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ALGO, CUENTO

Cuento corto de ambiente provinciano que narra las emociones surgidas a raziz del primer amor

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<strong>ALGO</strong> / Diago Villegas<br />

acerca de las cosas de Dios. De cómo el hombre se alejaba cada vez<br />

más de la espiritualidad y se acercaba a las cosas mundanas. Yo me<br />

pregunto qué diría hoy el padre si pudiera ver como se ha acentuado<br />

esa actitud en nuestros días, si viese como las mujeres han perdido el<br />

respeto hacia las cosas sagradas; entran a la iglesia luciendo<br />

provocativos descotes y maquillajes dignos de un ambiente festivo.<br />

Sabemos que reunirse a orar en la casa de Dios es motivo de fiesta,<br />

pero fiesta del alma, del corazón; una fiesta donde debe reinar la<br />

paz, la decencia y el placer saludable de sentirnos hermanos los unos<br />

con los otros. Los hombres entre tanto, asisten por cumplir con un<br />

requisito social más bien que de conciencia; pero desvían su<br />

atención de la palabra del Señor al dedicarse a observa o comentar<br />

malsadamente acercas de los demás.<br />

Después de misa era costumbre familiar quedarse en las cercanías de<br />

la iglesia compartiendo con las diferentes amistades, comentando los<br />

últimos chismes o estructurando proyectos para futuros<br />

acontecimientos que involucraran la relación social entre los<br />

poblanos. Como en todo lugar, allí también existía una especie de<br />

acuerdo tácito segregacionista: se reunían en grupos separados los<br />

unos de los otros para cuchichear lanzándose miradas recelosas y<br />

desconfiadas.<br />

Yo, entre tanto, solía reunirme a jugar con los demás muchachos que<br />

conformábamos un solo y gran grupo, y compartíamos casi todo el<br />

resto de la mañana, ocupados en cantar, brincar, correr y observar la<br />

imponente naturaleza que se nos ofrecía en toda su gratuidad y<br />

esplendor. Es notable darse cuenta ahora, como se pierde esa actitud<br />

natural y benéfica con el paso de los años y la asimilación de las<br />

enseñanzas transmitidas, los temores enseñados y los prejuicios<br />

adquiridos. Pero era extraño que aquella mañana, si bien estuve<br />

compartiendo con todos mis amigos esas actividades, mi<br />

pensamiento se hallaba muy distante y muy inquieto; aun, a pesar de<br />

lo avanzado del día, no había logrado ver su imagen, su faz de rosa<br />

temprana y su sonrisa de amapola en primavera. Una vez finalizado<br />

Mérida / Venezuela

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