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DE DUELO

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alejar la muerte todo lo que podemos. Ligado a esto se aleja igualmente el duelo y todas<br />

las manifestaciones asociadas a este proceso, de modo que vivimos en una cultura que<br />

impide o bloquea el sufrimiento. Esto no ocurre en otras culturas, donde el hecho de<br />

morir se convierte en un acontecimiento familiar y social en el que se implica toda la<br />

comunidad, convirtiendo los ritos funerarios en parte de la vida cotidiana.<br />

Tampoco en nuestra sociedad ha sido así siempre: hace no mucho se moría en casa,<br />

rodeado de los seres queridos -tanto adultos como niños- y de aquellos allegados y<br />

<br />

el cuerpo en casa, buscarle un lugar en el dormitorio principal y todos los asistentes<br />

comprobaban de primera mano la realidad de la muerte como un hecho natural. Se<br />

manifestaban sentimientos de dolor, desconsuelo, tranquilidad; se compartían anécdotas<br />

sobre el difunto; y esa situación daba un sentido de normalidad a la muerte, mientras que<br />

los sentimientos, emociones y comentarios eran compartidos tanto por los niños como<br />

por los adultos.<br />

<br />

difícil abordar con naturalidad el tema de la muerte con los niños. Tratamos de que no<br />

<br />

No sabemos contestar muchas de las cuestiones que nos plantean y otras preferimos no<br />

afrontarlas. Antes, con las vivencias personales no se hacía tan necesario dar explicaciones,<br />

porque los niños eran partícipes desde el primer momento.<br />

- “Mamá, la bisabuela ya es muy mayor, ¿por qué no se ha muerto? – “Cariño, esas cosas no<br />

<br />

- “Papá, ¿<br />

- “Mamá, la abuelita de Juan se ha muerto, ¿<br />

<br />

En ocasiones el miedo del adulto a la muerte es tan grande que intenta que el niño no lo<br />

<br />

impacto emocional que vivimos tras la pérdida de un ser querido, que en los adultos es<br />

más intenso que en los niños por muchos factores, pero principalmente por las relaciones<br />

que establecemos, los vínculos, cómo comprendemos la muerte, la cercanía de la misma,<br />

cómo se altera nuestra vida cotidiana y todo aquello que se pierde tras la muerte de<br />

<br />

este motivo, la tendencia es alejar a los niños de esos sentimientos y emociones que se<br />

generan tras un fallecimiento, creyendo que van a sufrir el mismo impacto que nosotros.<br />

Pensar en la muerte y en todo aquello que vamos a perder nos angustia, y es precisamente<br />

esa angustia de lo que queremos proteger a los menores. Cuando se produce una muerte<br />

nos sentimos incapaces de responder a las dudas de los niños si estamos angustiados,<br />

todas nuestras explicaciones se tiñen de esos pensamientos y preferimos no transmitirles<br />

esas sensaciones. Pensamos que ocultarles la muerte, los difuntos y todo lo que les rodea<br />

puede protegerles del miedo y de la inquietud ante ese hecho. Creemos erróneamente<br />

que si les enseñamos la “crueldad” de la muerte corremos el riesgo de que tengan una<br />

experiencia traumática.<br />

Por ello, nos aferramos a excusas como “Es muy pequeño”, “No lo va a entender”, “Se<br />

<br />

cierto como la vida, la muerte, a la que antes o después van a tener que enfrentarse.<br />

Otro motivo por el que nos cuesta hablar de la muerte con los niños es el dolor que<br />

sentimos tras la pérdida de un ser querido. Nos asusta de nuevo que los niños sufran,<br />

que les duela como nos duele a nosotros, así que tratamos de disimular el dolor para<br />

enmascarar el de los niños y así no tener un sufrimiento añadido por la preocupación que<br />

nos causa ver a los niños doliéndose, sufriendo, llorando o cuestionándose el sentido de<br />

<br />

“Cuanto menos sepas, mejor”, “Es muy pequeño, casi no se entera”, “Es mejor no dar<br />

detalles, no los necesita”, “Es un niño, es preferible que esté distraído”, “Es mejor no<br />

decírselo, podemos hacerle mucho daño”, etc.<br />

A través de estos mensajes, nuestro objetivo como adultos es proteger al niño del dolor<br />

que va a sentir tras la pérdida de un ser querido. Nos imaginamos que ese dolor va a ser<br />

casi insoportable, como le suele ocurrir a muchos adultos, con el agravante de que se<br />

<br />

ponemos un gran empeño en proteger al niño del dolor.<br />

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