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America en la Profecia por Elena White [Version Moderna]

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

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y así confieso haber escrito todo esto, y dec<strong>la</strong>ro ing<strong>en</strong>uam<strong>en</strong>te ser todo verdad. Ni t<strong>en</strong>éis ya que cansaros<br />

<strong>en</strong> buscar contra mí otros testimonios: t<strong>en</strong>éis aquí ya una confesión c<strong>la</strong>ra y explícita de mi cre<strong>en</strong>cia: obrad<br />

pues, y haced de mí lo que queráis”. R. Gonzales de Montes, 320-322; 289, 290.<br />

Debido a los rigores de su <strong>en</strong>cierro, Constantino no llegó a vivir dos años desde que <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> <strong>la</strong><br />

cárcel. Hasta sus últimos mom<strong>en</strong>tos se mantuvo fiel a <strong>la</strong> fe protestante y conservó su ser<strong>en</strong>a confianza <strong>en</strong><br />

Dios. Provid<strong>en</strong>cialm<strong>en</strong>te fue <strong>en</strong>cerrado <strong>en</strong> el mismo ca<strong>la</strong>bozo de Constantino uno de los jóv<strong>en</strong>es monjes<br />

del monasterio de San Isidoro del Campo, al cual le cupo el privilegio de at<strong>en</strong>derle durante su última<br />

<strong>en</strong>fermedad y de cerrarle los ojos <strong>en</strong> paz (M’Crie, cap. 7).<br />

El Dr. Constantino no fue el único amigo y capellán del emperador que sufriera a causa de sus<br />

re<strong>la</strong>ciones con <strong>la</strong> causa protestante. El Dr. Agustín Cazal<strong>la</strong>, t<strong>en</strong>ido durante muchos años <strong>por</strong> uno de los<br />

mejores oradores sagrados de España, y que había oficiado a m<strong>en</strong>udo ante <strong>la</strong> familia real; se <strong>en</strong>contraba<br />

<strong>en</strong>tre los que habían sido apresados y <strong>en</strong>carce<strong>la</strong>dos <strong>en</strong> Val<strong>la</strong>dolid. En el mom<strong>en</strong>to de su ejecución pública<br />

volvióse hacia <strong>la</strong> princesa Juana, ante qui<strong>en</strong> había predicado muchas veces, y seña<strong>la</strong>ndo a su hermana que<br />

había sido también cond<strong>en</strong>ada, dijo: “Os suplico, Alteza, t<strong>en</strong>gáis compasión de esa mujer inoc<strong>en</strong>te que<br />

ti<strong>en</strong>e trece hijos huérfanos”. No obstante no se <strong>la</strong> absolvió, si bi<strong>en</strong> su suerte es desconocida. Pero se sabe<br />

que los esbirros de <strong>la</strong> Inquisición, <strong>en</strong> su ins<strong>en</strong>sata ferocidad, no estando cont<strong>en</strong>tos aún con haber<br />

cond<strong>en</strong>ado a los vivos, <strong>en</strong>tab<strong>la</strong>ron juicio contra <strong>la</strong> madre de aquel<strong>la</strong>, Doña Leonor de Vivero, que había<br />

muerto años antes, acusándo<strong>la</strong> de que su casa había servido de “templo a los luteranos”. “Se falló que<br />

había muerto <strong>en</strong> estado de herejía, que su memoria era digna de difamación y que se confiscaba su<br />

haci<strong>en</strong>da, y se mandaron exhumar sus huesos y quemarlos públicam<strong>en</strong>te junto con su efigie; ítem más que<br />

se arrasara su casa, que se esparramara sal sobre el so<strong>la</strong>r y que se erigiera allí mismo una columna con<br />

una inscripción que explicara el motivo de <strong>la</strong> demolición. Todo lo cual fue hecho”, y el monum<strong>en</strong>to ha<br />

permanecido <strong>en</strong> pie durante cerca de tres siglos.<br />

Fue durante ese auto cuando <strong>la</strong> fe sublime y <strong>la</strong> constancia inquebrantable de los protestantes<br />

quedaron realzadas <strong>en</strong> el com<strong>por</strong>tami<strong>en</strong>to de “Antonio Herrezuelo, jurisconsulto sapi<strong>en</strong>tísimo, y de doña<br />

Leonor de Cisneros, su mujer, dama de veinticuatro años, discreta y virtuosa a maravil<strong>la</strong> y de una<br />

hermosura tal que parecía fingida <strong>por</strong> el deseo”. “Herrezuelo era hombre de una condición altiva y de una<br />

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