ENTORNOS DIGITALES Y POLÍTICAS EDUCATIVAS

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[206] lugar. Incluso, muchas veces lo hacen esquivando las eventuales interdicciones de las jerarquías escolares. De hecho, suelen recurrir a esas conexiones para sobrevivir al hastío que implica tener que pasar buena parte de sus días encerrados en las aulas, más desesperadamente desconectados que disciplinadamente confinados. “En la sociedad informacional ya no hay lugares sino flujos, el sujeto ya no es una inscripción localizable sino un punto de conexión con la red”, afirma la semióloga argentina Cristina Corea. En ese nuevo contexto, la vieja idea de compartir códigos y respetar leyes universales que sostengan la posibilidad de transmitir conocimientos de arriba hacia abajo –tan cara al dispositivo pedagógico moderno– ha dejado de ser un mito para convertirse en un anacronismo. Y en ese desenmascaramiento quizás resida la clave para comprender muchos equívocos y malentendidos que hoy ocurren en las escuelas. La autora recién citada destaca la figura de la impertinencia para ilustrar esa “des-comunicación”, puesto que no se trataría de fallas en la comprensión del código o ruidos en el canal, sino de algo mucho más radical: la flagrante inexistencia de parámetros instituidos para reconocer los signos que se manejan en esas situaciones. “La comunicación requiere que haya lugares para el emisor y el receptor”, explica, mientras que la información los barre o los anula en su flujo continuo y veloz. Por eso simplemente no habría interlocución en ese tipo de choques entre profesores y alumnos que son tan habituales en los colegios contemporáneos, “porque tampoco hay tiempo para que se estabilicen los referentes o se establezcan los famosos acuerdos sobre el sentido”. 7 Sin embargo, aunque nada de eso esté garantizado como algo preestablecido e institucionalizado, siempre existe la posibilidad de producirlo: inventar en cada caso, con esfuerzo y colectivamente, las posibilidades de encuentro y diálogo, enunciando las reglas y las condiciones que permitan habitar de modo conjunto cada situación. En ese sentido, la propuesta de Cristina Corea resulta muy 7 Corea, Cristina, “Pedagogía y comunicación en la era del aburrimiento”, en Corea; Lewkowicz, Pedagogia del aburrido: Escuelas destruidas, familias perplejas, Buenos Aires, Paidós, 2010, pp. 45 y 47.

Entre redes y paredes: enseñar y aprender en la cultura digital valiosa a los fines de este trabajo: “no es restituyendo los códigos deteriorados por el agotamiento de las instituciones como vamos a ligarnos con otros”. De modo que no se trata de intentar restaurar lo fatalmente perdido, no solo porque sería inútil sino porque probablemente no es deseable; en cambio, habría que “pensar los modos en que nos comunicamos sin suponer un código compartido”. 8 Pero las dudas son inmensas: ¿cómo dialogar, enseñar y aprender en estas nuevas circunstancias tan desafiantes? Quizás la respuesta sea: instituyendo en cada caso el papel del otro y el de uno mismo, pensando y enunciando siempre las reglas según las cuales se van a organizar las significaciones. Frente a la contundencia de la ley universal, solventada por el magno poder estatal, esta solución puede sonar demasiado endeble, pero quizás convenga explorar las potencias de esa fragilidad para dar a luz otra cosa, ampliando así el campo de lo pensable y lo posible. Conviene subrayar –a pesar de las dificuldades y los desafíos– que todos estos cambios implican una bienvenida liberación de los viejos mecanismos de ortopedia social: aquellos que diariamente masacraban a los cuerpos de las sociedades modernas para adaptarlos a sus ritmos y alimentar los engranajes del industrialismo. Sin embargo, cabe averiguar cuál es la capacidad de la escuela para resistir a semejante mutación, y si esa estructura envejecida estará en condiciones de adaptarse a las nuevas reglas del juego, transformándose de un modo efectivo e interesante. Vale recordar que la ruptura que inauguró este nuevo horizonte al provocar la crisis del modelo anterior fue, en buena medida, un fruto del éxito de aquel proyecto disciplinario en su labor de formateo corporal. Ese “trabajo insistente, obstinado, meticuloso, que el poder ejerció sobre el cuerpo de los niños”, según Foucault acabó provocando un efecto de rebeldía contra dichos poderes, que tuvieron que replegarse y reconfigurar sus fuerzas para poder adaptarse al nuevo cuadro sin perder su eficacia. 9 Así, todo ese estímulo disciplinante que se descargó sobre los cuerpos infantiles y adolescentes resultó en un despertar de las potencias corporales, con las consecuentes rebeliones entornos digitales y políticas educativas dilemas y certezas [207] 8 Corea, op. cit., p. 47. 9 Foucault, Michel, “Poder-Corpo”, op. cit., p. 147.

Entre redes y paredes:<br />

enseñar y aprender en la cultura digital<br />

valiosa a los fines de este trabajo: “no es restituyendo los códigos<br />

deteriorados por el agotamiento de las instituciones como vamos a<br />

ligarnos con otros”. De modo que no se trata de intentar restaurar<br />

lo fatalmente perdido, no solo porque sería inútil sino porque probablemente<br />

no es deseable; en cambio, habría que “pensar los modos<br />

en que nos comunicamos sin suponer un código compartido”. 8<br />

Pero las dudas son inmensas: ¿cómo dialogar, enseñar y aprender<br />

en estas nuevas circunstancias tan desafiantes? Quizás la respuesta<br />

sea: instituyendo en cada caso el papel del otro y el de uno mismo,<br />

pensando y enunciando siempre las reglas según las cuales se<br />

van a organizar las significaciones. Frente a la contundencia de la<br />

ley universal, solventada por el magno poder estatal, esta solución<br />

puede sonar demasiado endeble, pero quizás convenga explorar las<br />

potencias de esa fragilidad para dar a luz otra cosa, ampliando así el<br />

campo de lo pensable y lo posible.<br />

Conviene subrayar –a pesar de las dificuldades y los desafíos–<br />

que todos estos cambios implican una bienvenida liberación de los<br />

viejos mecanismos de ortopedia social: aquellos que diariamente<br />

masacraban a los cuerpos de las sociedades modernas para adaptarlos<br />

a sus ritmos y alimentar los engranajes del industrialismo. Sin<br />

embargo, cabe averiguar cuál es la capacidad de la escuela para<br />

resistir a semejante mutación, y si esa estructura envejecida estará<br />

en condiciones de adaptarse a las nuevas reglas del juego, transformándose<br />

de un modo efectivo e interesante. Vale recordar que la<br />

ruptura que inauguró este nuevo horizonte al provocar la crisis del<br />

modelo anterior fue, en buena medida, un fruto del éxito de aquel<br />

proyecto disciplinario en su labor de formateo corporal. Ese “trabajo<br />

insistente, obstinado, meticuloso, que el poder ejerció sobre el<br />

cuerpo de los niños”, según Foucault acabó provocando un efecto<br />

de rebeldía contra dichos poderes, que tuvieron que replegarse y<br />

reconfigurar sus fuerzas para poder adaptarse al nuevo cuadro sin<br />

perder su eficacia. 9 Así, todo ese estímulo disciplinante que se descargó<br />

sobre los cuerpos infantiles y adolescentes resultó en un despertar<br />

de las potencias corporales, con las consecuentes rebeliones<br />

entornos digitales y políticas educativas<br />

dilemas y certezas<br />

[207]<br />

8<br />

Corea, op. cit., p. 47.<br />

9<br />

Foucault, Michel, “Poder-Corpo”, op. cit., p. 147.

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