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America en la Profecia por Elena White [Version Moderna]

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

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<strong>en</strong>salzado públicam<strong>en</strong>te <strong>por</strong> tan ilustres confesores y <strong>en</strong> tan gloriosa asamblea” (ibíd.). Así se cumplió lo<br />

que dic<strong>en</strong> <strong>la</strong>s Sagradas Escrituras: “Hab<strong>la</strong>ré de tus testimonios de<strong>la</strong>nte de los reyes”. Salmos 119:46.<br />

En tiempo de Pablo, el evangelio, <strong>por</strong> cuya causa se le <strong>en</strong>carceló, fue pres<strong>en</strong>tado así a los príncipes y<br />

nobles de <strong>la</strong> ciudad imperial. Igualm<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> Augsburgo, lo que el emperador había prohibido que se<br />

predicase desde el púlpito se proc<strong>la</strong>mó <strong>en</strong> el pa<strong>la</strong>cio. Lo que había sido estimado aun indigno de ser<br />

escuchado <strong>por</strong> los sirvi<strong>en</strong>tes, era escuchado con admiración <strong>por</strong> los amos y señores del imperio. El<br />

auditorio se componía de reyes y de nobles, los predicadores eran príncipes coronados, y el sermón era <strong>la</strong><br />

verdad real de Dios. “Desde los tiempos apostólicos—dice un escritor—, no hubo obra tan grandiosa, ni<br />

tan inmejorable confesión” (ibíd.).<br />

“Cuanto ha sido dicho <strong>por</strong> los luteranos, es cierto, y no lo podemos negar”, dec<strong>la</strong>raba un obispo<br />

papista. “¿Podéis refutar con bu<strong>en</strong>as razones <strong>la</strong> confesión hecha <strong>por</strong> el elector y sus aliados?” preguntaba<br />

otro obispo al doctor Eck. “Sí, lo puedo—respondía—, pero no con los escritos de los apóstoles y los<br />

profetas, sino con los concilios y con los escritos de los padres”. “Compr<strong>en</strong>do—repuso el que hacía <strong>la</strong><br />

pregunta—. Según su opinión, los luteranos están basados <strong>en</strong> <strong>la</strong>s Escrituras, <strong>en</strong> tanto que nosotros estamos<br />

fuera de el<strong>la</strong>s” (ibíd., cap. 8). Varios príncipes alemanes fueron convertidos a <strong>la</strong> fe reformada, y el mismo<br />

emperador dec<strong>la</strong>ró que los artículos protestantes cont<strong>en</strong>ían <strong>la</strong> verdad. La confesión fue traducida a muchos<br />

idiomas y circuló <strong>por</strong> toda Europa, y <strong>en</strong> <strong>la</strong>s g<strong>en</strong>eraciones subsigui<strong>en</strong>tes millones <strong>la</strong> aceptaron como<br />

expresión de su fe.<br />

Los fieles siervos de Dios no trabajaban solos. Mi<strong>en</strong>tras que los principados y potestades de los<br />

espíritus malos se ligaban contra ellos, el Señor no desamparaba a su pueblo. Si sus ojos hubieran podido<br />

abrirse habrían t<strong>en</strong>ido c<strong>la</strong>ra evid<strong>en</strong>cia de <strong>la</strong> pres<strong>en</strong>cia y el auxilio divinos, que les fueron concedidos como<br />

a los profetas <strong>en</strong> <strong>la</strong> antigüedad. Cuando el siervo de Eliseo mostró a su amo <strong>la</strong>s huestes <strong>en</strong>emigas que los<br />

rodeaban sin dejarles cómo escapar, el profeta oró: “Te ruego, Jehová, que abras sus ojos para que vea”.<br />

2 Reyes 6:17 (RV95). Y he aquí el monte estaba ll<strong>en</strong>o de carros y caballos de fuego: el ejército celestial<br />

protegía al varón de Dios. Del mismo modo, había ángeles que cuidaban a los que trabajaban <strong>en</strong> <strong>la</strong> causa<br />

de <strong>la</strong> Reforma.<br />

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