ENTORNOS DIGITALES Y POLÍTICAS EDUCATIVAS

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[214] para los demás, de modo que la subjetividad se constituye en esas estrategias de vinculación que se han vuelto tan vitales. De allí la enorme importancia, nuevamente, de las redes y los contactos para este tipo de subjetividad, algo que toca de lleno el nudo problemático de la contradicción aquí enfocada. El entorno informático y mediático funciona multiplicando las conexiones en lugar de atenuarlas, tal como solía hacerlo la institución escolar. Entonces, ¿cómo conciliar ambas tendencias y lograr que se produzca algún aprendizaje? “El usuario eficaz de los dispositivos de información es hiperquinético no solo porque la velocidad de la información es la velocidad de la luz, sino porque el entorno informacional lo requiere ‘a mil’, hiperconectado en diversas interfaces desarticuladas entre sí que lo instalan como nodo”, advierte Corea. 15 Se trata de un rasgo imprescindible para los modos de vida contemporáneos y no de un desorden patológico, aunque sea algo incongruente con el desempeño pedagógico. Por eso, cuando el tiempo y el espacio se vuelven caóticos, hay que desplegar estrategias activas para intervenir en ese desorden en busca de cohesión y pensamiento: un trabajo permanente para evitar que todo se disuelva. ¿La escuela estará en condiciones de asumir semejante compromiso? El papel de Internet en el aula es clave para pensar estas cuestiones. De hecho, el acceso a la red global no se supone que sea abierto e irrestricto en todos los programas educativos que apuntan a la informatización escolar, aunque ese tipo de limitaciones no parece acorde con la ideología informática y es muy probable que genere conflictos. En principio, las computadoras usadas en clase suelen estar conectadas entre sí, por medio de una red interna basada en un servidor local que comprende a todos los alumnos y al docente de cada grupo. El equipo del profesor, a su vez, está habilitado para monitorear las actividades desarrolladas en las máquinas de los chicos e, inclusive, puede bloquearlas cuando lo considere necesario. Esa posibilidad de controlar e interferir en las computadoras de los estudiantes puede no limitarse al horario de clases, ni siquiera al perímetro del predio escolar, dependiendo del proyecto 15 Corea, Cristina, “Pedagogía y comunicación en la era del aburrimiento”, en Corea; Lewkowicz, op. cit., p. 70.

Entre redes y paredes: enseñar y aprender en la cultura digital de que se trate. No es raro que esos privilegios del maestro provoquen cierta resistencia en los alumnos, basada en el temor a que sus equipos sean invadidos por la autoridad. En contrapartida, tampoco sería extraño que los profesores desconfíen de su propio dominio de la tecnología e, incluso, sospechen que los chicos puedan ser capaces de burlar la programación de los sistemas para hacer cosas indebidas. En todo caso, esa desigualdad en las prerrogativas de cada categoría de usuario –docente y alumno– tampoco parece adecuada a los usos y costumbres que rodean el concepto de red. Al contrario, se diría que de algún modo reproducen la lógica del dispositivo pedagógico, lo cual también probablemente se convierta en una fuente de conflictos y negociaciones. Otro punto problemático es el hecho de que la estructura del aula permanezca fiel al esquema tradicional, con la única salvedad de haber incorporado nuevas herramientas consideradas más o menos “neutras”. Pero se mantienen idénticos los principales ingredientes del viejo dispositivo. En primer lugar, el espacio cerrado del recinto. Además, los pupitres en los cuales los chicos se sientan y, enfrente, un escritorio para el maestro que, por tanto, sigue siendo aquel que “profesa”. A su lado y adelante de todos, el pizarrón, sea electrónico y multimediático o no, pero siempre comandado por el docente. Algo fundamental: los tiempos siguen pautados del modo habitual, con periodos regulares cortados por recreos igualmente estables. Y, por último, la red informática controlada por el profesor cuyas capacidades son distintas y mucho más amplias que las de todos los demás miembros del grupo, incluyendo la posibilidad de observar unidireccionalmente y hasta intervenir del mismo modo en los equipos de los alumnos. No es casual que todo esto resulte potencialmente conflictivo: al fin y al cabo, se trata de una tentativa de hibridar dos regímenes tan diferentes –inclusive contradictorios o hasta incompatibles– como el dispositivo pedagógico disciplinario y la conexión en redes informáticas. Todavía es demasiado pronto para saber cuál será el resultado de esa alquimia; cabe apuntar, sin embargo, algunas dudas y preguntas a partir de las reflexiones expuestas en estas páginas. ¿Qué sucederá si el flujo informativo invade, también, el interior de los colegios? A pesar de todas las transformaciones que entornos digitales y políticas educativas dilemas y certezas [215]

Entre redes y paredes:<br />

enseñar y aprender en la cultura digital<br />

de que se trate. No es raro que esos privilegios del maestro provoquen<br />

cierta resistencia en los alumnos, basada en el temor a que sus<br />

equipos sean invadidos por la autoridad. En contrapartida, tampoco<br />

sería extraño que los profesores desconfíen de su propio dominio de<br />

la tecnología e, incluso, sospechen que los chicos puedan ser capaces<br />

de burlar la programación de los sistemas para hacer cosas indebidas.<br />

En todo caso, esa desigualdad en las prerrogativas de cada categoría<br />

de usuario –docente y alumno– tampoco parece adecuada a<br />

los usos y costumbres que rodean el concepto de red. Al contrario,<br />

se diría que de algún modo reproducen la lógica del dispositivo<br />

pedagógico, lo cual también probablemente se convierta en una<br />

fuente de conflictos y negociaciones. Otro punto problemático es el<br />

hecho de que la estructura del aula permanezca fiel al esquema tradicional,<br />

con la única salvedad de haber incorporado nuevas herramientas<br />

consideradas más o menos “neutras”. Pero se mantienen<br />

idénticos los principales ingredientes del viejo dispositivo. En primer<br />

lugar, el espacio cerrado del recinto. Además, los pupitres en los<br />

cuales los chicos se sientan y, enfrente, un escritorio para el maestro<br />

que, por tanto, sigue siendo aquel que “profesa”. A su lado y<br />

adelante de todos, el pizarrón, sea electrónico y multimediático o<br />

no, pero siempre comandado por el docente. Algo fundamental:<br />

los tiempos siguen pautados del modo habitual, con periodos regulares<br />

cortados por recreos igualmente estables. Y, por último, la<br />

red informática controlada por el profesor cuyas capacidades son<br />

distintas y mucho más amplias que las de todos los demás miembros<br />

del grupo, incluyendo la posibilidad de observar unidireccionalmente<br />

y hasta intervenir del mismo modo en los equipos de los<br />

alumnos.<br />

No es casual que todo esto resulte potencialmente conflictivo:<br />

al fin y al cabo, se trata de una tentativa de hibridar dos regímenes<br />

tan diferentes –inclusive contradictorios o hasta incompatibles–<br />

como el dispositivo pedagógico disciplinario y la conexión en redes<br />

informáticas. Todavía es demasiado pronto para saber cuál será<br />

el resultado de esa alquimia; cabe apuntar, sin embargo, algunas<br />

dudas y preguntas a partir de las reflexiones expuestas en estas<br />

páginas. ¿Qué sucederá si el flujo informativo invade, también, el<br />

interior de los colegios? A pesar de todas las transformaciones que<br />

entornos digitales y políticas educativas<br />

dilemas y certezas<br />

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