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America en la Profecia por Elena White [Version Moderna]

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

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Cuando Lutero creía que todo estaba perdido, Dios le deparó un amigo que le ayudó. El piadoso<br />

Staupitz le expuso <strong>la</strong> Pa<strong>la</strong>bra de Dios y le indujo a apartar <strong>la</strong> mirada de sí mismo, a dejar de contemp<strong>la</strong>r<br />

un castigo v<strong>en</strong>idero infinito <strong>por</strong> haber vio<strong>la</strong>do <strong>la</strong> ley de Dios, y a acudir a Jesús, el Salvador que le<br />

perdonaba sus pecados. “En lugar de martirizarte <strong>por</strong> tus faltas, échate <strong>en</strong> los brazos del Red<strong>en</strong>tor. Confía<br />

<strong>en</strong> él, <strong>en</strong> <strong>la</strong> justicia de su vida, <strong>en</strong> <strong>la</strong> expiación de su muerte [...]. Escucha al Hijo de Dios, que se hizo<br />

hombre para asegurarte el favor divino”. “¡Ama a qui<strong>en</strong> primero te amó!” (ibíd., cap. 4). Así se expresaba<br />

este m<strong>en</strong>sajero de <strong>la</strong> misericordia. Sus pa<strong>la</strong>bras hicieron honda impresión <strong>en</strong> el ánimo de Lutero. Después<br />

de <strong>la</strong>rga lucha contra los errores que <strong>por</strong> tanto tiempo albergara, pudo asirse de <strong>la</strong> verdad y <strong>la</strong> paz reinó <strong>en</strong><br />

su alma atorm<strong>en</strong>tada.<br />

Lutero fue ord<strong>en</strong>ado sacerdote y se le l<strong>la</strong>mó del c<strong>la</strong>ustro a una cátedra de <strong>la</strong> universidad de<br />

Witt<strong>en</strong>berg. Allí se dedicó al estudio de <strong>la</strong>s Santas Escrituras <strong>en</strong> <strong>la</strong>s l<strong>en</strong>guas originales. Com<strong>en</strong>zó a dar<br />

confer<strong>en</strong>cias sobre <strong>la</strong> Biblia, y de este modo, el libro de los Salmos, los Evangelios y <strong>la</strong>s epísto<strong>la</strong>s fueron<br />

abiertos al <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dimi<strong>en</strong>to de multitudes de oy<strong>en</strong>tes que escuchaban aquel<strong>la</strong>s <strong>en</strong>señanzas con verdadero<br />

deleite. Staupitz, su amigo y superior, le instaba a que ocupara el púlpito y predicase <strong>la</strong> Pa<strong>la</strong>bra de Dios.<br />

Lutero vaci<strong>la</strong>ba, sintiéndose indigno de hab<strong>la</strong>r al pueblo <strong>en</strong> lugar de Cristo. Solo después de <strong>la</strong>rga lucha<br />

consigo mismo se rindió a <strong>la</strong>s súplicas de sus amigos. Era ya poderoso <strong>en</strong> <strong>la</strong>s Sagradas Escrituras y <strong>la</strong><br />

gracia del Señor descansaba sobre él. Su elocu<strong>en</strong>cia cautivaba a los oy<strong>en</strong>tes, <strong>la</strong> c<strong>la</strong>ridad y el poder con<br />

que pres<strong>en</strong>taba <strong>la</strong> verdad persuadía a todos y su fervor conmovía los corazones.<br />

Lutero seguía si<strong>en</strong>do hijo sumiso de <strong>la</strong> iglesia papal y no p<strong>en</strong>saba cambiar. La provid<strong>en</strong>cia de Dios<br />

le llevó a hacer una visita a Roma. Empr<strong>en</strong>dió el viaje a pie, hospedándose <strong>en</strong> los conv<strong>en</strong>tos que hal<strong>la</strong>ba<br />

<strong>en</strong> su camino. En uno de ellos, <strong>en</strong> Italia, quedó maravil<strong>la</strong>do de <strong>la</strong> magnific<strong>en</strong>cia, <strong>la</strong> riqueza y el lujo que<br />

se pres<strong>en</strong>taron a su vista. Dotados de bi<strong>en</strong>es propios de príncipes, vivían los monjes <strong>en</strong> espléndidas<br />

mansiones, se ataviaban con los trajes más ricos y preciosos y se rega<strong>la</strong>ban <strong>en</strong> suntuosa mesa. Consideró<br />

Lutero todo aquello que tanto contrastaba con <strong>la</strong> vida de abnegación y de privaciones que el llevaba, y se<br />

quedó perplejo.<br />

Finalm<strong>en</strong>te vislumbró <strong>en</strong> lontananza <strong>la</strong> ciudad de <strong>la</strong>s siete colinas. Con profunda emoción, cayó<br />

de rodil<strong>la</strong>s y, levantando <strong>la</strong>s manos hacia el cielo, exc<strong>la</strong>mó: “¡Salve Roma santa!” (ibíd., cap. 6). Entró <strong>en</strong><br />

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