ENTORNOS DIGITALES Y POLÍTICAS EDUCATIVAS
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[226] 50.9% en países desarrollados y 15.8% en países en vías de desarrollo. Mientras que en el 2015, esta cifra crecería a 82.2% en los países desarrollados, y a 43.4% en los países en desarrollo. Valores similares se registran en 2015 en cuanto a las suscripciones activas de banda ancha para móviles (International Telecommunication Union, 2016). Todo esto sin olvidarnos de los profundos rezagos e inequidades pendientes en relación con la disponibilidad de dispositivos tecnológicos y medios para acceder a nuevas formas de explotar el conocimiento. De los aproximadamente 7 mil millones de habitantes que hay en el mundo, más de 6 mil millones tienen acceso a un teléfono celular. Para poner esta cifra en perspectiva, solo 4.5 mil millones tienen acceso a un inodoro (United Nations News Service, 2013). No obstante la expansión del acceso a dispositivos, no escalan con igual celeridad los contextos y las oportunidades para adoptar y aprovechar los contenedores y contenidos de formas pedagógicamente innovadoras. El paradigma de la digitalidad ha traído consigo nuevas reglas que incluyen profundos reajustes en la cultura educativa. Es aquí donde hay mucho camino por avanzar. Sabemos que las brechas de contenedores y contenidos pueden sortearse con la ayuda de financiamiento en infraestructura, conectividad y contenidos. Resulta clave tomar en cuenta que una mejora sustantiva en los contextos de aprendizaje implica un ecosistema de cambios que responde a transformaciones más complejas y de más largo plazo, que además evolucionan a velocidades de innovación disímiles dentro de las organizaciones, como indica Rogers (1995). Las instituciones educativas no parecen ser la excepción. Por tanto, los desafíos más estructurales no son solo de equipamiento y formación sino que tienen que ver con reconceptualizar el sentido para el cual se ofrece formación. ¿Quienes son los sujetos que formamos? ¿Para qué los formamos? ¿Cómo les enseñamos? ¿Cómo reconocemos sus aprendizajes? Estas, lejos de ser preguntas retóricas, nos llevan a repensar con detención algunos de los cambios más sustantivos en cuanto al sentido de la educación. A diferencia de lo que se planteó en un momento temprano de la gestación de Internet, la red de redes no solo es una biblioteca ubicua de libros como El Aleph, inundada de materiales en
Nuevas formas de evaluar: la innovación pendiente todas las lenguas, formatos y campos del conocimiento. Internet es mucho más que eso, una infraestructura de información reticular capaz de auto replicarse y que infecta uno de los aspectos medulares de nuestra época: una reconceptualización en el valor del conocimiento. Se deconstruyen nociones ya arraigadas sobre el conocimiento, así como las formas en que este se crea y comparte. Algunos ejemplos de las ideas que hoy están en fase de cambio son: el único conocimiento válido es el experto; las instituciones educativas son las que tienen el monopolio de impartir y reconocer el conocimiento; el conocimiento experto puede prescindir de construir vínculos con otras disciplinas; los canales utilizados por los circuitos expertos (journals científicos, enciclopedias o editoriales) son las únicas formas válidas de acceder al conocimiento confiable, entre otras. Todas estas pautas típicamente arraigadas en la cultura de las instituciones que tradicionalmente utilizan el conocimiento como materia prima, hoy se ven llamadas a adaptarse, flexibilizarse y en muchos casos tener que reinventar su manera de funcionar. Tal como lo indican Rainie & Wellman (2014), la redefinición de los flujos del conocimiento nos llevaría a ajustar muchas de las dimensiones con las que tradicionalmente funcionamos (por ejemplo, las cambiantes fronteras entre vida pública y vida privada; los discretos límites entre vida privada y profesional, el concepto de un “individualismo en red”, entre otros). Hoy la brecha no es únicamente de acceso. Helsper (2012) identifica cuatro grandes áreas en las que los individuos pueden estar digitalmente excluidos: acceso, habilidades, actitudes y tipo de uso. En esta línea, van Deursen & van Dijk (2015), destacan dos tipos de dimensiones vinculadas al dominio digital: las habilidades relativas al medio y las habilidades relativas al contenido. Quienes están en condiciones de sobrellevar estas brechas que sugieren tanto Helsper (2012) como van Deursen y van Dijk (2015) gozan de un capital cultural básico para aprovechar y explotar un Internet que existe bajo la premisa de la “des” y “re” construcción constante del conocimiento. En otras palabras, quienes sortean las brechas digitales que van más allá de la infraestructura, acceden a un entorno de meta-conocimiento que trasciende Internet, que se plasma en formas y redes descentralizadas mediante las cuales se entornos digitales y políticas educativas dilemas y certezas [227]
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Mientras que en el 2015, esta cifra crecería a 82.2% en los<br />
países desarrollados, y a 43.4% en los países en desarrollo. Valores<br />
similares se registran en 2015 en cuanto a las suscripciones activas<br />
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Union, 2016). Todo esto sin olvidarnos de los profundos rezagos<br />
e inequidades pendientes en relación con la disponibilidad de dispositivos<br />
tecnológicos y medios para acceder a nuevas formas de<br />
explotar el conocimiento. De los aproximadamente 7 mil millones<br />
de habitantes que hay en el mundo, más de 6 mil millones tienen<br />
acceso a un teléfono celular. Para poner esta cifra en perspectiva,<br />
solo 4.5 mil millones tienen acceso a un inodoro (United Nations<br />
News Service, 2013).<br />
No obstante la expansión del acceso a dispositivos, no escalan<br />
con igual celeridad los contextos y las oportunidades para adoptar<br />
y aprovechar los contenedores y contenidos de formas pedagógicamente<br />
innovadoras. El paradigma de la digitalidad ha traído consigo<br />
nuevas reglas que incluyen profundos reajustes en la cultura educativa.<br />
Es aquí donde hay mucho camino por avanzar. Sabemos que<br />
las brechas de contenedores y contenidos pueden sortearse con la<br />
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Resulta clave tomar en cuenta que una mejora sustantiva en<br />
los contextos de aprendizaje implica un ecosistema de cambios que<br />
responde a transformaciones más complejas y de más largo plazo,<br />
que además evolucionan a velocidades de innovación disímiles dentro<br />
de las organizaciones, como indica Rogers (1995). Las instituciones<br />
educativas no parecen ser la excepción. Por tanto, los desafíos<br />
más estructurales no son solo de equipamiento y formación sino<br />
que tienen que ver con reconceptualizar el sentido para el cual se<br />
ofrece formación. ¿Quienes son los sujetos que formamos? ¿Para<br />
qué los formamos? ¿Cómo les enseñamos? ¿Cómo reconocemos<br />
sus aprendizajes? Estas, lejos de ser preguntas retóricas, nos llevan<br />
a repensar con detención algunos de los cambios más sustantivos<br />
en cuanto al sentido de la educación.<br />
A diferencia de lo que se planteó en un momento temprano<br />
de la gestación de Internet, la red de redes no solo es una biblioteca<br />
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