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La mujer en la historia de la Biología Vegetal<br />

Barbara McClintock, ejemplo de v ocación y brillantez<br />

Carolina Martínez Pulido<br />

E-mail: camapu@ull.es<br />

Dejamos de temer aquello que se ha aprendido a<br />

entender<br />

Marie Curie<br />

En agosto de 1931, una joven y<br />

desconocida inv estigadora, Barbara McClintock,<br />

f irmaba, en colaboración con su estudiante de<br />

doctorado Harriet Creighton, un extraordinario<br />

artículo sobre biología v egetal que llamó<br />

poderosamente la atención de la comunidad<br />

científica de aquellos años. Se trataba de un<br />

innov ador trabajo, realizado con plantas de maíz,<br />

Zea mays, que demostraba con notable claridad la<br />

base cromosómica de la herencia.<br />

La conmoción generada es comprensible si<br />

tenemos en cuenta que en la década de 1920 los<br />

biólogos sí sabían y a que los genes estaban<br />

localizados en los cromosomas, pero nadie había<br />

sido todavía capaz de demostrarlo empíricamente<br />

vinculando cromosomas específicos con genes<br />

concretos. El mérito de McClintock y Creighton<br />

estaba en que, tras una meticulosa inv estigación<br />

mediante nov edosas técnicas que permitían<br />

observ ar con claridad al microscopio los<br />

cromosomas del maíz, lograran proporcionar por<br />

primera v ez una conexión visual entre ciertos rasgos<br />

hereditarios y su base en los cromosomas.<br />

La labor en citogenética que McClintock<br />

iniciaba, y que según expertos posteriores alcanzó<br />

gran perf ección y rigor, abrió en aquellos años una<br />

nuev a frontera para la biología en general y la<br />

v egetal, en particular. Fue un descubrimiento<br />

primordial que permitió establecer uno de los<br />

principales pilares de la genética moderna. Sin<br />

embargo, para la jov en Barbara McClintock, nacida<br />

en 1902 en Connecticut, sólo constituyó el principio<br />

de una larga carrera que a la postre se rev eló<br />

extraordinaria.<br />

A principios de la década de de 1940,<br />

McClintock continuaba incansable sus<br />

inv estigaciones en torno a la genética del maíz.<br />

Había conseguido un trabajo en el f amoso<br />

laboratorio de Cold Spring Harbor, un centro de<br />

inv estigación biológica básica situado a unos 60<br />

kilómetros al este de Manhattan, donde permanecería<br />

por el resto de su v ida. Allí, además de una parcela<br />

para cultivar maíz, disponía de un amplio laboratorio<br />

en el que llevar a cabo sus múltiples experimentos.<br />

Para la singular inv estigadora, la cuestión<br />

de cómo un organismo es capaz de regular la acción<br />

génica gozaba en aquellos momentos de total<br />

prioridad. El que las semillas de maíz diesen lugar a<br />

plantas completas era un hecho que, según su<br />

criterio, no puede explicarse plenamente sólo porque<br />

se inicien a partir de una célula con la dotación<br />

apropiada de cromosomas. El proceso mediante el<br />

cual las células se multiplican y especializan para<br />

constituir las distintas clases de tejidos que forman<br />

un organismo completo, le parecía una incógnita<br />

primaria f undamental.<br />

Por aquellos años, sin embargo, los<br />

biólogos estaban mucho más preocupados por las<br />

vicisitudes del genoma. Y lo que aún es más<br />

ilustrativo, a la mayor parte de ellos la<br />

especialización celular no les concernía. Las nuevas<br />

generaciones de biólogos, bajo la inf luencia de los<br />

físicos y de la metodología reduccionista, estaban<br />

explorando el camino de la biología molecular. Los<br />

conceptos de regulación y control, hoy tan f amiliares,<br />

ni tan siquiera se tenían en cuenta, pero para<br />

McClintock la cuestión de cómo llega cada organismo<br />

a su propia forma era parte esencial del interés más<br />

incentivadorcomo bióloga.<br />

Fueron sus esfuerzos para explicar porqué<br />

se producían variaciones en el modelo de<br />

pigmentación de los granos del maíz, los que<br />

traspasaron las puertas a nuevos detalles sobre el<br />

control de los genes. Tras una ardua inv estigación,<br />

empezó a comprender que el material genético es<br />

mucho más complejo y f lexible de lo que<br />

may oritariamente se asumía por esas fechas: no se<br />

trataba de una entidad estática, sino de una<br />

estructura dinámica con una asombrosa capacidad<br />

para reorganizarse a sí misma.<br />

Por este camino, la bióloga alcanzó el más<br />

trascendente de sus logros: el descubrimiento de la<br />

transposición, un f enómeno totalmente inesperado<br />

que ponía de manif iesto que los genes no siempre<br />

ocupan el mismo lugar en los cromosomas, sino que<br />

pueden cambiar de posición. Ese es el motivo por el<br />

que también se hay an designado como elementos<br />

móv iles o «genes saltadores». Su interpretación<br />

básica consistió en asumir que, cuando un elemento<br />

móv il se inserta en un gen, o en sus proximidades,<br />

induce una mutación que puede afectar a la<br />

estructura y expresión de ese gen, y anular o<br />

estimular su actividad. Con el f enómeno de la<br />

transposición, entre otras cosas, presentaba la<br />

primera prueba de que ciertos genes pueden regular<br />

a otros genes.<br />

Es oportuno resaltar que Bárbara McClintock<br />

fue la primera bióloga en observ ar la presencia de<br />

elementos móviles en el material genético. Al<br />

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