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El duende quiso madrugar. nº 9

Edición especial. Recopilación.

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idea de que Santiago andaba por el país cantando el “yo soy español, español,<br />

español”. Antes de que hubiese existido este país, tras la muerte de<br />

Jesucristo, los apóstoles emprendieron la misión de propagar la palabra de<br />

Dios por los distintos puntos del mapa conocido. Santiago llegó hasta la<br />

Península Ibérica; se dice que pisó suelo gallego, y que a la altura de la<br />

actual Zaragoza vislumbró a la Virgen, madre de Jesús, tras su muerte.<br />

Santiago moriría en la Península Ibérica, pero no sería hasta muchos años<br />

después de su muerte cuando reconocerían su importancia y utilizarían su<br />

memoria para construir el estandarte por el cual animarían a los nuevos<br />

pueblos cristianos a alzarse en armas en pos de la conquista peninsular<br />

primero, para seguir con la conquista americana después.<br />

En una de las batallas importantes por el territorio (Clavijo, 844<br />

d. C.), Ramiro I de Asturias tuvo la excelente idea, a modo de propaganda<br />

de guerra durante la Segunda Guerra Mundial, de brindarle dicho<br />

triunfo al pobre Santiago Apóstol, ya fallecido siglos atrás. Y es que a uno<br />

no lo dejan descansar tranquilo. Según Ramiro I, la victoria “cristiana” fue<br />

posible gracias a la aparición del santo en el suelo de batalla. Ahí viene lo<br />

más perturbador de toda esta historia; sólo hay que imaginarse al santo<br />

animando a cortar cabezas del otro combatiente en nombre de Dios. Algunos<br />

aceptarán esta blasfemia, que adorna las iglesias católicas desde<br />

tiempos inmemorables. A otros les resultará una hazaña épica digna de la<br />

españolidad y el catolicismo, a pesar de la aberración de la historia que no<br />

conjuga en ningún momento con las Leyes de Dios o la moral digna de<br />

ningún pueblo.<br />

Este mito, quizás bello para algunos faltos de moral, deja una etiqueta<br />

poco favorable a un pueblo que no deja de estar en la boca del mundo<br />

internacional, que a día de hoy acepta en sus fronteras vallas de la<br />

muerte, e impide que puedan acceder fácilmente refugiados de otros países<br />

que sufren las masacres continuas de sus hermanos. Si han de limpiar<br />

su nombre, primero deben empezar corrigiendo los desastres provocados<br />

en la actualidad, pero sin olvidar limpiar el pasado que, a pesar del mito,<br />

aceptarlo implica autoetiquetarse no sólo como xenófobo, sino además<br />

como ignorante. Aún hay mucho por hacer.<br />

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