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America en la Profecia por Elena White [Version Moderna]

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

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los decretos de los pontífices, y [...] no sé si el papa es el mismo Anticristo o su apóstol, de tal manera<br />

está Cristo desfigurado y crucificado <strong>en</strong> ellos” (ibíd., lib. 5, cap. I). A pesar de esto, Lutero seguía<br />

sost<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do <strong>la</strong> iglesia romana y no había p<strong>en</strong>sado <strong>en</strong> separarse de <strong>la</strong> comunión de el<strong>la</strong>. Los escritos del<br />

reformador y sus doctrinas se estaban difundi<strong>en</strong>do <strong>por</strong> todas <strong>la</strong>s naciones de <strong>la</strong> cristiandad. La obra se<br />

inició <strong>en</strong> Suiza y Ho<strong>la</strong>nda. Llegaron ejemp<strong>la</strong>res de sus escritos a Francia y España. En Ing<strong>la</strong>terra recibieron<br />

sus <strong>en</strong>señanzas como pa<strong>la</strong>bra de vida. La verdad se dio a conocer <strong>en</strong> Bélgica e Italia. Miles de crey<strong>en</strong>tes<br />

despertaban de su mortal letargo y recibían el gozo y <strong>la</strong> esperanza de una vida de fe.<br />

Roma se exasperaba más y más con los ataques de Lutero, y de <strong>en</strong>tre los más <strong>en</strong>carnizados<br />

<strong>en</strong>emigos de este y aun de <strong>en</strong>tre los doctores de <strong>la</strong>s universidades católicas, hubo qui<strong>en</strong>es dec<strong>la</strong>raron que<br />

no se imputaría pecado al que matase al rebelde monje. Cierto día, un desconocido se acercó al reformador<br />

con una pisto<strong>la</strong> escondida debajo de su manto y le preguntó <strong>por</strong> qué iba solo. “Estoy <strong>en</strong> manos de Dios—<br />

contestó Lutero—; él es mi fuerza y mi amparo. ¿Qué puede hacerme el hombre mortal?” (ibíd., lib. 6,<br />

cap. 2). Al oír estas pa<strong>la</strong>bras el hombre se demudó y huyó como si se hubiera hal<strong>la</strong>do <strong>en</strong> pres<strong>en</strong>cia de los<br />

ángeles del cielo.<br />

Roma estaba resuelta a aniqui<strong>la</strong>r a Lutero, pero Dios era su def<strong>en</strong>sa. Sus doctrinas se oían <strong>por</strong><br />

doquiera, “<strong>en</strong> <strong>la</strong>s cabañas, <strong>en</strong> los conv<strong>en</strong>tos, [...] <strong>en</strong> los pa<strong>la</strong>cios de los nobles, <strong>en</strong> <strong>la</strong>s academias, y <strong>en</strong> <strong>la</strong><br />

corte de los reyes”; y aun hubo hidalgos que se levantaron <strong>por</strong> todas partes para sost<strong>en</strong>er los esfuerzos del<br />

reformador (ibíd.). Por aquel tiempo fue cuando Lutero, al leer <strong>la</strong>s obras de Hus, descubrió que <strong>la</strong> gran<br />

verdad de <strong>la</strong> justificación <strong>por</strong> <strong>la</strong> fe, que él mismo <strong>en</strong>señaba y sost<strong>en</strong>ía, había sido expuesta <strong>por</strong> el<br />

reformador bohemio. “¡Todos hemos sido husitas—dijo Lutero—, aunque sin saberlo; Pablo, Agustín y<br />

yo mismo!” Y añadía: “¡Dios pedirá cu<strong>en</strong>tas al mundo, <strong>por</strong>que <strong>la</strong> verdad fue predicada hace ya un siglo,<br />

y <strong>la</strong> quemaron!” (Wylie, lib. 6, cap. I).<br />

En un l<strong>la</strong>mami<strong>en</strong>to que dirigió Lutero al emperador y a <strong>la</strong> nobleza de Alemania <strong>en</strong> pro de <strong>la</strong><br />

reforma del cristianismo, decía refiriéndose al papa: “Es una cosa horrible contemp<strong>la</strong>r al que se titu<strong>la</strong><br />

vicario de Jesucristo ost<strong>en</strong>tando una magnific<strong>en</strong>cia superior a <strong>la</strong> de los emperadores. ¿Es esto parecerse<br />

al pobre Jesús o al humilde San Pedro? ¡Él es, dic<strong>en</strong>, el señor del mundo! Mas Cristo, del cual se jacta ser<br />

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