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America en la Profecia por Elena White [Version Moderna]

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

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hacerme así culpable contra esta pa<strong>la</strong>bra de Cristo: ‘Cualquiera que me negare de<strong>la</strong>nte de los hombres, le<br />

negaré yo también de<strong>la</strong>nte de mi Padre que está <strong>en</strong> los cielos’. Mateo 10:33. Por esta razón, suplico a su<br />

majestad imperial, con toda sumisión, se digne concederme tiempo, para que pueda yo responder sin<br />

manchar <strong>la</strong> Pa<strong>la</strong>bra de Dios” (ibíd.).<br />

Lutero obró discretam<strong>en</strong>te al hacer esta súplica. Sus pa<strong>la</strong>bras conv<strong>en</strong>cieron a <strong>la</strong> asamblea de que<br />

él no hab<strong>la</strong>ba movido <strong>por</strong> pasión ni arrebato. Esta reserva, esta calma tan sorpr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te <strong>en</strong> semejante<br />

hombre, acreció su fuerza, y le preparó para contestar más tarde con una sabiduría, una firmeza y una<br />

dignidad que iban a frustrar <strong>la</strong>s esperanzas de sus adversarios y confundir su malicia y su orgullo. Al día<br />

sigui<strong>en</strong>te debía comparecer de nuevo para dar su respuesta final. Por unos mom<strong>en</strong>tos, al verse fr<strong>en</strong>te a<br />

tantas fuerzas que hacían causa común contra <strong>la</strong> verdad, sintió desmayar su corazón. F<strong>la</strong>queaba su fe;<br />

sintióse presa del temor y horror. Los peligros se multiplicaban ante su vista y parecía que sus <strong>en</strong>emigos<br />

estaban cercanos al triunfo, y que <strong>la</strong>s potestades de <strong>la</strong>s tinieb<strong>la</strong>s iban a prevalecer. Las nubes se<br />

amontonaban sobre su cabeza y le ocultaban <strong>la</strong> faz de Dios. Deseaba con ansia estar seguro de que el<br />

Señor de los ejércitos le ayudaría. Con el ánimo angustiado se postró <strong>en</strong> el suelo, y con gritos <strong>en</strong>trecortados<br />

que solo Dios podía compr<strong>en</strong>der, exc<strong>la</strong>mó:<br />

“¡Dios todopoderoso! ¡Dios eterno! ¡cuán terrible es el mundo! ¡cómo abre <strong>la</strong> boca para tragarme!<br />

¡y qué débil es <strong>la</strong> confianza que t<strong>en</strong>go <strong>en</strong> ti! [...] Si debo confiar <strong>en</strong> lo que es poderoso según el mundo,<br />

¡estoy perdido! ¡Está tomada <strong>la</strong> última resolución, y está pronunciada <strong>la</strong> s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>cia! [...] ¡Oh Dios mío!<br />

¡Asísteme contra toda <strong>la</strong> sabiduría del mundo! Hazlo [...] tú solo [...] <strong>por</strong>que no es obra mía sino tuya.<br />

¡Nada t<strong>en</strong>go que hacer aquí, nada t<strong>en</strong>go que combatir contra estos grandes del mundo! [...] ¡Mas es tuya<br />

<strong>la</strong> causa, y el<strong>la</strong> es justa y eterna! ¡Oh Señor! ¡sé mi ayuda! ¡Dios fiel, Dios inmutable! ¡No confío <strong>en</strong><br />

ningún hombre, pues sería <strong>en</strong> vano! <strong>por</strong> cuanto todo lo que procede del hombre fallece [...]. Me elegiste<br />

para esta empresa [...]. Permanece a mi <strong>la</strong>do <strong>en</strong> nombre de tu Hijo muy amado, Jesucristo, el cual es mi<br />

def<strong>en</strong>sa, mi escudo y mi fortaleza” (ibíd.).<br />

Una sabia provid<strong>en</strong>cia permitió a Lutero apreciar debidam<strong>en</strong>te el peligro que le am<strong>en</strong>azaba, para<br />

que no confiase <strong>en</strong> su propia fuerza y se arrojase al peligro con temeridad y presunción. Sin embargo no<br />

era el temor del dolor cor<strong>por</strong>al, ni de <strong>la</strong>s terribles torturas que le am<strong>en</strong>azaban, ni <strong>la</strong> misma muerte que<br />

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