<br />
Prostíbulo Poético, en espectáculos donde también canta y actúa. Se la puede<br />
seguir en su blog: http://dobleaire.wordpress.com<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 156 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
DRAGAN TODOROVIC<br />
I have painted and drawn for as long as I can think back.<br />
Over time my pencil turned into a mouse, my sketchbook into a screen and<br />
somehow, somewhere, I lost the solitude of blank paper, the daydreaming silences<br />
and my inner voice. Then I rediscovered photography. The joy of making images<br />
and telling small stories brought these moments of insight back.<br />
This is not a lofty goal, nor a unique one, to be sure, but it is quite enough for me<br />
to begin with. My pictures are the book jackets for stories I have not written, and<br />
never could have written, because they are not stories that can be told in words. I<br />
maximise my satisfaction by incorporating as many hidden messages as possible<br />
into my pictures.<br />
These messages can only be decoded by playing the photographs backwards.<br />
http://www.dragantodorovic.photograph<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 157 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
JOSÉ CARLOS NARANJO<br />
José Carlos Naranjo Bernal (Villamartín, Cádiz1983).<br />
Su obra responde a una nueva línea pictórica basada en la construcción de un<br />
lenguaje figurativo propio, producto de una generación joven. El entorno urbano<br />
inmediato es el tema elegido para ubicar a unos personajes anónimos sorprendidos<br />
en mitad de la noche en actitudes poco frecuentes y distendidas, generalmente<br />
asociadas a una actividad lúdica, despojadas de todo sentido solemne, algo<br />
inusitado en el género pictórico.<br />
Si la temática empleada juega un papel fundamental en la configuración del nuevo<br />
lenguaje no es menos desdeñable su carácter compositivo, directamente<br />
relacionado con la fotografía, tanto por los encuadres como por la iluminación de<br />
flash. Del mismo modo, el empleo de una técnica muy suelta le permite enfatizar el<br />
carácter desenfadado de sus pinturas y crear un acabado deliberadamente<br />
descuidado. Un destello de luz descubre a sus protagonistas en flagrante acción<br />
materializado mediante un haz de luces blancas y colores ácidos, a modo de plano<br />
enfocado, destacando sobre un fondo oscuro, muy contrastado, inherente al<br />
ambiente nocturno.<br />
Espontaneidad en el trazo y naturalidad narrativa son cualidades a destacar en el<br />
trabajo figurativo de José Carlos Naranjo Bernal. http://www.scanarte.com/josecarlosnaranjobio<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 158 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
ANDRÉS CASCIANI<br />
Nace en Mendoza (Argentina) en el año 1982.<br />
Es egresado de la Escuela Provincial de Bellas Artes (Mendoza, Argentina), con el<br />
título de Bachiller con Orientación Artística. También es egresado de la Carrera de<br />
Artes Visuales de la Universidad Nacional de Cuyo (Mendoza, Argentina), con los<br />
títulos de Profesor de Grado en Artes Visuales y Licenciado en Artes Visuales.<br />
Ha realizado 9 exposiciones individuales y más de 20 colectivas (en Mendoza,<br />
Buenos Aires y Estados Unidos), exponiendo dibujos, grabados y pinturas.<br />
Ha realizado tapas de Discos y Afiches de diversos músicos, entre ellos Pablo<br />
Kusselman, Walter Casciani, grupo Tres Atriles, The Butterfly Explosion, etc.<br />
Desde el año 2004 se desempeña como ilustrador en el diario El Sol de Mendoza.<br />
Publica ilustraciones, caricaturas e historietas en diversos medios (digitales e<br />
impresos) de Argentina, Chile, Brasil, México, Irlanda y España.<br />
“En la obra de Andrés Casciani los límites entre lo gráfico y lo pictórico se rompen<br />
conformando atmósferas en las que la protagonista es la interioridad del ser<br />
humano y sus estados emocionales. Una fuerte subjetividad distorsiona y estiliza<br />
cuerpos y ambientes, presentando personajes planteados con un expresionismo<br />
visceral y color que fluye produciendo dinámicos estallidos de naturaleza más<br />
abstracta.<br />
El artista nos muestra un universo dominado por la oposición entre lirismo poético<br />
y violencia expresiva, conviviendo ambos extremos para dar génesis a obras<br />
rebosantes de vida humana y sensibilidad.”<br />
http://andrescasciani.com/<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 159 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
HANNAH GREELY<br />
Hannah Greely was born in Dickson, Tennessee and lives in Los Angeles. She holds<br />
a Bachelor’s degree in Fine Arts from University of California Los Angeles and a<br />
Master of Fine Arts from University of California Riverside. Working primarily in<br />
the medium of sculpture, her recent work investigates the changes and failures that<br />
occur when trying to translate pictorial imagery into the third dimension or “real”<br />
space of sculpture in an attempt to better understand the modes in which<br />
sculptural space operates. She maintains a painting practice alongside her<br />
sculptural work that continues to inspire and inform, shifting between realism and<br />
fantasy. For over a decade, she has exhibited internationally in shows including the<br />
2003 Venice Biennale, the Whitney Biennial in 2006 and 2010, the UCLA Hammer<br />
Museum, and the Museum of Contemporary Art in Los Angeles. Her work is<br />
currently on view at the Astrup Fearnley Museum in Oslo as part of the exhibition<br />
Los Angeles: A Fiction. She is a 2005 recipient of the Louis Comfort Tiffany Award<br />
and her sculptures are included in the permanent collections of the UCLA Hammer<br />
Museum, MOCA, the Astrup Fearnley Museum, and the Rubell Family Collection.<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 160 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
MARÍA XESÚS DÍAZ<br />
Su madrugadora vocación artística le lleva a introducirse en el dibujo y la pintura<br />
siendo muy joven. Cursa estudios en <strong>La</strong> Escuela de Artes de A Coruña.<br />
En 1987 expone por primera vez en Madrid, en la I Muestra de Unión Fenosa de<br />
Arte Contemporáneo y, a continuación, en El Ayuntamiento de A Coruña.<br />
Seguidamente su obra comienza a recorrer el resto de la geografía gallega. El estilo<br />
naïf va dejando paso a un nuevo paisaje realista con tintes impresionistas.<br />
Entrado el siglo XXI, traspasa las fronteras de Galicia y del territorio nacional, la<br />
artista se siente más plena. El color prevalece más que nunca sobre el dibujo, y el<br />
impresionismo se hace cada vez más patente. Su obra visita ciudades peninsulares<br />
como Córdoba, Marbella, Madrid, Barcelona, Ferrol, Ciudad Real, Monzón,<br />
Zaragoza, Buitrago del Lozoya, <strong>La</strong> Rioja, Girona, Vigo, Plasencia, A Coruña, Baiona,<br />
Santiago, Valencia, Porto do Son, Zamora, San Xenxo, etc. y europeas como París y<br />
Oporto.<br />
Participa en diversas Ferias de Arte: FAIM (Madrid 20052006), ARTERIA (Monzón<br />
2007), PURO ARTE (Vigo 2007), ARTZ (Zaragoza 2007), FEIRA DAS ARTES<br />
PLÁSTICAS (A Coruña, Baiona 200820092010), AEdAL (Valencia 2011), Baiona<br />
2013, VIII Feria del Arte gallega 20152016 (A Coruña)<br />
Actualmente sigue trabajando en su estudio de A Coruña para nuevos proyectos,<br />
haciendo crecer su carrera artística y personal.<br />
http://mariaxesusdiaz.com<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 161 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
JOSÉ DI MARCO<br />
José Di Marco nació en Río Cuarto, Provincia de Córdoba, Argentina, en 1966. Es<br />
Profesor y Licenciado en Lengua y Literatura y Especialista en Ciencias del<br />
Lenguaje. Entre 1992 y 2002 formó parte del grupo “Poetas del Aire”, junto a<br />
Marcelo Fagiano y Ernesto San Millán, con los que editó la revista de poesía “<strong>La</strong><br />
Mosca Muerta”. Actualmente comparte con Pablo Dema la dirección del proyecto<br />
editorial “Cartografías”. Algunos de sus poemas fueron recogidos en los siguientes<br />
volúmenes colectivos: “Premio Publicación Homenaje a César Vallejo”<br />
(Municipalidad de Córdoba, 1992), “50 poemas rotos tirados en la calle” (Ediciones<br />
Poetas del Aire, Río Cuarto, 1992), “Poesía en la fisura” (Ediciones del Dock,<br />
Buenos aires, 1995), “Premio Publicación Poesía” (Editorial de la Municipalidad de<br />
Córdoba, 1997), “Poemas de humo. Antología 10 años Poetas del Aire” (Editorial<br />
de la Fundación de la Universidad Nacional de Río Cuarto, 2001). Es autor de<br />
Mundo sublunar (Editorial Cartografías, Río Cuarto, 2006) y Una música anterior<br />
(Editorial Recovecos, Córdoba, 2010). En 2014 compila y edita con Antonio Tello<br />
“<strong>La</strong> doble sombra. Poesía argentina contemporánea” (Vaso Roto Ediciones, México,<br />
2014).<br />
<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong> 162 <strong>La</strong> <strong>soledad</strong>
ANTONIO TELLO<br />
Fotografía de Víctor Outomouro<br />
Nacido en Córdoba, Argentina (1945). Poeta, narrador y periodista. En 1975,<br />
amenazado de muerte, abandonó su país exiliándose primero a París y luego a<br />
Barcelona. Actualmente reside en Argentina siendo Coordinador de Área de<br />
Literatura y Pensamiento en la Casa de la Cultura de Río Cuarto y Asesor de<br />
Presidencia en Letras y Bibliotecas, Agencia Córdoba Cultura del Gobierno de la<br />
Provincia. Es uno de los creadores más audaces e innovadores de la literatura<br />
argentina, caracterizado por un estilo y un universo propios, algunos de cuyos<br />
rasgos más notorios dan a su narrativa y a su poesía una original intensidad.<br />
Su extensa obra incluye poesía, novela, narrativa infantil y juvenil, teatro, biografía<br />
de grandes personajes y una abundante ensayística que aborda la historia, la<br />
política, la religión, la sociología y la lengua. En este capítulo destacan Extraños en<br />
el paraíso, Historia del siglo XX (2 vols.), Atlas político, Atlas de religiones, Breve<br />
historia de Argentina, Diccionario erótico de voces de España e Hispanoamérica,<br />
Diccionario político. Voces y locuciones y, entre otros, Historia particular de cien<br />
palabras. Buena parte de su obra ha sido traducida al inglés, francés, portugués,<br />
griego, turco, ruso, coreano, tailandés, etc.<br />
<strong>La</strong> <strong>soledad</strong> 163 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIII</strong>
LA SOLEDAD<br />
NÚMERO <strong>XXXIII</strong><br />
NOVIEMBRE 2016<br />
REVISTA EXCODRA<br />
http://www.excodra.com