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America en la Profecia por Elena White [Version Moderna]

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

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Hab<strong>la</strong>ndo del papa y de sus recaudadores, decía <strong>en</strong> uno de sus folletos: “Ellos sacan de nuestra<br />

tierra el sust<strong>en</strong>to de los pobres y miles de marcos al año del dinero del rey a cambio de sacram<strong>en</strong>tos y<br />

artículos espirituales, lo cual es maldita herejía simoníaca, y hac<strong>en</strong> que toda <strong>la</strong> cristiandad mant<strong>en</strong>ga y<br />

afirme esta herejía. Y a <strong>la</strong> verdad, si <strong>en</strong> nuestro reino hubiera un cerro <strong>en</strong>orme de oro y no lo tocara jamás<br />

hombre alguno, sino so<strong>la</strong>m<strong>en</strong>te este recaudador sacerdotal, orgulloso y mundano, <strong>en</strong> el curso del tiempo<br />

el cerro llegaría a gastarse todo <strong>en</strong>tero, <strong>por</strong>que él se lleva cuanto dinero hal<strong>la</strong> <strong>en</strong> nuestra tierra y no nos<br />

devuelve más que <strong>la</strong> maldición que Dios pronuncia sobre su simonía” (J. Lewis, History of the Life and<br />

Sufferings of J. Wiclif, 37).<br />

Poco después de su regreso a Ing<strong>la</strong>terra, Wiclef recibió del rey el nombrami<strong>en</strong>to de rector de<br />

Lutterworth. Esto le conv<strong>en</strong>ció de que el monarca, cuando m<strong>en</strong>os, no estaba descont<strong>en</strong>to con <strong>la</strong> franqueza<br />

con que había hab<strong>la</strong>do. Su influ<strong>en</strong>cia se dejó s<strong>en</strong>tir <strong>en</strong> <strong>la</strong>s resoluciones de <strong>la</strong> corte tanto como <strong>en</strong> <strong>la</strong>s<br />

opiniones religiosas de <strong>la</strong> nación. Pronto fueron <strong>la</strong>nzados contra Wiclef los rayos y <strong>la</strong>s c<strong>en</strong>tel<strong>la</strong>s papales.<br />

Tres bu<strong>la</strong>s fueron <strong>en</strong>viadas a Ing<strong>la</strong>terra: a <strong>la</strong> universidad, al rey y a los pre<strong>la</strong>dos, ord<strong>en</strong>ando todas que se<br />

tomaran inmediatam<strong>en</strong>te medidas decisivas para obligar a guardar sil<strong>en</strong>cio al maestro de herejía (A.<br />

Neander, History of the Christian Religion and Church, período 6, sec. 2, parte I, párr. 8; véase también<br />

el Apéndice). Sin embargo, antes de que se recibieran <strong>la</strong>s bu<strong>la</strong>s, los obispos, inspirados <strong>por</strong> su celo, habían<br />

citado a Wiclef a que compareciera ante ellos para ser juzgado; pero dos de los más poderosos príncipes<br />

del reino le acompañaron al tribunal, y el g<strong>en</strong>tío que rodeaba el edificio y que se agolpó d<strong>en</strong>tro de él dejó<br />

a los jueces tan cohibidos, que se susp<strong>en</strong>dió el proceso y se le permitió a Wiclef que se retirara <strong>en</strong> paz.<br />

Poco después Eduardo III, a qui<strong>en</strong> ya <strong>en</strong>trado <strong>en</strong> años procuraban indisponer los pre<strong>la</strong>dos contra el<br />

reformador, murió, y el antiguo protector de Wiclef llegó a ser reg<strong>en</strong>te del reino.<br />

La llegada de <strong>la</strong>s bu<strong>la</strong>s pontificales impuso a toda Ing<strong>la</strong>terra <strong>la</strong> ord<strong>en</strong> per<strong>en</strong>toria de arrestar y<br />

<strong>en</strong>carce<strong>la</strong>r al hereje. Esto equivalía a una cond<strong>en</strong>ación a <strong>la</strong> hoguera. Ya parecía pues Wiclef destinado a<br />

ser pronto víctima de <strong>la</strong>s v<strong>en</strong>ganzas de Roma. Pero Aquel que había dicho a un ilustre patriarca: “No<br />

temas, [...] yo soy tu escudo” (Génesis 15:1), volvió a ext<strong>en</strong>der su mano para proteger a su siervo, así que<br />

el que murió, no fue el reformador, sino Gregorio XI, el pontífice que había decretado su muerte, y los<br />

eclesiásticos que se habían reunido para el juicio de Wiclef se dispersaron. La provid<strong>en</strong>cia de Dios dirigió<br />

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