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America en la Profecia por Elena White [Version Moderna]

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

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eligión de los emperadores de Roma, decidme, señora, ¿qué religión habría hoy <strong>en</strong> el mundo? [...] De<br />

esta suerte, señora, podéis compr<strong>en</strong>der que los súbditos no están obligados a sujetarse a <strong>la</strong> religión de sus<br />

príncipes si bi<strong>en</strong> les está ord<strong>en</strong>ado obedecerles”.<br />

María respondió: “Vos interpretáis <strong>la</strong>s Escrituras de un modo, y ellos [los maestros romanistas]<br />

<strong>la</strong>s interpretan de otro, ¿a quién creeré y quién será juez <strong>en</strong> este asunto?”<br />

“Debéis creer <strong>en</strong> Dios, que hab<strong>la</strong> con s<strong>en</strong>cillez <strong>en</strong> su Pa<strong>la</strong>bra—contestó el reformador—, y más de<br />

lo que el<strong>la</strong> os diga no debéis creer ni de unos ni de otros. La Pa<strong>la</strong>bra de Dios es c<strong>la</strong>ra; y si parece haber<br />

oscuridad <strong>en</strong> algún pasaje, el Espíritu Santo, que nunca se contradice a sí mismo, se explica con más<br />

c<strong>la</strong>ridad <strong>en</strong> otros pasajes, de modo que no queda lugar a duda sino para el ignorante”. David Laing, Works<br />

of John Knox 2:281, 284.<br />

Tales fueron <strong>la</strong>s verdades que el intrépido reformador, con peligro de su vida, dirigió a los oídos<br />

reales. Con el mismo valor indómito se aferró a su propósito y siguió orando y combati<strong>en</strong>do como fiel<br />

soldado del Señor hasta que Escocia quedó libre del papado.<br />

En Ing<strong>la</strong>terra el establecimi<strong>en</strong>to del protestantismo como religión nacional, hizo m<strong>en</strong>guar <strong>la</strong><br />

persecución, pero no <strong>la</strong> hizo cesar <strong>por</strong> completo. Aunque muchas de <strong>la</strong>s doctrinas de Roma fueron<br />

suprimidas, se conservaron muchas de sus formas de culto. La supremacía del papa fue rechazada, pero<br />

<strong>en</strong> su lugar se puso al monarca como cabeza de <strong>la</strong> iglesia. Mucho distaban aún los servicios de <strong>la</strong> iglesia<br />

de <strong>la</strong> pureza y s<strong>en</strong>cillez del evangelio. El gran principio de <strong>la</strong> libertad religiosa no era aún <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dido. Si<br />

bi<strong>en</strong> es verdad que pocas veces ape<strong>la</strong>ron los gobernantes protestantes a <strong>la</strong>s horribles crueldades de que se<br />

valía Roma contra los herejes, no se reconocía el derecho que ti<strong>en</strong>e todo hombre de adorar a Dios según<br />

los dictados de su conci<strong>en</strong>cia. Se exigía de todos que aceptaran <strong>la</strong>s doctrinas y observaran <strong>la</strong>s formas de<br />

culto prescritas <strong>por</strong> <strong>la</strong> iglesia establecida. Aún se siguió persigui<strong>en</strong>do a los disid<strong>en</strong>tes <strong>por</strong> c<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ares de<br />

años con mayor o m<strong>en</strong>or <strong>en</strong>carnizami<strong>en</strong>to.<br />

En el siglo XVII mil<strong>la</strong>res de pastores fueron depuestos de sus cargos. Se le prohibió al pueblo so<br />

p<strong>en</strong>a de fuertes multas, prisión y destierro, que asistiera a cualesquiera reuniones religiosas que no fueran<br />

<strong>la</strong>s sancionadas <strong>por</strong> <strong>la</strong> iglesia. Los que no pudieron dejar de reunirse para adorar a Dios, tuvieron que<br />

hacerlo <strong>en</strong> callejones oscuros, <strong>en</strong> sombrías buhardil<strong>la</strong>s y, <strong>en</strong> estaciones propicias, <strong>en</strong> los bosques a<br />

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