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La vida desnuda

rosa_montero

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de españoles, nuestro Cuéllar entre ellos) fueron al<br />

fin repatriados desde Escocia a bordo de cuatro<br />

navíos, los holandeses, que se habían enterado de<br />

la misión, atacaron a los pobres desgraciados.<br />

Hundieron dos barcos y capturaron los otros dos,<br />

matando a todo el mundo. Cuéllar volvió a<br />

salvarse agarrado a una tabla, nuevamente<br />

desnudo; y así, sin nada más encima que su propia<br />

<strong>vida</strong>, entró en Dunkerque. Cuéllar cuenta todas<br />

estas peripecias en una carta fascinante escribió a<br />

un amigo en 1589, desde Amberes. No sé qué fue<br />

de él después de aquello; ni siquiera sé qué edad<br />

tenía por entonces. Le imagino joven y, por qué no,<br />

atractivo. Le imagino luchando por su <strong>vida</strong> una y<br />

otra vez con tanta ferocidad y tanto empeño. Le<br />

correspondía haber muerto mil veces, pero<br />

siempre consiguió sobrevivir. Hay existencias<br />

fulgurantes y extrañas, como ésta, que parecen<br />

tocadas por la gracia de la eternidad y capaces de<br />

vencer la negrura final. Pero claro está que ese<br />

Cuéllar tan vital y tenaz (sí, incluso él) lleva siglos<br />

disuelto en el polvo y la nada. Porque la muerte, al<br />

contrario que nuestra pobre Armada, sí es

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