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America en la Profecia por Elena White [Version Moderna]

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

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Cruzando los siglos con <strong>la</strong> mirada, vio al pueblo del pacto disperso <strong>en</strong> toda <strong>la</strong> tierra, “como<br />

náufragos <strong>en</strong> una p<strong>la</strong>ya desierta”. En <strong>la</strong> retribución tem<strong>por</strong>al que estaba <strong>por</strong> caer sobre sus hijos, vio como<br />

el primer trago de <strong>la</strong> copa de <strong>la</strong> ira que <strong>en</strong> el juicio final aquel mismo pueblo deberá apurar hasta <strong>la</strong>s heces.<br />

La compasión divina y el sublime amor de Cristo hal<strong>la</strong>ron su expresión <strong>en</strong> estas lúgubres pa<strong>la</strong>bras:<br />

“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que son <strong>en</strong>viados a ti! ¡cuántas veces<br />

quise juntar tus hijos, como <strong>la</strong> gallina junta sus pollos debajo de <strong>la</strong>s a<strong>la</strong>s, y no quisiste!” Mateo 23:37.<br />

¡Oh! ¡si tú, nación favorecida <strong>en</strong>tre todas, hubieras conocido el tiempo de tu visitación y lo que atañe a tu<br />

paz! Yo detuve al ángel de justicia y te l<strong>la</strong>mé al arrep<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to, pero <strong>en</strong> vano. No rechazaste tan solo a<br />

los siervos ni despreciaste tan solo a los <strong>en</strong>viados y profetas, sino al Santo de Israel, tu Red<strong>en</strong>tor. Si eres<br />

destruida, tú so<strong>la</strong> ti<strong>en</strong>es <strong>la</strong> culpa. “No queréis v<strong>en</strong>ir a mí, para que t<strong>en</strong>gáis vida”. Juan 5:40.<br />

Cristo vio <strong>en</strong> Jerusalén un símbolo del mundo <strong>en</strong>durecido <strong>en</strong> <strong>la</strong> incredulidad y rebelión que corría<br />

presuroso a recibir el pago de <strong>la</strong> justicia de Dios. Los <strong>la</strong>m<strong>en</strong>tos de una raza caída oprimían el alma del<br />

Señor, y le hicieron prorrumpir <strong>en</strong> esas expresiones de dolor. Vio además <strong>la</strong>s profundas huel<strong>la</strong>s del pecado<br />

marcadas <strong>por</strong> <strong>la</strong> miseria humana con lágrimas y sangre; su tierno corazón se conmovió de compasión<br />

infinita <strong>por</strong> <strong>la</strong>s víctimas de los padecimi<strong>en</strong>tos y aflicciones de <strong>la</strong> tierra; anheló salvarlos a todos. Pero ni<br />

aun su mano podía desviar <strong>la</strong> corri<strong>en</strong>te del dolor humano que del pecado dimana; pocos buscarían <strong>la</strong> única<br />

fu<strong>en</strong>te de salud. El estaba dispuesto a derramar su misma alma hasta <strong>la</strong> muerte, y poner así <strong>la</strong> salvación al<br />

alcance de todos; pero muy pocos iban a acudir a él para t<strong>en</strong>er vida eterna.<br />

¡Mirad al Rey del cielo derramando copioso l<strong>la</strong>nto! ¡Ved al Hijo del Dios infinito turbado <strong>en</strong><br />

espíritu y doblegado bajo el peso del dolor! Los cielos se ll<strong>en</strong>aron de asombro al contemp<strong>la</strong>r semejante<br />

esc<strong>en</strong>a que pone tan de manifiesto <strong>la</strong> culpabilidad <strong>en</strong>orme del pecado, y que nos <strong>en</strong>seña lo que le cuesta,<br />

aun al poder infinito, salvar al pecador de <strong>la</strong>s consecu<strong>en</strong>cias que le acarrea <strong>la</strong> transgresión de <strong>la</strong> ley de<br />

Dios. Dirigi<strong>en</strong>do Jesús sus miradas hasta <strong>la</strong> última g<strong>en</strong>eración vio al mundo <strong>en</strong>vuelto <strong>en</strong> un <strong>en</strong>gaño<br />

semejante al que causó <strong>la</strong> destrucción de Jerusalén. El gran pecado de los judíos consistió <strong>en</strong> que<br />

rechazaron a Cristo; el gran pecado del mundo cristiano iba a consistir <strong>en</strong> que rechazaría <strong>la</strong> ley de Dios,<br />

que es el fundam<strong>en</strong>to de su gobierno <strong>en</strong> el cielo y <strong>en</strong> <strong>la</strong> tierra. Los preceptos del Señor iban a ser<br />

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