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America en la Profecia por Elena White [Version Moderna]

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

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6:18, 19 (VM). Habían comprobado <strong>la</strong> sabiduría y poder de Dios, y estaban persuadidos de “que ni <strong>la</strong><br />

muerte, ni <strong>la</strong> vida, ni los ángeles, ni los principados, ni poderes, ni cosas pres<strong>en</strong>tes, ni cosas <strong>por</strong> v<strong>en</strong>ir,<br />

ni lo alto, ni lo bajo, ni ninguna otra cosa creada” podría apartarlos “del amor de Dios, que es <strong>en</strong> Cristo<br />

Jesús nuestro Señor”. “En todas estas cosas—decían—somos v<strong>en</strong>cedores, y más aún, <strong>por</strong> medio de<br />

Aquel que nos amó”. “La Pa<strong>la</strong>bra del Señor permanece para siempre”. Y “¿quién es el que cond<strong>en</strong>a?<br />

¡Cristo Jesús es el que murió; más aún, el que fue levantado de <strong>en</strong>tre los muertos; el que está a <strong>la</strong> diestra<br />

de Dios; el que también intercede <strong>por</strong> nosotros!” Romanos 8:38, 39, 37; 1 Pedro 1:25; Romanos 8:34<br />

(VM).<br />

El Señor dice: “Nunca jamás será mi pueblo avergonzado”. Joel 2:26. “Una noche podrá durar<br />

el lloro, mas a <strong>la</strong> mañana v<strong>en</strong>drá <strong>la</strong> alegría”. Salmos 30:5 (VM). Cuando <strong>en</strong> el día de su resurrección<br />

estos discípulos <strong>en</strong>contraron al Salvador, y sus corazones ardieron al escuchar sus pa<strong>la</strong>bras; cuando<br />

miraron su cabeza, sus manos y sus pies que habían sido heridos <strong>por</strong> ellos; cuando antes de su<br />

asc<strong>en</strong>sión, Jesús les llevara hasta cerca de Betania y, levantando sus manos para b<strong>en</strong>decirlos, les dijera:<br />

“Id <strong>por</strong> todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura”, y agregara: “He aquí, yo estoy con<br />

vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Marcos 16:15; Mateo 28:20); cuando <strong>en</strong> el día de<br />

P<strong>en</strong>tecostés desc<strong>en</strong>dió el Conso<strong>la</strong>dor prometido, y <strong>por</strong> el poder de lo alto que les fue dado <strong>la</strong>s almas de<br />

los crey<strong>en</strong>tes se estremecieron con el s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to de <strong>la</strong> pres<strong>en</strong>cia de su Señor que ya había asc<strong>en</strong>dido<br />

al cielo, <strong>en</strong>tonces, aunque <strong>la</strong> s<strong>en</strong>da que seguían, como <strong>la</strong> que siguiera su Maestro, fuera <strong>la</strong> s<strong>en</strong>da del<br />

sacrificio y del martirio, ¿habrían ellos acaso cambiado el ministerio del evangelio de gracia, con <strong>la</strong><br />

“corona de justicia” que habían de recibir a su v<strong>en</strong>ida, <strong>por</strong> <strong>la</strong> gloria de un trono mundano que había<br />

sido su esperanza <strong>en</strong> los comi<strong>en</strong>zos de su discipu<strong>la</strong>do? Aquel “que es poderoso para hacer infinitam<strong>en</strong>te<br />

más de todo cuanto podemos pedir, y aun p<strong>en</strong>sar”, les había concedido con <strong>la</strong> participación <strong>en</strong> sus<br />

sufrimi<strong>en</strong>tos, <strong>la</strong> comunión de su gozo, el gozo de “llevar muchos hijos a <strong>la</strong> gloria”, dicha indecible,<br />

“un peso eterno de gloria”, al que, dice San Pablo, nuestra “ligera aflicción que no dura sino <strong>por</strong> un<br />

mom<strong>en</strong>to”, no es “digna de ser comparada”.<br />

Lo que experim<strong>en</strong>taron los discípulos que predicaron el “evangelio del reino” cuando vino<br />

Cristo <strong>por</strong> primera vez tuvo su contraparte <strong>en</strong> lo que experim<strong>en</strong>taron los que proc<strong>la</strong>maron el m<strong>en</strong>saje<br />

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