ALGO, CUENTO
Cuento corto de ambiente provinciano que narra las emociones surgidas a raziz del primer amor
Cuento corto de ambiente provinciano que narra las emociones surgidas a raziz del primer amor
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<strong>ALGO</strong> / Diago Villegas<br />
Cuento de Diago Villegas<br />
Venezuela<br />
<strong>ALGO</strong><br />
Mérida / Venezuela
<strong>ALGO</strong> / Diago Villegas<br />
La Iglesia<br />
Algo estaba rondando desde tiempo atrás. Algo indefinido que no<br />
podía comprender, pero que estaba allí, escondido, agazapado como<br />
felino hambriento presto a saltar sobre la presa. Nervios, inquietud y<br />
otros factores sensibles, así lo indicaban.<br />
Pero comencemos desde el principio. Soy Andrés, crecí en un<br />
pequeño pueblo situado en la parte más alta de la Cordillera. Mi<br />
pueblo realmente es hermoso; la nieve que se observa en los picos<br />
circundantes le da siempre un aspecto de gran lozanía, los dorados<br />
trigales que le sirven de marco con sus espigas bailando siempre al<br />
compás del viento, abanican constantemente de frescor a sus gentes<br />
e invitan a deleitarse en su estadía. Frescos y alegres riachuelos de<br />
aguas cristalinas, descienden raudos y se llevan los suspiros y<br />
esperanzas de los pobladores hasta las ciudades más bajas.<br />
En algunas ocasiones, la neblina que envuelve el lugar es tan<br />
densa, que casi no podemos vernos unos a otros; pero esto ocurre<br />
solo de día, en las noches, el cielo se ve tan despejado y claro que el<br />
fulgor de los luceros invade el romanticismo de los lugareños y de<br />
los miles de viajeros que constantemente atraviesan la cordillera con<br />
rumbo hacia urbes cercanas o distantes y que atónitos observan el<br />
inmenso cielo estrellado y silencioso. Por eso era extraño que<br />
aquella noche no hubiese subido la niebla a pesar de lo avanzado de<br />
la hora. Noté que algo estaba rondando en el ambiente.<br />
Era una sensación extraña, pues no era temor lo que sentía a pesar de<br />
que el escenario era propicio para el miedo. Era como dije, una<br />
sensación, solo eso, algo indefinido… vago; algo que se mantenía<br />
paralizado, esperando sin saber que esperaba. Casi de improviso<br />
comencé a sentir mucho más frío que el habitual, podría decirse que<br />
era un frío gélido, glacial; un frío que nunca antes había sentido.<br />
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<strong>ALGO</strong> / Diago Villegas<br />
Recuerdo que al amanecer de ese día, había despertado sobresaltado,<br />
más temprano que de costumbre, ya que un inesperado ataque de tos<br />
que me impedía respirar con libertad, me hizo levantar con violencia<br />
de la cama en busca de aire, para aliviar la angustiante sensación de<br />
asfixia que me invadía. Al recobrar la calma, me di cuenta que no<br />
era precisamente aire lo que me faltaba, sino que me inquietaba algo<br />
que había visto en mi sueño y que no podía recordar por más<br />
esfuerzos que hacía. Mi temor se hizo mayor cuando oí un grito que<br />
provenía de la cocina y que lanzaba mi madre; corrí hasta allí y vi<br />
que la angustia de mi madre estaba justificada, pues la cocina a gas,<br />
en la que ella solía preparar los alimentos, parecía una inmensa<br />
antorcha y el chorro de fuego que despedía casi llegaba al techo del<br />
recinto. Ya mi padre se había levantado también y estaba allí<br />
presente gritando: ¡Apáguenla, apáguenla! yo entretanto no atinaba a<br />
comprender lo que sucedía, estaba totalmente aturdido y<br />
desconcertado. De pronto, como si algo guiara mi mirada, la dirigí<br />
hacia las bombonas de gas que se encontraban en el traspatio, corrí<br />
hacia ellas, logré cerrar la válvula de seguridad, sofocando el fuego<br />
de esta manera y consiguiendo que la calma volviese a reinar<br />
nuevamente en la casa.<br />
La mañana transcurrió lenta, y como ese día era domingo, no tuve<br />
nada que hacer hasta las diez, hora en la cual debíamos prepararnos<br />
para ir en procesión familiar hasta la iglesia del pueblo. Mi madre,<br />
ese día, a pesar del susto sufrido en la madrugada, lucía<br />
esplendorosa, como todos los domingos. Debo aclarar que algo<br />
había que llamaba poderosamente la atención en ella; era<br />
marcadamente diferente a las demás mujeres nacidas en la comarca,<br />
sus facciones eran finas, sus ojos claros y su cabello largo y<br />
hermosamente ondulado; y aunque todos lo notaban, así mismo<br />
todos la tomaban como una más de las nacidas en el lugar. Parece<br />
ser, aunque nunca me lo confirmaron, que mi madre no era hija de<br />
mi abuelo, es decir el esposo de mi abuela y aclaro: mi abuelo<br />
siempre la trató igual que a sus otros hijos, jamás tuvo alguna<br />
discriminación contra ella o contra nosotros, sus hijos. Pero los<br />
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<strong>ALGO</strong> / Diago Villegas<br />
rumores del lugar decían que mi madre era hija de un ingeniero<br />
europeo que estuvo por estos lares durante la construcción del<br />
Teleférico, época en la cual mi abuela estuvo sirviendo en el<br />
comedor de las instalaciones.<br />
Como decía, acompañados de mi hermosa madre, mis hermanos, mi<br />
abuela y yo nos dirigimos esa mañana a la Iglesia. Las campanas<br />
retumbaban en el aire fresco y todo el pueblo lucía galas. En todos<br />
los rostros había espléndidas sonrisas. Era una gran fiesta<br />
dominguera lo que representaba el ritual de la misa. En medio de la<br />
algarabía de los muchachos, de los intercambios de saludos entre los<br />
mayores, del sonar de las campanas y el gorgojeante cántico del río,<br />
avanzábamos por la estrecha calle hasta llegar a la capilla; yo sentía<br />
una gran inquietud, ya que fue el domingo anterior, frente a la puerta<br />
de la iglesia, debajo de la mismísima Santa Cruz, cuando la vi por<br />
vez primera.<br />
Llegamos. La iglesia de mi pueblo es distinta a cuantas he visto en<br />
otros lugares, yo siempre he dicho que si Dios está en alguna iglesia,<br />
de seguro es en ésta. Se encuentra nuestra capilla construida sobre<br />
una pequeña elevación del terreno, lo cual le permite dominar el<br />
extenso valle que se pierde en el horizonte bajo; su fachada es de<br />
una sencillez esplendorosa al igual que sus muebles internos y las<br />
diferentes imágenes que contiene: cuadros con escenas del calvario<br />
de Cristo a lo largo de las paredes; todo esto nos recuerda su<br />
presencia y un inmenso Cristo crucificado en la parte superior del<br />
altar mayor, nos evidencia nuestra propia insignificancia como<br />
hombres pecadores. Pero quizá, lo más impresionante en ella, es el<br />
ambiente que la rodea, un escenario de verde frescor que brinda una<br />
profunda sensación de paz y bienestar a todo aquel que tiene la dicha<br />
de poder presenciarlo. Cada vez que siento penas y quiero encontrar<br />
a Dios, voy hasta allí, lo busco en sus rincones y le rezo una oración.<br />
Aquella mañana el padre habló mucho sobre un tema que inquietaba<br />
a todos. Hablaba de la actitud que el hombre moderno había tomado<br />
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acerca de las cosas de Dios. De cómo el hombre se alejaba cada vez<br />
más de la espiritualidad y se acercaba a las cosas mundanas. Yo me<br />
pregunto qué diría hoy el padre si pudiera ver como se ha acentuado<br />
esa actitud en nuestros días, si viese como las mujeres han perdido el<br />
respeto hacia las cosas sagradas; entran a la iglesia luciendo<br />
provocativos descotes y maquillajes dignos de un ambiente festivo.<br />
Sabemos que reunirse a orar en la casa de Dios es motivo de fiesta,<br />
pero fiesta del alma, del corazón; una fiesta donde debe reinar la<br />
paz, la decencia y el placer saludable de sentirnos hermanos los unos<br />
con los otros. Los hombres entre tanto, asisten por cumplir con un<br />
requisito social más bien que de conciencia; pero desvían su<br />
atención de la palabra del Señor al dedicarse a observa o comentar<br />
malsadamente acercas de los demás.<br />
Después de misa era costumbre familiar quedarse en las cercanías de<br />
la iglesia compartiendo con las diferentes amistades, comentando los<br />
últimos chismes o estructurando proyectos para futuros<br />
acontecimientos que involucraran la relación social entre los<br />
poblanos. Como en todo lugar, allí también existía una especie de<br />
acuerdo tácito segregacionista: se reunían en grupos separados los<br />
unos de los otros para cuchichear lanzándose miradas recelosas y<br />
desconfiadas.<br />
Yo, entre tanto, solía reunirme a jugar con los demás muchachos que<br />
conformábamos un solo y gran grupo, y compartíamos casi todo el<br />
resto de la mañana, ocupados en cantar, brincar, correr y observar la<br />
imponente naturaleza que se nos ofrecía en toda su gratuidad y<br />
esplendor. Es notable darse cuenta ahora, como se pierde esa actitud<br />
natural y benéfica con el paso de los años y la asimilación de las<br />
enseñanzas transmitidas, los temores enseñados y los prejuicios<br />
adquiridos. Pero era extraño que aquella mañana, si bien estuve<br />
compartiendo con todos mis amigos esas actividades, mi<br />
pensamiento se hallaba muy distante y muy inquieto; aun, a pesar de<br />
lo avanzado del día, no había logrado ver su imagen, su faz de rosa<br />
temprana y su sonrisa de amapola en primavera. Una vez finalizado<br />
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ese rito social, nos dirigimos todos a la casa de la abuela paterna,<br />
donde acostumbrábamos almorzar casi todos los domingos.<br />
Capilla de las Mercedes, El Vallecito,<br />
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II Casa de la Abuela<br />
Mi abuela vivía con una tía solterona, quien era la encargada de<br />
propiciarle los cuidados propios de su edad y de su indefinido estado<br />
de salud. La abuela contaba ya, con casi noventa años de edad. Su<br />
salud era envidiable, pero padecía de una extraña demencia senil,<br />
que la mantenía casi siempre, viviendo en tiempos pasados. Hoy<br />
hablaba y se comportaba como una niña de escasos años y mañana<br />
era la flamante novia que el abuelo desposase en aquellos tiempos.<br />
A todos nos confundía constantemente; se dirigía a mi padre como si<br />
se tratase de su esposo y a mí, me hablaba como si fuese su hijo<br />
mayor. Nos contaba siempre las mismas anécdotas y en más de una<br />
ocasión nos sorprendía con una información de algún<br />
acontecimiento ocurrido en tiempos lejanos y que ella consideraba<br />
recientes. Por eso, aquella mañana no me sorprendió en absoluto<br />
cuando se dirigió a mí como Alberto (nombre de su segundo hijo ya<br />
fallecido) y me dijo con cara muy consternada:
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alcance, pero se le iba el tiempo proyectando todo lo que haría con<br />
sus nuevas creaciones y jamás, jamás concretaba ninguno de sus<br />
proyectos y terminaba regalando o almacenado su última creación<br />
para comenzar un proyecto nuevo.<br />
Mi tía siempre tenía a mano una solución adecuada a cualquier<br />
situación que se presentase, básicamente en lo relativo a la salud, el<br />
vestuario y necesidades surgidas a última hora. Era<br />
insoportablemente persistente y exigente en asuntos de higiene,<br />
constantemente andaba exigiéndonos y supervisando el lavado de las<br />
manos, el extremo cuidado con las cosas que tocábamos y mantenía<br />
una limpieza exagerada con los utensilios de cocina. Tenía además<br />
una extraña costumbre que nunca entendí; bajaba al mínimo el<br />
volumen de su voz cada vez que nos contaba sobre algo o alguien,<br />
era como si creyese que la espiaban y temía ser escuchada por<br />
personas ajenas a la familia.<br />
Después del almuerzo todos nos dispusimos a tomar la siesta. Algo<br />
me molestaba y no podía concentrarme, pensaba sin pensar, o mejor<br />
dicho, sin saber en qué pensar. Daba vueltas y vueltas en la cama y<br />
decidí levantarme, pues no soportaba el hastió. Me dirigí al patio<br />
trasero de la casa, me senté a la sombra de un pequeño arbusto y me<br />
dedique a observar el cielo, el inmenso y claro cielo azul, pero por<br />
más que miraba y miraba, no captaba nada, no había nada que ver en<br />
el cielo. No lo cruzaban las aves, las nubes estaban misteriosamente<br />
estáticas no se percibía ni siquiera un reflejo y tampoco podía<br />
escuchar el murmullo de la brisa, y precisamente aquello era lo que<br />
más me llamaba la atención, el silencio imponente, como si se<br />
hubiese hecho un silencio dentro del silencio.<br />
Yo seguía inquieto desde mi despertar violento de esa mañana, había<br />
algo que me perturbaba, lo sentí al despertar, lo sentí luego en la<br />
angustia de mi madre, en el espectáculo del fuego, lo sentí debajo de<br />
la santa cruz y lo estaba sintiendo ahora de nuevo. Pero…que era?<br />
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La tarde transcurría lenta y yo permanecía esperando bajo el silencio<br />
imponente y frente a la inmensa calma que mostraba la tarde,<br />
inmóvil durante largo, largo tiempo. La voz de mi madre me saco<br />
de la abstracción. Son casi las seis, decía, debemos irnos.<br />
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III El Encuentro<br />
Camine junto a mi madre y hermanos, mi padre se había adelantado<br />
a la casa, donde acostumbraba jugar domino y tomar unos tragos con<br />
los vecinos. Aunque íbamos en grupo, me sentía solo, caminaba<br />
apartado y mis pensamientos se distraían por completo, pero<br />
realmente no había pensamientos, no había imágenes en mi mente ni<br />
frases, pero sentía que algo había allí, algo que no lograba<br />
comprender pero que había ido apoderándose lentamente de mi sin<br />
poderlo evitar.<br />
De pronto, la vi por segunda vez, venia junto a su tía remontando la<br />
calle. Quién era? Lo supe luego. La tía saludo a mi madre en forma<br />
muy breve y se hicieron algunas preguntas, es todo lo que recuerdo,<br />
pues en cuanto ella fijo su mirada en la mía, me perdí en esos<br />
hermosísimos ojos negro profundo y su sonrisa me paralizo<br />
totalmente. Sentía que me estaba precipitando por un profundo<br />
abismo y caía girando sin caer, sin lograr llegar al fondo del mismo.<br />
Cuando se retiraron la observaba alejándose en un forma extraña,<br />
como si flotase, ondulase en el aire, con un movimiento lento y<br />
acompasado. Volví en mi e interrogue atropelladamente a mi madre<br />
quién es?... quién es?... con una urgente necesidad de saberlo. La<br />
señora que me vende la ropa y los cosméticos, contesto mi madre.<br />
Yo vacile por un instante y casi le digo: No! La otra, la joven. Pero<br />
calle sin saber porque al ver que mi madre, absorta en sus cosas, no<br />
de daba cuenta de lo que yo le preguntaba. Sentí alivio pues de<br />
pronto me entro un temor a que se enterara que estaba preguntando<br />
por esa chica que recién había visto por segunda vez y que por<br />
alguna razón, había generado esa ansiedad en mí.<br />
Seguimos caminando calle abajo, pero constantemente miraba hacia<br />
atrás con la esperanza de verla de nuevo, pero solo encontraba el<br />
silencio de la calle, el silencio de la tarde. Al llegar a la casa, mi<br />
madre dijo a mi padre que esa noche iría un rato donde la señora de<br />
los cosméticos, ya que tendrían una reunión para enseñarles las<br />
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cosas nuevas que había traído desde la capital, le dijo también que<br />
me llevaría para que la acompañase y le ayudase con los paquetes.<br />
En ese instante al oír que mi madre me llevaría, sentí como si el<br />
corazón quisiese saltar de mi pecho y tuve miedo pues creí que iba a<br />
morir, pero no ocurrió y entonces comencé a creer que la vida me<br />
seria eterna.<br />
Al llegar a la casa de la señora, buscaba con mi mirada ansiosamente<br />
escudriñando todos los rincones, sentía gran malestar por la<br />
impotencia de no poder mirar dentro, en la cocina, en las<br />
habitaciones y no poder verla, solo veía las caras de las señoras que<br />
habían ido a la reunión, y me aferraba fuertemente a los posabrazos<br />
de la silla donde mi madre me había dicho que me sentara a esperar.<br />
Quería preguntar, quería indagar, pero las palabras no salían de mi<br />
boca. El tiempo transcurría lentamente y entre vapores escuchaba las<br />
indicaciones de la señora al presentar su productos, las preguntas<br />
que hacían las damas presentes, y de pronto, en medio de esta<br />
angustia, la mirada de la señora se posó en mí y exclamo: pero que<br />
desconsideración, mírenlo, pobrecito, que aburrido que está, anda,<br />
ve al patio trasero, allí está mi sobrina, conversa con ella. Mi cara se<br />
iluminó, abrí los ojos desmesuradamente en un intento de abrazarla,<br />
de besarla en señal de agradecimiento por haberme leído el<br />
pensamiento y darme esa oportunidad. Caminé apresuradamente<br />
hacia el patio por donde la señora me señalaba, atravesé<br />
precipitadamente la puerta que estaba entreabierta y la vi, me quede<br />
petrificado como si un rayo hubiese frenado mi carrera. La vi, estaba<br />
sentada en un pequeño taburete leyendo algo que parecía ser un<br />
libro. No sé cuánto tiempo permanecí así, en silencio, sin hablar, sin<br />
poder decir nada, peor aún, sin saber que decir.<br />
Me miro sin inmutarse, y dirigiéndose a mí como si nos<br />
conociéramos de toda la vida me dijo: también te aburriste de la<br />
reunión? Son muy fastidiosas esas cosas, pero ellas si se entretienen,<br />
yo no sé porque a los mayores les gusta complicarse tanto la vida<br />
con cosas inútiles y vanidosas cuando existen tantas otras simples y<br />
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gratuitas que nos alegran la vida y nos la facilitan, la verdad es que<br />
me da miedo tener que crecer y que tal vez me vuelva como ellas...<br />
sabes? El otro día escuche una canción muy bonita que hablaba de<br />
un niño que escuchaba todo lo que decían los adultos y a él le<br />
parecía el canto de una cigarra, la misma cantaleta de siempre, niño<br />
no hagas esto, niño no hagas lo otro, niño cállate la boca, no cruces<br />
la calle, niño quédate quieto, niño etc., etc., etc., y lo peor es que el<br />
niño creció y un día se convirtió en cigarra. La verdad es que cuando<br />
uno observa y reflexiona sobre todo lo que los adultos hacen, nos<br />
parece imposible que los seres humanos puedan cambiar tanto con el<br />
paso de los años, que nos olvidemos del cariño, de la amistad, de la<br />
generosidad y nos volvamos orgullosos, engreídos, desconfiados y<br />
hasta malvados, y lo peor aún, que nos olvidemos de Dios. Está<br />
haciendo mucho frio verdad? parece que la niebla no va a subir esta<br />
noche…Y decía y decía cosas agradables, interesantes, bonitas. Yo<br />
la escuchaba extasiado, inmerso en la profunda sencillez de sus<br />
palabras y me perdía en el negro de su mirada que de cuando en<br />
cuando dirigía hacia mí.<br />
La voz de mi madre me trajo de vuelta al mundo: Andrés, vente, ya<br />
nos vamos. Al llegar a la casa corrí a patio trasero y estuve largo<br />
rato sumido en la oscuridad de la niebla, sintiendo que lago estaba<br />
rondando desde tiempo atrás. Algo indefinido que no podía<br />
comprender, pero que estaba allí, escondido, agazapado como felino<br />
hambriento presto a saltar sobre la presa. Entré a la casa, me dirigí al<br />
dormitorio mientras entre vapores escuchaba la voz de mi madre<br />
que decía: que le pasa a ese muchacho? Hoy ha estado muy raro. No<br />
sé, dijo mi padre, será que está enamorado.<br />
FIN<br />
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