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America en la Profecia por Elena White [Version Moderna]

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

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debían perder tiempo <strong>en</strong> volver <strong>por</strong> <strong>la</strong>s túnicas que se hubies<strong>en</strong> quitado para sobrellevar mejor el calor y<br />

<strong>la</strong> fa<strong>en</strong>a del día. Todos debían marcharse sin tardar si no querían verse <strong>en</strong>vueltos <strong>en</strong> <strong>la</strong> ruina g<strong>en</strong>eral.<br />

Durante el reinado de Herodes, <strong>la</strong> ciudad de Jerusalén no solo había sido notablem<strong>en</strong>te<br />

embellecida, sino también fortalecida. Se erigieron torres, muros y fortalezas que, unidos a <strong>la</strong> v<strong>en</strong>tajosa<br />

situación topográfica del lugar, <strong>la</strong> hacían apar<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te inexpugnable. Si <strong>en</strong> aquellos días algui<strong>en</strong> hubiese<br />

predicho públicam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> destrucción de <strong>la</strong> ciudad, sin duda habría sido considerado cual lo fuera Noé <strong>en</strong><br />

su tiempo: como a<strong>la</strong>rmista ins<strong>en</strong>sato. Pero Cristo había dicho: “El cielo y <strong>la</strong> tierra pasarán, mas mis<br />

pa<strong>la</strong>bras no pasarán”. Mateo 24:35. La ira del Señor se había dec<strong>la</strong>rado contra Jerusalén a causa de sus<br />

pecados, y su obstinada incredulidad hizo inevitable su cond<strong>en</strong>ación.<br />

El Señor había dicho <strong>por</strong> el profeta Miqueas: “Oíd ahora esto, cabezas de <strong>la</strong> casa de Jacob, y<br />

capitanes de <strong>la</strong> casa de Israel, que abomináis el juicio, y pervertís todo el derecho; que edificáis a Sión<br />

con sangre, y a Jerusalén con injusticia; sus cabezas juzgan <strong>por</strong> cohecho, y sus sacerdotes <strong>en</strong>señan <strong>por</strong><br />

precio, y sus profetas adivinan <strong>por</strong> dinero; y apóyanse <strong>en</strong> Jehová dici<strong>en</strong>do: ¿No está Jehová <strong>en</strong>tre nosotros?<br />

No v<strong>en</strong>drá mal sobre nosotros”. Miqueas 3:9-11. Estas pa<strong>la</strong>bras dan una idea cabal de cuán corruptos eran<br />

los moradores de Jerusalén y de cuán justos se consideraban. A <strong>la</strong> vez que se decían escrupulosos<br />

observadores de <strong>la</strong> ley de Dios, quebrantaban todos sus preceptos. La pureza de Cristo y su santidad hacían<br />

resaltar <strong>la</strong> iniquidad de ellos; <strong>por</strong> eso le aborrecían y le seña<strong>la</strong>ban como el causante de todas <strong>la</strong>s desgracias<br />

que les habían sobrev<strong>en</strong>ido como consecu<strong>en</strong>cia de su maldad. Aunque harto sabían que Cristo no t<strong>en</strong>ía<br />

pecado, dec<strong>la</strong>raron que su muerte era necesaria para <strong>la</strong> seguridad de <strong>la</strong> nación. Los príncipes de los<br />

sacerdotes y los fariseos decían; “Si le dejamos así, todos creerán <strong>en</strong> él; y v<strong>en</strong>drán los romanos y destruirán<br />

nuestro lugar y nuestra nación”. Juan 11:48 (VM). Si se sacrificaba a Cristo, p<strong>en</strong>saban ellos, podrían ser<br />

otra vez un pueblo fuerte y unido. Así discurrían, y convinieron con el sumo sacerdote <strong>en</strong> que era mejor<br />

que uno muriera y no que <strong>la</strong> nación <strong>en</strong>tera se perdiese.<br />

Así era cómo los príncipes judíos habían edificado “a Sión con sangre, y a Jerusalén con<br />

iniquidad”, y al paso que s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ciaban a muerte a su Salvador <strong>por</strong>que les echara <strong>en</strong> cara sus iniquidades,<br />

se atribuían tanta justicia que se consideraban el pueblo favorecido de Dios y esperaban que el Señor<br />

viniese a librarlos de sus <strong>en</strong>emigos. “Por tanto, había añadido el profeta, a causa de vosotros será Sión<br />

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