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``Amelia Domínguez Mendoza*<br />
Uno de los alfares que todavía quedan en el barrio de La Luz.<br />
Foto: Abraham Paredes.<br />
La Mujer de Barro… En La Luz<br />
A unas cuadras del zócalo, en el barrio de La Luz, el tiempo<br />
parece haberse detenido. De no ser por la calle de asfalto,<br />
por donde circulan los automóviles, dejando su estela de<br />
humo negro en el ambiente, nadie diría que estamos en el<br />
siglo XXI. En un pequeño local sobre la calle Juan de Palafox,<br />
que exhibe afuera enormes cazuelas de loza colorada,<br />
trabaja esta mujer de barro, con arrugas en el rostro y el<br />
pelo cano, desafiando el tiempo, practicando un oficio en<br />
decadencia, “dando a luz” unas cazuelas que ya casi nadie<br />
compra, pero al que se aferra con todas sus fuerzas, porque<br />
es lo único que da sentido a su vida, una vida humilde<br />
y sencilla, como suele ser la de toda la gente de pueblo.<br />
De las manos mágicas de Antonia Cortés, surgen las<br />
piezas de tamaño mediano, de formas redondas, cóncavas,<br />
lisas que luego se convertirán en recipientes para cocinar<br />
o servir los alimentos. Lleva ocho décadas a cuestas,<br />
70 de los cuales se dedicó a ese oficio humilde, considerado<br />
casi exclusivo de los hombres; aprendió de su padre,<br />
quien a su vez lo heredó del abuelo, y así sucesivamente,<br />
hacia atrás a lo largo de varias generaciones.<br />
Afuera, en el expendio, las cazuelas moleras de gran<br />
tamaño, que se usan en días de fiesta en los pueblos de<br />
la región, algo de lo que ninguna cocina poblana puede<br />
prescindir, esperan por las clientas, las que todavía siguen<br />
la tradición de cocinar en ellas, porque de lo contrario, el<br />
sabor del mole cambia, no es igual. Una pieza de buen<br />
38 Año 2 / Núm. 7 / OTOÑO 2016