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America en la Profecia por Elena White [Version Moderna]

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

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hombre alguno, pero que él t<strong>en</strong>ía <strong>la</strong> prerrogativa de revocar <strong>la</strong>s decisiones de todos los demás (véase el<br />

Apéndice).<br />

El modo <strong>en</strong> que trató al emperador alemán Enrique IV nos pinta a lo vivo el carácter tiránico de<br />

este abogado de <strong>la</strong> infalibilidad papal. Por haber int<strong>en</strong>tado desobedecer <strong>la</strong> autoridad papal, dicho monarca<br />

fue excomulgado y destronado. Aterrorizado ante <strong>la</strong> deserción de sus propios príncipes que <strong>por</strong> ord<strong>en</strong><br />

papal fueron instigados a rebe<strong>la</strong>rse contra él, Enrique no tuvo más remedio que hacer <strong>la</strong>s paces con Roma.<br />

Acompañado de su esposa y de un fiel sirvi<strong>en</strong>te, cruzó los Alpes <strong>en</strong> pl<strong>en</strong>o invierno para humil<strong>la</strong>rse ante<br />

el papa. Habi<strong>en</strong>do llegado al castillo donde Gregorio se había retirado, fue conducido, despojado de sus<br />

guardas, a un patio exterior, y allí, <strong>en</strong> el crudo frío del invierno, con <strong>la</strong> cabeza descubierta, los pies<br />

descalzos y miserablem<strong>en</strong>te vestido, esperó el permiso del papa para llegar a su pres<strong>en</strong>cia. Solo después<br />

que hubo pasado así tres días, ayunando y haci<strong>en</strong>do confesión, condesc<strong>en</strong>dió el pontífice <strong>en</strong> perdonarle.<br />

Y aun <strong>en</strong>tonces le fue concedida esa gracia con <strong>la</strong> condición de que el emperador esperaría <strong>la</strong> v<strong>en</strong>ia del<br />

papa antes de reasumir <strong>la</strong>s insignias reales o de ejercer su poder. Y Gregorio, <strong>en</strong>vanecido con su triunfo,<br />

se jactaba de que era su deber abatir <strong>la</strong> soberbia de los reyes.<br />

¡Cuán notable contraste hay <strong>en</strong>tre el despótico orgullo de tan altivo pontífice y <strong>la</strong> mansedumbre y<br />

humildad de Cristo, qui<strong>en</strong> se pres<strong>en</strong>ta a sí mismo como l<strong>la</strong>mando a <strong>la</strong> puerta del corazón para ser admitido<br />

<strong>en</strong> él y traer perdón y paz, y <strong>en</strong>señó a sus discípulos: “El que quiera ser el primero <strong>en</strong>tre vosotros, será<br />

vuestro siervo”! Mateo 20:27 (RV95). Los siglos que se sucedieron pres<strong>en</strong>ciaron un constante aum<strong>en</strong>to<br />

del error <strong>en</strong> <strong>la</strong>s doctrinas sost<strong>en</strong>idas <strong>por</strong> Roma. Aun antes del establecimi<strong>en</strong>to del papado, <strong>la</strong>s <strong>en</strong>señanzas<br />

de los filósofos paganos habían recibido at<strong>en</strong>ción y ejercido influ<strong>en</strong>cia d<strong>en</strong>tro de <strong>la</strong> iglesia. Muchos de los<br />

que profesaban ser convertidos se aferraban aún a los dogmas de su filosofía pagana, y no solo seguían<br />

estudiándolos ellos mismos sino que inducían a otros a que los estudiaran también a fin de ext<strong>en</strong>der su<br />

influ<strong>en</strong>cia <strong>en</strong>tre los paganos. Así se introdujeron graves errores <strong>en</strong> <strong>la</strong> fe cristiana. Uno de los principales<br />

fue <strong>la</strong> cre<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> <strong>la</strong> inmortalidad natural del hombre y <strong>en</strong> su estado consci<strong>en</strong>te después de <strong>la</strong> muerte. Esta<br />

doctrina fue <strong>la</strong> base sobre <strong>la</strong> cual Roma estableció <strong>la</strong> invocación de los santos y <strong>la</strong> adoración de <strong>la</strong> virg<strong>en</strong><br />

María. De <strong>la</strong> misma doctrina se derivó también <strong>la</strong> herejía del torm<strong>en</strong>to eterno para los que muer<strong>en</strong><br />

imp<strong>en</strong>it<strong>en</strong>tes, que muy pronto figuró <strong>en</strong> el credo papal.<br />

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