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America en la Profecia por Elena White [Version Moderna]

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

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¡Haces fr<strong>en</strong>te a una empresa tan ardua, que ni yo ni otros capitanes hemos visto jamás tal <strong>en</strong> nuestros más<br />

sangri<strong>en</strong>tos combates! Pero si tu causa es justa, y si estás conv<strong>en</strong>cido de ello, ¡avanza <strong>en</strong> nombre de Dios,<br />

y nada temas! ¡Dios no te abandonará!” (D’Aubigné lib. 7, cap. 8).<br />

Se abrieron <strong>por</strong> fin ante él <strong>la</strong>s puertas del concilio. El emperador ocupaba el trono, rodeado de los<br />

más ilustres personajes del imperio. Ningún hombre compareció jamás ante una asamblea tan impon<strong>en</strong>te<br />

como aquel<strong>la</strong> ante <strong>la</strong> cual compareció Martín Lutero para dar cu<strong>en</strong>ta de su fe. “Esta comparec<strong>en</strong>cia era ya<br />

un manifiesto triunfo conseguido sobre el papismo. El papa había cond<strong>en</strong>ado a este hombre; y él se hal<strong>la</strong>ba<br />

ante un tribunal que se colocaba así sobre el papa. El papa le había puesto <strong>en</strong> <strong>en</strong>tredicho y expulsado de<br />

toda sociedad humana, y sin embargo se le había convocado con términos honrosos, e introducido ante <strong>la</strong><br />

más augusta asamblea del universo. El papa le había impuesto sil<strong>en</strong>cio; él iba a hab<strong>la</strong>r de<strong>la</strong>nte de miles de<br />

oy<strong>en</strong>tes reunidos de los países más remotos de <strong>la</strong> cristiandad. Una revolución sin límites se había cumplido<br />

así <strong>por</strong> medio de Lutero. Roma bajaba ya de su trono, y era <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra de un fraile <strong>la</strong> que <strong>la</strong> hacía<br />

desc<strong>en</strong>der” (ibíd.).<br />

Al verse ante tan augusta asamblea, el reformador de humilde cuna pareció s<strong>en</strong>tirse cohibido.<br />

Algunos de los príncipes, observando su emoción, se acercaron a él y uno de ellos le dijo al oído: “No<br />

temáis a aquellos que no pued<strong>en</strong> matar más que el cuerpo y que nada pued<strong>en</strong> contra el alma”. Otro añadió<br />

también: “Cuando os <strong>en</strong>tregar<strong>en</strong> ante los reyes y los gobernadores, no p<strong>en</strong>séis cómo o qué habéis de<br />

hab<strong>la</strong>r; el Espíritu de vuestro Padre hab<strong>la</strong>rá <strong>por</strong> vosotros”. Así fueron recordadas <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de Cristo<br />

<strong>por</strong> los grandes de <strong>la</strong> tierra para fortalecer al siervo fiel <strong>en</strong> <strong>la</strong> hora de <strong>la</strong> prueba.<br />

Lutero fue conducido hasta un lugar situado fr<strong>en</strong>te al trono del emperador. Un profundo sil<strong>en</strong>cio<br />

reinó <strong>en</strong> <strong>la</strong> numerosa asamblea. En seguida un alto dignatario se puso <strong>en</strong> pie y seña<strong>la</strong>ndo una colección<br />

de los escritos de Lutero, exigió que el reformador contestase dos preguntas: Si reconocía aquel<strong>la</strong>s obras<br />

como suyas, y si estaba dispuesto a retractar el cont<strong>en</strong>ido de el<strong>la</strong>s. Habi<strong>en</strong>do sido leídos los títulos de los<br />

libros, Lutero dijo que sí los reconocía como suyos. “Tocante a <strong>la</strong> segunda pregunta—añadió—, at<strong>en</strong>dido<br />

que concierne a <strong>la</strong> fe y a <strong>la</strong> salvación de <strong>la</strong>s almas, <strong>en</strong> <strong>la</strong> que se hal<strong>la</strong> interesada <strong>la</strong> Pa<strong>la</strong>bra de Dios, a saber<br />

el más grande y precioso tesoro que existe <strong>en</strong> los cielos y <strong>en</strong> <strong>la</strong> tierra, obraría yo imprud<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te si<br />

respondiera sin reflexión. Pudiera afirmar m<strong>en</strong>os de lo que se me pide, o más de lo que exige <strong>la</strong> verdad, y<br />

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